La reina de los condenados

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La reina de los condenados
Después de más de diez años de silencio, de jurar que no iba a volver a hacerlo, de convertirse al
catolicismo y escribir novelas sobre Jesús, Anne Rice volvió a su vieja pasión: la sangre. Y
aparentemente no se trata de expresar su hartazgo frente a la saga de Crepúsculo, sino de una
genuina necesidad de recapitular su propia trayectoria y volver a empezar. Como sea, Anne Rice
tuvo y tiene todos los galardones para brillar en el género: fue ella misma quien en 1976 inauguró la
figura del vampiro moderno –bello, ambiguo, dotado de reflexión y sentimientos– en su ya célebre
Entrevista con el vampiro. Luego fue el tiempo de las biografías y crónicas de los chupasangres más
diversos y sibaritas. Ahora, acaba de publicarse en Argentina El príncipe Lestat (Ediciones B), donde
los dramas de la sangre se combinan con el conflicto generacional entre viejos y jóvenes vampiros
en la era de la comunicación y la violencia digital. Por: Mariana Enriquez Tomado de: Suplemento
Radar Libros, Página 12 25 de mayo de 2015 Nueva Orleáns, el lugar de nacimiento del jazz, la
mestiza e intensa ciudad del sur de los Estados Unidos donde nacieron Tennessee Williams y John
Kennedy Toole, tiene cuarenta y dos cementerios. La explicación para esta sobreabundancia es
ambiental: la ciudad está sobre un pantano, tan cerca de las napas que es como si flotara. Intentar
una tumba bajo tierra es condenar al ataúd a salir flotando cuando el agua sube. O cuando la ciudad
es golpeada por un huracán, como sucedió con el bestial Katrina en 2005, que casi hundió a Nueva
Orleáns, aunque no pudo con su espíritu decadente, indómito y orgulloso, su gusto por la fiesta que
llega al límite en el mítico Mardi Gras y la total conciencia de sus habitantes de que no hay otra
ciudad como la suya ni en el país ni en el mundo. Los cuarenta y dos cementerios, las ciudades de
los muertos de Nueva Orleáns, están enteramente poblados por nichos, bóvedas y panteones –salvo
el cementerio Holt, donde se entierra bajo tierra a los linyeras y a los destituidos–. La ciudad tiene
tumbas famosas, como la de Marie Laveau, reina del vudú, la más visitada del país después de la de
Elvis Presley. Aunque hay un área de la ciudad especialmente dedicada a los cementerios –ahí donde
termina el recorrido del tranvía que circula por la calle del Canal, que alguna vez se llamó Deseo e
inspiró la pieza de Tennessee Williams–, algunos están sueltos por otros barrios. El Lafayette Nº 1,
por ejemplo, que queda en el corazón del Garden District, el rico barrio burgués donde Anne Rice
tenía su fabulosa mansión con escalinatas y deslumbrantes balcones de hierro, construida en 1857.
A ese cementerio pequeño que le quedaba a cuadras de su casa se hizo llevar durante años en su
propio ataúd, a veces en un coche fúnebre, a veces en un carro tirado por caballos. Paraba ahí antes
de dirigirse a la librería del Garden District, que queda en la misma cuadra, sobre la calle Prytania,
para firmar ejemplares de sus libros. Se la puede ver en las fotos de estos falsos funerales
publicitarios, pequeña y vestida de blanco nupcial en su ataúd, con las manos cruzadas sobre el
pecho, el pelo negro, oscuro, con pesado flequillo y los zapatos puntiagudos. Sonríe en todas las
fotos. Está feliz, enamorada de la muerte. La hija de la oscuridad Anne Rice es la responsable de
la construcción del vampiro contemporáneo, de la redefinición del monstruo para nuestra era y para
la cultura masiva actual. Antes de que se editara Entrevista con el vampiro en 1976, el arquetipo
languidecía y se disparaba en dos direcciones: hacia el chiste clase B anticuado y kitsch o hacia el
formato “epidemia”, gracias a la excelente novela de Richard Matheson Soy leyenda (1954). El
vampiro como germen e infección fue rápidamente cooptado por el zombie. Y entonces Anne Rice
reinventó al bebedor de sangre humanizándolo, dotándolo de voz propia: hay que recordar que
Drácula, en la novela epistolar de Bram Stoker, no tiene voz: todo lo que se sabe de él se sabe por
las versiones de quienes quieren destruirlo o son sus víctimas. En Entrevista con el vampiro sucede
precisamente lo contrario: un vampiro de Nueva Orleáns, Louis de Point du Lac, se sienta frente a un
periodista, Daniel Molloy, y le cuenta su vida. Y los equívocos sobre los vampiros. No tienen por qué
dormir en ataúdes, aunque a algunos les gusta. No les temen ni rechazan las cruces ni el agua
bendita, porque no son criaturas del Demonio. Las estacas clavadas en el corazón no los matan: sus
cuerpos se regeneran. Sólo los mata el fuego. Y el degüello. Se enamoran. Se deprimen. Matan, pero
pueden dar sorbos pequeños y perdonar a la víctima. Son todos ridículamente hermosos. No tienen
una orientación sexual definida porque el sexo, para ellos, es el intercambio de sangre. Estas últimas
dos “reglas” le sirvieron a Anne Rice para recargar de homoerotismo a sus vampiros, al punto de
que sus Crónicas vampíricas –hasta el momento trece libros y 80 millones de ejemplares vendidos,
incluyendo al recién editado en Argentina El príncipe Lestat (Ediciones B)– puedan ser leídas también
como porno soft gay para mujeres, un subgénero del que también fue pionera. Ninguna de las sagas
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de vampiros que se hicieron famosas en los últimos veinte años existiría sin Anne Rice y sus
Crónicas. Ni Vampire Diaries, la serie que va por su temporada 7 en MTV, escrita por Kevin
Williamson (autor de las películas Scream) basada en los libros de L. J. Smith), ni True Blood de HBO,
basada en la saga de Charlaine Harris (otra escritora sureña, ella de Mississippi). Ni, por supuesto, la
exitosísima Crepúsculo, de Stephenie Meyer. Anne Rice sabe cuánto le deben todas a sus crónicas,
pero no se molesta. “Creo que la ficción de vampiros es un género –dice–, y que en pocas décadas
será como el western o el policial. Incluso ya le salió un subgénero, el ‘romance sobrenatural’. Ya no
es un tema-basura como en los ’50. Puede ser entretenido y gracioso o sublime y serio. A veces me
peleo online con las fans de Crepúsculo pero es sobre todo por diversión. ¡Son tan jóvenes!” Los
vampiros de Anne Rice siempre fueron para adultos. Basta resumir la trama de Entrevista con el
vampiro. Louis du Pointe du Lac es un joven hermoso dueño de una plantación que conoce al
despiadado y encantador vampiro Lestat de Lioncourt, francés, rubio, rico, que le promete vida
eterna. Louis, que está en medio de una crisis espiritual, acepta. Y Lestat se enamora locamente de
él. Tan locamente que, como siente que Louis no le corresponde –entre otras cosas porque Lestat es
pésimo como “hacedor” y no le contesta a su discípulo ninguna de sus muchas dudas existenciales–
“convierte” en vampira a una niña agonizante de cinco años, Claudia, para regalársela, para que no
lo abandone. Una niña vampira que será la hija de la pareja hermosa, maldita y beligerante. Una
“nueva familia” de no-muertos que cazan juntos por las decadentes calles de Nueva Orleáns. Pronto
la familia se va al demonio, pero lo importante es este osado planteo en 1976 y su poder visionario.
En pocos años, el VIH transformaría a la sangre en portadora de muerte y enfermedad, y la
comunidad gay sería la primera visiblemente afectada. Los vampiros de Anne Rice daban en el
centro del gran drama de los ’80: volvían a ser relevantes como metáfora y también anticipaban lo
que no muchos ni siquiera se planteaban entonces, la posibilidad de una familia queer. Anne Rice no
estaba pensando en nada de esto cuando escribió Entrevista con el vampiro en los años ’70. Nacida
en Nueva Orleáns en 1941, su padre decidió bautizarla como Howard Allen porque pensaba que un
nombre de varón la ayudaría en la vida. Ella se cambió el nombre cuando entró a una escuela de
monjas y le dijo a la directora que se llamaba Anne. Cuando tenía 14 años murió su madre: era
alcohólica. “Nunca me integré bien”, explica Anne. “Siempre temía quedar expuesta como rara. El
alcoholismo de mi madre me marcó. Era un enorme secreto. Tengo recuerdos lindos de mi infancia
pero también esta oscuridad, esta amenaza.” Poco después, Anne se fue a estudiar a Texas y ahí
conoció a quien sería su esposo, el escritor y pintor Stan Rice. La pareja se mudó a San Francisco a
fines de los ’60 y se dedicaron a beber. Mucho. En 1966, Anne quedó embarazada. La niña se llamó
Michele y murió cinco años después, enferma de leucemia. Eso tenía en la cabeza Anne Rice cuando
escribió Entrevista con el vampiro. A su hijita con la sangre llena de cáncer. Y a la sed del alcohol, la
sed que también consume a los bebedores de sangre. “Tenía 34 años y me la pasaba frente a la
máquina de escribir, pero no lograba nada. Mi hija había muerto y mi duelo era insoportable. Stan,
mi marido, era profesor en la Universidad de San Francisco. Yo nunca había tenido un trabajo
profesional ni había publicado, aunque tenía un grado en Ciencia Política. Era un fracaso y era una
alcohólica.” Basó, dice, a la niña vampira Claudia en su hija: le dio vida eterna. Lestat fue inspirado
por su marido. Y Louis, en un terreno más lúdico, por Alain Delon. También era autobiográfica la
elección del escenario: Anne Rice sentía una enorme nostalgia por Nueva Orleáns, las calles llenas
de música y perfume de magnolias, el musgo español sobre los robles, el Mississippi y los pantanos:
con sus cuarenta y dos cementerios, el exquisito Barrio Francés y las leyendas del vudú, religión que
hace caminar a los muertos, era además el lugar ideal para traer a los vampiros desde Europa hacia
el Nuevo Mundo e integrarlos a su versión pop del gótico sureño. Dioses y monstruos La novela
fue un éxito. Recibió cinco millones de dólares de adelanto y en 1985 continuó la saga con El
vampiro Lestat (1985) la historia desde el punto de vista del rubio seductor devenido en estrella de
rock que, a partir de entonces, tomaría el centro de la escena en los libros y sería el catalizador de la
mitología vampírica en La reina de los condenados (1988). A esta altura, el subtexto gay de las
Crónicas era texto pleno mientras se sumaban personajes fantásticos como Armand (vampiro a los
17 años, un querubín de belleza insoportable y enorme crueldad), su hacedor el fabuloso esteta
romano Marius –de dos mil años– más algunas mujeres poderosas como la diosa-reina Akasha o las
mellizas Mekare y Maharet aunque las mujeres, siempre, estuvieron en un segundo plano aunque
nominalmente pudieran ser las vampiras más poderosas. “Yo vivía en San Francisco todavía –cuenta
Anne Rice–, en el barrio Castro. Todos mis amigos eran gays. En las universidades se escribían tesis
sobre la saga como la analogía más importante en literatura popular sobre la comunidad gay –los
seductores discriminados que ‘cazan’ a quienes seducen en sus paseos nocturnos–. Yo no pensé a
mis vampiros así, pero lo acepté.” Christopher Rice, su único hijo vivo y también escritor, que nació
en 1978, es gay. Por él Anne Rice y su esposo dejaron el alcohol e intentaron llevar una vida más
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apacible. Las novelas vampíricas continuaban (El ladrón de cuerpos en 1992, Mennoch el demonio
en 1995) pero había problemas. Muchos de los libros, como El vampiro Armand de 1988 o Sangre y
oro, de 2001, eran repetitivos y agotadores: en uno, Armand contaba su vida, en el otro lo hacía
Marius... Anne Rice no escribía tanto tramas como biografías de sus vampiros. En un sentido era
apasionante, pero también resultaba perezoso. La saga, sin embargo, salía de la literatura. En 1985
Sting les dedicó a los vampiros sureños una de las mejores canciones de The Dream of the Blue
Turtles su primer disco solista. Dice “Moon over Bourbon Street”: “Tengo que amar lo que destruyo y
destruir lo que amo/ Nunca verás mi sombra ni escucharás mis pasos/ Mientras haya luna sobre
Bourbon Street”. En 1994, Neil Jordan (el director de El juego de las lágrimas) llevó al cine Entrevista
con el vampiro. Es una película con tantos problemas como aciertos: la elección de Tom Cruise como
Lestat (resistida al principio y después aceptada por Rice) nunca funcionó pero Brad Pitt estaba
adecuadamente etéreo y bello como Louis; Antonio Banderas resultó un desastre como Armand (no
es su culpa: Armand es un chico en el original y debe serlo para causar impacto, pierde gravitas
interpretado por un hombre) pero Kirsten Dunst estaba absolutamente genial como Claudia, la niñavampiro, la mujer en un cuerpo de cinco años de edad. El gran drama de Entrevista con el vampiro
resultó ser la muerte de River Phoenix, que iba a interpretar al entrevistador en cuestión y tuvo una
sobredosis antes de empezar el rodaje (fue reemplazado por Christian Slater). La maldición se
extendió a la saga cuando en 2002 se adaptó para cine La reina de los condenados, en una
producción bastante berreta con dirección de Michael Rymer; la reina vampira egipcia Akasha, fue
interpretada por la diva del R&B y el hip hop Aaliyah, que también murió antes del estreno en un
accidente de avión, a los 22 años. River Phoenix tenía 23 cuando murió en la calle, en Hollywood.
Cincuenta sombras de Rice Así como Anne Rice redifinió al vampiro para los tiempos modernos
también incursionó con menos éxito en otros terrenos, como la brujería con la saga de las Mayfair, la
novela histórica y hasta la temática momia egipcia en clave fantástica. Pero donde si fue exitosa,
aunque con seudónimo, fue en la literatura erótica casi exclusivamente sadomasoquista. En efecto:
lo hizo antes que Cincuenta sombras de Grey. Aunque, es cierto, hay diferencias: la saga de Sleeping
Beauty (son cuatro libros, publicados entre 1983 y 2015) está ambientada en un escenario medieval,
tiene influencias del Satiricón y los cuentos de hadas y fueron firmadas por A. N. Roquelaure (ahora
ya se publican como de Anne Rice). La protagonista es vendida, esclavizada, humillada y aprende las
delicias de la sumisión. “En los ’80 las feministas decían que la pornografía era opresión”, dice Anne
Rice. “Pero yo creía que la verdadera liberación era disfrutar de la pornografía, escribirla,
apropiársela. Estas novelas eran mi manifiesto político. Y, además, empecé a escribir erotismo
porque no podía encontrar algo en el género que me gustara leer.” La saga no es lo único en el
género que escribió Anne Rice. En 1985, el mismo año de El vampiro Lestat y con el seudónimo de
Anne Rampling publicó la explícita Exit to Eden, sobre Lisa y Elliot, ella propietaria de un club de
sado y bondage y él su esclavo favorito, una historia bien porno que termina en romance. En 1986
publicó Belinda, su propia Lolita, sobre un escritor de libros para chicos y su amante, una
adolescente de 16 años. No le fue muy bien, en todo caso no tan bien como a sus fantasías S&M, el
terreno que prefiere. Un terreno que visita en sus novelas de vampiros con frecuencia: es famosa la
escena en que el vampiro Marius, en su palazzo veneciano, le da latigazos en las piernas a su joven
aprendiz Amadeo y bebe la sangre de las heridas hasta volverlo y volverse loco de placer. En la
nueva El príncipe Lestat las escenas de sexo no son abundantes pero, cuando aparecen, son siempre
voraces. Dice Lestat, después de cazar con su amigo David: “Ya había dado media vuelta cuando él
me sujetó. Mientras me rodeaba el torso con las manos, y antes de que yo pudiera darme cuenta,
me hundió los dientes en la arteria. Me estrechó con tal fuerza que casi me desvanecí. Al parecer me
revolví, le agarré la cabeza con el brazo izquierdo y forcejeé con él. Me hallaba sumido en un
desfallecimiento divino. El actuaba con desenfreno, sin la cautela que yo había demostrado al
alimentarme de su sangre”. ¿Acaso la mordida y la sangre no son una forma de dolor, placer y
sumisión? Cuando le preguntan sobre 50 sombras de Grey, Anne Rice no demuestra nada de envidia
o resentimiento. No dice “yo lo hice primero”. Al contrario. Cuando la película se estrenó, escribió en
Facebook: “Soy una ardiente feminista y creo en el derecho de las mujeres a tener sus propias
fantasías sexuales. Creo en su derecho de escribirlas y leerlas y siempre voy a defender los intentos
de patrullar sus fantasías. Decirles a las mujeres que no les tiene que gustar Cincuenta sombras
porque tiene ‘abuso’ es casi tan malo como decirles que las chicas buenas no se pueden imaginar
ser tocadas y colmadas de placer. Los hombres siempre han tenido su erótica. ¿Y acaso las mujeres
no son iguales que los hombres?”. Señor Dios soy Anne Esta mujer liberada, ambigua, celebrante
de la sexualidad y la oscuridad desapareció a fines de los ’90, cuando tuvo una crisis –ella ahora lo
define así– que la hizo tomar tres decisiones: dejar de escribir sobre vampiros, dejar de escribir
erotismo y volver al Catolicismo de su infancia con todas sus fuerzas. Vivía en Nueva Orleáns, en la
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fabulosa casa de la calle Prytania, cerca del cementerio al que se hacía trasladar en su propio ataúd
cuando sufrió una descompensación diabética que la llevó al coma y esta vez sí cerca de la
verdadera muerte. Poco después, su esposo Stan fue diagnosticado con un tumor cerebral maligno.
Y ella decidió que, en realidad, sus novelas de vampiros eran acerca de almas perdidas en busca de
Dios. Es cierto que muchas de las novelas sufrían por eso: El vampiro Armand o Memnoch el
demonio eran historias donde el vampirismo y sus problemas eran menos importantes que las dudas
sobre la existencia de Dios de los protagonistas –y estaba claro que el viaje en busca de Cristo no
era algo que hubiese hecho Lestat el personaje, al menos no con tanto ahínco: era una clara
intrusión de la autora–. “Tuve que explicarle mi conversión a Stan, mi marido, un ateo irredento. No
fue fácil. Y también a mi hijo Chris, que es gay, pero él decidió no opinar.” Anne la pasaba mal: en
2003 se metió en una pelea online con críticos que destrozaron su novela Cántico de sangre, un
crossover entre sus vampiros y su otra saga, la de las brujas Mayfair, narrada por Lestat. Anne Rice
escribió un descargo de 1200 palabras, que por supuesto de nada sirvió y dijo públicamente y en
varios medios que nunca más escribiría sobre vampiros y mucho menos sobre el insolente Lestat. En
2002 murió Stan Rice: llevaban casados 41 años. Su hijo se mudó a Hollywood. Se quedó sola en la
mansión de Nueva Orleáns, estudiando la historia de la Iglesia Católica y la figura de Jesucristo. En
2005, poco antes del huracán Katrina, se mudó a una comunidad cerrada –una especie de country–
en el desierto californiano, cerca de Palm Springs. Ahí, rodeada de su colección de muñecas, escribió
una saga sobre Cristo: Christ the Lord: Out of Egypt (2005) y Christ the Lord: The Road to Cana
(2008). No conformó a nadie: los fans de los vampiros no podían creer lo que sucedía: las Crónicas
siempre habían tenido preocupaciones religiosas y hasta personajes relacionados con el mundo
cristiano –Armand en vida era un pintor de iconos ruso y futuro monje de la Iglesia Ortodoxa– pero
resultaba lógico. Había que desarmar al vampirismo como demonología y además en las épocas de
conversión de muchos vampiros la religión regía sus vidas cotidianas: era inescapable. Pero ¿y el
sexo, y el placer, y el pecado? ¿Se estaba convirtiendo Anne en una santurrona? Parecía aislada y
tan sola en su casa del desierto, una fea imitación de una villa italiana. Y de repente, en 2010, Anne
Rice publicó en su página de Facebook que así como había intentando furiosamente volver al
catolicismo, ahora lo dejaba de inmediato. “Es simplemente imposible para mi pertenecer a este
grupo hostil e infame. Apoyo el matrimonio gay y el aborto. Lo intenté durante diez años. Fracasé.
Soy una outsider.” Sin embargo, siguió adelante con la adaptación al cine de la primera de sus
novelas crísticas, que trata sobre la niñez de Jesús. Poco después de anunciar esta producción se
definió creyente y hasta cristiana pero totalmente distante de cualquier religión organizada y
anunció que prefería ser denominada “humanista secular”. Y entonces, después de diez años de
silencio, volvieron los vampiros. Lestat reinicia En entrevistas recientes, Anne Rice definió a su
nuevo libro El príncipe Lestat como un reboot. Y se trata precisamente de eso, una puesta al día de
su mundo vampírico y su mitología. Llega al mismo tiempo que los estudios Universal volvieron a
comprarle la franquicia –y que se rumorea una nueva película dirigida por Josh Boone (el de Bajo una
misma estrella) llamada sencillamente Lestat–. En la novela recién publicada hay un mundo digital,
una revolución en las comunicaciones que debe ser reconocida y manejada por los vampiros si
quieren mantener el secreto, condición central para su supervivencia. Hay tanta ficción de vampiros
que la gente no cree que existen y eso protege a los vampiros reales que, por supuesto, son los de
Rice. Hay, de vuelta, la tendencia a escribir biografías de vampiros sobre una trama leve: se
introducen muchos nuevos personajes, lo que augura más libros en este renacimiento. Hay un
mundo ampliado y los vampiros no están solamente en Estados Unidos y Europa. Ahora viven en
Brasil, en Japón y en Indonesia; hay vampiros indios y negros y beduinos. El gran conflicto de El
príncipe Lestat –más allá de el retorno de la mitología y algunos sorprendentes recovecos de la
trama– es la falta de comunicación y la violencia entre vampiros ancianos, los de miles o cientos de
años, y los jóvenes o neófitos. Ni se entienden ni se quieren. Estos chicos vampiros con IPhones les
resultan insoportables a los nobles elitistas que fueron convertidos por druidas, que ahora son
millonarios e indiferentes. Hay algunos de los viejos que tienen confianza en el progreso y en el
futuro, pero no tienen el don del liderazgo ni el deseo de gobierno. Y, sobre todo, no pueden
establecer la empatía necesaria, el carisma que hace falta para unir a las generaciones en una sola
tribu. Lestat sí puede. El es el vampiro que fue estrella de rock. El no habla en parrafadas. El no tiene
gran interés por la religión. Es rico, pero tiene debilidad por los vagabundos y los pobres. Y aunque a
veces se retuerce con dilemas sobre la vida eterna, en general disfruta de vivir para siempre. Le
parece un Don. Es claro lo que Anne Rice quiere hacer: un puente entre aquella primera Entrevista
con el vampiro de los ’70 y los adolescentes que creen que el vampirisimo empezó en Crepúsculo: la
convivencia de jóvenes y viejos. Es una novela violenta, pero no lúgubre; romántica pero sin los
excesos de algunos de sus textos que van demasiado lejos con el homenaje anacrónico a Ann
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Radcliffe; diversa y políticamente correcta pero también honesta y a veces un poco gratamente
ingenua –Anne Rice no es irónica, aunque no le falta humor. Y también El príncipe Lestat es una
manera de reconocer la total vigencia del vampiro: en los últimos años, Jim Jarmusch recreó su
propia historia de amor y rock en la hermosa película Only Lovers Left Alive(2013) con su pareja de
amantes vampiros en Detroit; el sueco John Ajvide Lindqvist le dio un sacudón al género con Déjame
entrar (2004), una novela de vampiros niños que habla de abuso infantil, del derrumbe del estado de
bienestar en Suecia y le pone una inesperada bomba al sueño de paz social escandinavo; el año
pasado, la directora iraní-estadounidense Ana-Lily Amirpour introdujo a la primera vampira feminista
en A Girl Walks Home Alone at Night, con esa chica en su burka negra que no perdona a
maltratadores de mujeres. El monstruo se sigue reinventando: es un romántico rocker que ve el fin
de la ciudad que fue la cuna de un capitalismo optimista; es el niño que camina sobre la nieve y es
amado por un pedófilo; es la chica que mata a un traficante golpeador. Sus encarnaciones lo hacen
cada vez más fuerte. Hay lugar para todos: para los sureños perdedores de True Blood, tan trágicos
como cómicos, y para los adolescentes pacatos que quieren alimentarse de sangre de animales.
Pero sobre todos ellos reina Anne Rice. Porque ella los hizo posibles.
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