LA POLÍTICA CULTURAL DEL PP: ENTRE EL CIERRE Y LA
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LA POLÍTICA CULTURAL DEL PP: ENTRE EL CIERRE Y LA
LA POLÍTICA CULTURAL DEL PP: ENTRE EL CIERRE Y LA DESPEDIDA En el momento de escribir este artículo, la vida cultural valenciana atraviesa por una etapa singularmente convulsa. A la espada de Damocles de los derribos salvajes con que amenaza la alcaldesa de Valencia al Cabanyal-Canyamelar, se une la que pende sobre el sector teatral valenciano que ha contemplado en cuestión de pocas semanas no sólo drásticas reducciones presupuestarias (y demoras, más allá de lo justificable, de las subvenciones concedidas) sino también la desarticulación del Circuit Teatral Valencià, motor de la vida teatral en muchas localidades de mediano y pequeño formato. No son las únicas amenazas, por supuesto. De más atrás vienen la supresión de ayudas al mundo editorial y periodístico, la reducción, igualmente significativa, de las partidas presupuestarias inicialmente destinadas a la pujante Federación de Sociedades Musicales Valencianas, o la reducción de encargos de doblaje en valenciano por parte de Radiotelevisión valenciana… Y, así, un largo etcétera. Nos equivocaríamos, sin embargo, si pensásemos que detrás de gran parte de estas decisiones existe una explicación económica: es verdad que estamos viviendo una gran crisis económica, que en nuestra Comunidad es especialmente dura a causa de la incompetencia del Gobierno de Francisco Camps (al incremento de parados por encima de la media nacional me remito), y esto, sin duda, obliga a hacer recortes económicos en todos los sectores. Sin embargo, con recortes y sin recortes, la Generalitat valenciana, en el terreno cultural, mantiene grandes partidas presupuestarias para gastos muy concretos, si bien se cierra en banda a toda iniciativa que tienda a hacer transparentes, para el conjunto de la sociedad, la estructura de tales gastos. Transparencia que aportaría mucha luz a las valencianas y valencianos sobre la procedencia de dichas partidas, su comparación con las destinadas a otros conceptos (en especial, con las partidas presupuestarias destinadas a servicios públicos básicos como la educación, la sanidad o la aplicación de la Ley de Dependencia), el desglose de las partidas de gastos, los sistemas de adjudicación, etc. Dinero hay, pues. No tanto como en años anteriores, desde luego, pero hay. ¿Por qué entonces esta política de recortes casi sin previo aviso, de dilaciones humillantes en los pagos? ¿Por qué cerrarse en banda y negarse a dialogar con los afectados? No me cabe la menor duda que todo ello forma parte de una política de sometimiento de los sectores culturales; de su desarticulación, cuando no, lisa y llanamente, de su destrucción. Si hasta hace unos años, parecía que lo que la Consellería de Cultura pretendía era desunir a los agentes culturales mediante ayudas y contratos concedidos con escasa transparencia y con sospechas –incluso– de favoritismo, en el momento presente su objetivo es el de atacar a todos aquellos colectivos y grupos mínimamente estructurados e implantados en su sector. No hay en ello, como es fácil de suponer, ninguna pretensión de imponer una determinada política cultural; el objetivo ahora es desarmar todavía más a la sociedad valenciana, desarticulando aquellos sectores que, por tradición, pueden mostrarse más críticos con el poder establecido (el teatro, el mundo editorial y la prensa en valenciano) o, simplemente, que por su misma implantación, muestran menor dependencia del poder: caso de las sociedades musicales, del mundo de la educación etc. El objetivo último que se le ha asignado a la Consellera de Cultura Trinidad Miró es muy simple: evitar que el mundo cultural valenciano ejerza de conciencia crítica de la sociedad valenciana, lo cual es especialmente conveniente en unos momentos en que el PP valenciano se encuentra en el punto de mira a nivel español a causa de la abundancia de tramas de corrupción y de corruptelas de todo tipo que se han instalado en su seno desde hace muchos años. Ahora bien, también es cierto que este ejercicio de autoritarismo surge en estos momentos con particular crudeza por otra razón: nos encontramos ante el final de un ciclo, el de la política cultural que el PP puso en marcha tras ganar las elecciones en 1995. Un final que se agrava, ante la inexistencia, para los próximos años, de alternativas culturales que vayan más allá de sostenella y no enmendalla, es decir: insistencia en los grandes eventos, desprecio por la producción cultural autóctona (a la que se le conceden, a lo sumo, unas cuantas migajas presupuestarias), férreo control ideológico y captación clientelar de muchos de los agentes culturales… Todo eso al servicio de unos contenidos y unos planteamientos estéticos que, por mucho que se disfracen de modernidad (o de posmodernidad) acaban revelando bien pronto sus componentes rutinarios, superficiales, reiterativos y conservadores. ¿Por qué esta falta de respuestas por parte de los gestores culturales del PP a los nuevos retos culturales que se nos plantean en estos momentos a las valencianas y valencianos del 2010? ¿Por qué este empecinamiento en fórmulas que han demostrado ya su ineficacia? Porque, en realidad, el PP cuando llegó al poder en 1995 no fue capaz de articular coherentemente una politica cultural propiamente suya. Lo que hizo fue limitarse a apropiarse, mediante una operación de maquillaje (hábil, eso sí) de las grandes líneas programáticas que en cultura habían desarrollado en los ochenta los gobiernos de Joan Lerma. De la misma forma, en efecto, con que se apropiaron de la Ciutat de les Ciències y la han hecho pasar por suya ante el conjunto de la sociedad valenciana, los sucesivos gestores culturales del partido en el poder, renunciaron muy pronto a sus propias reflexiones y se limitaron a remozar, atribuyéndose su autoría, las políticas culturales heredadas. ¿Un ejemplo? En el campo concreto del teatro, desde mediados de los noventa, un grupo de profesionales, inicialmente vinculados al PSOE y a Izquierda Unida pero cambiados de bando por múltiples razones (como por ejemplo Fermín Cabal o Moisés Pérez Coterillo), junto con otros muchos (como Eduardo Galán), fueron capaces de ofrecerle al PP una alternativa al excesivo peso que lo público tenía en el sector teatral. Una alternativa que pasaría incluso por reducir las dimensiones del sector público en beneficio del privado, sometido –se nos decía– a una competencia desleal por parte del primero; amén, lógicamente, de las acusaciones de control y manipulación ideológica que se le achacaba a lo público. Pues bien, estas líneas programáticas propias apenas se mantuvieron unos meses, si es que llegaron a tener vigencia alguna vez. En la Comunidad Valenciana, pese a las amenazas que flotaron en el ambiente durante 1995, no sólo no se privatizó nada, sino que se reforzó todavía más las estructuras de los teatros públicos. Y lo mismo sucedió cuando el PP accedió en 1996 al gobierno de España. ¿Qué había pasado? Los nuevos gobernantes descubrieron la utilidad de mantener un sector teatral público potente con el que no sólo controlar, vía ayudas y subvenciones, a los profesionales del sector, sino también impedir el afianzamiento de alternativas profesionales privadas que, a causa de su misma autonomía, pudiesen mostrarse críticas con la ideología del PP. ¿Cabe mayor perversión? Los defensores de la iniciativa privada se aprovecharon del sector público y redujeron el sector privado cultural a posiciones cada vez de mayor dependencia (que se lo pregunten, si no, a la industria audiovisual). Continuismo disfrazado de ruptura con el pasado; mantenimiento de las estructuras al servicio de una ideología neoconservadora; la cultura entendida como fuente de beneficios económicos (más o menos regulares) y de creación de redes clientelares; perversión de los mecanismos participativos, reducidos a simples comparsas sin voz… Eso es lo que hay, en definitiva, detrás de la política cultural que el PP implantó en nuestra Comunidad a partir de 1995. Y como sola novedad, la exacerbación de la política de grandes eventos, como barniz para disimular los desconchados de una acción de gobierno en lo cultural cada vez más obsoleta. En efecto: por mucho que se recurra a La fura dels Baus o a Peter Brook (permítaseme que vuelva a recurrir a ejemplos extraídos del mundo del teatro), la realidad es que esa política cultural insiste en unos objetivos que, si tenían sentido cuando los socialistas los pusimos en valor hace más de quince años, ya no responden a la complejidad y a las transformaciones del mundo actual. Las nuevas promociones de creadores, los nuevos profesionales del sector cultural no pueden reconocerse ya en un IVAM cada vez más desnortado, o en unos Teatres de la Generalitat que se han convertido en un contenedor acrítico y donde, quizá más que en otros sectores, reina la arbitrariedad y el favoritismo más descarado… Ni que decir tiene que las escasas excepciones que existen, en lugar de disimular la situación, la ponen aún más en evidencia, ya que no son sino remiendos que llaman la atención sobre lo vulgar y gastado del tejido cultural en el que se han zurcido: valga como ejemplo el VEO, el festival teatral de la ciudad de Valencia, que –por contraste– hace que nos fijemos más aún en la periclitada y caduca politica cultural del Ayuntamiento de Valencia; una política que en 1991 ya nació rancia, no lo olvidemos. Con el paso del tiempo, estos problemas no han hecho sino agravarse: el desencuentro con la realidad cultural contemporánea se incrementa. Y si durante unos años, la primera mitad de la década de los 2000, los gestores teatrales todavía intentaron superar (con mayor o menor entusiasmo) la brecha creciente que se abría entre la política cultural del PP y la cultura contemporánea en nuestra Comunidad, tras las elecciones de 2007 abandonaron por completo tal pretensión, se quitaron la máscara y se pusieron manos a la obra en lo que, sin duda, mejor saben hacer: manipulación ideológica, control de las personas y de las instituciones culturales. A desarticular y a doblegar todos los sectores culturales como decía al principio de mi artículo… Llegando, incluso, a su asfixia (económica) si no se podían controlar convenientemente. ¿Qué podemos hacer ante este panorama los socialistas valencianos, los profesionales de los sectores culturales, los progresistas en general? Para empezar, hemos de plantarnos ante ese cierre por defunción con que amenazan a todos los sectores culturales. Los vecinos del Cabanyal-Canyamelar nos están dando toda una lección al respecto: frente a las apisonadoras, la resistencia cívica; frente a las amenazas y a la prepotencia, la fuerza de la razón; frente a la rabia desatada, la perseverancia. Y, sobre todo, hemos de despedir por higiene democrática al PP de las instituciones, hemos de recuperar democráticamente la cultura para sus auténticos protagonistas, que no son ni los partidos políticos ni los especuladores, sino los y las profesionales, y –al fin y al cabo– todos los valencianos y valencianas. Josep Lluís Sirera Turó Secretario de Cultura de la Comisión Ejecutiva Municipal del PSPV-PSOE de València