1 CUMBRE ATLANTICA DE SALUD Juan Martínez Hernández

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1 CUMBRE ATLANTICA DE SALUD Juan Martínez Hernández
CUMBRE ATLANTICA DE SALUD
Juan Martínez Hernández
Breve C.V
Juan Martínez Hernández es Doctor en Medicina y especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública. Ha
publicado entre otros libros, los manuales Nociones de Salud Pública y Manual de Higiene y Medicina Preventiva,
así como obras divulgativas y una biografía (El médico rojo: vida de Juan Planelles).Tiene publicadas
contribuciones científicas en el ámbito de la epidemiología y en la actualidad es director de la Fundación para la
Formación de la Organización Médica Colegial.
Mesa 10: EDUCACIÓN PARA LA SALUD EN LA MADUREZ
Ponencia: PROMOCION DE LA SALUD EN EL ANCIANO Y BRECHA DIGITAL
El innegable avance de la esperanza de vida observado de modo continuado en todos los países
desarrollados nos proporciona, junto al evidente éxito en salud pública, la aparición de nuevos retos
por enfrentar y resolver.
En mi opinión, todos, absolutamente todos los seres humanos, salvo los profundamente afectados
por enfermedades neurodegenerativas, son capaces de mejorar en sus habilidades y en la respuesta
adaptativa a las nuevas necesidades que se le presentan.
Pero, aceptando el papel individual esencial de toda acción de mejora, no es menos importante y
trascendente el hecho de que se precisa un apoyo social sostenido, especialmente en las poblaciones
más vulnerables, para que esa mejora llegue de modo efectivo a todos y en condiciones de igualdad.
Y es aquí donde planteo que, por un lado por razones culturales, fisiológicas y patológicas, la
educación para la salud está llegando, o puede estar llegando de modo mucho menos intenso y
efectivo a los ancianos que al resto de ciudadanos.
La educación para la salud es una de las grandes herramientas de la medicina preventiva y de la
salud pública. No requiere de medicamentos ni necesariamente de instrumental técnicamente
complejo; su impacto es holístico, mejora a la persona como un todo, le refuerza como ser humano
(lo empodera) dándole herramientas para enfrentar amenazas antes de que éstas hayan siquiera
obrado en el llamado período prepatógénico. Conocer que es importante utilizar el cinturón de
seguridad es sumamente eficaz para prevenir lesiones graves en los accidentes. La educación del
sujeto que se incorpora a un vehículo es esencial, mucho más que la reparación de la fractura o el
traumatismo craneoencefálico, por importante que esto sea: nadie, absolutamente nadie desea ser
curado, sino que desea no enfermar.
El modelo educativo KAP no es erróneo pero es ingenuo. Predice una relación de causalidad entre
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el conocimiento (knoledwge), las actitudes (attitude) y el comportamiento (practice). Una persona
educada para la salud o un aspecto concreto de ella, tenderá a modificar su actitud ante el agente de
riesgo o el problema en cuestión por ejemplo el tabaco, y tenderá a rechazarlo o evitarlo, porque ha
comprendido la cadena causal de acontecimientos peligrosos que se producen o pueden producir si
se fuma. Pues bien, hacia 1920, los publicistas americanos ya sabían que solamente en torno al 4%
de los receptores de un mensaje publicitario pueden cambiar su conducta en el sentido deseado
sobre bases racionales, y que apelar a emociones, instintos o mecanismos subliminales es mucho
más eficaz para un publicista que la mera comunicación racional del problema y su origen (o de las
virtudes de su producto en venta).
Más reciente que el modelo KAP es el recurso a las técnicas del coaching, o simplemente al
entrenamiento. Originariamente procedentes del ámbito de la psicología clínica, difieren de ella en
que su objetivo no es tratar o rehabilitar enfermedades, sino que intentan desarrollar y potenciar
habilidades y cualidades personales en contextos complejos. Es posible, por ejemplo, que para
entrenar a las personas en la mejora de su salud a través de la correcta nutrición, haya que
enseñarlas a cocinar y a disfrutar de la cocina; que para recuperar la movilidad de la espalda no solo
haya que rehabilitar en el sentido fisioterapéutico, sino también adaptar el domicilio entero, enseñar
de forma directamente supervisada a sentarse, a incorporarse, a movilizar cargas, a atarse los
zapatos; en fin rediseñar un plan de vida orientado a la salud. Es posible, aunque sea verificado en
en el futuro.
Pues bien, el anciano aúna con frecuencia a la presencia de enfermedades, pérdidas fisiológicas y
mermas sensoriales, a veces sutiles e iniciales, que sin constituir una enfermedad presdisponen
grandemente a desajustes del conjunto de la economía, que contribuyen a la espiral de la perdida de
salud en la vejez.
Y en este campo, la eficacia de la educación para la salud no es necesariamente inferior en el viejo
que en el joven, lo que sucede, y ese es el núcleo de mi intervención, es que el mensaje puede
simplemente no llegar. Veamos de qué modos.
Por un lado, está el hecho obvio de que la disminución de la agudeza visual y auditiva del anciano
lo vuelve vulnerable a accidentes e impermeable a mensajes de alerta, mensajes educativos y
promotores de salud o meros mensajes instrumentales sobre uso de medicamentos, los autocuidados
y todos cuantos se nos antojen posibles. Los ancianos ven mal, oyen mal y esto merma nuestra
capacidad de comunicar mensajes de naturaleza promotora de salud y cualquier otra. Sin embargo,
y es ahí cuando entran los poderes públicos en acción, la perdida visual y auditiva tiene origen
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prevenible en muchas ocasiones (laboral, por ejemplo) y tiene tratamiento y rehabilitación
profundamente desatendida por la sanidad y los servicios sociales (listas de espera para consultas de
especialistas, exclusión larvada de las visitas preventivas a los mayores, nula financiación de los
aparatos para sordos o de las prótesis visuales, lo que ocasiona un sesgo de pobreza y una brecha
social que dificulta sin duda la promoción de la salud y favorece los accidentes y la pérdida de
esperanza y de calidad de vida.
Pero por otro lado, puede que el mensaje no llegue porque el vehículo sea equivocado. Y es ahí
donde ha nacido, y no solo entre ancianos, la llamada brecha digital. La mayoría de la
intensificación de la comunicación en salud (y de todas las comunicaciones) exigen ya dispositivos
electrónicos con pantallas pequeñas y luminosas, teclados virtuales y requieren conocimientos a
veces avanzados de informática y de la propia tecnología cambiante, vacilante, insegura y en todo
caso novedosa para un anciano que no ve bien, no oye bien, no tiene dinero para comprar un
dispositivo y carece de una conexión de banda ancha para poder recibir el supuesto mensaje que le
ayuda le cuida o lo protege. El anciano o simplemente el hombre o mujer de más de 50-60 años no
es nativo digital, no le gusta el entrono de los smartphones, le aburre, lo considera intrusivo,
ominosamente lento a veces, insoportablemente veloz otras. Considera que vida era más feliz antes
sin esos requerimientos. En torno a la mitad de la población española usa poco o muy poco la
tecnología y dice no gustarle o no sentirse cómodo con ella.
Y la sociedad y el sector sanitario reacciona ncon más tecnología orientada hacia los nativos
digitales, ignorando esa pavorosa brecha digital que lleva a que nuestros mayores sean los
modernos excluidos del sistema. Piensen, por ejemplo, en que para pagar los impuestos hay que
hacerlo con un ordenador conectado a Internet. Si carece de él puede ir a las oficinas de Hacienda,
pero habrá de solicitar cita previa por teléfono, atendiendo a las instrucciones de una grabación
robotizada. Piensen incluso, que para ser atendido en Atención Primaria ha de usarse un
procedimiento de cita previa de este estilo, por Internet o por teléfono; ancianos que no oyen bien,
que no ven bien, que odian hablar por teléfono, que olvidaron y perdieron las gafas o que las tienen
pero no las usan...
Imagino que más tecnología puede ser la solución, cuando se generalicen sistemas de
reconocimiento de voz o dispositivos que se anticipen incluso a la emisión del sonido; aplicaciones
y dispositivos que transmitan mensajes desde el anciano ante variables fisiológicas que orienten a
sus cuidadores, por ejemplo. Pero estas soluciones no serán útiles si no llegan a todos, si no son
fuertemente apoyadas por los poderes públicos. Y plantearán de nuevo retos y dudas en el ámbito de
la privacidad y del respeto a los derechos civiles.
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Entre tanto, hay que urgir a la comunidad médica, sanitaria en general, científica y a la sociedad
para que esté alerta ante esta brecha tecnológica y digital relacionada con la edad (y también
relacionada con la pobreza); al conjunto de barreras que ha creado la tecnología en los mayores, que
no parece que vaya a ser resuelta de modo inminente y que se ha constituido, en mi opinión, en un
problema emergente tan grave como lo es o lo ha sido hasta fecha reciente el de las barreras
arquitectónicas para los discapacitados físicos.
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