11 - longoni, ana espaniol
Transcripción
11 - longoni, ana espaniol
Descentrados Ana Longoni * ¿Es la modernidad nuestra modernidad? Encarar desde esa arista la pregunta que nos convoca nos exige partir de repensar el vínculo entre centro-periferia desde parámetros muy diferentes a los de irradiación o difusión hacia los márgenes de tendencias artísticas internacionales emergentes. Más allá de que es innegable que en los campos artísticos latinoamericanos repercutieron más tarde o más temprano (en los ‘60, con inédita inmediatez) tendencias vanguardistas emergentes en Europa o Estados Unidos, muchos artistas y movimientos alcanzaron un desarrollo propio y singular, en medio de condiciones diferentes de producción, circulación y recepción de las obras, de otro estado de conformación de los sujetos y de la estructura del campo, de otras formas de relación con el poder político y económico. Para explicarlo no sirven las lecturas que entienden la relación del arte producido en distintos puntos de América Latina con la escena internacional como la recepción tardía, sometida y deslucida de las tendencias en boga en los centros del arte. Tampoco alcanza para explicar esas simultaneidades la tan frecuentada metáfora de la “puesta al día”. Los intentos por repensar ese vínculo desde nuevas perspectivas son varios y llevan décadas. Por ejemplo, considerar las condiciones alteradas de la “modernidad periférica” en Buenos Aires entre 1920-30 entendiéndola como “cultura de mezcla” entre tradición y cosmopolitismo.1 O redefinir el vínculo centro/ periferia desde una “perspectiva polivalente”, ya no en tanto relación de difusión sino de conflicto.2 Sin caer en una posición relativista, que se limite a remarcar lo diferente, el mejor recurso a la hora de contextualizar determinada experiencia es historizar con precisión las conexiones entre fenómenos artísticos y extraartísticos en la complejidad y especificidad de cada situación particular. 1 En esos términos formula el vínculo Beatriz Sarlo, Una modernidad periférica, Buenos Aires 1920-1930, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988. 2 Carlo Ginzburg y Enrico Castelnuovo, “Centro e periferia”, en: VVAA, Storia dell’arte italiana, I Parte, Torino, Einaudi, 1979, pp. 283-352. Podría arriesgarse, sin dejar de tener en cuenta la indiscutible obviedad de que las condiciones materiales de producción son sin duda abismalmente desiguales en París, Nueva York, Lima, Singapur, Beirut o Zagreb, que cualquier lectura en términos de centro/ periferia corre el riesgo de colocar las producciones realizadas en el margen en términos de retraso, pobreza, lejanía o exotismo. Cabe considerar, en cambio, la existencia de un clima de época en común, que excede la circulación unidireccional de información y da lugar a procesos de experimentación artística comparables en distintos puntos del globo. Esto se constata en la aparición de producciones (e ideas) que fluyen en formas no subordinadas a cánones metropolitanos, como en el caso de los inicios simultáneos del conceptualismo en –por ejemplo– Argentina y Estados Unidos. Es bien conocido el aporte de la vanguardia brasileña a la hora de definir su relación con la cultura del centro, a partir de la metáfora de la antropofagia, que no sólo implica la apropiación de la cultura moderna producida en el centro sino también una forma de reposicionarse activamente respecto de ese centro, en un “ritual caníbal para las relaciones culturales internacionales”. La imagen del canibalismo cultural se deshace del lastre de imitar lo producido en la metrópoli, y alude a devorar la información nueva y provocar con ella un proceso de “digestión cultural” capaz de asimilar y hacer propio el producto ingerido. “Nunca fuimos catequizados. Lo que hicimos fue un carnaval”, afirmaba en 1924 Oswald de Andrade. Cuando en 1928 lanza el “Manifiesto Antropofágico”, postula un movimiento artístico que se reconoce descendiente de las vanguardias europeas, y a la vez pretende redescubrir o fundar un nuevo Brasil. La antropofagia fue asumida y popularizada décadas más tarde por el Tropicalismo, el movimiento de música popular brasileña nacido en los ’60 que mixturó ritmos populares y experimentalismo. Como afirma Caetano Veloso, uno de los voceros indiscutibles de este movimiento: “Estábamos comiéndonos a los Beatles y a Jimi Hendrix. (...) La antropofagia, vista en sus términos precisos, en un modo de radicalizar la exigencia de identidad, no de esquivarla”. Este movimiento contracultural no sólo discutió con las formas artísticas legitimadas y comerciales, sino también con las convenciones del llamado “arte político” y del nacionalismo cultural. Reivindicó para sí una radical dimensión política transformadora, como queda en evidencia en este fragmento de la “Declaración de principios básicos de la vanguardia”, firmado por los artistas Antonio Dias, Lygia Clark, Lygia Pape y Helio Oiticica (Río de Janeiro, 1967): “un arte de vanguardia no puede vincularse a determinado país: ocurre en cualquier lugar, mediante la movilización de los medios disponibles, con el propósito de alterar, o de contribuir a que se alteren, las condiciones de pasividad o de estancamiento”. Propongo llamar descentradas a estas condiciones particulares de producción y circulación. Con el término descentrado aludo a aquello que está desplazado del centro (aquello habitualmente considerado “periferia”) sino también a un centro que ya no se reconoce como tal, extrañado, desconcertado, que está fuera de su eje. Raymond Williams, en Políticas del Modernismo,3 llama a analizar las vanguardias con algo de su propia ajenidad y distancia, despegándose de las cómodas y hoy internacionalmente adaptadas formas de su incorporación y naturalización. Esto es: observar la metrópoli desde un adentro que está afuera (los desposeídos interiores, el mundo pobre que siempre fue periférico a los sistemas metropolitanos). Concluye: “Hay que poner en tela de juicio un nivel: la interpretación metropolitana de sus propios procesos como universales”. Justamente, el desafío (y la provocación) que intento proponer a la discusión radica en invertir el flujo habitual del vínculo centro/ periferia (rastrear las repercusiones del centro en la periferia) para pasar a pensar el movimiento inverso: indagar en qué tiene el mismo centro de periférico o de descentrado. Volver significativa, por ejemplo, la condición de emigrados (viajeros itinerantes, desertores, refugiados, exiliados) de gran parte de los integrantes de los movimientos históricos de vanguardia (el dadaísmo en Zurich, el surrealismo en París, etc.). ¿Por qué no volver significativo también el viaje a París (o a Nueva York) de los artistas latinoamericanos o de la Europa pobre (del sur, del este) no sólo por lo que llevan de regreso a sus lugares de origen, lo que “difunden en la periferia”, 3 Raymond Williams, Políticas del modernismo, Buenos Aires, Manantial, 1997. sino por lo que aportan a la hora de definir el carácter extrañado del lenguaje y de la percepción de las transformaciones metropolitanas? Así, nuestra modernidad (fallida) es la modernidad (negada). Es lo que nosotros hemos hecho con/ de ella. Sus dos caras no están distantes sino enfrentadas a diario: quizá sigan siendo los alucinados proyectos de las vanguardias los responsables de enrostrárnoslo todavía hoy. * Ana Longoni es Doctora en Artes (UBA), escritora, docente e investigadora. Entre sus publicaciones figuran los libros De los poetas malditos al videoclip (Cántaro, 1998) , Del Di Tella a Tucumán Arde (El cielo por asalto, 2000) y el estudio preliminar al volumen de Oscar Masotta, Revolución en el arte (Edhasa, 2004).