Recuerdos de Chamonix por Gregorio Martínez Villén

Transcripción

Recuerdos de Chamonix por Gregorio Martínez Villén
RECUERDOS DE CHAMONIX
(Texto y fotos por Gregorio Martínez Villén)
Retrocedamos 100 millones de años.
Los movimientos tectónicos del
Mesozoico causan el choque de las
placas continentales africana y europea.
Nacen los Alpes, hoy repartidos
administrativamente
entre
cuatro
estados de la Europa central. En el siglo
XVIII surgieron de la burguesía los
primeros exploradores, consolidándose
el concepto de alpinismo como
actividad de ocio. En 1786, el médico
Michel Gabriel Paccard y su guía
Jacques Balmat, cazador y buscador de
cristales, consiguieron la primera
ascensión del Mont-Blanc, punto más
alto de la cadena a 4810 metros. En
1823 se creó oficialmente la compañía
de guías de Chamonix, que acabaría
convirtiéndose en la capital mundial del
alpinismo.
Grabado de época correspondiente a la ascensión al
Mont-Blanc.
Monumento a Horace Bénédict de Saussure, filósofo,
naturalista y geólogo suizo, principal impulsor de las
expediciones al Mont-Blanc. Consiguió la cima en
1787, un año después de Paccard y Balmat.
Monolito conmemorativo del bicentenario de la
ascensión al Mont-Blanc por Paccard y Balmat.
1
Supe de los Alpes estudiando geografía
en el colegio y viendo postales con
hermosas casas de madera rodeadas de
prados con vacas. En la adolescencia,
aquella imagen tan bucólica adquirió un
significado mucho más determinado,
pero tenía que conformarme con lugares
menos sugerentes. Mezalocha y Morata
de Jalón fueron el paso obligado del
novato. A los 16 años hice mi primera
vía en Riglos con un amigo de toda la
vida, Antonio Marcial. Subimos la
normal del Cored. En esa época en la
que a los 14 años muchos abandonaban
los estudios para ganarse la vida,
compaginaba mi afición creciente por la
montaña con los libros, tareas ambas
que sobrellevaba con más pena que
gloria: ni era un estudiante puntero, ni
destacaba como escalador.
había Internet, y muchas referencias de
escaladas
se
obtenían
mediante
documentos impresos, o escuchando a
montañeros ya curtidos.
Villa de Chamonix bajo el macizo del Mont-Blanc.
Vista desde el teleférico de la Flégère.
El primer viaje.
Visité por fin Chamonix a los 22 años
con Angel Martín Sonseca. Ambos
íbamos a hacer un curso de técnicas de
hielo, subvencionados por la Federación
Aragonesa. Nos alojamos en la Escuela
Nacional de Escalada y Alpinismo, cuya
infraestructura
y
organización
resultaron impresionantes: habitaciones,
sala
de
conferencias,
gimnasio,
comedores, maquetas espectaculares,
biblioteca... Un sitio evocador del
mundo desarrollado que me hizo sentir
provinciano.
El
típico
español
acomplejado al salir de unas fronteras
que todavía nos separaban de la Europa
comunitaria.
Riglos. Fotografía tomada hacia el año 1977.
Pantalón bávaro, casco duraleu-forte, mosquetones de
hierro, pitones y estribos (elemento habitual).
No recuerdo en qué momento averigüé
que Chamonix existía. En todo caso,
quedaba demasiado lejos para un joven
sin un duro en el bolsillo. Sólo leyendo
“El macizo del Mont-Blanc. Las 100
mejores ascensiones”, lograba dar
rienda suelta a mi imaginación. No
Curso ENSA (1980). Inicio de las prácticas en el Mar
de Hielo. El segundo por la derecha es “Musgaño”,
escalador madrileño muerto bajo un alud pocos años
después.
2
Con Anselme Baud, profesor del curso,
me estrené en el corredor Oeste de la
Tour Ronde el 15 de Agosto de 1980.
Desde la cima se podía contemplar
íntegramente la vertiente de la Brenva.
Cuatro días más tarde, Angel y yo
ascendimos la Contamine-Mazeaud en
la cara Norte del triángulo rocoso del
Mont-Blanc de Tacul, bastante más
comprometida. Mi reciente experiencia
concluyó con la Cara Norte de la Tête
Blanche y la Arista de la Aguja de la
Tour a la Table de Roc.
Fueron días inolvidables: tiendas de
deportes con material innovador que
sólo había visto en Andorra; museos y
películas
sobre
alpinismo...
El
Alpenstock era una cervecería con un
grato ambiente de montaña, hoy
sustituida por un restaurante de comida
rápida. Pero frente al negocio, no hay
tradición ni sentimiento que se resista.
Divagaciones al margen, cuando aquel
verano volvía camino de Zaragoza en
un Citroën, sonando Supertramp y con
el Mont-Blanc perdiéndose al fondo de
la autopista, no sospeché que regresaría
con frecuencia.
Antiguo refugio de los Cósmicos (3613 m),
desaparecido por una explosión de gas en 1984. El
actual refugio, de gestión privada, tiene una
capacidad para 120 personas. Detrás, el triángulo
rocoso del Mont-Blanc de Tacul con el trazado de la
Contamine-Mazeaud (centro) y parte de la goulotte
Chérè (derecha). Fotografía tomada en 1980.
Arista de la Aguja de la Tour a la Table de Roc
durante nuestra escalada en Agosto de 1980.
Triángulo rocoso del Mont-Blanc de Tacul. Vía
Contamine-Mazeaud (Agosto de 1980).
3
Chamonix reapareció con todo su
encanto al año siguiente. Fui con
Valentín Asensio. Tras fracasar en el
Grand Capuchin, debimos consolarnos
con rutas más sosegadas en las Agujas,
entre ellas la Arista Oeste de Papillons
al Peigne, la Chapelle de la Glière y la
clásica Arista de los Cósmicos. No
importó demasiado, disfrutamos de los
más
elementales
privilegios
gastronómicos: véase el de comer
huevos fritos con jamón en el camping,
riendo hasta desternillarnos contando
chistes.
Valentín Asensio en la Arista Papillons al Peigne
(Agosto de 1981).
Cara Norte de los Grandes Jorasses.
“Fortitude
vincimus”
(por
la
resistencia vencemos).
Contrariamente a lo que hubiese sido
lógico, mi tercera excursión a la capital
de alpinismo en
1982, no fue
precisamente para tantear el terreno.
Como escribiese en otra ocasión (remito
al lector a las crónicas de la web de
EVARAGON): éramos jóvenes y
atrevidos. Seguramente poco reflexivos
y demasiado “pobres” como para que un
viaje producto de notables esfuerzos, se
esfumase sin logro alguno, cuanto más
difícil, mejor.
La Goulotte-Chèré, con pendientes de
70º a 85º, fue un excelente
entrenamiento para llevar a cabo
nuestro verdadero propósito: el Linceul
en la cara Norte de los Grandes
Jorasses, que escalé con Pepe Garcés y
Jesús Sánchez. El guarda del refugio de
Leschaux
nos
desaconsejó
insistentemente este itinerario, pero
nuestra tozudez pudo más. La durísima
ascensión de 1200 metros de desnivel
(950 en el Linceul y el resto en la Arista
de las Hirondelles), extremadamente
arriesgada por las condiciones del hielo,
fue reconocida como la primera hecha
por españoles. En la cima de la Punta
Walker, a 4208 metros, se relajó la
tensión de 32 horas de esfuerzo
denodado, e iniciamos el largo y
peligroso descenso por el glaciar de
Planpincieux. Ese día aprendí que en los
Alpes, la escalada jamás concluye en la
cumbre. Finalmente
alcanzamos
agotados el refugio Boccalatte, hoy
cerrado por riesgo de derrumbe.
En Diciembre del mismo año partía
hacia la Patagonia, donde el Cerro Torre
nos dejó un sabor agridulce, castigados
por las inclemencias del tiempo (ver
crónicas de EVARAGON).
Valentín Asensio en el Grand Capuchin. Abajo, a la
derecha, otra cordada (Agosto de 1981).
4
Vertiente Norte de los Grandes Jorasses con el
Linceul (“sudario”). Fotografía tomada desde la cima
del Grand Dru en 1988.
Trazado del Linceul hasta su salida a la Arista de las
Hirondelles (“golondrinas”). El punto rojo indica el
vivac. Foto tomada en 1988 desde la Directa
Contamine a los Pequeños Jorasses.
Antiguo refugio de Leschaux (2431 m) la tarde previa
a la salida hacia el Linceul. Este refugio, prefabricado
y montado in situ en 1967, fue reconstruido en 2005,
pudiendo albergar a 19 personas.
Vertiente italiana de los Grandes Jorasses. El trazado
alto de la derecha señala nuestro descenso desde la
Punta Walker hasta ganar el glaciar de Planpincieux.
El de la izquierda, desde la Punta Whymper, sigue las
rocas que llevan el mismo nombre, evitando la
travesía bajo los seracs. El círculo rojo muestra la
ubicación del refugio Boccalatte (2804 m).
Reunión bajo la canal de salida del Linceul. El punto
rojo marca el lugar del vivac en la parte terminal del
“sudario”, que se precipita hacia la goulotte principal,
no recogida en la fotografía.
5
Logros y frustraciones.
La temporada del 83 tuvo resultados
dispares. En compañía de Fernando
Orús, con quien habría de volver en
repetidas ocasiones a los Alpes,
marchamos hacia el Espolón Walker de
los Grandes Jorasses, idea que
desechamos por la cantidad de nieve
acumulada en la pared. Días más tarde,
estábamos al pie de la Directa
Americana al Dru. Había tantas
cordadas, que debimos esperar turno. La
caída de un bloque de piedra de grandes
proporciones sirvió de toque de
atención, y desistimos sin encordarnos
siquiera. Es contradictorio que estas dos
escaladas, objetivo principal de casi
todos mis viajes al macizo del MontBlanc, se hayan esfumado siempre por
una u otra razón, como luego contaré a
propósito de la Americana.
Con Fernando Orús (derecha) bajo el Dru.
Camping del Mar de Hielo. Entre otros, empezando
por la izquierda: Pablo Alcay, Ricardo Fallos (con
chubasquero amarillo), Fernando Orús (con
plumifero azul), Gregorio Martínez Villén (con
chubasquero amarillo) y Jesús Ascaso (extremo de la
derecha) (Agosto de 1983).
Fernando Orús en la marcha de aproximación a la
Directa Americana al Dru procedentes del Col de los
Grands Montets, durante nuestro intento de 1983.
Toda la aproximación la hicimos con “pies de gato”,
sobre los que colocamos unos cubrebotas con suela
vibran. ¡Que tortura…! Al finalizar la excursión,
llegamos caminando descalzos al camping del Mar de
Hielo. ¡¡Nunca más un experimento similar!!
Aquel verano habíamos coincidido en el
camping del Mar de Hielo con un
numeroso grupo de zaragozanos, entre
ellos Jesús Ascaso y Ricardo Fallos,
con quienes salimos hacia el Espolón
Boccalatte. La empresa fue complicada,
ya que a la dificultad de los 800 metros
de la pared, hubo que sumar el mal
tiempo. La víspera vivaqueamos al pie.
Por la mañana, escalada jovial soleada.
Luego, una densa niebla se levantó
desde el glaciar. Avanzada la tarde,
superamos un muro verglaseado muy
delicado; estábamos en la parte terminal
del espolón envueltos por las nubes y
decidimos buscar un espacio para
dormir. Los cuatro nos acomodamos en
pequeñas plataformas, Jesús y Ricardo
con los pies colgando en el vacío. Ya
metidos en los sacos, la llama azul del
hornillo proporcionó un pequeño
momento de bienestar, interrumpido por
el plácido y desalentador deslizamiento
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de copos de nieve sobre el nylon de las
fundas de vivac y los resaltes de la roca.
Al clarear el día el panorama era peor.
Trepamos con toda la ropa puesta, y a
menudo con los guantes. Ricardo iba
tocado. El sexto sentido de Fernando en
la montaña, marcó el camino de la
cumbre, que coronamos casi a tientas.
Espolón Boccalatte engullido poco a poco por la
niebla, que desembocaría en mal tiempo. En la
imagen Ricardo Fallos.
Mont-Blanc de Tacul (4248 m), vertiente ENE. En
rojo, Espolón Boccalatte (Pietrasana y Boccalatte,
1936). Trazados en verde, de izquerda a derecha:
Couloir du Diable, Super Couloir, Pilier Gervasutti (a
la izquierda del Boccalatte), y Couloir Gervasutti
(parcialmente en el extremo derecho). Fotografía
tomada en 1984 durante nuestro descenso esquiando
por la Valle Blanche, después de la escalada del
Couloir Gervasutti en invierno.
Espolón Boccalatte. Ricardo Fallos y Jesús Ascaso
(con mochila roja) en una de las reuniones de la vía.
Vivac al pie del Espolón Boccalatte la tarde previa a
nuestra escalada. De delante a atrás: Ricardo Fallos,
Fernando Orús y Gregorio Martínez Villén.
Fotografía tomada por Jesús Ascaso. En peores
“garitas” hemos dormido...
Espolón Boccalatte, 2º vivac envueltos por el mal
tiempo. Jesús Ascaso en primer término. La cara de
Ricardo Fallos asoma arriba a la derecha.
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Espolón Boccalatte. Segundo día en la pared en
condiciones invernales. Ricardo Fallos entrando en
una reunión de la parte alta de la escalada.
Espolón Boccalatte. Fernando Orús explorando la
ruta..., pura intuición.
Espolón Boccalatte. Cima del Mont-Blanc de Tacul.
De izquierda a derecha: Ricardo Fallos, Jesús Ascaso,
Fernando Orús y Gregorio Martínez Villén.
Espolón Boccalatte. En el círculo rojo, Ricardo Fallos
saliendo hacia la travesía para alcanzar el lugar de la
reunión.
La Contamine Vaucher en la cara
Suroeste del Peigne fue otra buena vía,
atlética y difícil, suavizada tal vez por
un entorno menos agreste y un granito
de excelente calidad.
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las 9 de la mañana (!!) estábamos al pie
de la vía. En la bajada se hizo de noche,
y nuestra mayor preocupación fue
encontrar el gran serac de la normal.
Apareció de repente al borde de
nuestros pies, señalado con una estaca
de madera desde la que rapelamos. Con
la luz del frontal y ateridos de frío
hallamos la cabaña.
Agosto de 1984. Contamine Vaucher al Peigne en un
momento de embarque. Todavía pantalones bávaros y
“pies de gato” Paragot, aquellos de suela blanca,
cómodos como pocos.
Chamonix invernal.
Marzo de 1984 me deparó una visita
poco habitual a Chamonix. Con José
Ramón Morandeira, entonces profesor
de cirugía siendo yo alumno en la
Facultad de Medicina, asistí a un
congreso.
El día 19 tomamos el último teleférico a
la Aguja del Midi con intención de
pernoctar en el refugio de los Cósmicos
antes de dirigirnos al corredor
Gervasutti del Mont-Blanc de Tacul. En
la cabina íbamos sólo nosotros y el
empleado que cerraba turno, quien nos
dijo que el refugio había explosionado
por un escape de gas. Nuestro gozo en
un pozo... La cabaña Simond,
abandonada y semidestruida, fue la
única alternativa. Después de limpiar de
nieve dos repisas de madera,
extendimos los sacos. José Ramón
llevaba uno de “pata de elefante” que le
cubría hasta la cintura. Era tan viejo y
con tan pocas plumas, que a su través se
veía la luz. Pasó la noche tiritando. A
Congreso de Medicina de Montaña de Chamonix
(1984). De pie, de izquierda a derecha: A. Ricard, A.
Castelló (fallecido), G. Martínez Villén, M.C.
Arnaudas, A. Bandrés, J.R. Morandeira y P.
Lizárraga. Agachados: J. Roviro, J. Garaioa y M.
Ratera.
Trazado del corredor Gervasutti al Mont-Blanc de
Tacul (Renato Chabot y Giusto Gervasutti, 1934),
durante nuestra ascensión invernal de 1984. Vía de
670 metros, con inclinación media de 50º (45-55º)
expuesta a la caída de seracs de la parte superior.
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La Noire de Peuterey.
Tras una pausa en el 85 para ir al
Aconcagua en el invierno austral, llega
el verano de 1986, marcado por una de
mis experiencias más recordadas en los
Alpes. Esta, como otras, surgió de la
lectura de un libro que conservo con
afecto, porque llegó a mis manos como
regalo de cumpleaños de una novia de
juventud. El relato escrito por Louis
Audoubert en “La integral de Peuterey”,
supuso el punto de partida de un
proyecto largamente deseado. Esa
historia guardaba todo el atractivo de las
verdaderas aventuras alpinas. En sus
letras, casi se podía respirar el aire
helador de la montaña; la perspectiva de
una escalada peliaguda, en la que la
cordada brega contra los elementos y
halla su razón de ser.
José Ramón Morandeira el 20 de Marzo de 1984 en
un momento de nuestra escalada invernal al corredor
Gervasutti del Mont-Blanc de Tacul.
Ese mismo verano hice con Fernando
Orús la directa Contamine al Moine:
400 metros duros de pelar que
solventamos en 4 horas. Estábamos en
plena forma.
Fotografía con Louis Audoubert, autor de la 1ª
integral de Peuterey en invierno, mostrando una soga
de cáñamo para recordarnos cómo se escalaba antes.
Con él, de izquierda a derecha: Valentín Asensio,
Gregorio Martínez Villén y Angel Martín Sonseca.
Fotografía tomada en Torla en el año 2007, durante el
50 aniversario de la ascensión a la Ravier del Tozal.
Contraluz en la Directa Contamine al Moine.
El viaje a Chamonix lo hicimos con
Patxi Senosiaín, quien nos acompañó a
la Noire de Peuterey, “admirable
obelisco de roca. Una de las más bellas
agujas de los Alpes”, con su célebre
Arista Sur erizada de gendarmes en sus
1100 metros de desnivel y 1200 de
trazado. Nuestra verdadera intención era
la Integral hasta el Mont-Blanc, pero un
severo percance con las cuerdas y el
mal tiempo, nos detuvieron en la Noire.
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Para ello, Fernando y yo habíamos
llevado a cabo una buena preparación
en los Pirineos, que concluyó con la
integral del Balaitus. Salvando las
distancias, este itinerario constituyó una
prueba de notable hechura de cara a
nuestro objetivo alpino. Empezamos
con la Noroccidental hasta la cima del
Balaitus, continuamos con las crestas de
Costerillou y cerramos la singladura con
las del Diablo.
En la cima del pico Solano durante la integral al
Balaitus (al fondo). A la izquierda Gregorio Martínez
Villén, en el centro Miguel Angel Garós y a la
derecha Fernado Orús (1985).
Llegamos al refugio Borelli en la
vertiente italiana. Habíamos olvidado
coger dinero, pero el guarda Lucca
Gabaglio nos alojó sin inconveniente,
invitándonos a unos vasos de vino
mientras conversamos sentados en la
pequeña terraza de este acogedor abrigo
de madera, que a la sazón gestionaba.
Daba la sensación de estar viviendo
como un ermitaño, trabajando para
abastecer aquel habitáculo bajo un
extraplomo, con difícil acceso y alejado
de las rutas tradicionales del macizo.
Lucca había perdido gran parte de los
dedos de las manos por congelaciones
en el Himalaya.
A las 4 de la madrugada sonó el
despertador y a las 7 estábamos en la
base de la pared. Sobre el papel de la
ficha, todo estaba claro... Otra cosa bien
distinta sucedió bajo la inmensa muralla
de las Puntas Bífidas, donde las
referencias confusas dieron lugar a un
repetido sube y baja en busca del
trazado correcto. Instalamos el vivac
mucho antes de lo previsto. La segunda
jornada fue más productiva, de manera
que a la caída del crepúsculo habíamos
superado la 5ª Torre y estábamos a 4
horas del final, pero una plataforma de
vivac se mostró demasiado tentadora.
Decidimos dormir en ella. Durante la
noche el viento arreció y en la lejanía
resplandecieron algunos relámpagos,
preludio de la tormenta. Tercer día en
la pared, cielo cubierto... Entre la Punta
Bich y la Noire, una gran laja se
desprendió rompiendo las dos cuerdas
cuando las dificultades habían acabado.
Con 25 metros y amenaza inminente de
lluvia, coronamos la cima a las 11 de la
mañana. En el descenso por la Arista
Este fueron necesarios algunos rápeles
cortos, llegando al refugio mojados.
Lucca respondió con la misma
amabilidad. No podía ser de otra
manera; un hombre que había sufrido
los rigores de la montaña, siempre es
capaz de apreciar la necesidad de los
otros.
Arista Sur de la Noire de Peuterey (Brendel y
Schaller, 1930) vista por su vertiente SO. La primera
por la derecha es la Punta Gamba, seguida por las
Bifidas, la Welzenbach, la Brendel, la 5ª Torre y la
Bich justo antes de la Noire. El refugio Borelli queda
al otro lado, en la vertiente SE. Totalmente a la
izquierda, bajo la Noire, se ven las Dames Anglaises
(La Isolée y la Punta Casati). Fotografía tomada
desde la Aguja de la Croix en 1988.
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Refugio Borelli la tarde de nuestra llegada.
Arista Sur de la Noire de Peuterey. Fernando Orús en
una travesía antes de la Punta Welzenbach.
Arista Sur de la Noire de Peuterey. Fernando Orús al
comienzo del muro bajo las Puntas Bífidas.
Arista Sur de la Noire de Peuterey. Escalamos muy
cargados con la perspectiva inicial de continuar desde
la Noire hasta el Mont-Blanc. Llevábamos un sólo
par de “pies de gato”, que se colocaba el que iba en
punta.
Arista Sur de la Noire de Peutery. En el vivac de las
Puntas Bífidas con Fernando Orús (derecha).
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Con Fernando Orús (derecha) en la cima de la Noire
de Peuterey. Una figura de la Virgen colocada en
1950, habita este solitario lugar, presentando algunas
perforaciones causadas por los rayos. Fotografía
tomada por Patxi Senosiaín.
De regreso en el valle, escalamos la
Ménégaux a la Aguja de la M,
coincidiendo con Pepe Garcés y Victor
García. Ambos morirían años más tarde
en desgraciados accidentes en la
montaña.
Fernando Orús en la vía Ménégaux a la Aguja de la
M: 200 m, 6b en libre (6ª obligatorio). Catalogación
global MD+. Debajo, con casco blanco, Pepe Garcés.
In memoriam. Pepe Garcés durante la escalada de la
vía Ménégaux a la Aguja de la M.
En la cuerda foja.
Si las vicisitudes por las que ha de pasar
el escalador son algo habitual en el
macizo alpino, al año siguiente Miguel
Angel Garós y yo tropezamos con una
ciertamente inquietante...
Seis de Agosto, refugio Ghiglione, otro
que también ha zozobrado por el
empuje del glaciar, y que hoy se
encuentra oficialmente cerrado. Nos
acostamos tirados en el suelo, rodeados
de gente que como nosotros iban al
Espolón de la Brenva. La perspectiva
del tiempo era excelente. A las 2 nos
calzamos botas y crampones bajo un
cielo plagado de estrellas intensamente
brillantes. El frío transformaba el
aliento en diminutos cristalitos de hielo
flotando condensados a la luz del
frontal. Cruzamos el Col Moore y
entramos en la vía: 900 metros de
recorrido esencialmente glaciar hasta el
collado de la Brenva.
13
Espolón de la Brenva trazado en rojo (no se recoge el
tercio inferior). Vista desde el refugio de Ghiglione
al atardecer.
racheado, pudimos distinguir al otro
lado el refugio de Vallot, hacia donde
nos encaminamos pasando bajo el
casquete cimero del Mont-Blanc. Pero
las nubes se volvieron a cerrar y
acabamos
desorientados
en
un
precipicio surcado de grietas, forzados a
retroceder para resguardándonos en la
visera de una rimaya. Un vivac allí
hubiese
tenido
consecuencias
impredecibles. A Miguel Angel se le
heló una oreja. Días más tarde supe que
un alpinista había sido hallado muerto a
no demasiados metros de ese lugar.
Vista de la Noire de Peuterey y de la Dames
Anglaises desde el refugio de Ghiglione.
Al despuntar el día progresábamos en la
arista intermedia. Abajo, en el lado
italiano, se veía Aosta todavía sumida
en las vaporosas nubes del amanecer.
Horas más tarde, el horizonte se
convirtió en una cortina densamente
oscura… La previsión meteorológica
había fallado estrepitosamente, y una
violenta borrasca sacudió la montaña.
Numerosas
alpinistas
quedaron
atrapadas y hubo víctimas. A nosotros,
el temporal nos cogió bajo los seracs de
la salida. Las condiciones eran
verdaderamente adversas, y tuvimos
que ayudar a una cordada que nos
seguía echándoles un cabo. Todos
juntos conseguimos al fin el collado con
escasa visibilidad. La ventisca levantada
por un viento infernal nos azotaba la
cara, y no sabíamos distinguir la
izquierda de la derecha. Estábamos
inmersos en el conocido “asno” que
cubre la cumbre en las perturbaciones
meteorológicas. Nadie hablaba, nadie
tomaba decisiones; no obstante había
que hacer algo.
En un intervalo
Espolón de la Brenva. Arista en la zona media de la
escalada, precedidos por una cordada.
Miguel Angel Garós en el Espolón de la Brenva.
14
Abstraídos en un mar de indecisión,
aparecieron inesperadamente dos guías
procedentes del Grand Pilier de l’Angle.
Surgieron como un espejismo entre los
jirones de la tormenta. Sin dilación
salimos a su zaga, emprendiendo la
desaforada travesía del Mont-Maudit y
del Mont-Blanc de Tacul, para finalizar
en el Valle Blanco remontando
desmadejados las últimas rampas de la
Aguja del Midi. Hallando ya cerrado el
teleférico, nos acostamos sobre el duro
cemento de los pasillos, cayendo en un
profundo y reparador sueño.
Eduardo Teba en el Espolón de los Cósmicos,
agradable escalada de media jornada en un granito de
primera.
Travesia de la Valle Blanche hasta la arista de la
Aguja del Midi, cuya cima ocupa un teleférico a 3842
metros. La pared de la derecha es la SE del Midi, con
el trazo por la vía Rébuffat. La de la izquierda
corresponde al Espolón de los Cósmicos. Fotografía
en 1988 esquiando en la Valle Blanche.
Ocho meses bajo el Mont-Blanc.
En 1988 me instalé en Chamonix para
trabajar en su hospital, donde conocí la
otra versión de los accidentes de
montaña. Mi jefe era el Dr. Jacques
Foray, cirujano fallecido en 2008. Gran
parte de su vida profesional había
transcurrido tratando lesiones de
alpinistas, esos “conquistadores de lo
inútil” a los que nunca comprendió.
Quizá porque sus verdaderas aficiones
eran la pesca y el golf.
Zona terminal de la arista de la Aguja del Midi en la
que se pueden ver esquiadores dirigiéndose hacia la
Valle Blanche.
Cerramos las vacaciones escalando con
Eduardo Teba el Espolón de los
Cósmicos. Al regresar a Zaragoza enfilé
camino del Himalaya con destino en el
Annapurna.
In memoriam. Dr. J. Foray. Fotografía tomada en el
restaurante de L’M de Chamonix durante una comida
en Octubre de 2000. Mi respeto y homenaje, como el
de tantos a los que ayudó en situación difícil.
15
Chamonix me recibió una gélida
mañana el 8 de Enero. Cargado con
libros, material de esquí y de montaña,
busqué mi alojamiento en la plaza de la
Iglesia. Discurría pues el invierno, que
deparó abundante trabajo por el elevado
número de fracturas en esquiadores.
Hubo escasos pacientes alpinistas, uno
de los cuales no olvidaré. Había sido
rescatado
inexplicablemente
ileso
después de caer en una grieta cuando se
dirigía al Super Couloir. En su fondo
permaneció tres días, hasta que el buen
tiempo dejó salir en su busca. Entre
tanto, creyendo que no sobreviviría,
aquel hombre escribió lo sucedido en el
pasaporte
que
llevaba
consigo,
pensando que cuando el glaciar
devolviese su cuerpo a la morrena, se
despejaría
la
incógnita
de
la
desaparición. Así fue la historia que nos
contó Ernst, sentado en la mesa de
exploración de la sala de urgencias con
una manta sobre los hombros y un caldo
caliente entre las manos. Meses después
ingresaba cadáver al resbalar en una
senda nevada, despeñándose por una
pedrera en la que se golpeó mortalmente
la cabeza.
neumático ampliaron el orificio de
entrada. Después de una hora y media
sacaron a la superficie al pequeño, que
ingresó en situación crítica en el
hospital. Bernard Marsigny, anestesistareanimador, consiguió remontar la
hiportermia
y
estabilizar
aquel
organismo desvalido. A pesar de todos
los esfuerzos, Sylvain murió después de
una noche de vigilia como consecuencia
de un fracaso multiorgánico y un grave
traumatismo craneoencefálico. “Una
cadena por la vida” o “Desenlace fatal”,
fueron los titulares con los que el
periódico del Sud-Est cubrió este drama
sin precedente en el valle. Aún conservo
los recortes de la noticia.
“Desenlace fatal”.
Mediada la primavera empezó a
modificarse el perfil de los siniestros,
añadiéndose parapentistas y, poco a
poco, alpinistas y turistas, entre estos un
niño de 5 años llamado Sylvain.
Precedidos por otros excursionistas, la
trazada de sus tablas se hundía rectilínea
más allá de donde las linternas
alumbraban nuestra marcha. Entre
sombras proyectadas por los cresteríos,
atisbamos la cabaña Vallot al salir del
Grand Plateau; la misma que tras la
Brenva se nos mostró renuente dos años
atrás, cuando más la necesitábamos.
Esta vez sí; estaba ahí protegiendo el
paso a la Arista de las Bosses hacia la
cima, que logramos el 19 de Abril de
1988. Eric llegó tambaleándose
afectado por el mal agudo de montaña.
El paisaje, espléndido, mostraba
inconfundible la figura del Cervino
dibujaba a lo lejos en el Valais Suizo. El
descenso
esquiando
fue
inconmensurable.
El 8 de Agosto, una familia subió con
el teleférico hasta el collado de los
Grandes Montets. Posaron para una
fotografía de la que Sylvain no quiso
formar parte. Distraído, se separó
algunos metros del grupo, escurriéndose
repentinamente por una estrecha grieta
en la que se encajó a 25 metros de
profundidad. Sin tardanza se puso en
marcha el dispositivo de socorro, pero
ninguno de los rescatadores podía
deslizarse por el mismo espacio que un
cuerpo tan menudo. Con un martillo
Sin embargo, ocho meses viviendo en
Chamonix también me dejaron tiempo
para dedicarlo a la montaña. Con
Bernard entablé buena amistad, y juntos
hicimos numerosas actividades. Entre
ellas, acompañados por Eric y Patrice,
la ascensión con esquís al Mont-Blanc
siguiendo la ruta de los primeros
ascensionistas por el refugio de los
Grands Mulets, que abandonamos en
plena noche.
16
Ascensión al Mont-Blanc con esquís. Llegando a la
Cabaña de Vallot (círculo rojo).
Ascensión al Mont-Blanc con esquís. Imagen tomada
en agosto de 2010 desde las Agujas Rojas mostrando
la línea de ascensión desde de la estación intermedia
del teleférico del Midi, y los refugios de Grands
Mulets (1er punto rojo) y Vallot (2º punto rojo).
Refugio de Grands Mulets (3051 m), construido en
1951. Fotografía tomada al descenso del Mont-Blanc.
Ascensión al Mont-Blanc con esquís. Arista de las
Bosses poco antes de la cumbre.
Ascensión al Mont-Blanc con esquís. Con Eric (a la
izquierda) durante un momento de refrigerio.
Ascensión al Mont-Blanc con esquís. Avanzando
hacia el Grand Plateau bajo el Mont-Maudit.
La vía Franco-Suiza en el macizo de los
Bornes, las Placas del Pouce, la
Rébuffat en la cara Sureste de la Aguja
del Midi, la vía Ottoz a la Aguja de la
Croix, la Directa Contamine a los
Pequeños Jorsasses (magnífica), y el
Pilar del Trident en la Cara Sur del
Grand Dru (memorable), fueron otras
escaladas.
Despediría aquel año
subiendo con Fernando Orús a la Punta
Adolfo Rey por la vía Salluard.
17
Con Bernard Marsigny (a la izquierda), el 28 de
Agosto de 2010. Bernard tiene en su haber las tres
grandes caras Norte de los Alpes.
Jean -otro compañero del hospital-, durante nuestra
escalada en la Contamine de los Pequeños Jorasses
(3650 m) el 3 de Agosto de 1988. Soberbia ruta de
700 metros, aérea y muy sostenida.
Cara SE de la Aguja del Midi (3842 m). Vía Rébuffat
(Maurice Bacquet y Gaston Rébuffat, 1956), durante
nuestra ascensión el 16 de Junio de 1988. Vía muy
frecuentada por su proximidad al teleférico de la
Aguja del Midi. Con 200 m MD+, es aérea y presenta
una roca magnífica.
Bernard Marsigny en la Rébuffat de la Aguja del
Midi.
Refugio de la Charpoua (2841 m) la víspera de
nuestra ascensión a la Contamine Bastia del Pilar Sur
del Grand Dru el 5 de Agosto de 1988. Arriba, a la
izquierda, el Pic sans Nom.
Mar de nubes en el crepúsculo desde el refugio de la
Charpoua.
18
Bernard Marsigny en los primeros largos del Pilar
Sur del Grand Dru.
Bernard Marsigny iniciando el largo clave de la parte
terminal del Pilar Sur del Grand Dru.
Fernando Orús en vía Salluard del espolón ESE de la
Punta Adolfo Rey.
Vía
Salluard del espolón ESE de la Punta Adolfo
Rey. Fernando Orús llegando a la cima. A la
izquierda el Grand Capuchin.
La década de los 90.
Entran los años 90 y mis escapadas a los
Alpes
comienzan
a
espaciarse,
retornando en el 91, 94 y 96, siempre
con Fernando Orús.
Punta Adolfo Rey (3536 m). trazada en rojo se ve vía
Salluard del espolón ESE (Busi y Salluard, 1951),
300 me MD, atléticos sobre granito excelente.
Escalada realizada con Fernando Orús el 18 de
Agosto de 1988. Un punto rojo señala la cima del
Grand Capuchin.
Familiarizados ambos con el terreno, en
Agosto de 1991 partimos de Zaragoza
con un objetivo de envergadura: el Pilar
Central del Frêney. Como dice la guía
Vallot, “si sus dificultades no son
extremas, el compromiso físico y moral,
la tensión y el temor por el mal tiempo,
19
el alejamiento y las dificultades de una
retirada, la convierten en una de las
grandes empresas del macizo del MontBlanc”. En esta pared se produjo la
tragedia de Bonatti, y casi la nuestra…
La noche previa a la salida, cenamos y
charlamos relajados en el refugio de
Monzino. Nada hacia presagiar que a la
mañana siguiente, en el glaciar de
Brouillard, tendría lugar el accidente
más grave que hayamos sufrido en los
Alpes. Entonces sobrevivimos a un
inmenso desprendimiento de rocas
desde la Arista de la Innominata.
Recuerdo bien el zumbido de los
cascotes que como proyectiles se
precipitaban
por
todos
lados.
Angustiados, esperamos pegados a la
pendiente. Cuando la calma se abría
paso en aquel bombardeo incesante, una
piedra dio de lleno en mi cabeza.
Percibí un sonido hueco, perdí el
conocimiento y caí por el borde de un
serac. Al recuperar la consciencia, el
casco estaba roto y sentí que la sangre
corría por la cara y el cuello. Miré hacia
arriba contemplando estupefacto el
resalte por el que había volado. Pero mi
impresión no fue menor al verme
detenido en el borde de una grieta
insondable. Retomé la ascensión hasta
el punto donde Fernando permanecía
herido en la cadera y conmocionado por
lo sucedido. Luego me contaría que
mientras yo me deslizaba, él gritaba sin
éxito para indicarme que clavase el
piolet y me detuviese. Pero seguí hacia
abajo sin respuesta, lo que le hizo temer
lo peor. Cuando di señales de vida, no
salió de su asombro. Retornamos
penosamente hasta Monzino, donde
fuimos socorridos por el guarda Franco.
Al poco rato, el helicóptero de rescate
de la Gendarmería francesa nos recogió
para depositarnos en el hospital de
Chamonix. Marsigny me recibió en la
puerta de urgencias con estas palabras:
“Gregoire, estás de nuevo entre
nosotros…” Contrariedades del destino.
Fui directamente a la UVI.
Refugio de Monzino (2590 m), 60 camas. Vertiente
italiana del Mont-Blanc.
Glaciar de Brouillard. Trazado aproximado de la ruta
de ascensión. El punto rojo indica el lugar del
accidente.
Decepción en el Dru.
En el 92, tampoco hubo Alpes; viajé al
Himalaya con dirección al Cho-Oyu por
su vertiente tibetana. Pero regresamos al
Dru en el 93. La directa Americana
volvía a nuestros planes. En la base de
la pared, coincidimos con una cordada
de franceses. En cabeza, iniciamos el
ascenso del zócalo. Las voluminosas
mochilas ya habían mostrado su
inconveniencia en la aproximación. En
el diedro característico y en el Dülfer de
45 metros, tuvimos que remontarlas
colgando, lo que hizo lenta la escalada.
Habíamos vencido lo más duro.
Doscientos metros nos separaban del
bloque empotrado. Pero queríamos salir
por la cima. Así pues, viendo
complicada
esta
posibilidad,
replanteamos la situación y optamos por
la retirada ante el fallo de estrategia que
representaba nuestra pesada carga.
20
En el zócalo en la directa Americana al Dru.
Nuestras mochilas eran un pesado lastre en
comparación con las de nuestros compañeros
franceses, detrás de nosotros.
Fernando asegurando con un “friend” un paso
difícil.
Diedro
característico.
Las
dificultades
aumentaban y optamos por subir las mochilas
colgando de una de las dos cuerdas.
En el Dülfer de 45 metros. Los franceses habían
tomado la delantera.
21
Nuestro último largo en a la Americana al Dru.
Secuelas del abrasivo granito al regreso del Dru.
Al atardecer estábamos al pie de la
pared. Llegamos al riñón del Dru y nos
dispusimos a preparar el vivac, pero una
tienda de campaña vacía permitió que
durmiésemos a cubierto.
Sumergidos en un profundo sueño, nos
despertó el propietario. Observamos que
gesticulaba
de
manera
extraña,
profiriendo palabras incompresibles.
Por el idioma, debía de ser de los países
del Este, ataviado con indumentaria de
los años setenta. Por fin, en un inglés
precario, creímos entender que su
compañero había muerto en la pared,
imaginándonos inmersos en una misión
de rescate. Más calmado, el escalador se
tendió
exhausto
y
respirando
agitadamente.
Le
ayudamos
a
descalzarse sin dejar de interrogarle.
Entre tanto, llegó un segundo alpinista
y, casi al instante otro..., hasta deducir
que era precisamente el primero quien
se había accidentado por una caída de
piedras que le dio en el cuello. Tras
instalarlo, le exploramos. Nada grave.
Una sonrisa de agradecimiento cerró la
historia, lo que no evitó que nos
alojásemos entre las piedras. Mientras
intentábamos conciliar de nuevo el
sueño, una visión surrealista trascendió
del telón de fondo de la noche:
pequeños puntos de luz pululaban
intermitentes rastreando el precipicio de
la Arista de las Flammes de Pierre. El
pilar Bonatti era el objetivo de tanto
personal afanado por encontrar el inicio
de la ruta.
A la mañana siguiente cruzamos el
glaciar del Mar de Hielo, tomamos el
tren cremallera de Montenvers y
regresamos a Chamonix. De allí nos
marchamos a la Noroeste del Piz
Badile, Vía Cassin de 1937 con 900
metros (MD+). Otra gran clásica para
coleccionistas,
que
reclama
su
protagonismo entre las grandes caras
Norte de los Alpes. La escalamos en 9
horas (ver crónicas de EVARAGON).
Subimos tres cordadas: Carlos Soria con
Pepe Hurtado; Eduardo Teba con
Miguel Angel Garós, y Fernando Orús
con Martín Lamana y yo.
Pizza en Chiavenna. A la izquierda, Fernando Orús,
un jóven madrileño y Carlos Soria. A la derecha: M.
Angel Garós, Eduardo Teba, Martín Lamana y Pepe
Hurtado (foto tomada por Gregorio Martínez Villén).
22
Fernando Orús durante nuestra escalada en la vía
Cassin al Badile el 5 de Agosto de 1993.
En el característico diedro Cassin.
Refugio de Sacs-Fura, punto de partida y de retorno
en el Piz Badile.
Eduardo Teba en la Cassin al Badile.
Escaladas al sol.
Agosto del 94. Iniciamos la actividad en
la vía Bienvenu Jorge V (MD+) a la
primera punta de Nantillons, cima poco
definida, con paredes de inmejorable
granito y muy soleadas por su
exposición al Este. Cercana al refugio
de Envers des Aguilles, se trata de una
vía de 350 metros de corte moderno y
poco equipada. Su dificultad aparece
repartida en 12 largos, de los cuales 7
son de 6a ó 6a+.
23
“Bienvenu Jorge V”. Fernando Orús en el primer
largo de la vía, con placas que hubo que solventar en
la más pura técnica de adherencia.
“Bienvenu Jorge V”. Otra travesía para desembocar
en una zona más humana. Un spitz protegía este paso
obligado y muy delicado.
Merienda-cena en el refugio de Envers des Aguilles
al regreso de la escalada la tarde del 22 de Agosto de
1994.
“Bienvenu Jorge V”. Travesía en un frontal con
pocos resaltes.
Cara Este de la primera y segunda Puntas de
Nantillons, con el glaciar de Envers des Aguilles a la
derecha.
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Menos acogedora resultó la vertiente
Oeste de los Grandes Charmoz, donde
escalamos tres días después el Pilar
Cordier, con 650 metros hasta la cima
(ver crónicas de EVARAGON).
Coincidimos
aquí
con
Coque,
compañero de mi expedición al
Annapurna
en
el
año
1987.
Comenzamos en un ambiente sombrío y
frío. Posteriormente, disfrutamos de una
gran vía de dificultad. Un vivac
imprevisto en los últimos metros del
descenso por la misma pared, puso un
punto de aventura a esta ascensión.
Fernando Orús en el último tercio del Pilar Cordier a
los Grandes Charmoz.
Tan buena impresión nos habían dejado
las Agujas, que volvimos pasado un
año, regalándonos la apertura casual de
una nueva vía en la primera punta de
Nantillons. El 29 de Agosto recorríamos
la base de la muralla buscando nuestro
itinerario. ¿Será por ahí…? No
tardamos en percatarnos de que
subíamos embarcados, pero decidimos
continuar. Ya más altos, cruzamos la
ruta que habíamos hecho 24 meses
antes, hallando algún seguro. Al llegar a
la cima nos pareció extraño que una
escalada tan estética hubiese pasado
desapercibida a otros alpinistas. Lo
cierto es que ya en el refugio, la guarda,
que había seguido la ascensión con los
prismáticos, nos felicitó efusivamente.
Comprendimos que habíamos abierto
vía.
La
bautizamos
“Ensalada
Española” (MD), y quedó dibujada en el
libro de registros.
Fernando Orús flanqueando un techo durante la
apertura de “Ensalada Española” en la primera punta
de Nantillons el 29 de Agosto de 1996.
Pasó un largo periodo de tiempo hasta
regresar a los Alpes en 1999. Quisimos
probar fortuna en el Cengalo,
malogrado por una fuerte tormenta en la
marcha
de
aproximación.
Nos
resarcimos escalando la arista Norte de
los Pizzi Gemelli por la vía Bügeleisen,
400 metros MD, completamente
equipados. Durante el viaje visitamos la
pared Norte del Eiger, escudriñando su
relieve sentados en los prados de las
inmediaciones. Fue una sensación
agradable saber que no entraba en
nuestros planes, recreándonos con toda
la historia que acumula.
Mi último viaje a Chamonix fue en
Agosto de 2010, escaso en actividad
montañera por las pésimas condiciones
del tiempo, y el sorprendente cambio en
la ruta del glaciar de Bionnassay hacia
el Mont-Blanc. Un hecho curioso de
esta excursión: estrenamos el nuevo
refugio de Gonella, hasta el punto de
25
desenfundar de sus precintos colchones
y almohadas. Con Mauro, su guarda,
fumamos unos cigarrillos liados,
contemplando
extasiados
los
alrededores de este magnifico lugar,
agreste y salvaje como pocos.
Con Fernando Orús (en primer término), en el refugio
Gonella, la tarde del 25 de Agosto de 2010.
Fernando Orús en la Mani Puliti de las Agujas Rojas.
Muy próxima al teléferico de la Flégère, ofrece una
escalada D+ entretenida y totalmente equipada.
Atardecer iluminando los contrafuertes del MontBlanc. Fotografía tomada desde el refugio de
Gonella.
En el refugio de Gonella con Mauro (derecha) y
Fernando (centro). Con un círculo rojo, arriba a la
izquierda, emplazamiento del refugio Quintino Sella.
Nos consolamos con la Mani Puliti de
las Agujas Rojas.
Ultimas reflexiones
“Voila mes amis”… Hasta aquí hemos
llegado. Como una carcoma lenta e
inexorable, el tiempo lo engulle todo;
roba los testigos de nuestras vivencias y
nos deja tan sólo con los recuerdos,
hasta que perecemos con ellos. Ni
siquiera las montañas permanecen
inmutables a sus efectos: en Junio de
2005, un derrumbe casi apocalíptico,
hizo desaparecer el Pilar Bonatti. El Dru
ya no volvió a ser lo mismo, y quienes
lo escalaron en su día, como Fernando,
tendrán la exclusividad de lo irrepetible.
Es este un relato de vivencias
entrañables, algunas de las cuales
pudieron costarnos muy caro, lo que
hace que me plantee la eterna pregunta:
¿por qué seguimos subiendo montañas?
¿Es suficiente motivo su atractivo? Creo
que no, por lo que la respuesta continúa
en el aire. Pero me permitiréis una
reflexión, que antojándoseme filosófica,
contribuye a aliviar mi ignorancia.
Nacemos para vivir y morir. La única
diferencia que nos separa a las personas,
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es el recorrido que seguimos hasta
llegar al punto de destino. La vida que
conocemos dejaría de tener sentido sin
la muerte. Entonces, no moriría el viejo,
ni contra natura el niño o el joven, si en
el hipotético caso, hubiesen llegado a
existir como tales. Tampoco moriría el
montañero, disfrutando de montañas
perfectas, sin peligros añadidos. ¿Sería
así el montañismo una actividad por
gusto, o dejaría de serlo al carecer de
riesgo? En cualquier caso, si el camino
de la vida es motivo de satisfacción, qué
más podemos esperar.
Y aceptando que la muerte es
insoslayable, acaba convirtiéndose en
un daño colateral exclusivo de los
vivos, que pretendemos hallar repuestas
para mitigar la desazón creada por la
certeza de que un día tampoco
estaremos aquí. Entre tanto, seguiremos
al dictado los consejos de Gaston
Rebuffat: “el mejor escalador es el
escalador vivo”; ése, precisamente, que
vive para contarlo.
La Aguja Verde y el Dru. Enmarcada en rojo se ve la
extensión aproximada del gran derrumbe que hizo
desaparecer parte de la magistral vía de Bonnatti.
Perfil de la parte superior de Pilar Bonatti del Petit
Dru. Señalados con un círculo rojo aparecen un
escalador y un parapentista. Fotografía tomada desde
las Flammes de Pierre durante nuestro descenso del
Pilar Sur del Dru el 5 de Agosto de 1988.
A la salud de los compañeros de cordada. Por que
sigamos contando historias muchos años.
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