JEAN BAUDRILLARD (1929) La dislocación del sentido Susana
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JEAN BAUDRILLARD (1929) La dislocación del sentido Susana
JEAN BAUDRILLARD (1929) La dislocación del sentido Susana Barbosa 1 Para Jean Baudrillard (Reims, 1929) el aprendizaje del idioma alemán desde niño le permitió traducir a Brecht, a Weiss, y leer a Nietzsche, Heidegger, Hölderlin, todo lo cual fue sedimento de uno de sus caminos de formación, el del pensamiento alemán. Cuando defiende su doctorado en Sociología en Nanterre, la Universidad era sede de la revuelta estudiantil de mayo de 1968. Le sistème des objets fue la sugerente tesis dirigida por Henry Lefebvre, cuya vigencia procede de la vasta investigación que la sustenta, tanto como de la pormenorizada discusión de una serie de argumentos de los modelos epistémicos del estructuralismo y del freudismo. La formación y el punto de partida de la propuesta de Baudrillard son atípicos; al camino formativo previamente señalado se agregan otras dos líneas: una interna y próxima, que es de la filosofía francesa -Sartre, Barthes, Lyotard- y de la sociología francesa – Durkheim, Mauss- y otra de autorrevisión del marxismo y del estructuralismo. Baudrillard tiene una vasta producción encasillable inestablemente, ya que no es propiamente sociológica pero tampoco espécificamente filosófica; a ello se suma el hecho que sus teorías permanecen alerta a los resultados de disciplinas particulares como la antropología, la semiología y el psicoanálisis. Profesor de Sociología en la Universidad de París, Baudrillard responde, cuando la guerra de Argelia, al modelo de lo que Sartre denominó escritor comprometido. Su fase postmarxista puede delinearse en la década del setenta cuando asume un gesto de incredulidad y escepticismo metafísico, y postula el fin de lo político y el fin de lo social. En esta fase modela también su lógica de la simulación, modelación para la cual toma como punto de partida el estudio del mundo de los signos; es en este momento que advierte el frenesí explicacionista como gesto pregnante en las ciencias sociales y una certeza a priori acerca de la legitimidad del esquema de la racionalidad. Entre 1986 y 1990 se desempeña en la dirección científica de la Recherche sur l'Innovation Sociale de la Universidad Daphine. En el año 2001 es contratado por el European Graduate School de Suiza como profesor de Filosofía de la Cultura y los Medios para dictar seminarios intensivos de verano. En textos más recientes, Baudrillard asume un discurso que parece oscilar pendularmente entre lo imaginario y lo real, y solazarse en los juegos del lenguaje, y más aún, detenerse en el goce de una escritura singular, que se expresa en lo dicho pero no agota el decir, singularidad que incentiva la mutua potenciación del lenguaje y su contenido eventual2. El pensamiento de Baudrillard acepta una división en tres grandes etapas, pero las preocupaciones que formula en los textos de la última década aparecen tempranamente en forma germinal; una primera etapa entonces comienza con El Investigadora de CONICET. Profesora Adjunta Regular en Universidad Nacional del Sur. Publicado en M. Fernández (compiladora) Lecturas sobre pensadores sociales contemporáneos, Del Signo, Buenos Aires, 2006; pp.85-105 (ISBN 978-987-1074-43-3). 2 Jean Baudrillard estuvo varias veces en Argentina invitado por la Escuela de Pensamiento Contemporáneo, cofundada por Luis Jalfen, Sergio Cecchetto, Alejandra Tortorelli, Enrique Valiente Noailles y Miguel Gómez. La Escuela funcionó dirigida por Luis Jalfen en Buenos Aires entre 1985 y1988, y por Sergio Cecchetto en Mar del Plata entre 1989 y1991. Jean Baudrillard integró el Consejo Asesor Internacional de la Escuela de Pensamiento Contemporáneo junto con Kostas Axelos, Theodore Roszak, Fernando Savater y Gianni Vattimo. En dos oportunidades pude escuchar e interactuar con Baudrillard en la casa de la calle Thames. Para la elaboración de esta presentación he tenido especialmente en cuenta sus entrevistas con Sergio Cecchetto (“Entredichos: Jean Baudrillard”, Revista Relaciones N°107, abril de 1993, Montevideo) y con Enrique Valiente Noailles (Los exiliados del diálogo Ilusión y realidad. Actualidad y Destino de la especie, Sudamericana, Buenos Aires, 2006), ambos filósofos cofundadores de la memorable Escuela de Pensamiento Contemporáneo, escuela que implicó, antes que nada, la empresa de una experiencia inigualable de educación filosófica informal. 1 sistema de los objetos (1968), una segunda con De la Seducción (1981), finalmente Cool Memories (1987 y 1990) abre el tercer período. Durante la primera etapa Baudrillard se propone un objetivo cuya crítica apunta a dos niveles, el de los objetos, a los que intenta recuperar allende su modo de ser como útiles, y el del consumo, en el que reconoce al esquema moral que modela la sociedad actual3. En Crítica de la economía política del signo se detiene en una relectura de las fuentes del marxismo, tarea que le permite renovar aspectos de la economía política. La producción, categoría central del pensamiento del Marx maduro (Contribución a la Crítica de la Economía Política), en la interpretación de Baudrillard ya no está a la base de la estructura. Tampoco genera bienes de intercambio ni de consumo sino que produce signos; esta consideración instala un vaciamiento del contenido de la economía política. Por otro lado, los elementos marxistas superestructurales de lo social y lo político no quedan al margen de aquel vaciamiento; las masas son una especie de agujero negro que no obedece leyes, constituyen la “mayoría silenciosa” que no cree que ninguna institución social sea capaz de representarlas. Varias son las teorías donde Baudrillard utiliza conceptos y problemas afines a la caja de herramientas de los antropólogos, tal el caso de la teoría del intercambio simbólico. En El intercambio simbólico y la muerte, reconoce su deuda con Mauss, quien en Essai sur le don (1925)4 había estudiado el pattern de intercambio de bienes, servicios y personas para crear, mantener y reforzar los vínculos entre grupos. La disolución de lo simbólico es una de las características que define a las sociedades actuales –en el contexto tardocapitalista-, desaparece incluso de los suburbios de la muerte; ni en la vejez ni en la enfermedad se tiene chance de intercambio social. Son formas encamisetadas por la hegemonía de un modelo rector, como es el de la normalidad-anormalidad. En el texto que inaugura el segundo período, De la seducción5, la lectura de los fenómenos extremos de la sociedad contemporánea se realiza en clave de un esquema renovado, la teoría de la seducción. Las cosas del mundo se unen entre sí y con los hombres no por encadenamientos productivos sino seductivos. La remisión de los signos a un plano referencial de significación (objetiva) desaparece y lo simbólico como forma de intercambio social se retrae. La objetividad se pone entre comillas y entre paréntesis, se diluye. La realidad “desencantada” se opone al encantamiento de la seducción. No hay distintividad, se evapora la verdad del psicoanálisis, de la antropología, de la psicología y la sociología. ¿Qué hay en el lugar de la verdad? Hay 3 J. Habermas ha llamado la atención sobre la correspondencia entre lo moral y lo social en Durkheim, especialmente en su sociología de la religión. Cf. Habermas, J., Teoría de la Acción Comunicativa. II Crítica de la Razón Funcionalista, Taurus, Madrid, 1987. Baudrillard, como otros sociólogos franceses, acepta esta correspondencia aplicándola a la interpretación de la sociedad actual y tratando luego de subvertir su estructura. 4 La obra de Mauss influyó en Lévi-Strauss y produjo en él “emociones comparables a las que sobrevinieron a Malebranche en su primera lectura de Descartes”. Pero además es la obra cumbre de la etnología francesa ya que toma un fenómeno, el don, observable en toda sociedad, arcaica y actual, e ilustra no un hecho social sino lo que Durkheim había llamado un hecho total o típico, capaz de iluminar vastos campos de la conducta. El don instala una obligación tridimensional, dar, recibir y retribuir; éstas son acciones en sentido amplio, que incluyen factores sociales y psicológicos. El intercambio de objetos (bienes, aspectos morales, legales, económicos, servicios, personas) de un grupo a otro era la simbólica de una compleja interacción de roles y status sociales. T. Bottomore y R. Nisbet (comps.), Historia del análisis sociológico, Amorrortu, Buenos Aires, 1988: 651-ss. 5 De la Seducción (De la séduction Paris 1979), trad. E. Benarroch, Rei, Buenos Aires, 1991 2º edición. lo seductor y lo seducido. ¿Qué reemplaza a la realidad o mejor, a su principio? El principio de incertidumbre. En los textos de Baudrillard de las últimas décadas, su propuesta deja en pie la pura literalidad de los objetos y vuelve evanescente su fundamento; hay una neutralización del sentido. Cuando las cosas son liberadas de sus funciones, éstas se multiplican exponencialmente. Las cosas despojadas de sus sombras no tienen fines precisos en forma explícita (Baudrillard y V. Noailles 2006: 17). Sistema de objetos y relaciones de consumo: la manipulación de signos El hombre parece pertenecer a una especie particularmente estable si lo comparamos con la inmensa multiplicidad de objetos, con sus especies, mutaciones y reduplicaciones. La civilización es testigo de una sucesión de generaciones de productos a ritmo acelerado, de una fabricación de aparatos, y de gadgets que constituyen los objetos prácticos y técnicos que aguardan alguna clasificación. Parece ímproba esa tarea, dice Baudrillard (El sistema de los objetos: 1969), ya que los criterios de clasificación se multiplican con la multiplicación de los objetos. El estudio funcional, formal y estructural de los objetos, acorde a su evolución histórica, da como producto una suerte de saga del objeto técnico que registra los cambios de las estructuras sociales ligadas a aquella evolución, y que no responde, sin embargo, a preguntas como el grado de intensidad con que se viven los objetos, las necesidades que pueden satisfacer además de las funcionales, las estructuras mentales que se superponen con las estructuras funcionales y que incluso las contradicen, el sistema cultural (infra o transcultural) que funda su cotidianidad vivida. El propósito de Baudrillard en El sistema de los objetos (SO) es responder a estas inquietudes y constituir el punto de partida para la reconstrucción de tal sistema; los objetos no son definidos a partir de su función sino a partir de procesos por los que los individuos se relacionan con ellos, de conductas y de relaciones humanas que se generan a partir de aquellos procesos. Este sistema de objetos instaura un sistema de significados medianamente coherente y supone que existe una dimensión estructural que se ubica allende la descripción funcional, y que es la dimensión o el plano tecnológico. “Este plano tecnológico es una abstracción: somos prácticamente inconscientes, en nuestra vida ordinaria, de la realidad tecnológica de los objetos. Y, sin embargo, esta abstracción es una realidad fundamental: es la que gobierna las transformaciones radicales del ambiente” (SO: 3). Es “lo que de más concreto hay en el objeto, puesto que el proceso tecnológico es el de la evolución estructural objetiva. Lo que le ocurre al objeto en el dominio tecnológico es esencial, lo que le ocurre en el dominio de lo psicológico o lo sociológico, de las necesidades y de las prácticas, es inesencial” (ib.). Lo primero, entonces, es configurar un plano de racionalidad del objeto, o sea, de “estructuración tecnológica objetiva”. La tecnología cuenta una historia de los objetos, con sus eventuales antagonismos funcionales que pueden superarse dialécticamente en estructuras ampliadas. Las transiciones de un sistema menos integrado a otro sistema mejor integrado, las conmutaciones adentro de los sistemas estructurados, las síntesis de sucesivas unificaciones, todo ello hace posible la emergencia de un sentido, de una pertinencia objetual. Los objetos prácticos se ligan a uno o varios elementos estructurales pero todos huyen en forma permanente de la estructuralidad técnica hacia el sistema cultural, que tiene significados secundarios. Nos movemos en una cotidianidad en cuyo ambiente tratamos con un sistema abstracto, ya que la multiplicidad de objetos, en general, está aislada de sus funciones hasta que la necesidad humana interviene garantizando la coexistencia (objeto-función) en un contexto funcional. Vale decir que a la multiplicidad de funciones parciales objetuales se suman otras funciones, que pueden ser indiferentes, aunque también antagónicas. Estas incoherencias no se resuelven ya que impera la tendencia a satisfacer necesidades sucesivas mediante la generación de nuevos objetos, que se suman a los demás, y cuyas funciones contravienen, ocasionalmente, las funciones del conjunto. Lo que preocupa a Baudrillard en el establecimiento de estos supuestos para la reconstrucción del sistema de los objetos es la legitimidad de una analogía entre la tecnología y la lengua. Tanto la tecnología como la lengua constituyen sistemas, pero el primero es más inestable. Hay dos niveles, uno de denotación objetiva y otro de connotación -por el que los objetos se caracterizan, comercializan y personalizan hasta ingresar al sistema cultural-, que en las condiciones del desarrollo alcanzado por la producción y el consumo, no son disociables. El sistema tecnológico presenta una revolución permanente, tiene como fin dominar al mundo aunque también posee fines más específicos, como satisfacer necesidades humanas, y depende del orden global de producción-consumo. Los monemas y fonemas de la lengua configuran un sistema estable, cuyo fin es la comunicación. Este sistema puede ser descripto científicamente mientras que el sistema tecnológico admite tal descripción sólo “cuando se lo considera, a la vez, como resultado de la interferencia continua de un sistema de prácticas sobre un sistema de técnicas. Lo que nos da cuenta y razón de lo real no son tanto las estructuras coherentes de la técnica como las modalidades de incidencia de las prácticas en las técnicas, o más exactamente, las modalidades de contención de las técnicas por las prácticas” (SO: 9). Para la analogía que se establece entre el análisis de los objetos y el de las palabras, Baudrillard se inspira en Barthes. En el campo de los objetos, podemos llamar diferencia marginal o inesencial a lo que en semiología se llama campo de dispersión, o lo que está constituido por las “variedades de ejecución de una unidad (de un fonema, por ejemplo), mientras estas variedades no traigan consigo un cambio de sentido (es decir, no pasen al rango de variedades pertinentes)” (SO: 10). Baudrillard analiza el sistema funcional en clave de estructuras de colocación y de ambiente, donde la idea de espacio funciona casi como un 'existenciario'. Los objetos se disponen en estructuras y las estructuras entran en relación con los individuos de una determinada época histórica. En el tránsito que se da de lo tradicional a lo postradicional, la tendencia a la ocupación o a la clausura espacial se diluye, y la inmovilidad jerarquizada de los objetos se descalabra. El interior burgués se configura a partir de la estructuración del mobiliario, implicando un equilibrado conjunto que es un orden moral, capaz de reflejar la relación patriarcal de tradición y autoridad. “Lo que constituye la profundidad de las casas de la infancia, la impresión que dejan en el recuerdo es evidentemente esta estructura compleja de interioridad, en la que los objetos pintan ante nuestros ojos los límites de una configuración simbólica llamada morada” (SO: 14). A medida que se dinamizan las relaciones del individuo con la familia, los objetos mutan, adquiriendo otra organización: sus repliegues y despliegues, su movilidad y conmutabilidad, son resultado de una adaptación forzada a la falta de espacio; porque, si algo caracteriza a la civilización técnica, es el constreñimiento urbano y la penuria del espacio. La desestructuración del mobiliario actual no alcanza una nueva estructuración, siendo su falta de estilo también producto de urgencias funcionales. Los muebles de serie ya no condensan simbólicamente ningún orden moral, pero precisamente por ello pueden encontrar una organización más libre. Los individuos advierten que la multifuncionalidad de los objetos refleja una mayor disponibilidad en las relaciones sociales. A nivel del objeto de serie, esta evolución funcional, es una liberación parcial, ya que implica una liberación de la función del objeto pero no del objeto. Una cama sin dosel, sin armazón y sin patas, que es como “un grado cero de la cama”, es un objeto reducido a su instrumental, secularizado y liberado de su función, con lo cual, se libera también al hombre. Vale decir que el objeto-cama ya no está forzado a la escenificación moral de los viejos muebles, se ha separado del rito y de la ideología que convertía el ambiente en el espejo de una estructura humana artificial. El objetocama es libre como objeto de función, o sea que tiene la libertad de funcionar, así como el individuo está liberado de su rol, que es ser el utilizador de ese objeto. El interior modelo era un espacio contenedor de ciertos elementos (el retrato de familia, los espejos, el reloj) y se volvía refugio presionando contra una exterioridad coercitiva; su orden se orientaba siguiendo la oposición elementos-asiento que respondían al imperativo práctico de la colocación. El interior del nuevo orden se organiza en cambio en base a relaciones de disposición y juego, donde el valor ya no es psicológico sino táctico, donde gracias a la superación del objeto-función aparece la multifuncionalidad, que permite la composición infinitamente variada de mobiliarios adaptables, por su yuxtaponibilidad y extensibilidad, a todos los gustos. Así como el orden tradicional era uno de procreación, el moderno es de producción, y ambos ejercen valores de juego, cálculo y funcionalidad. En la oposición colocación-ambiente, entonces, se funda el moderno sistema del interior, respondiendo la colocación al dictum técnico y el ambiente al dictum cultural (como el discurso publicitario), estructurando ambos una misma práctica, en cuanto son aspectos de un mismo sistema funcional. El hombre de colocación dispone el espacio como estructura de distribución, calcula las relaciones recíprocas y los roles de los objetos. No consume sus objetos sino que los domina y ordena, y se reconoce a sí mismo en “la manipulación y en el equilibrio táctico de un sistema” (SO: 26). Los objetos tienen una función práctica y otra de recipiente, reflejando una visión del mundo en la que cada ser se concibe como recipiente de interioridad, las relaciones como correlaciones trascendentes de sustancias, y la casa como equivalente simbólico del cuerpo humano. Todo esto compone un modo de vida, cuyo orden es el de la naturaleza, sustancia original de la que se desprende el valor. La forma que el hombre impone al objeto es cultura. El mundo se vive como dado y de lo que se trata, es de revelarlo y perpetuarlo. Hoy en cambio, el interior no refleja el orden de la naturaleza, no se vive como algo dado, sino como producido, manipulado, adquirido. El 'discurso de ambiente' afecta al mismo tiempo a todos los elementos que se combinan sistemáticamente, el color, la sustancia, el volumen, el espacio, y su lógica es tal en un interior que se volvió móvil, en un espacio que perdió su centro, con materiales que requieren ser más abstractos como teca en lugar de roble, porque la teca admite ensamblaje y enchapados; ya no es la madera-materia, sino madera-elemento, y tiene valor de ambiente. Todos estos materiales son diferentes entre sí pero, a la vez, encuentran homogeneidad como signos culturales y pueden integrar un sistema coherente, el sistema cultural de signos. La forma, como valor cultural agregado, se impone de tal manera que puede llegar a imperar despóticamente, dice Baudrillard. Con esta realización formal nuestra civilización técnica oculta una falta, la disolución de la relación simbólica ligada a la dinámica del trabajo, trata de compensar la irrealidad, el vacío simbólico de nuestro poder (SO: 60). ¿Qué cosa desalienta el sistema del objeto técnico? Así como el útil tradicional movilizaba el esfuerzo corporal en su concreción, reuniendo con ello parte de la inversión libidinal, el objeto técnico hace lo contrario, desmoviliza aquella concentración sublimada –asumida simbólicamente- y rechaza la impronta del trabajo. Y esto acuña una fatalidad6 en la relación del hombre con la técnica. Si la techné progresa en forma determinada con este sino, en un momento puede pasar a la mimesis para sustituir la naturaleza por un orden reificado. “Si el simulacro está tan bien hecho que se convierte en ordenador eficaz de la realidad, ¿no ocurrirá entonces, que será el hombre el que, respecto del simulacro, se convertirá en abstracción?” (SO: 63). El objeto técnico nos cuenta, en suma, un mundo sin esfuerzo, sin movilidad de energía, nos cuenta el mito funcionalista gracias al cual estamos ante una eficiencia absoluta del gesto-signo. 6 Bien que la obra de Baudrillard admite, como afirmáramos supra, una división cuyo criterio respete la fecha de publicidad de algunos textos relevantes, ya desde esta investigación temprana el autor adelanta sus tópicos axiales: simulacro, relaciones fatales, precesión de la copia. “Funcional” no es aquello que se adapta a un fin sino lo que se adapta a cierto orden o sistema, y “funcionalidad” es la competencia de sumarse a un conjunto. En el objeto esto se traduce como la posibilidad de rebasar su 'función' y de acceder a una 'función segunda', de convertirse en un elemento de combinación, juego, “de cálculo en un sistema universal de signos” (SO: 71). ¿Qué significa esto? El sistema funcional opera para que los objetos rebasen el sistema en sus tres aspectos, su función y su pulsión primarios, como también la relación simbólica entre ambos; una vez cumplido este rebasamiento, se niega, y es su negación la que agiliza el tránsito a lo cultural y a una dinámica objetiva. En el sistema meta y disfuncional Baudrillard desarrolla una analítica de objetos en su campo connotativo, con su correspondiente significado ideológico. La connotación técnica se formula con un término mecánico, “automatismo”, y tiene valor absoluto en su función particular: se la propone como modelo. Todo objeto con tecnicidad porta el simbolismo, no ya de las funciones primarias, sino de las funciones superestructurales; en este nuevo antropomorfismo el hombre proyecta “la autonomía de su conciencia, su poder de control, su individualidad propia, la idea de su persona” (SO: 128). El modelo, que integra el esquema de distribución modelo-serie para relevar el status del objeto actual, se ligaba tradicionalmente a la idea de trascendencia, era absoluto, lo que significaba que serie alguna podía desplegarse a partir de él. En el sistema contemporáneo, una gran masa de la sociedad se nutre de objetos de serie que remiten psicológicamente a los modelos de los que disfruta una minoría; y ello por la información y comunicación difundida por esos modelos que establece una circulación psicológica de objetos. “Esta corriente que atraviesa toda la sociedad, que lleva la serie hacia el modelo y que hace, continuamente, que se difunda el modelo en la serie, esa dinámica ininterrumpida es la ideología misma de nuestra sociedad” (SO: 158). Esta dinámica se enfatiza en la exigencia individual de la diferencia que, en el terreno de libertades formales y en el campo del sistema cultural, el individuo acuña como personalización7. Sin embargo, insiste Baudrillard, el esquema serie-modelo no puede concebirse como una esencia dividida o como proceso entrópico análogo al de la degradación de las formas sino a la inversa, como una “inducción continua del modelo a partir de la serie”, no de una degradación sino de una aspiración8 (SO: 163). El objeto es afectado por distintas servidumbres, entre las cuales la serie es la más grave, determinando la duración y la calidad técnica y colocando la efimeridad y la fragilidad como características singulares del objeto. Y así como el juego del progreso técnico absorbe la mortalidad objetual, el juego de la producción se esfuerza por resistirla. En la serie, en relación al modelo, se pierde la temporalidad en su dimensión real; “pertenece a una especie de sector vacío de la cotidianidad, dimensión negativa alimentada mecánicamente por la obsolescencia de los modelos. Pues sólo los modelos cambian: las series no hacen sino sucederse detrás de un modelo que perpetuamente huye hacia delante. Ésa es su verdadera irrealidad” (SO: 172). El consumo es una modalidad característica de nuestra civilización industrial; es un modo activo de relación con los objetos, con la comunidad y con el mundo, que está a la base de todo nuestro sistema cultural. Si bien el consumo, aclara Baudrillard, ha sido asociado a las prácticas materiales y se ha reducido a los alimentos, vestidos, automóviles que son el contenido visual de las imágenes y de los mensajes, el consumo no es todavía ninguno de estos elementos. Recién cuando ellos asumen una organización en una sustancia significante, estamos en condiciones de definir el consumo como: “Totalidad virtual de todos los objetos y mensajes constituidos desde 7 En la jerga publicitaria corresponde a la customización. El Baudrillard temprano es, indudablemente, insoslayable. Esta idea de precesión de la serie al modelo es nodal para la propuesta del simulacro y la hiperrealidad, propuesta presente incluso en los textos más recientes; durante casi cuatro décadas el autor pudo formular, madurar y ajustar, obsesivamente, una misma noción. 8 ahora en un discurso más o menos coherente. En cuanto que tiene un sentido, el consumo es una actividad de manipulación sistemática de signos” (SO: 224). El objeto-símbolo tradicional no es consumido; no es arbitrario, y opera como mediador de la relación real; en su sustancia lleva impresa la dinámica de esa relación. “Para volverse objeto de consumo es preciso que el objeto se vuelva signo, es decir, exterior, de alguna manera, a una relación que no hace más que significar” (SO: 224). Es arbitrario y no coherente con una relación concreta, pero adquiere sentido en una relación abstracta y sistemática con los demás objetos-signo. Este proceso por el que un objeto de consumo se convierte y adquiere un status sistemático de signos transforma también la relación humana convirtiéndola en una relación de consumo. De acuerdo con ello, queda claro que lo que se consume, en una relación de consumo, nunca es el objeto sino la relación misma, o mejor, la idea de la relación. El objeto y los ejes por los que concreta sus relaciones se organiza por el orden de la producción. El paradigma clásico de la mercancía, montado por Marx sobre la teoría del valor, parece vaciarse para dar paso a un nuevo modelo. Las necesidades, el saber, la cultura, todas las fuerzas humanas se integraban en un orden productivo para ser vendidas; contrariamente en la actualidad, las pasiones, los deseos y relaciones se abstraen en signos para su consumo. “El consumo es una práctica idealista total, sistemática, que rebasa sobradamente la relación con los objetos y la relación interindividual para extenderse a todos los registros de la historia, de la comunicación y de la cultura” (SO: 227). Si bien la cultura es algo vivo, cuando se encarna en el acero de un marco, sólo consumimos la idea de cultura que estaba presente en esa organización. El cúmulo de los signos que se desprenden del sistema de los objetos ha de personalizarse para integrar la serie de la sistemática cultural, y así son consumidos en su diferencia, nunca en su materialidad. Al ser una práctica idealista, el consumo ya no puede reducirse a una mera satisfacción ni relacionarse con el principio de realidad; su ímpetu le adviene del proyecto del objeto. “El proyecto inmediatizado en el signo transfiere su dinámica existencial a la posesión sistemática e indefinida de objetos-signo de consumo. Ésta, entonces, sólo puede rebasarse, o reiterarse continuamente para seguir siendo lo que es: una razón de vivir” (SO: 229). El fin de lo social y el fin de lo político: las masas silenciosas En el Renacimiento aparece lo político a partir de lo religioso y se ilustra con Maquiavelo como un juego de signos, como estrategia despreocupada por alguna verdad social o histórica, y en trato, contrariamente, con la ausencia de verdad; ésta fue la estrategia de los jesuitas con la ausencia de Dios. El espacio político, como el espacio perspectivo en la pintura, asume la forma de juego, no de un sistema de representación; su uso exige el virtuosismo (cínico e inmoral) de la estrategia maquiaveliana, que no está, como lo ve con miopía el lego, en el uso inescrupuloso de medios, sino en la desenvoltura frente a los fines (CyS: 124). Baudrillard reconoce que fue Nietzsche el primero en reconocer que es en el desdeño por una verdad, ya sea social, psicológica o histórica, en el ejercicio del simulacro como tal, donde se encuentra el máximo de energía y fuerza del poder, donde lo político es un juego. Desde el siglo XVIII lo político se desvía de manera decisiva, cargándose con referencias sociales, a la vez que asume su teatralización; la escena política se convierte en la de la evocación de un significado fundamental: el pueblo. Lo político operó un tránsito, el de los signos al sentido. Con el pensamiento marxista se inaugura el fin de lo político; “ahí comienza la hegemonía definitiva de lo social y de lo económico, y la conminación, para lo político, a que sea el espejo, legislativo, institucional, ejecutivo de lo social” (CyS: 125). Si bien lo social venció y redujo lo político a su grado cero, estamos en un punto de saturación, de referencia absoluta, de omnipresencia de todos los intersticios del espacio físico y mental. Lo social mismo llega también a su fin, su energía se invierte, su especificidad se indistingue, su idealidad se desvanece, todo en provecho de una configuración en la que lo político se aniquiló, y en la que, ahora, lo social mismo pierde su propio nombre, la masa, las masas (CyS: 126). Toda la confusión acerca de lo que es lo social gira alrededor de un “referente esponjoso”, de una “realidad opaca y translúcida a la vez”, de la nada que son las masas (CyS, 1993: 109)9. Las representan atravesadas por corrientes, a imagen de la materia y de los elementos naturales; pueden estar magnetizadas, y lo social puede dotarlas de electricidad estática, pero generalmente “hacen tierra o masa”, “absorben toda la energía de lo social y de lo político y la neutralizan sin retorno”. No son buenas conductoras de lo político, de lo social, del sentido. Así como las atraviesa todo, también se disuelve en ellas sin dejar rastros. No irradian sino que absorben la radiación de constelaciones periféricas como el estado, la historia, la cultura, el sentido. “Son la inercia, el poder de la inercia, el poder de lo neutro”. Las masas constituyen un fenómeno implosivo y, como tal, característico de la modernidad europea e irreductible a cualquier práctica anterior. De acuerdo con cierta representación, las masas fluctúan “entre la pasividad y la espontaneidad salvaje”; no tienen ninguna historia para escribir, tampoco deseos para alcanzar; su poder es presente, aquí y ahora, y es el de su silencio; su potencia neutralizadora asume fuerza de inercia; “figura inaceptable de la implosión… tope de todos nuestros sistemas de sentido, y contra el cual se arman todas sus resistencias, que cubre con un recrudecimiento de todas las significaciones, con una llamarada de todos los significados el hundimiento central del sentido” (CyS: 112). La masa es la “reunión en el vacío de partículas individuales, de desechos de lo social y de impulsos mediáticos: nebulosa opaca cuya densidad creciente absorbe todas las energías y todos los haces luminosos que la rodean, para finalmente derrumbarse bajo su propio peso. Agujero negro en el que lo social se precipita” (CyS: 111). Es justamente lo inverso de una acepción sociológica, porque la sociología no hace sino describir la expansión de lo social desde formulaciones positivas y definitivas, de allí que la mera hipótesis de la muerte de lo social es también la hipótesis de la muerte de la sociología. Masa es un término, no un concepto, es el leit motiv del demagogo en política. Una buena sociología trata de superar esta noción “viscosa” con categorías más específicas, como clase, estrato, relación social, lo cual es un error dice Baudrillard, porque todas estas nociones siempre fueron confusas, pero sobre ellas hemos consensuado a fin de preservar un código de análisis. La especificación del término es un contrasentido, como decir por ejemplo, “la masa de los trabajadores”; la masa no pertenece a nadie ni presenta una composición homogénea. “Sólo hacen masa los que están liberados de sus obligaciones simbólicas, rescindidos (atrapados en redes infinitas) y destinados a no ser más que la innumerable terminal de los mismos modelos, que no llegan a integrarlos y que no los producen finalmente más que como desperdicios estadísticos”. “La masa es un ser sin atributo, sin predicado, sin cualidad, sin referencia”, ésa es su indefinición radical. No se relaciona con ninguna población real, con ningún cuerpo o agregado social. Cuando se intenta calificarla se hace el esfuerzo para verterla en la sociología y arrancarla de su indistinción. Y precisamente como la masa no es nada acotado, ello vuelve imposible la circulación de algún sentido en ella y su incompetencia para sustentar algún atributo; o su falta (no puede “estar alienada”). “Masa sin habla”: “admirable conjunción de los que no tienen nada que decir y de las masas que no hablan” (CyS: 113). ”Pesada nada de todos los discursos”; simulación por precipitación de todos los referentes perdidos”. La masa en fin, es lo que queda cuando lo social se retrae, se contrae y niega. 9 “A la sombra de las mayorías silenciosas” (“A l'ombre des majorités silencieuses”) es un ensayo de 1978, publicado en español con otros ensayos en Cultura y Simulacro, Barcelona, Kairós, 1993 4° ed.: 107-168. El mejor ejemplo de que en la masa es imposible hacer circular algún sentido es el religioso. Para la masa el reino de Dios siempre estuvo en la tierra, en la “inmanencia pagana de las imágenes”, en el espectáculo que daba la iglesia de aquel reino. Las masas absorbieron la desviación del principio religioso en la práctica hechicera que tenían de la religión. El resto de los grandes esquemas de la racionalidad padecieron idéntico destino, “siguieron el hilo de su historia sobre la cresta de la capa social desalentadora del sentido y penetraron en las masas al precio de una distorsión radical (razón histórica, política, cultural, revolucionaria” (CyS: 115). Las masas ni reflejan lo social, ni reflexionan acerca de ello, contrariamente, son como un espejo donde se pulveriza lo social. ¿De qué habla Baudrillard cuando menciona las masas? “Hablo de las masas ligadas a los medios masivos de comunicación. No son masas producidas mediante el proceso técnico del trabajo (…). Aquí se trata de mass media que no es productiva (tal vez sea informativa o desinformativa). Con todo rigor debemos mantener el nombre de masa –y su connotación física- para este emergente de los medios de comunicación que no resulta del proceso histórico del trabajo. No hay que analizar ya a las masas con los criterios habituales de la dialéctica, de la contradicción y de la resolución. Es otra cosa la que está en juego: aquellas viejas masas hablaban, escuchaban, contradecían… éstas son silenciosas” (S. Cecchetto, 1993). Las masas ya no reclaman ni resisten, sólo callan. Por otro lado las masas, preocupación de la imaginación sociológica desde la muchedumbre solitaria hasta la multitud del siglo XXI, es el foco para erigir, legitimar y echar a rodar toda teoría acerca de una sociedad, un poder político, un mercado de bienes, una circulación de formas. Como las ciencias sociales dependen de la refrenda de datos para los estudios empíricos (encuestas, votos, valores, obras de arte) y éstos de las masas, las formas de su acontecer y desacontecer son ineludibles para un sociólogo como Baudrillard. Y sus masas no son semejantes a ninguna anterior; son una especie de devorador inselectivo del material de los medios de comunicación. Bien que no en un diálogo directo, la afirmación de que estamos cada vez más lejos de la transparencia, parece discutir con Vattimo. La comunicación no vino para dotar nuestra convivencia con transparencia, sino para oscurecer los procesos comunicativos, ya que la complejidad creciente de los mass-media conduce tales procesos a encrucijadas en las que se revierten sus funciones (la información desinforma). Sin embargo, el punto de interés de Baudrillard no es el par masa-medios, problema que reenviaría el planteo a Frankfurt con Horkheimer, Adorno o Marcuse, o a otras teorías de la manipulación. Dice nuestro autor que el desafío está en otra parte: “la estrategia de las masas sería repercutir la información que se les da, engullir más información y vomitar más información. Se ha partido siempre del análisis de los medios como sujetos, hay que invertir este planteo y considerarlos como objetos” (Cecchetto, 1993). Microfísica del simulacro: hiperrealidad, regla, seducción Baudrillard realiza la descriptiva de un mundo de simulacros para lo cual supone que la historia europeo occidental se ve afectada por dos impactos: el agotamiento de los procesos de producción y el cambio realizado desde la denominada revolución científico-tecnológica, que será cada vez mayor e indefinido. Hay un simulacro de segundo orden, predominante en la era anterior a la actual y que se ilustra con la bella alegoría de Borges en la que unos cartógrafos imperiales dibujan un mapa tan exhaustivo del territorio que llega a cubrirlo con exactitud, y un simulacro de primer orden, que no corresponde ya a un territorio, sino que “es la generación por los modelos de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal. El territorio ya no precede al mapa ni le sobrevive. En adelante será el mapa el que preceda al territorio” (CyS: 10)10. La precesión de los simulacros corresponde al hecho de que no hay una anterioridad ontológica del territorio al mapa; contrariamente son los restos de lo real los que yacen en nuestro desierto de lo real. No hay de hecho una intercambiabilidad entre el mapa y el territorio porque lo que se ha disuelto es, precisamente, la diferencia entre ambos, con lo que la abstracción se retrae y caduca. La diferencia generaba la poesía del mapa, el hechizo del territorio, la magia del concepto y de lo real. La simulación barre con el aspecto imaginario de la representación; desaparece la metafísica, con lo que el ser no tiene más juego de apariencias, tampoco espejo alguno que devuelva su presencia-ausencia. Lo real se produce desde memorias o matrices y es pasible de reproductibilidad indefinida, donde una combinatoria equis de modelos genera un producto que es síntesis, en un espacio que es hiperespacio sin atmósfera: lo hiperreal. Esta era postmetafísica es también una de simulación que anula los referentes de la historia de los sistemas de signos y que suplanta lo real por sus signos, que pasa por encima del álgebra combinatoria, de las lógicas bivalentes, de las correspondencias de términos entre estructuras. La idea tradicional de verdad eclosiona porque si “disimular es fingir no tener lo que se tiene” y “simular es fingir tener lo que no se tiene”, la disimulación enmascara la realidad y su principio mientras que la simulación los cuestiona, a la vez que cuestiona toda eventual distintividad y diferenciación. Lo uno remite a una presencia, lo otro a una ausencia. Simular no es fingir; por ejemplo el que finge una enfermedad puede meterse en cama para hacer creer que está enfermo, mientras el que simula una enfermedad aparenta tener algunos síntomas. Ambas, fingir o disimular, dejan intacto el principio de realidad. “La simulación vuelve a cuestionar la diferencia de lo verdadero y de lo falso, de lo real y de lo imaginario” (CyS: 12). La problemática de la simulación plantea el tema de la desaparición de la verdad, la disolución de toda referencia, la inexistencia de causa objetiva. La medicina y el ejército son los campos predilectos de la simulación, aunque también actúa en el campo de la religión, donde hace el simulacro de la divinidad. Lo que siempre se tomó por Dios ha sido en verdad su propio simulacro, de allí la furia iconoclasta. Los jesuitas fundaron su política sobre la desaparición virtual de Dios y la manipulación del mundo y la conciencia, sólo coartada para una estrategia liberada de signos; porque, lo que siempre estuvo en juego fue el poder letal de las imágenes, asesinas de su propio modelo. Existen fases sucesivas de la imagen: cuando reflejan una realidad profunda y constituyen una buena apariencia (orden sacramental), cuando enmascaran aquella realidad devolviendo una mala apariencia (orden de maleficio), cuando ocultan la ausencia de realidad generando un juego de apariencia (sortilegio) y cuando no se relaciona ya con la realidad. En este último caso estamos en el puro simulacro, en la simulación (CyS: 18). “Producción enloquecida de lo real y lo referencial, paralela y superior al enloquecimiento de la producción material: así aparece la simulación en la fase que nos concierne –una estrategia de lo real, de neo-real, y de hiperreal, doblando por doquier una estrategia de disuasión” (CyS: 19). De las estrategias banales (que eran del sujeto) se pasa a las fatales (que son las del objeto), del sistema de producción al de reproducción. La lógica de la simulación (simular es fingir lo que no se tiene) tiene tres órdenes de simulacro: el primero, cuya ley valor se rige por lo natural (el Renacimiento y la falsificación, con una producción del sentido procedente de la identificación rey-realidad), el simulacro de segundo orden cuya ley valor es el mercado (el revolucionarismo industrial cuya economía productivista se apoya en un principio de equivalencia), el simulacro de tercer orden cuya ley valor es estructural (el tardocapitalismo simulador donde las referencias y los fines se pierden y deslegitiman disolviendo lo real en hiperreal). Los 10 “La precesión de los simulacros” (“La presession des simulacres”) un ensayo de 1978 también aparecido en español en Cultura y Simulacro: 7-80. simulacros no son juegos vacíos entre signos sino relaciones sociales y su (des)vinculación con un determinado poder11. El simulacro de primer orden remite el valor a la naturaleza y al poder principesco legitimado en forma absoluta (que falsifica la representación, porque no representa al pueblo sino a sí mismo ante el pueblo). El de segundo orden remite a la prioridad de lo económico desde donde se funda un principio de equivalencia extendido y lo político se rige por la democracia como forma de representación. Mientras la astucia del sistema induce a una referencia, la producción del valor de uso, el auténtico operador del sistema es su contrario, el valor de cambio; la “verdad” de estas instancias se da en una preeminencia del “trabajo muerto”. Con el desarrollo de la técnica se genera el apriorismo del trabajo muerto. Para Baudrillard es éste el momento de mayor ensombrecimiento respecto de la ilusión de referencias (creer que están o que existen, cuando en su lugar hay vacío). El trabajo y el pueblo, en la medida en que operan como fundamentos de lo económico y lo político, encubren en verdad, la solidez morfogenética del sistema que progresivamente crea signos en forma indefinida y pseudoequivalencias, ambos propicios para la concreción de simulacros. El capitalismo tardío actual o simulacro de tercer orden descalabra lo anterior. Ya no produce, reproduce. Ya no busca legitimación, se desentiende de ella. No le interesa el planteo de sus fines, los ignora. Es un sistema de autorreferencia cuyos signos responden “al código” del sistema. Es el valor radicalizado. “Todos los signos se intercambian en lo sucesivo entre sí sin cambiarse por algo real… A condición de no cambiarse por algo real”.12 El sistema triunfa. En la medida en que hace referencia a equivalencias (como centro irradiador de obligatorieridad de ley) pero esas equivalencias ya no son operativas. La hiperrealidad pudo tragar la realidad gracias al código de la estructura autónoma del sistema. Predominan la indiferencia, el desentendimiento, lo indefinido, la indeterminación (respecto de fines, fuentes legitimatorias, fundamentos). Para ahondar la comprensión de este planteo ha de partirse de la identificación de lo real con lo racional, no à la Hegel sino à la Marx-Nietzsche (Kroker). La realidad y la razón operan como lo que sustenta todo signo, ellos irradian la significación. Pero los signos se desarrollan e inscriben una saga compleja, disociada de la idea de una razón fija. Este desfase genera los simulacros. Por otro lado, la teoría de Mauss acerca del don establece la obligación tridimensional de dar, recibir y retribuir. Para Baudrillard en el sistema de signos (que aparece cuando los objetos cobran autonomía respecto del intercambio simbólico quebrando el continuo intercambio-don) se da una instancia de dominio cuando se produce una entrega del don que no tiene respuesta (contradon): es la deuda que el ciudadano no puede devolver al operador político. Es el sistema el que disuasoriamente resucita significantes muertos, como valor de uso, necesidad, trabajo, representación. Pero esta reposición de lo muerto es paródica y la parodia oculta la falta de referencialidad. El salario por ejemplo, no se corresponde con un trabajo que ya no se inserta en el modo productivo dentro de lo económico y sin embargo hay un lugar para él dentro del sistema (don sin contradon)13. Este planteo parece conducir a la unidimensionalidad marcusiana, sin embargo, hay salida. Se trata de dar con las triquiñuelas del sistema y oponer subversivamente alguna propuesta, lo cual abre a la seducción, como el desafío al poder. 11 El intercambio simbólico y la muerte, Caracas, Monte Ávila, 1992: 61. El intercambio simbólico y la muerte, Caracas, Monte Ávila, 1992: 12. 13 En el excurso de “El fin de lo social” Baudrillard llega a decir que el “sistema de equivalencias” no necesariamente se vincula a la economía política del capital, ya que el equilibrio entre un trabajo y su remuneración, pueden ubicarse allende la moral burguesa. “La locura de Hölderlin le vino de esa prodigalidad de los dioses, de esa gracia de los dioses que os sumerge y llega a ser mortal si no puede ser redimida o compensada por una equivalencia humana, la de la tierra, la del trabajo. Hay una especie de ley que nada tiene que ver con la moral burguesa”, Cultura y Simulacro: 185. 12 Un destino cubre a la seducción y es que siempre se la relaciona con el mal. “Es el artificio del mundo” (De la seducción 1991: 9). La seducción se ve como lo que se encuentra ahora en el lugar de la producción, la sexualidad y lo político. Las revoluciones que irrumpen en la historia para cambiar aspectos de su rumbo ponen fin a la seducción de las apariencias. La era burguesa, por ejemplo, se consagra a la naturaleza y a la producción de mercancías, ambos elementos, ajenos y mortales para la seducción. Porque la seducción, que es del orden del artificio, se apega al signo y al ritual. Los sistemas de interpretación y explicación la excluyen de su campo conceptual, ya que ella es experta en la conjugación de signos y en la desviación de verdades. Todas las disciplinas que tienen por axioma la coherencia y la finalidad de su discurso la conjuran. Seducción y feminidad se aproximan; lo femenino es prototipo de la seducción mientras lo masculino, en cambio, se relaciona con el sentido, con la ley del falo, con lo irreversible, y se obsesiona ante la reversibilidad asociada a lo femenino; triunfa la seducción blanda, la feminización de un universo social reversible. En la sociedad moderna, la estructura de lo real regía como un cúmulo de signos que remitía a las sombras el mundo de las apariencias. Su eje era asir el significado del signo en un universo donde la verdad era marcada por el psicoanálisis, con la organización del sexo y la sexualidad desde el patrón de lo masculino. Contrariamente, la sociedad de nuestros días, impone la seducción como su marca propia; y ésta disloca la correspondencia fija de la relación significado-signo haciendo que aparezca la multiplicidad del signo y deshaciendo toda posible referencialidad. La seducción no oculta nada tras de sí; el artificio de su maquillaje y puesta en escena no devela secreto alguno. Los planos de lo evidente-manifiesto y de lo oculto-latente se disuelven en lo seductor-seducido, en la irreversibilidad de su poder, en su travestismo insexuado. El poder hace autorreferencia de sí a sí mismo, y se quiere irreversible (no se transfiere, no se lega, no representa). También la verdad de la era metafísica, el tiempo (lineal, continuo, de la historia de occidente), el sentido (en la lógica de los signos, con la significación previamente atribuida, fija), se quieren irreversibles. La seducción, por el contrario, se sabe reversible, como un ciclo (el eterno retorno de lo mismo), no se acumula (se dispersa, se diluye, se transforma) ni tiene recorrido lineal, es oblicua. Si lo real es un cúmulo de signos que se dispone arbitrariamente, una manera de cristalizar las apariencias, la seducción se mueve atendiendo a la multiplicidad del signo, no le dona un significado. Sin embargo la seducción no es el desescombramiento de algo “substancial” que estuviera yacente para fundar o fundamentar lo inmediato, es como un secreto, que no se liga a verdad alguna. La simulación es la forma desencantada de la seducción. La seducción irrumpe en la lógica del código, que es coherente, para poner un rescate de la apariencia, un pensar que disloca nuestra lógica de pensamiento; es un orden inclusivo y una subversión, es lo dual que se juega por la mutación de los signos. Baudrillard parece romper con el método de contrastes por polaridades fijas, o polaridades fijas en contraste, tan frecuente en la discusión del marxismo y del estructuralismo. El tema de la seducción, del reino de las apariencias, de lo indeterminado y difuso, con demarcaciones menos débiles que fluctuantes y, sobre todo con la característica de la reversibilidad, imprime la marca de lo manifiestamente antiplatonizante. Lo seductivo asume forma de apariencia femenina pero también masculina. Lo seductivo busca escabullirse de las definiciones acabadas y ciertas, propias de otras eras, ya falocráticas, ya feministas. La seducción se instala en una suerte de indeterminación generalizada. La femenidad y la seducción son ambas, reversibles en los ejes del sexo, el sentido y el poder. Cuando las estructuras fuertes fijaban las fronteras de un adentro y un afuera del sexo, de la economía y de la palabra, las leyes del psicoanálisis, del mercado y del discurso vigilaban que toda transgresión fuese aleccionada. En la efervescencia del paradigma sexual, lo masculino centrado en el falo operaba como discriminante de lo femenino, reducido a estructura debilitada. Hoy existe un “grado cero de la estructura”, no hay hombre, no hay mujer, rige una polivalencia erótica, cierta potencialidad infinita, una disfracción libidinal. Cuando el psicoanálisis no conocía su ocaso, marcaba una axiomática que determinaba la organización de sus leyes y la sexualización de los cuerpos y no podía esquivar las oposiciones. Hoy la seducción deja entrever otro universo, el de un desafío a las leyes (mediante las reglas) en la estrategia de las apariencias, en la permanente reversibilidad seductora, en la transexualidad (De la seducción: 11-52). En economía14 el motor no es la infraestructura de la producción material sino la desestructuración del valor, la desestabilización de los mercados reales, el triunfo de una economía liberada de ideología, entregada a la pura especulación, de una economía viral. Soñamos con el fin de la economía política y la ineluctable crisis del capital; hoy la economía política muere abolida por su propio simulacro, convertida en una transeconomía de especulación, que se ríe de su lógica (ley del valor, leyes de mercado, la producción, plusvalía, lógica clásica del capital); es un puro “juego de reglas flotantes y arbitrarias”, de catástrofe. La economía política termina, pero no como se esperaba, sino exacerbada hasta la parodia. Palabras finales sin cierre El principio de incertidumbre hoy se extiende a la racionalidad sexual y a la económica; a la fase de la liberación del sexo corresponde la de su indeterminación. No hay límite ni prohibición por lo que tampoco existe algún principio capaz de servir como baremo, parámetro o referencia. “La razón económica no se sostiene más que con la penuria, se volatiliza con la realización de su objetivo, que es la abolición del espectro de la penuria”. “El deseo no se sostiene tampoco más que con la carencia” (De la seducción 1991: 14), cuando se agota en la demanda se queda sin realidad, y al quedarse sin imaginario, cubre todo o está en todos lados. Lo social se precipita hacia su fin y el factor que más contribuye a ello es el análisis de lo social. Como en otros órdenes (la economía, la sexualidad, lo político), lo social se acelera para luego clausurarse, una vez que pierde su principio. Dice Baudrillard que cuando acordamos con la afirmación de que la historia se acelera, lo que ha ocurrido es que la historia ha desaparecido dejándonos algo que ella tenía, su aceleración. Lo mismo ocurre con la realidad, “que sólo existe si creemos en ella” (Baudrillard y V. Noaielles, 2006, 13). Apenas podemos darnos cuenta de que todas las cosas se aceleran en el instante en que pierden el principio que les otorga el peso de cosas. “La realidad ha desaparecido pero nos ha dejado su principio. O el principio de realidad ha desaparecido dejándonos la realidad” (2006:15). El pensamiento siempre está aquende la constitución de las cosas como tales, aquende su fijación en una lógica de causalidad y linealidad, lógica que es del todo irreversible. El pensamiento debe conservar la furtividad de su momento ante las cosas y debe adelantarse de modo tal que las cosas del mundo y el mundo de las cosas no alcance a exponerse a la luz del sentido. Pensar entonces, es como un acto de desaparición. ¿Cómo incide esto en la idea de acontecimiento? Dice Baudrillard en su reciente entrevista: “Partiendo de la idea de que todos los acontecimientos tienen el deseo de producirse pero están obstruidos por el sentido, por la historia, hay que apartar todo a su paso, desobstruir el acontecimiento creando el vacío. Desenclavar las cosas de su realidad, arrancar la realidad del principio de realidad” (2006:17). BIBLIOGRAFIA -Baudrillard, Jean, 1968: El sistema de los objetos (Le système des objets Paris), trad. F. González Aramburu, Siglo XXI, 1969. 14 La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos (La Transparence du Mal. Essai sur les phénomènes extrêmes Paris 1990), trad. J. Jordá, Anagrama, Barcelona, 1991:. -----------------------, 1972: Crítica de la economía política del signo, Siglo XXI, México, 1974. -------------------------, 1976: El intercambio simbólico y la muerte, Monte Ávila, Caracas, 1992. -----------------------, 1978: Cultura y Simulacro trad. A. Vicens y P. Rovira, Kairós, Barcelona, 1993 4º ed. ------------------------, 1978: “La precesión de los simulacros”, incluido en Cultura y Simulacro, op.cit.; pp. 7-80. -----------------------, 1978: “A la sombra de las mayorías silenciosas”, incluido en Cultura y Simulacro, op.cit.; pp. 107-164. -------------------------, 1978: “El fin de lo social”, incluido en Cultura y Simulacro, op.cit.; pp. 165-191. ------------------------, 1979: De la seducción (De la séduction Paris), trad. E. Benarroch, Rei Argentina, 1991 2º ed. -------------------------, 1983: “El éxtasis de la comunicación”, en AAVV, La posmodernidad (The Anti-Aesthetic: Essays on Postmodern Culture 1983) trad. J. 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