Desde el inicio del presente año litúrgico, el espacio formativo de La

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Desde el inicio del presente año litúrgico, el espacio formativo de La
LA LITURGIA, ESPACIO DE GLORIFICACIÓN EN LA SANTIFICACIÓN.
Desde el inicio del presente año litúrgico, el espacio
formativo de La Misa de Cada Día ha estado consagrado a la
reflexión en torno a la naturaleza de la litugia, según la
entiende el Concilio Vaticano II. Hemos tomado conciencia
de que la celebración litúrgica no puede ser vista sólo como
un conjunto de normas y ritos. Es esencialmente un espacio
de encuentro y vinculación con el Dios que nos da la
salvación.
En este sentido, es particularmente clara la afirmación
del numeral sétimo de la Constitución sobre la sagrada liturgia
“Sacrosanctum Concilium”; donde hablando de la celebración
litúrgica, se dice que… « […] en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente
glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su esposa
amadísima, que invoca al Señor y por Él rinde culto al Padre Eterno »1.
Es lo que algunos estudiosos de la liturgia suelen llamar dimensión
“descendente” y “ascendente”. La primera de ellas, llamada también
“santificante”, alude al hecho de que la liturgia es un espacio donde el hombre es
transformado por la gracia de Dios. La segunda, llamada también glorificante, nos
hace entender que la liturgia es un acto de culto a Dios.
El problema estaría en entender que esas dos dimensiones corresponden a
momentos distintos de la celebración, creyendo que hay ritos para santificar al
hombre y otros para glorificar a Dios. O incluso creer, como a veces se dice, que en
la liturgia primero somos santificados para luego glorificar a Dios.
Pensar las cosas de esa manera sería una lectura muy superficial con la que se
estaría ignorando la línea reflexiva general del documento conciliar sobre la
celebración litúrgica. Pues la Constitución sobre la sagrada liturgia “Sacrosanctum
Concilium”, en el numeral quinto, nos da otra perspectiva de interpretación al
mostrar que la santificación del hombre y la glorificación de Dios son dos actos
realizados por Jesucristo.
En consecuencia, no se les puede ver como momentos diferentes, ni siquiera
debemos pensarlos bajo el esquema de causa y efecto. Cualquiera de esas dos
interpretaciones se apartaría de la verdadera perspectiva conciliar.
Para comprender correctamente la afirmación del Concilio, debemos
entender que Dios manifiesta su gloria principalmente con el perdón y la
misericordia2; dos elementos que deben ser entendidos como “acciones” que
santifican y restauran al ser humano3. De tal forma que la liturgia da gloria a Dios
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, “Constitución sobre la sagrada liturgia ‘Sacrosanctum Concilium’” n° 7:
Concilio Ecuménico Vaticano II. Constituciones, decretos y declaraciones. Edición bilingüe promovida por la Conferencia
Episcopal Española, p. 219.
2 Cf. “Oración colecta” del “Domingo XXVI del Tiempo Ordinario”: Misal Romano, p. 389.
3 Cf. “Oración colecta” del “Jueves de la II Semana de Cuaresma”: Misal Romano, p. 204.
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cuando santifica al hombre, porque permite que se manifieste y reconozca la
grandeza de Aquel que nos puede dar la salvación, tal y como lo había entendido
ya el mismo san Ireneo de Lyon en aquella frase extraordinaria que preserva la
liturgia: « […] la gloria de Dios consiste en que el hombre viva »4.
El aspecto santificante y el glorificante son dos dimensiones esenciales de
todo momento litúrgico; es imposible que se dé uno sin el otro. Pues, para que la
liturgia sea un verdadero acto de glorificación a Dios, debe ser un espacio donde el
ser humano sea integralmente liberado, un espacio donde las personas reciban el
perdón de sus pecados y la fuerza para levantarse de sus postraciones y seguir
construyendo el proyecto maravilloso para el cual Dios los ha llamado.
Glorificar a Dios en la liturgia no es simplemente entonarle cantos hermosos
y bien afinados, no se logra solamente colocando flores y luces que embellezcan el
templo, no se alcanza con emplear incienso o con seguir escrupulosamente los
ritos, desarrollándolos con el más refinado sentido estético. Y no es que esos
elementos carezcan de importancia; pues en su justo lugar y proporción pueden
contribuir a que la liturgia cumpla con su cometido (como lo veremos en
publicaciones futuras). Pero lo que hace que la liturgia sea un verdadero acto de
glorificación a Dios es que ella se esmere por ser un espacio donde el ser humano
sea valorado e integralmente promovido; o, para decirlo con lenguaje más clásico,
un espacio en donde se busque la santificación del hombre, en razón de lo cual se
justifica todo lo demás.
Por eso, tampoco corremos el riesgo de convertir la celebración en un
espacio de puro subjetivismo, donde el objetivo fundamental esté en hacer que “la
gente se sienta bien”, como a veces se puede pensar. Pues cuando lo que realmente
buscamos es el crecimiento o santificación de las personas, entenderemos que no
siempre podrá buscarse la plena satisfacción de todos los gustos, sino aquello que
de verdad sea provechoso en el proceso de desarrollo integral de cada ser humano.
El silencio, por ejemplo, es algo con lo que no todos se sienten a gusto, pues
el ritmo acelerado y bullicioso de nuestra sociedad nos ha enseñado a huir de
aquellos espacios en los que nos vemos confrontados a nuestra propia realidad. Sin
embargo los espacios de silencio son esenciales, tanto
para que el ser humano viva de forma equilibrada, como
para que se desarrolle, integrando las diversas
dimensiones de su vida de cara a Dios. Por eso, una
celebración litúrgica no dará culto a Dios suprimiendo los
espacios de silencio para que “la gente se sienta cómoda”.
Si realmente quiere ser un acto de glorificación al Señor,
la liturgia tendrá que ir introduciendo a las personas en el
arte de guardar silencio para escuchar a Dios, lo cual
puede no resultarles inicialmente tan agradable.
En síntesis, la liturgia no puede reducirse a su
IRENEO DE LYON, “Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías”: Liturgia de las horas según el Rito
Romano, tomo III: Tiempo Ordinario. Semanas I-XVII, p. 1505.
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esplendor ritual; para que dé auténtico culto al Padre, debe ser un espacio de
valoración y crecimiento del hombre en orden a su encuentro con Dios; lo cual no
siempre pasará por el camino de lo placentero, sino por el sendero de lo
constructivo.
¿No tendríamos, entonces, que revisar un poco la forma en la que estamos
planeando y desarrollando nuestras celebraciones litúrgicas?

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