Crítica de cine: La Patota

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Crítica de cine: La Patota
Crítica de cine: La Patota
Una patota muy progre
Por Agustina
“La Patota” es un film de Santiago Mitre, protagonizado por Dolores Fonzi (Paulina) y Oscar
Martínez (su padre), la cual es una remake de la que hace más de cincuenta años filmó Daniel
Tinayre con Mirtha Legrand como protagonista.
Esta película, recientemente estrenada en los cines, ya ha desatado fuertes polémicas,
principalmente porque pone el foco en la violencia de género, cuestión que en nuestro país acaba de
movilizar a más de medio millón de personas para reclamar “Ni una menos”.
Las que vimos la película de Tinayre, nos “alegramos” al ver que Paulina, en esta nueva versión deja
su discurso católico y comienza en la primera escena teniendo una discusión con su padre (ex
militante del PCR), a cerca de su compromiso social y su decisión de ir a dar clases a una escuela
rural de un barrio pobre de Misiones, cerca de la frontera con Paraguay.
Es esta primera escena se destacan las convicciones de Paulina: Deja de lado su carrera como
abogada, el doctorado que estaba haciendo, abandona la ciudad y los beneficios que tenía al
pertenecer a una familia de clase media “acomodada”, sin dejarse convencer por su padre, un
reconocido Juez, que le dice a gritos que no se vaya y que ella merece algo mucho mejor que irse “a
ser maestra en una escuela pobre”.
Finalmente llega Paulina a Misiones y comienza a dar clases en el marco de un proyecto del
Ministerio de Desarrollo Social. Una noche, mientras volvía a su casa, es interceptada por un grupo
de jóvenes (alumnos de ella) quienes la violan brutalmente en patota, y por lo cual queda
embarazada.
Frente a esta situación, Paulina decide no hacer la denuncia judicial, quedarse en Misiones y
continuar dando las clases, inclusive a sus violadores. No solo eso. Cuando la policía los detiene
(producto de la intervención de su padre, quien como Juez aprieta a los policías para su pronto
esclarecimiento), Paulina, en la rueda de reconocimiento, finge que no son ellos para que los liberen.
Luego, decide continuar con su embarazo, pese a la insistencia de su gente cercana para que aborte,
e intenta juntarse a hablar con su agresor.
Ya a esta altura muchas empezamos a incomodarnos en las butacas del cine. Más aún al escuchar los
argumentos de Paulina para justificar sus actos, los cuales podríamos sintetizar así:
Uno sería que “La Justicia no sirve, nunca busca la verdad, sino culpables, y los culpables siempre
son los pobres”. Si bien esto es en gran parte así, la solución que muestra Paulina frente a tanta
injusticia e impunidad es la sumisión. Es “poner la otra mejilla” después de que te han golpeado (o
violado en este caso). Lo que busca Paulina es entender al violador por su vida y su entorno
sumergidos en la pobreza y la violencia.
Genera desconcierto esta resolución que se da en la película tanto por ir a contramano de la
realidad, ya que vemos a diario (y de a miles en el #Niunamenos) como las mujeres víctimas de
violencia de género reclaman Justicia y luchan contra la impunidad. Pero también da bronca el
[1]
patético intento de la película (y de Página 12 ), por pintar esta posición como progresista. Calcan la
versión de la Iglesia Católica, solo le sacan a Paulina el crucifijo colgando y dicen “somos todos
progres”. Es más, enfatizan la cuestión de clase, y lo supuestamente progresista de que Paulina
entienda, perdone, y calle es que el violador era pobre, entonces él también es víctima, porque es
víctima de este sistema que lo condena. Y nuevamente el falso progresismo muestra su cara
reaccionaria y católica: La mujer tiene que sentir culpa. La víctima es también victimaria. Todos
somos culpables por igual. Tenemos que perdonar y amar al prójimo (¿Aunque te viole y te mate?)
Además este resucitado discurso católico, se mezcla con una fuerte estigmatización de la pobreza, y
una negación del patriarcado. Sabemos que la violencia hacia las mujeres atraviesa todas las clases
sociales.
Llegamos desilusionadas al final de la película, al ver que los cambios entre la versión de Tinayre y
la actual son solo cosméticos, que sigue presente el discurso reaccionario católico, solo que
adaptado a los “tiempos modernos que corren”, reproduciendo el vicio del kirchnerismo de hacer
pasar lo reaccionario como progresista, nacional y popular.
Y nos vamos indignadas del cine, recordando la polémica frase de Dolores Fonzi, cuando le dice al
padre que ella no es una víctima, sino responsable de lo que le sucedió, porque es parte de este
sistema repodrido. Y acá toda la explotación y la opresión se desvanecen en el aire. Desaparecen los
opresores y las oprimidas. Los femicidas, los violadores y las mujeres que sufren violencia. Los
explotadores y los explotados. Todos nos fundimos en una igualdad de responsabilidad. Siguiendo,
de esta manera, en la cuestión de género el principio peronista de la conciliación de clases.
[1]
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-9820-2015-06-23.html

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