Texto seleccionado págs. 285-287
Transcripción
Texto seleccionado págs. 285-287
“Pensaréis que la contemplación de la imagen de mi madre, retratada hacía tantos años por mi joven mano, solo despertaría en mí dulces recuerdos de ella, pero en lugar de eso fue en mi padre en quien me encontré pensando. Un invierno, cuando era muy pequeño, no tendría más de cinco o seis años, contraje una de esas misteriosas enfermedades infantiles cuyos efectos son tan vagos y generales que nadie se molesta en darles nombre. Durante días permanecí en cama, medio delirando, en una habitación en penumbra, agitándome y gimiendo en un voluptuoso sufrimiento. Por órdenes del médico, a mis hermanos los habían desterrado a dormir en otro lugar de la casa -puede que los metieran en el cuarto de la pobre Olivey me dejaron en maravillosa soledad con mis sueños febriles. Las sábanas de mi cama tenían que cambiarse a diario y recuerdo cómo me fascinaba el olor de mi propio sudor, un tufo apestoso, viciado y denso, no del todo desagradable, para mí al menos. Mi madre debía de estar muy angustiada -la polio se extendía incontrolada en aquel tiempo- y no se separaba de mi lado, alimentándome con caldo de pollo y extracto de malta y aliviando mi frente ardiente con un paño húmedo. No obstante, era mi padre quien cada noche, antes de que-cayera dormido, me traía un momento, especial e intenso, de tierna tregua. Tras deslizarse dentro de mi cuarto, colocaba su mano bajo mi cabeza y la levantaba apenas para, con destreza y asombrosa celeridad, girar la empapada, caliente y apestosa almohada hacia el lado fresco. Estoy seguro de que él sabía que estaba despierto, pero por tácito acuerdo se entendía que yo me hallaba profundamente dormido y que, por tanto, no me daba cuenta del pequeño favor que me hacía. Por supuesto, yo no me dormía hasta que él había venido y se había ido. Qué extraña emoción sentía, medio de felicidad, medio de feliz terror, cuando se abría la puerta, proyectando un abanico de luz sobre el suelo del dormitorio, y la alta y desgarbada figura avanzaba con sigilo hacia mí, como el gigante bueno de un cuento infantil. Qué rara parecía asimismo su mano, no como la mano de alguien conocido, de hecho no parecía una mano en absoluto sino algo procedente de otro mundo que venía a mí, y mi cabeza aparentaba entonces no pesar nada, todo mi cuerpo parecía ingrávido y, durante un instante, yo flotaba libre, liberado de la cama, del cuarto, de mí mismo y como una paja, una hoja, una pluma permanecía a la deriva y en paz en la suave y protectora oscuridad.” John Banville (Wexford, Irlanda 1945) La guitarra azul. The Blue Guitar 2015 págs. 285-287 Palabras clave: narración contra argumento; habitabilidad inmaterial; literatura e identidad geográfica.