El silencio
Transcripción
El silencio
a estar, así, lleno de la presencia de la Trinidad divina, y captamos a Cristo resucitado viniendo a nosotros con detalles de esposo enamorado; él mentalidad nueva organiza para su esposa, la Iglesia, la gran fiesta eucarística del banquete de bodas de su Reino. El silencio y la soledad son, entonces, más ricos y plenos que nunca, porque resuena majestuoso el aleluya de tantos hombres y mujeres que, haciendo camino por la historia, dan testimonio ante el mundo de la presencia del Resucitado; son aquellos siervos del Evangelio a los que Jesús envía: «Id, pues, a los cruces de los caminos e invitad a las bodas a todos los que encontréis» (Mt 22,9). Xavier Estopà El silencio Seminario del Pueblo de Dios C. Calàbria, 12 - 08015 Barcelona Tel. 93 301 14 16 [email protected] www.spdd.org Ilustración: María Cardoso El silencio, 2012 [email protected] Dep. Legal: B-42123-1983 Pensamientos 109 - agosto de 2012 El silencio Es conveniente que sepamos escuchar y esperar bajo la tumba silenciosa; se trata de un sepulcro vacío, pero lleno de la presencia de la Trinidad divina. Se escucha la Palabra de Dios en el silencio de la propia pobreza y en la contemplación amorosa del Señor resucitado. Un signo de que acogemos la voluntad de Dios es poner en práctica la intención del mensaje divino revelado en las Sagradas Escrituras. ¡Jesús ha resucitado, aleluya, aleluya! Y en él todos nosotros. Y lo disfrutamos en el silencio del amor. Cuando Dios le llamó y le invitó a dejar su tierra y su clan, «Abrán se fue, tal como el Señor le había dicho» (Gn 12,4 a). La auténtica escucha, pues, se identifica con la experiencia de la obediencia, significa comprender la intención del que habla y realizarla al momento. En la vida de fe no debería haber división entre anuncio y vida, porque es la misma Palabra la que realiza, en nosotros, lo que contiene: «Así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí infecunda. Realizará lo que yo quería, cumplirá la misión que yo le había confiado» (Is 55,11). Naturalmente, hay que contar con la libertad del hombre. La Palabra es eficaz en sí misma, pero, para que dé fruto en nosotros, es necesario que tomemos la decisión libre de acogerla y serle dóciles. María nos enseña a hacer la voluntad de Dios abriéndonos de par en par y de una manera responsable y libre a sus propuestas. Porque, un signo de que acogemos fundador del Seminario del Pueblo de Dios la voluntad de Dios es poner en práctica la intención del mensaje divino revelado en las Sagradas Escrituras. Esta apertura a la Palabra pide, por tanto, escucha atenta y silencio GLOSA contemplativo; saber permanecer en este «sepulcro vacío», lugar de En la vida cristiana hay una dimensión contemplativa que supone encuentro entre nuestra nada y el TODO de Dios. Se escucha la Palabra el olvido de uno mismo y la apertura a la voluntad de Dios. María nos de Dios en el silencio de la propia pobreza y en la contemplación amorosa muestra esta contemplación a través de su «fiat» o sí –amén!– a Dios (cf. del Señor resucitado. Lc 1,38); ella está, así, plenamente disponible en los planes del Señor. A menudo vivimos inmersos en medio del ruido de informaciones Se trata de escuchar y esperar bajo la tumba silenciosa, sabiendo perma- interminables y de diálogos abrumadores que nos alejan del silencio necer en la pasividad de nuestras inquietudes y al mismo tiempo atentos contemplativo, sin el cual no entendemos el lenguaje de Dios. Por ello, a lo que Dios quiera realizar en nuestras vidas. La quietud, el silencio y el silencio interior nos predispone a acoger a Dios y al hermano, con sa- la escucha cristianas van siempre acompañadas de la expectativa hacia biduría y elegancia, haciendo posible que el «tú» se exprese en nosotros el movimiento, la voz y la Palabra del Señor. Se trata de realidades que, y pueda, así, moldear toda nuestra existencia en el amor. en la vida del creyente, no deberían separarse nunca, sino, al contrario, darse siempre juntas. En este silencio de amor todos nuestros deseos se ven saciados, porque tocamos a Dios en la humanidad de Jesús. El sepulcro vacío pasa