03-01 Primer Dom. Adviento – Año C Jer.33.14-16 // I Tes.3.12

Transcripción

03-01 Primer Dom. Adviento – Año C Jer.33.14-16 // I Tes.3.12
03-01 Primer Dom. Adviento – Año C
Jer.33.14-16 // I Tes.3.12-4.2 // Lc.21.25-28 y 34-36
Cuando Jesús dijo: “Lo que hiciste al más pequeño de mis hermanos, a mí mismo lo hiciste”
(Mt.25.40), sin duda habrá visto en su mente a tantos padres y madres que, a través de la historia, se
sacrifican heroicamente por sus hijos. O también a aquellas personas, religiosas las más de las veces,
que dedican su vida a acoger, enseñar o sanar a niños necesitados. - Pero Jesús habrá visto también, y
con profundo dolor, a tantos miles y miles de niños indefensos que son abusados sea sexual, sea física,
sea síquicamente por gente mayor que los abusan para sus pasiones más bajas o crueles.
En concreto estoy pensando en aquellos (según datos de Amnesty International) aproximadamente 10.000 niños en África, en las regiones fronterizas entre el Sudán y el Congo, que en estos días
son secuestrados violentamente de sus hogares, y forzados a servir como soldados o como esclavas
sexuales en los conflictos armados del así llamado “Ejército de Resistencia del Señor” (the Lord’s
Resistance Army). La crueldad diabólica llega hasta tal punto que, para primero de-sensibilizar emocionalmente a estos niños y endurecerlos, los obligan a matar a sus propios familiares o amigos: para así
convertirlos en ‘máquinas de matar’, desprovistos de todo sentido de moralidad o de humanidad. “¡No se os Embote la Mente!” (Lc.21.34-36)
Este mismo endurecimiento nos puede pasar también a nosotros, aunque en formas más sutiles. También nosotros podemos de-sensibilizarnos ante los valores realmente importantes en la vida:
cuando nos dejamos dominar por las preocupaciones materiales. Jesús nos lo dice hoy: “Tened cuidado:
no sea que se os embote la mente con el vicio, la bebida y el afán por el dinero”. Por muy ‘pasivas’ e
inertes que parecen ser esas cosas materiales, tienen un poder asombroso de avasallarnos y de
envolvernos en sus redes. Así nos hacen “perder la sensibilidad moral y nos entregan al libertinaje, al
desenfreno y a toda suerte de impurezas” (Ef.4.19). Son como una almohada blanda que,
imperceptiblemente va asfi-xiando en nosotros la sensibilidad por las cosas espirituales, con grave
peligro de que estemos dormidos en “aquel Día cuando, de improviso, venga el Señor como un lazo
sobre los habitantes de toda la tierra”.
Por esto, Jesús nos “inculca que es necesario orar siempre, sin desfallecer” (18.1), de modo que
en todo momento estemos preparados para cuando Él venga de improviso. Y esta oración ha de ser tan
persistente que (humanamente hablando) pueda parecer una ‘molestia’ para Dios: como aquel caso de
que habla Jesús cuando tú, de noche, fuiste a tocar a la puerta de tu mejor amigo para pedirle que te
prestara unos panes para un huésped que se te presentó inesperadamente; - y él, después de primero
rechazarte, por fin “se levantó a dártelos, no por ser tu amigo, sino por tu insistencia” (vea 11.5-8). –
Por cierto, aquí hemos de hacer una distinción: porque no hemos de pretender que nosotros
podamos forzar a Dios a ajustarse a nuestras querencias. Siempre nuestra petición tiene que presentarse bajo la condición de “si esto sirve para nuestro real bien”. Por esto, Santo Tomás nos enseña que sólo
las siete peticiones del Padre-Nuestro se refieren a cosas que son necesarias para nuestra salvación y,
por esto, las pedimos de modo absoluto. Pero todo lo demás lo pedimos al Señor siempre de modo
condicional: de si son provechosas para nuestra eterna salvación, - y si no, ¡no!. –
“¡Se Acerca vuestra Liberación!” (Lc.21.25-28)
Jesús describe el final de la historia humana, - y la hora definitiva de rendir cuentas, - en términos inquietantes e impresionantes. Su primer propósito parece ser: ¡meternos miedo! El firmamento y
los cuerpos celestes se deshacen; la violencia del mar con sus olas (símbolo bíblico de las fuerzas del caos) es desencadenada. La gente se muere por puro terror y angustia. - Sin embargo, no hemos de olvidar
que estos versículos están redactados en el ‘género literario apocalíptico’. Ésta es una manera típicamente Oriental, que usa la Escritura cuando habla de la lucha encarnizada entre las fuerzas del bien y las
del mal. Es un estilo literario muy imaginativo y simbólico que, sin embargo, no pretende dar información histórica sobre el final del mundo. Lo que, sí, pretende es: proclamar ya ahora la victoria definitiva
del Bien sobre el Mal 1. Concretamente, este pasaje da casi la impresión como si hiciera una especie de
’contra-balance’ con el primer capítulo de toda la Biblia. Pues en Génesis, cap.1, se des-cribe cómo Dios
primero pone orden al caos primordial: separando luz de tinieblas, las aguas de arriba de las aguas de
abajo, y el mar de la tierra seca (vea Gn.1.3-10). Así ha formado el ‘habitat’ adecuado para las criaturas
vivas que va a crear a continuación, especialmente para el ser humano (Gn.1.14-31). – Pero ahora, esas
“fuerzas del firmamento serán desquiciadas” (v.26), de manera que el mundo así como lo conocemos, se
desintegra, y la vida de todos los que hasta ahora vivimos en él, cae bajo amenaza de total destrucción. Pero en realidad, todo esto sirve sólo para dar mayor relieve al punto culminante: “cuando veáis
venir al Hijo del hombre en las nubes del cielo con gran poder y majestad”. Y Jesús nos anuncia esta su
venida o ‘parusía’, no para entonces echarnos en cara nuestras faltas, sino al contrario: para acogernos
entonces junto con Él en su Reino (v.27), - o como San Pablo lo describe: “seremos arrebatados en las
nubes al encuentro del Señor en los aires” (I Tes.4.17). Por esto, este anuncio del final de nuestra propia
vida terrestre, - o aún de la humanidad entera, - es realmente ‘Buena Nueva’: “Cuando empiecen a
suceder estas cosas, ¡cobrad ánimo y levantad la cabeza: porque se acerca vuestra liberación!” (v.28).
Toda nuestra vida debe estar bajo esta perspectiva: es preparación esperanzada para aquel momento
cuando venga el Señor para “arrebatarnos” y hacernos participar junto con Él en el abrazo del Padre. ¿Cómo Prepararnos para esta Parusía? (I Tes.3.12-4.2)
Aunque San Pablo nunca ha conocido u oído personalmente a Jesús en los tres años de su vida
pública, sin embargo resume bien la ley fundamental del Evangelio: el precepto de amor. De hecho,
indica una cierta gradación en la manera de practicarlo. Pues él pide a Dios que Éste nos haga “rebosar
de amor mutuo, - y de amor a todos”. O sea, Pablo visualiza como virtud básica el amor para con los
hermanos que comparten con nosotros la misma fe, - o sea: los miembros de la Comunidad de la Iglesia,
sea local, sea mundial. Y sólo en segundo lugar manda extender dicho amor aún a los de afuera: “a
todos”. – En la Carta de San Juan sobre el amor, éste habla tan sólo del amor a los miembros de la Comunidad, o como él los llama: “los hermanos”, - ¡nunca habla del amor al enemigo! Dice: “Nosotros
sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida: porque amamos a los hermanos. Quien no ama a su
hermano, es un asesino. Más bien, hemos de dar la vida por nuestros hermanos” (vea I Jn.3.14-16). –
Aquí hay una diferencia notable entre lo que dicen estos dos Apóstoles, y lo que nos enseña el
propio Jesús: “Amad a vuestros enemigos, y rogad por los que os persigan… Porque si amáis a los que os
aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿Acaso no hacen esto mismo los publicanos? Y si no saludáis más
que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen esto mismo los gentiles? Por tanto, vosotros sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial” (vea Mt.5.44-48). – Aquí Jesús indica que
el genuino valor del amor no consiste en el gusto, en la alegría, o en el fuego emocional, que experimentamos en nuestra amistad con familiares y amigos, - y que pertenece simplemente a nuestra naturaleza
humana, sin tener un valor trascendente. En cambio, cuando el Señor habla de ‘amor’, se refiere no a un
fuego emocional o un sentimiento pasional, sino al amor espiritual: el de “haz el bien, sin mirar a quién”.
O sea, aquel amor que a Él mismo le exprimió hasta la última gota de sangre en la cruz para esa gente
repugnante y odiosa, que eran sus verdugos: “¡Padre, perdónalos!”(Lc.23.34). El motivo no es amistad o
gusto, sino: reconocer en cada ser humano la imagen y semejanza de Dios mismo y, por ende, la posibilidad de que éste vuelva un día al corazón del Dios que es puro Amor, y de quien un día ha nacido. 1
Para apreciar este estilo literario, tan extraño para nosotros, vea este pasaje sobre la intervención de Dios al final
de la historia: “El universo saldrá con Él a pelear contra los insensatos. Partirán certeros los tiros de sus rayos, y de
las nubes saltarán al blanco, como de un arco bien tendido. De su ballesta disparará furioso granizo. Las olas del
mar se encresparán contra ellos, y los ríos los anegarán sin piedad”. (Sab.5.20-23).

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