Carmen Serdán (completo)

Transcripción

Carmen Serdán (completo)
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Diseño: Pablo Ibáñez y Eva Cabo para El Tren Sardina.
Realización: Zazanilli Nehnemi, Cuentos Viajeros, A.C., 2009
Rerservados todos los derechos.
[email protected]
Impreso en México.
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Tu vida,
tu cuento,
tu libro
Eva Cabo,
Marconio,
Valentina Ortiz
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DIRECTORIO INSTITUCIONAL:
Jefatura Delegacional en Coyoacán
Arquitecto Antonio Heberto Castillo Juárez
Dirección General de Desarrollo Social
Clara Xochitl Turner Vargas
Dirección de Desarrollo y Salud
Marta López Estrada
Subdirección de Equidad y Grupos Vulnerables
Víctor Manuel García Romero
Unidad Departamental de Equidad
Elena Vélez Aretia
Centro de Desarrollo Comunitario Carmen Serdán
Domingo Jasso Flores
Agradecimientos de Colaboración a la
Dirección General de Cultura
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INDICE
Directorio y agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6
Lista de participantes en el taller . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Prólogo del Arq. Heberto Castillo Juárez . . . . . . . . . . . . . . . 11
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .13
Caperucita . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
Queridos objetos queridos
La muñeca voladora de Karla. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
El trapito de Jenny . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
Pandi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .23
El sofá de Liz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
Alergia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
Congelada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
Dificil es . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Pescado muerto o terror en el tianguis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .39
Mujer de rímel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
Lupita . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
Libertades poéticas Ángeles. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
Haidee, la ángel guardián . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
Ahí también hay margaritas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Las bolas en Culhuacán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
Sabi-duría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
El ritmo que nos lleva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
Un lugar para besarnos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
Una cama para los dos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
Mi nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
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Participantes del Proyecto “Tu Vida, tu cuento,
tu libro” en el Centro de Desarrollo Comunitario
Carmen Serdán, Delegación Coyoacan.
Marisela Montiel Hernández
1° Cultura de Belleza
Nancy Nayeli Ceja Ugalde
1° Cultura de Belleza
Liz Jeaouany Jaimes Rouzaut
1° Cultura de Belleza
Guadalupe Aguilar González
1° Cultura de Belleza
Beatriz Urías Guillermo
1° Cultura de Belleza
María Guadalupe Ruiz Linares
1° Secretariado
Mirian Edith Flores Cervantes
1° Secretariado
Selene Manríquez Calderón
1° Secretariado
Miriam Soriano Moctezuma
1° Secretariado
Marisela Ledesma González
1° Secretariado
Mª de los Ángeles Jiménez Ortega1° Cultura de Belleza
Mara Rangel Salvador
1° Cultura de Belleza
Jennifer Guadalupe Peñaloza Villa1° Cultura de Belleza
Karla Yanet Navarro Martínez
1° Cultura de Belleza
Daniela Iglesias Ateno
1° Cultura de Belleza
Sonia Escobar García
1° Cultura de Belleza
Beatriz Ateno Guerrero
1° Cultura de Belleza
Stephany Janeth Rivera Luna
1° Cultura de Belleza
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Para un gobierno democrático cuyos ejes son la universalidad de derechos para los ciudadanos (as) y la equidad, la
correspondiente al género es, sin duda, una prioridad.
Esta administración estableció desde el principio que haría
gobierno con las mujeres porque sin ellas estaría excluida más
de la mitad de la población coyoacanense y sin cimientos la
construcción de ciudadanía.
Por sobre cualquier opinión, hemos persistido en mantener
una amplia convocatoria a todos los actores sociales para que
se sumen a las distintas acciones y proyectos realizados pero
nos hemos empeñado particularmente en abrir caminos a las
mujeres. Estamos aprendiendo a escucharlas cada vez con más
atención y les acercamos herramientas para que ellas también
aprendan a oír sus voces más íntimas, las que sintonizan con
sus derechos fundamentales.
Seguros de que los talleres ofrecen un medio ideal para cumplir con este cometido, la Dirección General de Desarrollo
Social conformó grupos de jóvenes pertenecientes a los
Centros Carmen Serdán y Santa Úrsula, así como al Centro
Indígena Coyohuacan e invitó a Zazanilli, Cuentos Viajeros a
reflexionar y a conversar con ellas.
Resultado de ese encuentro y de la campaña permanente de
sensibilización que realiza la Jefatura de Unidad de Equidad,
tengo el gusto de presentar a continuación relatos de la vida
cotidiana de algunas mujeres jóvenes coyoacanenses, tocadas
por los giros de la pluma del grupo que condujo esta enriquecedora experiencia comunitaria.
Arq. Heberto Castillo Juárez
Jefe Delegacional en Coyoacán
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Mujer
y
revolucionaria
Carmen
Serdán
Alatriste
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TU VIDA, TU CUENTO, TU LIBRO
TALLER DE RECUPERACIÓN DE TRADICIÓN
ORAL E HISTORIAS DE VIDA.
Este libro es el resultado del taller “TU VIDA, TU
CUENTO, TU LIBRO”, realizado en el Centro de Desarrollo Comunitario Carmen Serdán, de la Delegación
Coyoacán, durante los meses de marzo y abril de 2009.
Los integrantes de Zazanilli, Cuentos Viajeros, A. C.,
trabajamos varias sesiones con un grupo de veinte mujeres jóvenes, pertenecientes a los salones de primer
año de Cultura de Belleza y primero de Secretariado.
Para escribir estos textos, los artistas de nuestra asociación civil se basaron en el trabajo colectivo realizado
tenazmente por todas las participantes del taller. En cada
poema, en cada cuento, se ven reflejados la vida, los
sueños y las preocupaciones de las muchachas del grupo,
así como una parte de la realidad de la comunidad del
barrio Carmen Serdán y zonas aledañas.
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Como cierre del proyecto, cada mujer encuadernó su
propio libro, y los artistas dimos presentaciones de
narración oral, incluyendo estos mismos cuentos en el
propio barrio de Carmen Serdán.
Creemos que la energía de cada una de las participantes
está latente en todas las páginas de este libro, y por eso
línea a línea uno se las irá encontrando.
Sólo nos queda, una vez más, agradecer:
“Gracias a todas por haberme permitido deslizarme en sus palabras, en sus quereres, en sus dudas y enojos. Gracias por haberme compartido
sus vestimentas de esperanza, brillos y transformación. Gracias por haberme ofrecido crecer en
sus ojos, en sus sueños, en su mañana. Gracias a
todas por amar tanto, ustedes, las mujeres que
son el futuro de mi querido país.”
“Fuimos al Centro Comunitario a platicar con
las mujeres, casi niñas. A escucharlas. A aprender
de ellas. Llegamos con la consigna de cosechar
historias frescas como sus jóvenes años. Con ellas
nos transformamos en adolescentes llenos de ilusiones. Nos enamoramos del amor. Nos espantamos de la vida y sus peligros. Hicimos grupo
y clan de amigos. Escribimos algunos poemas e
historias para dejar constancia del perfume, del
sol y de la flor.”
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“Hicimos este libro para fijar en el papel:
la juventud eterna de la vida,
el ímpetu de la fuerza creativa
y el amor que nos hace libres.
Muchas gracias a ellas.”
Igualmente queremos agradecer a Elena Vélez, a Víctor
Heredia y a Víctor García por haber confiado en Zazanilli, Cuentos Viajeros, A. C., por creer en la capacidad
transformadora del Arte, y por no darse por vencidos
en la construcción de un mundo mejor.
Gracias también a todo el personal del Centro de Desarrollo Comunitario Carmen Serdán, por su amabilidad y por habernos apoyado en la realización de este
proyecto.
Eva Cabo, Marconio y Valentina Ortiz
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CAPERUCITA
Caperucita llega a la puerta del sol y llama:
toc... toc...
la miel de sus labios se despega vuela
sonríe el sol
porque sus ojos son dos pálidos faros
iluminando
siempre
porque sus manos
—cántaros de luz que besan—
están lloviendo
porque su boca es un alud
resonando
lejos
cierra el bosque al salir
niña pequeña
que los lobos de aquí
saben que sueñas
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QUERIDOS OBJETOS QUERIDOS
LA MUÑECA VOLADORA DE KARLA
Desde siempre a Karla le gustó escuchar el silencio. Su
abuelo decía que cada cosa tiene un silencio diferente,
y que cada silencio dice una cosa distinta. Ella sabía que
cerrando los ojos y escuchando uno puede llegar tan
lejos como quiera.
Karla no tuvo hermanos con los que platicar, pero tuvo
una muñeca que se convirtió en su mejor amiga y confidente. Si estaba triste, platicando con ella volvía a asomar la alegría en su corazón.
El día que Karla llegó a su casa y su amiga no estaba,
se le abrieron tanto los ojos que vio cosas que nunca
había visto, y se le encogió el corazón tan despacio que
pudo llorar todas las cosas que no había llorado antes.
Y lloraba sin entender por qué la gente roba cosas que
sólo pueden vivir libres.
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Tienen los objetos el poder mágico de los ojos del que
mira.
El día que Karla llegó a su casa y su muñeca no estaba,
no imaginó que su prima la había aventado por la ventana porque sí. Las cosas que se hacen porque sí suelen
convertirse en porque no, pero es algo de lo que a veces
no nos damos cuenta nunca.
Ese día, Karla soñó que a su muñeca le nacían alas, que
salía por la ventana y las extendía por encima del cielo
y volaba tan lejos como vuelan los sueños.
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EL TRAPITO DE JENNY
Hay quien dice que cuando algo del mundo no te gusta,
lo único que tienes que hacer es limpiarlo: pasarle un
trapito por encima o por debajo.
Cuando Jenny era pequeña como un frijol, tenía un trapo
que no soltaba nunca. Su mano y el paño era un nudo,
un cruce de caminos, un intercambio luminoso de soles
que también quieren brillar cuando hay tormenta.
Si de repente aparecía algo que no le gustaba, Jenny
apretaba con fuerza el paño como si agarrase una mano
muy querida.
Jenny no sabía que esos trapos son mágicos; cuando desaparecen de pronto no es porque tu mamá te los haya
quitado ni tampoco porque sí. Es porque sienten que
ya cumplieron su misión, y se van a otra parte a agarrar
otra mano.
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PANDI
Año con año, mi fiesta de cumpleaños favorita era la del
oso de Amanda, Pandi. Nos recibía siempre sonriente y
feliz, porque otra vez le habían hecho su pastel favorito
y le habían regalado lo que quería.
Amanda lo abrazaba tan fuerte que creo que si me hubiera abrazado así a mí, hubiera dejado de respirar unos
segundos. Yo la envidiaba un poco, porque los perros
habían mordisqueado a mi nenuco, y cuando algo no
iba bien o yo sentía miedo, me abrazaba a él igualito
que Amanda se abrazaba a Pandi. La simple presencia
de nuestros amigos nos reconfortaba, y su abrazo nos
daba paz.
En las fiestas de Pandi siempre bailábamos, y Amanda
nos maquillaba un poco para salir más guapas a la improvisada pista de baile en la sala de su casa. Sonaban
las risas y la música, y aquello parecía una fiesta que
nadie quería que acabase nunca.
Lo mejor era cuando Pandi soplaba las velas. Yo siempre
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supe que Amanda lo ayudaba, y estallábamos en aplausos y risas después de cantarle las mañanitas. Luego el
papá de Amanda cortaba el pastel; siempre al festejado
le servía el trozo más grande.
En cuanto nos íbamos, yo ya quería que llegase el próximo festejo. Amanda nos despedía en la puerta, y el oso
estaba tan feliz que no podía articular palabra.
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EL SOFÁ DE LIZ
No recuerda bien si el sillón llegó antes que ella o ella
antes que el sillón, pero desde que Liz recuerda que el
mundo es mundo, allí estaban los dos, en aquel rincón
privilegiado de la sala. Ella siempre creyó que todos los
sillones tenían propiedades mágicas como el suyo: se
sentaba, y si estaba triste se ponía feliz; si estaba enojada, se le pasaba; si ya estaba contenta, sonreía con más
ganas.
Un día llegó de la escuela y el sillón no estaba. Al abrir
la puerta de casa le dio un escalofrío, y cuando entró
sintió que la casa se hacía más grande que nunca, y que
se podría perder fácilmente entre aquellas cuatro paredes. Se sentó en el suelo en el hueco que había dejado y
lloró. Trataron de consolarla diciendo que estaba viejo
y sucio, pero no sirvió de nada. Y Liz se durmió sobre la
sombra del sillón.
Por la mañana se levantó decidida. Dibujó su sillón tal
y como ella lo recordaba. “Se busca”, ponía. “Se ofrece
recompensa”. Tenía tanta decisión en los ojos que a su
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mamá no le quedó más remedio que hacer fotocopias y
dejarla empapelar todo el barrio.
Nadie apareció en la puerta de la casa pidiendo la
recompensa; parecía que al sillón aquél se lo había tragado la tierra.
Pasaron los días, Liz no sabía si estaba triste o enojada,
pero no se sentía bien. Le echó en cara a su mamá la desaparición del sofá mágico. Por la expresión de su mamá
cruzó una sombra de culpabilidad que no pudo disimular.
—Mijita, estaba muy viejito el sillón.
—¡Pero era mío!
Liz se decidió a ir a buscarlo por todas partes: tenía que
estar en algún lugar. Así fue como llegó al basurero. Nunca había ido hasta allá, pero por su sillón haría cualquier
cosa. A medida que se iba acercando, olía cada vez más
feo. Liz se llevó instintivamente la mano a la boca y
trato de respirar despacio para agarrar menos aire. El
olor era pestilente, pero allá a lo lejos, justo en medio
del basurero, estaba su sillón, despreocupado de estar
en un sitio tan feo. Sentado en él estaba dormido un
señor. Liz se acercó de a poquitos y se escondió detrás
de un viejo refrigerador. El señor roncaba alto y claro.
Sus ropas estaban rotas por todas partes; sus zapatos, sin
cordones; su piel, llena de grasa de motor. Ella esperó, y
cuando el señor se despertó, para sorpresa de la mucha-
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cha agarró el sillón y se fue. Liz lo siguió. El hombre fue
derechito a una casa que no tenía puerta; en realidad,
adentro apenas tenía nada. Colocó el sillón en el centro,
se sentó y se quedó dormido otra vez.
Liz espió un ratito. Observó cómo la cara del hombre
cambiaba y dormía feliz, con una sonrisota de oreja a
oreja. Ella sonrió con él, y regresó a su casa.
Nunca más volvió a mencionar el sillón. Nunca más le
reprochó nada a su mamá. Estaba feliz de aquel sillón
fuera mágico donde quiera que estuviera.
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ALERGIA
Soy alérgica al silencio y al enojo
La nostalgia me hace granos en la piel
La rutina me provoca estornudos.
Pero no soy alérgica a tus poros
ni al insecto fatal de tus caricias
ni al polen de tu boca.
Mi cuerpo no rechaza tu perfume de aventura
ni la imaginación de tus manos
ni tu voz de luna llena.
Me encanta el vértigo y el escándalo
la velocidad de la luz
los ojos francos
las palabras potentes.
No soy ni seré alérgica
a nada que coseche de mi cuerpo
las flores más doradas de mi vida.
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CONGELADA
Todos los caminos van a Valle de Bravo. No importa el
tiempo, a veces más de dos horas, desde la gran ciudad,
con tal de llegar a la casa de campo de papá. Se abre
el viejo zaguán. No acaban de estacionar los coches y
Mary ya está en el jardín, corriendo junto al perro
y recolectando las peras que han caído de los frondosos
árboles. Ahí junto al lago, los cinco hermanos en verdad
parecen familia. No hay peleas, no hay gritos; los tíos y
las tías, los primos y las primas, juegan y bailan, cantan
y juegan. La alegría es una niebla invisible que cubre la
mitad del cerro en que está construida la casa. Mary entra en la cocina para mirar cómo la gran tía Márgara, la
de las faldas blancas y los delantales de cuadros, saca
la comida de las bolsas para acomodarla en el refrigerador y entre los anaqueles de madera.
—Es mucha comida, ¿verdad, tía?
—Es que es mucha familia, mi amor.
Mary observa atentamente los movimientos de la tía
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Márgara. Pareciera que la cocina se hace chiquita cuando ella se mueve entre los fogones de piedra y entre
los bancos, la leña, la mesa cuadrada, y al pasar por el
muro verde, casi tapa la foto de “los bisabuelos”. En
algún momento, la tía descansa la mano sobre la pared,
después de sacar el montón de elotes. Mary extiende su
manita y la compara, la mide. Ella calcula que cabrían
como diez manos suyas entre las manotototas de la tía.
Entonces llega el momento más esperado: las tunas
verdes aparecen. La tía prepara una tabla y un cuchillo,
y va sacando las tunas, una a una, para pelarlas. A Mary
se le hace agua la boca sólo de mirar los chorritos de
jugo de tuna que resbalan hasta el piso. No hay un
sabor en el mundo que le anime más la vida. No hay
una sensación que le haga temblar tanto como una tuna
deshaciéndose en la boca. Son más de veinte las que
llenan el platón de madera. Mary sólo espera el momento en que la tiotota le ofrezca una de esas fantasías
de dulce y semillitas que hacen cosquillas en el paladar.
—Lástima que ya no puedas comer tunas, Mary
—la vocezota parece como un resto de pesadilla.
—Sí puedo. ¡Es lo que más me gusta! —la vocecita
suena a reclamo.
—Yo lo sé, niña, pero tu papá me dijo que te
hiciste alérgica. Si comes te llenas de ronchas.
Repentinamente, Mary recuerda que hace dos semanas fueron al doctor. Y aquel hombre de blanco había
hablado de ronchas, y de piel roja, “porque esto, y
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porque lo otro y no sé qué...” Pero nunca, nunca había
mencionado las tunas. Entre sus recuerdos se interpone
la voz ronca de la tía Márgara:
—Cualquier otra fruta sí, pero tunas no. Ni modo.
Lo bueno es que en México hay frutas de todas las clases
y para todos los gustos.
Qué importa si en México hay muchas frutas. Qué
importa la voz y el tamaño de la tía. Qué importa
que Márgara coloque el platón de tunas en la parrilla
más alta del refrigerador.
—¡No vayas a tocarlas! ¿Eh?
Además, ¿quién es esa tía?, por más grande que esté
no tiene por qué prohibirle nada. Si no es su papá ni su
mamá, ni siquiera uno de sus hermanos.
La tía Márgara y su cuerpo de elefante se alejan de la
cocina. Allá en el patio, algún primo toca la guitarra y
las voces de todos se hacen como una ensalada de gritos
y aullidos. Risas y más canciones, “¡Otra, otra!”, rebota
en la paredes blancas de la casa. Y Mary, en un llanto
silencioso, sólo quiere demostrar que ella sí puede comer tunas.
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II
El perro mastín y la niña se hacen cómplices. Es un juego
que el animalote entiende muy bien. Mary saca todo
lo que hay en el refrigerador y lo avienta al piso. Al
mismo tiempo, el hocico babeante devora cada resto
de comida: pasta, carne, leche, cremas y otros líquidos
de extraño aroma; incluso las lechugas y los jitomates
que habitualmente no prueba. Aunque algunas bandejas pesan mucho, ella encuentra el modo de botarlas,
haciendo palanca con las enormes cucharas de madera
y ayudándose con un banco. Eufórico, el perro sigue y
sigue lamiendo lo que cae desde arriba. Son diez minutitos en que ningún familiar se acerca a la cocina, a pesar del escándalo. Un tiempito de travesura y berrinche.
Finalmente, ella encuentra el platón lleno de tunas. Las
mira, las imagina en su boca y en su estómago. El perro
observa y gime, como lamentando el final del juego,
mientras ella se acomoda en el hueco blanco y desde
adentro cierra la puerta del refri. Empieza a comer, a
gozar, una a una, las tunas.
Al interior, la fría oscuridad es como un abrazo, como
un arrumaco que, aunque helado, le permite comer sin
regaños lo que a ella más le gusta. Siente el líquido dulce
que chorrea por sus cachetes. Juega con las semillas dentro de la boca; hacen como un ruido de maraca entre
sus dientes. Come y come, mientras afuera siguen con su
baile y sus cantos en medio de ese travieso sol de montaña junto al lago. Mary sigue con su éxtasis de tunas,
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mientras el frío invade lentamente su cuerpo, y un fresco
sopor, caricia helada, le cierra los ojos poco a poco.
Como en un sueño, la niña escucha las voces roncas y
groseras de la tía Márgara que regaña al perro. Ya no hay
tunas; ya no hay ningún rastro de calor en su piel, sólo
queda una extraña satisfacción de travesura cumplida y
una pesadez en el cuerpo. Afuera, las voces de alarma
se multiplican. Algo ha sucedido, pero nadie atina a explicar el relajo, el reguero de comida, ni la ausencia de
la sobrina más pequeña. Mary apenas escucha su nombre repetido, como cuando su mamá la busca. Y de un
momento a otro, se le apaga el oído, la piel, y deja de
soñar...
Entre tanta confusión, finalmente a alguien se le
ocurre abrir el refrigerador. Sacan a la niña; la envuelven con cobijas y llantos casi fúnebres. El auto de papá
acelera, derrapa; en una curva casi se va al barranco, y
en otra, más adelante, casi se precipita al lago, pero la
emergencia vale el riesgo. El cuerpo de Mary está lleno
de ronchas y de frío. Llegan a la clínica: intentan explicar, gritan, se culpan. El médico a cargo simplemente
hace oídos sordos y les arrebata a la niña...
Tres días después, Mary sale del hospital. Entre sonrisas y sorpresas, el doctor se ha hecho su amigo, y él sí
le ha explicado muy bien, que por un tiempo, “no sabemos cuánto; pueden ser años” no puede comer tunas.
Afortunadamente, una de las enfermeras le ha enseñado
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a comer higos, que de algún modo, se parecen. También son exquisitos, aunque sus semillas no hagan ruido
de maracas.
Ahora, cada vez que alguien le pregunta qué pasó,
ella contesta orgullosa, bien clarito, con todas sus letras:
hipotermia y salpullido, y le gusta mucho el apodo que
la tía Márgara le puso: Mary, la congelada de tuna.
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DIFÍCIL ES
difícil es el mundo ciertos días en que le duele la cabeza
las muelas o un diente destinado a fracasar en un vaso de
leche y no se queja a pesar de que la sopa esté caliente
y le queme la lengua y le arrase uno de los corazones
que dejó por descuido en el camino a pesar de que le
inunde el neocórtex y todas las neuronas borrachas bailen
una canción que sin mencionar la palabra libertad habla
de ella como las lenguas que están destinadas a decir lo
que nunca dirán y sin embargo admiten con una pastilla
de un color muy tenaz que los perros ladran a pesar de
la luna y sus deslices en el malecón a pesar de tanta luna
que se te clava en el pecho para que al fin encuentres
el ritmo cristalino de la lluvia en una ventana que no
se abre nunca a pesar de todos los lunares luminosos
que pidieron permiso de residencia y se quedaron a vivir
bajo tu piel de pergamino pecaminoso donde alguien
escribe palabras que empiezan por p y nunca acaban
difícil es el mundo ciertos días en los que solo quiere
sol solitario hechizo de las brujas que abandonan las
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escobas detrás de las puertas para que sólo lleguen las
visitas más hermosas y siempre sea una fiesta que acaba
de llegar y está a punto de irse donde los invitados ríen
sin parar acunados en el cielo de su campanilla que suma
y sigue buscando amaneceres que rechinen los dientes y
reclinen los cuellos y bailen agarrados de la mano alrededor del árbol de pomelo que una noche se subió en
un tacón aguja y voló hasta el infinito para dejar de ver
hormigas y ver fueguitos
difícil es el mundo ciertos días en que alguien acaba un
libro y es como si se le acabara la vida porque quiere
quedarse a vivir allí para siempre y suena el teléfono
y le chillan y dicen que el mundo es difícil ciertos días
porque ella no está o está mirando o porque mira bajo
y mira el suelo y en el suelo un charco es un océano que
se cruza de un salto
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PESCADO MUERTO O TERROR EN EL TIANGUIS
Cuando ve que su mamá agarra las multicolores bolsas
de mandado, Liz se prepara para ir al mundo más maravilloso que conoce. Es el lugar donde ella navega en
un delicioso y cálido mar de colores, sabores y olores.
Sabe que nada se puede comparar con el bienestar y las
sorpresas que semana a semana le entrega el tianguis.
De la mano de su mamá, la niña Liz camina alegre. Dos
cuadras más y aparecerá la calle de Canal Nacional y le
mostrará en toda su belleza el río zigzagueante de techos
color rosa mexicano. En este punto Liz suelta la mano
y se agarra firmemente del mandil materno a cuadros
azules. Es importante que su mamá pueda maniobrar sin
estorbos para iniciar el ritual semanal de las compras.
Dan diez pasos más y se internan en el mundo de cielo
rosa. La niña mira y se encuentra rodeada de montañas.
Ve emocionada el Himalaya escurriendo dulzura ácida
color fresa; los Pirineos escarpados color naranja; la
Sierra Madre Oriental de plátanos y guayabas. Jalada
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por el mandil azul, llega ante el puesto donde la suave
voz le regala el néctar del día: una tostada coronada con
su enorme torre de crema suculenta. Liz estira su mano
para recibir la maravilla, mientras su boca anticipa el
placer de aquel manjar.
El siguiente puesto la introduce a los misterios de la
anatomía animal. Quieta, ella agarra con más firmeza el
mandil mientras estudia intrigada las formas de las patas
de cochino, las plastas amorfas llamadas hígados y los
diseños complicados que adornan los riñones.
Liz reflexiona de una vez sobre la respuesta que dará
cuando su mamá le diga “Mi amor, cómprate un temboruco para que aguantes el hambre en lo que preparo
la comida, ¿Qué se te antoja?” Sabe que puede pedir una
bolsa de ositos rojos, verdes y amarillos que la llenarán
de dulzura o una jícama bañada de rojo incendiario que
la hará lagrimear de delicia enchilada. Igualmente puede
optar por un tlacoyo espolvoreado de queso y cilantro
o hundirse en el misterio de una quesadilla de huitlacoche o bien conformarse con el toque conocido del
sopecito sencillo. Pero ella sabe que, semana a semana,
siempre se inclina por el taco de bistec con papas, con
muchas papas bien fritas, tiras amarillas de felicidad pura
que se terminan demasiado rápido.
Pero antes del placer del antojito sabe que tiene que
parar en el puesto de fruta de Don Chon. “Ya llegó mi
niña, mi güerita tan chula…” dice el hombre que suda
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olor a miedo. Liz se envuelve en el mandil a cuadros
azules y finge que las miradas del hombre no la hacen
sentirse diminuta y transparente, sucia, muy sucia. Ella
cierra los ojos y se deja llevar por el complejo tejido de
aromas frutales que la rodea para evitar que los ojos
de Don Chon se transformen en manos, en tentáculos,
en garras que la puedan alcanzar.
II
Ahora Liz tiene muchos más centímetros de ventaja. Para
ir al tianguis, ella y su mamá ya no usan bolsas de mandado sino un fuerte carro de dos ruedas. Ahí caben todas las compras y Liz es la encargada de llenarlo, jalarlo,
defenderlo de las multitudes. Las montañas escarpadas
se han transformado en simples montones de frutas. En
el puesto de quesos Liz prefiere cambiar la tostada con
crema por un buen tajo de queso de hebra.
Desde su nueva altura, el tianguis le entra por los ojos.
Es una constante invasión de información, formas y
colores. En el puesto de zapatos Liz aprende lo difícil
que es decidir. Ante el tendido de películas, ella se arma
de modernidad con el video clonado de riguroso estreno. Frente a los trastes de plástico, reconoce la eficiencia y creatividad del siglo XXI. Se para en seco ante los
brasieres de mil tamaños, telas onduladas cortadas para
desnudar. Liz observa despacio el puesto de ropa interior y deja entrar bajo su piel el misterio que esconde.
Aún no entiende, pero siente que hay algo enorme en
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esos pequeños pedazos de tela, algo hermoso y peligroso a la vez.
Por fin llega a su oasis, a su fuente de inspiración, se
planta en el puesto de productos de belleza. Es una
construcción minuciosa, milimétricamente perfecta, dividida claramente por géneros, tamaños, marcas, usos
y colores. En el hilo suspendido cuelgan artilugios de
perfección geométrica en forma de aretes y collares. A
los lados hay paredes llenas de arcos de colores y cascadas de texturas, muestrarios de diademas, pinzas y extensiones de cabello. En la mesa están las pinturas de
Mefistos: lápices, botes y polvos: todo lo necesario para
la transformación, para poder jugar al ángel y al demonio en un mismo día y tranquilamente dormir la noche
completa.
“Mamita dame veinte pesitos. Ándale, estas invirtiendo en mi futuro. Vas a ver que yo voy a aprender cómo
hacer bonita a la gente, eso me gusta mamita.” Liz
dinero en mano, decide cual será su experimento de la
semana. Escoge entre inventar unas manos de uñas azulsirena o agregar a su cabello tiras de rojo intenso. Quizás
prefiere tener en sus manos la paleta de los colores más
alegres y enloquecer pintando la cara de su hermanita
o restringirse a los polvos de colores tierra y maquillar
a su abuela…
Armada con su nueva adquisición de veinte pesos, Liz
está lista para pasar al puesto de fruta de Don Chon.
“Pero mira cómo ya creció mi güerita… Es toda una mu-
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jercita. Ummm… como mango de temporada.” Ahora
ella se niega a recibir el pedazo de piña-para-la-niña que
le ofrece y no pierde de vista el enorme cuchillo que siempre tiene en la mano este hombre que suda miedo.
Liz llega a su casa; ahora ya es esposa de Jesús. Viene
con su uniforme escolar, falda corta de cuadros verdes,
blusa blanca, suéter azul. Salió temprano de la escuela
de Cultura de Belleza. Su madre la saluda con gusto y
le pide que vaya al Tianguis por unas mojarras para la
comida. “Hoy es vigilia y no podemos comer carne. A tu
marido le encanta la mojarra frita. Apúrate hijita.”
La primera reacción de Liz es entrar en la recámara para
cambiarse de ropa, quitarse la falda y ponerse el pants
y la playera aguada, “uniforme” que habitualmente usa
para ir al tianguis. Pero es tarde, hace calor y el tianguis está tan cerca… Liz sale a la calle en su falda corta
a cuadros y camisa blanca, monedero en mano y se
dirige hacia el río rosa mexicano que puebla las calles
aledañas.
A unos pasos ya la envuelve la nube de sonidos que
emana del torrente: “¡Baras, baras, la fruta fresca! ¡Tres
por un peso. Lleve su canela! ¡Acéeerquese marchanta,
aquí la hacemos feliz! ¡Güera, güera, ¿qué le damos?,
¿qué le damos?...” De un paso firme se sumerge en el
mundo de cielo rosa. Camina sin voltear a oler las montañas de fruta, ignora a Don Chon que le grita, solo
mira de reojo las mesas de pinturas y diademas. Ella va
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directo al puesto de pescado porque su misión es clara y
concisa: comprar seis mojarras.
Un puesto antes de llegar a su destino, ella percibe el olor característico a pescado. Es fuerte pero
tolerable, aunque hoy viene más cargado. Se detiene un
instante para inhalar y reconoce, entretejido en el aroma a mariscos, un olor que le es familiar. Cierra los ojos
para oler mejor y se da cuenta de que alrededor de ella
flota aquella esencia que emite Don Chon, ese acre tufo
a sudor de hombre enfermo de miedo. Liz necesita las
mojarras, así que ignora su descubrimiento y da los dos
pasos que le faltan para llegar a su destino.
No está la Señora María, la reina de los pescados, mujer de seis aretes de oro en la oreja izquierda, cabellos
cortos oxigenados y ceja pintada. Liz duda un momento
ante la ausencia de su amiga; siente como la envuelve
de nuevo el tufo acre de sudor y mar viejo. Pero Liz
se acerca al frente del puesto y se coloca en la fila esperando ser atendida. Dos muchachos jóvenes están
despachando el puesto. Son los hijos de la señora María,
ambos ataviados con largos mandiles y botas de plástico
blanco. Sus camisas arremangadas muestran antebrazos
fuertes, cubiertos de escamas y tripas de pescado. Están
parados ante unas enormes tablas, cuchillos en mano,
despachando a la clientela.
Desde que Liz se forma, los muchachos tuercen sus miradas hacia ella. Un muchacho le grita al hermano con
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voz fuerte y estridente: “Mira, carnal, hoy los monumentos salieron a pasear al tianguis de La Virgen. Mira nada
más, manito.” El otro le contesta cantando “Colegiala,
colegiala. Colegiala no seas tan coqueta. Colegiala ven
y dame tu amor.” Siguen intercambiando comentarios
sobre Liz y sus piernas, mientras acaban de atender a
un cliente. Uno grita “Baras, baras, piernas de a millón,
jugositas. Acérquense señores.”
“Necesito esas mojarras”, se dice Liz y valientemente
mantiene su posición en la fila agarrando con fuerza
su monedero. Cuando por fin pasa a pedir su pescado,
uno de los muchachos le ofrece una galleta con ceviche:
“Pruébelo güerita, está casi tan rico como usted. Para
que se anime…” Pero ella lo rechaza seriamente y pide
“Quiero seis mojarras medianitas”. “Uuyy, qué enojona.
Güera y si me muero... qué vas a hacer…” Liz sólo repite
“quiero seis mojarras medianitas”.
Ante la gente de la fila, ante la mirada asombrada
de Liz, uno de los muchachos saca de la bolsa de enfrente de
su mandil un enorme pescado. “¿Uno así, güera?” A la
altura de su vientre, con la cadera ligeramente empujada
hacia adelante, el hombre le muestra el pescado húmedo, viscoso colgando de su mano. Liz baja la mirada
y paralizada simplemente repite “seis mojarras para la
comida”. Entonces el joven avienta el pescado a su hermano, por el aire. Este lo atrapa, lo aprieta con la mano
y con los dedos lo impulsa hacia adelante. El pescado
húmedo vuela hacia el frente y cae exactamente entre
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los pies de Liz. Igual de sorprendido que ella, extendido
en el suelo en su parda viscosidad, el pez muerto abre
los ojos enormes, vidriosos. Su mirada se dirige hacia
arriba, en medio de las dos piernas de Liz. “Quién fuera
pescado muerto para mirar al cielo y ver el paraíso”
Grita uno de los muchachos.
Liz mira aquel cadáver entre sus pies y siente cómo la
pestilencia a sudor y mar viejo la invade, penetra sus fosas nasales, circula negra por sus venas, ensucia su pecho,
llena su vientre de un enorme asco. Ante su imperante
necesidad de vomitar, Liz corre.
Avanza hasta salir del río rosa y sube al primer transporte que pasa. Su corazón suena a estampida. Sus ojos
brincan de un recuerdo a otro a toda velocidad. Liz toma
asiento para tratar de serenarse y saber cómo explicar
en su casa la falta de mojarras. Sobre su cuerpo se recarga ligeramente un hombre. Ella voltea y ve la bragueta
abultada empujando su brazo acompañada de un par
de ojos vidriosos, y de nuevo siente cómo la penetra
aquel olor a pescado muerto con sudor de hombre enfermo. Liz se baja del pesero y corre hasta su casa.
Su madre la recibe en la puerta. Al ver a Liz con las
manos vacías y sofocada, pregunta: “¿Qué pasó? ¿Y
las mojarras?” La madre mira bien a su hija y simplemente comenta “Hoy no es día para pescado, ¿sabes?
Voy a preparar unos deliciosos ejotes con huevo.” Y se
mete en la cocina.
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Liz logra terminar el día sin que su marido note su
malestar. “Para qué inquietarlo”, piensa ella. Por fin protegida por la noche, Liz se mete a bañar. Durante largos
minutos observa el agua que se va por el desagüe de
la regadera. Quiere ver cómo aquel tufo a mar viejo
y sudor de hombre enfermo se arrastra cobardemente
hasta la rejilla, se retuerce en su propio hedor, resiste el
embate del vacío de la tubería y por fin perece, desaparece… la deja para siempre.
Muchos minutos después, protegida por el aroma a
shampoo de manzana verde, ella se arriesga a salir de
atrás de la cortina de baño. Se pone con cuidado dos
playeras debajo de la pijama, por si acaso hace falta… Se
sienta en su sillón para descansar. Pero en unos minutos
decide mejor ir al closet a buscar algo importante.
Ella recuerda que guardó un buen pedazo de tela a
cuadros de su uniforme escolar; aquella tira larga que
le sobró. La desdobla y esa misma noche se confecciona
una nueva falda. Una mejor, más a la moda de Paris, justo lo que necesita para la primavera. “Ahora voy a usar
una falda que me llegue hasta los tobillos”, es mejor, se
convence ella. “Es mucho mejor”, vuelve a repetirse.
Liz ya no va al Tianguis de techos rosas. Mejor compra en el supermercado. Los pasillos del súper huelen a
plástico y metal rancio, “pero este lugar me queda más
cerca y es más fresco que el tianguis”, se dice ella mien-
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tras inhala insistentemente un paquete plastificado que
envuelve un melón para ver si recuerda el aroma de esa
esfera rugosa.
Liz sabe que algún día se arriesgará a ir al Tianguis otra
vez, quizás pronto. Podrá comerse un taco de bistec con
papas, muchas papitas que se acaban demasiado pronto. Pero si se arriesga, será agarrada del mandil a cuadros
de su madre o de la mano de su hermoso Jesús. Sola, al
tianguis, nunca más.
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MUJER DE RÍMEL
para las que nacen un poco cada día
si el mundo gira
que sea para ti mientras ríes o lloras
en una de esas líneas que dan tanto miedo
mira bien lo que digo:
mujer de rimel con vaca pino y prado
que cuelgan de cada uno de tus ojos
dos abriles completamente inmensos
y distintos desde la primera letra
la vida es tan cruel –o tan hermosaque estirando la palma de tu mano
bailará allí para ti –solo para ticómo tú quieras
cuándo tú quieras
y será solo tuya -tan cruel tan hermosaque reflejarán tus ojos un jardín zen
que yo te conozco desde que naciste
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llegaste en paracaídas
y nos resultó tan maravilloso
que desde entonces encendemos una estrella
para no olvidar que los dioses
te trajeron hasta aquí para que entendamos
que el verde es una forma de vida
que no tiene límites
por eso existe tu autopista
y por eso yo busco mi jardín
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LUPITA
El año de 1989 fue importante en todas partes; un año
crucial para muchas personas que, sin saberlo, fueron felices al mismo tiempo que mi familia, porque ese mismo
año, el 22 de julio, a mí me pareció un gran día para
nacer.
El doctor dijo que mi mamá tenía panza de varón, y
después de dos hijos habían perdido ya la esperanza
de tener una niña. Una de mis tías decía: “¿Qué tal si
Diosito le cambia su cosita al nacer?”.
En todas las reuniones familiares hacían apuestas sobre si
yo sería niño o niña. A pesar de lo que decía el doctor,
parecía que nadie estaba muy convencido.
Y llegué, un día de julio. La sala de espera estaba llena de
tíos, primos, abuelos y demás allegados que se habían
reunido para darme la bienvenida. Y mientras ellos
hacían tiempo, mi mamá lloraba de emoción y se des-
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mayaba al descubrir que el doctor estaba equivocado y
que la Virgencita la había escuchado mandándole una
niña. Fue por eso que me pusieron Guadalupe.
Cuando todos se enteraron, llenaron el cuarto de mi
mamá de flores y me regalaron los aretes más bonitos..
Mi papá emocionado se acercaba a mí y susurraba “el
día en que tú naciste, nacieron todas las flores”, y cuando él me cargó en brazos sentí la misma sensación de
tranquilidad y bienestar que me llenaban cuando estaba
en la panza de mi mamá. Y cuando nuestros ojos se encontraron saltaron chispas; la luz del cuarto vaciló. Creo
que por eso mi papá y yo somos inseparables. Por eso,
y porque ganó la apuesta.
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LIBERTADES POÉTICAS
ÁNGELES
Dicen los que saben (porque aprendieron a imaginar)
que los ángeles están siempre junto a nosotros, aunque
no seamos capaces de sentirlos. Tocan tus pasos y hacen
que cambies de dirección antes de caer en la coladera
abierta. Saben cantar de noche para ahuyentar los espíritus del insomnio. Colocan en tus labios palabras hermosas cuando las necesitas. Llenan tu corazón de esperanza, después de que se cerró la “última puerta”. Ayudan
a morir en paz, incluso a los más desalmados. Te ayudan
a calcular riesgos antes de realizar algo. Te avisan si la
muerte anda cerca, para que no cruces por su camino.
Dicen los que saben (porque valoran la fantasía) que los
ángeles andan por todos lados, aunque no creamos en
ellos.
Y dice Haidee (ella que sabe tantas cosas) que su sobrina sólo vivió nueve meses porque en realidad era
un ángel, y no necesitaba más tiempo. Que se hizo visible y vino a este mundo a cumplir una misión muy
importante: enseñarle a sentir el amor. Ese amor que se
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percibe en todo el cuerpo, y más allá del cuerpo: en el
aire, en la oscuridad, en los rayos del sol. Ese amor que
te permite ver la bondad en los rostros de los demás. Ese
amor parecido a un océano de energía feliz que cubre
todo el mundo.
Tuvo que venir su sobrina para que Haidee comprendiera todo sin necesidad de explicar nada.
Y llegó su sobrina, un poco diferente a la mayoría de
los niños, (los que no saben nada le llamaron síndrome
de Down) para decirle a Haidee con su piel y sus risas,
con sus ojos rasgados de alegría, que no importa cuánto
dure la vida, si sabemos que el amor es lo único que nos
lleva al paraíso infinito.
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HAIDEE, LA ÁNGEL GUARDIÁN
Una mujer, casi mujer, un año más y será mayor. Una
mujer con nombre de cantante de opera y de reina de
las flores (aún muy tímidas). Una mujer sonrisa en bicicleta.
Esta mujer tiembla, vestida de bata azul, tapaboca y
gorro de protección. Vibra de anticipación al ritmo de
cada milímetro de músculo alerta. Brincar, pelear, rezar,
pedalear. Haidee está lista, con la cabeza zumbando de
corazón, corazón de futuro, corazón son de amor.
La cabecita del bebé aparece, está coronando, curando los líquidos de sangre y fuente. El cuerpecito sale
viscoso de luz y miel y calienta el esterilizado mundo
del quirófano. Haidee extiende las manos vestidas de
azul. Haidee, la tía, recibe a la sobrina llamada Viviana.
Haidee conoce en los ojitos recién nacidos, un nuevo
mar cálido e inmenso.
Haidee no ve el silencio de los demás, adultos recu-
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biertos de dura experiencia, canteras de sensatez. “Es
una niña especial, pobrecita”, dice la voz, pero Haidee
sabe lo que mira. Ella confirma que tiene en sus manos a
la niña más hermosa de ese segundo irrepetible, la fuerza de vida más esencial de todo el cuarto. En el baño,
Haidee se lava del primer llanto de su sobrina y se quita
la bata azul para iniciar una nueva vida, el palpitar de su
sobrina, un nuevo saber amar, la enseñanza de un ángel
de la risa a un ángel de la guarda multicolor.
Haidee abre sus enormes alas y logra protegerla, poco
tiempo... Porque las historias no siempre pueden cambiarse. Ahora gracias a Viviana, la sobrina que se fue,
Haidee es fuerte, Haidee es luz, Haidee es fe con una
sonrisa hermosa en bicicleta.
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AHÍ TAMBIÉN HAY MARGARITAS
el amor está llamando a vuestra puerta
desdentado y con la lengua babeando lunas
¿no veis que aquí los únicos soles posibles
son los que brillan en vuestra nuca despejada?
danzad, mujeres
hasta que vuestro cuerpo magullado
caiga dormido en el regazo del océano
allí también hay margaritas
y lugares mágicos donde la gente cambia penas por sopes
engordando la felicidad de los nacidos
yo veo bailar en vuestros ojos
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diminutos hombres primitivos
medusas que pican como el chile
una niña chiquita que sostiene el universo
en la diminuta palma de su mano
y sabéis que ahí también nacen margaritas
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LAS BOLAS EN CULHUACÁN
Por fotos, por películas, sé que existen en el mundo
bolas que asustan, que destruyen pero nunca pensé encontrarme una de estas esferas de terror en un barrio del
sur de la Ciudad de México.
En el desierto de Sonora existen grandes bolas de hierba
seca que ruedan llevadas por el viento, allá las llaman
Brujas. Primero giran recogiendo basura del desierto y
arbustos hasta volverse enormes. Y entonces en la noche se incendian y giran otra vez; espantan a cualquiera.
Muchas personas después de ver las Brujas dejan de ser
las mismas.
En los Pirineos se forman las bolas de nieve. Primero
la bola es pequeña pero de tanto girar cuesta abajo
va creciendo más y más hasta tomar la fuerza de la
destrucción; la bola de nieve puede arrasar a
un pueblo completo en unos cuantos segundos.
En el barrio de Carmén Serdán, aquí en el sur de la
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Ciudad de México, también hay bolas, bolas que crecen y crecen y que explotan con enorme violencia.
“No es grave, me explican las alumnas, no pasa de que
haya unos muertitos. No pasa nada. No pasa nada, me
repiten”.
“Es delicioso, es calientito, es grande, es hermoso” me
contestan las casi mujeres, vestidas en sus uniformes escolares a cuadros, cuando les pregunto “¿Qué se siente
tener una pistola en mano?” (Hablamos de un arma,
de aquella maquinaria de precisión fabricada con el
propósito de quitarle la vida a un ser vivo, no estamos
bromeando entre mujeres sobre las pistolas masculinas.)
Yo la adulta, la mujer aguerrida, escucho con la mente,
con el corazón, con mi asombro: “Para mi todo empezó
cuando conocí a mi novio, dice una de ellas. Mis papas
no me dieron permiso de tener galán y mucho menos
permitieron que Moy entrara a nuestra casa a visitarme.
Así que ahora yo salgo y me paro en la esquina atrás de
la casa. Ahí veo a Moy y nos la pasamos bien. También
estoy con todos, con la banda. Platicamos, bromeamos,
nos enojamos. Siempre estamos juntos, nos apoyamos
de verdad.
Hay días que salgo y no está ni Moy, ni las amigochas,
pero por lo menos están el Tortillas y el Perro, esos dos
son inseparables y pareciera que viven en la banqueta.
Platicamos… y hay veces que hasta se nos acaban las pa-
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labras pero pues, entonces, nada más nos acompañamos
y vemos pasar a la gente, claro si se atreven a pasar.
Hay veces que mis amigas me visitan en la escuela, en
mis clases de Cultura de Belleza, y les pongo unas uñas
muy bonitas, las más largas que encuentro. Las mujeres
siempre nos tenemos que ver bonitas, estemos donde
estemos…”
Yo, la mujer adulta, experimentada, he visto a estas
hermosas estudiantes en acción, haciendo milagros. El
miércoles me toca sesión de emperifollamiento: una de
las alumnas transforma mis pies de ser unos dinosaurios
a ser unas extremidades bastante coquetas. Simultáneamente dos jovencitas más jalan, alacian, cortan mi cabellera. Cuando me miro en el espejo, en mi cabeza ya no
habita el animal indomable al que estoy acostumbrada
sino que reina un peinado digno de mujer seria y decente. Y las manos, pues las alumnas del Centro Comunitario Carmén Serdán, me las cambiaron de ser fuertes
herramientas de trabajo a ser unos anexos decorativos
adheridos a mis brazos.
Este milagro de acicalamiento, de emperifollamiento fue
ayer, hoy escucho desde mi asombro las descripciones de
las “bolas” de su barrio.
“Lo bonito de estar en la esquina es que estas acompañada. Siempre nos apoyamos”, me dicen ellas.
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“A la fiesta del sábado pasado fuimos todos. Eran los
quince años de la Chuchis y pues había que estar con
nuestra amiga; además iba a tocar el DJ Bambino y nos
late como la mueve. Claro también asistieron a la fiesta
los familiares de la festejada.
La mayoría de nosotros estábamos bailando cuando
afuera se oyeron balazos. Esas balas al aire son la manera que tenemos de llamar a la banda, a los amigos; así
nos avisan los hombres de que se va a armar la bola.
Salimos de inmediato a hacer el paro y efectivamente
se armó la bola. Las bolas son muy ordenadas: siempre
se respetan los dos grupos diferentes que se organizan
para pelear: uno es el de los compas de 13 a 17 años y el
otro es el de los de 17 a 25 años. Las personas mayores
también se meten a los golpes, pero ya más tardecito. Ya
sabes, son las mamás que le entran a la bola, que para
defender a sus hijos.
Los hombres están armados pero tratan de no usar las
pistolas; las mujeres solo usamos nuestras manos… Los
hombres se pelean con los hombres y nosotras con las
mujeres a menos que …
Total que el sábado, como en toda buena fiesta, se armó
la bola, primero los chavos y luego los adultos también.
Esa noche ganamos nosotros, quedaron 40 contrarios
tirados en el piso. Así que terminando nos regresamos
a nuestra esquina, ahí junto a mi casa y nos la pasamos
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muy bien. Ahora sí teníamos mucho de que hablar. Nos
compramos unas chelas y pues nos amanecimos celebrando.
No sé que sería de mi vida sin mis amigos y sin las bolas…”
Ocultando mi asombro en el fondo de mi corazón, pedagógicamente les pregunté a las hermosas alumnas con
faldas de colegialas: “¿Cuáles son los aspectos positivos
de las bolas?” Ellas relajadas contestaron: “Las bolas te
enseñan muchas cosas, en ellas aprendes a controlar
la adrenalina y a poder mantener la cordura en situaciones extremas. Gracias a la bola siempre tenemos de
qué hablar y podemos estar juntos. En la bola desahogas
cualquier cosa que tienes atorada y te haces fuerte.”
Entonces, como adulto que soy, como conductora de
taller, les insistí que describieran los aspectos negativos
de las bolas, de las peleas tumultuarias que suceden semana a semana en su barrio. Ellas se miraron extrañadas
de mi insistencia y una me dijo con duda. “¿Son malas
porque te pueden matar?” Después reinó el silencio.
Mi corazón se quedó desarmado después de haber escuchado estas palabras. Recordé una vez más a las alumnas de Cultura de Belleza pintándome uñas hermosas
con brillos de princesa y corazoncitos de hada, peinándome y maquillándome como reina de belleza. Y me
hundí en el silencio de la confusión.
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Después de varios dias de reflexión concluí: tengo que
creer en las palabras que escuché, aceptar la tranquilidad que vi en las mujeres que las pronunciaron. Pero mi
corazón siente que la misión de estas mujeres no es destruir sino construir belleza y entregársela a este mundo
que no es tan hermoso. Necesito creer que su capacidad
de regalar armonía es mucho más grande que cualquier
bola, sea del desierto, de nieve o de violencia pura.
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SABI-DU RÍA
(o el Plantón Creativo… Sí, chismoso)
Saber que me quieres me hace grande
me hace importante
me hace hermosa.
Saber que tu olor me vuelve animal me recuerda mujer
me recuerda viva
me recuerda plena.
Saber que tus ojos me miran
me crece por dentro
me juega la risa
me baña la miel.
Saber que te puedes ir un día
me sabe humana
me sabe triste
me sabe renovada.
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EL RITMO QUE NOS LLEVA
Ella dice que nunca supo bailar, aunque siempre
quiso. Que el ritmo no se escapa de nadie ni huye de
cualquiera: siempre está aunque a veces no logremos
seguirlo; aunque a veces perdamos el pie, el equilibrio;
aunque a veces nos caigamos y nos levantemos con cara
de que aquí no pasó nada.
Él pensaba que uno no empieza a creer en el destino
hasta que se cruza con él, o hasta que el destino misterioso toca a la puerta como un amigo que viene a tomar
café.
Ella trabajaba con su papá. Ayudando en los cobros, en
las ventas y en las compras. Pensando que con el destino
no se puede hacer trampas, pensando que ni se vende
ni se compra.
Él pensaba que quizás cuando menos se lo esperase, las
cartas del azar estarían a su favor, y el vacío que sentía
dentro se iría, y su mente y su corazón quedarían despe-
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jados como después de una tormenta.
Ella quería creer que la vida era algo más que el hueco
que crecía despacio dentro de su pecho. En lo más profundo de su ser, sabía que cualquier cosa era posible,
aunque a ratos la vencía el desánimo y todo parecía
gris.
Se conocieron. Tal vez algo o alguien movió los hilos del
destino para que fueran uno al encuentro del otro.
Una tarde ella se escapó para ir a una fiesta con él, en
otra ciudad. Su corazón era un ardiente volcán que iba
a salir volando en cualquier momento. Estaba nerviosa
como nunca lo había estado antes. ¿Qué pasaría cuando
se enterase su papá? Seguro que se enojaría muchísimo y
no la dejaría volver a salir. Era la primera vez en su vida
que se escapaba de casa; sentía que la fuerza del destino
era más fuerte que la de su amor.
En la terminal de camiones él esperaba con la sonrisa
abierta de par en par. Ella cerró los ojos y le pidió a Dios
una señal para saber que no se estaba equivocando.
La fiesta fue un sueño que nunca había soñado.
Ella dice que nunca supo bailar, aunque siempre quiso.
Y esa noche bailó como si todas las ganas de bailar que
llevaba acumuladas se le saliesen por las plantas de los
pies, por los poros de su piel sedienta de ritmo. Y esa fue
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la señal que ella estaba pidiendo. Bailar y saber que estaba con la persona adecuada, en el momento adecuado,
y que ese instante iba a durar lo que ellos quisieran.
Él la mecía en sus brazos, acariciados por la música que
parecía sonar sólo para ellos: expertos bailarines de una
noche de cuento.
Ella supo que se iba a casar con él. La vida está llena de
señales que van dejando un reguero a su paso para que
seamos capaces de verlas. Ella nunca volvió a bailar de
esa forma; en los momentos cruciales de la vida uno
hace cosas insospechadas.
Él supo que la quería desde siempre. Hay cosas que sabemos desde siempre y tardamos tiempo en ver. Él pensaba que uno no cree en el destino hasta que se cruza
con él, pero cuando uno lo mira directamente a los ojos,
la vida se transforma y ya no hay vuelta atrás: sólo un
ritmo que nos lleva con la clarividencia de un adivino.
Ahora ellos caminan juntos. Sus zapatos siempre están
preparados para seguir adelante. Su mejor baile es sin
duda su hijo, que les hizo improvisar nuevos pasos. Ellos
saben, desde siempre, que vivir es bailar.
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UN LUGAR PARA BESARNOS
¿Por qué serán tan anchas las calles
y tan ansiosos los besos?
Tus manos al volante
mientras se opaca el cielo.
Tu vista en el asfalto,
mis ojos en tu cuello.
La caricia a flor de labios,
y cada quien en su asiento.
¿Por qué serán tan anchas las calles
y tan ansiosos los besos?
Frena, caballero, tu automóvil,
mientras yo me desenfreno.
Huye de los faros y sus luces
y desátame el cabello.
Apaga ese motor; enciende el tuyo
y pronúnciame en silencio.
Hallemos un lugar para besarnos:
una banqueta, el pasto, un par de metros,
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un minuto vivo de tan largo,
un instante de piel, sudor y sueños.
Vamos a amarnos ya, mi fresca sangre,
en la paz de un rincón, en un secreto.
Busquemos el color de nuestro tacto,
hallémosle sabor a nuestro tiempo,
porque todo es urgente y peligroso,
porque todo es veloz y todo incierto.
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UNA CAMA PARA LOS DOS
Para ti, Fede
Por el brazo me entran chispas luminosas, forman
pequeñas bolas de luz que suben hasta mi pecho, ahí explotan como castillo de las fiestas de octubre. Luego las
quijadas se me aprietan y la boca se me llena de una saliva dulce, mucha saliva tibia. Sigue un impulso de morder, deseo masticar, morder, tragar, morder, masticar,
tragar. Después necesito mirar, dejarme deslizar por cada
pendiente, cada curva, cada rincón oscuro, con los ojos
únicamente. Esto me vuelve a llenar de calor y ahí es
cuando me envuelve la confusión. Nunca sé si cosechar
lentamente, con mi lengua, cada gota de sudor o dejar
que mi vientre se siga expandiendo con el remolino que
me quema.
Ella es la cosa más hermosa que he visto jamás. Siempre es perfecta, su voz es perfecta, su espalda, su pelo,
su risa, sus pechos, sus manos. En sus enormes ojos me
pierdo por completo, me hundo. Nunca salgo de esos
ojos, sin embargo, cada mañana me vuelvo a hundir en
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ellos, caída libre sin fondo, aire cálido de nube de primavera, rocío fresco que baña, vapor que envuelve.
Hace poco un hombre quiso hacerle daño. A las 7
de la mañana, el hombre con 2 acompañantes quiso
levantarla de la calle y llevársela en un coche. Yo los
mato, los destripo, los quemo vivos, les arranco la piel
enterita, poquito a poco para que se vuelvan locos de
dolor antes de morir. Me transformo en hombre-lobo
para asecharlos hasta matarlos de miedo.
Ahora todas las mañanas voy por mi tesoro a su casa. La
alzo en mis manos y la subo a mi moto. Cuando sus brazos me envuelven me derrito… tan temprano. La llevo
a su escuela y veo cómo mi flor entra por el portón.
Tranquilo, puedo irme a trabajar a la carnicería.
Todo el día corto carne, hundo mis dedos en las tripas
por lavar, envuelvo mis brazos en las tiras de pancita,
de longaniza, de moronga, pero mi mente siempre está
con mi pétalo de flor. Sé que en la noche podré dejarme
caer en el olor de su pelo, sentir su piel tan suave en mi
cachete, sumir mi cara en su regazo. Al ratito estaré sentado en el sofá de su casa tranquilamente, hirviendo de
placer, yo y mi capullito de alhelí.
El problema es que hay días, noches, en los que nos
desbordamos del sofá; nos queda chico. En esos momentos avisamos que vamos por un refresco y salimos
corriendo de la casa. Vamos con los amigos a ver quién
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nos presta un coche. Ya en el carro, empezamos a andar
por el barrio. Tenemos que encontrar un rincón oscuro
y solitario, pero no demasiado peligroso. Buscamos un
lugar que nos reciba, que nos proteja, que nos cobije.
Mientras, en el carro se escuchan nuestros vientres de
olla hirviendo, tum tum, tum tum. Nuestros cuerpos
piensan cómo desnudarse sin enterrarse la palanca de
velocidad, cómo voltearse sin rasparse con las manijas
de las puertas. Planean ya cómo explotar, aunque las
piernas no se puedan estirar ni los brazos levantar.
Aquella noche, después de darle tres vueltas al parque
decidimos estacionarnos ahí, en lo oscurito, y colocar
una franela enfrente del parabrisas. Miré a mi agua de
cielo y vi su boca entreabierta respirando entrecortada
y sus chapas brillando en la oscuridad. Sus ojos, sus ojos
profundos, sus ojos de miel negra, dulce, suave, tibia,
caliente que quema, y quema, más y más. Mis manos
envolvieron dos pájaros delicados de pezones duros, mi
cara se perdió en el terciopelo marrón de carro, de piel,
de piel azucarada, de vestidura plástica. Mis ojos querían
ver… —malditos ojos que siempre quieren ver— … Le
quité la blusa, el brasier y apareció ante mi la locura,
la explosión latente, la belleza azul, café, roja, morada.
Una vez más, la quijada se me apretó, trepó en mis entrañas el deseo de morder y después vendrían las gotas
de sudor y la explosión y…
Nos alumbraron 2 focos, 2 lámparas de mano, mientras se escuchaban golpes en el techo del carro. Aventé
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a mi estrella de la mañana al asiento trasero y le grité
“¡Vístete!¡Qué no te vean, que nadie te vea!”, y me bajé
rápido del carro. Frente a mí había 3 patrullas, cada una
con su juego de dos policías, grandes y azules. Empecé
a hablar mucho, fuerte, rápido para alejarlos del carro.
Necesitaba darle tiempo a mi semillita para que se vistiera, que se pusiera su ropa, que se protegiera de las miradas de los hombres que se la llevan de la calle.
Hablé mucho, les expliqué a los policías que somos
vecinos del parque, que estamos enamorados, que algún día, Dios mediante, nos vamos a casar, que ya estoy
ahorrando para tener nuestra propia casita, con un cama
para nosotros solitos. Inventé, soñé, hablé sin parar, lo
suficiente para que mi chocolatita pudiera vestirse…
Por fin volví la vista y la miré sentada en el carro, con
su carita de “yo no fui” y les dije a los policías: “Bueno
de a como se va a tratar…” Claro ellos hicieron su trabajo: “Como cree, muchacho, pues si nos van a tener que
acompañar…” Y sí, le dimos varias vueltas al parque, lo
suficiente para que yo me asustara y empezara a pensar en los hombres de azul, que se pueden llevar a mi
lucerito y apagar su luz. Pero por fin los policías se cansaron y aceptaron lo único que traía: un teléfono celular, que ni era mío sino prestado, y nos dejaron ir.
Seguimos despacio, en silencio, hasta la casa de mi
cariño azucarado y nos quedamos estacionados afuera
de la puerta, sentados en el carro, uno al lado del otro. Y
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de nuevo empecé a ver cómo las chispas subían por mis
brazos formando bolas de luces listas para explotar en
mi pecho. Miré a mi bomboncito y distinguí los mismos
destellos en sus ojos, suaves, de miel negra... Suspiré y
le dije “Sería tan hermoso tener una cama para nosotros
dos, aunque fuera un ratito, ¿no crees?” El resto de la
conversación la tuvieron nuestros cuerpos en silencio,
sentados uno de cada lado del carro. Soñaron en poder
tocarse sin prisas, en mirarse de pies a cabeza, estirarse
en cada explosión, bañarse en sus olores, platicar, dormir para volver a empezar…
Yo y mi nube de primavera aún no queremos casarnos ni vivir juntos, porque tenemos todavía mucho
que aprender, cada uno por nuestro lado, pero nos
queremos bien bonito y la verdad... ¡cómo nos gustaría
tener un lugar seguro donde poder amarnos de vez en
cuando! Así, en el trabajo, en la escuela, podríamos estar
un poco más tranquilos sin tantas chispas y mordidas
rondando nuestras cabezas todo el tiempo, y dejaríamos
los parques en paz, para que jueguen los chamacos.
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MI NOMBRE
“Porque mi nombre es mío,
Porque yo decido cambiar
Porque yo quiero llamarme como yo quiera.”
Este poema lo dedico a Amanda, que alguna vez fue bautizada Beatriz Urías; a Haidee, que decide la ortografía
extranjera de su nombre y rechaza ser la reina de las
flores, Edna; a ti, Mara, que tienes nombre de pandilla
pero sueños de belleza multicolor; a Solecita Azul, sueño
de la tierra del sol naciente y a Naye, la guerrera que
supo decir yo soy lo que soy con o sin cabellera y me
envuelvo en la sabiduría milenaria de la no-violencia.
Diario me sé Sheena,
pero nací y crecí Petite Trois Langues:
niña perdida de las tres lenguas.
Luego me volví,
y lo seré siempre,
Two Face Wobi:
mujer pájaro de dos caras.
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Durante unos años creí ser Guex Vedel:
guerrera venida de lejos.
Pero me transformé en una Wowho Droho:
mujer que sueña el hogar.
También fui feliz como Panhuecihuatl:
mujer tambor que hace bailar.
Y parece que ahora busco a Dadzen de Brajo:
espejo de palabras que dicen verdad.
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AUTORÍA
Zazanilli Nehnemi tiene rostros humanos. Inspirados en las
historias de vida de las participantes del taller, nuestros artistas desarrollaron los textos de este libro.
Eva Cabo
• Caperucita
• Queridos objetos queridos
- La muñeca voladora de Karla
- El trapito de Jenny
- Pandi
- El sofá de Liz
• Difícil es
• Mujer de rímel
• Lupita
• Ahí también hay margaritas
• El ritmo que nos lleva
Marconio
• Alergia
• Congelada
• Libertades poéticas: Ángeles
• Un lugar para besarnos
Valentina Ortiz
• Pescado muerto o terror en el tianguis
• Libertades poéticas: Haidee, la ángel guardián
• Las bolas en Culhuacán
• Sab-iduría
• Una cama para los dos
• Mi nombre
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Zazanilli Nehnemi Cuentos Viajeros A.C., somos
una empresa cultural de gran experiencia en la creación
y difusión de espectáculos de narración oral, así como
en la elaboración de talleres de recuperación de la palabra y fomento a la lectura. Igualmente trabajamos en
la recopilación de tradición oral, dándole forma de espectáculo de narración, y en el diseño, edición y publicación de libros: trasladamos lo que la gente nos cuenta
al escenario, a los libros y al imaginario colectivo.
El patrimonio oral de los pueblos es uno de sus grandes
tesoros. A través de sus cuentos, mitos y leyendas un
pueblo se mira, se conoce y refuerza su identidad. Y esa
es nuestra misión: reconciliar a los pueblos con la fuerza
de su traición oral.
La salud de los hombres y las mujeres depende mucho
de la salud de sus historias.
z a z a n i l l i c u e n t o s @ g m a i l . c o m
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Este libro se imprimió en la
meritita base de operaciones
de Zazanilli Nehnemi, Cuentos
Viajeros, en la Ciudad de
México en mayo de 2009.
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