Por Eduardo Mackenzie 24 de junio de 2016 Los idiotas útiles que

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Por Eduardo Mackenzie 24 de junio de 2016 Los idiotas útiles que
Por Eduardo Mackenzie
24 de junio de 2016
Los idiotas útiles que ayudan a las Farc y a Santos nunca habían sido tan idiotas como en estos días. Han
tragado, una vez más, el cuento de que ayer Santos y la mayor banda narcoterrorista del continente han
firmado la paz en La Habana. Cuatro años de mentiras, de anuncios falsos, de desmentidos, de
escamoteos y amenazas, no les ha bastado. No han aprendido nada esos señores. Ellos no ven,
absolutamente, la capitulación cobarde de Santos ante la violencia en nombre de “la paz”.
Uno de los principales idiotas útiles de Santos, el líder socialista Felipe González, publicó en un diario
madrileño un texto donde exclama: “Mi alegría es inmensa”. ¿Por qué? Porque “por fin se acaba, dice
él, el conflicto más antiguo de América Latina”.
La perspicacia del ex mandatario español está al nivel de sus tobillos. Es evidente que lo que firmaron
ayer será funesto para la paz y la prosperidad de Colombia. En La Habana no se pactó paz alguna. Pese
al bombo desplegado por Santos y la dictadura castrista, y a la ayuda de las crédulas agencias de prensa,
el acto de ayer no fue más que un trato entre compinches y a espaldas de la nación colombiana.
Fue un pacto para paralizar aún más las fuerzas de defensa de Colombia y para dotar de legitimidad a las
huestes criminales que dirige Timochenko. No podía culminar de otra manera el ciclo abierto por Santos
con sus amenazas descaradas de una guerra urbana, y por supuesto rural --pues lo uno no va sin lo otro-, y de aumentos espoliadores de impuestos. Lo pactado ayer es tan grave para Colombia que él tenía
que ablandar previamente a la opinión pública con amenazas insoportables.
“Hemos puesto un punto final al conflicto armado con las Farc”, dijo el presidente Juan Manuel Santos.
Eso es anticiparse mucho. Es abusar de la credulidad ajena.
El papel firmado ayer, según cuenta la prensa, consta de tres puntos: “Cese al fuego y de hostilidades
bilateral y definitivo y dejación de armas”, “garantías de seguridad y lucha contra las organizaciones
criminales (...) que amenacen la implementación de los acuerdos y la construcción de la paz” y
“refrendación”.
Lo que pactaron ayer fue, en primer lugar, la creación de unas extrañas unidades armadas integradas
por miembros del Ejército y las Farc. Esas unidades armadas combinadas (fuerza pública y Farc), estarán
encargadas del “monitoreo y verificación del fin del conflicto” y harán esa labor con la ayuda de un
“componente internacional con observadores no armados de la ONU”. Las Farc quedan, así pues,
gracias a una frase que puede pasar desapercibida, investidas de un carácter nuevo: de “socio del
Estado”, como muy bien lo definió el ex presidente y senador Álvaro Uribe.
Algo nunca visto en ninguna parte del mundo, si se tiene en cuenta que uno de los componentes de esa
nueva fuerza combinada es un cuerpo depredador no arrepentido. Las Farc son un movimiento armado
subversivo (es decir que pretende destruir el régimen político actual, objetivo al que no ha renunciado, a
pesar de las negociaciones de paz) diseñado para atacar a la fuerza pública y a los civiles, para traficar
con drogas, que no renuncia a tener niños-soldados, que usa escudos humanos y que dispone de la
ayuda material y política de tres o más países bajo dictaduras comunistas. Con ese socio criminal Santos
pretende fundir una parte de la fuerza pública colombiana en un nuevo organismo oficial armado y
tratará de empujar a su antojo, con ese nuevo organismo armado, todo lo que tiene que ver con su circo
de la paz.
Ese “monitoreo y verificación” del fin del conflicto, a cargo de una nueva unidad armada estrafalaria
(fuerza pública y las Farc), será altamente parcial. El grupo de “observadores no armados de la ONU” no
dará garantía alguna de neutralidad, pues él será organizado, nada menos, que por gente de la Celac
(Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), un organismo donde Cuba manda, hace y
deshace. La Celac fue creada por la diplomacia cubana y venezolana en 2010 para aislar a los Estados
Unidos del continente y destruir la idea del panamericanismo. Es un organismo donde los que llevan la
voz cantante son los cubanos. Los demás países siguen como borregos. Luego el llamado “componente
de la ONU” serán tropas variopintas bajo la dirección de Cuba. En otras palabras: Santos deja en manos
de Raúl Castro el monitoreo y verificación del fin del conflicto en Colombia.
Pactaron, además, la creación de 23 repúblicas independientes o territorios “liberados”, llamados en ese
papel “zonas de concentración”, donde las huestes farianas estarán armadas y sin control alguno
respecto del poder central colombiano. El papel dice que esas veredas, y los 8 campamentos, quedarán
“sin civiles ni miembros de la Fuerza Pública”. Tal innovación deshace la soberanía nacional y la unidad
territorial de Colombia. La única línea que habla de guerrilleros “sin armas y en civil” concierne
únicamente una etapa ulterior, lejana, sin fecha, la de la “reintegración a la vida civil” de esos
guerrilleros. Mientras tanto, los guerrilleros de las Farc seguirán armados y en zonas protegidas.
Sobre el punto crucial del desarme de las Farc, hicieron, de nuevo, un pacto hechizo: en lugar de entrega
de armas siguieron con el cuento de la “dejación de armas”, y aún en eso hubo un aplazamiento.
Prometen elaborar “una hoja de ruta” que comenzaría a dar las recetas de esa “dejación” solo seis
meses más tarde, luego de que Santos y las Farc hayan firmado el papel de “acuerdo final”. Luego,
durante seis meses, por lo menos, tras la firma de la paz, las Farc seguirán siendo un partido armado,
trabajando dentro de organismos del Estado, incluido el ministerio de Defensa. En esos 180 días,
decenas de activistas de las Farc podrán recorrer el país, muy bien protegidos por ellos mismos y por la
policía nacional, para llevar su propaganda totalitaria a las ciudades.
Un punto no menos peligroso para la República, pero que pone directamente ante riesgos enormes a la
sociedad civil y a la oposición al santismo, es el que habla de la “lucha contra las organizaciones
criminales (...) que amenacen la implementación de los acuerdos y la construcción de la paz y la
refrendación”. Según lo de ayer, esa lucha será adelantada, óigase bien, por el nuevo engendro militar
(fuerza pública y Farc). En otros términos, las Farc adquirieron, por la firma del 23 de junio en La
Habana, que el santismo aplaude como un paso “definitivo” hacia la paz, la posibilidad de reprimir física
y judicialmente a la oposición parlamentaria, a los críticos del falso proceso de paz, a los patriotas que
luchan por la destitución de Santos, por traición, a los que escriben y hablan contra la entrega del país a
las Farc. No se crea que el nuevo engendro militar combinado será para ir a combatir a las Bacrin, o a los
otros residuos armados y narcotraficantes.
Las Farc desde el comienzo le temen más a los opositores civiles de la línea Santos que a las Bacrim. Por
eso han hecho atentados sangrientos contra ellos y por eso los encarcelan, amenazan, insultan y hasta
los llaman “criminales”. Las Farc estiman que ellos “amenazan la implementación de los acuerdos y la
construcción de la paz”. El nuevo organismo represivo pactado en Cuba tendrá toda la latitud para exigir
que la oposición sea reprimida, censurada, encarcelada y hasta abatida por estar “amenazando la
implementación de los acuerdos y la construcción de la paz”. La recogida de firmas que está llevando a
cabo el Centro Democrático es, para el Farc-santismo, una amenaza. ¿Quién protegerá ahora a tales
activistas?
Empeñado en galopar solo y desconociendo los llamados de atención del pueblo colombiano, Santos
firmó todo eso, muy consciente de las consecuencias, y anuncia que los “diálogos de paz” podrían
concluir el 20 de julio próximo. Sin embargo, Timochenko no ve las cosas así y reitera que ese asunto
tomará más tiempo, pues él tiene en su bolsillo todavía otras exigencias que no han sido acordadas en
estos “cuatro años de debate” y otras venganzas por ejecutar.
Lo ocurrido ayer en La Habana dará más argumentos a quienes impulsan la campaña de firmas contra
las concesiones a las Farc, para quienes están dispuestos a votar NO en un eventual plebiscito, para
quienes saldrán a las calles en nuevas manifestaciones contra la entrega del país, para quienes
respaldan la demanda de destitución de Juan Manuel Santos por traición a la Patria, formulada ante la
Cámara de Representantes por tres eminentes personalidades conservadoras --Enrique Gómez
Hurtado, Mariano Ospina Hernández e Ignacio Valencia López--. La resistencia civil contra la patraña
santista está más vigente de nunca.
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