Revista FDS - Número 005

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Revista FDS - Número 005
El contenido de este archivo corresponde al número 5 de la Revista Fuera de
Series, que fue publicado el 03/06/2014.
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Revista Fuera de Series - Número 5 (Junio 2014). www.fueradeseries.com
EDITORIAL
POR JORGE NAVAS ALEJO
Pocos eventos generan tanta cantidad de noticias como un festival o una entrega de
premios. El runrun arranca semanas o meses antes con los pronósticos y las
quinielas tanto de la prensa especializada como del público de a pie. Finalmente,
llega el momento de la ceremonia o entrega de premios en sí, donde todo el mundo
está expectante para ver la reacción de los premiados (bueno, a decir verdad, en
realidad nos gusta más ver la cara que ponen los perdedores). Durante ese rato, por
alguna razón que debe tener una explicación razonable a nivel sociológico y/o
psicológico, hacemos piña y nos alegramos cuando alguna de nuestras series,
películas, directores o intérpretes favoritos se lleva un galardón. Sin embargo,
cuando el premiado es otro de los nominados, nos ponemos como energúmenos y
por nuestra mente se cruza el siguiente pensamiento: ¿A esa mierda le han dado el
premio? Venga, por favor, menudo tongo.
Curiosamente, a pesar de que hay un buen puñado de festivales y premios cada año,
apenas conocemos nada sobre ellos más allá de la información que nos sirve la
prensa especializada a modo de reseñas y entrevistas, así que pensamos que sería
interesante dedicarle este segundo número especial a esta temática en concreto.
Hasta la fecha, el nivel de envidia que sentíamos hacia Patricia Puentes era
bastante elevado, pero cuando nos enteramos de que lleva años sin faltar a su cita
con la Comic-Con de San Diego, no os hacéis una idea de la cota que alcanzó el
mencionado sentimiento. Bromas a parte, es un lujazo increíble poder contar con
ella y que nos cuente con todo lujo de detalles en su artículo Comic-Con: la típica
convención para fans, frikis y prensa especializada, cómo se prepara y
cómo vive una periodista un evento al que, con casi toda seguridad, varios
millones de seriéfilos soñamos con algún día asistir.
Desde el mismo día en el que presentamos la Revista, a Raúl Cornejo le
encargamos la tarea de contarnos cómo vive él esos días en los que se desplaza a la
localidad de Sitges para disfrutar del archiconocido Festival Internacional de Cine
Fantástico que allí se celebra desde nada más y nada menos que el año 1968. Si
alguna vez tienes pensado ir, dudamos mucho de que exista una mejor guía sobre
cómo (Sobre)vivir en el festival de Sitges que la que nos cuenta el locutor y
escritor de Vivir Rodando.
Hace un par de meses tuvimos la suerte de charlar con Javier Aguayo, un actor
alicantino que formó parte del equipo de Aquel no era Yo, el multipremiado corto
documental sobre los niños-soldado que llegó a ser proyectado en la sede de la ONU
y fue la única producción que representó a la industria española en la última gala de
los Oscar al ser nominado en la categoría de Mejor Cortometraje de Ficción.
Hablamos con él en el programa FDS S07E29: Caja de galletas…!, pero como
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nos supo a poco, le pedimos que nos redactara 20 preguntas y respuestas
sobre la ceremonia de los Oscar, ya que nadie mejor que él nos puede contar
qué ocurre antes, durante y después de la alfombra roja más cotizada y con más
glamour del mundo.
Jordi Sánchez-Navarro no lo sabe (bueno, ahora igual ya sí), pero la familia
Navas al completo asistimos hace casi dos décadas a una de las ediciones del Salón
del Cómic de Barcelona que él mismo dirigió, por lo que fue algo muy especial
conseguir que escribiera un artículo para nosotros. Festivales, una cuestión de
programa es uno de esos artículos que merece la pena leer y releer una y otra vez,
ya que el haber sido subdirector del Festival Internacional de Cine Fantástico de
Sitges y programador de Imagina't, la sección de animación del mencionado
festival, convierte al autor en uno de los referentes nacionales dentro del sector de
la programación cultural y una de sus voces más autorizadas.
Para terminar, tenemos uno de los artículos más especiales que hemos publicado
hasta la fecha. Beatriz González, con una narrativa que te enamora desde la
primera frase, nos cuenta en Ruta 66: Sentimientos e inquietudes
americanas de una adicta a las series el viaje que realizó el año pasado por la
mítica red de carreteras que une Chicago con Los Ángeles, pero con una variante
que hace que su relato encaje a la perfección en este número: pararon en
muchísimas localizaciones que se han utilizado en series de televisión y, además,
hicieron coincidir el final del viaje con el día en que se entregaron los premios
Emmy.
Llevamos mucho tiempo pensando en este número especial y esperamos que
disfrutéis leyendo los artículos tanto como nosotros preparándolos. Aunque ya nos
los sabemos casi de memoria, podéis dar por hecho que vamos a volver a leerlos una
vez más... Y luego otra, y otra, y otra...
P.D: Como regalo de mitad mes, hemos publicado un nuevo artículo. En Festival
de Series (o similar), Alberto Rey nos habla de por qué hasta la fecha no
hay grandes festivales de series de televisión y qué haría falta para que los hubiera.
No os lo podéis perder.
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COMIC-CON: LA TÍPICA
CONVENCIÓN PARA FANS,
FRIKIS Y PRENSA
ESPECIALIZADA
POR PATRICIA PUENTES
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mes.
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acondicionado traicionero, cargador del móvil, cargador del portátil, pilas,
grabadora, botella de agua, frutos secos (imprescindibles porque entre ruedas de
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prensa y entrevistas que se solapan unas con otras nunca se sabe cuándo va a haber
tiempo de comprarse algo para comer), protección solar, libreta para tomar notas y
mucha energía. Esto es lo que llevo ya seis años metiendo en la mochila cada mes de
julio para mi visita anual a la Comic-Con (aunque, en realidad, juraría que en los
dos primeros pequé de novata y me dejé los frutos secos).
Comic-Con, la convención de cultura popular y orgullo friki que se celebra cada
verano en San Diego, hace años que fue tomada por Hollywood y, en realidad, la
presentación de películas de gran presupuesto o de la última serie de género
fantástico acaban dominando sobre el mundo del cómic. Pese a ello y pese a sus
130,000 asistentes anuales, sus organizadores han conseguido preservar el espíritu
fan de ediciones anteriores y su carácter único y alternativo.
Experimentarlo únicamente como fan tiene que ser una pasada, aunque nunca ha
sido mi caso. Hacerlo como prensa tiene muchas ventajas y algún que otro
inconveniente. Os cuento a continuación...
Lo bueno
- ¿Recordáis el capítulo de The Big Bang Theory de este año donde la troupe se
dedica a darle al botón de actualizar del teclado repetidamente, a cuatro bandas, y a
pesar de ello los chicos se quedan sin entradas para Comic-Con? Conseguir tickets
no es nada sencillo. Cada año se suele colgar la página oficial de la convención en la
fecha que las entradas se ponen a la venta y siempre se acaban fulminantemente.
Hacerse con un pase de prensa tampoco es fácil, pero pasado el proceso de
selección pertinente y demostrando que te dedicas a esto, es posible conseguir uno
sin demasiados problemas informáticos ni necesidad de llamar a Howard Wolowitz
y compañía. Solo por el hecho de poder asistir bien merece la pena lo de tener que
trabajar durante la convención.
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Una instantánea del interior del recinto de la Comic-Con © 2013 SDCC
- El ambiente. La cosa suele empezar ya en el tren que hace el recorrido desde Los
Ángeles a San Diego, donde es posible ver a la gente perfectamente ataviada de
soldado imperial, Spider-Man, Harry Potter, Poison Ivy o Khaleesi (algo que se
alarga durante los cuatro días que dura la convención). Si hay algo que caracteriza a
los asistentes de Comic-Con es su pasión por la cultura popular, su buen rollo y lo
muy en serio que se toman el tema del vestuario (ya sea en forma de camiseta
sacada del armario de Sheldon Cooper o en forma de disfraz muy currado de ídolo
de Sheldon Cooper).
- San Diego. En esta ciudad del sur californiano, el sol y las buenas temperaturas
están asegurados. El centro de convenciones donde se celebra la Comic-Con hace
años que se ha quedado pequeño e incluso se rumoreó que podría trasladarse a otra
ciudad con una infraestructura mayor (Los Ángeles, Anaheim y Las Vegas llamaron
con insistencia a la puerta de los organizadores de la convención). Por suerte, por el
momento la Comic-Con sigue abonada a San Diego, por lo que no tendremos que
prescindir del encantador paseo por el histórico Gaslamp Quarter para llegar al
recinto del festival mientras te impregnas del carácter tan jovial y alegre de su
gente.
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Los exteriores del recinto donde se celebra la Comic-Con © 2013 SDCC
Lo no tan bueno
- Aquí todo vale. Llevo ya varios años haciendo el chiste (malo) de que el año que
viene Meryl Streep presentará su próxima película en la Comic-Con y, pese a que no
creo que llegue a pasar, uno nunca sabe. Las vinculaciones con el mundo del cómic
son cada vez más inexistentes (y visto lo visto, totalmente innecesarias) para
legitimar y justificar la presentación de un proyecto en esta convención. Está claro
que algo como The Walking Dead, la misma The Big Bang Theory o True
Blood son el tipo de series perfectas para esta audiencia, así como la última peli de
Marvel, la siguiente de Hobbit, la próxima adaptación de una serie de novelas
fantásticas para jóvenes adolescentes (véanse Crepúsculo, Divergente , ...) o
incluso películas como El juego de Ender (lo cual trae de la mano la presencia de
Harrison Ford, que no está nada mal)... Pero es que en ediciones anteriores de la
Comic-Con he hecho entrevistas o asistido a ruedas de prensa para cosas tan
inverosímiles para unas jornadas a priori centradas en el mundo del cómic como
Sherlock, Bates Motel, Weeds, Bones, Dexter o Burn Notice.
Excepto series muy muy sesudas y/o que se toman a sí mismas muy en serio (como
Mad Men o True Detective, por ejemplo), casi todo es carne comic-conera en el
apartado televisivo de la convención. Ahora que lo pienso, también alguna que otra
serie que se tomaba a sí misma muy en serio ha pasado por aquí, porque de hecho
Showtime presentó aquí a Homeland en la edición de 2011 antes de que se
estrenara su primera temporada. La conclusión que se extrae es que no tiene que
existir una vinculación mínima con el género fantástico, de terror o de ciencia
ficción, sino que para que un estudio decida presentar aquí su serie basta con tener
una serie con un fan base lo suficientemente grande y sedienta por ver a sus ídolos
en directo.
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En el tema cinematográfico, las distribuidoras seleccionan un poco más y no es
habitual que las películas a presentar no tengan una relación más o menos directa
con el género fantástico, de terror o de ciencia ficción. Eso sí, también hay
excepciones, como por ejemplo las películas de animación sean de la temática que
sean o, simplemente, ser la típica peli de acción y explosiones como Sherlock
Holmes o Los mercenarios. En realidad, los dramas serios o el cine
independiente son lo único que queda excluido... Aunque yo estoy convencida de
que cualquier año vemos a la Streep presentando su proyecto.
En resumen, la Comic-Con se ha convertido en una especie de festival de cultura
popular donde la dependencia del mundo del cómic es completamente innecesaria y
Hollywood dicta las normas. Su objetivo: cautivar a la audiencia del codiciado
Hall H, con capacidad para 6.000 fans. En él se presentan clips exclusivos de
películas (también y cada vez más, series potentes como Juego de Tronos). Los
fans asisten a una sesión de preguntas y respuestas con los creadores y actores de
este tipo de títulos e incluso se les permite hacer sus propias preguntas. Por
supuesto, el objetivo a conseguir es conseguir que obre el milagro del boca a boca,
se consiga ser trending topic y, de esa manera, comenzar a promocionar tu película
o serie a lo grande muchos meses antes del estreno.
Presentación de El Juego de Ender, con Harrison Ford © 2013 SDCC
- Tener la sensación de que no estás en la Comic-Con cuando en realidad
llevas todo el día metido en la dichosa convención. Es un poco frustrante
tener que leer Deadline Hollywood para enterarte de qué ha pasado en el Hall H
o el Ballroom 20 (de dimensiones un poco más reducidas que el Hall H y hasta hace
poco consagrado exclusivamente a las series de televisión). Hay dos razones por las
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que a veces me planteo dejar de acercarme a los centros neurálgicos de la ComicCon a pesar de que con toda seguridad ahí van a estar sin duda los titulares del día.
En primero lugar, las colas para entrar a ver a la gente de Game of Thrones, el
último título de Quentin Tarantino o la presentación de Peter Jackson suelen ser
interminables. La única manera de evitarlas es dormir en la calle o levantarse a las
tres de la madrugada para ir a hacer cola pronto... Y yo ya no tengo edad.
En segundo lugar (y esto tiene que ver bastante menos con mi pereza y mucho más
con la envidia), a la misma hora que los fans se lo están pasando en grande dentro
del Hall H, las actividades para prensa no cesan. De hecho, son tantas que ni
siquiera cabemos ya en el centro de convenciones y desde hace años nos han
mudado a un hotel adyacente. El solapamiento de entrevistas y ruedas de prensa es
tal que, a no ser que seas Tatiana Maslany y tengas un clone club particular, es
imposible hacerlo todo y estar en todas partes. A menudo hay que verse obligado
incluso a cancelar entrevistas en el último momento o llegar tarde (algo que es
completamente inadmisible durante el resto del año pero que aquí todo el mundo
acepta con resignación porque sabe que es lo que hay). La saturación de pasarte
todo el día de evento tras evento es tal que he visto a colegas dirigiéndose a Frank
Miller creyendo que era Alan Moore. Yo misma he tenido que aguantar el tipo en
entrevistas de una serie de televisión de cual no había visto ni un solo capítulo o en
las que me tocaba adivinar si el entrevistado que tenía delante (y del que ningún
publicista había pensado en darme su nombre y apellido) era un actor
semidesconocido de una serie nueva o su productor. La regla de oro para estos
casos suele ser la siguiente: Si el entrevistado es joven y tirando a guapo según los
cánones estándar de belleza actual en Hollywood, suele ser un actor. Si el
entrevistado es menos joven y no se le adivinan unas abdominales perfectas debajo
de la camiseta friki que lleva puesta, suele ser un productor o guionista.
- Las aglomeraciones. No es solo que haya que dormir en la calle para entrar al
Hall H, sino que la odisea personal de mucha gente no termina precisamente ahí.
Las colas en Starbucks para el desayuno de la mañana o para comprar un bocadillo
caro y bastante insulso a mediodía son de aúpa, pero nada comparables con las que
se dan a última hora del día cuando llega el momento de volver a un hotel (que casi
siempre está en la otra punta de la ciudad) y al que solo se puede llegar gracias a
una línea de autobuses siempre llenos (pero gratis, eso sí) ofrecidos por la
organización. Cierto es que también puedes ir conduciendo con tu coche, pero
conseguir una plaza de parking es casi imposible y es tan caro que mejor ni
planteárselo. Hay que decir que por lo menos todo el mundo es muy educado y
nunca he visto a nadie intentando colarse. Más bien, la gente aprovecha para
socializarse y hacer amigos nuevos en la cola, contándose las batallitas del día y
enseñando lo que han comprado en la sección de merchandising de la convención.
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Foto de la cola para entrar en el Hall H
Lo más
Pero está claro que el motivo por el que seguir yendo año tras año religiosamente a
Comic-Con no es ni el masoquismo ni el buscando de sol (viviendo entre San
Francisco y Los Ángeles, lo tengo asegurado igualmente), sino el tipo de cosas que
solo pueden pasar allí:
- El desayuno zombie. La gente de The Walking Dead hace años que organiza
un desayuno para prensa internacional con el equipo de la serie. Lo montan en la
terraza de uno de los hoteles del centro de la ciudad y, además de alimentar al
personal, tienen detalles la mar de divertidos. El año pasado nos metieron a un
zombie (muy civilizado, todo sea dicho de paso) en el ascensor que nos subía hasta
el sarao. Una vez allí, desayunamos con los actores y productores de la serie,
pudiendo preguntándoles ahí mismo por la nueva temporada.
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El "simpático" zombie que nos escoltaba en el ascensor al desayuno con el equipo
de The Walking Dead
- Tropezarse con George R.R. Martin por la calle. Lo de pasear por ComicCon como si tal cosa no es lo más aconsejable del mundo si te llamas Norman
Reedus y eres el único personaje que todo el mundo sabe que no se pueden cargar
en The Walking Dead. Hay muchas posibilidades de que te asalte una
muchedumbre de fans entusiasmados (como le pasó a Reedus el año pasado, que
incluso tuvo que ser rescatado por un equipo de los hombres de negro encargados
de la seguridad en el evento). Si eres un escritor o un guionista lo de pasear por
Comic-Con se hace bastante más fácil y no tiene tantos peligros, pero puedes dar
por hecho que si eres el escritor de Canción de Hielo y Fuego y vas ataviado con
tu gorrita y sus tirantes tan característicos, te van a reconocer sí o sí.
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Bryan Cranston se disfrazó de Heisenberg (con máscara y todo) y pasó
completamente desapercibido en la Comic-Con 2013 © 2013 SDCC
- El merchandising. Las posibilidades para hacerse con souvenirs de series y
películas son infinitas en este festival. Con los años he ido recolectando desde un pie
humano (comestible y que luego hubo que tirar) que me regaló la gente de
Resident Evil 5, hasta un llavero de Bates Motel que utilizo para las llaves de
casa, pasando por el sombrero de Observador con el que hice las entrevistas de la
última temporada de Fringe, el gel desinfectante que protege del virus simio que
ha infectado a los humanos en El amanecer del planeta de los simios o la
toalla de playa supuestamente manchada de sangre tras la eliminación de un
caminante de The Walking Dead en ella.
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El Pie Humano comestible de Resident Evil 5
- Ver cómo Sir Ian McKellen le tira los trastos a Michael Fassbender.
Uno de los mejores momentos de la edición del año pasado fue la rueda de prensa
con el equipo de X-Men: Días del futuro pasado. Eran tantos que no nos cabían
en la foto y los periodistas estábamos más en plan fanboy que no se puede creer su
suerte por estar ahí que profesionales serios que tienen que trabajar. Entre los
asistentes: Hugh Jackman, McKellen, Patrick Stewart, James McAvoy, Fassbender,
Jennifer Lawrence, Peter Dinklage, Ellen Page, Halle Berry... y me dejo nombres. Lo
mejor fue el flirteo juguetón de McKellen hacia Fassbender (en el film, ambos
actores interpretan a Magneto en diferentes momentos de su vida). McKellen
bromeó sobre la idea de poder trabajar en una película que le permitía acabar
convirtiéndose en alguien como Fassbender y en el panel posterior de presentación
de la peli se atrevería incluso a insinuarle al protagonista de Shame que andaba en
busca de marido.
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El equipo de X-Men: Días del futuro pasado al completo
- De charla con Steven Moffat y Mark Gatiss. Otro de los momentos
memorables de la última edición fue la entrevista con los creadores de Sherlock,
Steven Moffat y Mark Gatiss, que compartieron el secreto de la calidad de su serie:
pocos capítulos y bastante espaciados en el tiempo. Los protagonistas de Sherlock,
Benedict Cumberbatch y Martin Freeman, no pudieron asistir a las entrevistas pero
no los echamos demasiado de menos. Sinceramente, siempre acaba siendo más
satisfactorio poder hablar de tele con dos creadores televisivos (que además son
muy fans del medio) que con los intérpretes.
Steven Moffat y Mark Gatiss
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- Momento Peter Jackson número 1. En la edición de 2009, Jackson acudía
como productor de District 9 (que luego se convertiría en film revelación).
Conversar con el neozelandés sobre cine fue una pasada, a pesar de que cuando
llegó a la entrevista apenas le reconocí: estaba tan delgado que parecía más uno de
los hobbits de sus películas que el director de barriga redondeada y mejillas
generosas que estábamos acostumbrados a ver.
- Momento Peter Jackson número 2. En 2011, ya con un peso que lo hacía más
reconocible a simple vista, Jackson se vino con Steven Spielberg a hablar de Las
aventuras de Tintín. Yo entonces no tenía idea de que la película no me iba a
gustar. Lo único que sabía era que Spielberg y Jackson iban a hablar de su versión
cinematográfica sobre mi reportero belga favorito.
- Momento Peter Jackson número 3. En la edición de 2012 le pregunté a Peter
(después de tantos encuentros ya te puedes dirigir a él por su nombre de pila) si era
fan de Sherlock. Durante la presentación de la primera de las tres películas de El
Hobbit quise saber si era ése el motivo por el que el cineasta había escogido a
Freeman para el papel protagonista de su nueva trilogía... y la respuesta fue
evidentemente afirmativa.
- Momento Guillermo del Toro. Del Toro es uno de esos directores con los que
no querrías que las ruedas de prensa terminaran nunca. Con él, la buena
conversación, las anécdotas continuas y el sentido del humor están siempre
garantizados. Daba igual que el mexicano tuviera sentado a su lado al bollicao
Charlie Hunnam para hablar de Pacific Rim: la prensa sólo tenía ojos y oídos para
Del Toro.
Por si quedaba alguna duda, este año vuelvo y con un poco de suerte viviré el
Momento Peter Jackson número 4. Ya tengo la mochila lista.
PATRICIA PUENTES
Periodista y escritora expatriada en California. Se enamoró del cine con El padrino
II y de la televisión con Doctor en Alaska. Entrevista a profesionales del medio
además de escribir sobre pelis, series y lo que le dejen en las revistas Acción y
Cinemanía. Autora del blog Versión Extendida.
Twitter: @PatriciaPuentes
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(SOBRE)VIVIR EN EL FESTIVAL
DE SITGES
POR RAÚL CORNEJO
En una escena de la película Summertime (2012, Norberto Ramos del Val), Alba
Messa y Ana Rujas discuten sobre en qué festivales se verá la película que están
rodando. Una de ellas cree que la película estará en los festivales más importantes
del mundo mientras que la otra le espeta: “como mucho estaremos en el Festival de
Sitges”. Uno podría creer que ese comentario es una burla hacia el ya mítico
certamen fantástico cuando es todo lo contrario. El Festival Internacional de
Cine Fantástico de Sitges se ha ido convirtiendo en una especie de contenedor
de lujo donde casi todo cabe. Aunque algunos piensan que esto ha sido
contraproducente para el evento, otros creemos que el festival ha ganado en cuanto
a la posibilidad de poder descubrir autores que generalmente son invisibles. El
hecho es que en el Festival de Sitges se proyecta una ingente cantidad de películas
en diez días: son casi veinticuatro horas ininterrumpidas de proyecciones, carreras
y caos que hace que factores como la resistencia física y mental sean vitales para
salir ‘con vida’. Por cuarto año consecutivo viajé al Festival de Sitges para poder
cubrirlo y pude volver sano y salvo para contarlo.
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Domingo 13 de Octubre: Bienvenidos a Sitges
http://www.youtube.com/watch?v=GiWrXDWVDqs
Mi llegada a Sitges se produce cuando la edición de 2013 tiene ya dos días de vida.
Los ecos de esas jornadas todavía resuenan. El buen sabor de boca dejado por la
película inaugural Grand Piano del alicantino Eugenio Mira o cómo ha
descolocado al personal Upstream color, la segunda película de Shane Carruth.
También siguen resonando los vampiros de Neil Jordan (Byzantium), la
interpretación de Juno Temple en Magic, Magic, la visita de Terry Gilliam con su
The Zero Theorem, la nostalgia setentera de Eli roth en The green inferno o la
personal visión de Disneyworld de Randy Moore en Escape from tomorrow. Eso
sin olvidar al maestro Sion Sono y su cinéfila Why don’t you play in hell. Todo
eso (y bastante más) habiendo pasado sólo dos días. Mucha información para
procesar teniendo que dejar hueco en la cabeza para la que viene. Además de todo
eso, a la misma hora que pongo un pie en Sitges se inicia la primera proyección de
La tumba de Bruce Lee del grupo Canódromo Abandonado. Una auténtica señal
ya que es una película que me acompañará durante todo el certamen y será mi
película ‘protegida’.
El centro neurálgico del Festival de Sitges se sitúa en el Hotel Meliá. Zona de
prensa, sitio para comprar entradas, la Sala Tramuntana para eventos y,
principalmente, el Auditori, donde se puede disfrutar de las películas ‘a lo grande’.
Como buen hotel que es sirve de hospedaje para invitados, periodistas y gente de la
organización. Un gran hotel. Un caro hotel. Por ello, un ‘periodista de guerrilla’
como el que escribe debe buscar otras soluciones, ya que en estos ocho días de cine
cada euro que salga de mi cartera cuenta. La solución al hospedaje llegó el primer
año al encontrar un hotel de precio razonable y trato exquisito al cual he acudido
fielmente cada año y se ha convertido en una segunda casa. Además, resulta ser un
lugar con gran posición estratégica, ya que se encuentra a escasos metros de los
otros dos cines donde se proyectan películas en Sitges (Retiro y Prado). Estrategia
es una palabra clave, porque el Festival de Sitges tiene mucho de batalla donde se
pone a prueba tu resistencia física y mental. Por eso, cada metro que ganes será un
metro que tus piernas sientan menos.
Después de llegar al hotel y establecerse, es hora de ir al Hotel Meliá a recoger la
acreditación. Desde el centro de Sitges donde se encuentra mi hotel hasta el Meliá
hay más de un kilómetro de distancia que te lleva a recorrer casi todo el pueblo. Si a
eso le sumamos que es casi todo en cuesta, no podemos hablar precisamente de un
paseo... Y la cosa no termina ahí, puesto que esa distancia tiene que ser recorrida
varias veces en un mismo día (muchas de ellas sin comer o habiendo dormido pocas
horas) y, generalmente, en una carrera loca para poder llegar a tiempo a la
proyección siguiente que te toca. Pero estamos a domingo y en el horizonte sólo una
película. Eso sí, qué película. Nada menos y nada más que The World’s End de
Edgar Wright con la que el director británico cierra la brillante y divertida Trilogía
del Cornetto tras Shaun of the dead y Hot Stuff. Una vez recogida la
acreditación, teniendo el primer desencuentro organizativo y habiendo disfrutado
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del reencuentro con la playa de San Sebastián, uno ya podía disponerse a vivir una
nueva edición del Festival de Sitges.
El primer día iba a saltarme una regla (bastante laxa) que tengo como es no ver
películas en la última franja de la noche. Las razones son muchas, pero la principal
es que ya que renuncias a comer con cierta normalidad durante una semana, no
parece muy conveniente hacerlo también con la cena. Además, es preferible pegarse
un maratón de películas cuando hay sol que cuando se pone la noche. Pero esta
regla algo arbitraria se puede saltar cuando lo que te espera es pasar un rato con
alguien que nunca te falla como Edgar Wright. La noche puede merecer la pena si a
eso le sumamos como aperitivo un documental sobre Jesús Franco que se pone
horas antes en la Sala Tramuntana. La última película de Jesús Franco de
Pedro Temboury es un sencillo pero efectivo documental donde diversos
colaboradores y amigos del director le recuerdan. Sin duda, los inteligentes apuntes
que hace Carlos Aguilar es lo que queda en el recuerdo. Si mi Festival de Sitges se
había inaugurado con una sencilla película, lo que venía después era la bomba. De
hecho, era unas de las bombas del festival. Eso sí, Sitges puso a prueba la paciencia
que hay que tener en este tipo de eventos a la primera de cambio. La agenda marca
que The World’s End empieza a las 22:45 en el Auditori. El sentido común te dice
que deberías empezar a hacer cola para entrar a las 22:15. El problema viene
cuando lo segundo se cumple... pero lo primero no. Quince minutos después de
llegar a una cola larguísima, una persona de la organización cuelga un cartel
anunciado el retraso aproximado de la película de... ¡unos cuarenta minutos! Un
cúmulo de sensaciones pasan por tu cabeza y ninguna de ellas es positiva. Te
esperan cuarenta minutos de estar de pie, con frío y sin ninguna radio o libro que te
distraiga el pensamiento. Delante mía hay un grupo de jóvenes comentando (a
gritos) lo malas que les parecieron todas las películas de madrugada del día
anterior. Eso sí, todos confiesan haberse divertido mucho viéndolas, lo que no deja
de ser un contrasentido. Detrás de mí, varias parejas pasan la espera entre besos y
arrumacos. Es obvio que ninguno de los dos grupos hará más amena mi espera. La
rendición en forma de regreso al hotel pasa por mi mente pero un nombre frena esa
tentación: Edgar Wright. Cerca de la medianoche ya me encuentro en mi asiento en
un Auditori completamente abarrotado. Una vez que te encuentras sentado un año
más en tu sitio de siempre todo cobra sentido. Y lo es más si tienes ante sí una
película tan divertida e inteligente como The World’s End. Meses después de
finalizar el Festival de Sitges, la película de Edgar Wright será distribuida de
manera vergonzante en España como suele ocurrir con todas las películas del
director. No será el único caso. Eso sí, el buen sabor de boca que deja la película
hace que te olvides de que sales del cine a las tantas de la madrugada, que te queda
un largo camino hacia el hotel y que mañana deberás estar despierto a las seis de la
mañana, momento en el que de verdad empiece el Festival de Sitges para mí.
https://www.youtube.com/watch?v=n__1Y-N5tQk
Lunes 14 de Octubre: Una tumba hipnótica
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No importa a qué hora uno se haya dormido el día anterior ya que Sitges te reclama
bien pronto. Antes de las siete de la mañana hay que estar delante de la pantalla
dispuesto a coger entradas disponibles para películas en las que no vale la
acreditación de prensa. Y además de estar dispuesto, hay que ser rápido porque esas
entradas vuelan en apenas segundos (literalmente). Descansar por la noche no es
una opción viable en Sitges. A favor de este sistema (que es algo criticado) hay que
recordar que el método anterior era hacer interminables colas justo a la hora de
comer. Como creo que hacer cola es uno de los grandes males de la sociedad, me
quedo con el sistema actual. Pues con entradas o sin ellas, y con un madrugón que
se repetirá prácticamente todos los días, comienza el Festival de Sitges.
El primer día en Sitges es tiempo para reencontrarse con sus calles, saber que los
restaurantes habituales y fiables siguen en su sitio y volver a ver su playa, a la que
uno visitará cada vez que acuda al Auditori. Pero este lunes está marcada como un
día tranquilo. Un pase relativamente temprano (diez de la mañana) de Machete
Killls, la nueva película de Robert Rodriguez, resulta un inicio agradable. A pesar
de una duración desmedida, ver a Mel Gibson como villano demente hace que
merezca la pena y tenga todo el sentido su presencia en el festival. Una de los
atractivos más interesantes del Festival de Sitges son los documentales que
generalmente huyen del canon habitual. Y habitual suele ser que dos películas
interesantes coincidan en la misma franja horaria. Milius, sobre el gran director y
guionista John Milius, y Persistence of vision, sobre un proyecto del animador
Richard Williams, rivalizaban en interés y horario en Prado y Retiro. Otro
escenario común en Sitges es la coincidencia horaria entre dos películas que además
te suelen interesar por igual, lo que a uno le lleva a estrujarse la cabeza haciendo
listas con pros y contras sobre qué película ver. Al final pasará algo absurdo y es que
uno se acaba arrepintiendo de la decisión tomada pensando que la película
sacrificada sería la más importante de su vida. La personalidad arrolladora de John
Milius venció la batalla y acudí sin apenas a comer a ver el correcto documental
sobre su vida. Tocaba hacer el trayecto (siempre cuesta arriba) Prado – Auditori
esta vez con tiempo de sobra. La próxima película a la que tenía que acudir me
había llevado a sacrificar el pase de Il deserto dei tartari de Valerio Zurini en la
estupenda sección que es Seven Chances. La película ni siquiera se iba a proyectar
en la sala grande del Auditori sino en la pequeña sala Tramuntana, dedicada por lo
general a charlas o encuentros con la gente. Esta sesión de La tumba de Bruce
Lee de Canódromo Abandonado en realidad era un pase extra para todos los que se
perdieron su estreno en Sitges el día anterior. Allí estaba con unas diez o quince
personas dispuestas a ver una película financiada por crowfunding por un grupo
del que sólo conocía por algunos videos y por tener el mejor nombre artístico de la
historia. Al final, La tumba de Bruce Lee resultó un viaje hipnótico, fascinante y
a su manera divertido en unos Estados Unidos irreal. El festival de Sitges con
mucha gente y muchas películas puede ser un sitio cruel y así trató a la película de
Canódromo Abandonado. Quizá eso también influyó en que la película de Julián
Génisson, Lorena Iglesias y Aaron Rux fuera la película que defendería a capa y
espada.
https://www.youtube.com/watch?v=yoHViX5N2i0
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Martes 15 de Octubre: Gente en Sitges
Ya no hay medias tintas. Hoy toca un día completo con películas a todas horas y con
la clásica carrera que te obliga a recorrer Sitges para llegar a tiempo a la siguiente
película. Tener un día completo te lleva al madrugón habitual, un desayuno rápido y
acudir al Auditori a la primera sesión de las ocho y media de la mañana (glups). Eso
sí, antes habiendo hecho la correspondiente cola que puede ir entre los quince y
veinte minutos. Dado que era el primer contacto con la fatídica hora de las ocho de
la mañana se agradeció reencontrarse con el agradable (y breve) absurdo de
Quentin Dupieux con Wrong cops. Un aperitivo para el plato fuerte que era la
película siguiente, el Sólo dios perdona de Nicolas Winding Refn, que había sido
machacada en el Festival de Cannes meses atrás. Los que sospechábamos de esos
‘reproches franceses’ teníamos razón ya que la película de Winding Refn lucía en
todo su esplendor en la pantalla grande del Auditori. Toda la majestuosa paleta de
colores que tenía la película (que acabó ganando el premio a mejor fotografía)
coordinaba perfectamente con la violencia y sequedad de su historia. Una maravilla
que ejercía como siniestro complemento de Drive. Curiosamente, la película de
Winding Renf no se libró de los pitos tampoco en este festival. Sitges no perdona.
Pero no tocaba pensar ahora en eso sino en salir corriendo para después de pasar
por el cementerio y playa de Sant Sebastiá y recorrerse todo Sitges para ponerse en
la cola del Prado. La cita es con otra de las películas más esperadas del
certamen: Gente en sitios, de Juan Cavestany. En una sala a reventar (en
realidad, en todos los pases es así) como con la cinta de Winding Refn, no hubo
decepción posible. Cavestany había reflejado la España moderna mediante una
serie de secuencias brevísimas que hablaban sobre la raíz del absurdo español. Y en
Prado vi una de las ovaciones más sinceras que se dio en todo el festival.
Con tres películas, un par de carreras y la hora de comer amenazando lo razonable
sería alimentarse. Pero lo razonable y estar en el festival no son cosas que siempre
vayan juntas. Comer en Sitges siempre es una cuestión de equilibrio entre la agenda
que tengas y la economía que dispongas. Lo primero siempre muy lleno y lo
segundo bastante vacío. Con el estomago rugiendo, toca una nueva carrera hacia el
Auditori para ver la nueva película de Ben Wheatley que tan buen sabor de boca
había dejado en anteriores ocasiones. Esta vez ocurriría lo contrario con A field in
England. A pesar de tener algún momento fascinante, desde mi asiento habitual
del Auditori puede más la pereza que da ese viaje en blanco y negro que nos ofrece
Wheatley. Está claro que A field in England es una llamada a mi cabeza para
comer algo y descansar para el último envite del día que era la sesión en pase único
de Enemy de Denis Villeneuve. Con el Auditori a reventar otra vez, la película dejo
un buen sabor de boca, en especial por esa dupla de rubias maravillosas que forman
Mélanie Laurent y Sarah Gadon. A pesar de su buen recibimiento la película, no
tendrá su estreno comercial en España hasta cinco meses después de su paso por
Sitges. Un problema que se repite año tras año en este y otros festivales es que la
mayoría de películas que se ven en el certamen jamás se estrenan en las salas
españolas, y los que lo consiguen lo hacen meses después. Por ello, uno se
encuentra con el panorama de hablar y recomendar sobre películas a gente que no
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tendrá oportunidad de verlas en un presente cercano. Una llamada de atención para
que los caminos de la distribución cinematográfica cambien.
https://www.youtube.com/watch?v=MhRKlwr1-KM
Miércoles 16 de Octubre: Fans de Shakespeare en Prado
Cuarto día en Sitges y segundo madrugón consecutivo. Esta vez, el camino hacia el
Auditori con el desayuno todavía en el estómago no sienta mal ya que la película de
las ocho de la mañana promete. The Congress, la nueva película de Ari Folman
que combina animación y acción real, cumple las expectativas. La película que
empieza como una reflexión sobre el mundo del cine acaba yendo más allá y siendo
una sobre el ser humano en general. Una maravilla que ganará merecidamente el
premio de la crítica y cuya visión sólo fue empañada por las dos veces que fue
interrumpida la proyección por motivos técnicos. Dichos problemas, en esta
edición, sucederán algunas veces en el certamen haciendo que los horarios se
solapen y llegando a provocar la suspensión de alguna película.
Y aquí llegamos a la gran polémica de todos los años. El Festival de Sitges programa
muchas películas todos los años, por lo cual se crítica duramente el hecho de
quecualquier mínimo retraso hace que toda la agenda se trastoque. Sitges es un
evento donde el cine prácticamente no para en ningún momento, ya que desde las
ocho hasta las cinco de la mañana continuamente se están poniendo películas.
¿Demasiadas? ¿Imposible abarcarlas todas? Seguramente sí, pero no es menos
cierto que si el festival programará menos películas nos perderíamos algunas joyas
escondidas que siempre parecen ‘películas de relleno’ y acaban siendo maravillosos
hallazgos.
No sólo de proyectar películas vive Sitges. Charlas, encuentros, presentaciones de
proyectos de todo tipo, ruedas de prensa... copan la agenda del festival. Hoy era
imprescindible oír el encuentro de Juan Cavestany para que nos descifre la
apasionante Gente en sitios. A pesar de la decepción de encontrarse con una sala
Tramuntana casi vacía y de que la presencia de Carlos Areces en la charla apenas
aporta nada (sólo trabajó un par de horas en la película), el encuentro
sorprendentemente tiene un gran interés. La sorpresa es que a pesar de haber
hecho una obra tan compleja e importante, Cavestany sea un autor humilde que
quiere quitarle trascendencia a su obra. Pero estamos en Sitges y hay que volver al
cine.
De nuevo toca comer con rapidez y sin pensar en ninguna digestión con un café de
por medio. Comer en un sitio rápido y no excesivamente caro sin recurrir a la
comida ‘basura’ que todos conocemos acaba siendo un reto. Una buena agenda con
sitios de confianza hace que evites realizar el experimento de prueba-error. A las
tres y media toca Computer Chess, que a la chita y callando se había convertido
en una de las películas más esperadas del certamen (no en vano, había sido la
portada ese día el periódico que saca el festival todos los días). Una vez cogido sitio
en la primera fila por una cuestión meramente práctica (en el cine Prado es
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complicado leer los subtítulos en otro sitio), uno hace un esfuerzo para olvidarse del
cansancio y meterse en la película. A pesar de sus buenas ideas, la experiencia es
complicada dado que el mundo onírico / nerd en blanco y negro de Andrew Bujalski
cuesta bastante. Quizás sea la hora o el lugar, pero los aciertos de Computer
Chess no son suficientes para salir del sopor. Además, el cansancio empieza a
hacer mella. Muchas caminatas, colas y comidas / cenas a destiempo empiezan a
hacerse notar poco a poco. Toca hacer (o concertar) alguna entrevista para el
programa anual sobre Sitges que realizo junto mi compañera Ángeles Gómez de
la web de divulgación científica Feedback Ciencia. Y sobre todo toca descansar
para despedir el día con un nombre de los grandes: Joss Whedon.
La última película del día que se proyectaba era Mucho ruido y pocas nueces, la
adaptación en clave moderna de la obra de William Shakespeare con su troupe de
actores habitual que Whedon había hecho aprovechando unas vacaciones. La
película, como casi todo lo de Joss Whedon, es entretenida, divertida y con un gran
sentido del reparto coral. Pero la noticia no estaba en la película: gran parte de la
sala Prado estaba llena de jóvenes whedonistas que rieron y aplaudieron con un
texto escrito en el siglo XVII que Whedon había respetado, convirtiendo esa
proyección en la muestra más evidente de comunión entre público y película que
hubo en todo el festival. Una perfecta forma de acabar el día.
https://www.youtube.com/watch?v=4Bvva_cplAs
Jueves 17 de Octubre: Una tarde con Alejandro
Jodorowsky
Con más de la mitad de camino cumplido, el quinto día llega la pájara habitual de
Sitges. La falta de sueño y el cansancio en las piernas comienza a hacerse notar. Eso
sí, la agenda de Sitges da una buena noticia y es que toda la agenda del día
discurrirá en un solo lugar: el Auditori. Hoy no habrá carreras desenfrenadas por
todo Sitges para llegar a tiempo de una sesión a otra, lo cual no deja de ser un
respiro. El Auditori nos espera a las diez de la mañana para devolvernos sanos y
agotados sobre las nueve de la noche. Además, para la primera película de la
jornada hay cierta expectación. La israelí Big Bad Wolves había sido elegida por
ni más ni menos que Quentin Tarantino como su película favorita de aquel año. El
departamento de marketing de la película y el festival hizo bien su trabajo y de
repente la película se convirtió en ‘la película favorita de Tarantino’. Es más, se
habló tanto de ello que pareció que lo que se iba a ver una película dirigida por el
propio Quentin Tarantino. Al final el thriller israelí era un interesante estudio sobre
la violencia y la venganza (con todo el subtexto que tiene por ser de Israel) que iba
de más a menos. Además del ruido mediático, Aarón Keshales y Navot Papushado,
directores de Big Bad Wolves, se llevaron el premio al mejor director.
Y entonces, llegó la película del festival de forma más o menos sorprendente. Un
director grande (Jim Jarmusch), una pareja de actores apetecible (Tilda Swinton y
Tom Hiddleston), temática vampírica... Pero a pesar de todos estos condicionantes
favorables, Only lovers left alive no apetecía. La falta de sueño, la duración de la
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película (casi dos horas), su marginación en el pasado Festival de Cannes y que la
agenda marcará que a partir de las cuatro había dos películas sobre y de Alejandro
Jodorowski no ayudaban a animarle a uno. Aun así, era una de las películas grandes
de Sitges y había que verla casi por obligación. Una vez acabada la proyección, me
di cuenta que perdérsela hubiera sido uno de los grandes errores de mi vida. Only
lovers left alive era divertida, fascinante, musical, con cientos de oportunas
referencias culturales y todo ello en un entorno ‘elegantemente vampírico’. Una
película que cualquier melómano debería disfrutar como pude comprobar cuando
giré la cabeza y vi que detrás mía estaba el periodista Juan Manuel Freire
(Rockdelux). Enseguida intuí que a un amante de la música como él tenía que
haberse entusiasmado con la película de Jarmusch, y así lo corroboré cuando leí al
día siguiente su página diaria sobre el festival en El Periódico. Y a todo eso había
que sumarle una brutal química entre Swinton y Hiddleston, que hacían de ella la
gran película del festival. Only lovers left alive era la mejor película del festival
aunque acabaría no ganando el premio a la mejor película en Sitges. Una
circunstancia que viene repitiéndose en muchos de los grandes festivales de cine de
todo el mundo.
Una buena película ayuda, pero una gran película te pone las pilas. La alegría de ver
en la pantalla grande del Auditori Only lovers left alive reactivó mi organismo.
Algo que era necesario dado el programa doble ‘jodorowskiano’ que esperaba nada
más acabar de comer (siempre que hubiera tiempo para comer). A las cuatro y
media esperaba Jodorowsky’s Dune, documental de Frank Pavich sobre el
proyecto fallido de Alejandro Jodorowsky de llevar la gran obra de Frank Herbert
(Dune) a la pantalla. A continuación teníamos La danza de la realidad película
del propio Jodorowsky donde el chileno daba una visión muy particular de su
propia infancia. Para bien o para mal tocaban casi cuatro horas seguidas en el
Auditori con la personalidad magnética y, a veces, cansina de Alejandro
Jodorowsky. Al final fue para bien. Para muy bien. Las dos películas supieron ir más
allá de su ingenio y presentaron un emotivo programa doble. En especial, la gran
triunfadora fue Jodorowsky’s Dune conectó con todo el público de Sitges con su
épica historia sobre proyectos imposibles además de una interesante reflexión sobre
los límites del arte. Como era de esperar, el documental ganó el premio del público.
Y así, el día Jodorowsky acababa bien. Tocaba un paseo por Sitges, una cena
surrealista en un restaurante digno de una película de terror y volver al hotel para
descansar. Ese día precisamente tocó insomnio y fue la oportunidad para
rememorar ese Detroit nocturno y musical que había mostrado Jim Jarmusch en
Only lovers left alive.
https://www.youtube.com/watch?v=-TbxI_oRSKI
Viernes 18 de Octubre: El arte según Bill Plympton y
James Franco
Ya sólo quedan dos días para que se acabe el Festival de Sitges. Generalmente la
recta final en Sitges es una mezcla de dos sentimientos. Pena porque se acaba quizá
la semana más intensa y divertida del año, pero también cierta liberación
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porque aguantar el anormal ritmo del festival no es la cosa más sana del mundo.
Eso sí: entre estos dos sentimientos, la pena gana por goleada.
Llegaba el fin de semana a Sitges. Si durante la semana hay ambiente, este se
duplica del viernes al domingo. Es cuando hay más ‘ambiente de festival’, es decir,
más gente por las calles, más restaurantes llenos... y por supuesto, más colas.
El día empieza con un pequeño chasco. Una de las películas que cerrarán el Festival
de Sitges el sábado es The wind rises, la despedida en cine del maestro de la
animación Hayao Miyazaki. Con un único pase para verla y sin pase de prensa, la
esperanza vuelve a ser estar a las siete de la mañana delante del ordenador para
‘intentar’ coger las escasas entradas que estarán disponibles. El intento es ridículo
ya que las entradas desaparecen prácticamente al minuto. Por suerte habrá un
tiempo de espera escaso para poder ver la última de Miyazaki en España. Sólo ocho
meses.
Una vez levantado toca hacer la rutina de siempre. Desayuno rápido, hacer el
trayecto diario de una media hora hacia el Auditori y ponerse en la cola.
Curiosamente la última (o penúltima) vez que haces este pesado trayecto es la vez
que menos cuesta. El programa doble con el cual empezamos a las ocho y media de
la mañana tiene aroma clásico: zombies y casas encantadas. The returned es un
pasatiempo pasable sobre los zombies de toda la vida que sirve para hacer tiempo
para el plato fuerte matinal que es la segunda parte de Insidious de James Wan.
En esta nueva película, el director sigue con ese peculiar tren de la bruja que era la
primera parte haciéndolo todavía más complejo y terrorífico. Una película digna del
Auditori de Sitges y que seguro que el publico que abarrotara el cine en su pase
nocturno disfrutará.
Pero aunque parezca sorprendente, el plato fuerte de la jornada no era James Wan.
El gran atractivo del viernes era la presencia de un veterano animador que había
luchado toda su vida por su independencia artística. Bill Plymton visitaba a Sitges
con su nueva película bajo el brazo (Cheatin’) y un montón de sus películas en
formato DVD para vender. Como he dejado entrever en este texto, es importante
que la película de ‘después de comer’ (la que va en el arco de las tres a las cinco de la
tarde) tenga un punto especial de interés. Y Cheatin’ fue la película ideal. El muy
personal dibujo de Plympton unido a su (muy) adulto sentido del humor fueron
para mí la digestión perfecta. Además fue la única oportunidad de visitar el Retiro
con lo cual ya podía decir que había visitado la trinidad de Sitges (Auditori-PradoRetiro). Eso sí, a Bill Plympton no había que decirle adiós sino hasta luego.
Que fueran los últimos coletazos de Sitges no era óbice para que la agenda te diera
respiro. Con el paso de los días La tumba de Bruce Lee no se me había quitado
de la cabeza y necesitaba sus creadores me descifraran sus poderosas imágenes.
Porque lo (¿único?) bueno de no ser nadie y ser tu propio jefe es que entrevistas a
quien realmente quieres o te interesa, no a quien te imponen. Yo quería entrevistar
a los chicos de Canódromo Abandonado y eso fue lo que hice. Tras intercambiar
mails y llamadas en días anteriores con Aaron Rux y Julián Génisson, logré
concertar una cita con ellos para ese viernes a las nueve y media de la noche. Todo
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sea dicho, hora realmente extraña, pero es que había un interesante obstáculo que
había que sortear antes: la película Interior Leather Bar. Esta especie de
documental-ensayo dirigida por James Franco y Travis Matthew tenía una premisa
tan genial que era imposible dejarla escapar: un documental sobre el rodaje de las
explicitas escenas sexuales cortadas del montaje final de la película A la caza
(1980, William Friedkin). Que te coincidan una entrevista y una película en la
misma franja horaria en un festival es algo tan fastidioso como habitual. A mí favor
jugaba que Interior Leather Bar duraba sólo una hora. El plan era el siguiente:
empezar a ver la película de Franco y Matthews en el Retiro a los ocho de la tarde,
rezar porque la película empezara a su hora y no se interrumpiera por cualquier
motivo técnico y, después, ir corriendo hasta la otra punta de Sitges para llegar al
Auditori a tiempo de hacer la entrevista. Todo salió milimétricamente bien. Incluso
la película que cumple su labor de curiosa pieza-reflexión sobre el séptimo arte que
ayuda a cimentar la imagen de ‘actor especial’ que tiene James Franco dentro de la
industria norteamericana. El propio Franco se regala en Interior Leather Barun
breve monólogo (algo cogido por los pelos) sobre la libertad de expresión que
desató aplausos en una parte del público del cine Prado. Está claro que el actordirector-artista es más listo que el hambre.
Hacer una entrevista siempre tiene un halo de incertidumbre. La conexión con el
entrevistado, que se muestre participativo, que tú sepas llevar la entrevista por el
camino adecuado... Y esta incertidumbre es más cuando por mucho trabajo de
documentación que hagas desconoces varias cosas de la persona que vas a
entrevistar. De Canódromo Abandonado conocía algunos de sus videos en la red y
poco más. Además, puede influir (y mucho) el hecho de que tú eres un solitario
periodista sin ningún medio fuerte que te respalde.
Ya en el Hotel Meliá, aparecieron Julian Génisson y Lorena Iglesias (Aaron Rux ya
había dejado Sitges), el primero con una adecuada camiseta de Bruce Lee. Buena
señal. Generalmente esos miedos pre-entrevista suelen ser infundados, y a decir
verdad la entrevista fue como la seda y con esa representación de Canódromo
Abandonado se habló de la película, su rodaje en Estados Unidos, la decisiva
participación de Pablo Hernando en ella y del recibimiento en el Festival de Sitges.
Intuí cierta decepción en ellos por un recibimiento algo hostil (y en mi opinión
injusto) en una parte del público que no había comulgado con su
Bruceploitationespañola. Y es que Sitges también puede ser un lugar cruel. Con el
placer que es acabar una buena entrevista, uno ya puede retirarse a cenar. Al igual
que el festival, el dinero que tienes presupuestado también se está acabando... Pero
qué más da: esta noche uno puede permitirse cenar en un sitio mejor sin mirar
tanto la factura final. Total, mañana todo habrá llegado a su fin.
https://www.youtube.com/watch?v=E8ilPAEgkpA
Sábado 19 de Octubre: Amantes sin premio final
El objetivo se ha cumplido. Es el último día en Sitges y uno está sano y salvo y con la
economía saneada. Cuando uno no cuenta con dietas ni nada parecido, sólo tiene a
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su favor su sentido común para elaborar un presupuesto ajustado y no quedar en la
ruina a los dos días. Aunque el sábado es el penúltimo día de festival en realidad es
el último ya que mañana domingo estará dedicado a maratones con las películas
más destacadas del certamen. Por eso, a pesar de que es un día con mucho
ambiente en Sitges, hay un cierto aroma de retirada por lo menos entre la prensa.
Es sábado de grandes nombres, como Ti West o Takasahi Miike. Los dos presentan
sus últimas películas, The Sacrament y Lesson of the evil respectivamente. En
realidad, Miike es el gran protagonista del certamen, ya que acude a recibir el
premio Máquina del tiempo y el festival le dedica su libro de esa edición. No será el
único premiado, ya que el Festival de Sitges es uno de los eventos de este tipo donde
más premios-homenaje se dan. En 2013, además de Takashi Miike, serán
premiados Pino Donaggio, Charles Dance, Alex van Warmerdam y Simón Andreu.
Muchos días, muchas películas y también muchos premios.
Aparte de los nombres como West o Miike, el gran evento de ese sábado (por lo
menos para la prensa) era conocer el palmarés oficial del Festival de Sitges. Como
todo el Festival de Sitges es gigante, el palmarés no podía ser menos. Además de la
sección oficial, el festival tiene un montón de secciones cada una con su jurado
particular que entrega sus premios o menciones. Sección de animación, asiática
(muy importante en el festival), Brigadoon, Noves Visions... Suele ser muy
recomendable bucear en estas secciones que es donde muchas veces se encuentras
las verdaderas joyas de Sitges. Pero generalmente lo que más atención recibe (y a
veces lo único) es el palmarés oficial, que por lo general es objeto muchas veces de
pataleo... y más bien pocas veces de aplausos. Allí fui yo a la sala Llevant con mi
siempre excesiva puntualidad esperando que el festival coronara a Only lovers
left alive, para mí (y de lejos) la mejor película de esta edición. Minutos después se
sentó a mi lado el mítico periodista cinematográfico y asiduo de Sitges Jaume
Figueras junto a otro compañero. Los dos se dedicaron a hablar bondades la
película de Jim Jarmusch, lo cual me alegró dado la gran estima en que siempre he
tenido las opiniones de Figueras, ya que para mí se trata de uno de los grandes de
esta profesión junto con Jordi Costa, Fausto Fernández, José Luis Guarner, Antonio
Trashorras... entre otros muchos. Tiempo después, apareció el director del Festival
de Sitges, Ángel Sala, junto con el jurado de esa edición para leer el palmarés. La
lectura como la lista de premios fue larga y reconoció entre otras a películas o
cortometrajes como Enemy, New World, El último onvre bibo, Peau de
chien, Milius o Gente en sitios. El premio a esta última (un premio especial en
la sección Noves Visions) despertó unos aplausos espontáneos en la sala de prensa.
Al final se llegó a lectura de un palmarés oficial que podríamos definir como
coherente y apañado. Jodorowky’s Dune, Juno Temple o la fotografía de Solo
dios perdona aparecían en ella. Su principal problema llegó con la lectura del
Premio Especial del Jurado que recayó en Only lovers left alive y que dio pie a
una especie de ‘aplausos tristes’ en la sala de prensa. Aplausos porque la película era
premiada, pero también tristes porque no iba a ganar el premio a la mejor película,
que finalmente recaía en Borgman del homenajeado Alex van Warmerdam
(película que, todo hay que decirlo, había sido bien recibida). La labor de un jurado
siempre es complicada y a veces mira más allá de la ‘calidad’ de una película para
darle el premio final y quizá el jurado pensó que premiar a la cinta Van Warmerdam
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ayudaría en su distribución como ya ha pasado con otras películas (la realidad es
que a día de hoy Borgman todavía no tiene fecha de estreno en España). Sea como
fuera, mientras uno intentaba tuitear el palmarés con su móvil (labor complicada)
no podía evitar cierta decepción porque la cinta de Jim Jarmusch no hubiera
recibido un premio mayor. Y es que los premios especiales del jurado los carga el
diablo.
Lo mejor para quitarse decepciones de es acudir a los sabios para que te enseñen el
camino. Esa misma mañana Bill Plymton ofrecía en la Sala Tramuntana una
masterclass a la cual acudí raudo para no perder la posibilidad de ver a una leyenda
viva de la animación. Presentada por el plymtoniano entusiasta que es Jordi
Sánchez-Navarro, el animador hizo un largo recorrido por su carrera haciendo
especial hincapié en su independencia creativa. La oportunidad de que un genio (en
su caso, de los de verdad) te cuente de tú a tú sus secretos mientras dibuja a mano
alzada en un gran cuaderno era, simple y llanamente, una auténtica delicia.
Además, fue gratificante ver la gran cantidad de fans (muchos de ellos realmente
jóvenes) que le escucharon con atención y luego hicieron cola para que Plympton
les firmará las carátulas de sus películas.
La tarde en este último día de festival se había despejado. La imposibilidad de
conseguir entradas para las últimas películas de Vincenzo Natali (Haunter) y
Hayao Miyazaki (The wind rises) dejaban a la famosa sesión sorpresa del Festival
de Sitges como gran opción del día. Esta sesión es una película que no se desvela
hasta el día anterior a la proyección y que en ediciones anteriores dejó momentos
gloriosos con Killer Joe o Spring Breakers. Este año esta película sorpresa iba a
ser una sesión de la imprescindible Phenomena, lo cual era una motivación extra.
Con motivo del 30 aniversario del estreno de El retorno del Jedi, decidieron que
era una película ideal para ponerla en el Auditori. Y seguro que no les faltaba razón,
pero confieso mi ‘manía’ hacia esa aburrida película que siempre he considerado la
más floja de toda la saga Star Wars (incluida las últimas), con lo cual lo tomé
como una señal de que esa tarde el Auditori no me quería allí. Decidí que ese
sábado a la tarde había que pasear un poco por Sitges, hacer alguna compra
festivalera que siempre cae (libros, camisetas, posters...) y dar una visita a la sala
Brigadoon que este año había marginado injustamente. Pero antes quedaba hacer
una última labor a la patria.
Como he comentado antes, el Festival de Sitges es algo más que películas. Hay
charlas, encuentros, presentaciones de libros, cómics, eventos... Uno de estos
proyectos era la presentación de la revista literaria Prosa inmortal, donde
escriben gente como John Tones, Álvaro Arbonés, Francisco Serrano o Noel
Ceballos. Pensé que lo mejor para mostrar que en Sitges hay algo más que cine era
hablar sobre un proyecto literario como Prosa inmortal. Aprovechando la
presencia en el festival de Noel Ceballos, le entrevisté en el hall del Hotel Meliá y
hablamos sobre su relato, el origen del proyecto, la osadía de crear una revista
literaria en estos tiempos. Prosa inmortal es uno de esos proyectos suicidas que
tanto necesitamos. Y ahora sí, tras despedirle y apagar la grabadora (que no volvería
a encender), mi Festival de Sitges se acababa. Antes había que hacer una última
visita a una sala de prensa, que poco a poco se estaba desmantelando, y después
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tocaba el último trayecto del Auditori hacia el hotel. Ese trayecto, que aunque
muchas veces era un fastidio, uno lo acaba echando de menos.
http://www.youtube.com/watch?v=3PDd9ETYpVE
Domingo 20 de Octubre: Más sueños en 2014
El último día del Festival de Sitges. Un día que las salas Auditori, Prado y Retiro se
dedican a hacer las últimas maratones con películas proyectadas durante todo el
certamen. Las actividades en Brigadoon también seguían al pie del cañón. Pero para
mí, el festival había acabado. Eso sí, del madrugón no me libraba ni el último día, ya
que tenía que estar a las diez de la mañana en la Estación de Sants para coger el
tren. Tocaba levantarse pronto, mirar otra vez la maleta que hice la noche anterior,
desayunar con algo más de tranquilidad, despedirse de la gente del hotel
agradeciendo que cada año te hagan sentir como en uno de cinco estrellas e ir hacia
el tren de cercanías que me llevará a Sants. Y cómo no, encontrarte en la estación de
Sitges la misma estampa de todos los años: un grupo de personas más o menos
jóvenes gritando (un domingo por la mañana) que el año siguiente no volverán al
Festival de Sitges como si quisieran que todo el mundo se enterara. Por supuesto, a
esas mismas personas te las encontrarás haciendo cola en el festival al año
siguiente. Tú sabes que volverán. Y ellos también lo saben.
Ya en el tren de camino a casa piensas que Sitges ha acabado y no ha acabado
contigo. En realidad no es del todo cierto, porque todavía no ha finalizado. Toca
hacer un programa para resumir en dos horas y algo lo que ha sido Sitges 2013.
También tocará estar horas escuchando las entrevistas o ruedas de prensa que
hayas grabado sacando los cortes de voz más interesantes y, por supuesto, rezar
para que no haya ninguna jugarreta tecnológica y todo se oiga nítidamente. Por eso,
el Festival de Sitges no acaba cuando uno está en el tren de vuelta. Ni siquiera
cuando uno está en casa y descubre que las zapatillas que ha utilizado en el festival
tiene las suelas literalmente destrozadas de tanta caminata y tienen que ir
directamente a la basura. Siempre hay un post-Sitges como si uno viniera de la
guerra.
El Festival de Sitges es inmenso y cada uno tiene su propio festival. Habrá gente que
eche de menos en este diario la celebrada Zombie Walk que se hizo el día anterior a
mi llegada. O uno de los puntales de Sitges, que son las maratones diarias de dos o
tres películas que se celebran todas las madrugadas. No hay ni que decir que por
una cuestión de salud e intentar dormir ‘algo’ esas míticas maratones de Sitges son
fruto prohibido. O darle más bola a la desprejuiciada programación de la Sala
Brigadoon. O no hablar del Phonetastic Sitges Mobile Film Festival o los
cortometrajes presentados. Cada uno tiene su Sitges particular. Y estar en el festival
es no poder abarcarlo todo y tener que hacer ciertos sacrificios. En mi caso películas
como Coherence, Leviathan, Europa Report, The Fake, L’étrange couleur
des larmes de ton corps o Vic+Flo ont vu un ours entre otras tuvieron que
ser sacrificadas en beneficio de un supuesto ‘bien’ común. De las que vi, a día de hoy
más de la mitad no se han estrenado o no tienen fecha de estreno en España.
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Revista Fuera de Series - Número 5 (Junio 2014). www.fueradeseries.com
Este fue mi Sitges. Cada año diferente, pero siempre intenso. Y toca pensar si uno
va a poder acudir a la siguiente edición. Una edición que hace pocas semanas
presentó su cartel y la temática de este año: el mundo de los sueños... Lo cual
resulta la mar de curioso curioso viniendo de un evento donde lo último que se
puede hacer es descansar.
RAÚL CORNEJO
Periodista, podcaster y cinéfilo, es el creador de Vivir Rodando, un blog dedicado
al cine que lleva online desde el año 2008. Además, también graba un podcast del
mismo nombre dedicado al séptimo arte.
Twitter: @vivirrodando
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20 PREGUNTAS Y RESPUESTAS
SOBRE LA CEREMONIA DE LOS
OSCAR
POR JAVIER AGUAYO
He tenido el privilegio de vivir en primera persona la ceremonia de los Oscar 2014,
ya que formaba parte del equipo de Aquel No Era Yo, nominado a Mejor Corto de
Ficción, y dirigido por Esteban Crespo. Gracias a ello, he podido cumplir uno de los
sueños que tengo desde que era adolescente: asistir a la gala de los Oscar. Allí pude
comprobar que algunas cosas eran exactamente como las imaginaba, otras no
tenían nada que ver y algunas ni siquiera me las había planteado. He pensado que
contestando a una veintena de preguntas (algunas típicas y otras no tanto) podría
aportar mi granito de arena para acercar a los lectores de Fuera de Series los
entresijos de la Ceremonia de los Premios de la Academia de Cine de Estados
Unidos.
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En el Nominees Luncheon
¿A QUÉ HORA HAY QUE LLEGAR A LA ALFOMBRA ROJA?
La Alfombra la “abren” a las 2:30pm, y el show comienza a las 17:30h. Pero 17:30h
americanas, es decir, o’clock: ni un minuto antes, ni uno después. Por tanto, tienes
esa franja de 3 horas para llegar. Las celebrities suelen llegar a partir de las 16:00h,
gente tipo Brad Pitt o Sandra Bullock. Si tu intención es disfrutar de la alfombra
tranquilamente sin que te meta prisa la organización y facilitar todo lo posible
que te haga algo de caso la prensa, es recomendable llegar no más tarde de las
15:00h.
¿ES OBLIGATORIO LLEGAR EN LIMUSINA?
Ni mucho menos. Puedes llegar, dentro de una medida, en el transporte que te dé la
gana. Leonardo DiCaprio, por ejemplo, suele ir en un Toyota Prius, ya que es un
coche amable con el medio ambiente (lo mismo que Leo). De hecho, si quieres,
puedes llegar en bicicleta. O andando. No problem.
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¿CÓMO ES LA ENTRADA? ¿QUÉ ENSEÑAS PARA ENTRAR?
La entrada a la Alfombra consiste en una carpa blanca, y dentro de ella un
dispositivo de seguridad similar al de un aeropuerto, solo que más elegante y con
smoking (y, por supuesto, la gente sonría bastante más que en los aeropuertos).
Muestras tu entrada, y te dejan pasar. Se recomienda llevar identificación, por si
acaso, pero si les engañas bien, y piensan que eres alguien decente, te dejan pasar
sin mostrar nada más a parte de la entrada.
¿LAS ENTRADAS SON GRATIS?
Sí y no. Las entradas del nominado y su acompañante son gratis. A partir de ahí, las
siguientes que se puedan conseguir cuestan 100 dólares cada una. Pero lo que más
cuesta no es pagar la entrada, sino convencer a la organización de que te dé alguna
que otra más. Incluso gente nominada a mejor actor o actriz tiene problemas para
conseguir algunas extra para sus familiares, amigos y resto del equipo.
¿CÓMO SE DECIDE QUÉ ENTREVISTAS HACER?
Generalmente es el publicista o el jefe de prensa el encargado de pactar las
entrevistas con los distintos canales de televisión. Es curioso observar a los
periodistas tremendamente atentos, estirando el cuello, para ver qué celebrity se
acerca. Es genial poder saludar a presentadores que has visto en la tele durante
bastante tiempo, como Guillermo del late show Jimmy Kimmel Live.
Con Guillermo, de Jimmy Kimmel Live
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¿CUÁNTO SE TARDA EN HACER LA ALFOMBRA?
Eso depende de lo famoso que seas y de la prisa que lleves. La alfombra consiste en:
pasar el control de seguridad, primer photocall, infinidad de periodistas, segundo
photocall, fin. En total, el recorrido puede suponer unos 200 metros.
Si no eres una celebrity como Brad, lo normal es llegar a las 15:00h para poder
disfrutar lo máximo posible de esos 200 metros sin ser apresurado hacia dentro del
teatro. Pero claro, te pierdes la emoción de ver llegar los grandes directores, actores,
productores… ¿Qué hacer pues? Muy sencillo, algo muy español: marear la perdiz.
Vas haciendo tiempo, caminando muy lentamente, y por cada dos pasos que das
hacia delante, das uno hacia atrás. Y cuando oyes al público de la grada gritar, es
que alguien se acerca. Y de manera elegante, y como el que no quiere la cosa,
disimulas la emoción que te supone toparte con gente como Harrison Ford y
señora, Olivia Wilde y esposo, Amy Adams, Joseph Gordon-Levitt, ... Porque claro,
quieres dar a entender que esto lo haces todos los años y que es normal para ti.
Vamos, que eres uno más…
¿ALGUIEN TE ACOMPAÑA?
Generalmente, tu publicista es el que te acompaña a la hora de hacer la alfombra,
guiándote por la larguísima fila de periodistas.
¿SE PUEDE LLEVAR CÁMARA DE FOTOS? ¿Y MÓVIL?
No a lo primero. Yes you can, a lo segundo.
Sí, estaba claro que iba a ser la noche de los selfies
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¿HABLAS CON OTROS NOMINADOS?
Claro. Durante el recorrido te vas topando con otros nominados de tu categoría u
otras, los cuales has ido conociendo durante el mes previo a los Oscar en cenas,
eventos, proyecciones… Y si no eres demasiado tímido, con educación puedes
acercarte a saludar a quien te cruces, ya sean los mismísimos Indiana Jones o Han
Solo.
Con Amy Adams
¿SE PASA HAMBRE?
La cantidad de apetito va estrechamente ligada a la cantidad de nervios que se
tenga. Pero sí que es verdad que todo el mundo habla del hambre que se pasa. Hay
que tener en cuenta que probablemente te montas en la limusina a las 14:30h, y ya
no tienes opción de comer algo “decente” hasta por lo menos las 21:00h, lo cual
son muchas horas. Un consejo si un día te ves en la buena fortuna de ser invitado a
la ceremonia: lleva barritas de cereales en los bolsillos de la chaqueta o en el bolso
(o algo parecido) porque te pueden salvar en un momento dado. Aunque tampoco
es tan terrible: una vez dentro del teatro hay un bar por planta, y allí suelen tener
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bolsitas con frutos secos y similares. Y bebida, mucha bebida. Ya sea para celebrar,
consolar o pasar el rato.
¿CÓMO SE ASIGNAN LOS ASIENTOS?
Generalmente, el nominado y su acompañante se sientan en el patio de butacas,
mientras que al resto del equipo se les acomoda en los pisos superiores.
¿QUÉ PASA SI EL NOMINADO ES, POR EJEMPLO, JAPONÉS, Y NO
SABE HABLAR BIEN INGLÉS?
Ese fue el caso del director japonés nominado al mejor corto de animación 2014,
Shuhei Morita, que algo sí entendía pero no era muy ducho a la hora de hablar en la
lengua inglesa. Shuhei tenía dos opciones: o bien solicitar un traductor a la
Academia, o bien llevar el suyo propio. Él optó por lo segundo. En tal caso, a su
traductora le mandan una carta con las indicaciones precisas de qué debe hacer
llegada la hora en que se lee el ganador a mejor corto de animación. La traductora,
en caso de ganar Shuhei, no subiría a traducir su discurso de aceptación, pero sí
tendría que esperar al director en el backstage para la rueda de prensa con los
periodistas internacionales, la cual dura unos 3-4 minutos. Esa entrevista se graba
en el backstage, nada más recibir el Oscar, una vez se abandona el escenario
después de dar el discurso de agradecimiento. Para todo esto, la traductora debe
haber abandonado su asiento dentro del teatro, que no tiene por qué estar en el
patio de butacas junto al director, y se tiene que haber acercado hasta lo que llaman
el Winner’s Walk (El Paseo de Los Ganadores), que está situado tras una cortina
morada al lado del bar de la primera planta del teatro. Esto lo debe hacer durante
un descanso publicitario, con tiempo suficiente. El Winner’s Walk es en realidad un
largo pasillo por donde pasan los presentadores que hacen entrega de las
estatuillas, los ganadores y organizadores. Allí hay un pequeño monitor desde
donde se puede seguir la ceremonia, y desde donde la traductora sería llevada hacia
la zona de prensa en caso de ganar su director. Allí además tienen dos pósters de los
Oscar en los que todo ganador debe estampar su firma. Lástima que en esta pasada
edición Shuhei Morita no pudiera dejar la suya.
¿QUIÉNES SON LOS SEAT FILLERS?
Aunque no lo creáis, Meryl Streep también va al baño a hacer sus necesidades.
Sobre todo si estamos hablando de una ceremonia que dura en torno a las 3 horas y
media. El momento de ir al baño es durante los cortes publicitarios. En cuanto
cortan para ir a publicidad, un aluvión de gente se apresura para sentarse en los
asientos que quedan vacíos en el patio de butacas. Además de ausentarse aquellos
que quieren ir al baño o al bar, también están aquellos que deben ir al backstage
porque van a hacer entrega de alguna estatuilla en alguna categoría. Pues bien, esa
persona que se sienta en el lugar de Meryl se llama seat filler (rellena-asientos). Su
misión es ocupar esa butaca mientras su ocupante está haciendo lo que tenga que
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hacer, y que no se vea ahí el hueco de un asiento vacío al volver de publicidad. En el
momento en el que el ocupante original regresa, el filler debe volver a la sala donde
están todos preparados para rellenar la siguiente butaca. Por supuesto, van vestidos
de etiqueta, y estoy seguro de que si muestran un plano del público donde hay uno
de ellos sentados, no te darías ni cuenta.
DURANTE LOS DESCANSOS PUBLICITARIOS, ¿QUÉ HACEN LAS
CELEBRITIES?
Se levantan para hablar entre ellos, se saludan, y muchos se van al bar o bien
porque están aburridos, o bien porque no han ganado y necesitan un buen trago
para seguir adelante el resto de la noche. En los bares hay monitores desde donde se
puede seguir la ceremonia.
LO DE LA PIZZA, ¿HUBO DE VERDAD?
Ya lo creo. Pero os aseguro que no llegó a los pisos más altos del teatro. Se la
comieron entre Brad y la madre de Jared Leto.
¿ES CIERTO QUE HAY GENTE QUE ROBA/TOMA PRESTADOS TROZOS
DE LA ALFOMBRA?
Totalmente. Una vez terminada la ceremonia, cuando sales del teatro, puedes
encontrar esquinas de la alfombra a las que les falta de hecho una esquina. La gente
se lleva trozos como recuerdo.
¿QUÉ SE HACE DESPUÉS DE LA CEREMONIA?
El nominado y un acompañante van al Governors Ball. Esto es una cena que se
celebra en un salón adyacente al teatro. Es ahí donde el recién oscarizado va con su
premio a que le pongan una chapita con su nombre. Estas chapitas ya las tienen
preparadas, con el nombre puesto, una por nominado. En el momento que se pone
la chapa al Oscar del ganador, las otras no se tiran, se funden para que no puedan
haber problemas o confusiones en el futuro.
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Lupita Nyong'o viendo como añaden la chapa con su nombre a su Oscar
¿TE PUEDES COLAR EN EL GOVERNORS BALL?
Lo puedes intentar. Me contaba una amiga de la organización que hay mucha gente
que dice haber perdido su entrada y, como son conocidos, piensan que les van a
dejar pasar por “su cara bonita de celebrity”. Lo gracioso por lo visto es verles la
cara cuando la persona de la organización les dice “Mr. Fulanito, no se preocupe,
ahora mismo le dejamos pasar. Voy a pedir que desactiven su entrada, para que
nadie pueda entrar con ella. Así si alguien se la ha robado, podemos saber quién es”.
El color de su tez cambia rápidamente, mientras se disculpan para hacer una
llamada por teléfono. Se les puede escuchar decir al interlocutor al otro lado de la
línea “¡Tío, no se te ocurra entrar con el ticket que te he dado, que nos pillan!”
¿TE DAN DINERO SI GANAS UN ÓSCAR?
No. Te dan la enhorabuena muchas veces, pero nada de dinero. La estatuilla está
valorada en unos trescientos o cuatrocientos dólares, pero de dinero contante y
sonante, nothing. Eso sí, si eres “perdedor” en las categorías de mejor director,
mejor actor, mejor actriz, mejor actor de reparto o mejor actriz de reparto, durante
el Governors Ball te dan lo que llaman goodie bag o gift bag. Esto es una bolsa con
50 regalos que van desde los 6,50 dólares hasta los 16.000 dólares y que está
valorada en total en unos 80.000. ¿Que qué son estos regalos? Pues cosas como un
chupa-chups de diseño, un viaje de lujo a Hawaii o Las Vegas, u otros tipo un tour
por Japón valorado en 15.000 dólares. E incluso un transplante de pelo valorado en
16.000 dólares americanos amigos. A ver si me nominan a mí pronto y me
arreglo…
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La Goodie Bag de la ceremonia de este año
¿ES VERDAD QUE LA ESTATUILLA PESA TANTO COMO DICEN?
Totalmente. Pesa un congo y medio. En concreto, ocho libras y media, que vienen a
ser casi cuatro kilos. Mira que todo el mundo lo dice, y vas preparado a coger algo
que pesa más de lo que parece. Pero aún así, te sorprende su peso. Es curioso
cruzarte con los ganadores primerizos. Van todos agarrados al Oscar como si del
anillo de Gollum se tratase. Que nadie se lo quite…
¿LA ORGANIZACIÓN TE CUBRE ALGÚN GASTO POR SER NOMINADO?
Nada. Eso sí, durante el mes previo a la ceremonia, invitan a los nominados a la
Comida de Nominados, la cena con la rama de tu categoría, y la cena del Governors
Ball. Además de proyecciones y otros eventos. También a los nominados europeos
se les invita a una comida post-Oscar en el lujoso restaurante Ivy de Londres.
¿CUÁNTO HAY DE VERDAD EN LA SERIE “EL SÉQUITO”?
Casi todo. Más o menos el 90%. Por conversaciones con gente que se dedica a esto
en Hollywood desde hace mucho tiempo, y por experiencia propia, da un poco de
miedo lo que la serie Entourage (El Séquito) se parece a la realidad de Hollywood.
¿QUÉ PASA CUANDO TERMINA LA CENA DEL GOVERNORS?
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Después de haber pasado unas dos horas en la citada cena, es hora de ir a tu propia
fiesta o a las de los otros. Pero antes hay que recuperar la limusina, o medio de
transporte que te haya llevado hasta allí, el cual te lleva esperando desde que lo
dejaste a eso de las 15:00h, siendo ahora media noche aproximadamente. Tienes un
ticket con un número que entregas en unas mesas, desde donde avisan a tu chófer
para que vaya a recogerte. Para entonces ya han desmontado casi todo el tinglado
de alfombra roja y demás. Estos americanos son muy eficientes.
¿CÓMO CONSIGUES QUE TE INVITEN A LAS FIESTAS BUENAS?
¿CUÁLES SON LAS MÁS GUAYS?
Generalmente, al salir de la cena te vas a la fiesta que haya organizado tu país. Pero
si no tienes país que te organice una, o si terminas pronto, lo guay es poder ir a las
fiestas gordas. ¿Cuáles son? Pues las más famosas de todas son estas:
• LA FIESTA DE VANITY FAIR. Hace unos años cambiaron de localización, y se
fueron al hotel Sunset Plaza de West Hollywood, primero por una cuestión de
espacio (la lista de invitados supera las mil personas) y segundo por las vistas de la
ciudad, que son una maravilla desde allí.
• LA FIESTA DE LA FUNDACIÓN ELTON JOHN CONTRA EL SIDA. Se
realiza en el Parque de West Hollywood, primero se visiona la ceremonia en directo,
y más tarde disfrutan de actuaciones como la de Ed Sheeran en esta pasada edición
de 2014, junto con la degustación del menú del súper-megafamoso-chef Gordon
Ramsay, gurú de la cocina televisiva y dueño de uno de los restaurantes más de
moda de LA.
• LA FIESTA DE MADONNA. Sponsorizada por Gucci, tiene lugar en una
residencia privada, y suele terminar bastante tarde.
¿Cómo ser invitado a esas fiestas? Bueno, pues lo mejor que puedes hacer es ganar
un Oscar, y esa es la mejor de las invitaciones para cualquier fiesta. Se dice que con
un Oscar en la mano tanto tú como el resto de tu séquito (seáis los que seáis),
podéis entrar en cualquier party. Yo, por desgracia, no he podido ser testigo de si
esto es cierto o no. Esperemos que pronto.
Anexo
Aquí os dejamos el trailer de Aquel no era Yo, que aunque no consiguió la
estatuilla de la Academia sí ha recibido más de 90 premios en festivales de todo el
mundo, incluyendo el Goya al Mejor Cortometraje de Ficción
https://www.youtube.com/watch?v=SvAAHluKx2M
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JAVIER AGUAYO
Javier Aguayo es actor, productor y conector que vive a caballo entre California y
Madrid. Como actor ha compartido escena con actores de la talla de Rhys Ifans,
Crispin Glover o Luis Tosar y con directores como Bernard Rose o Luiso Berdejo.
Miembro del equipo que hizo campaña con Esteban Crespo en la 86 Edición de los
Premios Oscar. Actualmente trabaja en la producción del largo documental The
Other Kids, y su último trabajo como actor, And On The Seventh Day, se estrenará
en el Palm Springs International Short Festival en junio de 2014, donde también
participará como ponente invitado.
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FESTIVALES, UNA CUESTIÓN
DE PROGRAMA
POR JORDI SÁNCHEZ-NAVARRO
Lo primero que debe preguntarse alguien que trabaja en el azaroso, ciertamente
complicado mundo de la gestión o la organización de eventos relacionados con la
cultura, con el mundo del espectáculo o con el inabarcable universo del
entretenimiento es ¿Para qué hacemos esto?, ¿A quién sirve lo que planteamos?,
¿Qué necesidades cubre? Cada una de las posibles respuestas a esas preguntas
implica una idea, un concepto, un propósito, pero también una guía estratégica o un
método de trabajo. (Abramos un paréntesis para aclarar que esta equiparación
inicial entre cultura, espectáculo y entretenimiento es del todo buscada. No es en
absoluto una confusión, sino un enfoque que intenta dar cuenta de la globalidad del
objeto de reflexión y trabajo de quien firma estas líneas: las culturas del
entretenimiento).
Una idea y un método
Como decíamos, de las respuestas a esas preguntas se derivará un método de
trabajo. He estado en suficientes festivales, salones y eventos como para saber que
la estructura organizacional y, por tanto, el método de trabajo, tienen un gran peso
en los resultados de ese festival a todos los niveles. Mientras que los festivales
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pequeños suelen depender de la presencia constante de un núcleo organizacional
muy reducido, los festivales grandes adoptan modelos de funcionamiento más
complejos que pueden ser muy jerarquizados o, por el contrario, muy horizontales.
En cualquier caso, cada uno de esos modelos tiene impacto en la forma en la que se
desarrollan las cosas del día a día, en la forma en que el festival trata a sus invitados
y a sus públicos. “Públicos”, sí, en plural, porque de cada una de esas formas
organizacionales parte de diferentes aproximaciones a los distintos “públicos” de un
festival. Solo es necesario pasar unas horas en un festival para saber a qué público
está dirigido: los hay que se orientan a los espectadores habituales de cine, los que
se orientan a los profesionales del sector o los que se orientan a las “fuerzas vivas”
del pueblo o villa en que se celebran.
También decía que cada respuesta a esas preguntas refleja una idea de la razón de
ser del festival. En los últimos años tiendo a ver los festivales de cine que me gustan
(que son los que están un poco pensados) como celebraciones de una determinada
manera de consumir cine, una manera que parece condenada a la desaparición.
Dejadme recordar las palabras de Jimmy Wales (el fundador de la Wikipedia) en el
foro Global INET de Ginebra (Suiza), donde anunció la muerte del cine a manos de
la próxima revolución de la Red, que no será otra que el vídeo. Dado que el ancho de
banda disponible alcanzará magnitudes hasta ahora inimaginables y que los
públicos más jóvenes llevarán a cabo cambios drásticos en la forma de producir y
consumir contenidos audiovisuales, la industria mundial del cine no tendrá más
remedio que aceptar su muerte.
Parece condenada a la desaparición, pero no lo está. Cuando anuncian la muerte del
cine, los gurús no hacen futurología, sino análisis del presente, puesto que la
industria cinematográfica ha vivido en metamorfosis constante. A lo largo de los
años, la producción, la distribución y la exhibición de cine se han transformado de
manera radical. Y esas transformaciones no han tenido otro objeto que hacer frente
a las amenazas que, al parecer, tenían que provocar su desaparición. En los años 50
del siglo pasado, Hollywood hizo frente a la competencia de la televisión mediante
notables impulsos técnicos como los formatos panorámicos y aquel rudimentario
3D que debía verse con gafas polarizadas de filtros cian y rojo, convertidas hoy día
en un divertido instrumento vintage. En los años 80, Hollywood se vio obligado a
cohabitar con el vídeo doméstico y lo hizo con cierta fortuna. De hecho, buena parte
de los cineastas actuales deben toda su educación cinematográfica inicial al VHS.
En los primeros lustros del siglo XXI, la industria del cine se ha enfrentado al
desafío del abaratamiento y la popularización de las tecnologías de producción y
ahora tiene que enfrentarse a la feroz competencia de Internet, entendida no ya
como nido de piratas, sino como fuente de entretenimiento, foro cultural y espacio
de sociabilidad.
Lo que sí está claro que ha sufrido una transformación definitiva es el modelo
tradicional que ha sostenido históricamente la industria –una gran oferta mediana
destinada a un público general– puesto que el mercado del cine parece
definitivamente polarizando en, por un lado, grandes acontecimientos globales y,
por otro, pequeños mercados para pequeños públicos. En definitiva, lo que ha
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cambiado enormemente es la distribución y la exhibición, es decir, el modo en que
las películas llegan a los públicos. Los servicios de video on demand basados en
Internet como Voddler, Wuaki.tv, Filmin, Nubeox o la ya desaparecida
Youzee son la respuesta a la creciente demanda de los usuarios de películas en alta
calidad de video y audio que quieren verlas sin la necesidad de salir de casa. Cada
una de ellas tiene características particulares debido a su origen (algunas nacen de
la iniciativa de distribuidores, otras de exhibidores; unas están más orientadas al
consumo en el ordenador, mientras que otras parecen destinadas a los llamados
SmartTV) y a su catálogo, pero todas evidencian que hay empresas que se resisten a
creer que Internet es el enemigo del cine.
Pero también hay datos que refutan la afirmación de que la experiencia de ir al cine
ha perdido el favor del público. Los festivales son eventos que movilizan a multitud
de espectadores porque suponen una verdadera alternativa a los designios a
menudo caprichosos de los circuitos de distribución y exhibición establecidos. Otro
ejemplo es el evento cinematográfico Phenomena Experience, que
(principalmente en Barcelona y Madrid) convoca regularmente a un número nada
despreciable de espectadores que disfrutan de otro modo de ver el cine, con la
proyección de clásicos en versión original y, generalmente, con la mejor copia
disponible. Tanto los festivales como Phenomena Experience rebaten con
hechos los argumentos de todos aquellos que afirman que el cine ha muerto en la
pantalla grande.
El papel de los festivales como dinamizadores de la exhibición de películas en
pantalla de cine y en condiciones óptimas de recepción, por tanto, es fundamental.
Ese es, para quien firma estas líneas, el motivo por el que vale la pena emprender el
esfuerzo hercúleo de hacer un festival. Un festival debe ser un puente real entre los
creadores y un público interesado en consumir, disfrutar y aprender del cine.
Por tanto, cuando me hago la pregunta "¿a quién sirve?", creo que en el fondo
sirven para públicos y para creadores. Y eso es lo que intento aplicar (o intento
influir para que la institución lo aplique) cuando trabajo en la programación de
Anima’t, la sección de animación del Festival Internacional de Cine
Fantástico de Sitges.
Al servicio de la creación
El pasado mes de octubre de 2013, los asistentes a las jornadas profesionales
Anima’t Industry Networking Summit —un spin off del Festival de Sitges que
se celebra en Barcelona y que quiere ser un punto de encuentro para el sector de la
animación—, pudieron ver bocetos, diseños y fragmentos del story board de Song
of the Sea, el proyecto en desarrollo de la productora irlandesa Cartoon Saloon.
La impresión general del público fue que lo que se estaba viendo era una maravilla
merecedora de la máxima fortuna comercial, pero que este éxito no sería nada fácil.
Para el público general de nuestro país, la animación es poco más que el reducido
conjunto conformado por la decena de largometrajes que cada año estrenan las
compañías norteamericanas, las películas de orientación infantil de origen japonés
que, de forma muy esporádica, llegan a nuestras salas de cine —y que no son más
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que una ínfima muestra de la variedad desbordante de la producción japonesa— y la
película española realizada con un enorme esfuerzo que de vez en cuando consigue
estrenarse.
Teaser de Song of the Sea : https://www.youtube.com/watch?v=t0Ejpl3QFuU
Porque, en efecto, para el público general, la animación es, en primer lugar, el
largometraje cinematográfico, que conforma un panorama el que la producción
europea de unos cuántos proyectos que vale la pena observar de cerca comparte
espacio con dos polos de producción de enorme fuerza (Estados Unidos y Japón).
Para este mismo público general, la animación es, también, los dibujos animados
para televisión, que configuran un paisaje más plural en técnicas y enfoques
plásticos y artísticos, pero que, salvo excepciones, parecen condenados a no
disfrutar del aprecio de los públicos que vayan más allá de su público natural, que
es el infantil.
La mayoría de los interesados en la animación creen (con razón) que sobre ella ha
caído una especie de maldición: la de ser considerada como una forma menor de
expresión audiovisual, cuando en realidad es la aliada natural de todos aquellos que
buscan un cine capaz de sorprender, de poner en cuestión ideas sobre lo
representable en la imagen en movimiento, y capaz de desafiar las ortodoxias de los
discursos visuales dominantes. En el mundo de la expresión audiovisual, dominado
históricamente (con las excepciones que quieran encontrarse) por el poder de la
narratividad, de los acontecimientos expresables en términos de causas y
consecuencias y traducibles a palabras, la animación siempre ha estado en una
posición de avance, demostrando con fuerza que el cine es también, y sobre todo,
una cuestión de diálogo visual.
Esta capacidad para poner en crisis algunas de nuestras ideas más arraigadas sobre
el que tiene que ser la comunicación mediante imágenes se ha desarrollado
históricamente en los largometrajes y, en mucha menor medida, en las series de
televisión, pero su ámbito natural de desarrollo ha sido el cortometraje. Y así se ha
reflejado en los festivales que han acogido sus formas híbridas y cambiantes, como
Annecy, Hiroshima, Cinanima en Espinho (Portugal) o la Animafest de Zagreb,
festivales que han tomado el polos a lo largo de varias décadas a la inabarcable
nómina de escuelas y estilos de animadores británicos, a la siempre vital animación
de la Europa Occidental, o a la torrencial producción de la Europa del Este. En las
últimas décadas, festivales de vocación generalista han ido incorporando a sus
secciones muestras de animación, demostrando que esta ya no es un género menor,
un producto destinado en exclusiva a la audiencia infantil o un reducto de creadores
y públicos marginales. Los festivales han conseguido que la animación se gane el
respeto y el aprecio de la crítica y, sobre todo, del público, divulgando de forma
ordenada y rigurosa la obra de pioneros como Starewicz, Alexeieff, Tyrlová, Trnka o
McLaren, clásicos modernos como Svankmajer, Laloux o Bakshi, o los creadores de
la época dorada del cartoon norteamericano, para citar algunos. También ha
servido para el encuentro del público con la animación japonesa en sus formas más
institucionalizadas y alternativas, con la infografía y el 3D o con la stop-motion
(antes de que Mear o Aardman las pusieran en boca de todo el mundo), dejando
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claro que a través de la animación puede trazarse toda una Historia paralela del
cine que merece la pena conocer y celebrar.
Pero el que importa no es el papel que la animación ha jugado en la historia de los
medios audiovisuales, sino el que sigue jugando o, mejor, el que todavía tiene que
jugar. Los festivales especializados o con secciones dedicadas al tema demuestran, y
lo harán en el futuro, que la animación es un campo de creatividad infinita.
La salud de este campo de creatividad al mundo reposa sobre tres pilares: una
sólida tradición en la producción no orientada tanto al negocio inmediato como la
exploración plástica y al crecimiento autoral, un sistema de formación con escuelas
de vanguardia y profesionales orientados al magisterio, e instituciones públicas que
creen en el valor artístico y cultural de la animación. Son diferentes estrategias para
cultivar un talento que no es exclusivo de un país concreto, pero que una vez
cuidado, florece dando lugar a ecosistemas reconocibles que no tardan a convertirse
en referencias en el extenso pero cotado universo de la animación. Todos los
conocedores del medio saben, por ejemplo, que el Reino Unido, Francia y Canadá
son polos mundiales de creación, atracción de talento y consumo y exportación de
obra y profesionales. Cada año, los programadores de festivales reciben centenares
de propuestas procedentes de estos países, cada uno de ellos fruto de las estrategias
de los mencionados pilares.
En Francia, la formación es clave, como puede verse en el trabajo que realiza
Supinfocom, la escuela superior de creación de animación digital (2D y 3D) con
sedes en las ciudades de Valenciennes y Arles, y con una delegación internacional
en Pune (India). Supinfocom es el ejemplo de hasta qué punto una escuela puede
convertirse en referente mundial mediante la distribución en festivales de todo el
mundo de trabajos de sus estudiantes y graduados. Este sólido tejido formativo
alimenta y a la vez se complementa con una red de producción y distribución
ejemplar, como la que representan compañías como Autour de minuit o Les
Films du Nord, que cobijan a talentos conceptuales y técnicos indomables.
El Reino Unido ha apoyado tradicionalmente a sus creadores mediante estrategias
de estímulo a la producción en las que las televisiones han jugado un papel esencial.
BBC y Channel Four han tenido desde siempre entre sus prioridades el apoyo
explícito a la animación británica, tanto en forma de series como en forma de
cortometrajes. Esto, de hecho, ha permitido la consolidación histórica del corto
como un formato viable de producción y exhibición. En este contexto, el corto no es
un territorio de pruebas o un entrenamiento para autores cuya aspiración última es
dar un obligado salto al largometraje, sino un formato plenamente prestigiado para
el desarrollo de una propuesta artística sostenida en el tiempo.
Algo parecido ocurre parecido en Canadá, pero en este caso el apoyo explícito no
viene tanto por parte del tejido empresarial, sino de la oficina nacional del cine o
National Film Board, organismo público que tiene el objetivo de producir y
distribuir películas para modelar, promover y difundir la imagen del país alrededor
del mundo. Hablando de la NFB, es imposible no invocar el nombre de Norman
McLaren, uno de los amimadores más célebres de la historia, quien desde 1941
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irradió su magisterio como creador y formador desde su centro de operaciones en el
citado organismo público.
En todo caso, sería injusto reducir el panorama de la animación mundial a los
grandes centros de producción, dado que la grandeza de la animación es,
precisamente, que puede ser pequeña. En el país de las superproducciones de
Disney, Dreamworks o Fox, un francotirador solitario como Bill Plympton sigue
trabajando con paso firme, como demuestra su último largometraje Cheatin. En el
país de Hayao Miyazaki, Doraemon y Dragon Ball, Production I.G continúa
con sus grandes proyectos, mientras presenta anualmente, en su antología Anime
Mirai, el futuro espléndido que tiene la animación japonesa. Los países bálticos y de
Europa central y oriental siguen con la maravillosa tradición heredada de los
geniales Hermína Tyrlová o Jirí Trnka. En Portugal, pequeñas productoras
como Filmógrafo se hacen un hueco en el mundo a base del prestigio que da el
trabajo muy hecho, del mismo modo que hacen productoras pequeñas y artistas que
se autoproducen en todo el territorio español.
Ese es el ecosistema en el que Anima’t se mueve y en el que conscientemente
quiere intervenir. Tanto en su subsección de largometrajes como en la de
cortometrajes, Anima’t está pensada como un foro de discusión en el que se
congregan diferentes puntos de vista (técnicas y enfoques) a ambos lados de la
pantalla. Entre el público de las sección se encuentran aficionados históricos,
nuevos fans del anime que quieren acercarse a otras formas de expresión,
dibujantes de cómic e ilustradores, animadores, familias, o simplemente curiosos,
todos juntos en una hermandad que solo puede congregarse a través del cine de
animación.
JORDI SÁNCHEZ-NAVARRO
Profesor e investigador en cine y comunicación (UOC) y programador de Anima’t, la
sección de animación del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges, del
que fue sub-director. Entre 1993 y 1996 fue director del Saló Internacional del
Còmic de Barcelona. Ha escrito e impartido conferencias y clases sobre cine,
televisión, videojuegos, cómic y sobre las nuevas formas e innovaciones de la
cultura audiovisual. Es autor de los libros Narrativa audiovisual (2006), Freaks en
acción. Alex de la Iglesia o el cine como fuga (2005) y Tim Burton: Cuentos en
sombras (2000). Coordinador del Grupo de investigación en Aprendizajes, Medios
y Entretenimiento (GAME)
Twitter: @jordisn
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RUTA 66: SENTIMIENTOS E
INQUIETUDES AMERICANAS
DE UNA ADICTA A LAS SERIES
POR BEATRIZ GONZÁLEZ
No soy persona que acostumbre a plasmar pensamientos y experiencias por escrito,
por lo que este ejercicio de reflexión acerca de mis vivencias durante las tres
semanas que dediqué a hacer la Ruta 66 en compañía de una muy buena amiga, de
primeras me parece todo un reto y, a la vez, me produce cierto desasosiego. Quizá
sea el síndrome del folio en blanco que llaman, quién sabe…
Siempre hay un pensamiento (dos, tres a lo sumo) que te viene a la cabeza cuando
piensas en algo o alguien en particular. En mi caso son dos:
En primer lugar está el recuerdo imborrable de la carretera, de esos trazados por los
que discurría la Ruta 66 casi siempre paralela a las nuevas interestatales y que
tantos recuerdos me dejó en la retina: la cercanía y amabilidad de los
norteamericanos, los puentes de estructura metálica que encontrábamos a nuestro
paso y que destilaban aroma a tiempos pasados, los altísimos depósitos de
almacenaje con el nombre de la población inscritos en ellos dándote la bienvenida,
o el contraste de paisajes entre los distintos estados, desde los vastos maizales de
Illinois, al verdor de Missouri y parte de Oklahoma, los grandes ranchos de Texas o
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los efectos del proceso de desertificación que claramente se podían apreciar en New
Mexico, Arizona o California.
En segundo y último lugar está Monument Valley, un lugar que superó todas mis
expectativas del mismo modo que El Gran Cañón las hundió miserablemente.
Paradójicamente, no pertenece a la Ruta 66, pero sin duda visitarlo fue uno de los
grandes aciertos pese al gran desvío y las más de ocho horas en coche entre ida y
vuelta que ello nos supuso. Me embargaba una sensación de pureza, de libertad
admirar esas obras de arte de la naturaleza mientras mis botas se manchaban de esa
tierra arcillosa y roja. Estaba en ese mágico lugar donde habían pisado varios de los
más grandes actores y directores del mundo, películas que mi padre había visto
siendo niño y que siempre recuerda con especial nostalgia. Para mí, aunque siento
una especial admiración por algunas de esas joyas cinéfilas del viejo oeste, también
representa un cine mucho más actual, evocándome escenas de películas tan
entrañables y carismáticas como Forrest Gump o donde concluía en su escena final
de la inolvidable Thelma & Louise (aunque nuestra intención una vez allí no era
emularlas de manera literal, nos conformábamos con emularlas en espíritu).
Curiosamente, ambas películas tuvieron a Monument Valley como punto y final de
sus particulares viajes hacia lo más profundo de sus almas, de sus miedos y de sus
liberaciones personales.
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Demasiados paralelismos entre ellas y nosotras, y no lo digo únicamente porque
parte del recorrido de ambas rutas coincidieran o porque cumplíamos el arquetipo
de dos mujeres con cierto espíritu aventurero, un coche y mucha carretera por
delante, si es que se puede reducir esa joya en una definición tan paupérrima. Quizá
por nuestras personalidades a veces tan distintas y a la vez tan complementarias,
capaces de cambiar de rol si la ocasión lo requiere. Sin duda, una película que
estuvo muy presente durante todo el viaje, ese viaje que surgió como algo
inesperado, improvisado, fruto de una decepción, pero ya sabemos que cuando una
puerta se cierra, una ventana se abre y probablemente no lo pudo hacer en mejor
momento. Sí, la Carretera Madre estaba hecha para nosotras, para disfrutarla y
guardarla bajo llave en nuestros corazones para siempre.
Entrando ya en materia friki, para dos personas con alma seriéfila como nosotras,
recorrer la ruta significaba, en gran parte, soñar con lugares emblemáticos,
localizaciones que pasaban de ser simples puntos marcados con una X en el mapa a
ser algo tangible y real, algo que vas a ver con tus propios ojos, tocar con tus propias
manos (y si se tercia, algo de lo que apropiarte discretamente para conservar como
un entrañable recuerdo). ¿Colará eso de que nuestros antepasados españoles fueron
los fundadores de Albuquerque para pedir por la cara un lavado de coche en el
lavadero de Walter White? Sí, en tu cabeza, todo es posible. ¿Por qué no?
La cultura americana está muy presente en nuestras vidas ya sin buscarlo, conque
si, además, te pirras por las series y las pelis (el cine en menor medida),
probablemente el viaje se convierta más en una obsesión por querer verlo y
abarcarlo todo que en un viaje de placer. Decidimos que eso no nos iba a pasar a
nosotras (un poco con la boca pequeña, claro, pues ¿qué seriéfilo en su sano juicio
no querría verlo TODO?). Nos esperaba un cierre de viaje espectacular, el ser
testigos de primera mano de la alfombra roja de los Emmy, fantaseando e
imaginando ficticias discusiones con quienes osaran arrebatarnos nuestra más que
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merecida primera línea en la valla o quizá conocer a un simpático técnico de sonido
que no tendrá reparo alguno en colarte entre bambalinas. Asistir a los Emmy en
nuestro último día era la guinda perfecta de un pastel que se antojaba delicioso.
Era, en definitiva, un sueño dentro del sueño que suponía hacer la Ruta 66.
Y si algo nos enseña la televisión es que América es la tierra de las oportunidades,
del tan manido sueño americano. No hay nada que hacer, te han inoculado el
veneno en el cuerpo. Negar la evidencia es engañarte a ti mismo. La cultura
americana está por todas partes y nos gusta sentir que, en cierto modo, formamos
parte de ella. Nos enteramos antes de su música, sus películas, sus cotilleos, sus
series, sus tragedias y sus fenómenos atmosféricos que de los nuestros. No sabemos
qué es la manteca de cacahuete y el sirope de arce pero tienen pinta de estar
buenísimos.
Recientemente, el hashtag #TipicasFrasesAmericanas fue trending topic en España
gracias al humor y a la sorna que derrocharon miles de tuiteros reflejando los
clichés americanos que tan a menudo vemos en el cine y la televisión
estadounidense. Aquello me hizo recordar parte de mis motivaciones para realizar
la ruta.
Para una persona como yo, con cierto apego por lo antiguo, por lo clásico, y por la
historia en general, hacer la Ruta 66 era formar parte de esa leyenda, de
profundizar en el mito de los primeros colonos en zonas completamente vírgenes,
entender mejor el concepto de la América profunda, descubrir un país que ha
estado fuertemente ligado a España desde siglos atrás y donde convive un elevado
porcentaje de ciudadanos de habla hispana (>12%). Todo ello iba unido a mi amor
por la televisión en general y las series en particular. Clichés a montones que quería
descubrir por mí misma para poner mis expectativas en su punto exacto y ese punto
romántico/aventurero que hacía la ruta más atractiva si cabe.
Así pues, como es imposible partir de cero e ir a los Estados Unidos libres de
prejuicios y estereotipos (y a casi ningún país del mundo, diría yo), trataré de
aportar mi particular visión nostálgica de esta maravillosa experiencia, tratando de
desmontar o confirmar los clichés que tantísimas veces hemos visto u oído en
televisión sin olvidar alguna anécdota o curiosidad que quizá os pueda resultar
interesante, así como los rincones seriéfilos que fuimos encontrando a nuestro paso.
No diga Illinois, Texas o New Mexico; diga The Good Wife,
Dallas y Breaking Bad.
Hablar de Chicago es hablar del lago Michigan, de su skyline, del punto de partida
de la Ruta 66, de los Chicago Bulls, del musical Chicago, de su metro elevado, de los
Bears, la Deep Dish Pizza o pizza Estilo Chicago (deliciosa), de la Hull House o de la
torre Willis y su alucinante balcón exterior completamente acristalado. Pero
también es hablar de una de las series del momento, The Good Wife. Cuando realicé
el viaje no había pasado del s01e05, pero a día de hoy la he devorado entera con
ansia viva, para disgusto de cierto maquetador de este artículo. No voy a
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extenderme en desgranar mis filias y fobias con algunas series, este artículo no va
de eso, pero sí de destacarlas un poquito para que ocupen el lugar relevante que, sin
duda, tuvieron a lo largo de la Ruta y las emociones y gratos recuerdos que nos
aportaron.
De Chicago, in my opinion, nos quedó una muy agradable sensación de ciudad
abierta a la gente, cosmopolita, atractiva y culta sin resultar snob. También
agradecimos el no percibir esa sensación de masificación que sí tienen otras
grandes urbes pese a ser la tercera ciudad más poblada de Estados Unidos. Tras día
y medio de andar de aquí para allá y de poner los pies en remojo en el lago
Michigan, tocaba despedirse de la ciudad que vio nacer a personajes tan célebres y
tan dispares como Walt Disney, Hugh Hefner o Hillary Clinton, además del que ha
sido uno de sus ciudadanos más ilustres, Al Capone.
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Llegó el gran día de tirar millas (muy apropiada la frase) e íbamos mentalizadas de
que nuestro objetivo era disfrutar del camino, saboreando todas y cada una de las
pequeñas sorpresas y posibles decepciones o contrariedades que nos depararían
esos 4.000 y pico kilómetros, de pequeños rincones y curiosidades por descubrir, de
las posibles anécdotas del viaje, de la música y las conversaciones que tendríamos a
lo largo de todo el trayecto. Nuestro flamante, reluciente y enorme Chevy Impala
Edición Limitada nos ayudaría en el proceso y pusimos rumbo a la aventura.
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Nuestra primera parada coincidiendo con el rugir de tripas (ésta fue una sabia
costumbre que adquirimos, el no guiarnos por horarios y comer cuando nos
apeteciera sin importar la hora) fue en esta pequeña población, principalmente
porque ahí se encontraba el Joliet Correctional Center, actualmente fuera de
servicio. Bueno, este nombre no os dirá nada, pero si digo Fox River, muchos ya
sabréis a qué me refiero. Recuerdo gratamente aquella primera temporada de
Prison Break, y aunque sólo pudimos acceder hasta la explanada situada en la
misma entrada del correccional, la imponente fachada la recordaba exactamente
igual.
Una de las características más curiosas de la Ruta 66 es que está plagada de
monumentos tipo el monopatín más largo del mundo o la casa más alta del mundo,
atracciones totalmente made in USA. La Ruta 66 utilizaba este tipo de reclamos
para atraer a la gente y, por suerte, la gran mayoría de ellos se conservan en
óptimas condiciones. También creo recordar que hicieron mención a ellos a
principios de la novena y última temporada de How I met your mother, cuando Ted
se declaraba un friki absoluto de estas figuras y recorría el país buscándolas junto a
la madre. Pues bien, con la ayuda de nuestra guía, la EZ66 Guide for travelers de
Jerry McClanahan, parábamos casi en cada pueblo y nos poníamos a callejear hasta
que conseguíamos localizar al astronauta con su cohete espacial (Gemini Giant), o
la Blue Whale, entre otras muchas figuras, además de un amplio surtido de murales
evocando la Ruta 66, todos ellos de tamaño gigantesco pero francamente dignos de
ver. Fue uno de los momentos más simpáticos del viaje. Hay una pequeña anécdota
al respecto: Buscando a Abraham Lincoln en su carromato no había ni rastro de
dicho carromato ni rastro de cualquier actividad humana en ese pueblo. Decidí
entrar a preguntar en el primer sitio que encontrara abierto (pasadas las 17h, la
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mayoría de comercios cierran) y, finalmente, encontré uno. Entré y un grupo de
personas que estaban en una reunión me indicaron cómo llegar. Entonces me fijé
en un cartel y una mesa con fruta en su interior. Había interrumpido una reunión
de Alcohólicos Anónimos.
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Tuvimos ocasión de pernoctar en nuestra primera noche de ruta en Springfield,
capital y residencia oficial del Gobernador del Estado de Illinois (no de Los
Simpson) y donde también residió durante parte de su vida y está enterrado en un
precioso mausoleo uno de los personajes más ilustres y reputados de los Estados
Unidos, Abraham Lincoln (llegados a este punto es de obligado cumplimiento
llevarse la mano derecha al corazón y cantar eso de Oh, say can you see by the
dawn’s early light…).
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De nuevo en marcha por caminos polvorientos y carreteras irregularmente
asfaltadas, divisamos el río Misissippi con el atardecer reflejándose en sus aguas. El
río sirve a su vez de frontera estatal entre Illinois y Missouri, estado donde se sitúa
St. Louis. Pero en uno de los recodos de la I-44 que bordeaba el río apareció
majestuoso ante nuestros ojos el Gateway Arch, monumento nacional de 192 metros
de alto y otros tantos de ancho y que es muy reconocible en la serie Defiance aunque
a mí personalmente me traía viejos recuerdos del opening de Somos diez (aquel
spinoff de Los problemas crecen basado en el entrenador Lubbock y su familia,
seguro que la recordaréis al momento).
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Visto desde su base es realmente espectacular. Lo destacable de su interior fue el
mecanismo de ascenso al mirador situado en el punto más elevado del arco. Eran
ocho pequeñas cabinas completamente blancas con capacidad para cinco personas
cada una. El ascenso se hacía a través de una catenaria que enganchaba las cabinas
como si fueran poleas siguiendo el movimiento en zigzag. Muy, muy, muy curioso,
sin duda. Pero es que esas cabinas eran como cápsulas. Nosotras nos hubiéramos
dejado abducir y lo que hiciera falta, ya nos habíamos metido en el papel por
completo.
Continuamos nuestro destino hacia Lebanon, pero antes tendríamos el gusto de
conocer a Jesse James, el más famoso atracador americano de mediados-finales del
siglo XIX y las cavernas de Meramec, lugar que sirvió de guarida a toda la banda.
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En Lebanon ya atardecía cuando llegamos. El Munger Moss Motel es uno de estos
moteles clásicos de la ruta con un cartelón enorme de neón todo lleno de colorines.
Regentado por Ramona, lleva abierto al público desde 1.946, el mismo año en que
fabricaron sus colchones, estoy convencida. La habitación dejaba bastante que
desear: mosquitos por doquier, telarañas, olor a rancio y mal ventilado, sillones
raídos... Como decía Silvia, mi compañera de viaje, sus últimos inquilinos debieron
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ser Bonnie & Clyde. Recuerdo decirme para mí misma: Che, esto es lo que buscabas,
¿no? Un motel cutre donde pasar la noche. Vaya si lo conseguí.
Amanece, domingo 8 de Septiembre, día del Señor (parecía que empezaba a
afectarnos espiritualmente las biblias que íbamos encontrando en las mesillas de
noche de los moteles). Ponemos la televisión y ¡menuda sorpresa! ¿Los
telepredicadores existen de verdad? Pensábamos que eran un mito, una leyenda
urbana, algo así como la película-reencuentro del cast de Friends. Y, además, en
prácticamente todos los canales. Ver para creer. Junto con la Biblia, teníamos el
plan dominguero perfecto.
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Hablando de biblias y telepredicadores, ni os imagináis la cantidad de iglesias que
nos íbamos encontrando a nuestro paso. Eso que dicen de que en España se abre un
bar y el pueblo se crea a su alrededor, pues allí pasa lo mismo pero con los templos.
Iglesias protestantes, católicas, mormonas y alguna baptista.
De nuevo a bordo de nuestro Chevrolet, llenamos el depósito y nos marchamos
dirección Tulsa, ya en el estado de Oklahoma. En principio no teníamos que temer
por los tornados ya que se dan más por la primavera que por otoño, aunque
septiembre seguía siendo época de riesgo. En este tramo cruzaríamos brevemente el
estado de Kansas, el granero de América, apenas durante unos pocos kilómetros
que se pasan en lo que tardas en repetir tres veces en voz alta: Se está mejor en casa
que en ningún sitio. (Los zapatitos de rubíes no son necesarios)
Llegamos a Tulsa conocida como la capital mundial del petróleo dada la cantidad de
refinerías existentes. Era domingo de series y teníamos cable, así que había que
aprovechar. Dexter y Breaking Bad fueron las elegidas, ambas en sus rectas finales
de serie.
Por la mañana aprovechamos para visitar algunos lugares de Tulsa y alrededores
antes de irnos dirección Oklahoma City. Lo que más sentimos fue no poder visitar la
reserva Cherokee, cuya fama les precede y han sido protagonistas absolutos de
tantas películas de indios y vaqueros.
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En Oak City, como se la conoce popularmente, confluyeron nuestros destinos y los
de las intrépidas Thelma & Louise. Aquí ambas conocieron a un jovencísimo Brad
Pitt interpretando a un estudiante autoestopista. Nosotras no tuvimos tanta suerte
(o sí, a sabiendas de lo que ocurrió después). Bueno, llegados a este punto la salud
empezó a jugarnos una mala pasada, quizá por algún alimento en mal estado o
probablemente a causa de los contrastes de calor y el aire acondicionado de los
dinner respectivamente. Total, que estábamos en un motel en mitad de la
interestatal, de esos en que si gritas, muy probablemente nadie te oiga.
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Sea como fuere, decidimos continuar con nuestro planteamiento inicial y, tras una
noche de perros y con el ánimo bastante decaído, abandonábamos temporalmente
la ruta para bajar hasta Dallas, en pleno corazón de Texas.
Dallas es uno de esos estados donde decir que eres español está bien visto. Antes
bromeé sobre el hecho de obtener un lavado de coche gratis alegando ser
descendiente de colonizadores, pero en Texas, en general, ser español es hablar de
una parte muy importante de su historia. No en vano, en todos los edificios
estatales se encuentran las llamadas Six Flags over Texas, siendo una de las
banderas la del antiguo Reino de Castilla. También hay un gran porcentaje de
población hispanohablante y en la televisión se ven los canales de Televisa,
Televisión Azteca, Telemundo y similares. Ya habíamos visto en los días anteriores
distintas series de televisión norteamericanas, reposiciones de Friends, Modern
Family, algún partido de la NFL, a Conan, David Letterman y demás, pero lo que de
ninguna manera esperábamos ver nada más encender la televisión en Dallas fue el
Chavo del Ocho.
Por fin llegamos al Sixth Floor Museum, el museo dedicado exclusivamente a la
vida, obra, asesinato y posterior investigación de otro ilustre político
norteamericano, John F. Kennedy, apenas dos meses antes del cuadragésimo
aniversario de su muerte. El museo en sí merece infinitamente la pena.
Lamentablemente, estaba prohibido tomar fotos y vídeos del lugar. Se muestra una
gran cantidad de documentación histórica y familiar, fragmentos de audio de
distintos momentos de su vida. Pero lo que pone los pelos de punta es la parte que
detalla con absoluta precisión, casi minuto a minuto, los acontecimientos de aquel
día, el momento exacto del asesinato y el impacto emocional y la alarma social que
tanta huella dejó en la sociedad norteamericana tras conocer la noticia. Algunos
medios se mostraban incrédulos al informar de la muerte del Presidente de los
Estados Unidos, y mientras, unos pocos pasos más allá estaba la ventana de la
esquina desde donde Oswald efectuó los disparos protegida por una mampara
transparente. Si uno se asoma a las distintas ventanas podrá ver el gran aspa blanca
pintada sobre el asfalto que indica el punto exacto donde falleció Mr. President.
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Pese a lo interesante del museo, no habíamos recuperado el tono, por
lo que abandonamos definitivamente la idea de visitar Dallas y guardamos cama
ante el riesgo de perjudicar nuestra ansiada segunda mitad del roadtrip. Al día
siguiente nos esperaba Southfork Ranch, el rancho de los Ewing (Dallas).
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Dado que en la serie original lo único real eran los exteriores, prescindimos de la
visita al interior del rancho y nos limitamos a observar y tomar fotos de la famosa
fachada. Realmente el rancho de Dallas no está tan alejado como cabría esperar y se
accede por carreteras asfaltadas. La tienda de regalos con productos de la serie y
otros tantos de la cultura tejana mostraban los rasgos de una sociedad patriarcal
muy arraigada en esas tierras, relegando el papel de la mujer a cocinera, esposa y
madre.
Llegó el momento de volver a nuestra Ruta 66, pero salir del entramado de
circunvalaciones de Dallas costó lo suyo y nos llevó un tiempo extra coger el camino
adecuado. Íbamos apuradas de tiempo para llegar al museo de la Ruta 66 de
Clinton, un poquito más rápido de lo normal, pero sin hacer locuras (aunque no
negaremos que con esas rectas interminables daban ganas de pisar el pedal hasta el
fondo). Ya regresábamos a Oklahoma y parecía que llegaríamos en hora al museo,
pero un coche situado en el arcén contrario arrancó, viró y se situó detrás nuestra. Genial, la policía. Y paramos en el arcén. Llegados a este punto uno piensa a la
velocidad del rayo varias opciones: ¿Lo metemos en el maletero al estilo Thelma &
Louise y seguimos nuestro camino? No, demasiado arriesgado. ¿Ponemos cara de
no haber roto un plato? Sin duda, la opción más factible y más sensata de todas.
¿Acabaremos en el calabozo? Sólo faltaba que este tópico americano se hiciera
realidad. No, mejor no pensar en ello, que aquí no hay a quien recurrir para que
pague nuestra fianza. Finalmente, el sheriff del Condado de Tillman, (encima eso,
que para una vez que nos detiene la poli en Estados Unidos no era un sheriff molón
sino un trooper) se queda parado en la parte de detrás de nuestro coche mirando
por nuestro espejo retrovisor.
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Ya le había advertido a mi amiga que pusiera las manos sobre el volante. En un
estado donde se permite llevar armas de fuego en automóviles era lo recomendable
si no querías que te sacaran del coche a punta de pistola. Se acerca a la ventanilla
despacio y comienza el interrogatorio oficial. Lo normal: Día de llegada y salida del
país, nuestro país de origen, qué hacíamos en EEUU y algunas preguntas de rigor o
de pensar que éramos estúpidas y podíamos haber confundido las millas con los
kilómetros. Su rictus se fue relajando y nosotras también, para qué negarlo. Pero en
una de éstas, le pide a Louise que le acompañe al coche. ¿Cómo? ¿Qué? ¿Por qué?
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Pasaban los minutos, no volvía y yo empezaba a preocuparme. Finalmente, bajó del
coche sonriendo. Al final, la más que probable multa se convirtió en un simple tirón
de orejas y una invitación a una cocacola (la que le debíamos) la próxima vez que
volviéramos por allí. Ya más relajadas llegamos a Elk City. El Museo de la Ruta
tendría que esperar hasta el día siguiente (y no defraudó ni un poquito, tengo que
añadir)
Era el momento de continuar nuestro camino. Llegamos a Amarillo (Texas)
dispuestas a comernos un buen solomillo de res texana. ¡Qué carne! Tan tierna y
jugosa que se deshacía en la boca sin apenas masticar y con ese ligero sabor a
mantequilla que la hacía deliciosa. El Big Texan Steak Ranch es parada obligada
para los ruteros y no ruteros. Tienen en uno de los amplísimos salones una
plataforma donde los más insaciables pueden retar al local a que son capaces de
comerse un solomillote de 2 kg (72 onzas) acompañado de su guarnición
correspondiente, todo en el plazo de una hora, con el público siendo testigo de tu
momento de gloria y con una cámara grabándote mientras te chorrea la salsa por la
papada para disfrute de los allí presentes. Si lo conseguías, te pagaban la comida y
entrabas en la lista de leyendas del local que lo habían logrado. Si fracasabas
estrepitosamente, te tocaría pagarte tu comida y esperamos que sin (demasiado)
escarnio del personal. El Big Texan, por dentro y por fuera, era todo un espectáculo.
100% sabor tejano.
Otra de las atracciones de la ruta es el Cadillac Ranch, donde aprovechamos para
sacar nuestra vena más artística.
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Al día siguiente nos despedíamos de Texas para adentrarnos en las profundidades
de Nuevo México. Yo sólo tenía un objetivo en mente: Albuquerque y Breaking Bad.
El viaje fue bastante plácido, como siempre acompañado de música y charlas,
fotografías aquí y allá y el GPS del teléfono que hacía de las suyas de vez en cuando.
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En el paisaje se percibía la arquitectura colonial en los edificios de los distintos
pueblos con nombres como Santa Rosa. Quedaba poco para llegar a Albuquerque
todavía era bastante pronto, por lo que decidimos hacer un pequeño desvío hasta
Santa Fe. Una pequeña ciudad, agradable y tranquila, cuyas edificaciones hechas de
adobe eran dignas de admiración. Tiene uno de los museos más interesantes que
habíamos visto sobre la población indígena del territorio, las constantes luchas de
los indios navajos con las fuerzas americanas durante la Guerra de Secesión y los
acontecimientos que precipitaron esa ruptura en la convivencia.
Una vez más, se nos echó el tiempo encima además de una buena tormenta, por lo
que llegamos a Albuquerque de noche y un poco a la buena de Dios mientras
tratábamos de encontrar un motel razonablemente barato. Encontramos uno
prácticamente pegado a la intersección de interestatales. A la mañana lo primero
que hago es mirar las localizaciones de Breaking Bad que llevaba apuntadas para
ordenarlas tratando de dar las menos vueltas posibles. Entonces, la sorpresa fue
mayúscula al comprobar que, pared con pared, teníamos la lavandería industrial.
Recordé cómo los exteriores en la serie daban la sensación de estar en medio de
ninguna parte y nada más lejos. Teníamos distintos comercios y restaurantes a
cuatro pasos como quien dice.
Lo primero era desayunar para coger fuerzas. Fuimos a Rebel Donuts donde los
preparan de manera magistral. Había mezclas imposibles como chocolate con
bacon, pero nosotras nos decantamos por una caja bien surtida donde no faltó
alguno de estos deliciosos Blue Sky.
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Una vez con el estómago satisfecho y con un sabor dulzón en la boca, buscamos la
casa de los White. Ahí estaba, justo en la intersección, tal cual se veía en la serie. No
podía evitar sentir ese cosquilleo de emoción en el estómago y cierta desazón, pues
apenas restaban dos semanas para finalizar la serie (dos días más tarde se emitiría
el inolvidable Ozymandias). Hubiera sido magnífico poder ver el interior de la casa,
pero hubo que contentarse con las fotos y la vecina cotilla que comentaba lo bien
que se lo pasó durante el rodaje.
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Llegamos a la oficina de Saul (Better Call Saul) y esto fue lo que nos encontramos:
Un amplio aparcamiento donde no había demasiados locales abiertos. No había
mucho más que ver, así que marchamos hacia el túnel de lavado de Walter y Skyler
apenas unas manzanas más allá. Aquí sí podía entrar aireando mi vena friki por
bandera, así que ni me lo pensé. Cámara en mano accedí al largo pasillo de la
tienda mientras grababa lo que iba encontrando a mi paso.
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Como no llevaba más que dos dólares en el bolsillo, los gasté en comprar y llevarme
de recuerdo un par de muestras de Blue Sky, las diminutas bolsitas que contenían
las dosis de meta azul. No eran sino azúcar caramelizado con esa apariencia
cristalizada. Estaba convencida de que eran las mismas que salían en la serie,
mismo tamaño y color, y ya una vez que abandonamos Albuquerque supe que
vendían las bolsas a tamaño grande en una tienda de golosinas.
Lo gracioso fue al salir del lavadero, cuando un pequeñajo regordete vestido de boy
scout (se abalanzó sobre mí tratando de venderme una caja de galletas. Había
gastado todo el dinero que llevaba encima y me supo realmente mal decirle que no.
Levanto la vista y veo a un grupo de madres sentadas alrededor de una mesa
plegable esperando que sus hijos vendieran lo suficiente como para obtener, quizá,
la tan ansiada medalla. No pude reprimir una pequeña carcajada. Entre realidad o
ficción, la mayor parte de los tópicos americanos con los que me topaba tenían una
base social muy importante y su razón de ser.
La casa de los Schrader estaba a las afueras, subiendo una colina. Costó un poco
encontrarla pero ahí estaba, con ese garaje que nos ofreció una de las escenas de
mayor tensión de la serie. Además, sorprendentemente no había un alma, ni un
curioso en ninguna de las localizaciones vistas. Nosotras nos ahorramos el dinero
del tour haciéndolo por nuestra cuenta. Encontré cierto encanto en hacerlo de este
modo. Llevaba más tiempo, el GPS no siempre funcionaba como debiera pero la
recompensa y el disfrute eran mucho mayores y te ahorrabas el hacer las fotos con
gente estorbando.
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Hora de comer y sólo podíamos acabar en un sitio, Twister. ¿O debería decir Los
pollos hermanos? El local es exactamente idéntico al de la serie. Además, los
planetas ese día se habían alineado. Las lluvias que anunciaba el telediario no
hicieron acto de presencia durante nuestra estancia en Albuquerque y la mesa de
Heisenberg estaba disponible para nosotras. Unos tacos, los mejores de
Albuquerque desde 2010 rezaba un cartel. Bueno, para mi gusto, los había probado
mejores en otros sitios, pero poco importaba. Estaba en Los pollos hermanos
admirando todo el local.
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Tenía una buena ristra más de localizaciones pero todavía teníamos que llegar a
Gallup, así que tocaba decir adiós a Albuquerque y agradecerle tantos momentos
inolvidables. Mañana le llegaba el turno a Monument Valley.
Hasta siempre, Albuquerque. Hasta siempre, Breaking Bad.
La mejor virtud de Monument Valley es que no tiene ningún defecto. Es maravilloso
en todo su conjunto. Quizá podríamos criticar sus elevados precios, dos sandwiches
de pastrami de estos envasados y dos botellas medianas de agua rondaban los $30,
más del doble de su precio normal. Pero como siempre ocurre, el turista acaba
aceptando e incluso viendo este tipo de prácticas con normalidad. Lo que pasa con
Monument Valley es que no es un lugar de paso habitual para desplazarse a otros
lugares. En las algo más de cuatro horas de ida apenas sí vimos cuatro o cinco
pueblos pequeños. Prácticamente todo el recorrido, tanto de la ida como de la
vuelta, lo hicimos en solitario. Así que parece claro que si uno acude allí lo hará sin
mirar excesivamente el dinero dado que hace una buena tirada de kilómetros a
propósito.
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Monument Valley, como comenté al inicio del artículo, me enamoró. Nos perdimos
andando por el interior del parque, lamentablemente no todo lo que nos hubiera
gustado dado que las distancias engañaban y recorrerlo a pie por completo nos
hubiera llevado varios días. Nos conformamos con tenerlo para nosotras durante
seis horas aproximadamente. Comerme mi sandwich allí contemplando y
admirando los caprichos de la naturaleza mientras rememoraba algunas escenas
cinéfilas era un lujo que no estaba al alcance de todo el mundo y realmente me
sentía una privilegiada por estar allí. Resultó agotador por el intenso calor y la larga
caminata, eso sin contar los más de 600 km que recorrimos con el coche ese día,
una locura; nuestra locura. Me imaginaba cómo sería verse en un lugar tan
maravilloso como aquél siendo perseguidas por la policía y sintiendo que llega el
momento de abandonarte a tu suerte. O quizá una sí dicta su propia suerte. Thelma
& Louise, una vez más, eran el alma y el corazón de este viaje de ensueño.
Si alguna vez vuelvo, cosa que me encantaría para poder ver las zonas que me
quedaron pendientes, sería montada en jeep. No es que te impidan usar tu propio
automóvil, pero es bajo tu propia responsabilidad y con el barro que se formaba por
las lluvias recientemente caídas, lo más probable es que nos hubiésemos
quedado atascadas sin poder maniobrar con el coche en algún punto, que la subida
hasta el centro de visitantes resultaba un poquito empinada.
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Uno de los grandes momentos que nos dejó Monument Valley fue a nuestro regreso
a Gallup, casi de noche cerrada, completamente solas en esa carretera polvorienta
mientras escuchábamos Dust in the wind. Otro momento mágico para acabar el día.
Ya iba quedando menos para nuestra series finale particular. Al día siguiente, tras
visitar el olvidable Bosque Petrificado, llegamos al pueblo rutero con más encanto
de toda Norteamérica: Williams. Es algo que uno tiene que ver con sus propios ojos.
El pueblo en sí es todo un museo en el que gustosamente nos hubiéramos quedado
unos días más. También fue el lugar escogido para hacer nuestra primera colada
estilo americano, con unas lavadoras y secadoras marca Dexter. Probablemente
porque quita las manchas de sangre como ninguna.
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A la mañana siguiente pasaríamos por El Gran Cañón del Colorado (nos pareció
bastante más pobre en comparación con Monument Valley), muy organizado pero
bastante masificado y las vistas al cabo de una o dos horas de paseo ya parecen
rutinarias. Siempre nos quedará contratar una de esas excursiones en helicóptero
que te llevan hasta la misma base del cañón, seguro que sería espectacular. Al día
siguiente nos esperaba Las Vegas, otra ciudad fuera de lo común y muy peculiar, sí,
con su sempiterna fama de ciudad de vicio. Los casinos no cierran nunca, por lo que
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la oferta de ocio es la misma durante 24 horas, pero la ciudad se divide en dos tipos
de turismo: nocturno y diurno, así que mientras media ciudad dormía la mona, la
otra media admirábamos la ciudad en todo su esplendor, observando los detalles de
los mega hoteles temáticos que más de una vez nos dejaron con la boca abierta. Lo
que cada uno alberga en su interior bien podría considerarse pequeñas ciudades.
Al ser la ciudad lugar de rodaje de incontables películas y series, toda Las Vegas es
fácilmente reconocible. Tiene mucha animación aunque diría que sólo en
determinados puntos de la avenida principal, la de algunos grandes hoteles
temáticos, no todos. Nosotras tuvimos suerte. Nuestro hotel no era temático pero
estaba pegadito a los grandes focos de ambiente como era el hotel Bellagio.
Los casinos están repletos a todas horas, la gente puede beber alcohol por las calles
con total libertad y el dinero se mueve a espuertas. El de otros, no el nuestro,
porque nuestro gasto en casinos fue bastante escaso, que ya andábamos quemando
los últimos cartuchos del presupuesto y había que adaptarse. Echamos una partida
a los dados, a las tragaperras, lo suficiente para quitarnos el gusanillo, llevarnos
algunas fichas de recuerdo y poco más. En algún casino nos paseábamos por su
interior tratando de captar los maquiavélicos trucos de la gente para derrotar a la
banca, o eso debió pensar el jefe de una de las mesas cuando nos pidió un
documento identificativo por detenernos a mirar cómo jugaban al Blackjack.
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Por último, la calle Freemont tenía también mucha animación, música en directo y
barras de alcohol cada dos pasos. A primera hora de la tarde empieza a haber algo
de gente, pero hasta media tarde no empieza a llenarse el aforo para el encendido de
luces de las 20h.
En los outlets podíamos encontrar hasta ángeles llorones.
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Llegó el día en el que tristemente diríamos adiós a la Route 66 y a nuestro
compañero de viaje, el Chevy Impala que tan bien se había portado en estos 16 días
de peregrinaje. Atravesamos el desierto del Mojave con tres cuartas partes del
depósito lleno. En principio esperábamos que fuera suficiente y no tener que
repostar más. La gasolina es más barata, pero estos coches consumen el doble de
rápido y acaba siendo un goteo casi constante en los gastos.
Nos detuvimos a hacer un brunch en un Peggy Sue anunciado en los carteles que
encontrábamos a nuestro paso, así que allá fuimos. Las paredes estaban repletas de
la auténtica Peggy Sue con diversos artistas de la época como Frank Sinatra. Era
como si ese dinner permaneciera anclado en los años 60. Más auténtico, imposible.
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Nos habíamos inscrito para asistir como público al rodaje de Hot in Cleveland para
ver a Betty White, de la que mi amiga Silvia era una gran fan desde Las chicas de
oro. Pensábamos que una vez inscritas ya teníamos nuestra plaza asegurada, pero
nada más lejos. Después tienes que hacer cola para la serie a la que te hubieras
apuntado previamente. Llegamos al Studio City en Burbank con la lengua fuera
previa multa por parar el coche frente al hotel durante escasos dos minutos en lo
que tardábamos en subir, dejar el equipaje y bajar, total, para quedarnos
prácticamente a las puertas de entrar, las décimas en la lista de espera. La
frustración y el cabreo eran enormes, sentía perderme esa oportunidad de formar
parte del show de una sitcom pudiendo palpar en vivo la interacción entre actores y
público, pero por quien más lo sentía era por mi amiga. Posiblemente se escapaba la
única oportunidad de ver en carne y hueso a la única Golden Girl viva. Por más que
traté de explicarle la situación al encargado de la organización, que estábamos de
paso, que veníamos de España, que nos sentaríamos en los escalones de la tribuna
si fuera necesario, lamentó no poder hacer nada y nos entregó un pase doble con
prioridad por si volvíamos de nuevo. Sí, por supuesto, estaba pensando en recorrer
los casi 10.000 kilómetros que separan Alicante de Los Angeles en breve. Pero
bueno, quizá algún día lo consigamos. Mientras, habrá que conformarse con reírse
frente al televisor.
Nuestro cupo de mala suerte ya estaba completo –pensábamos–. Qué dulce
ingenuidad: Nos metimos en un atasco tras otro, estaba anocheciendo, teníamos
que dar por finalizada la Ruta 66 con la photo finish saboreando esos últimos
instantes del fantástico e inolvidable roadtrip y nos quedaba menos de un cuarto de
depósito para recorrer 50 km hasta el aeropuerto de Long Beach entre atascos. ¿Lo
conseguiríamos?
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La photo finish para el recuerdo
A pocos kilómetros de llegar el coche entró en reserva, pero conseguimos llegar ya
con el depósito prácticamente seco.
La vuelta al hotel la hicimos prácticamente en silencio, un silencio muy necesario
para ordenar pensamientos y vivencias, un silencio que en absoluto resultaba
incómodo sino más bien gratificante y clarificador. Nos quedaban dos días para
exprimir un poquito Los Angeles y disfrutar al máximo de los Emmy. Todavía nos
quedaban algunos ases en la manga y había que aprovecharlos.
El sábado era nuestro único día para ver algo de la ciudad. Era materialmente
imposible abarcar una ciudad tan enorme como Los Angeles en un día, así que nos
concentramos en ver el Paseo de la Fama lo mejor posible (lo cierto es que nos
hinchamos a ver estrellitas, que la zona de los grandes actores clásicos estaba
prácticamente desierta y fue una de las que más disfruté), ir al Hollywood Forever
Cemetery para ver la tumba de Estelle Getty y la visita programada a los estudios de
la Warner, absolutamente recomendable y lo digo desde ya.
Dimos un paseo en microbús abierto por las calles de la ciudad, y los distintos
platós. Era Stars Hollow (Gilmore Girls) rebautizado como el pueblo de Hart of
Dixie. Otra veces era la casa de Ross y Monica (Friends) de jóvenes, un motel
utilizado para diversos asesinatos (Dexter entre otros) o el instituto de Rosewood
(Pretty Little Liars). Pudimos ver el interior de los platós de The Ellen DeGeneres
Show o los de The Big Bang Theory, mucho más pequeños de lo que se aprecia a
simple vista. Disponían también de dos salas, una repleta de coches utilizados en
algunas de las más importantes producciones de la cadena y otra donde no se
permitía sacar fotos. Ahí se guardaban con mimo los principales atuendos y otras
curiosidades de personajes televisivos como Olivia Dunham (Fringe), Aria
Montgomery (Pretty Little Liars), Chuck Bass (Gossip Girl) y otros.
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Pero la joya de la corona no podía ser otra:
La casualidad quiso que un señor con sus dos niñas pequeñas nos pidiera que les
hiciésemos una foto. Hablando, hablando, le comentamos que estábamos en USA
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realizando la Ruta66, le hablamos de nuestro interés por los Emmy y mirad por
dónde este caballero, Andy Bialk, resultó ser el diseñador de los personajes de
Cómo entrenar a tu dragón, trabajo por el que obtuvo un Emmy que le fue
entregado la semana anterior en la ceremonia de los Emmys técnicos. Y nos enseñó
la foto, totalmente verídico.
El viaje estaba a punto de finalizar, pero no había dicho su última palabra. Mañana,
la esperadísima ceremonia de los Emmy. A ver qué tal se daba.
Domingo, 22 de Septiembre de 2013. Nos despertamos a las 8am. Realmente fue
una hora al azar, pues no teníamos certeza alguna de si sería necesario madrugar
mucho para coger un buen sitio ni si en LA estos saraos televisivos se verían como
un evento de lo más rutinario y luego irían cuatro desesperados como nosotras,
pero contábamos con la ventaja de que nuestro hotel se encontraba a cuatro
manzanas del Nokia Theatre. Bien, veríamos lo que se cocía por las inmediaciones
del lugar, y en función de eso, decidiríamos qué hacer llegado el momento.
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Me parece oportuno señalar que el Downtown de Los Angeles es la parte financiera
de la ciudad, por lo que andar por esas calles era como estar en pleno desierto.
Apenas un alma hasta que no nos acercamos a la zona cero, donde ya visualizabas
algún autobús moverse, algún policía comiéndose el donut con el café…, en fin, lo
habitual. Mucho mejor así, porque antes teníamos una visita que hacer y entre ir y
volver en autobús, nos podía llevar una hora como mínimo.
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Y llegamos a nuestro destino. ¿Reconocéis la casa de los Harmon?
Decían que estaba a la venta pero no vimos cartel alguno. Los carteles que sí
encontrábamos por doquier eran los que anunciaban los próximos estrenos y el
regreso de las series ya consolidadas en la parrilla.
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Regresamos al Nokia Theatre y ya había más movimiento, pero había tantas calles
cortadas y te prohibían el paso en tantos lugares que era difícil meter la nariz por la
puerta de atrás del recinto, donde se movía el equipo técnico y quién sabe si alguien
interesante a quien fotografiar.
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Ya nos echaban sin remedio y empezaban a cortar calles comerciales con gente
tomando el aperitivo en las terrazas, así que fuimos a tomar posiciones. Bueno, eso
si es que dábamos con el punto exacto porque nadie parecía saber nada y mucho
menos indicarnos el punto habilitado para el público, por lo que decidimos ir por
nuestra cuenta. Tuvimos que ir hasta el Staples Center para meternos por una calle,
la misma por la que entrarían todas las limos y coches oficiales.
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Y sí, veíamos a lo lejos muy pocas personas, 6-7 a lo sumo a menos de una hora para
que, en teoría, diera comienzo la Alfombra Roja de los Emmy. Estábamos realmente
sorprendidas por el escasísimo poder de convocatoria de unos galardones que son
seguidos por millones de personas en todo el mundo. Finalmente, llegamos al punto
exacto frente a la mismísima alfombra roja, con sus detectores de metales, sus
tribunas con público (envidia elevada al cubo) y el equipo técnico correteando de un
lado para otro. No se podía apreciar mucho más, la avenida era bastante amplia.
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Y empezó el baile, pero no el de la llegada de coches repletos de actores, sino el
nuestro. Un guardia que dice que no podemos estar ahí porque el ilustrísimo
ayuntamiento de Los Angeles ha pagado a los locales de restauración para clausurar
esa avenida al público y nos mandaban como 50 metros más lejos y con un ángulo
de visión horrible. Damn it!!
Anduvimos de un lado a otro porque nadie de seguridad ni los mismos voluntarios
parecían saber dónde colocarnos y ya éramos, ojo al dato, no más de 20 personas.
Supongo que nos tocó ser los pringaíllos que no sabían que ese año (y quizá los
sucesivos también) no se admitía público frente a la red carpet. Una chica que
hablaba español se nos unió a nosotras para ver si sacábamos algo en claro. Unos
retrocedimos un poco, otros se fueron directamente a la otra acera. En fin, un
completo desastre.
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Empezaron a llegar los primeros coches. Poca cosa. A medida que pasaban las horas
fueron apareciendo muchos más pero a esa distancia era imposible distinguir nada.
Maldecía a la organización por haber permitido semejante chapuza. Tener al
público gritando casi enloquecido era parte indispensable del show business. De
poder hacer unas fotos sublimes a sacar de refilón alguna cara y ya si acaso realizar
una investigación exhaustiva con posterioridad para saber quién es quién. Por sus
ropas les conoceréis. Triste, pero así era.
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Al menos la nota de color la pusieron los familiares y allegados de famosos y otros
famosos de segunda fila, vestidos de gala para la ocasión y con su pase en la mano.
Eso sí, sin el pase ya podías decir que eras el mismísimo rey Joffrey que tú no
entrabas. En mi maldad esperaba que sucediera algo así, al menos para darle un
poco de emoción al asunto. Un tacón roto o algún tropezón hubiera dado algo más
de brillo a los Emmy después de tres horas ahí aguantando el tipo estoicamente,
pero el amor propio nos impedía marcharnos por si se obraba el milagro y la
organización decidía invitarnos a todos a un meet & greet con los ganadores al
finalizar la ceremonia.
En una de las veces que andaba haciendo fotos a los coches (que eso sí, menudos
cuatro puertas), noto que la gente de alrededor empieza a revolucionarse. ¡Había
llegado una celebrity! Algunos se hacían fotos con ella mientras sonreía y
estrechaba las manos de los presentes. Le pregunté a una chica que estaba junto a
mí quién era la susodicha. De verdad, no alcanzo a entender como en mi ignorancia
no me di cuenta antes de que estaba viendo en persona a ¡Miss Oklahoma! Al
menos el revuelo sirvió para avanzar puestos en la valla. Una me quería echar y no
lo consiguió. Finalmente me di el placer de cumplir mi pequeña fantasía de
defender mi primera línea en la valla pero sin tirones de pelos y esas cosas tan poco
glamurosas. Por si acaso, mejor ignorarla y hacerte la loca sacando fotos, que la
chica medía como metro ochenta por metro de ancho y tenía pinta de repartir
estopa sin despeinarse.
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Los coches que traían a nuestras estrellas eran la mayoría de tipo berlina con los
cristales tintados. Los había también todoterreno, una hummer limo que era una
maravilla, o limos de las normales, blancas y negras, coches particulares y también
oficiales de los Emmy dejando a gente a pie de alfombra, pero la anécdota simpática
fue la llegada de un taxi desde Beverly Hills. Hasta a los guapos, ricos y famosos no
les llega el sueldazo para alquilar la limo, oiga...
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Visto que allí no había nada que hacer y que Silvia había agotado la batería de su
cámara, decidimos que queríamos ver la gala desde el principio, así que nos
compramos algo de comida en un súper y nos repantingamos en nuestras
estupendas camas para ver la ceremonia en directo.
Ya sólo quedaba hacer la maleta junto con nuestros sueños y experiencias. A las 6
de la mañana volveríamos a Chicago en un vuelo de cuatro horas que nos llevó
completarlo veinte días y tres husos horarios distintos; de ahí a Madrid y luego ya
nos separábamos para seguir destinos distintos. Tres días después volvería a dormir
sobre una cama. La mejor recompensa para este gran viaje, sin duda.
Otras curiosidades de la Ruta.
Gastronomía:
Aquí, en los Estados Unidos, el tamaño importa mucho. Las hamburguesas, los
sándwiches caseros y la típica gastronomía yankee se sirve en abundantes raciones,
generalmente acompañada de uno o dos sides o guarniciones, además de las patatas
fritas (ensalada de col, puré de patatas, aros de cebolla etc.) y todo casero.
Las bebidas son enormes. Lo que allí se considera tamaño estándar, aquí se
considera King Size.
El pan (generalmente triángulos de pan de molde) siempre se sirve caliente y con
mantequilla que tiene un puntito de sal. Maravilloso.
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Nunca preguntes en un restaurante mexicano del sur de Estados Unidos si el chile
es muy picante. Lo que para ellos no pica mucho, pero a ti te provocará una úlcera
de estómago.
Es completamente verídico que las camareras de los dinner se acerquen a tu mesa
para servirte un vaso grande de agua con hielo y su correspondiente pajita al poco
de sentarte o que te sirven café y hagan rondas para rellenarlos. Los refrescos
suelen ser de máquina, por lo que te rellenarán la bebida generalmente sin cargo
alguno.
En los supermercados se vende la comida en grandes cantidades. Allí será difícil
que encuentres un simple tetrabrick de zumo o leche. Allí lo que se estilan son
garrafas de 5 litros y las bebidas para llevar son como mínimo de 750ml. Da igual
que sea Pepsi como cerveza, y a precios muy económicos.
En muchas gasolineras encontrarás una máquina para servirte bebidas frías, otra
con hot dogs y los típicos slush (granizados) de distintos sabores y colores. Ah! Los
batidos están simplemente deliciosos.
En algunos moteles el desayuno incluye la opción de hacerte tu propio gofre. El mío
no fue ninguna obra maestra pero estaba delicioso, mitad chocolate y mitad sirope
de arce.
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Transporte:
Las pick-up (camionetas) son el medio de transporte más habitual. Estaban por
todas partes.
Los coches son de cambio automático y de gasolina. El gasoil se suele reservar para
camiones y otros medios de transporte de mayor tonelaje. Repostar no es caro, pero
los coches tienen mucha potencia y consumen mucho. Si quieres ahorrar en
gasolina, no pongas el aire acondicionado, son incompatibles.
Las lowcost americanas son un self service en toda regla: Haces tú mismo el
checking, colocas tus maletas en la cinta transportadora y sacas tú mismo la
etiqueta para engancharla a la maleta. Los operarios del mostrador se desentienden
completamente hasta para ayudarte con las indicaciones si no las entiendes bien.
En el aeropuerto de Chicago los servicios (aseo) son de lo más curioso. La taza del
váter está cubierta por un plástico. Tú sólo tienes que acercar la mano al sensor
para que el plástico se desplace hasta colocar un nuevo plástico limpio donde
descansar tus posaderas sin miramientos.
Al menos en las grandes ciudades como Chicago y Los Angeles lleva SIEMPRE
monedas pequeñas para usar el transporte público (autobús y metro). Ni las
máquinas expendedoras de billetes ni los mismos conductores devuelven cambio,
por lo que ahórrate la cara de tonto y el sentimiento de me están timando que se te
queda.
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Si no encuentras el botón de parada en un autobús en Los Angeles, no te preocupes,
no serás el único. El timbre es un cordón que recorre cada uno de los laterales del
autobús a pie de ventana. Tira de él sin más.
Si os pilla un paso a nivel con un tren de mercancías de la Union Pacific, tomáoslo
con calma. Suelen tardar en pasar entre 15-20 minutos. No apto para impacientes.
Y por último y no menos importante, confirmar que los famosos autobuses
escolares están por todas partes, aunque casi nunca con niños en su interior.
Demasiadas teorías locas hicimos sobre el porqué.
Alojamiento:
Son muy habituales los moteles, pero no necesariamente son de carretera. Los
encontrarás también en los centros neurálgicos de las poblaciones. Lo que más
abundan son las cadenas de moteles con rangos de precios distintos. Están las más
económicas o de precio intermedio como Motel 6, Super 8, Best Western,
Travelodge y otras más caras como Holiday Inn (sí, sorprendentemente allí son
cadenas de moteles, pero que realizan más la función de hotel que otra cosa).
Naturalmente, también encontrarás moteles que son negocios particulares. El
servicio, en general, es atento, pero siempre hay quien rompe la estadística.
Los hogares americanos son generalmente casas unifamiliares con su jardincito
perfectamente recortado y a juego con el de sus vecinos. La bandera ondeando es
opcional, pero en Illinois son muy dados a lucirla en sus hogares.
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BEATRIZ GONZÁLEZ
Trabajadora social y adicta a las series, en particular de Twin Peaks, su serie fetiche.
Forma parte del staff de GrupoTS (antigua TusSeries), uno de los principales foros
de series en España..
Twitter: @cutrecina
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FESTIVAL DE SERIES (O
SIMILAR)
POR ALBERTO REY
Las maneras de funcionar de la televisión, tan distintas a las del cine, se lo ponen
difícil a los que intentan montar festivales de series de televisión a imagen y
semejanza de los de películas (si es que esa gente realmente existe, claro). Las series
son otra cosa: se crean, producen, venden y compran en otros circuitos. Y, cosa
importante, se ven en casa, no en una sala de cine. Aunque ahora sea cada vez más
difícil distinguir el Hollywood cinematográfico del televisivo (y del de los
videojuegos y el merchandising, de paso), a la hora de la verdad, las diferencias
entre pantallas siguen siendo enormes.
Además, festivales de cine hay docenas y cada uno es diferente. No podemos
meterlos a todos en el mismo saco. La fuerza de cada uno de ellos está en su
personalidad propia. Más que en la probabilidad de que Julia Roberts o George
Clooney digan “sí” a la invitación.
Qué demonios: miento. Si el Clooney o la Roberts ponen el pie en un festival, lo
elevan automáticamente de categoría. Ellos son lo más importante de un festival
pues estos eventos son un extraño puente de purpurina y photocall entre dos
mundos: la fantasía dentro de la pantalla y la realidad fuera de ella. Como en La
Rosa Púrpura de El Cairo, la magia se produce cuando la pantalla se volatiliza y
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los de dentro se asoman a saludar a los de fuera. Aunque los de fuera estén tras
unas vallas o estabulados en la sala de prensa.
La sala de prensa.
La prensa. Los periodistas. Esa gente. Esa gente que acude a los festivales como
quien va de caza. Caza de canapé y de copazo patrocinado, pero sobre todo caza de
entrevista, de exclusiva, de crónica de ambiente, de cotilleo de quién se ha fijado en
quién en el Bataplán, quién se ha tirado a quién en los baños del Bataplán o quién
se ha pegado con quién. En el Bataplán, claro.
Cotilleos: fundamentales en un festival de cine. Más ahora, cuando en cualquier
medio funciona mejor una galería de mejor vestidas, peor vestidas o más magreadas
(en el Bataplán) que cualquier cosa (dígase artículo o entrevista) que sugiera que el
cine es algo que tiene que ver con la cultura. Aunque sea remotamente (Perdón por
el aparente machismo, pero las galerías de mejor vestidos, peor vestidos, y más
magreados siempre tienen más visitas. Es lo que hay).
Y eso es el cine, que es lo respetable. Imaginaos la tele, que sigue siendo un poco la
paria de la cosa cultural. Por mucho True Detective que hayamos tenido, en cosas
de legitimación y acontecimiento el cine sigue ganando a la tele mil a uno. O a dos,
si contamos Juego de Tronos.
Juego de Tronos
La Serie. Llegó y lo cambió todo. Y cuando digo todo es TODO. Esta serie es más
que una película, pero en muchas cosas se pone a sí misma obstáculos para ser el
producto audiovisual definitivo. Para muestra un botón: para salvaguardar su
dignidad y seriedad, Juego de Tronos no se dedica a ofrecer papelitos de estrella
invitada a diestro y siniestro. Si lo hiciera, veríamos en Invernalia y Desembarco del
Rey a medio Hollywood mientras el otro medio se turna para interpretar a
Daenerys. De Charlize Theron a Glenn Close, de Amber Heard (nota: ¿seguirá
existiendo Amber Heard cuando se publique este artículo?) a Audrey Tautou, de
Charlotte Rampling a Alan Cumming (nota 2: MATARÍA por ver esto último... Y
vosotros también).
Juego de Tronos podría ser rentable simplemente a base de subastar esas
apariciones, me atrevo a decir. Aparte, ahora mismo, la serie de HBO mueve tantos
fans como una superproducción cinematográfica. Mientras la cadena se prepara
para forrarse locamente en unos meses (cuando las ventas de DVDs y Blurays ya
hayan alcanzado una velocidad crucero que tardarán años en perder), cualquier
noticia relacionada con los Stark y los Lannister (sobre todo los Lannister, claro) se
coloca enseguida entre las más vistas de cualquier web, incluidas las de Arguiñano y
Torbe. Esto para mí significa una cosa: si hay una serie capaz de generar a su
alrededor un festival de series, ésa es Juego de Tronos.
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Sin embargo, si hay una empresa televisiva con pinta de reacia a encabezar un
proyecto de ese tipo, ésa es HBO. Las que van detrás, tres cuartos de lo mismo. Así
que Houston, tenemos un problema.
Es un problema de base. El circuito de fabricación y consumo de series de televisión
no es que sea peculiar, es que es distinto al del cine. Y cosas como el “cine de
festivales”, ése cuya vida trascurre entre certamen y certamen, vive de eso y no
necesita más, no tienen equivalente televisivo. Por muy raras, indies y alternativas
que nos parezcan Rectify, Louie, Les Revenants o Enlightened, al lado de ese
“cine de festivales” (que, reconozcámoslo, es cada vez más un cajón desastre para
colocarnos todo tipo de bodrios y pajas mentales) son prácticamente parques
temáticos patrocinados por Lego, McDonald’s, Ikea y Apple. La palabra “arte” en el
mundo de las series de televisión da repelús. “Vanguardia” e “investigación”
también. Con razón, seguramente. A nadie le gusta perder pasta y a la tele, mucho
menos.
Que sepamos, ninguna cadena de televisión ha encargado nunca una serie “para que
sólo la vean en los festivales”. Ni siquiera la Carlos de Olivier Assayas. Nombro ésa
no sólo por ser de lo más “de autor” que hemos visto en televisión, sino también por
a) haber tenido un remontaje para salas de cine completamente fallido y b) haberse
proyectado íntegra en un festival de cine (la Mostra de Valencia, ¿alguien se acuerda
de la Mostra de Valencia?) en una sesión que algunos de los que escriben en esta
revista (y sobre todo, los que la dirigen) compartimos. El “team Carlos” nos
llamamos.
El "Team Carlos" en el Festival de Series de la Mostra de València del 2011
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Entonces, ¿cómo lo hacemos? Lo de un festival de series, quiero decir. Pues
tenemos varias alternativas. Una es convencer a productoras de televisión de que
muestren públicamente sus proyectos televisivos, en forma de episodios piloto, en
un foro más abierto (o sencillamente distinto) que los mercados televisivos
habituales, a los que sólo los compradores de contenido televisivo tienen acceso.
Una idea interesante... pero posiblemente injusta. En una plataforma de ese tipo las
series que ya parten con ventaja (porque tienen ya una cadena detrás, dispuesta a
financiarlas) encontrarían una plataforma de promoción perfecta y avasallarían aún
más a las producciones pequeñas, incapaces de luchar contra la Marvel’s Agents
of S.H.I.E.L.D. de turno.
O no. Igual no.
Imaginaos el impacto que habrían tenido pilotos como los de Smash, Les
Revenants o Borgen en un Festival de Series. Yo haría sido el primero en
ponerlas por las nubes, en mi nueva faceta de enviado especial al Festival de Series
de... ¿puedo poner Nueva York?
Pongamos Nueva York, venga. Porque es el hogar de HBO, porque es donde se
desarrolla Mad Men, porque es donde vive Louie y porque a los enviados
especiales siempre nos viene bien una visita a Shake Shack. Imaginemos que,
paralelamente a la semana de pilotos de Los Ángeles (de la cual algún día alguien
tendría que hablar en esta revista), se celebra en Brooklyn el Festival de Series.
Cinco días , sesenta series. Cinco grandes y “vivas”, que presentan sus nuevas
temporadas, cinco estrenazos, diez estrenos menores, diez rarezas y veinte
aspirantes a encontrar un público, un comprador, un futuro. Y una sucursal pop-up
del Bataplán en Bushwick. Lena Headey vestida de Pucci acaparando flashes y Paz
de la Huerta acaparando vodkas y montando el pollo en todas las fiestas. Glamour
del bueno. Por pedir que no quede.
Un momento. Me dicen por aquí que ya hay un Festival de Series en España. Lo
organiza Canal Plus desde hace unos años, en Madrid. De hecho lo de Carlos y
Assayas tuvo lugar en una sucursal suya. Pero lo siento, no es lo que buscamos. Nos
encanta el Festival de Series de Canal Plus, nos da mucha vidilla y hasta nos permite
a algunos subirnos a un escenario a sentar cátedra... pero no es lo que buscamos. En
este texto yo hablo de algo distinto, de una cita que va más allá del marketing y lo
promocional, de un evento que combina industria y cultura (sí: he tardado en
escribir ESAS palabras) y del que salen verdaderas noticias. Un acontecimiento
complejo y nuevo y, por tanto, muy arriesgado. Y caro.
Ay. El riesgo. El dinero. ESAS palabras. “¿Y esto... quién lo paga?”, también
conocida como la frase de la bajona absoluta. ¿Lo paga Sony en Nueva York y se
arriesga a que su chiringuito se resquebraje un poco (más) cuando una serie salida
de la nada de repente se convierta en The Next Big Thing porque unos cuantos
culturetas se han puesto de acuerdo en Twitter? Evidentemente no. Un festival de
estas características tiene que ser lo más independiente posible. Y con
“independiente”, por cierto, cubro el cupo de palabras incómodas (creo).
Patrocinios y algo de financiación pública. Esto último no porque yo crea en lo de
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las mamandurrias de Esperanza Aguirre, sino porque, por poner un ejemplo, quién
coño sabría donde pilla Cannes si Cannes no tuviese un festival de cine (el de
Cannes). Vale, sí, Venecia no necesita más publicidad turística y también tiene un
festival. Aceptamos pulpo como animal acuático. Pero... ¿Toronto? ¿San Sebastián?
Lo que sus festivales de cine han hecho por ellas es impagable. Y no son
mamandurrias, Esperanza, querida: Mamandurria, por citar un caso pintón, era lo
de Garci y el 2 de mayo… Pero ésa es otra historia.
Supongamos que ya tenemos finaciación. Ahora nos queda el contenido, que es
incluso más difícil. ¿Quién quiere mostrar su producto antes de que esté a la venta?
¿Quién se va a saltar los pasos del circuito? ¿Se mostrará en el Festival (de Nueva
York, suplico) producto completamente virgen o, como en tantos eventos
promocionales, habremos visto ya antes mil y un avances de la cosa? ¿Se atreverán
Bambú o Boomerang a proyectar en el Festival de Madrid episodios pilotos de
series caras que aún no han sido compradas por ninguna cadena?
A quien me responda estas preguntas le invito a una cena.
¿Qué nos queda entonces? Pues o el festival de series como evento promocional,
más o menos plastificado, en el que los periodistas, informadores, bloggers y
opinadores vamos a jugar al advertorial, o el evento semi-underground en el que
concurren producciones pequeñas y sin ninguna estructura empresarial importante.
Ni detrás ni delante.
Sí: las webseries. Ay, las webseries. Hace diez años no había. Hace cinco había diez.
Ahora hay miles. Buenas, mediocres, malas, malísimas y... bueno, ya me entendéis.
Cosas del amateurismo, del “todo vale” y del “cualquiera con un mínimo de cultura
audiovisual y de gigas de espacio en la memoria de su Mac puede hacer una”. Y así
llegamos al número demencial de seriales de todo tipo que pueblan la red. Como ya
he dicho, algunas son buenas, pero la mayoría no, la mayoría son infumables.
Además de que muchas de ellas, y muchos de sus creadores, sacan a menudo el
comodín del “con lo que teníamos no podíamos hacer más” o peor, la del “encima
de que la estás viendo gratis en Youtube, no pidas calidad”.
Pues claro que la pido. La exijo, de hecho. Dinero no me costará ver webseries, pero
tiempo sí, y mi tiempo es caro (o eso quiero creer yo). La cantidad de basura
audiovisual que puebla el universo de las webseries tendrá que auto-generar algún
tipo de meritocracia que haga que las que lo merezcan, den el salto. No, no voy a
nombrar aquí a las que han estado a punto de darlo sin merecerlo. O a las que ni
siquiera lo eran y se aprovecharon del fenómeno para colarnos campañas
publicitarias.
Las webseries actuales podrían ser el gérmen de otro tipo de televisión que no
termina de arrancar. Y para ellas, el formato de festival viene que ni pintado.
Mientras escribo esto, en Madrid se celebra precisamente un acontecimiento que en
teoría es justo eso. Se trata de algo embrionario y básico, casi extra-profesional.
Pero algo es algo. No hay estrellas, no hay alfombras rojas y no hay Bataplán, pero
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hay una manera de encajar algo parecido a los festivales de cine en algo parecido a
la televisión.
Madre mía. Hemos empezado hablado de Juego de Tronos y terminamos con
grupetes de aficionados rodando comedias sobre pisos compartidos y colgándolas
en la red. ¿Qué ha pasado? Pues que hemos olvidado que el sistema de producción
de series de televisión funciona y goza de mucha mayor estabilidad de la que parece.
Los proyectos como Pioneer One siguen siendo escasos y los teasers y promos de
American Horror Story, apabullantes. El combate es desigual, pero es el que
hemos querido. Porque además al final resulta que son muchas veces los grandes
monstruos de la producción televisiva los que ocupan en papel de pequeños artistas
kamikazes. Los que no necesitan ir a festivales, los que en cierto modo impiden que
los festivales existan, son los que producen el material más festivalero. Louis C.K.
trabaja para FOX, Lena Dunham para HBO y Hit & Miss se emite en Sky Atlantic.
Y ni pasan por la delirante semana de pilotos de Los Ángeles ni se pliegan a los
deseos mediocres de ejecutivos de televisión de medio pelo. Ellos no necesitan
festivales.
Pero otros como ellos sí. Lo que pasa es que aún no los conocemos porque su
trabajo se pierde en las entrañas de la gran máquina de procesar talento, tiempo y
dinero que es la industria televisiva. Seguro que algo de todo eso podría ir a parar a
crear festivales de series en condiciones, donde podamos ir todos a descubrir al
nuevo Ryan Murphy, aunque a cambio algunos tengamos que escribir sobre
starlettes borrachas en fiestas, meteduras de pata absurdas en ruedas de prensa o
estrellas de segunda que se creen de primera porque les pusieron por error en una
suite de a diez mil euros la noche. Por cierto, ¿sabéis quién pasó la noche con ella en
la cama con dosel? El chófer que la fue a buscar al aeropuerto. Un becario del
festival. True story.
ALBERTO REY
Crítico televisivo y autor de Asesino en Serie, el blog dedicado a las series de
televisión del periódico El Mundo. También es responsable del videoblog de
televisión de El Mundo TV y puedes leerle en Energúmeno Snob, su otro blog.
Twitter: @albertoenserie
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