1 Canción de cuna para un ángel Corretean por el cementerio

Transcripción

1 Canción de cuna para un ángel Corretean por el cementerio
Canción de cuna para un ángel
Levantate Juana
y encendé la vela
y mirá quien anda
por las escaleras.
Son los angelitos
que andan de carrera
despertando al niño
para ir a la escuela...
(canción de cuna)
Corretean por el cementerio, entre las tumbas, y espían aquellas en las
que el paso del tiempo fue dejando a la vista despojos de muerte: restos de
pelos, jirones de mortaja, flores secas o podridas en floreros sucios. Más no
saben porque la valentía no da para tanto y salen corriendo. Es uno de los
juegos preferidos que ella comparte con sus hermanos más grandes cuando su
madre los lleva de visita. A veces, cuando ha habido un entierro reciente, roban
las flores nuevas de las coronas y las ponen en esas tumbas abandonadas y
despintadas en las que el olvido brota junto con los yuyos que las invaden.
–Pobre muerto –dicen. –Nadie lo visita. Vamos a darle una alegría. -Y lo
llenan de gladiolos, calas, rosas y ramitas de helecho.
Y nuevamente corren, y se empujan y se ríen con risas que rasgan el
manto de soledad y tristeza que envuelve el cementerio. Los hermanos se
alejan. Hay veces que le hacen esto como broma. Corren más rápido que ella
dejándola sola, desorientada, pero antes de que se asuste demasiado,
aparecen y todos se ríen nuevamente. Pero ahora los ve alejarse y perderse
detrás de la última fila de álamos.
Las cruces y las lápidas la superan en altura. Recorre los caminos entre
las tumbas como si transitara por un laberinto. Se cansa de correr, sus
hermanos ya hace rato que no se ven. Está sola. Empieza a tener miedo
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cuando escucha, lejano, un canto. Es una canción de cuna que ella conoce. Se
deja guiar por esa voz que canta hasta llegar a una tumba blanca donde una
mujer de ojos tristes acomoda un ramo de rosas tan pálidas como sus manos.
Su carita se ilumina. -Mamá, acá estoy. -Pero su mamá no la oye, tampoco la
ve; sigue acomodando las flores sobre el mármol frío y, acariciando la foto de la
niña que hay en la lápida, continúa cantando.
La canción la envuelve. Ya no tiene miedo. Una lágrima que no moja le
recorre la cara. Se recuesta en el regazo de su madre, que sin verla la acuna, y
sueña que juega con sus hermanos en el cementerio.
Moira
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