empezando por los últimos - Vacar para con

Transcripción

empezando por los últimos - Vacar para con
EMPEZANDO POR LOS ÚLTIMOS
Muchos textos de los evangelios nos parecen lógicos, frutos del sentido común.
La mayoría. Difíciles de cumplir pero fáciles de entender. El domingo, en cambio, se
nos presenta una parábola que no, que nos resistimos a aceptarla, que incluso nos
lleva a pensar que Dios –el amo de la viña- no procede con justicia. Efectivamente, no
parece lógico que se le pague al que ha trabajado solamente una hora lo mismo que al
que ha aguantado toda la jornada “el peso del día y del calor”. Anda, que si lo hubiesen
sabido antes los jornaleros de la primera hora, “pa luego” iban a haber trabajado todo
el día pudiendo cobrar lo mismo con sólo una hora de “curro”.
Ahora que en España sabemos que se pueden obtener fortunas de millones de
euros sin pegar ni golpe, sólo por los méritos de la inteligencia y de la viveza y, además,
irse de rositas con el beneplácito de los jueces; que se pueden montar empresas sin
pagar un solo jornal y esperar nada más que los amigos de papá metan en ellas dinero
a espuertas (¡vivan los emprendedores!); que los sabios dueños de todos esos dineros
tampoco pagan impuestos y la agencia tributaria nada tiene que ver con ellos y los
jueces no encuentran “indicios” y les mandan a casa sin medidas cautelares... a ver
quién va a ser el tonto que pague de buen grado el IVA, el IRPF o el impuesto de
sucesiones...
De pena. ¿No habría que acusar de prevaricación a los jueces? ¿De verdad
tienen todos estos sucios negocios alguna cobertura legal que permita a sus señorías
meter en la cárcel a enflaquecidas “salchichas” y mandar a la calle a los grasientos y
asquerosos “chorizos” de nuestra vida pública?
Menos mal que, aunque lo parezca, la parábola de los viñadores en la que
cobran lo mismo los últimos que los primeros no va por ahí. Ni por sueños. La cosa es
mucho más sencilla. Tan simple como que hay que dar a cada cual lo que necesita, más
que lo que “merece”. Porque merecer, merecer, aquí todos merecemos poco, y mucho
menos quienes se lucran del trabajo de los demás. El usar bien la inteligencia recibida y
las capacidades adquiridas para el bien de los demás no es un mérito sino un deber de
simple humanidad. Y esto es lo que nos cuesta entender.
Por eso, el mundo comenzará a funcionar un poco bien cuando entendamos
que, además de ser justos (“dar a cada uno lo convenido y lo bien ganado”), también
es preciso ser generosos compartiendo lo que nos sobra con el que nada tiene. Por
supuesto, habrá que comenzar por cortar las manos a quienes las emplean para robar
bien cubiertas de guantes blancos. Gustoso votaría yo a “Podemos” si tuviera el más
mínimo atisbo de esperanza de que ellos lo intentarían. Lo malo es que creo que no es
el caso.
Lo realmente difícil de entender, asimilar y practicar es la gratuidad. No
aprovecharse de nadie ni de nada y estar dispuesto a dar de lo propio sin esperar
recompensa. Eso es lo que hace el dueño de la viña, es decir, Dios. Y eso es lo que él
espera de quienes queremos ser hijos suyos.
JOSÉ MARÍA YAGÜE