La resiliencia en la salud mental
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La resiliencia en la salud mental
La resiliencia en la salud mental ■ El campo de la investigación en el área de la salud men- tal ha sido dominado a lo largo de los años por estudios dirigidos a determinar el riesgo y la vulnerabilidad para desarrollar enfermedades mentales. Sin embargo, desde hace ya algún tiempo, un cambio de enfoque ha sido analizar con mayor detenimiento no las causas de la enfermedad en sí sino los factores y los mecanismos que estimulan a las personas para mantener sus condiciones de salud, o bien para recuperarse cuando enfrentan graves adversidades a lo largo de la vida. Un concepto central en este enfoque es el de “resiliencia”, entendida como un proceso dinámico, constructivo, de origen interactivo y sociocultural que conduce a la optimización de los recursos humanos y permite sobreponerse a las situaciones adversas. Se le considera operacionalmente como el resultado de la puesta en práctica de mecanismos de adaptación para enfrentar adversidades. Un ejemplo útil de cómo se pone en práctica la resiliencia es el de las experiencias traumáticas a lo largo de la infancia. Si bien se sabe que estas experiencias son factores de riesgo para el desarrollo de trastornos psiquiátricos en la vida adulta, los estudios epidemiológicos han demostrado que algunos niños expuestos a este tipo de experiencias no desarrollan problemas psicopatológicos posteriores debido a que pasan por un proceso exitoso de adaptación o bien porque tienen la capacidad para recuperarse. El estudio de los factores y los mecanismos que modulan y que son mediadores de estas respuestas se han hecho en diferentes niveles que van desde la identificación de las condiciones sociales hasta las habilidades psicológicas y las respuestas fisiológicas de los individuos. Es por ello que un reciente artículo científico se dio a la tarea de buscar en la bibliografía las revisiones y los estudios clínicos, psicológicos y biológicos en torno a este tema. Por principio, como resultado de su búsqueda, encontraron que tanto los estudios en humanos como los experimentales en animales utilizan diversas conceptualizaciones del término de resiliencia. Un concepto unificador en el sentido biopsicosocial es considerarla como un proceso dinámico adaptativo que permite mantener o recuperar la homeostasis en condiciones de estrés. El concepto incluye al menos dos procesos: el de sustentabilidad que previene y atenúa los trastornos sobre la salud mental después de una exposición a graves adversidades, y el de recuperación que permite salir de las alteraciones mentales que sobrevienen después de la adversidad. La puesta en marcha de estos procesos y su nivel de eficacia dependen de los siguientes 76 factores individuales: a) el nivel de salud mental previo al evento, b) la velocidad y la intensidad con la que se presenta la alteración después del evento, c) la velocidad y el momento de instalación de la recuperación y d) el nivel de salud mental posterior a la exposición y en relación a la respuesta. Si se consideran estos aspectos entonces las trayectorias de este proceso serán diferentes de acuerdo a las características individuales. Las trayectorias podrán ir desde una declinación progresiva de la salud mental después del evento sin presentar una recuperación subsecuente por un largo periodo de tiempo, hasta una declinación post exposición que se recupera rápidamente para regresar a los niveles de salud mental pre exposición. Esta última respuesta, a la que se le ha denominado “crecimiento post-traumático”, es una interesante forma de adaptación que aparece como un logro del individuo producto de haber comprendido mejor su vida y debido a que pudo implementar un cambio de perspectiva que le permitirá responder con eficacia a eventos similares en el futuro. La descripción de este proceso se puede ver en la siguiente figura. Modelo de resiliencia Evento traumático Bienestar Tiempo Tr de ast la orn sa o lud m en Psicopatología ta n ració ental upe Rec salud m la de l (Figura modificada de Rutten BPF. Acta Psychiatr Scand 2013;128:3-20.) Comprendida de esta manera, la resiliencia deberá entenderse como el resultado de un amplio rango de interacciones complejas que determinará la conformación final del “fenotipo resiliente”. Es por ello de gran importancia el investigar los factores neurobiológicos y psicológicos que subyacen a este multivariado proceso. En este artículo los autores llevaron a cabo una revisión sobre este tema buscando en la información científica trabajos publicados que lo hayan abordado tanto en el campo de la psicología como en el de la neurobiología. La eficiencia en activar y terminar la respuesta al estrés está regulada por una compleja red de sistemas que proporcionan mecanismos negativos de retroalimentación tanto en el cerebro como en el resto del organismo. Una apropiada respuesta fisiológica al estrés es un requisito indispensable para poder enfrentar a las adversidades sin perder las condiciones de salud. Las respuestas al estrés involucran la Vol. 24, Número 8, Agosto 2013 participación de varios elementos biológicos como el eje hipotálamo-hipófisis –adrenal (HHA), el Sistema Nervioso simpático y los sistemas de neurotransmisión serotoninérgicos y dopaminérgicos. La activación del HHA lleva a la liberación de la hormona liberadora de corticotropina (CRH) en el hipotálamo y a la de la hormona adrenocorticotrópica (ACTH) en la hipófisis anterior. La ACTH, a su vez, induce la liberación de glucocorticoides (cortisol en humanos y corticoesterona en roedores) de la corteza adrenal a la circulación sanguínea. Los glucocorticoides tienen diferentes efectos sobre múltiples sistemas orgánicos estimulando a las cascadas de señalización a través de los receptores de glucocorticoides y de mineralocorticoides que se expresan ampliamente a lo largo de todo el organismo. Si bien a corto plazo la condición de hipercortisolemia promueve los procesos adaptativos y por consiguiente tiene efectos de protección, su mantenimiento a largo plazo se considera dañino ya que, por ejemplo, afecta a los procesos de neurogénesis. A su vez, los circuitos neurales que intervienen en las experiencias de recompensa giran en torno a la activación y regulación de las proyecciones dopaminérgicas desde el área tegmental ventral (VTA) hasta el núcleo accumbens (NAc). La actividad del circuito meso-corticolímbico se integra además con conexiones hacia el sistema límbico y las áreas córtico-frontales. De acuerdo al concepto de la modulación genética sobre la sensibilidad al ambiente, las diferencias de carga genética explican en parte por qué los individuos responden diferentemente a las mismas condiciones ambientales. La mayor parte de la evidencia de la interacción gene-ambiental proviene de estudios de gemelos y de adopción. En forma más reciente se ha obtenido información a partir de la identificación de cómo las variaciones de genes específicos interactúan con ambientes específicos. La modulación genética da lugar al sinergismo o a la interacción entre ambos factores. Por ejemplo, se ha documentado que los eventos vitales estresantes aumentan el riesgo de desarrollar enfermedades psiquiátricas en los portadores de diferentes variantes de genes tales como el del transportador de la molécula de serotonina. El cerebro permite que un individuo responda apropiadamente a diversos estímulos; esto requiere de adaptaciones dinámicas en los procesos moleculares y celulares que son la vía que va desde la percepción sensorial del estímulo hasta las respuestas conductuales. En años recientes se ha identificado la participación de diversos mecanismos biológicos mediadores y moderadores de las experiencias sensoriales. Estos mecanismos regulan la sensibilidad y la plasticidad del Sistema Nervioso actuando en niveles tales como los procesos de neurogénesis, los cambios subcelulares del citoesqueleto y los cambios en los Vol. 24, Número 8, Agosto 2013 procesos de señalización intracelulares. Por consiguiente es lógico considerar que cualquier cambio o modificación de estos mecanismos afectará los procesos que subyacen a la capacidad de resiliencia. Se ha demostrado que la regulación epigenética sobre la transcripción de genes es un mecanismo fundamental que permite, por medio de efectos moleculares, la adaptación a los estímulos externos. La epigenética se refiere a la regulación reversible de varias funciones genómicas que no ocurren por la secuencia de ADN sino que están mediadas por cambios en su metilación y en la estructura de la cromatina. Las modificaciones epigenéticas incluyen cambios en respuesta a los estímulos ambientales y contribuyen al ajuste de los perfiles de expresión genética de tejidos y células durante el desarrollo cerebral involucrando procesos tales como la neurogénesis y la plasticidad sináptica. Varios estudios en animales de experimentación han demostrado que el desarrollo del cerebro y de sus capacidades funcionales como la memoria, el aprendizaje y la motivación están todas ellas influenciadas por la regulación epigenética de la expresión de genes. Es por ello que se considera que los mecanismos epigenéticos están involucrados en los procesos neurobiológicos subyacentes a las variaciones individuales que se observan como respuesta a la experiencia y a las exposiciones ambientales durante las fases de desarrollo y de envejecimiento. Los estudios en modelos animales han contribuido a mejorar la comprensión de los fenómenos neurobiológicos relacionados con los procesos de resiliencia, si bien es difícil tener un modelo ideal que exprese las condiciones de estrés extrapolables a los humanos. Los experimentos más utilizados en estos trabajos han sido la exposición a condiciones de restricción estresante en la etapa prenatal, a la privación maternal en etapas tempranas de la vida y al aislamiento social entre otras más. Los resultados de estos experimentos han mostrado que la modificación del ambiente psicosocial y la inducción de condiciones de estrés, si se dan un periodos clave del desarrollo, pueden inducir cambios en la expresión de genes y modifican el comportamiento. De manera global los resultados de estas investigaciones han demostrado que los cambios epigenéticos inducidos por modificaciones ambientales y que ocurren durante las etapas de desarrollo neural son responsables de las diferencias individuales sobre la vulnerabilidad al estrés. Por ejemplo, se demostró que si se separan temporalmente de las madres a las crías de ratas, cuando éstas crecen muestran una mayor capacidad de resistencia al estrés si se comparan con crías que nunca fueron separadas. También se identificó que, en comparación con las que nunca fueron separadas, sus niveles de glucocorticoides se elevan más rápidamente ante condiciones de estrés y regresan más rápidamente a 77 los niveles basales. Resultados similares se han encontrado en experimentos con macacos. Un modelo que ha dado mucha información en esta área es el experimento llamado de estrés por derrota social. En conjunto los experimentos animales sobre la resiliencia al estrés se han enfocado básicamente en medir los cambios conductuales entre individuos expuestos al estrés y compararlos con un grupo control no expuesto. Recientemente estas investigaciones se han dirigido a explorar las diferentes reacciones entre los expuestos al estrés para así poder comparar las variaciones individuales en lo que respecta a la susceptibilidad. Por lo que concierne a la investigación con humanos ésta se ha centrado en la valoración de tres dominios psicológicos básicos asociados con la resiliencia: el apego seguro, las emociones positivas y el propósito de vida. Se considera que la primera y más importante fuente de la resiliencia en la vida humana es el apego que se desarrolla con su cuidador (a) primario (a) en las etapas tempranas de la vida. La conducta de apego ante situaciones de estrés se manifiesta como proximidad, confort y seguridad. En una relación de apego seguro el infante aprende a integrar las experiencias cognitivas y afectivas en una sola representación mental y aprenderá a depositar confianza en otros a lo largo de su infancia y adolescencia. La liga psicológica entre el apego seguro y la resiliencia se considera que está reflejada por un modelo de trabajo interno que el niño elabora a partir de sus experiencias de apego desde el primero hasta aproximadamente el quinto año de vida. El trabajo interno consiste en desarrollar representaciones mentales internas de las relaciones interpersonales de tal manera que las condiciones ambientales se experimentan como un reto manejable si se cuenta con el apoyo de otros. Esto le permite al individuo desarrollar habilidades de confrontación ante situaciones internas o ambientales de estrés. Hay evidencia de que el desarrollo de este proceso psicológico tiene un correlato neurológico que requiere de la integración de los circuitos de ambos hemisferios cerebrales. Hay estudios que han demostrado que aquellos niños víctimas de maltrato por parte de los padres presentan alteraciones en el desarrollo del cuerpo calloso que es la estructura que integra buena parte de la actividad de los hemisferios. De esta forma, por medio de la cascada de efectos psicológicos y neurobiológicos, el desarrollo del apego dejará al niño con mayor capacidad de resiliencia contra los estresores. Adicionalmente al apego en etapas tempranas de la vida, hay evidencia que sugiere que las emociones positivas reducen el impacto de las experiencias dolorosas y del dolor catastrófico. En la tendencia a experimentar emociones positivas se ha comprobado que 78 participa de forma moderada un factor hereditario, si bien también son producto de las influencias sociales. Desde luego que los niveles de emociones positivas varían tanto entre diversos individuos como en un mismo individuo ya que tienen componentes persistentes (de rasgo) y fluctuantes (de estado). Parte de las fluctuaciones deriva de factores biológicos como las hormonas y de factores ambientales como los ritmos circadianos, en tanto que otra parte deriva de las interacciones de la vida cotidiana. Hay varios estudios que demuestran que la tendencia de algunas personas de utilizar experiencias cotidianas placenteras para aumentar sus emociones positivas se asocia a una mayor capacidad de resiliencia. Debido a que la satisfacción que generan las emociones positivas es un fenómeno similar a la adquisición de una recompensa, se considera que en este proceso psicológico participan los sistemas de transmisión dopaminérgica involucrados en los procesos biológicos de recompensa. Es por lo tanto lógico considerar que el facilitar la capacidad de experimentar emociones positivas puede ser un factor adicional que tiene un papel primordial en hacer a las personas más resilientes en contra de la depresión. Varios estudios han mostrado que el entrenamiento mental dirigido a la inducción de emociones positivas no sólo se asocia a cambios conductuales sino que también produce cambios en los circuitos neuronales. Finalmente, se considera que el ser resiliente está asociado a tener en la vida un sentido de significado y de propósitos. Se ha comprobado que el tener un propósito firme en la vida protege de los efectos emocionales derivados de una enfermedad física grave. En este sentido, hay también evidencia de que las actitudes religiosas o espirituales en la vida pueden conferir resiliencia o servir de apoyo para superar condiciones adversas. Los autores de este trabajo concluyen que si bien se ha avanzado mucho en la comprensión de las bases neurobiológicas de la resiliencia, aún es difícil lograr una diferenciación en cuanto a qué aspectos específicamente contribuyen al desarrollo de esta capacidad expresada en forma psicológica. Finalmente elaboran algunas recomendaciones de aplicación clínica que pueden ayudar a incrementar la capacidad humana de resiliencia. Entre estas recomendaciones sugieren utilizar distintas metodologías que logren aumentar y mantener las emociones positivas. Bibliografía RUTTEN BPF, HAMMELS C, GESCHWIND N y cols: Resilience in mental health: linking psychological and neurobiological perspectives. Acta Psychiatr Scand, 128: 3-20, 2013. Vol. 24, Número 8, Agosto 2013