Regalos que paga el planeta

Transcripción

Regalos que paga el planeta
Regalos que paga el planeta
¿Debe envolverse un perfume con 7 capas de embalaje? El sentido común dice no
n Los envoltorios superfluos,
diseñados como un inacabable
soporte publicitario, o los
envases de materiales mixtos
complican la separación en
origen y el reciclaje
ANTONIO CERRILLO
BARCELONA. – El volumen de residuos
municipales no para de crecer, catapultado
por el imparable aumento de envases de un
solo uso, envoltorios cada vez más aparatosos
en todas las mercancías y una proliferación
de bolsas de plástico en la compra, entre otros
desechos. La llegada de las intensas jornadas
de compra en Navidad dispara el volumen de
envoltorios y embalajes, y es el momento en
que se evidencia más la falta de planes e iniciativas de las administraciones, los comercios y la industria para prevenir su generación. El reciclaje, por mucho esfuerzo que haga el ciudadano, queda cojo si el problema no
se ataca también en su raíz. La ley de Envases
(1997) preveía reducir un 10% los envases (en
peso) en el 2001, pero no se ha cumplido.
La proliferación de envoltorios es la apoteosis de la desmesura en Navidad. El verbo envolver se ha colado en el diccionario de las
emociones a través de la publicidad. Y el embalaje superfluo transforma los regalos en un
abrir sin parar de cajas chinas.
Las comidas aparecen envueltas en las omnipresentes bandejas de porexpán; los lotes
de Navidad (con sus colonias, sus latas de melocotón en almíbar y el jamón) van trufados
de paja plástica de color –que parece igualmente apetitosa– y hasta los vinos más modestos y dudosos se embalan en cajas de
madera, como si fueran cofres de Borgoña,
aunque pronto se quedan reducidos a una masa de astillas, puntas de hierro y cintas de
plástico cortante. El colmo es la proliferación
de envoltorios superfluos diseñados como
soporte publicitario o los envases con materiales mixtos (cartón y plásticos pegados,
por ejemplo), que complican la separación en
origen.
Un ejemplo contundente. En el embalaje
de un perfume de marca de sólo 25 o 33 centilitros podemos encontrar siete u ocho capas
que lo envuelven: alrededor de la botella se
coloca la horma de cartón para proteger el vidrio, y encima se pone la caja. Luego, el paquete se rodea de una fina capa de celofán y
posteriormente se pega la etiqueta con el logo
del perfumista para dar el toque de distin-
ción. Naturalmente, el comprador pedirá que
se lo envuelvan porque el objeto es para regalo (como si no estuviera ya suficientemente
envuelto), de forma que la caja será rematada
con un espectacular papel de fantasía, lazo incluido. Y, naturalmente, para no llevarlo en
la mano, nos darán la bolsa con la imagen corporativa del comercio o el establecimiento.
Al final, una minúscula botellita de perfume,
cuyo contenido cabría en una cucharada sopera o una jeringuilla, se convierte en un monumento a la basura. Una vez hecho el regalo, la
casa se irá llenando de plásticos y papeles, hasta que, una vez desentrañado el paquete, aparecerá la entrañable botellita con su figurita
de diseño para decorar el Romy. Pero la ma-
Hasta el vino de calidad dudosa
se vende en insostenibles cajas de
madera como si fuera Borgoña
yor parte del paquete acabará en los diferentes cubos de desechos.
Alguien podría replicar que el perfume es
inocente, que sólo se compra una vez al año y
que hay objetos de consumo cotidiano que
nos regalan más residuos. Que, en definitiva,
deshacer los envoltorios es un viaje a la ilusión. Pero otros, por el contrario, echan en falta las soluciones sobrias, los frascos a granel,
las fragancias individualizadas y los aromas a
elegir. Lo mismo podría decirse para otros
muchos otros artículos de consumo, ya sea
CD, ropa interior o joyas. “Todo lo que ocupe
poco espacio y sea valioso va envuelto en mil
capas”, sintetiza José Luis Gallego, un divulgador ambiental atento a la proliferación de
envases que nunca pierde la pista al reciclaje
correcto de cada material.
Frecuentemente, en el regalo de empresa,
tiene más valor el continente que el contenido. Y al final llega a casa una mezcla de envases, espuma y desechos prematuros con forma de confeti. Así, regalar sale barato; lo paga
el planeta. El coste real va a cargo del destinatario del regalo (que tendrá una ingente tarea
para seleccionar correctamente el material para reciclar) o la propia sociedad, pues el residuo hay que transportarlo, tratarlo, tal vez reciclarlo o verterlo.
“Se debería imponer una tasa a los envoltorios de regalo de Navidad”, dice José Luis Gallego, convencido de que hay que poner coto a
tanto exceso.
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