p. antonio carmaníu y mercader (1860-1936)

Transcripción

p. antonio carmaníu y mercader (1860-1936)
P. ANTONIO CARMANÍU Y MERCADER
(1860-1936)
Datos familiares
Antonio, hijo de Manuel y Teresa, nace en Rialp (Lérida), el 17 de abril de 1860, año de
la segunda guerra carlista en España. Al día siguiente del nacimiento era bautizado en
la iglesia parroquial del pueblo. Al sacramento del bautismo y a los compromisos
derivados de éste se referirá más tarde, en las clases de teología moral y en las
predicaciones misionales, para sostener que la conducta del cristiano, así como los
compromisos de la vida comunitaria y religiosa, han de fundamentarse en la
consagración a Dios por el bautismo, sacramento que abre la puerta de la Iglesia a todos
los regenerados con el agua y el Espíritu.
Antonio crecía rebosante de salud y demostraba ser un niño de gran agudeza e
inteligencia humana; sus ocurrencias infantiles sorprendían a los mayores, dejándoles
en ocasiones admirados de sus preguntas y respuestas, algo así como dice el
evangelista Lucas del Niño Jesús en medio de los doctores: “Todos los que le oían,
estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas”. No era fácil encontrar en
Rialp niños tan avispados como Antonio. Según los vecinos de la comarca, era tan listo
que veía crecer la hierba, y se preguntaban qué sería de mayor.
De carrera brillante
Con doce años, en 1872, ingresa en el Seminario Diocesano de Seo de Urgel (Lérida),
donde cursa con nota sobresaliente las asignaturas de humanidades y filosofía.
Excelente estudiante, deja fama en el dominio de la Dialéctica, de la que había dado ya
sobradas señales, siendo jovencito.
Su decisión de entrar en el Seminario Diocesano obedecía a su sola y única voluntad
de ser sacerdote. La entrada en el Seminario era, por otra parte, en aquel tiempo una
salida barata y segura para desarrollar las dotes intelectuales.
Su primera intención de ser sacerdote diocesano fue trasmutada por la de ser misionero
paúl, al cumplir los diecinueve años de edad y siete de seminarista diocesano. Atraído
por la dedicación a las misiones de los PP. Paúles, pide ser admitido en la Congregación
fundada por San Vicente de Paúl, en enero de 1879. Desde hacía tiempo tenía
conocimiento de la labor misionera que los PP. Paúles desarrollaban desde Barbastro.
Tal vez se enterara, siendo joven, que fue en Barbastro donde los hijos de San Vicente
de Paúl fueron llamados por primera vez «Paúles» en España. Hechas las debidas
gestiones para ser admitido en la Congregación de San Vicente de Paúl, ingresaba en
el Seminario Interno de los PP. Paúles, sito en el barrio de Chamberí, Madrid, el 22 de
febrero de 1979. Leyendo a San Vicente de Paúl, aprende que «los sabios y humildes
son el tesoro de la Compañía, lo mismo que los buenos y piadosos doctores son el mejor
tesoro de la Iglesia». El dicho de San Vicente le pareció apropiado a su ideal misionero.
Como se acostumbra en esta Congregación, agotado el tiempo de dos años de prueba
y de discernimiento vocacional, pronuncia los votos el 23 de febrero de 1881 ante el
Visitador P. Mariano Joaquín Maller (1866-1892), y comienza los estudios de la Sagrada
Teología Dogmática y Moral, su campo preferido.
La emisión de votos, junto con la vivencia de las virtudes que constituyen el espíritu de
los misioneros será su segundo Evangelio. Dotado de un temperamento fuerte e
impositivo, con tendencia a ser severo y exigente, dirá de sí mismo que necesitaba
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revestirse de mansedumbre y humildad, virtudes que Jesús evangelizador practicó y
enseñó a sus discípulos, para tratar con toda clase de personas y, en particular, con los
pobres a quienes debía evangelizar, con palabras y obras. La experiencia le enseñará,
con el tiempo, que poco o nada se consigue con los pobres y torpes de inteligencia, sin
paciencia, mansedumbre y afabilidad.
Su competencia teológico-moral, a la par que su madurez humana, quedaban
demostradas por el nombramiento interino, siendo todavía estudiante diácono, de
profesor de Teología Moral, nombramiento que acreditaba, por otra parte, la confianza
que los superiores habían depositado en él. Desempeñó el cometido de profesor con
sus condiscípulos, no más de unos meses, hasta que fue nombrado el profesor titular.
La claridad y prudencia, el respeto, el tesón y el trabajo en las exposiciones escolares y
misioneras serán las cualidades que más destaquen y admiren en él quienes lleguen a
conocerle y tratarle. Pronto entendió que sobre la sabiduría de las ciencias eclesiásticas
está la sabiduría que proviene del trato e intimidad con Dios y que se requiere ser asiduo
a la oración para penetrar más a fondo en el designio divino, que es revelado a los
sencillos, de modo particular.
Siempre ocupado en ministerios pastorales hasta que cayó enfermo
Ungido sacerdote en 1885, poco antes de la muerte del rey Alfonso XII y el mismo año
en que San Vicente de Paúl fuese declarado Patrono Universal de Caridad por el Papa
León XIII, es enviado a la Casa Misión de Palma de Mallorca, donde se dedica
incansablemente a la predicación de las misiones. En Mallorca se convierte en el gran
paladín y propagandista de las misiones populares. De su palabra clara, penetrante y
rica en doctrina son testigos sobre todo los sacerdotes y el pueblo sencillo que tuvieron
la dicha de escuchar de sus labios el Evangelio: los sacerdotes, siguiendo sus
conferencias en tiempo de Ejercicios Espirituales, y el pueblo, saboreando las
explicaciones doctrinales y morales que recibía durante la misiones populares. Jesús
evangelizador de los pobres será siempre el Camino, la Verdad y la Vida que ilustren
sus enseñanzas y le sirvan de guía.
La misma tarea le ocupará en Barcelona, desde 1902. A las misiones y predicaciones
ordinarias añadía tandas y más tandas de Ejercicios a los sacerdotes y a las Hijas de la
Caridad. “Se le consideraba como una autoridad para dar ejercicios espirituales a los
sacerdotes y ordenandos. El año 1927 aún perduraba la costumbre de enviar a los
Ordenandos para el sacerdocio a nuestra casa de Barcelona”, de ahí que le dedicaran
a él, preferentemente, para este ministerio.
Estando destinado en Barcelona en 1902, llegó el momento de la división de la Provincia
de la C.M española en dos: Barcelona y Madrid. Como era de esperar, él decide
pertenecer a la de Barcelona, de la que será piedra fundamental en el edificio de la
nueva Provincia Canónica. Políticamente, concurría la subida al trono de España del rey
Alfonso XIII, tras la muerte prematura de su predecesor Alfonso XII (25 de noviembre
de 1885) y la regencia de María Cristiana de Absburgo (1885-1902).
La fundación en Rialp, su pueblo natal, en 1904, de una Casa-Colegio de la C.M. le llenó
de ilusión; a ella irá destinado por largo tiempo, 1909-1927, tras haber pasado antes por
Figueras y Bellpuig. En torno a los años 1902-1915, el P. Carmaníu daba retiros
espirituales a las Hijas de la Caridad de Barbastro. Es probable que, dentro de los
mismos años, Josemaría Escrivá se acercara al P. Carmaníu para recibir el sacramento
de la penitencia. Es sabido que la iluminación que recibiera el sacerdote barbastrense
sobre la Obra fue el 2 de octubre de 1928, fiesta de las Ángeles Custodios, haciendo
Ejercicios Espirituales en la Casa Central de los PP. Paúles, de Madrid. La devoción a
la Virgen Milagrosa de la familia Escrivá de Balaguer venía desde Barbastro.
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La formación de los jóvenes le atraía al P. Carmaníu, ofreciéndoles su sabiduría y
experiencia de vida. Era exigente con ellos; todos los días le veían abrir las puertas del
colegio a las 5,30 de la madrugada. No satisfecho con la dedicación a los jóvenes,
introdujo en las familias del pueblo la “Visita Domiciliaria de la Virgen Milagrosa”. El
establecimiento en Rialp de la Visita Domiciliaria fue uno de los primeros en España,
tras haber sido aprobada por el Papa Pío X la Asociación de la Medalla Milagrosa, el 8
de julio 1909, y su implantación en España a partir de 1913.
El amor que el P. Carmaníu profesaba a la Virgen María, bajo el título de Milagrosa, le
convirtió en su gran propagandista, al igual que lo fuera de las misiones populares en
Mallorca. Su paso por Rialp será recordado como el gran fomentador de la devoción a
Nuestra Señora, la Madre de Dios y Madre nuestra. Bajo la dirección del P. Carmaníu,
los fieles acudían entusiasmados a María Milagrosa, invocando su protección
confiadamente. A Riap volverá, por segunda vez, en 1928 para ejercer el cargo de
superior, siendo Visitador de la Provincia de Barcelona el P. Eugenio Comellas. La
fundación de la Casa de Rialp durará hasta 1939, pues la merma de misioneros, tras la
guerra civil española, hacía muy difícil el sostenimiento de una comunidad en el pueblo
leridano, por más tiempo.
Tanta actividad apostólica le pasó factura, propinándole hasta el fin de la vida dolores
continuos de estómago y de cabeza e insomnios que no le remediaban los auxilios
aconsejados por los médicos; ni los cambios de aire ni de dieta lograron que recuperara
la salud perdida. No por eso suspendió su tarea misionera ni pidió curas extraordinarias.
En silencio y con resignación cristiana soportaba los sufrimientos que, en ocasiones,
mermaban fuerza y emoción a su palabra y, por supuesto, le obligaban a recortar su
actividad apostólica.
En busca de refugio ante el peligro revolucionario
Basta seguir los últimos pasos del P. Carmaníu, anciano de setenta y seis años, gastado
por la enfermedad, para asegurarnos del dolor profundo que le acompañó durante los
meses postreros de su vida. Declarada la revolución marxista en julio de 1936, el P.
Carmaníu residía en la Casa Central de Barcelona, calle Provenza, 212. En la tarde del
19 de julio, al igual que los demás sacerdotes y hermanos, dejó la Casa Central,
buscando un refugio en la capital. Al salir, como lo hicieron también otros sacerdotes,
se llevó consigo una caja llena de formas consagradas, que fue consumiendo poco a
poco, con el fin de evitar una segura profanación del Cuerpo de Cristo.
El P. Carmaníu se refugió primero en la misma capital de Barcelona, en dos casas
distintas, hasta que encontró lugar seguro en su pueblo natal. Pero antes de ausentarse
de la capital condal quiso presentarse al Superior de la Casa Central, refugiado también
en un domicilio particular, para pedirle permiso en materia de pobreza y escapar lejos
del peligro, a una casa de Francia, permisos que revelan la delicadeza de conciencia
con que vivía dentro de la Congregación y deseaba seguir practicando hasta el final de
la vida.
Gracias a un salvoconducto que le proporcionó el Comandante de la Guardia Civil de
Barcelona, llegó a Riap al finalizar el mes de julio, ocultándose en la casa que le vio
nacer. Pero contra su parecer, tampoco esta mansión le ofrecía seguridad, ya que le
resultaba imposible disimular por largo tiempo su presencia en el pueblo. Todos sabían
que allí vivía oculto; aunque le respetaban, estaban al acecho de sus entradas y salidas.
Un día le llamaron del Comité Rojo para prestar unas declaraciones, hecho que
interpretó como presagio de una sentencia de muerte. Le dejaron en libertad vigilada,
pero prohibiéndole severamente que saliera del pueblo. Sin embargo hizo caso omiso
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de la prohibición, y una noche, entre las once y las doce, se escapó del pueblo, pese a
sus 76 años, encomendándose a Dios y a los santos de su particular devoción. “Me
marcho, dijo. La Madre de Dios me guiará”. Le buscaron como perros sabuesos por el
río y la montaña, para darle inmediatamente muerte, pero no encontraron rastro de sus
huellas.
De escondite en escondite llegó a Estahón (Lérida), donde pasó unas horas en la casa
de un familiar. Acompañado por éste y a veces apoyándose en su brazo, comenzó a
escalar montaña arriba, con dirección de la frontera de Francia, para refugiarse en
alguna Casa de la Congregación, tal vez en Toulouse. Al encontrarle casualmente los
milicianos, sospecharon de él, le pidieron el salvoconducto, le detuvieron y, sin más, le
encarcelaron en el Comité Rojo del pueblo de Estahón, donde estuvo preso el resto del
día 16 de agosto y parte del 17.
“No os dejéis engañar y conservad vuestra fe”
A partir de ahora comienza la última y más dolorosa estación de su vida, que le
conducirá a la muerte, rodando de pueblo en pueblo. En los locales de las Escuelas de
Estahón le habían atormentado, golpeándole la cabeza con la culata del fusil, al tiempo
que proferían contra él las más groseras injurias. Le sacaron de las Escuelas y le
condujeron a diversas paradas, al cual más vergonzosas. En una de ellas logró reunir a
parte de su familia y les advirtió ante las noticias falsas y manipuladas que corrían en
su alrededor: “Sé que sois buenos cristianos, pero os recomiendo que no os dejéis
engañar y conservéis vuestra fe”. Poco antes, a miembros de la F.A.I. que le pidieron
un sermón, después de la comida, les dijo en tono profético: “Ya sé que me mataréis.
Pero lo mismo que me hacéis a mí, os tocará a vosotros, pero de dos en dos o de cuatro
en cuatro”. Habló con tal unción y convicción, que uno de la F.A.I. no pudo contenerse
y exclamó: “¡Este hombre dice la verdad!”.
En otra parada, que nos trae a la memoria la pasión del Señor, le sujetaron de pies y
manos, queriéndole obligar brutalmente a beber vino drogado en un cáliz. Los
anarquistas habían despojado antes una iglesia de todos los cálices, copones y
ornamentos sagrados. Ante la mofa de hacerle beber el cáliz, él lo rehusó, pero su
actitud contraria a las indicaciones y órdenes de aquellos blasfemos le valió unos duros
bastonazos y torturas.
“¡Viva Cristo Rey, ya podéis tirar!”
Poco menos que ebrios, los marxistas bajaron a Ribera de Cardós, en plena llanura, y
se encaminaron a la fonda del pueblo, para repetir la escena grotesca celebrada en una
de las paradas de Estahón. Le pusieron delante un caldero lleno de vino, mientras le
decían: “Bebe, que es el último día”, y le dirigían provocaciones relativas a mujeres y
monjas, mofándose de su persona y del ministerio sacerdotal. En Ribera de Cardós
hicieron entrega del Siervo de Dios a los comunistas -anarquistas- procedentes de la
F.A.I de Tremp (Lérida), que le hicieron subir con ellos a una camioneta y le condujeron
al pueblo cercano de Llavorsí (Lérida). A dos o tres kilómetros de Llavorsí le bajaron a
empujones los mismos jueces y verdugos que habían hecho antes de escalera para que
subiera a la camioneta.
Eran las diez u once de la noche del 17 de agosto de 1936. Tras haberle sometido a
vejatorios y lacerantes tormentos, los milicianos sentaron al ajusticiado encima de un
malecón y le enfocaron con los reflectores de la camioneta, para acertar en los disparos.
Le ordenaron que se pusiera de espaldas a ellos y de cara a la corriente del río Noguera
Pallaresa, a lo que no accedió el Siervo de Dios, respondiéndoles que moriría de cara.
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Mientras aquellos mandados por la Federación Anarquista Ibérica gritaban «Viva el
Comunismo», él, extenuado de fuerzas, se esforzaba en confesar su fe cuajada de
amor: “Os perdono. ¡Viva Cristo Rey, ya podéis tirar!”.
Al oír semejante apología del perdón evangélico, insoportable a los oídos de los
enemigos de la fe, dispararon sus fusiles, y el mártir cayó desplomado, a la vez que
exhalaba entre dientes: “¡Viva Cristo Rey!”. Sobre su cadáver echaron arena y cascajo,
que una riada del Noguera se lo llevó por delante, sin dejar rastro de su cuerpo.
Desde el mismo momento de la muerte, quedó confirmada, entre los que le conocieron,
la fama de santidad y martirio de este sabio y humilde misionero, gloria de la Iglesia y
de la Misión; nunca había hecho ostentación de sus dotes y cualidades intelectuales,
sino que por fidelidad a Cristo evangelizador de los pobres, perseveró sencillo hasta
derramar su sangre por amor a quien le había elegido y hecho ministro suyo. Según
testigos de cuantos le conocieron, “este sentimiento se muestra espontáneo”, al igual
que “murió mártir de Cristo y de la fe, y esta creencia va en crecimiento”.
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