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La discriminación de los ancianos
Si nos atenemos a la definición del Diccionario de María Moliner sobre el tema del epígrafe, veremos que la amplitud del término nos
permite encasillar nuestra propuesta. Se discrimina al diferente, ¿pero es el anciano un diferente? Moliner pone el ejemplo de los individuos de etnia negra en Estados Unidos que, hasta hace muy pocas décadas, sufrían un trato humillante. Lo que tiene el anciano es haber logrado una supervivencia a la que no llegan todos los seres humanos. La definición de marras dice lo siguiente: “Específicamente,
dar trato de inferioridad en una colectividad a ciertos miembros de ella, por motivos raciales, religioso, políticos, etc.”
Esta situación parece ser de la posmodernidad. Pero no es así. Si mal no recuerdo, fue Cayo Suetonio Tranquilo, más conocido
simplemente como Suetonio, quien contaba que en la Roma de los Césares (él vivió en el primer siglo de la era cristiana) una travesura frecuente de los jóvenes era patear las puertas de los romanos en horas nocturnas pero, a lo que voy y mucho más que
eso, la otra diversión consistía en arrojar a los viejos al Tíber. Quiero creer que en las costas playeras y no con el propio objeto de
ahogarlos. Es decir que, desde la antigüedad, el anciano se encontraba discriminado.
Pasamos de esa antigüedad cruel para los ancianos romanos a nuestra época. Por un hecho fortuito hoy no estoy presente pero,
sin delatar mi edad como hacen habitualmente los presuntuosos, diré que tengo 55 años de ejercicio profesional de la Medicina,
con lo cual está todo dicho. Los jóvenes actuales –conste que estoy seguro que cuando éramos jóvenes también procedíamos
así– suponen que los ancianos son invisibles, o bien que por un defecto visual, que mejora con el tiempo, los adolescente no ven
a los senescentes. ¿Por qué digo tal cosa? Porque en este hormiguero humano en que se han convertido las calles de Buenos
Aires, debemos ceder el paso permanentemente para que la heroica juventud pueda seguir su marcha. Y tendremos suerte si al
cargar su mochila al hombro no recibimos su contenido –a veces pienso que portan ladrillos– sobre nuestra cabeza, como a menudo ocurre en los ascensores de nuestra Facultad de Medicina de la UBA.
Ustedes no piensen que esta es una nota jocosa, es una situación real. Porque también existen sutiles formas de discriminar. He observado desde hace tiempo que cuando cargo nafta en el tanque de mi coche –tal vez piensen en que relato una frivolidad– el operario no me limpia los vidrios como lo hacen con los jóvenes y los adultos. Ellos son también jóvenes. Han llegado a la conclusión de
que los ancianos son poco dadivosos, que no dan propina, y no se toman el trabajo. Yo llevo el dinero para hacerlo pero no lo suelto
cuando veo la actitud. Si el que despacha la nafta es un individuo de más edad (cuarenta para arriba) el trato no es discriminatorio.
En la actualidad se agregó otro elemento más que ayuda a la discriminación. Los abuelos y las personas mayores sin nietos eran
referentes de los jóvenes de antaño. Nos agradaba oír hablar del pasado, de sus logros o sus picardías juveniles, de un pasado que nosotros no habíamos tenido porque, lógicamente, era otro. Hoy se encuentran atrapados por la televisión e Internet.
¿Quién va a perder el tiempo en escuchar los relatos del abuelo si tienen los juegos virtuales de Internet? De referente, al anciano ha pasado a ser un individuo olvidado.
Hay más. La expectativa de vida ha logrado la supervivencia de un gran número de personas de más de 70 años. Muchos de ellos
están internados en hogares geriátricos y, si no lo están por diversas razones, son una verdadera carga para la familia. Cómo no
van a discriminar si en algunas oportunidades he oído que al anciano han tenido de darle “una sacudida” para que se acostara o
para que se bañara, etc., etc.
Sería meterme en aguas profundas darle letra a lo que denominan “viejos verdes” o “viudas alegres” que, dada la liberación
sexual actual, han quedado algo obsoletas.
No quiero mencionar las filas que deben hacer para cobrar una magra jubilación y las burlas a que los someten cuando los jóvenes se juntan en patota. Retornamos a la antigua Roma. Suerte que el Río de la Plata está alejado de nuestras viviendas.
Federico Pérgola
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