FORMACIÓN LITURGICA PARA GRUPOS PARROQUIALES
Transcripción
FORMACIÓN LITURGICA PARA GRUPOS PARROQUIALES
TEMA 11: ¿QUÉ SENTIDO TIENE LA LITURGIA SI EL VERDADERO CULTO ESTÁ EN LA VIDA? (Rom 12,1) (II) En el tema anterior hemos visto cómo la primitiva comunidad acogía en su práctica celebraciones sencillas y a la vez ejercía la caridad como distintivo de una liturgia que abarca toda la vida. Pero podemos hacernos otra pregunta que nos lleva por los mismos caminos y que sigue siendo actual: ¿Es posible una existencia cristiana cultual sin una celebración litúrgica que actualice la presencia del misterio de Cristo, su comunión vital con los fieles y el don inefable del Espíritu? Quizá entre nosotros la haríamos de una forma más sencilla: ¿se puede ser cristiano sin Eucaristía? La respuesta hay que buscarla en la novedad cultual que supone la persona de Cristo. Pero no nos perdamos en este punto: la existencia cultual de Jesús y la vida cultual de los cristianos tiene que existir un nexo absolutamente necesario: la liturgia cristiana. La necesaria mediación del culto de la Iglesia. El punto de arranque: una cristología litúrgica. El fundamento hay que buscarlo en Jesús, mirar su dimensión religiosa, su relación con el Padre en favor de los hombres. Se trata de captar el sentido litúrgico de la cristología. El sentido litúrgico de su vida. Hay un autor que nos ha dejado un texto como el siguiente que nos puede ayudar en el tema: "Jesús no dio su vida en una celebración litúrgica; fue fiel a Dios y a los hombres en un conflicto aparentemente secular, teñido de religiosidad, dando así la propia vida por los suyos en una convergencia de circunstancias temporales. El Calvario no es una liturgia religiosa sino un pedazo de la vida de Jesús, vivida por El como culto. Aquí está nuestra redención. No hemos sido redimidos por un servicio especial de culto litúrgico sino por un acto de la vida humana de Jesús situado históricamente y temporalmente" (E. Schillebeeckx). La impresión que nos deja es la siguiente: el culto nuevo no es una ceremonia ritual sino la existencia temporal vivida de cara a Dios y a los hombres por Jesús. En obediencia al Padre y por amor a sus hermanos. Y Jesús mismo vive y asume su propia pasión como una "liturgia" definitiva y única. Por eso la comunidad cristiana interpreta el momento culminante de Jesús con categorías de sacrificio y sacerdocio, de pascua y expiación. Se trata de una "ritualización" de la existencia de Jesús anticipada por El mismo en los gestos sencillos de la última cena y la institución de la Eucaristía. La cruz y la cena son, en el fondo, el mismo acontecimiento: la cena anticipa ritualmente el acontecimiento de la cruz. Es la misma entrega, la misma Persona. Precisamente allí se "funda" la necesaria mediación para que los cristianos celebren, actualizándola, su pasión salvadora, memorial de la pascua nueva y definitiva hasta que Él vuelva. El Misterio Pascual de Cristo (su pasión, muerte y resurrección) acontecen en cada celebración bajo la mediación de la Iglesia. Quedan diseñadas las dimensiones propias de la liturgia. El amor del Padre y su comunicación a los hombres -dimensión descendente- y la respuesta religiosa de Jesús al Padre en toda su existencia -dimensión ascendente-. En Jesús, Dios se revela. Jesús, adorador supremo del Padre. Por Cristo, con ël y en Él… Desde esta perspectiva, es evidente que lo que funda una posible liturgia no es un rito sino una existencia; no es un mito, sino una persona. Y lo esencial es la memoria de esa vida y de esa persona, la comunión con ella y la imitación de sus actitudes. Volvemos a encontrarnos con la clave: Jesucristo. Si la liturgia manifiesta a Cristo, revelador del Padre, el cristiano no puede prescindir de la Eucaristía si quiere ser coherente con su seguimiento. No se puede andar el camino sin el pan de la Eucaristía. Entonces hay una continuidad: la dimensión cultual de la vida cristiana. El culto a Dios en el NT no ocupa un sector de la existencia sino toda ella; no se ejercita con ritos especiales sino con el mismo vivir; no requiere actividades peculiares sino la inventiva y la dedicación propias del interés mutuo. Sería un error de miopía exegética y teológica excluir de la amplitud cultual de la vida cristiana los actos específicos con los que la comunidad primitiva "celebraba" el misterio de Cristo en la fracción del pan y en las oraciones. Cuando por recuperar el sentido cultual de toda la vida cristiana se rechaza el valor de las celebraciones litúrgicas (Eucaristía, sacramentos, oración litúrgica…) se es tan absurdo como cuando se quiere encerrar lo litúrgico cristiano en los límites exclusivos de lo ritual-cultual. Si Cristo es el Camino nos hemos de sentar con Él a la Mesa y asistir a los hermanos necesitados que Él atiende… y esto no es para nada una contradicción. La necesaria mediación: la liturgia de la comunidad cristiana. La carta a los Hebreos no sólo subraya que la vida de Jesús es el culto nuevo, sino también el culto único, la mediación universal y necesaria. No hay posibilidad de una comunión vital con Cristo fuera de la ritualización de su memoria en la comunidad cristiana, es decir, sin participación al misterio de Cristo en la liturgia de la Iglesia. Es la perspectiva de la teología litúrgica del Vat. II, SC 5-7. Veamos el siguiente texto (SC, 6): Asimismo, cuantas veces comen la cena del Señor, proclaman su Muerte hasta que vuelva. Por eso, el día mismo de Pentecostés, en que la Iglesia se manifestó al mundo "los que recibieron la palabra de Pedro "fueron bautizados. Y con perseverancia escuchaban la enseñanza de los Apóstoles, se reunían en la fracción del pan y en la oración, alabando a Dios, gozando de la estima general del pueblo" (Act., 2,14-47). Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo "cuanto a él se refieren en toda la Escritura" (Lc., 24,27), celebrando la Eucaristía, en la cual "se hace de nuevo presentes la victoria y el triunfo de su Muerte", y dando gracias al mismo tiempo " a Dios por el don inefable" (2 Cor., 9,15) en Cristo Jesús, "para alabar su gloria" (Ef., 1,12), por la fuerza del Espíritu Santo. Por tanto, si hemos entendido bien el tema, la conexión entre cristología y liturgia es necesaria. Equivale a decir que no podemos entender la liturgia cristiana sin centrar en Cristo nuestra comprensión: anotamos algunas consecuencias derivadas de este tema y que son muy válidas para nuestra pastoral. • Es imposible ser seguidor de Cristo sin ser un "iniciado", partícipe de su misterio, movido por el Espíritu. Nuestra pastoral litúrgica debe tener como sustrato la experiencia de encuentro con Cristo si quiere ser más real. Muchas veces nuestras celebraciones son aburridas (dicen!) porque en el fondo no ocurre nada, se es mudo espectador. • La comunidad de los discípulos, entre otras cosas, debe ser comunidad de experiencia, comunidad celebrante. Es decir, la tendencia debe ser hacia la participación en la vida de Cristo. Habrá más participación cuanto más se conozca a Cristo y no se asista a nuestras celebraciones como auténticos extranjeros. • "No hubo celebración de los cristianos que no remitiera al Jesús de la historia confesado como Señor. No hubo reconocimiento de Cristo que no desembocase en la invocación" (O. González de Cardedal). ¿No será que hay un déficit en nuestro seguimiento del Señor y eso no lo puede “suplir” la sola celebración? ¿Cuáles son las consecuencias del encuentro con Señor en la celebración para mi vida? ¿Existe una espiritualidad litúrgica que nos ayude a todos a una más profunda vivencia sacramental, oracional? La ruptura entre la cristología y la liturgia ha llevado a dicotomías evidentes, rupturas a veces difíciles de conciliar: profetismo/culto, fe/sacramento, sagrado/profano... a veces llevados a extremos de confrontación ideológica que no han hecho bien a nuestra vivencia eclesial. Antes el peligro era recluir lo litúrgico en la celebración ritual; hoy la pretensión del seguimiento ético de Jesús lo ha dejado sin confesión de su gloria, sin alabanza. De las celebraciones “tan sagradas” a las celebraciones sólo experimentadas y comprometidas, a veces, al uso de la comunidad. El Concilio Vat. II ha querido corregir esto y en nuestras manos está recuperar lo más genuino y esencial de la liturgia cristiana. Con razón, pues, se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdotes y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia. (SC, 7) Como vemos, hemos integrados tres datos fundamentales y que hemos de tener en cuneta: la vida de Jesús, la vida de los cristianos y liturgia eclesial-. Esta es la novedad y originalidad del culto cristiano y de la existencia de los discípulos de Jesús. Hoy, como siempre, el criterio fundamental de toda celebración litúrgica es Cristo. Toda desviación de esta línea esencial por abuso de ritualismo o por instrumentalización del signo que sea, es una reducción de la liturgia cristiana al servicio de nuestros propios intereses. Y eso ya no responde a lo que la liturgia de la Iglesia es.