01-46 Domingo 32 - A

Transcripción

01-46 Domingo 32 - A
01‐46 Domingo 32 – A Sab.6.12‐16 // I Tes.4.13‐18 // Mt.25.1‐13 Pregunta a tu párroco: no hay experiencia más frustrante que estar esperando en el altar para casar a una pareja de novios y, aunque el novio ya hace tiempo llegó, ¡la novia no aparece! Pasan veinte minutos, pasan cuarenta minutos, ya pasa toda una hora. El novio empieza a sudar: ¿ella se habrá echa‐
do para atrás en el último momento?! ¿Le hará pasar la vergüenza de no presentarse, y dejarlo a él ‘plantado’ y en ridículo ante todos los presentes? Por fin, más de una hora después del tiempo acorda‐
do, allí aparece: ¡radiante y alegre, como si no pasara nada! Ella es la ‘reina del día’ y, por esto, es preci‐
samente parte del ‘juego’ el que llegue muy retrasada y haga esperar a todo el mundo, ‐ para desespera‐
ción de su novio! Es parte de su protagonismo en ese día‐cumbre de su vida. – Calmar la Expectación Febril del Fin Pero en el evangelio de hoy es el novio, no la novia, el que se hace esperar y que, por fin, ¡apa‐
rece a la hora descomunal de medianoche! Por cierto, la novia misma no es mencionada en ningún momento. Extrañamente, en lugar de ella, la atención se concentra más bien en aquellas diez ‘vírgenes’, que son sus ‘damas de honor’, pero a ella misma ¡la ‘opacan’ por completo! – Bien sabemos que esta parábola de Jesús trata del final de nuestra vida cuando, en el momento menos pensado de nuestra existencia (I Tes.5.2‐3), nos llama y espera encontrarnos preparados. ‐ En el capítulo anterior a esta parábola (24.1‐34), San Mateo había seguido a San Marcos, cap.13, cuando éste narra el discurso de Jesús sobre el final de Jerusalén y del mundo. Pero como San Marcos había escrito durante o poco des‐
pués de la destrucción de Jerusalén por los Romanos en el año 70, no había distinguido claramente entre estos dos acontecimientos pues, de hecho, pensaba que, con la destrucción de Jerusalén, ya había comenzado también el fin del mundo: por esto entremezcla estos dos temas. Pero San Mateo escribe unos 15 ó 20 años después, y ya comprende que entre un y otro evento habrá un período desconocido, pero largo, de tiempo. Por tanto, quiere calmar la expectación febril de aquellas personas que, como San Pablo, pensaban que el final del mundo y el último Juicio vendrían todavía durante su propia vida (vea la 2ª lectura, v.15‐17). De ahí las tres parábolas que Mateo presenta en 24.36‐51 y 25.1‐30. – ¿Puede Perderse eternamente un Ser Humano? La 2ª parábola, la de hoy (25.1‐13), es casi una elaboración del final de la primera parábola (24. 51‐52), que dice que el Señor vendrá “en el momento no esperado” y entonces “separará” al siervo in‐
fiel. ¿Qué significa en este contexto esa palabra “separar”? Los Testigos de Jehová lo interpretan, dicien‐
do que los pecadores empedernidos serán separados o “cortados” de la Fuente de vida, es decir: del mismo Dios‐Creador. Por ende, en el momento de su muerte simplemente dejarán de existir, de modo que no van al “infierno” propiamente tal, así como nosotros lo entendemos. Pero entonces, ¿cómo dice Jesús que su suerte será “llanto y rechinar de dientes” (24.51)? Y añade: “En la gehena (= el infierno) su gusano no muere y su fuego no se apaga” (vea Mc.9.42‐49 y Mt.3.12). Luego, será un agudo sufrimiento sin fin. Así lo confirma el Apocalipsis: “La humareda de su fuego se levantará por los siglos de los siglos, y no tienen reposo ni de día ni de noche los que adoraron a la Bestia” (14.10‐11). Y Pablo añade: “Sufrirán la pena de una ruina eterna, separados de la presencia del Señor y de su gloria poderosa” (II Tes.1.9). – Muchos piensan que Dios es tan ‘buena gente’, que no permitirá que una criatura suya sufra eterna‐
mente. En efecto, Dios ciertamente nos da toda clase de oportunidades. Pero al fin de cuentas nos toma tan en serio que honra nuestra libertad: si un ser humano real y libremente y con perseverancia no ha querido caminar con el Señor, entonces Dios lo toma a su palabra y le da lo que él mismo se ha elegido: que por siempre quede “separado de la presencia del Señor y de su gloria” (vea Mt.7.21‐24). Muchas personas piensan que Dios es tan ‘buena Gente’ que, por malos que fuimos nosotros, siempre nos ha de dar otro ‘chance’ más: esto es lo que llaman “la reencarnación”. Pero la Escritura afirma: “Está estableci‐
do (por Dios) que los hombres mueran una sola vez, y en seguida el juicio” (Hbr.9.27; vea LG, # 48). – Es‐
te momento de la decisión definitiva de Dios se llama “el juicio”, en griego “krisis”. Esta palabra significa realmente: ‘separación’ o disgregación entre unos y otros: así como en la parábola de trigo y cizaña: al final serán ‘separados’, ‐ o como la de la red que coge toda clase de peces, buenos y malos, y luego son ‘separados’ (vea Mt.13.36‐43 y 47‐50). Jesús describe esta separación final y sus criterios, cuando habla del Juicio final (25.31‐46). – De ahí la importancia de aquel “portazo”, cuando dice: “Llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él a la fiesta, ¡y se cerró la puerta!” (vea Lc.13.25‐27). Las que en‐
tonces estaban dentro, por siempre estarán dentro, ‐ pero las que entonces están fuera, ¡para siempre estarán fuera! Es como lo dice el Sabio del A.T.: “Donde cae el árbol, allí se quedará, sea al norte, sea al sur”, y “ante el hombre están vida y muerte, lo que cada cual prefiera, se le dará” (Qoh.11.3; Sir.15.17). ¿Los Fieles Difuntos están Dormidos? En el texto griego original de la 1ª lectura tres veces se habla de los “dormidos”, aunque la tra‐
ducción litúrgica sustituye esta palabra por ‘difuntos’ (v.13 y v.15) o ‘los que han muerto’ (v.14). Pero San Pablo mismo evitó cuidadosamente usar la palabra “muertos”. ¿Por qué? Porque, con la resurrec‐
ción de Jesús, la palabra “muerto” ha cambiado radicalmente de sentido: ya no es el final definitivo de la existencia, como solían pensar los autores del Antiguo Testamento, sino la muerte es la entrada en la fase definitiva e increíblemente feliz de nuestra existencia. Por esto es que no sólo San Pablo, sino el mismo Jesús evitan cuidadosamente la palabra “morir”, y en su lugar ponen “dormir” (vea Jn.11.11‐14: “nuestro amigo Lázaro duerme”). – Aquí entra un malentendido de nuestros Hermanos Separados, que arguyen: luego, si los muertos están ‘dormidos’, no pueden escuchar las oraciones que nosotros les dirijamos, ni pueden ellos interceder por nosotros ante del Señor. Por tanto, orar a los Santos es trabajo echado en saco roto. ‐ ¿Qué decimos a esto? O mejor: ¿qué dice la Escritura de esto? Respuesta de Pa‐
blo: “Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte. Y si el vivir en el cuerpo significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger. Me siento atraído por las dos partes: por una parte deseo partir y estar con Cristo, lo cual ciertamente es por mucho lo mejor” (Fil.1.20‐23). También: “Preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor” (II Cor.5.8), y: “Cristo murió por nosotros para que, velando o durmiendo (= vivos o muertos) vivamos junto al Señor” (I Tes.5.10; vea: Apoc.6.9‐11; 14. 13; Lc.16. 19‐
31; 20.37‐38). Para entrar en la Gloria, el difunto no tiene que esperar hasta el último Juicio, ¡sino ya! ‐ Dama Sabiduría nos está Buscando En la 1ª lectura no somos nosotros, sino es Dama Sabiduría (= la Palabra de Dios, o sea: Jesús) la que nos está buscando. La iniciativa no es nuestra, sino es de Ella: “se nos anticipa” (v.13). Porque “no es así que nosotros hayamos escogido al Señor, sino es que Él nos ha escogido a nosotros” (I Jn.4.10; Jn.15. 16; I Ped.1.1‐2). Esto es lo que solemos llamar: la “gracia antecedente”: la iniciativa está en Dios. – 

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