Global Rhythm - Keith Richards
Transcripción
Global Rhythm - Keith Richards
Capítulo 1 En el que me detienen unos policías de Arkansas durante la gira norteamericana de 1975 y se llega a un punto muerto. ¿Por qué paramos a almorzar en el restaurante 4-Dice* de Fordyce, Arkansas, durante el fin de semana del Día de la Independencia (aunque el día es lo de menos)? Pese a todo lo que sabía después de diez años conduciendo por el Cinturón Bíblico...** Un pueblo diminuto y los Rolling Stones en el menú policial a lo largo y ancho de Estados Unidos: todos los polis querían pillarnos a cualquier precio, ascender en el escalafón y cumplir con el deber patriótico de librar a la nación de aquellos mariquitas ingleses. Era 1975, corrían tiempos de brutalidad y discordia. La veda de los Stones se había levantado a raíz de nuestra gira anterior, la de 1972, también conocida como STP.*** El Departamento de Estado había observado disturbios (cierto), desobediencia civil (cierto también), sexo ilícito (¡a saber qué es eso!) y violencia en toda la nación, y la culpa era nuestra, de unos simples juglares. Como, por lo visto, habíamos incitado a los jóvenes a la rebelión y estábamos corrompiendo el país, se había decretado que jamás volviéramos a pisar Estados Unidos. Siendo aquélla la época de Nixon, el tema acabó por convertirse en una verdadera cuestión política. El presidente en persona ya había soltado sus perros y empleado sus sucias tretas contra John Lennon porque pensaba que éste podía estropearle la reelección. En cuanto a nosotros, según le dijeron oficialmente a nuestro abogado, éramos el grupo de rock and roll más peligroso del mundo. Nuestro fantástico abogado, Bill Carter, ya nos había evitado días antes un par de serios encontronazos urdidos por las policías de Memphis y San Antonio, pero ahora Fordyce (un pueblo de 4.237 ha* «Cuatro dados»; juego de palabras con el nombre del pueblo. ** Bible Belt; nombre dado a la región meridional de Estados Unidos donde predomina el fundamentalismo cristiano. *** Stones Touring Party, «fiesta itinerante de los Stones». Global Rhythm - Keith Richards - DEFINITIVO y Final.indd 11 19/10/2010 19:05:33 12 Keith Richards bitantes cuya escuela tenía por emblema un bicho rojo muy extraño) podía acabar colocándose la medalla. Carter nos había advertido que evitáramos viajar por Arkansas en coche y que, si lo hacíamos, bajo ningún concepto saliéramos de la interestatal, eso por descontado; también señaló que, poco tiempo antes, el estado de Arkansas había intentado promulgar una ley que prohibía el rock and roll (me hubiese encantado ver su redacción: «de producirse un estruendo persistente en compás de cuatro por cuatro…»). Pero allí estábamos, conduciendo por carreteras secundarias en un flamante Chevrolet Impala amarillo. Seguramente no había en todo Estados Unidos un lugar más absurdo para pararse con un coche cargado de droga: una comunidad sureña de palurdos conservadores no precisamente encantados de recibir a unos forasteros de aspecto raro. Me acompañaban Ronnie Wood, Freddie Sessler (todo un personaje, un buen amigo y casi un padre para mí cuyo nombre aparecerá repetidas veces a lo largo de esta historia) y Jim Callaghan, nuestro jefe de seguridad durante años. Recorríamos los más de 600 kilómetros que hay entre Memphis y Dallas, donde teníamos un bolo al día siguiente en el estadio de fútbol americano, el Cotton Bowl. Jim Dickinson, el muchacho sureño que tocaba el piano en «Wild Horses», nos había dicho que merecía la pena ver el paisaje de Texarkana, y además estábamos hartos del avión, sobre todo después de un vuelo espeluznante de Washington a Memphis en el que de repente descendimos varios miles de metros con mucho sollozo y mucho grito, la fotógrafa Annie Leibovitz golpeándose la cabeza contra el techo y los pasajeros besando el asfalto cuando por fin aterrizamos. A mí se me vio en la parte trasera consumiendo sustancias varias con más dedicación de la habitual mientras íbamos dando tumbos por el aire: no quería desperdiciarlas. Un mal rollo en el Star ship, el viejo avión de Bobby Sherman. Así que fuimos por carretera y Ronnie y yo hicimos algo particularmente estúpido: nos detuvimos en el 4-Dice, nos sentamos, pedimos, nos levantamos y nos fuimos al baño. Ya se sabe, un tonificante, just start me up, y agarramos un buen colocón. Como no nos atraía demasiado ni la clientela ni la comida, nos quedamos por los servicios echando unas risas. Debimos de estar allí unos cuarenta minutos, y eso no se hace en un sitio así, no por aquel entonces. Fue lo que caldeó el ambiente y empeoró las cosas. Total, que los camareros llamaron a la poli. Al salir encontramos un coche negro aparcado en la puerta (sin matrícula) y justo cuando nos marchábamos (apenas habíamos avanzado veinte metros) empezaron las sirenas y las lucecitas, y allí estaban ellos con sus pistolas en nuestras jetas. Global Rhythm - Keith Richards - DEFINITIVO y Final.indd 12 19/10/2010 19:05:33 Vida 13 Yo llevaba una gorra vaquera con varios bolsillos llenos de droga. Todo estaba lleno de drogas, hasta las puertas del coche: bastaba con desencajar los paneles para hallar bolsas de plástico con coca, hierba, peyote y mescalina. ¡Dios! ¿Cómo íbamos a salir de aquélla? Era el momento menos oportuno para que nos trincaran. Ya era un milagro que nos hubiesen permitido entrar en el país para hacer la gira. Nuestros visados pendían de un hilo hecho con requisitos (como bien sabía la policía de todas las ciudades grandes) y los había conseguido Bill Carter después de mucho tejemaneje por los despachos del Departamento de Estado y el Servicio de Inmigración durante los dos años anteriores. La primera condición era, obviamente, que no nos arrestaran por tenencia de narcóticos, y Carter se había responsabilizado personalmente de que no ocurriera tal cosa. Por aquel entonces no le daba a lo más duro, lo había dejado antes de la gira. Y todo lo que llevábamos lo podría haber metido en el avión. Hasta hoy no he logrado entender cómo pude arriesgarme a andar por ahí con tanta mierda. Me habían dado el material en Memphis y la sola idea de regalarlo me resultaba odiosa, pero lo podría haber metido en el avión y hacer el viaje sin nada encima. ¿Por qué se me ocurrió cargar el coche hasta los topes como si fuera un camello aficionado? Igual se me pegaron las sábanas y cuando desperté ya se había marchado nuestro avión. No lo sé, pero sí recuerdo que me pasé un montón de tiempo sacando paneles para esconder la mierda en las puertas. Y eso que el peyote no es sustancia de mi devoción. En los bolsillos de la gorra tengo hachís, Tuinal, algo de cocaína... Saludo a la policía quitándome la gorra con un delicado floreo que aprovecho para tirar las pastillas y el hachís entre los arbustos: «Buenos días, agente (floreo). ¡Ay, vaya por Dios!, ¿hemos contravenido alguna ordenanza municipal? Le ruego me disculpe… Soy inglés… ¿Iba conduciendo por el otro lado de la carretera?». Con eso ya los dejas pensando y, mientras tanto, te has deshecho de la mierda que llevas encima, claro que no de toda. Ven un cuchillo de monte tirado en el asiento y no se les ocurre otra cosa que confiscarlo por «ocultación de arma», cabrones embusteros. Nos obligan a seguirlos con el coche hasta un garaje situado bajo el ayuntamiento y de camino nos van observando; fijo que nos ven tirar toda la mierda por la ventanilla. No nos registran inmediatamente cuando llegamos a la cochera. A Ronnie le dicen: «Venga, ve al coche y trae tus cosas». Ronnie tenía una bolsita o algo así en el coche, pero logra echar toda la mierda en una caja de pañuelos y al salir del auto me dice: «Está bajo el asiento del conductor». Cuando entro en el coche (no tenía que ir a buscar nada, Global Rhythm - Keith Richards - DEFINITIVO y Final.indd 13 19/10/2010 19:05:33 14 Keith Richards pero finjo que sí para poder ocuparme de la caja), la verdad es que voy sin tener ni puta idea de qué hacer con ella, así que simplemente la aplasto, la pongo debajo del asiento trasero y vuelvo diciendo que realmente no tenía que buscar nada. Todavía hoy sigo sin explicarme por qué no desmontaron el coche. A esas alturas ya saben a quién han pillado («¡miiira por dónde, qué buena pesca hemos hecho hoy!») y, de repente, tengo la impresión de que no saben qué hacer con esas estrellas mundialmente conocidas que han acabado bajo su custodia. Ahora tienen que pedir refuerzos a otras comisarías del estado. Tampoco parecen tener nada claro de qué acusarnos, y además saben que estamos intentando localizar a Bill Carter y eso los ha debido de intimidar, porque en aquella zona del país Bill jugaba en casa: se había criado en un pueblo llamado Rector, que estaba muy cerca, y conocía a todos los jefes de policía, a todos los sheriffs, a todos los fiscales y a todos los políticos. Así que aquellos polis debían de estar empezando a arrepentirse de haber informado a las agencias de noticias sobre las piezas que habían cobrado. Varios medios de cobertura nacional se estaban congregando frente al juzgado; una televisión de Dallas alquiló un avión a la Learjet para conseguir sitio en primera línea. Era sábado por la tarde y la policía llamaba insistentemente a Little Rock para pedir instrucciones a las autoridades estatales. Así que, en vez de encerrarnos y dejar que esa imagen diera la vuelta al mundo, nos mantuvieron bajo «arresto preventivo» en el despacho del comisario, lo que significaba que teníamos cierta libertad de movimiento. ¿Dónde estaba Carter? No había nada abierto porque era festivo y entonces no contábamos con teléfonos móviles, así que tardaríamos un poco en localizarlo. Mientras tanto intentábamos deshacernos de toda la mierda que llevábamos encima porque íbamos hasta arriba de provisiones: en los setenta volaba al séptimo cielo con cocaína pura de los laboratorios Merck, esos vaporosos tiros farmacéuticos. Freddie Sessler y yo fuimos al tigre y no nos acompañó nadie: «¡Santo Dios! —así empezaban todas las frases de Freddie—, voy hasta las cejas». Llevaba varios frascos llenos de Tuinal, y tirar las pastillas por el retrete lo puso tan nervioso que se le cayó uno: hasta la última puta pildorita de color turquesa y rojo salió rodando mientras tiraba de la cadena para deshacerse de la coca. Yo me quité de encima el hachís y la hierba, pero no había manera de que se fueran cañería abajo porque con tanta hierba se había atascado el retrete, así que ahí me tienes, tirando de la cadena como un loco cuando de repente veo las pastillas rodando por debajo de mi cubículo. Me puse a recogerlas y las tiré también Global Rhythm - Keith Richards - DEFINITIVO y Final.indd 14 19/10/2010 19:05:33 Vida 15 por el retrete, pero no llegaba a todas porque había un cubículo entre el de Freddie y el mío… Vamos, que teníamos como mínimo cincuenta píldoras en el cubículo de en medio: —¡Santo Dios, Keith! —Cálmate, Freddie, yo ya las he recogido todas por aquí, ¿has pillado todas las de tu lado? —Sí, creo que sí. —Bueno, pues ahora nos metemos en el de en medio y recogemos las que faltan. Aquella cagada no tenía nombre, era increíble, miraras en el bolsillo que miraras… ¡Jamás me habría imaginado que llevaba tanta coca encima! El número bomba era el maletín de Freddie, que estaba en el maletero del coche todavía sin abrir y que iba lleno de cocaína. Era imposible que no lo encontraran. Freddie y yo decidimos que la mejor estrategia consistía en renegar de él esa tarde y decir que era un autoestopista desconocido, pero uno de tal calibre que estábamos encantados de cederle a nuestro abogado, si ello era necesario, cuando éste diera por fin señales de vida. ¿Dónde estaba Carter? Tardamos algún tiempo en reunir a las tropas y mientras tanto el vecindario de Fordyce se iba agolpando hasta alcanzar dimensiones de turba. Y además iba llegando gente de Misisipi, Texas o Tennessee atraída por el espectáculo. No se haría nada hasta que apareciese Carter, que no podía andar lejos porque nos acompañaba en la gira, aunque que de vez en cuando se tomaba un merecido día libre. Así que hubo tiempo para reflexionar sobre cómo había bajado la guardia y olvidado las reglas: no hagáis nada ilegal y no os dejéis atrapar por la policía. Los policías de todas partes, y desde luego los del Sur, tienen un montón de trucos semilegales para trincarte si les da la gana, y por aquel entonces te podían encerrar noventa días sin problemas. Por eso Carter nos había dicho que no nos apartásemos de la interestatal. El Cinturón Bíblico era mucho más severo en aquellos tiempos. Durante las primeras giras hacíamos muchísimos kilómetros y los bares de carretera eran siempre una interesante aventura. Más te valía mentalizarte, y además de verdad. Métete en un local de camioneros del Sur o de Texas en 1964 o 65 o 66 y verás. Resultaba más peligroso que cualquier sitio en una ciudad: entrabas, veías a aquellos chicarrones y lentamente advertías que no ibas a disfrutar de una apacible comida entre camioneros con el pelo cortado a cepillo y temibles tatuajes. Así que picoteabas algo hecho un manojo de nervios: «¡Ay!, mejor me lo pone para llevar, gracias». Nos llamaban nenas porque llevábamos el pelo lar- Global Rhythm - Keith Richards - DEFINITIVO y Final.indd 15 19/10/2010 19:05:33 16 Keith Richards go: «¿Qué tal, nenas? ¿Bailáis?». El pelo, una de esas menudencias en las que nadie piensa pero que cambian culturas enteras. La manera como la gente reaccionaba entonces al ver nuestro aspecto en ciertos lugares de Londres no distaba mucho de lo que hacían en el sur de Estados Unidos, «hola, guapa» y todas esas chorradas. Con el tiempo te das cuenta de que se libraba una guerra sin cuartel, pero entonces ni pensabas en ello. Para empezar, eran experiencias nuevas y en realidad no tenías conciencia del efecto que podrían tener sobre ti, más bien ibas percibiéndolo poco a poco. Y en esas situaciones descubrí que si veían las guitarras y sabían que éramos músicos, de repente la cosa cambiaba y no había el menor problema. Lo mejor era entrar con la guitarra en un local de camioneros: «¿Sabes tocar esa cosa, hijo?». De hecho, a veces sacábamos las guitarras y cantábamos algo para poder cenar tranquilos. Pero si querías aprender algo de verdad bastaba con atravesar las vías del tren: los músicos negros nos cuidaban muy bien cuando tocábamos con ellos: «¿Quieres echar un polvo esta noche? Ésa estaría encantada. Seguro que no ha visto en su vida a un tipo como tú». Te ofrecían su hospitalidad, su comida y su jodienda. La parte blanca de la ciudad estaba muerta, pero al otro lado de las vías había una marcha increíble: si conocías a algún colega, todo iba sobre ruedas. Se aprendía mucho. A veces hacíamos dos o tres actuaciones en un día, cosas cortas, como de veinte minutos o media hora. Se trataba de que hubiera tráfico porque eran conciertos de exhibición, música negra, aficionados o blancos de por allí, lo que fuese, y cuando te adentrabas en el Sur era interminable. Íbamos dejando atrás pueblos y estados, lo llaman «fiebre de la línea blanca»: si vas despierto, te quedas embobado mirando las líneas centrales de la carretera, y de vez en cuando alguien suelta un «tengo que cagar» o «me muero de hambre», y es entonces cuando acabas en un local al borde de la carretera, estoy hablando de carreteras secundarias de las Carolinas o Misisipi, ese rollo. Salías del coche meándote y veías el letrero de «caballeros», pero un tipo negro que estaba allí plantado te decía «sólo negros», y tú pensabas «¡me están discriminando!». Pasábamos por aquellos garitos de los que salía una música increíble y mucho vapor por las ventanas: —¡Eh, vamos a entrar aquí! —Igual es peligroso. —¡Venga ya! ¿Pero tú oyes esa música? Y dentro te encontrabas con un grupo tocando, un trío, unos cuantos negrazos y unas tías bailando con billetes sujetos en sus tan- Global Rhythm - Keith Richards - DEFINITIVO y Final.indd 16 19/10/2010 19:05:33 Vida 17 gas. En cuanto entrábamos se hacía un gélido silencio porque éramos los primeros blancos que veían allí, pero sabían que la energía era demasiado potente para que la alterase un puñado de tíos blancos, sobre todo si no tenían pinta de ser de por allí. Así que a ellos les picaba la curiosidad y nosotros acabábamos como en casa. Lo malo era que luego había que volver a la carretera («¡joder, podría haberme quedado aquí días enteros!»). Tenías que largarte, y unas encantadoras señoritas negras te apretujaban entre sus inmensas tetas para despedirse. Cuando salías a la calle estabas empapado en sudor y envuelto en una nube de perfume. Nos metíamos en el coche y arrancábamos con nuestro delicioso olor y la música desvaneciéndose en la distancia. Para algunos de nosotros era como si te hubieras muerto y hubieses ido al cielo, porque un año antes andábamos tocando por los clubes de Londres (y no nos iba mal), pero al cabo de doce meses estábamos en un lugar que antes nos parecía inalcanzable: estábamos en Misisipi. Llevábamos bastante tiempo tocando aquella música, pero siempre con mucho respeto, y ahora en cambio la olfateábamos de cerca. Quieres tocar blues y al minuto siguiente resulta que estás tocando blues con los que saben y ¡joder, tienes a Muddy Waters justo a tu derecha! Pasa tan rápido que casi no te da ni tiempo a asimilar las sensaciones. Te das cuenta luego, cuando vuelven las imágenes, porque en el momento es demasiado. Una cosa es tocar un tema de Muddy Waters y otra muy distinta tocarlo con él. Por fin encontraron a Bill Carter en Little Rock, estaba en una barbacoa en casa de un amigo que resultó ser juez, una coincidencia de lo más útil. Iba a buscar un avión privado y llegaría en un par de horas con el juez. Este amigo de Carter conocía al policía que iba a registrar el coche y le dijo que, en su opinión, no tenían derecho a hacerlo. También le sugirió que esperase hasta su llegada. Todo quedó congelado un par de horas más. Bill Carter había trabajado desde la universidad en campañas de políticos locales, así que conocía prácticamente a toda la gente importante del estado. Y algunas de las personas para las que había trabajado en Arkansas eran ahora influyentes demócratas en Washington. Su mentor era Wilbur Mills, presidente del Comité de Medios y Arbitrios en la Cámara de Representantes, tal vez el hombre más poderoso del país después del presidente. Carter procedía de una familia humilde: se alistó en la aviación durante la Guerra de Corea, pagó sus estudios de derecho con una beca del ejército hasta que se lo gastó todo, se metió en el Servicio Secreto y acabó siendo escolta de Kennedy. No estaba en Dallas aquel día (lo habían mandado a un curso), pero había recorrido Global Rhythm - Keith Richards - DEFINITIVO y Final.indd 17 19/10/2010 19:05:33 18 Keith Richards el país con Kennedy, había planificado sus viajes y conocía a personajes clave en todos los estados que visitó el presidente. En definitiva, tenía buenos contactos muy arriba. Tras la muerte de Kennedy trabajó como investigador para la Comisión Warren,* luego abrió su propio bufete en Little Rock y se convirtió en algo así como un abogado del pueblo. Tenía pelotas y se tomaba muy en serio el imperio de la ley, los procedimientos justos, la Constitución y todo eso. Hasta daba seminarios a la policía sobre el tema. Una vez me dijo que se había puesto a ejercer de abogado defensor porque estaba harto de los policías que abusaban de su poder interpretando la ley a su manera (vamos, prácticamente todos los que se había ido encontrando de gira con los Rolling Stones en casi todas las ciudades por las que habíamos pasado). Carter era nuestro aliado natural. Sus viejos contactos de Washington eran el as en la manga que sacó cuando en 1973 nos denegaron los visados para la gira: fue a Washington para ocuparse del tema a finales de ese año y se encontró con que las consignas de Nixon habían calado hasta los niveles más bajos de la burocracia, y así le dijeron oficialmente que los Stones no volverían a tocar en Estados Unidos jamás. Aparte de ser el grupo de rock and roll más peligroso del mundo, aparte de incitar a la rebelión, causar desmanes y despreciar la ley, había sentado muy mal que Mick apareciera en un escenario vestido de Tío Sam con un traje de barras y estrellas. Eso ya era suficiente para impedirle la entrada en el país. ¡Estábamos hablando de la enseña nacional! Por ese lado había que andar con pies de plomo: a Brian Jones lo arrestaron a mediados de los sesenta (me parece que en Syracuse, NuevaYork) porque agarró una bandera de Estados Unidos que andaba por detrás del escenario y se la puso sobre los hombros. Por lo visto, una de las puntas rozó el suelo. Fue cuando ya habíamos acabado de tocar: la policía nos metió a todos en un despacho y empezaron a gritarnos: «Arrastrar la bandera por el suelo es algo muy grave, es ultrajar la nación, es un acto sedicioso». Y luego también estaba la cuestión de mi «trayectoria» (no había forma de ocultarla, era del dominio público). ¿Qué se escribía sobre mí? Pues que era adicto a la heroína. Poco antes, en octubre del 73, me habían condenado por tenencia de drogas en Inglaterra, y también en Francia en 1972. Carter empezó su campaña para conseguirnos los visados cuando todo el tema del caso Watergate se estaba calentando y acababan de meter entre rejas a unos cuantos matones de Nixon, que * Comisión establecida en noviembre de 1963 para investigar el asesinato de Kennedy; la dirigía Earl Warren, presidente del Tribunal Supremo estadounidense. Global Rhythm - Keith Richards - DEFINITIVO y Final.indd 18 19/10/2010 19:05:33 Vida 19 estaba a punto de caer también junto con Haldeman, Mitchell y todos los demás; algunos de ellos habían trabajado en la sombra con el FBI durante la campaña contra John Lennon. La ventaja de Carter con el Departamento de Inmigración era que allí estaba en familia: había pertenecido a las fuerzas del orden y lo respetaban por haber trabajado para Kennedy. Así que les soltó un «ya sé cómo lo veis, tíos» y simplemente les dijo que quería ser escuchado porque le parecía que no estábamos recibiendo un trato justo. Fue abriéndose camino poco a poco, tardó meses. Sobre todo se centró en los funcionarios del nivel más bajo porque sabía que podían paralizar el asunto con formalidades. Yo me sometí a unas pruebas para demostrar que estaba limpio; me las hizo el mismo médico de París que ya había certificado mi salud otras veces. Mientras tanto, Nixon dimitió. Luego Carter le pidió al mandamás del departamento que hablara con Mick y juzgase por sí mismo. Y claro, Mick apareció muy trajeado y se lo cameló. Es un tipo realmente versátil, y por eso lo adoro: es capaz de sostener una discusión filosófica con Sartre en francés y se entiende bien con gente de cualquier sitio. Carter me comentó que había solicitado los visados en Memphis (no en Nueva York ni en Washington) porque por allí estaba todo más tranquilo. Y el resultado fue increíble. De repente se concedieron todos los permisos y visados, aunque con una condición: Bill Carter tenía que acompañar a los Stones y garantizar personalmente al Gobierno que se evitarían los disturbios y no habría actividades ilegales durante la gira. (También exigieron que nos acompañara un médico, un personaje casi de ficción que volverá a aparecer en este relato y acabaría siendo una víctima de aquella gira: primero le dio por catar la medicación y luego se largó con una groupie.) Carter los había tranquilizado ofreciéndose a llevar la gira al estilo del Servicio Secreto y en colaboración con la policía. Además, gracias a sus muchos contactos siempre recibía el soplo cuando la policía estaba organizando una redada. Eso nos salvó el culo en más de una ocasión. La situación había empeorado desde la gira del 72 por las manifestaciones y marchas contra la guerra y todo el lío de Nixon. Prueba de ello fue lo sucedido en San Antonio el 3 de junio. Aquélla era la gira de la gigantesca polla hinchable que subía flotando desde el escenario mientras Mick cantaba «Starfucker» [follaestrellas]. Genial, lo de la minga era genial, aunque lo pagaríamos después porque a partir de entonces Mick se empeñó en usar grandes accesorios en todas las giras para tapar sus inseguridades. En Memphis tuvieron la gran ocurrencia de meter elefantes en el escenario, pero éstos aplastaron las rampas y empezaron a cagarse por todas partes durante los ensayos y se abandonó la idea. Global Rhythm - Keith Richards - DEFINITIVO y Final.indd 19 19/10/2010 19:05:33 20 Keith Richards La polla no nos dio ningún problema, por lo menos en los primeros conciertos de Baton Rouge, pero sí fue un reclamo para los polis, que habían desistido de pillarnos en los hoteles, mientras viajábamos o en los camerinos. El único sitio donde nos tenían a tiro era el escenario. Amenazaron con arrestar a Mick si la verga se elevaba por los aires esa noche y aquello acabó siendo un verdadero pulso: Carter, que le había tomado la temperatura al público, les advirtió que la gente no se iba a quedar con los brazos cruzados, pero al final Mick optó por ceder ante la sensibilidad de las autoridades y no hubo erección en San Antonio. En Memphis, cuando amenazaron con arrestar a Mick por cantar starfucker, starfucker, Carter los paró en seco presentando una lista de las canciones emitidas en las emisoras locales de radio y dejó bien claro que ésa había estado sonando durante dos años sin que nadie protestara. Lo que Carter observaba (y estaba decidido a impedir en todo momento) era que la policía de todas las ciudades siempre intervenía vulnerando la ley, siempre actuaba ilegalmente: pretendía cazarnos sin orden de arresto o hacer registros sin motivos fundados. Así que Carter ya venía con unos cuantos argumentos en la cartera cuando apareció en Fordyce escoltado por el juez. Toda la prensa se había desplazado hasta allí, e incluso pusieron controles de carretera para evitar que llegara más gente. Lo que los polis querían era abrir el maletero, donde estaban seguros de que encontrarían drogas. Primero me acusaron de conducción temeraria porque las ruedas rechinaron un poco y se levantó algo de grava cuando arranqué en el aparcamiento del restaurante: unos veinte metros de conducción temeraria. Cargo número dos: «ocultación de arma blanca» (el cuchillo de monte). Pero para abrir el maletero legalmente necesitaban «motivos fundados», es decir, tenía que haber alguna prueba o indicio razonable de que se había cometido un delito. Si no, el registro sería ilegal y, aunque encontraran lo que buscaban, se desestimaría el caso. Podrían haber abierto el maletero si hubieran visto material sospechoso cuando asomaron la cabeza por la ventanilla, pero no vieron nada. El rollo de los «motivos fundados» desencadenó las frecuentes discusiones a gritos que se sucedieron durante toda la tarde. Para empezar, Carter dejó bien claro que aquellos cargos le parecían amañados. En busca de un motivo fundado, el agente que me paró dijo que el coche desprendía olor a marihuana cuando salíamos del aparcamiento y eso les dejaba el camino abierto para abrir el maletero. «Éstos se creen que me he caído de un guindo», nos dijo Carter. Según los polis, en el minuto que pasó desde que dejamos el restaurante hasta que subimos al coche y salimos del aparca- Global Rhythm - Keith Richards - DEFINITIVO y Final.indd 20 19/10/2010 19:05:33 Vida 21 miento nos había dado tiempo a encender un canuto y llenar el coche de humo hasta el punto de que oliera a varios metros de distancia; dijeron que ése era el motivo por el que nos habían arrestado. Sólo con eso, la credibilidad de la policía quedaba por los suelos. Carter habló de todo esto con un jefe de policía que se subía por las paredes y encima tenía el pueblo asediado, pero que también era muy consciente de que reteniéndonos en Fordyce podía malograr el concierto de la noche siguiente en el Cotton Bowl de Dallas (para el que no quedaba ni una entrada). Tanto Carter como nosotros veíamos en el jefe Bill Gober al típico agente palurdo, la variante «cinturón bíblico» de mis amigos de la comisaría de Chelsea, siempre dispuestos a manipular la ley y abusar de su poder. Gober estaba irritado con los Rolling Stones a título personal: por cómo vestíamos, por los pelos, por lo que representábamos, por la música que hacíamos y, sobre todo, porque, tal como él lo veía, desafiábamos a la autoridad establecida. Desobediencia. Hasta Elvis decía «sí, señor», pero aquellos gamberros greñudos no, ellos no. Así que Gober acabó abriendo el maletero (por más que Carter le advirtió que llegaría hasta el Supremo si fuera necesario), y una vez abierto fue un verdadero despelote, para partirse de risa. Cuando cruzabas el río viniendo de Tennessee, donde entonces predominaba la ley seca, y pasabas a West Memphis, que está ya en Arkansas, empezabas a ver licorerías que vendían, sobre todo, whisky casero ilegal en botellas con etiquetas de papel marrón. Ronnie y yo nos habíamos vuelto locos en una de esas tiendas y habíamos comprado sin freno extrañas botellas de burbon con marbetes estupendos (Flying Cock, Fighting Cock, The Grey Major),* en realidad eran petacas con exóticas etiquetas manuscritas y debíamos de llevar unas sesenta en el maletero. Ahora éramos sospechosos de contrabando: «No, las hemos comprado todas para nosotros, y las hemos pagado». Creo que tanto alcohol los confundió, porque estábamos en los setenta y por aquel entonces no era lo mismo un borracho que un drogata, había una distinción muy clara: «Al menos son hombres de verdad y beben whisky». Y entonces encontraron el maletín de Freddie. Estaba cerrado y él les dijo que había olvidado la combinación, así que lo descerrajaron y, cómo no, encontraron dos pequeños envases con cocaína. Gober pensó que ya nos tenía bien agarrados, o como mínimo a Freddie. * Cock significa «gallo» o «pene», de modo que flying cock equivaldría a «gallo/ pene volador» y fighting cock a «gallo/pene de pelea»; grey major significa «comandante gris». Global Rhythm - Keith Richards - DEFINITIVO y Final.indd 21 19/10/2010 19:05:33 22 Keith Richards Tardaron un rato en encontrar al juez porque ya era de noche. Cuando por fin se presentó supimos que había pasado el día jugando al golf y bebiendo: a esa hora estaba ya como una cuba. Lo que siguió fue una comedia total, el absurdo en el más puro estilo del cine mudo. El juez sube al estrado y empieza el desfile de abogados y polis que intentan embaucarlo con su versión de la ley. Gober quería que el juez considerase legal tanto el registro como la confiscación de la cocaína y ordenase nuestra detención por un delito grave (es decir, nos quería enchironar). Puede decirse que el futuro de los Rolling Stones, por lo menos en Estados Unidos, pendía de este hilo legal. Luego ocurrió más o menos lo que sigue, de acuerdo con lo que pude oír y con lo que me dijo después Bill Carter. Y ésta es la manera más rápida de contarlo (con disculpas a Perry Mason). Reparto Bill Gober: jefe de policía vengativo y furioso. Juez Wynne: juez de Fordyce; muy borracho. Frank Wynne: fiscal y hermano del juez. Bill Carter: célebre y agresivo penalista que representa a los Rolling Stones; oriundo de Arkansas. Tommy Mays: fiscal idealista recién salido de la facultad de derecho. Juez Fairley: llegado con Carter para impedir que haya juego sucio y que éste acabe en la cárcel. En la puerta del juzgado: dos mil forofos de los Rolling Stones agolpados contra las vallas colocadas fuera del edificio; no paran de corear «que suelten a Keith, que suelten a Keith». Dentro del juzgado: Juez: Bueno, parece que tenemos aquí un delito grave, un grave delito, cabashlleros. Ahora oirrré a las partes. ¿Letrado? Fiscal joven: Señoría, hay un problema con las pruebas. Juez: Me van a tener que disculpar un minuto. Se suspende la sesión. (Perplejidad general. Se interrumpe la vista durante diez minutos. Vuelve el juez. Su misión ha consistido en cruzar la calle para comprar un frasco de burbon antes de que cierren la tienda a las diez de la noche. Lleva el frasco en el calcetín.) Carter (hablando por teléfono con Frank Wynne, el hermano del Global Rhythm - Keith Richards - DEFINITIVO y Final.indd 22 19/10/2010 19:05:33 Vida 23 juez): Frank, ¿dónde te has metido? Más te vale aparecer ahora mismo. Tom está ebrio. Sí, OK. Juez: Prosheda, señor… eeeh… prosheda. Fiscal joven: Entiendo que no podemos actuar conforme a derecho, señoría. No existe la menor justificación para retenerlos. Opino que debemos soltarlos. Jefe de policía (al juez, chillando): ¡Qué coño, claro que podemos retenerlos! ¿En serio que vamos a soltar a estos cabrones? Juez, sabe de sobra que voy a tener que arrestarlo. Lo sabe bien. Está ebrio, está borracho en público. No está en condiciones de sentarse en el estrado, está dando un espectáculo lamentable ante toda la comunidad (intenta agarrar al juez). Juez (gritando): ¡Suelta joputa! ¡Quítame lassh manos d’encima! Tú amenázame y vasssh a ir a dar con el puto culo a… (forcejeo). Carter (acercándose para separarlos): ¡Eh, eh, ya basta! ¡Chicos, chicos, calma! Dejemos de pelear; mejor seguimos hablando. No es el momento de perder los estribos y… eeeh… eeeh… Tenemos ahí fuera a la televisión y a toda la prensa internacional. No quedaría nada bien. Ya sabemos lo que diría el gobernador. ¡Venga, sigamos! Creo que podemos llegar a un acuerdo. Ujier: Perdone, señoría: los de la BBC están en directo desde Londres; quieren hablar con usted. Juez: ¡Ah, sí...! Si me dishculpáis un momento, chicos, enseguida vuelvo (da un sorbo al frasco que lleva en el calcetín). Jefe de policía (todavía chillando): ¡Esto es un puto circo! ¡No me jodas, Carter, estos tíos han cometido un delito! Les hemos encontrado cocaína en el maletero. ¿Qué más quieres? Los voy a joder vivos; van a respetar nuestras leyes y les voy a dar donde les duele. ¿Cuánto te pagan, niño de Hoover?* Y como el juez no declare legal el registro, lo arresto por escándalo público. Juez (en segundo plano, hablando con la BBC): Sí, sí, eshtuve en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial. Era piloto de bombardero, Escuadrón 385, teníamos la base en Great Ashfield. ¡No veas cómo me lo pashé! ¡Me encanta Inglaterra! Jugué mucho al golf, en algunos de los mejores campossh... tenéis unos campos de golf buenísssshimos. ¿N’el de Wentworth? Sí, sí. Bien, comunico a todos que vamos a dar una rueda de prensa con los chicos y explicaremos lo que ha pasado, cómo es que los Rolling Stones han acabado por aquí y todo esho… * Alusión a John Edgar Hoover (1895-1972), fundador y jefe hasta su muerte del FBI. Global Rhythm - Keith Richards - DEFINITIVO y Final.indd 23 19/10/2010 19:05:34 24 Keith Richards Jefe de policía: Los he agarrado y no los pienso soltar, quiero a esos mariquitas ingleses. ¿Quiénes se han creído que son? Carter: ¿Quieres provocar disturbios? ¿Has visto la que hay montada fuera? En cuanto salgas con un par de esposas en la mano se te desmanda la gente. ¡Por Dios bendito, son los Rolling Stones! Jefe de policía: Tus niñatos van a acabar entre rejas. Juez (acabada su entrevista): ¿Por dónde vamosh? Hermano del juez (en un aparte): Tom, tenemos que hablar. No hay ninguna justificación legal para retenerlos, se nos va a caer el pelo si no cumplimos la ley a rajatabla en este caso… Juez: Ya lo sé, ya lo sé, claro. Señor Carrrter, acérquese al estrado. A esas alturas todo el mundo se había calmado excepto el jefe Gober. El registro no había revelado nada que pudiera utilizarse a efectos legales, no había de qué acusarnos: la cocaína era de Freddie, el autoestopista que habíamos recogido, y además la habían hallado de manera ilegal. La policía del estado respaldaba ahora a Carter mayoritariamente. Tras mucho debate y bastante cuchicheo, Carter y los fiscales llegaron a un acuerdo con el juez. Bien sencillo: el juez se quedaría el cuchillo y retiraría los cargos respecto a ese punto (el arma sigue colgada en la pared del juzgado); además rebajaría la conducción temeraria a una falta por la que debíamos pagar 162,50 dólares (poco más que una multa de aparcamiento). Con los 50.000 dólares en metálico que llevaba encima, Carter pagó una fianza de 5.000 para que soltaran a Freddie por el asunto de la cocaína. Además se acordó que, más adelante, Carter presentaría un recurso para que se desestimara el caso, así que Freddie también se podía marchar. Eso sí, había una última condición: teníamos que dar una rueda de prensa antes de largarnos y hacernos una foto con el juez. Ronnie y yo dimos la conferencia de prensa desde el estrado; yo iba con un casco de bombero en la cabeza y me filmaron aporreando la mesa con el mazo del juez para anunciar a la prensa: «¡Caso cerrado!». ¡Por poco! Fue un final típico de los Stones. A las autoridades siempre se les planteaba un complicado dilema cuando nos detenían: ¿quieres encerrarlos o hacerte una foto con ellos y ponerles escolta cuando se vayan? Podían ganar votos haciendo tanto lo uno como lo otro. En Fordyce acabamos con la escolta por los pelos: había tal muchedumbre que la policía tuvo que acompañarnos a eso de las dos de la madrugada hasta el aeropuerto, donde esperaba nuestro avión bien surtido de Jack Daniel’s y con los motores en marcha. Global Rhythm - Keith Richards - DEFINITIVO y Final.indd 24 19/10/2010 19:05:34 Vida 25 En 2006, las ambiciones políticas de Mike Huckabee, el gobernador de Arkansas que se iba a presentar a las primarias para la nominación como candidato presidencial por el Partido Republicano, lo llevaron hasta el punto de concederme su perdón por mi fechoría de treinta años atrás. El gobernador se considera además guitarrista, me parece que hasta tiene un grupo. Lo cierto es que no había nada que perdonar porque no consta ningún delito en los archivos de Fordyce, pero eso da igual: recibí el perdón de todos modos. Y todavía me pregunto qué demonios pasó con el coche: se quedó en el garaje de la comisaría cargado hasta arriba de drogas. Me encantaría saber qué sucedió con el material aquel. Tal vez nadie quitara los paneles. Quizá alguien siga conduciendo ese coche aún repleto de mierda. Global Rhythm - Keith Richards - DEFINITIVO y Final.indd 25 19/10/2010 19:05:34