cultura de paz y educación intercultural: ¿hacia una nueva
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cultura de paz y educación intercultural: ¿hacia una nueva
CULTURA DE PAZ Y EDUCACIÓN INTERCULTURAL: ¿HACIA UNA NUEVA CIUDADANÍA? José Tuvilla Rayo Coordinador Regional del Plan Andaluz Educación para la Cultura de Paz y Noviolencia Dirección General de Orientación Educativa y Solidaridad 0. A MODO DE INTRODUCCIÓN 1 Impulsar la solidaridad, en todos los ámbitos, poniendo en primer lugar a las personas, en un mundo donde las diferencias entre los opulentos y los desposeídos se ha ampliado extraordinariamente en los últimos años, son objetivos difíciles de alcanzar. Y lo son aún más agudizados por el efecto de la globalización como resultado de la integración de los sectores económico y financiero a escala mundial. Efecto posible debido al rápido y significativo progreso tecnológico; los cambios geopolíticos y una ideología dominante fundada en la regulación del mercado, inicialmente aplicada a los intercambios económicos y financieros, y gradualmente extendida a todos los otros sectores de la actividad humana, incluyendo el sector social. Los peligros de este fenómeno (Petrella, 1996; Hallak, 1999) -orientados hacia la unificación del mundo bajo los principios de liberalizar, desreglamentar y privatizar- pueden conducir a la dominación del futuro de la sociedad por la “lógica” del mercado; el debilitamiento de los Estados; la globalización económica y cultural; un concepto productivista de la educación que ignora los valores (sociales e individuales); y el aumento de la exclusión social. Sin duda que una de las consecuencias de la globalización es el inicio de una nueva etapa de los movimientos migratorios internacionales -con un flujo procedente de países con una gran explosión demográfica y unas economías inestables, en muchos casos, a unos niveles de desarrollo comparados con los años 70- en unos países de acogida caracterizados por una implosión demográfica unida a un ritmo sostenido de crecimiento económico. La cuestión que en los momentos actuales plantea el fenómeno de la inmigración -pese a que los movimientos migratorios internacionales, en todas las épocas, han contribuido al desarrollo de los pueblos con su capital humano y su carga viva de valores, por lo que podemos asegurar que todas las sociedades son multiculturalesevidencia la desigualdad estructural de un mundo globalizado donde predomina un nuevo racismo basado no en las razas sino en las culturas y que predica, bajo pretexto de la defensa de la diversidad cultural, la segregación sistemática de los diferentes (Baker, 1981; IOE 1995); pero no de todos los “diferentes” o “extranjeros”, sino de los llamados “inmigrantes” que pertenecen a culturas no europeas y proceden de los países menos adelantados. Sin duda que el racismo, la intolerancia y toda forma de discriminación desvían a la humanidad de un progreso efectivo. Como ha escrito el sociólogo Juan Salcedo (1992): "No se puede transigir con ninguna forma de racismo porque en ello nos jugamos no sólo un planteamiento ético, sino lo que nos queda del sistema de libertades individuales ganado a tan alto precio en la historia de la humanidad". La aldea global es una y diversa. Y esta diversidad no sólo es cultural e ideológica. Es una perversidad concebir un mundo donde se respete la diversidad 1 Esta introducción recoge parte del texto publicado en Tuvilla (2001): Integración, Interculturalidad y Cultura de Paz en época de globalización en Andalucía Educativa, núm.23, Sevilla, Consejería de Educación y Ciencia. cultural, bajo el manto de la democracia, y al mismo tiempo se mantengan las desigualdades sociales. Es preciso, por consiguiente, rechazar todo intento de mundialización de la economía sostenida por unos mitos democratizadores y reflexionar (Amin, 1995) sobre la posibilidad de "un proyecto humanista, universalista, pero cuidadoso con respetar las diversidades-pero no las desigualdades-democráticas". El fenómeno de la inmigración, por consiguiente, exige una nueva lectura, reconstrucción y reinvención de las relaciones entre cultura y desarrollo frente a un cambio de época que nos plantea una nueva manera de mirar el mundo y que nos exige el abandono de algunas certezas para interpretarlo y organizarlo, pero sin olvidar que siempre detrás de los planteamientos éticos, políticos, culturales o exclusivamente económicos está un rostro humano. La pregunta de base está en precisar si la globalización responde a una nueva forma de gobernar el mundo basada o no en esos valores y principios que fundamentan las sociedades democráticas o, por el contrario, obedece exclusivamente a criterios de mercado y rendimiento económico. Y las instituciones educativas, en este sentido, no pueden quedar al margen de este debate, pues de ellas depende en gran medida la posibilidad de humanizar la globalización a través de la puesta en práctica de estrategias y acciones creativas que inspiradas en los derechos humanos permitan tanto la cohesión social como la resolución no violenta de los conflictos por medio de la formación de una ciudadanía responsable capaz de enriquecer y, a su vez, beneficiarse del contacto y la convivencia con otros modos de pensar y de actuar. Frente a los efectos no controlables e invisibles de la globalización es fundamental que los profesionales de la educación conozcan las razones de algunas de las medidas curriculares y no curriculares adoptadas desde la mirada de la Cultura de Paz. Y esto porque dicho patrocinio responde a los desafíos del momento y constituye algunas de las acciones emprendidas para resolver los grandes retos del futuro -entre los que se encuentra la incorporación a nuestras sociedades de un movimiento creciente de inmigrantes- y que exigen para superarlos (Tuvilla, 1998; Mesa, 2000) la promoción de valores relacionados con la solidaridad y la justicia social. En el ámbito educativo muchas son las experiencias realizadas de educación intercultural que plantean un nuevo paradigma (Perotti, 1994): el otro como punto de partida. La educación intercultural no puede limitarse al descubrimiento de la alteridad y diversidad, sino que debe producir en el alumnado la capacidad de actuar conforme a los derechos humanos e integrar en la formación de su personalidad, en las diferentes etapas de su desarrollo, la necesidad de luchar contra toda forma de discriminación. Si el otro o el diferente se identifica, muy a menudo, con el desigual por su estatuto jurídico, socio-económico o político ¿cómo podemos concebir una educación intercultural sin referencias jurídicas, socio-económicas, políticas o morales? La educación responde a la sociedad a la que pertenece, pero es una acción cargada de utopía y de cambio. Depende pues de las instituciones educativas y de su capacidad de compromiso que la educación sea positiva o negativa: puede ser un factor de atenuación o de agravación de los conflictos, puede alimentar la confrontación, la coexistencia neutral o la cooperación y la solidaridad, la promoción de la tolerancia recíproca y la dignidad igualitaria y puede ser un importante instrumento para la integración de todos los grupos en la sociedad. Las experiencias pedagógicas de educación multicultural no necesariamente han representado un modelo de respeto del derecho a la diferencia o a la identidad de los distintos pueblos y culturas en el interior de una sociedad. Durante los años setenta, en consecuencia, comenzó a hacerse evidente la necesidad de construir sociedades en las que ese derecho a la diversidad cultural estuviera garantizado a través no sólo de actitudes de tolerancia, sino principalmente, por medio del fomento de la interrelación y la convivencia entre las culturas; por la aceptación del pluralismo cultural como un hecho compatible con la cohesión y estabilidad; y como un elemento enriquecedor. La perspectiva intercultural supone una interacción dialógica y el establecimiento de políticas sociales de promoción, de fomento de la participación y de mejora de la convivencia interétnica que se concreta en las finalidades educativas de los sistemas educativos de manera que la presencia viva de otras culturas diferentes a la cultura dominante no se silencie en el currículo. La dimensión intercultural, en ocasiones, está escasamente contemplada en los programas y prácticas educativas, aunque últimamente está adquiriendo mayor significación en los sistemas educativos actuales relacionada con las cuestiones de solidaridad y frente a las actitudes xenófobas y racistas. Lo que revela los lazos estrechos existentes entre esta educación y otras dimensiones como la educación contra la intolerancia, el desarrollo de la cooperación, la solidaridad y la comprensión internacional o la educación basada en los derechos humanos, los valores democráticos y la paz. Se trata en definitiva de la formación de valores y actitudes de solidaridad. Actitudes básicas que pueden resumirse en la valoración positiva de la propia identidad, así como de la cultura de los otros. Abordar el fenómeno de la inmigración desde todos los centros educativos plantea el diseño de estrategias y planes desde dos conceptos complementarios: La educación policultural y la educación intercultural. La educación policultural engloba las políticas y prácticas educativas que satisfacen las distintas necesidades educativas de grupos de la sociedad que pertenecen a tradiciones culturales diferentes, en tanto que la educación intercultural engloba las políticas y prácticas educativas que permiten a los miembros de diferentes culturas, ya se encuentren en posición mayoritaria o minoritaria, aprender a interactuar constructivamente entre ellos. La educación intercultural subraya la preservación de la identidad de cada grupo, acompañada de la aceptación de la diversidad que lleva al entendimiento y la tolerancia. Para ello la educación intercultural requiere que las mayorías y las minorías se conozcan, conozcan sus características culturales específicas, sus historias respectivas y el valor de la tolerancia y el pluralismo. Diversos son los factores clave que podrían contribuir al éxito de las políticas en la esfera de la educación intercultural y policultural. Uno de ellos es la inclusión de los grupos minoritarios en la sociedad. Ello implica la promoción de la cohesión social mediante el estímulo de la participación de las minorías en la vida pública y en la sociedad democrática. De ello se desprende que las relaciones escolares y comunitarias, particularmente en la esfera de la educación y la cultura, sólo podrán mejorar cuando se adopten las correspondientes medidas jurídicas, políticas y económicas que aseguren la pertenencia de espacios localmente compartidos, incluidas las cuestiones de igualdad y justicia social. Los parámetros del debate de la educación policultural e intercultural pueden resumirse en dos principios: no discriminación y derecho a la paz2 . El derecho de todo 2 Estos parámetros se basan en las disposiciones de las normas internacionales y regionales sobre derechos humanos que establecen que la educación, entre otras cosas, promoverá la comprensión, tolerancia y amistad entre las naciones, los grupos raciales o religiosos, que la educación se orientará al respeto de la identidad cultural, el idioma y los valores del niño y que los padres son libres de escoger escuelas distintas de las establecidas por las autoridades públicas, que garanticen la educación religiosa y moral de sus hijos de acuerdo con sus propias convicciones. En el marco de la educación intercultural existen disposiciones específicas relativas al estímulo de los conocimientos, historia y tradiciones, idiomas y cultura de las minorías y de la sociedad en su conjunto. Los instrumentos internacionales de particular interés son la Declaración Universal de Derechos Humanos (Art. 26), el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (Art. 13), el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (Art. 27), la Convención sobre los Derechos del Niño (Art. 29 y 30), la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial (Art. 7), la Convención relativa a la lucha contra las ser humano a la paz constituye el fundamento de la Cultura de paz definida por Naciones Unidas 3 y cuyo desarrollo pleno está integralmente, entre otros objetivos, vinculado a eliminar todas las formas de racismo, discriminación racial, xenofobia y actos de intolerancia conexos; y a promover el entendimiento, la tolerancia y la solidaridad entre todas las civilizaciones, pueblos y culturas, incluidas las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas. La educación a todos los niveles es uno de los medios fundamentales para edificar una Cultura de paz. En ese contexto, es de particular importancia la educación en la esfera de los derechos humanos. Derechos que a lo largo de muchos siglos se han ido aquilatando como un verdadero tesoro y que son la salvaguardia del futuro de miles de millones de seres humanos. En un mundo convulsionado por los conflictos tanto armados como estructurales, esos derechos ejercidos y respetados, encarnados en bienestar y desarrollo humano deberían ser la mejor herencia para las generaciones venideras y el antídoto para humanizar la globalización. 1. CULTURA DE PAZ: DESAFÍO PARA LA EDUCACIÓN DEL SIGLO XXI En su libro “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, Edgar Morin (1999) expresa una rotunda afirmación: “La educación del futuro deberá ser una enseñanza primera y universal centrada en la condición humana. Estamos en la era planetaria; una aventura común se apodera de los humanos donde quiera que estén. Estos deben reconocerse en su humanidad común y, al mismo tiempo, reconocer la diversidad cultural inherente a todo cuanto es humano”. Tal vez sea precisamente en el reconocimiento recíproco de la condición humana donde reside el fundamento de una cultura universal, conformada colectivamente, que aspira a resolver las problemáticas y retos del futuro desde una forma de gobierno fundada en la justicia. Por otro lado, es evidente que la educación –cualquiera que sea su definición o función social establecida- es una tarea humana, centrada en el diálogo entre los actores, dirigida a aquel aprendizaje que favorece la comprensión del mundo, un mayor desarrollo de la personalidad de cada cual y la mejor forma posible de utilizar las capacidades (individuales y colectivas) para abordar con creatividad y éxito los problemas reales de una sociedad sometida a acelerados y constantes cambios. Reconocernos en nuestra humanidad común y, al mismo tiempo, reconocer la diversidad cultural inherente a todos plantea diversas cuestiones que la educación debe responder. Una de estas interrogantes es cómo llegar a ese reconocimiento a través del diálogo como método para tomar conciencia de nuestra realidad común y a la vez diversa; y también como condición necesaria para construir un saber o conocimiento útil. Es decir, cómo favorecer una educación caracterizada por tres tipos de relaciones: - dialógica o comunicativa como instrumento de descubrimiento compartido del saber; - igualitaria como intercambio de percepciones, emociones, sentimientos e ideas de lo que somos y a lo que aspiramos, basado este intercambio en el respeto de la dignidad humana y en la diversidad cultural; discriminaciones en la esfera de la enseñanza (Art. 5), la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de personas pertenecientes a minorías nacionales o étnicas, religiosas y lingüísticas (Art. 4.3 y 4.4), la Declaración sobre la raza y los prejuicios raciales (Art. 3) y la Declaración Mundial sobre Educación para Todos (Párr. 1.2). A nivel europeo cabe citar, entre otros, el documento de la Reunión de Copenhague de la Conferencia sobre la Dimensión Humana de la OSCE y el Convenio Marco para la Protección de las Minorías Nacionales (Art. 14). 3 Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz, aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas en su quincuagésimo tercer periodo de sesiones en 1999 y que inspira el Decenio internacional de la Cultura de Paz y no violencia en la educación de los niños y niñas del mundo (2001-2010). - contextual o histórica que construye la realidad y sus posibilidades de mejora partiendo de las preocupaciones reales de los que educan y se educan. Por otro lado, no podemos olvidar que ese saber conveniente y perdurable fundado en el conocimiento de la condición humana y de sus posibilidades transformadoras, esencia básica de la educación, está unido de manera inexorable al universo de los valores: al modo cómo percibimos el mundo, lo organizamos y nos situamos en él estableciendo un conjunto de reglas y normas para dirimir los conflictos de relaciones que se dan en el mismo; y, codificando las prioridades de nuestras acciones en función del grado de satisfacción de nuestras necesidades humanas básicas. Es por ello que la educación no puede ni debe acontecer al margen de la dimensión ética; pues educar, según Victoria Camps (1994), es: “formar el carácter, en el sentido más extenso y total del término: formar el carácter para que se cumpla un proceso de socialización imprescindible, y formarlo para promover un mundo más civilizado, crítico con los defectos del presente y comprometido con el proceso moral de las estructuras y actitudes sociales” ¿Cuáles deben ser los valores mínimos universalizables y consensuados que posibilitan el reconocimiento de lo que como seres humanos nos hace semejantes y, a la vez, diferentes? Atendiendo a las cuestiones anteriores, tres son pues, de partida, los desafíos que la sugerencia de Morin nos plantea: 1/ Reflexionar sobre la mejor forma de poner la educación al servicio de la Humanidad, como meta, que recomienda una profunda reflexión sobre la finalidad misma de la educación, desde la perspectiva política de la formación de una ciudadanía responsable, en un mundo globalizado y en permanente cambio. Se trataría, en primer lugar, de asegurar el pleno ejercicio de los derechos democráticos y la cohesión social a través de la participación; las competencias básicas para una ciudadanía informada y responsable; la construcción de una cultura científica para todos; el cultivo de los valores y actitudes de aprecio de si mismo y de los otros, como base de la convivencia y la paz; y los procedimientos para seguir aprendiendo y accediendo al conocimiento a lo largo de toda la vida. Por otro lado, esta educación debe mantener un adecuado equilibrio tanto en su dimensión humanista como tecno-científica, considerando las necesidades de los individuos y las demandas sociales. Y por último, la revisión y actualización periódica del currículo, en su concepción más amplia, para permitir el desarrollo de las dimensiones señaladas. 2/ Considerar la educación como un proceso caracterizado por una especial relación comunicativa o aprendizaje dialógico, sostenido por los principios de igualdad y no-discriminación cuyo fin no es exclusivamente la transmisión de conocimientos, sino la construcción colectiva de los mismos, desde el reconocimiento y respeto a la diversidad, guiada por la búsqueda de soluciones reales y posibles a las problemáticas a las que las sociedades, según su contexto, deben dar respuesta. O dicho a la manera de Adela Cortina (1996): “La educación del hombre y del ciudadano ha de tener en cuenta, por tanto, la dimensión comunitaria de las personas, su proyecto personal, y también su capacidad de universalización, que debe ser dialógicamente ejercida, habida cuenta que muestra saberse responsable de la realidad, sobre todo de la realidad social, aquel que tiene la capacidad de tomar a cualquier otra persona como un fin, y no simplemente como un medio, como un interlocutor con quien construir el mejor mundo posible”. 3/ Enseñar la condición humana teniendo presente su naturaleza como unidad compleja, que en la actualidad está completamente desintegrada en la educación a través de las disciplinas exigiéndose, por tanto, la reunión y organización de conocimientos dispersos en las distintas ciencias. Es decir, abordar la transversalidad como un elemento diferenciador e innovador de una educación orientada por una visión holística del ser humano y del mundo. Visión que por la misma razón, en los niveles más concretos de la educación, implica una organización escolar más abierta y estrechamente coordinada con otros ámbitos sociales. En síntesis, se trata de recuperar el valor de la humanidad a través de la educación para hacer frente a los retos del futuro desde el aprendizaje de una cultura universal. Pero no de una cultura cualquiera, sino una cultura fundada en el conjunto de esos valores compartidos por todos inspirados en un deber ético y una necesidad y realidad social: convivir en paz. 1.1. Hacia un concepto positivo e integrado de Paz Según las circunstancias de la época, los desafíos presentes, las fuerzas dominantes o la dirección de las tendencias del pensamiento religioso, filosófico o político, entre otros, la humanidad ha ido construyendo una dimensión de la Paz (Fisas, 1998) que en la actualidad está estrechamente unida a la recuperación de la dignidad, y con los procesos de cambio y transformación, en el ámbito personal, social y estructural, que están implícitos en el traspaso de una cultura de violencia a una cultura de paz. En este sentido, las investigaciones suelen referirse a la paz como la conjunción de Desarrollo, Derechos humanos, Democracia y Desarme, mostrando que la ausencia de cualquiera de estas "D" constituye un factor de violencia. La Paz es considerada, por consiguiente, como el proceso de fortalecimiento de cada uno de estos factores, estrechamente relacionados con el concepto de seguridad humana 4 . Esta perspectiva actual supera la tendencia largamente sostenida que defendía que la paz era la ausencia de guerra (paz negativa), evolucionando hasta la noción actual del término (paz positiva). La Paz está no sólo relacionada con el fin de las hostilidades bélicas sino con otros fenómenos estrechamente vinculados con la violencia: la pobreza, las carencias democráticas, el desarrollo de las capacidades humanas, las desigualdades estructurales, el deterioro del medio ambiente, las tensiones y los conflictos étnicos, el respeto a los derechos humanos... Los trabajos pioneros de Johan Galtung han permitido un mínimo de rigurosidad conceptual sobre lo que se entiende por paz relacionada con la violencia y han significado una referencia fundamental en la llamada Investigación para la Paz. Para este autor la paz se define en términos de ausencia de violencia. Así (Galtung, 1985): "La violencia está presente cuando los seres humanos se ven influidos de tal manera que sus realizaciones efectivas, somáticas y mentales, están por debajo de sus realizaciones potenciales". La definición de violencia indicada tiene la virtud de abarcar un conjunto amplio de fenómenos en que las personas son (o se ven) imposibilitadas de realizarse en los diferentes planos del desarrollo de su individualidad por causas visibles (violencia directa) o menos visibles (violencia estructural y violencia cultural) en estrecha relación con el grado de satisfacción de las necesidades humanas básicas 5 . La tesis que mantiene Galtung (1998) es que “si las culturas y estructuras violentas producen violencia directa, entonces tales culturas y estructuras también 4 El riesgo de un desastre económico o medioambiental supone una amenaza para los países, de la misma forma que las guerras. Por esto, algunas investigaciones, postulan por la superación del concepto tradicional de seguridad nacional por el de seguridad humana, basado no sólo en el desmantelamiento y la reconversión de la capacidad bélica de los Estados en pro de la Paz, sino también en la reorientación de las políticas y las economías hacia un desarrollo humano fundado en la sostenibilidad ecológica. 5 Es necesario, primero, trazar el mapa de la violencia que Galtung relaciona con un triángulo en cuya cúspide o vértice visible se sitúa la violencia directa, real, ejercida, relacionada proporcionalmente con los otros vértices (base) más ocultos o menos visibles constituidos por la violencia cultural y la violencia estructural. Esto implica que la paz debe construirse en la cultura y en la estructura y no sólo en la “mente humana” como se expresa en la Carta de Constitución de la UNESCO. reproducen la violencia directa”. La paz es por consiguiente en su concepción actual la suma de tres tipos de paces: paz directa (regulación no violenta de los conflictos), paz cultural (existencia de valores mínimos compartidos) y paz estructural (organización diseñada para conseguir un nivel mínimo de violencia y máximo de justicia social). Además de la caracterización de estos diferentes tipos de violencia, la definición de Galtung posee una virtud adicional: su definición de paz escapa a una concepción lineal y unidimensional de la misma. No se trata de saber si las sociedades se aproximan con mayor o menor grado a un tipo ideal de paz, como una situación final o estado, sino discernir en el presente cómo éstas identifican y resuelven los tipos de violencia que generan o a los que se enfrentan. La paz, por consiguiente, se construye; es un proceso social gradual y permanente de las sociedades en el que poco a poco se instaura lo que se llama justicia. Es necesario ser conscientes de que la paz, en ese escenario, es un camino emprendido, repleto de errores, de ensayos, de búsquedas nuevas y creativas que tratan de superar los retos del presente y anticiparse al futuro. Esas tentativas no son siempre perfectas y, por consiguiente, no debemos caer en la tentación de considerar la paz como una meta final, como un estado inamovible, perpetuo al modo kantiano. Muy al contrario, la paz es el resultado de nuestras relaciones humanas, pero no únicamente de estas relaciones, porque la misma paz es un fenómeno a la vez interno y externo al ser humano. Como fenómeno interno no basta con conseguirla “en la mente de los hombres”, sino también en otros espacios: en la cultura, en las estructuras organizativas, en la economía, en la dimensión política y en lo social... Pero a su vez también en el plano más externo: en su dimensión ecológica. De ahí que la paz tenga un enfoque holístico, pues se trata de buscar una armonía, un equilibrio tanto con nosotros mismos y con los demás, como con el medioambiente. Esto revela la necesidad de un nuevo empoderamiento pacifista guiado por un nuevo enfoque de lo que entendemos por paz, pero no de paz como algo perfecto, acabado, perpetuo, sino como un proceso imperfecto, inacabado. De ahí que algunos investigadores, opten por la llamada paz imperfecta6 que conlleva (Muñoz, 2001): • Una ruptura con las concepciones anteriores de la paz como algo perfecto y no alcanzable en el día a día; • El reconocimiento de las realidades, prácticas y acciones pacifistas y sus capacidades para actuar y transformar su entorno más cercano; • La anticipación y planificación de los posibles futuros conflictivos. Si el concepto de paz positiva marcó una ruptura con la noción tradicional estableciendo la relación de paz no con la guerra sino con la violencia; la paz imperfecta señala un avance por cuanto si bien reconoce la imperfección de la condición humana, también percibe que nuestras relaciones están caracterizadas por decisiones y acciones guiadas, la mayoría de las veces, por la regulación pacífica de los conflictos lo que permite que los seres humanos en nuestras continuas tentativas, procesos y ensayos tengamos cotidianamente más momentos de paz que de violencia. Para percibir esos momentos es 6 El término paz imperfecta definida por Francisco Muñoz, ex-director del Instituto Paz y Conflictos de la Universidad de Granada ha alcanzado una interesante respuesta por los investigadores para la paz. Remito a la lectura de: SÜTZL, Wolfgang (1999): Sobre “la paz imperfecta” en Papeles de Cuestiones Internacionales, número 66, CIP, Madrid; y MARTINEZ, Vicente (1999): Entre la paz imperfecta y la postmetafísica en Papeles de Cuestiones Internacionales, número 67, CIP, Madrid. necesaria una actitud positiva abierta y de encuentro con los “otros”. Se trata de comenzar a construir la paz desde los espacios más próximos, desde nuestras experiencias personales y sociales, porque como dice Raimundo Panikkar (1995) si queremos la paz debemos prepararla nosotros mismos (Si vis pacem, para te ipsum), porque los paradigmas de paz anteriores han sido inútiles y se precisa “crear un espacio donde la creatividad pueda desarrollarse, un espacio donde las soluciones incluso parciales, relativas, pequeñas e imperfectas, sean posibles”. 1. 2. Algunas implicaciones del concepto de paz en la educación Dependiendo del concepto de paz que adoptemos, así resultará un modelo más o menos acertado de educación para la paz. Es evidente que esta educación no puede reducirse a la mera transmisión de aquellos contenidos relativos a la paz, sino que desde una dimensión global debe repercutir en todo el currículo entendido este como todo aquello que el medio ofrece a los individuos como posibilidad de aprender tanto en el seno de las instituciones educativas como fuera de ellas. Por esta misma razón debe formar parte integral e integrada de todo el sistema educativo, no como una actividad aislada u ocasional motivada por la celebración de una efemérides o años internacionales, sino como elemento esencial de todo proyecto educativo que pretenda ponerse al servicio de la humanidad. Dicho proyecto educativo, fruto de la reflexión y del compromiso de todos los miembros de la comunidad educativa, debe fundarse en una terminología clara y correcta de la noción de paz. Un proyecto sostenido por la paz negativa tenderá a fortalecer la norma y el orden institucional para evitar de este modo cualquier alteración de lo que se entienda por convivencia. Y estará más centrada en los procesos de transmisión del conocimiento otorgado (científico) que en los procesos colectivos de aprendizaje; más en la obediencia de las normas establecidas que en la regulación pacífica de los conflictos. Por el contrario, un proyecto educativo elaborado desde una perspectiva de la paz positiva e imperfecta tenderá a valorar todas las acciones pedagógicas caracterizadas por aquella convivencia donde los conflictos se resuelven favorablemente para todos y no exagerará excesivamente las perturbaciones o violencias que en el seno de la organización se produzcan como un rasgo constante y esencial de la misma. Y actuará, a la vez, ante la violencia con soluciones dirigidas a frenar y prevenir no sólo las expresiones de esa violencia ejercida de manera directa, sino tratando de descubrir tanto en la cultura (clima escolar) como en la estructura (organización formal e informal) las raíces de la misma. La realidad social es compleja, al igual que la condición humana, por lo que cualquier proyecto de construcción de la paz deberá considerar adecuadamente la multiplicidad de factores y elementos que se interrelacionan. La educación para la paz no puede quedar indiferente de esta complejidad pues refleja, lo quiera o no, un modelo social militante y comprometido con unos determinados valores. Diversidad, interrelación, multicausalidad e interdependencia son elementos básicos de esa unidad compleja que es nuestro mundo en continuo y acelerado cambio. Diversidad, interrelación, multicausalidad e interdependencia también son los factores que definen la educación y que no pueden ser obviados; muy al contrario, necesitan ser comprendidos y aceptados a través de métodos basados en la cooperación y en la llamada racionalidad comunicativa 7 . Lejos de utopismos pedagógicos, la concepción de paz imperfecta sugiere un modelo de educación para la paz que apoyándose en la realidad cotidiana, en las vivencias personales de los actores de la educación intenta comprender y transformar 7 Este término introducido por Habermas ha tenido una gran repercusión en la línea sociocrítica de la educación. esa realidad sin tener que esperar que se haya producido una conciencia universal tal que la violencia deje de existir. La idea es mucho más sencilla, se trata simplemente de crear una conciencia mayoritaria a favor de la paz desde la cotidianidad en el convencimiento de que “una utopía de hoy es una realidad mañana” 8 . Como decía Gandhi no hay camino para la paz, la paz es el camino. En ese camino la educación, como proyecto individual y social, es un instrumento eficaz de transformación, aunque no es el único. De acuerdo con los principios anteriores puede establecerse, como se ha auspiciado actualmente por distintos organismos internacionales y de carácter regional así como por algunas reformas educativas 9 , los componentes de un programa de educación para la paz que se articula alrededor de los siguientes ámbitos10 : 1/ La educación para la regulación pacífica de los conflictos: Dicha educación debe atender no sólo la enseñanza y el aprendizaje de las estrategias de regulación de aquellos conflictos que se dan en el interior de las instituciones educativas, entre los que se incluyen aquellos derivados del carácter multicultural de nuestras comunidades, sino favorecer espacios de participación y diálogo en nuestras relaciones sociales para enfrentar adecuadamente los desafíos como ciudadanos. 2/ La educación en valores y el aprendizaje de una ciudadanía democrática: La cultura democrática es la base indispensable para hacer viable la misma democracia, no como una forma de gobernar, sino como una forma de vida. Es por ello que esta educación, cuyos principales beneficiarios son los jóvenes e indirectamente todos los miembros de la comunidad educativa, debe promocionar también los valores y las prácticas democráticas en cada una de las esferas en los que se ejerce la ciudadanía: familia, medios de comunicación, instituciones... 3/ La educación para la paz y la comprensión internacional: Como resultado de la creciente globalización, la paz entre los países y en su interior, a través de la cooperación, la solución de los conflictos por la vía pacifica de la negociación y el respeto por el derecho internacional, depende en gran medida del grado de interdependencia y comunidad de intereses socioeconómicos, geográficos y políticos entre los Estados. Si esta tesis es válida, la educación debe también priorizar la promoción- en los diferentes niveles del sistema educativo de cada uno de los paísesdel estudio de otros pueblos y de otras culturas, incluidas las aportaciones realizadas para la construcción de la Cultura de paz. 8 Expresión empleada por el médico y estadista francés, Luis Villermé. La implementación de estos programas se inspiran en el Plan de Acción Mundial sobre la Educación para los Derechos Humanos y la Democracia (Montreal, 1993); la Declaración y Programa de Acción de la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos (Viena 1993), que hace referencia al Plan de Acción de Montreal; la Declaración aprobada por la Conferencia Internacional de Educación (Ginebra 1994), que la Conferencia General aprobó e hizo suya en su XXVIII sesión (1995), y el Plan de Acción Integrado sobre la Educación para la Paz, los Derechos Humanos y la Democracia; por último, el Plan de Acción para el Decenio de las Naciones Unidas para la Educación en la Esfera de los Derechos Humanos (1995-2004), que aprobó la Asamblea General en su cuadragésimo noveno período de sesiones. 10 Líneas directrices de un programa de educación para la paz auspiciado por la Organización de Estados Americanos. Puede consultarse en http://www.oas.org/CSH/spanish/eppdoclineam.htm En el ámbito europeo es reseñable el proyecto sobre “Educación para la ciudadanía democrática” lanzado en 1997 por el Consejo de cooperación cultural del Consejo de Europa. La LOGSE es un ejemplo de ley que desarrolla en un sentido amplio el artículo 26 de la DUDH y se inspira en las recomendaciones e informes de los organismos internacionales. 9 2.3. Cultura de paz y educación: implicaciones mutuas La educación constituye sin lugar a dudas el instrumento más valioso para construir la Cultura de Paz, pero a su vez, los valores que esta inspira deben constituir los fines y los contenidos básicos de tal educación. Si la construcción de la cultura de paz a través de ese “conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida” constituye la clave del potencial creador de la ciudadanía mundial, la educación es la herramienta que puede configurar y guiar el desarrollo de ese potencial, y al mismo tiempo orientarlo adecuadamente para alcanzar las aspiraciones pacíficas de la comunidad internacional. Cultura de Paz y educación mantienen así una interacción constante, porque si la primera es la que nutre, orienta, guía, marca metas y horizontes educativos, la segunda es la que posibilita -desde su perspectiva ética- la construcción de modelos y significados culturales nuevos. La educación es posiblemente el agente más poderoso para el cambio cultural y para el progreso social pues permite por un lado el desarrollo integral de la persona y la concienciación sobre las problemáticas sociales; así como facilita por otro, la búsqueda y puesta en práctica de las soluciones adecuadas. Si el derecho humano a la paz es un derecho síntesis, la cultura de paz por la misma razón es un concepto síntesis al sumar las aportaciones culturales de todas las sociedades a favor del ejercicio de este derecho. Un ejercicio que de hacerse efectivo debe asumir acciones coordinadas, interdependientes y sinérgicas en ocho esferas o ámbitos: 1/ Cultura de paz a través de la educación; 2/ Desarrollo económico y social sostenible; 3/ Respeto de todos los derechos humanos; 4/ Igualdad entre hombres y mujeres; 5/ Participación democrática; 6/ Comprensión, tolerancia y solidaridad; 7/ Comunicación participativa y libre circulación de información y conocimientos; 8/ Paz y seguridad internacionales. La Cultura de Paz, resultado de un largo proceso de reflexión y de acción no es un concepto abstracto, sino que fruto de una actividad prolongada a favor de la paz en distintos periodos históricos y en diferentes contextos, constituye un elemento dinamizador, abierto a las constantes y creativas aportaciones que hagamos. La educación en este proceso ocupa un importante papel pues gracias a la relación interactiva y sinérgica que mantiene con la Cultura de paz favorece el desarrollo del resto de ámbitos donde esta se desarrolla y construye. Es a través precisamente de la educación que las sociedades alcanzan mayores cotas de desarrollo humano, superan los prejuicios y estereotipos que segregan y separan a unos de otros, se establecen relaciones basadas en la cooperación y la participación, se aprehende y comprende el mundo diverso y plural en el que vivimos, se desarrollan las habilidades y capacidades necesarias para comunicarse libremente, se fomenta el respeto de los derechos humanos y se enseñan y aprenden las estrategias para resolver los conflictos de manera pacífica. Esto conlleva un cambio en la pertinencia de la educación ofrecida por los sistemas educativos actuales. Pertinencia, referida por un lado a su función socializadora en cuanto transmisora de los valores propios de la sociedad y por otro a su capacidad de anticiparse al cambio satisfaciendo así las necesidades sociales. A estas dos funciones (socialización y anticipación al cambio) se le une, como han comprendido algunos reformadores, la función humanizadora o pacificadora. Si bien las dos primeras atienden a las dimensiones tradicionales de la educación (organización escolar, proceso educativo, currículo y dimensión social), la tercera función representa un nuevo paradigma para los sistemas educativos, pues se trataría de planificar la educación de manera más compleja atendiendo por un lado a la exigencia de un aprendizaje ciudadano permanente donde la transmisión de los conocimientos no es tan importante como la construcción y difusión de los mismos; y, por otro lado, el establecimiento de una red entrelazada de momentos donde se aprende dando respuesta a problemas de carácter más universal. La función liberadora o humanizadora exige, por consiguiente, la concepción de un modelo de educación abierto y plural, no restringido únicamente a los centros educativos. De ahí que la Cultura de paz represente para los sistemas educativos contemporáneos un conjunto de tensiones: 1/ La Cultura de Paz y Noviolencia exige pasar de un modelo de educación institucionalizada a un modelo de sociedad educativa. La definición de Cultura de Paz establece el modo y los niveles de análisis de las relaciones entre la educación y la cultura, incluyendo la dimensión cultural de un modelo de desarrollo que debe ser compatible tanto con el derecho humano a la paz como con el derecho a un desarrollo humano sostenible. Esta relación señala no sólo las finalidades de la educación sino las metas de la sociedad. Esta tendencia representa una nueva forma de entender el concepto de una nueva ciudadanía emergente caracterizada por una ecuación -pendiente en muchas sociedades- entre el principio de igualdad y la cohesión social. Las profundas transformaciones en curso están produciendo redefiniciones en relación con el ejercicio de la ciudadanía que van más allá de su significado tradicional como expresión de un conjunto de derechos y deberes consagrados por las leyes. Los signos de la globalización y la tercera revolución industrial colocan en el centro del desarrollo los componentes del conocimiento y la información. Esos cambios alteran las formas del ejercicio ciudadano y reasignan nuevas funciones a los sistemas educativos. La educación puede facilitar el acceso democrático del conocimiento asegurando la igualdad inmaterial, pero no puede asegurar en el futuro la igualdad material. En la actualidad, los cambios acelerados a los que se ve sometida la sociedad evidencian que el ejercicio ciudadano no remite sólo a disponer de derechos políticos, civiles y sociales, sino también a participar en las mismas condiciones que los demás en el intercambio comunicativo, en el consumo cultural, en el manejo de la información y en el acceso a los espacios públicos. Las mismas tendencias que caracterizan nuestro mundo al comienzo del siglo XXI determinan cuáles serán los desafíos de la educación (Braslavsky, 2001): a) La existencia de una sociedad con dos velocidades y por tanto con dos tipos de ciudadanos (los que se benefician de la producción de bienes y servicios y los que quedan excluidos) exige garantizar una educación de una calidad tal que permita a todos aprovechar los bienes de la sociedad y buscar, al mismo tiempo, alternativas para que las desigualdades no existan; b) La presencia de nuevas formas de violencia relacionadas con este tipo de sociedad emergente, la marginación o la diversidad cultural impone un modelo educativo capaz de establecer un diálogo intercultural sincero y gestionar pacíficamente los conflictos; c) El conocimiento progresa a gran velocidad y cambia en su estructura, por lo que la educación no puede quedar anclada en la transmisión de un conocimiento desfasado que no es funcional en los momentos actuales; y d) La democratización de las sociedades exige que la educación sea más participativa y democrática, abierta a la comunidad más próxima. La educación debe preparar al individuo para el trabajo en una sociedad no siempre cohesionada, hacerle apto para realizar su papel de ciudadano y desarrollarle como ser humano, pero es obvio que en los momentos actuales esta educación no puede quedarse reducida al marco de los centros educativos, porque los objetivos de la educación y el proceso educativo que requieren la sociedad y la propia Cultura de Paz son de tal complejidad que ninguna institución educativa podría ser suficiente para realizar aisladamente esta tarea. La única solución consiste en reestructurar la sociedad de tal manera que pueda comprometer a todos sus segmentos y a todas las instituciones en este proceso: medios de comunicación, administraciones públicas, asociaciones sindicales, colectivos ciudadanos, organizaciones no-gubernamentales... En resumen, no basta con una reforma educativa amplia que fije la Cultura de paz como prioridad de la educación, sino que esta labor corresponde al conjunto de la sociedad. La educación obligatoria puede ser una buena y sólida base para contribuir a la construcción de esta cultura, pero la paz como derecho requiere del quehacer permanente y coordinado de todos los actores sociales. La tensión está servida entre la realidad presente y el deseo de un mundo sin fronteras. 2/ La Cultura de paz promueve la concepción de centro docente como comunidad de aprendizaje La eficacia de los centros educativos constituye el centro de los debates actuales sobre educación. Dos criterios determinan, entre otros, tal eficacia. Por un lado, los avances tecnológicos y la preponderancia del saber en un mundo globalizado, acompañado de nuevos desafíos y nuevas desigualdades sociales, exige la apertura de los centros educativos a la sociedad. Y por otro, los centros deben ser capaces de organizarse de manera cada vez más democrática, obteniendo mejores resultados y mayores niveles de calidad. La cuestión que propone la Cultura de Paz es saber cómo las escuelas pueden contribuir más eficazmente en la construcción de esa cultura basada en los principios de la democracia y de la noviolencia. Si el objetivo consiste en formar ciudadanos noviolentos para alcanzar una sociedad pacífica, los centros educativos deben tener como meta favorecer una organización cada vez más participativa y democrática que -por medio de la gestión noviolenta de las diferencias y de los conflictos que en ella se producen- alcance en mayor grado sus objetivos a través de la cooperación de todos sus miembros. Y esto porque los centros educativos, al igual que prácticamente todas las organizaciones sociales, son espacios caracterizados por la existencia constante de conflictos (Ball, 1989); pero el conflicto entre los distintos miembros de la comunidad educativa no sólo es un hecho inevitable de su vida organizativa, sino que puede y debe ser considerado también como un proceso mediante el cual el propio centro crece y se desarrolla. Comprender y resolver los conflictos en los centros educativos es un rasgo esencial de su propia organización democrática basada en el respeto mutuo, en la diversidad y en el pluralismo. Los estudios recientes constatan que: a) los centros educativos más abiertos y democráticos favorecen los niveles democráticos de la sociedad (Ehman,1980); b) los métodos pedagógicos y cooperativos disminuyen los conflictos étnicos y favorecen la comprensión entre las diferentes culturas (Lynch,1991); c) las prácticas educativas democráticas responden mejor a las necesidades de aprendizaje del alumnado (Dimmock, 1995); y d) los centros, en definitiva, que favorecen a su alumnado experiencias democráticas desarrollando en el aula y en la escuela las competencias, los valores y los comportamientos democráticos contribuyen, mejor que otros centros, a la instauración de una cultura de paz y noviolencia (Harber, 1997). Pero esto no es suficiente, la educación impartida en los centros docentes no está aislada del resto de moldeamientos educativos que la sociedad ofrece. Es pues necesario pasar de un modelo centrado únicamente en la relación tradicional entre profesorado y alumnado en el espacio cerrado de las organizaciones escolares, a un modelo abierto a la comunidad. Pasar de los centros educativos a las comunidades de aprendizaje. Esto representa dos retos: el primero de ellos referido al centro educativo como espacio comunitario para la realización de otras actividades educativas complementarias organizadas, coordinadas o dirigidas por y para la comunidad; la inclusión en el currículo y en los proyectos educativos de actividades en colaboración con la comunidad; o utilizando de manera sistemática los recursos que la comunidad ofrece al centro. El segundo reto obedece a la exigencia de la propia construcción de la Cultura de Paz de diseñar proyectos educativos integrales, participativos y permanentes basados en la actuación conjunta de todos los componentes de la comunidad educativa y de amplios sectores de la sociedad. 3/ La Cultura de paz tensiona la organización escolar y el propio currículo Fomentar los valores universales compartidos y los comportamientos en que se basa la Cultura de paz es una finalidad educativa que supone el aprendizaje de una ciudadanía capaz de manejar situaciones difíciles e inciertas desde la autonomía y la responsabilidad individual. Responsabilidad, por otro lado, unida al reconocimiento del valor del compromiso cívico, de la asociación con los demás para resolver los problemas y trabajar por una comunidad justa, pacífica y democrática. Pero como sabemos esta finalidad es una quimera cuando las sociedades no son capaces de satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos. La Cultura de paz tensiona tanto a la educación como a la sociedad al tratar de capacitar a los individuos para hacer elecciones y actuar no sólo en función de las condiciones sociales, económicas o políticas del presente, sino en relación con la visión del futuro al que aspiran. Dicha tensión obliga no sólo a repensar la organización escolar para alcanzar mayores niveles de participación democrática, sino que exige que estos mismos niveles estén presentes en la sociedad. Durante mucho tiempo, la institución escolar, nacida bajo la inspiración de la Ilustración, se limitó casi exclusivamente a transmitir los saberes científicos o técnicos que los ciudadanos necesitan para desempeñar las funciones demandadas por la sociedad. Esto supuso considerar que el saber académico correcto tenía que proceder de los conocimientos científicos, organizado a través de las diferentes materias o disciplinas. Pero en la actualidad, los cambios que se están produciendo en el mundo de la ciencia, del conocimiento y de la información ha dejado de alentar la ilusión de poseer verdades absolutas y una neutralidad discutible, cuestionada por una visión holística 11 de la realidad e impone un nuevo enfoque curricular en el que la dimensión transversal constituye una de sus mejores innovaciones, encaminada a corregir algunos de los efectos perversos que hemos heredado de la cultura tradicional. Uno de los cuales ha sido, sin duda, que ese tipo de enseñanza tradicional no prepara al alumnado para convertirse en ciudadanos de pleno derecho en una sociedad democrática, al no permitirles el acceso de conocimientos precisos sobre la problemática social del momento, desarrollar su propia autonomía moral, construir su propio conocimiento y participar en la solución de los graves problemas que afectan a la humanidad. Por otro lado, ni la ciencia ni la educación han sido nunca neutrales. La educación tiene la finalidad de contribuir a desarrollar en los alumnos y alumnas aquellas capacidades que se consideran necesarias para desenvolverse como ciudadanos con plenos derechos y deberes en la sociedad en la que viven. Capacidades que tienen que ver no sólo con los conocimientos que aportan las diversas materias curriculares o disciplinas, sino también con ciertas cuestiones de una gran trascendencia en la época actual sobre las cuales las sociedades reclaman una atención prioritaria. La educación, por consiguiente, debe posibilitar que el alumnado llegue a entender esos problemas cruciales -de los que se 11 Interesante es la lectura de la obra que recoge las intervenciones del Coloquio de Tokio publicada con el título La Mutation du Futur, ediciones Albin Michel, Paris, 1996. hace eco la comunidad internacional- y a elaborar un juicio crítico respecto a ellos, siendo capaces de adoptar actitudes y comportamientos basados en valores, racional y libremente asumidos. Esta reflexión es la que ha llevado a emprender en numerosos países reformas educativas (Tuvilla, 1998) que comparten el mismo enfoque curricular y en las que el concepto de "transversalidad", aunque con diferencias, constituye uno de sus más importantes rasgos, introduciendo nuevos contenidos curriculares, pero sobre todo reconstruyendo y reformulando los existentes desde un nuevo enfoque integrador e interdisciplinar. La transversalidad es, sin lugar a dudas, uno de los elementos más innovadores de las actuales reformas educativas y el elemento básico de la llamada Educación Global sostenida por los siguientes ejes: "la globalización de la cultura, la educación integral de la persona, la organización democrática de la escuela y el compromiso de la educación con la problemática socio-natural" (Yus, 1997). Esto significa que los currículos deben admitir la tensión que la transversalidad genera en los programas escolares, tanto en su metodología como en sus contenidos, desde la perspectiva de la Cultura de Paz. Ante la complejidad y globalidad de las problemáticas mundiales, la educación debe ser una educación global que supere también la noción de una transversalidad simple, entendida como la presencia en cada una de las áreas de conocimiento de contenidos que atraviesan el currículo. Como expresa Travé González (1999): “Superar la disciplinariedad y la transversalidad simple por planteamientos transdisciplinares, no solamente representa, en síntesis, adoptar una forma más o menos novedosa de organizar el conocimiento escolar ni de formular otro tipo de alternativa metodológica. Supone, por el contrario, asumir propuestas críticas de intervención que permitan modificar las viejas estructuras epistemológicas y didácticas, propuestas que partan de la educación como hecho global e integrador capaz de contribuir, desde la lógica del alumno que aprende, a explicar en definitiva la realidad de la sociedad actual en toda su complejidad y en toda su diversidad”. 2. REFORMA EDUCATIVA ESPAÑOLA Y EDUCACIÓN INTERCULTURAL Actualmente existe consenso en reconocer el decisivo papel que la educación debe desempeñar para evitar los problemas de la discriminación, la transformación multicultural de las sociedades o el cuestionamiento de los valores democráticos. La perspectiva intercultural de la educación (Diaz Aguado, 1995) significa: a) Favorecer la integración de los alumnos pertenecientes a grupos culturales minoritarios, superando las limitaciones de los enfoques monoculturales que ofrecen como único modelo de integración la asimilación a la cultura mayoritaria, con la consiguiente pérdida de identidad que de ello se deriva para los alumnos de los grupos minoritarios; b) Desarrollar la tolerancia y prevenir el racismo, estimulando el conocimiento y la valoración de otras culturas además de la mayoritaria; y superando las tendencias y actitudes etnocéntricas que caracterizan a la educación monocultural. La finalidad de esta perspectiva educativa está en formar a los ciudadanos en el conocimiento, comprensión, y respeto de las diversas culturas existentes a través del aumento de sus capacidades de comunicación e interacción que propicien actitudes favorables a la pluralidad de ideas y a la multiculturalidad cada vez mayor de la sociedad. Se trata en definitiva de la formación de valores y actitudes (respeto a las personas y a sus culturas, superación del etnocentrismo, lucha contra todo tipo de discriminación...) de solidaridad. Actitudes básicas que pueden resumirse en la valoración positiva de la propia identidad, así como de la cultura de los otros. El respeto a la diversidad es uno de los ejes fundamentales de la Reforma educativa española en diferentes esferas: diversidad de alumnado, diversidad de centros docentes, diversidad lingüística y diversidad cultural. Para dar respuesta al reconocimiento de diferentes ámbitos educativos y a la existencia de diversas realidades culturales y lingüísticas dentro del territorio nacional, la reforma reconoce la autonomía pedagógica de los centros y diferentes niveles de concreción curricular permitiendo que las comunidades autónomas con competencias plenas en materia de educación elaboren propuestas curriculares propias. Una lectura atenta tanto de las leyes educativas como de los planteamientos que fundamentan los principios de la reforma revelan tres grandes objetivos relativos a la diversidad cultural: 1/ la comprensión, la tolerancia y el respeto entre las distintas culturas; 2/ la aceptación por parte de las culturas minoritarias de la propia cultura; y 3/ el desarrollo educativo de los grupos culturales minoritarios que conviven con culturas mayoritarias. Sin embargo, pese a las buenas intenciones de la Ley Orgánica General del Sistema Educativo de 1990, la cuestión de la diversidad cultural plantea algunos problemas y obstáculos todavía no resueltos relativos a los materiales curriculares, la formación del profesorado, la organización escolar y la evaluación, entre otros. Por otro lado existen voces ausentes (Torres, J 1994) en la selección de la cultura escolar como el intercambio entre las diferentes culturas de las diversas nacionalidades, la invisibilidad en los libros de texto de la cultura del pueblo gitano (Calvo Buezas: 1989, 1995), la voz procedente del mundo femenino o la voz del Tercer Mundo. Por otro lado hay que añadir que hasta 1992 la investigación en educación intercultural (AA.VV, 1995) fue, con excepción de algunos trabajos, meramente anecdótica. Pese a una legislación progresista que asigna a la educación una función humanizadora, en la actualidad, la respuesta de la escuela a los planteamientos interculturales es confusa, insegura y muy ambigua (Sanromán, 1995) y dicha dimensión se suele asociar casi siempre a alumnos inmigrantes extranjeros procedentes del Tercer Mundo. Nunca se suelen aplicar (Besalú, 1998) a los extranjeros procedentes del primer mundo y mucho menos se utilizan para referirse a los alumnos autóctonos. En la actualidad si bien las investigaciones educativas sobre la diversidad cultural van en aumento; existe abundante material curricular que aborda la educación intercultural promovida por diversas ONG y el mundo editorial; y cada vez son más los programas formativos del profesorado, la cuestión cultural no está resuelta debido fundamentalmente a la visión eurocéntrica instalada tanto en el sistema educativo como en la sociedad que presiona sobre un modelo curricular que se sustenta en los valores de una cultura dominante. Por último, a esta situación hay que añadir las dificultades de vertebrar el currículo alrededor de los temas transversales, buscando nuevos marcos teóricos capaces de interpretar los procesos complejos y multidireccionales del aprendizaje desvelando sus verdaderas dimensiones sociales y políticas. La cuestión de la transversalidad, en relación con los derechos humanos, en concreto los derechos culturales, está sin lugar a dudas estrechamente ligada con la capacidad de las sociedades de hacer valer o negar los verdaderos valores y espacios que exige la democracia. Dicha apuesta está recogida en la reforma educativa española, pero debe vertebrarse con cuidado y esmero en cada uno de los tramos del sistema educativo. 3. LA EDUCACIÓN INTERCULTURAL DESDE LA MIRADA DEL PLAN ANDALUZ DE EDUCACIÓN PARA LA CULTURA DE PAZ Y NOVIOLENCIA No cabe duda que la educación cumple un importante papel en el progreso hacia el pleno desarrollo de la Cultura de Paz y Noviolencia caracterizada por ser una cultura de la convivencia y de la participación -sostenida por los principios de libertad, justicia social, democracia, tolerancia y solidaridad- que rechaza la violencia, se dedica a prevenir los conflictos en sus causas y busca soluciones positivas y alternativas a los grandes desafíos del mundo moderno. Cultura que se refleja y se inspira en el conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida que fomentan y permiten el ejercicio del derecho a la paz de los individuos, los grupos y las naciones. En definitiva, una cultura que asegura a todos los seres humanos el pleno ejercicio de sus derechos y responsabilidades y los medios necesarios para participar plenamente en el desarrollo endógeno, humano y sostenido de su sociedad en un mundo cada vez más interdependiente y globalizado. Es por ello que la Consejería de Educación y Ciencia, mediante el Plan Andaluz de Educación para la Cultura de Paz y Noviolencia 12 , reafirma su voluntad de contribuir a poner las bases para la edificación de una sociedad andaluza más justa y tolerante para las generaciones actuales y las venideras; proyectar deseos pacíficos para con ella y para con los otros pueblos con los que convive; y colaborar con todos aquellos que han decidido adherirse y participar en la construcción de un programa que respete las vidas y la dignidad de cada persona sin discriminación ni prejuicios, rechace la violencia en todas sus formas, cultive la generosidad a fin de terminar con las exclusiones y las injusticias, defienda el diálogo, preserve el planeta, promoviendo un consumo responsable y un equilibrio de los recursos naturales, y ayude a la plena participación de todos y todas bajos los principios democráticos. Dicho Plan, por otro lado, persigue guiado por el principio Calidad en igualdad, objetivos y acciones que se justifican, apoyan y complementan con otros Planes de la Consejería como, entre otros, el Plan Andaluz de educación de inmigrantes. Y asume la Declaración y Programa de Acción sobre Cultura de Paz de Naciones Unidas y se enmarca dentro del Decenio para la Educación en la Esfera de los Derechos Humanos (1995-2004) y el Decenio Internacional de la Cultura de Paz y Noviolencia (2001-2010) Tres principios orientadores (Promover la paz como acción colectiva e individual; saber convivir con los conflictos y proponer soluciones creativas y pacíficas a los mismos; y detener, disminuir y prevenir las manifestaciones de la violencia) guían sus objetivos y medidas en los ámbitos siguientes: 1/ Aprendizaje de la ciudadanía democrática; 2/ Educación para la paz, los derechos humanos, la democracia y la tolerancia; 3/ La mejora de la convivencia escolar; y 4/ La prevención de la violencia. Estos ámbitos, sin duda, son un importante referente teórico y práctico para la educación intercultural como uno de los componentes básicos de la llamada Educación para la Cultura de Paz. Ámbitos que por otro lado plantean un conjunto de cuestiones y desafíos que deben tenerse en cuenta a la hora de definir proyectos y estrategias interculturales en el ámbito de los centros educativos. ¿Qué educación para qué ciudadanía? Sin duda que la Cultura de Paz necesita del aprendizaje de una ciudadanía democrática que no se limita a las primeras etapas de la vida, pues los acelerados cambios de la evolución económica, social, tecnológica y política exigen nuevas competencias, 12 En su texto se lee: El Plan Andaluz de Educación para la Cultura de Paz y Noviolencia, como propuesta abierta y contextualizada a nuestra realidad, se inspira y se justifica por las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución Española reconoce de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados, pactos, convenios y otros instrumentos internacionales ratificados por nuestro país; y por el Estatuto de Autonomía de Andalucía. También se justifica en materia educativa por la Ley Orgánica del Derecho a la Educación de 1985, la Ley Orgánica 1/1990, de 3 de octubre, de Ordenación General del Sistema Educativo y por aquellas otras leyes, decretos y normas legales basadas en los principios democráticos de convivencia que articulan nuestro sistema educativo, así como por los mismos principios que definen la Cultura de Paz. capacidades y conocimientos a lo largo de toda la vida. Por otro lado, el déficit democrático de las sociedades actuales demanda poner especial énfasis en la capacidad de los ciudadanos y ciudadanas para saber “vivir juntos” en una época como la nuestra, caracterizada por el pluralismo de valores y de culturas, el ascenso del individualismo, los desafíos de la globalización y la proliferación de diferentes conflictos que amenazan la cohesión social. Por otro lado, el aprendizaje de una ciudadanía democrática desde el enfoque innovador de la Cultura de Paz dirigida a la formación de ciudadanos y ciudadanas responsables, debe ofrecerles los conocimientos y competencias necesarias para hacer posible una participación activa, creándose las posibilidades de diálogo y de reflexión, de resolución no violenta de los conflictos, así como los espacios de consenso, comunicación y de interacción que susciten la toma de conciencia de los derechos y deberes de cada uno, de las normas de comportamiento y de los valores compartidos, así como de las cuestiones éticas implícitas en cada una de nuestras acciones y en las problemáticas actuales. Lejos de todo reduccionismo, hay tres valores que están en la base de ese aprendizaje de la ciudadanía democrática a lo largo de toda la vida: la autonomía de las personas; la necesidad de ser personas dialogantes y la tolerancia activa, componente clave este último de todo el proceso y necesario más que nunca en nuestra sociedad. En este sentido, creemos que afrontar la interculturalidad de la sociedad es uno de los grandes retos de la educación. Reto que debe considerar adecuadamente la dimensión política de la propia definición de educación intercultural asumida por la sociedad estrechamente vinculada al concepto de ciudadanía. Ser ciudadano consiste, principalmente, no sólo en tener derechos y responsabilidades y ejercerlos en el seno de la sociedad, sino también en participar en el gobierno y en los procesos por los que se determinan los derechos y las responsabilidades de sus miembros. En términos jurídicos la ciudadanía representa la condición de pertenencia a una comunidad política que supone la titularidad de la soberanía y la atribución tanto de los derechos políticos como de los derechos económicos, sociales y económicos. El reto que supone para las sociedades democráticas modernas el reconocimiento de una ciudadanía multicultural está en el respeto a las diferencias que ha de asegurar el derecho de la diversidad cultural a través del respeto de los derechos humanos. Es decir, en palabras de Ramón Flecha (2002), “sólo desde la igualdad de diferencias es posible un diálogo intercultural real. Desde la Igualdad en las Diferencias se defiende y busca la igualdad de todas las personas y culturas, respetando sus diferencias identitarias y culturales”. En la actualidad la Unión Europea, pese a los esfuerzos desarrollados en el ámbito educativo (EUMC, 2001; CCC, 2001), se debate entre un fundamentalismo estatal en torno a la inmigración y la necesidad de crear las condiciones precisas para definir con claridad una ciudadanía europea inclusiva. Para Zapata-Barrero (2001) las dos concepciones enfrentadas en la forma de abordar el proceso de integración política de la Unión Europea (como ganancia desde la óptica de la nueva ciudadanía europea que se trata de construir y como pérdida desde la lógica de la soberanía de los estados) no contempla para los inmigrantes no europeos la categoría de ciudadanos, siguiendo una lógica de fundamentalismo estatal que rehuye la lógica multicultural. Para este autor estas resistencias a las presiones procedentes de nuestras sociedades cada vez más multiculturales (traducibles en exigencias y políticas asimilacionistas) son comprensibles, pero deben ser superadas. Y esto por dos cuestiones: la primera porque el fenómeno migratorio es un hecho; la segunda, porque de no hacerse adecuadamente “la permanencia de mundos paralelos tendrá riesgos de fracturas sociales y de inestabilidad política, que también provocan efectos indeseados como el racismo social, la formación de partidos con discursos antiemigrantes, o la consolidación de movimientos antisistema, por citar extremos de escenarios posibles”. Este hecho tiene una importante consecuencia en el sector educativo. La inexistencia de la coherencia necesaria entre las soluciones educativas al fenómeno migratorio y las correspondientes políticas sociales genera conflictos nuevos en el seno de los centros educativos y desvía el verdadero objetivo de la educación intercultural. Desde la mirada de la Educación para la Cultura de Paz no basta diseñar estrategias educativas de acción contra el racismo o la xenofobia como necesidad de mantener la cohesión social, sino que es necesario una verdadera integración de los “otros” tanto en el ámbito educativo como, principalmente, en el ámbito social. La Cultura de Paz sin duda que tensiona todas las esferas sociales y pone a debate la idoneidad o no del reconocimiento de todos los derechos sociales a los inmigrantes no comunitarios, constituyendo así este desafío un test al concepto mismo de ciudadanía. Como señala Javier de Lucas (2001), la realidad de la inmigración exige un nuevo concepto de ciudadanía inclusiva y plural atendiendo dos condiciones: 1/ “Reconocer la diversidad y la complejidad de la inmigración, su carácter estructural y global, obliga a revisar la simplista dicotomía que permitía considerar la ciudadanía como un coto vedado para quienes no son originarios de la comunidad estatal-nacional ni pueden llegar a serlo porque sólo interesan en su función de productores o, para ser más exactos, como mercancías”; y 2/ “insistir en que el proceso de integración no puede ser visto sólo ni aun primordialmente como el mágico resultado de políticas de interculturalidad, tolerancia y pluralismo, unidas a medidas concretas en los factores básicos de integración: escuela, vivienda y trabajo”. La cuestión que plantea Javier de Lucas es la razón y el grado de reconocimiento a los inmigrantes de los derechos que constituyen el triple contenido de la ciudadanía: la seguridad jurídica, los derechos sociales y los derechos políticos. La Cultura de Paz a través de la educación en derechos humanos Una de las finalidades que los sistemas educativos contemporáneos asignan a la educación -refrendada en numerosos instrumentos internacionales y en las actuales reformas educativas- es la formación de una ciudadanía responsable en los valores de la paz, la solidaridad, la cooperación, la tolerancia y el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales. Es decir en los elementos básicos que conforman la definición de Cultura de paz13 acuñada por Naciones Unidas. En este contexto podemos definir la pedagogía de la paz como el conjunto de teorías y prácticas educativas orientadas a la construcción de la paz a través de un modelo concreto de educación. La formación de una ciudadanía democrática y participativa es uno de los elementos básicos de la Cultura de Paz que consiste en un conjunto de ideas (derechos humanos y libertades fundamentales, democracia, ciudadanía y sociedad civil, Globalización y desarrollo) y de valores fundamentales (justicia social, igualdad, pluralismo, cohesión social, integración, protección de las minorías, solidaridad, paz y seguridad) que son comunes al conjunto de las democracias modernas. Una buena comprensión de estas ideas y valores y de sus relaciones recíprocas es, en un contexto de acelerados cambios donde se incrementan los desafíos, condición indispensable para 13 Las Naciones Unidas proclamaron en el verano de 1999 el Decenio (2001-2010) de la Cultura de Paz y No-violencia en la educación de los jóvenes a través de diversas resoluciones, aprobando una Declaración y Plan de Acción. Dicho Plan puede descargarse de Internet en el sitio de UNESCO: http://www.unesco.org una participación positiva y responsable en los procesos de construcción social de la Paz. Las instituciones educativas es obvio que no pueden quedar al margen de esta finalidad general y deben interrogarse sobre cómo estas ideas y valores se hacen efectivos e impregnan la cultura escolar, así como de saber cuál es el mejor método para que los sujetos en formación (todos los miembros de la comunidad educativa) aprendan y construyan colectivamente el conjunto de competencias necesarias que hacen posible esas ideas y valores 14 . La Cultura de Paz, en el ámbito escolar, está estrechamente unida a la Educación para la Paz, los derechos humanos, la democracia y la tolerancia que constituye en la actualidad el hilo conductor de muchas de las reformas educativas actuales. Este tipo de educación está respaldado a escala internacional por la Declaración y Plan de Acción, surgida de la Conferencia Internacional de Educación celebrada en 1994 y aprobada por UNESCO en su conferencia general celebrada un año más tarde. En dicho Plan se señalan las finalidades de dicha educación, las estrategias de acción y las políticas y orientaciones en los planos institucional, nacional e internacional. Y representa un nuevo intento de garantizar -a través de la educación- las libertades fundamentales, la paz, los derechos humanos y la democracia, y de fomentar al mismo tiempo el desarrollo económico y social sostenible y equitativo ya que se trata de componentes esenciales de la construcción de una cultura de paz. Dicho Plan, después de justificar en su introducción la necesidad de este tipo de educación, establece las siguientes finalidades 15 : • La finalidad principal de una educación para la paz, los derechos humanos y la democracia ha de ser el fomento en todos los individuos, del sentido de los valores universales y los tipos de comportamiento en que se basa una cultura de paz. Incluso en contextos socioculturales diferentes es posible identificar valores que puedan ser reconocidos universalmente. • La educación ha de fomentar la capacidad de apreciar el valor de la libertad y las aptitudes que permitan responder a sus retos. Ello supone que se prepare a los ciudadanos para que sepan manejar situaciones difíciles e inciertas, prepararlos para la autonomía y la responsabilidad individuales. Esta última ha de estar ligada al reconocimiento del valor del compromiso cívico, de la asociación con los demás para resolver los problemas y trabajar por una comunidad justa, pacífica y democrática. • La educación debe desarrollar la capacidad de reconocer y aceptar los valores que existen en la diversidad de los individuos, los sexos, los pueblos y las culturas, y desarrollar la capacidad de comunicar, compartir y cooperar con los demás. Los ciudadanos de una sociedad pluralista y de un mundo multicultural deben ser capaces de admitir que su interpretación de las situaciones y de los problemas se desprende de su propia vida, de la historia de su sociedad y de sus tradiciones culturales y que, por consiguiente, no hay un solo grupo que tenga la única respuesta a los problemas, y puede haber más de una solución para cada problema. Por tanto, las personas deberían comprenderse y respetarse mutuamente y negociar en pie de igualdad 14 La Cultura de Paz está estrechamente ligada con el aprendizaje de una ciudadanía democrática y con algunos de los proyectos realizados anteriormente por UNESCO, por ejemplo, dentro de la Red de Escuelas Asociadas. En el ámbito europeo destaca el proyecto del Consejo de cooperación cultural del Consejo de Europa titulado “Education à la Citoyenneté democratique”. Remito al documento de este organismo internacional de ámbito regional (DEC/EDU/CIT (2000) 16) que puede obtenerse en: http://culture.coe.int/citizenship 15 He subrayado en el texto las palabras claves para una mejor comprensión del mismo y de los componentes de esta educación. con miras a buscar un terreno común. Así, la educación deberá fortalecer la identidad personal y favorecer la convergencia de ideas y soluciones que refuercen la paz, la amistad y la fraternidad entre los individuos y los pueblos. • La educación debe desarrollar la capacidad de resolver los conflictos con métodos no violentos. Por consiguiente, debe promover también el desarrollo de la paz interior en la mente de los estudiantes para que puedan asentar con mayor firmeza las dotes de tolerancia, solidaridad, voluntad de compartir y atención hacia los demás. • La educación ha de cultivar en el ciudadano la capacidad de hacer elecciones con conocimiento, basando sus juicios y sus actos no sólo en el análisis de las situaciones actuales, sino también en la visión de un futuro al que aspira. • La educación debe enseñar a los ciudadanos a respetar el patrimonio cultural, a proteger el medio ambiente y a adoptar métodos de producción y pautas de consumo que conduzcan al desarrollo sostenible. También es indispensable la armonía entre los valores individuales y los colectivos y entre las necesidades básicas inmediatas y los intereses a largo plazo. • La educación ha de nutrir sentimientos de solidaridad y equidad en los planos nacional e internacional en la perspectiva de un desarrollo equilibrado y a largo plazo. Es evidente que dicho texto asume las tendencias y propuestas actuales relativas a este tipo de educación. Y nos lleva a determinar (Bjerstedt, 1986) un conjunto de finalidades educativas que se concretan en los siguientes objetivos interactivos: 1/ Preparación para la no-violencia: Preparar a nuestros jóvenes en el pensamiento y prácticas de la no-violencia es uno de los objetivos básicos de una educación basada en la búsqueda de nuevas formas de resolver los conflictos y de construir una paz basada en la justicia. Y esto es obvio pues ni los contenidos, los objetivos y las formas de educar para la paz pueden ser contrarias a la finalidad última que este tipo de educación persigue. 2/ Responsabilidad de los ciudadanos del mundo: En todos los procesos de interrelación social se precisa un mínimo de responsabilidad. La responsabilidad no consiste sólo en cumplir las obligaciones y deberes, sino que además supone captar los rasgos morales de esta interrelación, actuar conforme a ellos. Situarse en el mundo, conocer sus problemas y tomar conciencia de la necesidad de cambio; es decir, adoptar un comportamiento ético ante las cosas que pasan ante nuestras miradas, en nuestra proximidad más cercana, como individuos y seres sociales, y, también, en esa aldea global en la que todos vivimos. Ubicarse en el mundo significa dar respuesta a sus interrogantes, una respuesta que debe comenzar por ser individual, pero que también ha de ser compartida colectivamente. La responsabilidad es un rasgo esencial de la experiencia moral de los individuos y de la comunidad, del desarrollo de un aprendizaje que permite la consolidación autónoma de una actitud ética frente al mundo y de una conciencia planetaria. 3/ Igualdad de actitudes: La Educación para la paz es una forma particular de educación en valores que persigue el desarrollo de actitudes iguales en todos los jóvenes del mundo, de ahí su vocación internacional, para ante valores antitéticos a la cultura de la paz como la obediencia ciega, el conformismo y consumismo, la indiferencia e insolidaridad, la intolerancia o la discriminación se cuestionen sus consecuencias y actúen guiados por la justicia, la tolerancia y la solidaridad. De aquí la necesidad de que los temas controvertidos como la violencia, la desigualdad, los conflictos armados, la discriminación y tantos otros reciban una atención especial en las instituciones educativas con el fin de adecuar el currículo a las exigencias de nuestro tiempo. La educación para la paz como educación en valores debe vertebrarse alrededor de dos ejes complementarios: a) El respeto mutuo y el reconocimiento recíproco y; b) El aprendizaje en la escucha mutua y el diálogo. Ejes que por otra parte derivan en la cooperación que constituye tanto un "saber hacer" y "un saber estar" como una competencia social, que como la autonomía, contiene elementos morales y políticos enlazados con el concepto de solidaridad. 4/ Investigación crítica de alternativas: La educación tiene como misión hacer que los jóvenes examinen los obstáculos que a menudo nos impiden experimentar un progreso hacia la paz; familiarizarles con destrezas específicas que venzan esas dificultades y brindarles modelos de personas y de grupos cuyas acciones se encaminan en pro de una paz realizable. La educación para la paz está reñida con la retórica, con una concepción mecanicista de la ciencia y con el modelo de escuela reproductora; pues responde a un paradigma holístico, ecológico y crítico. A un modelo de persona que participa en un proceso de emancipación cuya razón está en la comunicación y en un concepto de paz que rebasa la contemplación crítica del mundo y que investiga y ejecuta alternativas. Cualquier acción que se emprende ha introducido antes una amplia gama de opciones. Construir la paz positiva conlleva determinar la sociedad deseada. La educación para la paz trata de dotar al alumnado de aquellas estrategias que le permitan investigar críticamente diferentes alternativas a la problemática mundial. Es decir: educar en futuros. Como ha escrito Slaughter (1993): "Las visiones y las imágenes de futuro deseables llegan siempre antes que su realización. El estudio de los futuros contribuye por eso directamente al proyecto central de todo trabajo sobre la paz. Explora y define el contexto más amplio, proporciona conceptos, métodos, perspectivas y propuestas que complementen la atención más minuciosa del agente de la paz hacia cuestiones específicas. De ahí que cualquier currículo que opere en pro de un mundo mejor y más pacífico tendrá siempre un componente intenso y explícito de futuros". Convivencia escolar y resolución pacífica de los conflictos En la actualidad, la conflictividad escolar se ha convertido en una de las preocupaciones mayores de todas las sociedades. Lejos de considerar este mal social como un fenómeno inevitable frente al cual la sociedad, y en concreto las instituciones educativas, no tienen más que responder con medidas duras de choque para reducir sus efectos, existe abundante literatura que se orienta hacia la prevención como una de las mejores formas de solución centrándose no sólo y únicamente en las consecuencias del fenómeno, sino sobretodo en sus causas. Sin duda que para alcanzar resultados duraderos toda acción preventiva debe fundarse en una perspectiva ecológica que sea a la vez global y sistémica: comenzar en la familia, continuar en los centros docentes y estar apoyada por acciones en el ámbito socio-comunitario. Es evidente la influencia recíproca entre el individuo y la colectividad lo que exige y permite el abordaje de este fenómeno en varios ámbitos al mismo tiempo y en un mismo contexto. Esta perspectiva o enfoque se basa en la ecuación que permite analizar una situación reduciendo su grado de violencia aumentando los factores de protección como: una percepción positiva de sí mismo a través del desarrollo de la autoestima; la adquisición de aquellas competencias sociales como la capacidad de pedir ayuda y reaccionar con energía ante las diferentes manifestaciones de violencia; alcanzar un nivel de concienciación adecuado respecto a las diferentes formas o expresiones de la violencia; y adquirir habilidades y aptitudes que favorezcan el apoyo o auxilio entre víctimas y agresores. A estos factores se añaden las habilidades de las familias para abordar y resolver positivamente los conflictos y la mejora de la cultura y del clima de las instituciones educativas. Algunos conceptos clave (McLaunghlin, 2000; Ortega, 1998) orientan los métodos más innovadores empleados en los proyectos de prevención, combinando las técnicas actuales de reducción de los prejuicios y todo tipo de discriminación con aquellas otras propias de la prevención contra la violencia y parten de la evidencia de que la violencia y la intolerancia son actitudes y conductas que se aprenden. Estas claves son, entre otras: la intervención temprana, el desarrollo de la sensibilidad ante tales fenómenos, la concienciación y apreciación de las diferencias como elemento de enriquecimiento personal y grupal, el aprendizaje cooperativo, el desarrollo del pensamiento crítico, la comprensión de las diferentes perspectivas de abordaje del problema, la comprensión del papel que desempeñan los medios de comunicación, la importancia de la interacción, la consideración de la desigualdad institucionalizada y la importancia de alcanzar una responsabilidad social coordinada a través de un aprendizaje social basado en el diálogo y la participación democrática. La educación que inspira la Cultura de Paz dirigida al proceso de reglamentación de los conflictos interpersonales se fundamenta, como ya hemos señalado, en los principios de la no-violencia, respecto de uno mismo y de los otros, así como en la voluntad de encontrar soluciones mutuamente aceptadas. La no-violencia es concebida como un principio en virtud del cual se regula toda forma de violencia, sea personal, social o política para buscar soluciones positivas. Esta formación pasa por la convicción de cambiar las estructuras que conducen a la violencia como el sexismo, la discriminación contra las minorías raciales y étnicas, así como el reparto desigual de la riqueza. El objetivo a largo plazo es reducir la dependencia de cada persona en relación con cualquier tipo de uso de la violencia como medio de resolver los problemas. Y constituye un conjunto de aptitudes y habilidades enormemente necesarias para comprender y apoyar los derechos de las personas. Para muchos autores esta educación es simplemente un "instrumento" valioso que permite resolver los conflictos a través de la utilización de diversas técnicas que plantean los problemas contenidos en la Educación para la Paz en su dimensión relacional y prosocial. Otros sin embargo, estiman que debe considerarse un elemento autónomo de esta educación con dimensión internacional que permite la confrontación crítica de los conflictos posibilitando que la Educación para la Paz alcance su último y principal objetivo: transformar la realidad. El conflicto, de forma esquemática, puede definirse (Fisas, 1987) como "una situación en la que un actor (una persona, una comunidad, un Estado, etc.) se encuentra en oposición consciente con otro actor (del mismo o diferente rango), a partir del momento en que persiguen objetivos incompatibles (o éstos son percibidos como tales), lo que les conduce a una oposición enfrentamiento o lucha". También puede caracterizarse (Lederach, 1984) como "un proceso natural a toda sociedad y un fenómeno necesario para la vida humana, que puede ser un factor positivo en el cambio y en las relaciones, o destructivo, según la manera de regularlo". Existen diferentes definiciones de conflicto dependiendo de la variedad de escuelas actuales de investigación. No es nuestra intención el análisis de estas corrientes, por lo que trazaremos escuetamente la descripción de los componentes que permiten una aproximación al estudio de la paz. El conflicto pertenece a la naturaleza humana, indispensable para el desarrollo y crecimiento de las personas y las sociedades. Debe ser considerado como un instrumento que posibilita la transformación social. La praxis de la educación para la paz es precisamente aprender a descubrir y a enfrentar conflictos, para aprender a resolverlos de manera no violenta. La cultura para la paz se basa en el equilibrio o armonía de los seres humanos en tres niveles (personal, nacional e internacional) en su relación tanto con el resto de miembros que forman un grupo o sociedad como con la naturaleza. Este mínimo esquema de interpretación ha dado lugar a diferentes enfoques que van desde los que consideran que la resolución no violenta de los conflictos en la escuela sólo debe tener como contenido específico temas como el maltrato y el fenómeno de violencia escolar; hasta aquellos que, desde una visión menos restringida, consideran necesario el estudio y tratamiento de la gestión del conflicto y la negociación como contenidos de gran utilidad para la vida tanto de los ciudadanos como de cualquier organización. El conflicto, desde un punto de vista positivo, es el motor de cambio social y sus efectos siempre que sepamos gestionarlo bien permiten establecer relaciones cada vez más cooperativas. De ahí que la negociación resulte imprescindible. Tanto el conflicto como la negociación constituyen un modo de relación rica y permanente de la vida cotidiana: personal, grupal y organizacional. Impulsar por tanto, desde la educación, la cooperación frente a la competición y la concertación frente al conflicto, subrayará el aspecto más enriquecedor y satisfactorio de las relaciones interpersonales. El estudio de los conflictos y las formas de gestionarlos hacia la cooperación son, sin lugar a dudas, el elemento principal de cualquier educación que pretenda construir o fabricar la paz. Es por lo que la resolución no violenta de los conflictos ha constituido uno de los campos de investigación y de acción tanto de la Investigación sobre la paz como de los movimientos alternativos. Y es un elemento primordial de cualquier plan de intervención preventiva de la violencia escolar. Los jóvenes deben saber que el conflicto es un aspecto más o menos permanente de sus vidas y un proceso interactivo que se da en un contexto determinado. Como todo proceso de construcción social, el conflicto, diferenciado de los distintos tipos de violencia, puede ser positivo o negativo con posibilidades de ser conducido, transformado y superado. Es esencial que los educadores apliquen técnicas que permitan al alumnado comprender aquellos conflictos más inmediatos, en los que están implicados directa o indirectamente, al objeto de sistematizar su estudio y resolución a los problemas de la comunidad internacional. El origen de un conflicto puede deberse a diversas causas como la escasez de recursos, el uso de poder, la posición social o predominio cultural de los actores. Y produce una situación real generadora de acciones conflictivas. Las personas se enfrentan diariamente a múltiples problemas que han de solucionar a través de la fuerza vital inherente, condicionadas por el contexto o medio en el que se desenvuelven. Esa fuerza vital o agresividad necesaria para superar los obstáculos y limitaciones que se les presentan a los individuos provoca comportamientos positivos o negativos. Un conflicto es resuelto violentamente cuando se ponen en acción comportamientos (de personas o instituciones) que constituyen una violación o arrebato de algo esencial a la persona (integridad física, derechos, satisfacción de necesidades...). Estos conflictos que pueden estudiarse en clase desde lo afectivo a lo racional pertenecen a los niveles: individual (familia, escuela, vida social), nacional (tensiones entre diversos grupos de población) y mundial (conflictos de baja intensidad, litigios fronterizos,...). ¿Cómo gestionar un conflicto? Existen dos condiciones de fundamental importancia que se producen entre dos partes en conflicto, o en el interior de cada una, que influyen en la manera de afrontar dicha situación: el grado de confianza o desconfianza; y el grado de comunicabilidad o distancia. Es obvio que para mantener un conflicto en los límites de lo positivo, es necesario un mínimo de confianza por lo que se necesita tener en cuenta tanto el mundo de las percepciones como los estereotipos. Facilitar espacios de comunicación entre los adversarios es esencial para buscar soluciones a sus controversias. En algunas circunstancias puede ser útil para las partes “contendientes” reducir o interrumpir completamente los contactos. La resolución no violenta de los conflictos persigue la cooperación como forma de resolver las disputas y representa el modo más ventajoso para ambas partes, pues cada una cede una porción de sus intereses en beneficio de una colaboración que satisface tanto las necesidades como los intereses recíprocos. No siempre, los conflictos se resuelven gracias a la voluntad de las partes en litigio y necesitan la intervención de terceros: de un intermediario (proporciona una canal de comunicación entre partes contrarias), de un mediador (facilita el diálogo y la negociación de las partes) o el arbitraje (intervención de un agente neutral, aceptado por ambas partes ayuda a encontrar soluciones o arbitra una solución aceptable que las partes se han comprometido previamente a aceptar). Los conflictos tienen un carácter cíclico, con una determinada estructura y una dinámica singular. Necesitan en primer lugar su comprensión: actores que participan, proceso que siguen en su evolución, las diferencias esenciales de incompatibilidad (intereses, deseos, objetivos, valores,...) y los elementos distorsionadores (mala comunicación, estereotipos, desinformación, mal entendimiento del proceso). A veces, se dan conflictos de gran violencia, de duración prolongada y de carácter interno y extensivos a los que no es fácil llegar a una solución: son los conflictos intratables. Mitchell (1997) apunta para ellos algunas claves 16 : 1/ Aceptar que la " resolución de conflictos" es un proceso a largo plazo que requiere paciencia, tenacidad y aplicación; 2/ Implicar a todas las partes en las discusiones y decisiones relevantes para el proceso de tratamiento y resolución del conflicto; 3/ Realizar en varios niveles sociales el proceso de resolución; 4/ Aprovechar cambios estructurales del entorno del conflicto; 5/ Considerar la resolución de conflictos como un proceso interactivo; 6/ Tomar en cuenta los daños psicológicos sufridos durante el conflicto; 7/ Realizar esfuerzos serios para sustituir una "cultura de venganza" suele ser especialmente duro; 8/ Tener en cuenta los miedos y los intereses de la parte dominante en el conflicto; 9/ No pensar en la resolución de conflictos como un estadio final sino como un proceso que continúa. Para intervenir y resolver un conflicto con éxito hace falta, según Lederach (1989), un proceso que cumpla los siguientes requisitos: Ø Clarificar el origen, la estructura y la magnitud del problema: establecer quién está involucrado, y quién puede influenciar el resultado del proceso; concretar los asuntos más importantes a tratar; distinguir y separar los intereses y las necesidades de cada uno. 16 Si bien la obra de Mitchell versa sobre los conflictos internacionales, tratándose de un experto mediador, las claves que señala son de aplicabilidad en el ámbito educativo. Ø Facilitar y mejorar la comunicación: controlar la dinámica destructiva de hacer generalizaciones, proliferar los problemas, y estereotipar a las personas; proveer un ambiente de diálogo para buscar soluciones verdaderas y constructivas. Ø Trabajar sobre los problemas concretos que tienen las personas en oposición: separar las personas de los problemas e impedir la personalización; centrarse, primero, sobre los intereses y necesidades de cada uno, no sobre sus posturas; establecer un ambiente de negociación, y así evaluar las bases de mutua influencia y, en lo posible, igualarlas; así como ayudar a cada uno a reflexionar sobre la situación y el alcance del poder propio. Esta educación no olvida que las técnicas aplicadas no pueden desligarse de otros contenidos propios de la cooperación en la escuela como las aptitudes para la comunicación (escuchar y dialogar); la cooperación y la instauración de la confianza en el seno del grupo; el respeto de uno mismo y de los otros, la tolerancia y el respeto hacia las opiniones diferentes; la toma de decisiones democráticas en asamblea; la aceptación de las responsabilidades propias y ajenas; la solución de problemas en las relaciones interpersonales; y el control de las emociones. El problema de la violencia escolar y del carácter conflictivo de la sociedad ha dado lugar a una preocupación creciente de parte de psicólogos, sociólogos, antropólogos, economistas, etc., ampliando la visión de los conflictos y creando áreas de investigación interdisciplinaria 17 . La violencia y la resolución de los conflictos en la escuela tienen una gran tradición pedagógica y evolución sobre todo en la segunda mitad de nuestro siglo, aunque su implantación y reconocimiento en los sistemas educativos ha sido reciente. Desde hace casi veinte años el Consejo de Europa se comprometió con firmeza en este tipo de educación, ha organizado diversos foros de estudio o publicado los resultados de diversas investigaciones sobre la enseñanza de las aptitudes para resolver los problemas interpersonales en las escuelas europeas 18 . UNESCO, por su parte, dentro del programa de "Cultura de paz" desarrolla iniciativas centradas sobre la prevención de los conflictos como la consolidación de la paz después de los conflictos que contienen actividades educativas. Por otro lado, en los últimos años han venido publicándose una interesante bibliografía con programas concretos para ayudar a educadores y alumnado a manejar el conflicto de manera positiva, transformando la clase en una comunidad basada en el respeto mutuo, la cooperación y el diálogo 19 . De algún modo el lector podrá deducir de lo ya expuesto algunas de las características de las llamadas escuelas pacíficas20 . Escuelas que inspiran sus proyectos 17 Ejemplo de esta preocupación es la aparición de publicaciones sobre los conflictos desde diversos campos de la ciencia. Recomiendo algunas lecturas: Aisenson Kogan, Aida (1994): Resolución de conflictos: un enfoque psicosociológico, FCE, México; Munduate Jaca, L - Martínez Riquelme, M (1994): Conflicto y negociación, Edudema, Madrid. 18 Léase el estudio, por ejemplo, de Walker, Jamie (1989): Violence et résolution des conflicts à l´école, CCC, Consejo de Europa, Estrasburgo. (DECS/EGT (89) 24). 19 Sobre la aproximación a los conflictos desde su tratamiento didáctico es de gran interés el proyecto "Las claves de los conflictos" del Centro de Investigación para la Paz de Madrid, remito especialmente a la colección dirigida por Manuela Mesa y a la obra de Pedro SAEZ (1996): Las claves de los conflictos, CIP, Madrid. Desde el tratamiento no sólo didáctico sino de intervención hay que destacar algunas obras como: Prutzman, P y otros (1990): Respuesta creativa al conflicto, Centro de Estudios para la paz, San José de Costa Rica. En nuestro ámbito editorial destaca las traducciones al castellano de libros de gran interés como: Judson, S (1986): Aprender a resolver conflictos, manual de educación para la paz y la no violencia, Lerna, Barcelona o Colectivo Educar Para La Paz (1987): Cooperación y resolución de conflictos, GANV, Málaga. Por su parte revistas especializadas como Cuadernos de Pedagogía han dedicado algunas de sus secciones a este tema. 20 Este término fue acuñado por Willian Kreider en los años setenta. Recomiendo la lectura del artículo “Los beneficios y desafíos de la aplicación de currículos para la resolución de conflictos en las escuelas” de Jim Halligan y Rebeca Araiz Iverson publicado en Brandomi, Florencia (1999): Mediación escolar: propuestas y reflexiones, Piados, Barcelona. Los internautas pueden descargar el interesante artículo de García Correa, Antonio (1998): “Un aula pacífica para una Cultura de Paz”, revista electrónica Interuniversitaria para la formación del profesorado en http://www.uva.es/aufop/publica/revelfop/v1n1agc.htm . globales de centro desde la perspectiva o mirada que sugiere la Cultura de Paz; implican en sus procesos participativos a toda la comunidad escolar en sentido amplio reforzando los procesos de democracia igualitaria y constituyen verdaderas comunidades de aprendizaje; y aplican estrategias curriculares de resolución no violenta de los conflictos interviniendo eficazmente en la prevención de la violencia escolar. El enfoque aplicado por estas escuelas se basa en la consideración de la organización escolar desde un paradigma humanista y comunicativo, lejos de los modelos industriales, economicistas o de clientela. Y esto en dos sentidos estrechamente interrelacionados: la gestión y organización escolar favorece los espacios de convivencia y esta a su vez incide en la organización al estar basada en la mejora de las relaciones interpersonales de sus miembros, considerar al centro como un sistema abierto de aprendizaje y orientarse constantemente a la eficacia a través de una autoevaluación continua que desde su autonomía busca respuestas alternativas a los conflictos que en toda organización se producen. La convivencia escolar como interrelación es un elemento que forma parte del mismo proceso de enseñanza aprendizaje en el cual la participación del alumnado es esencial. Por otro lado, la resolución no violenta de los conflictos es un elemento esencial de la convivencia que supera el concepto de disciplina 21 igualando los poderes reales y simbólicos de todos los miembros de la comunidad educativa sin olvidar que no todos tienen en el seno de la organización escolar los mismos niveles de información, participación y decisión. Partiendo de un análisis crítico de la violencia estructural o institucional que se genera en los centros escolares, las escuelas pacíficas implicadas en los procesos de humanización tienen en cuenta que los conflictos no sólo se originan por la existencia de objetivos e intereses diferentes sino también tratan de modificar las estructuras y los espacios físicos que junto con la presión de un currículo meramente academicista incita a la competitividad. Por otro lado, también son conscientes de la necesidad de distribuir los recursos humanos y materiales siempre escasos y aprovechar para mejorar su eficiencia la diversidad de opiniones, culturas y valores presentes siempre en las organizaciones escolares. Abordar la resolución de los conflictos desde un proyecto de “escuela pacífica” implica en primer lugar la consideración de los tipos de conflictos escolares existentes: curricular (referido a las diferentes formas de conocer, de construir conocimientos, de producir y legitimar saberes), relacional (atiende los comportamientos que alteran la neutralidad de las interacciones quebrando los dispositivos de control y desequilibrando las relaciones de fuerza y de poder del centro docente), cultural (se da a nivel de las representaciones o constructos simbólicos desvelando las contradicciones entre la cultura escolar formal y la cultura escolar invisible) y social (se da en el ámbito de relación entre el centro docente y el entorno inmediato, entre la cultura escolar y la cultura social dominante). Y, por otro lado, trata de favorecer los factores de protección a través de procesos de creación de grupos de cooperación. Las escuelas pacíficas 22 pueden definirse, por tanto, como aquellos centros docentes -tendentes a convertirse en verdaderas comunidades de aprendizaje- que desarrollan proyectos integradores orientados por la sinergia de cinco principios: cooperación, comunicación, tolerancia, expresión positiva de las emociones y resolución de conflictos. Dentro de estos proyectos ocupan un gran papel tanto el aprendizaje de las habilidades sociales y comunicativas como el desarrollo de la 21 Dentro de esta perspectiva se encuentra la obra de Casamayor, G (coord.) (1998): Cómo dar respuesta a los conflictos. La disciplina en la enseñanza secundaria, Graó, Barcelona. 22 Remito al lector a la revista Organización y Gestión Educativa, núm.4, 1998, editada por Escuela Española (Madrid) dedicada monográficamente a la violencia escolar. inteligencia emocional lo que Goleman (1997) llama “la escolarización de las emociones”23 . En la actualidad son muchos los centros educativos en todo el mundo que incorporan en sus proyectos modelos de prevención de la violencia escolar basados en los principios generales que hemos venido presentando en este artículo, introduciendo, especialmente en el campo de la resolución de conflictos, la intervención a través de programas específicos de mediación. La mediación como explica Lederach (1996) es “una técnica muy amplia, que consiste en la intervención de un tercero (un individuo, un equipo, etc.) que facilita el logro de acuerdos en torno a un conflicto”. Son muchos los niveles y los enfoques utilizados en los programas de mediación que va desde aquellos orientados a la eliminación de conductas violentas sólo del alumnado con actuaciones como la organización de espacios individuales para realizar el seguimiento de los alumnos más difíciles, el trabajo a nivel del grupo clase, recogida de información por parte del profesorado sobre los conflictos más frecuentes y significativos y la celebración de reuniones de profesores que atienden una misma aula 24 , hasta propuestas más integradoras que aúnan programas curriculares de mediación en el centro educativo (aprendizaje y comprensión teórica del conflicto y su gestión), junto con programas de mediación entre compañeros, sumados ambos a programas con implicación directa de familias y profesorado y programas de resolución de conflictos para otras personas del entorno más cercano al centro 25 . 4. 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BJERSTEDT, A (1986): La educación para la paz hoy y mañana: visiones breves de una encuesta internacional actual y algunas reflexiones sobre los objetivos de la 23 Sobre el desarrollo práctico de la inteligencia emocional recomiendo al lector dos interesantes obras: Elias, M.J y otros (1999): Educar con inteligencia emocional, Plaza y Janés, Barcelona; y Cracy, E (1998): Crecer sin peleas: cómo enseñar a los niños a resolver conflictos con inteligencia emocional, RBA, Barcelona. 24 Este es el caso de un centro de primaria de Olot presentado por Carme Romero Duran en: http://www.solomediacion.com/Artículos/Escolar/art13.htm 25 Alzate, R (1998): “Los programas de Resolución de Conflictos en el ámbito escolar”, en Organización y Gestión Educativa, núm.4, Escuela Española, Madrid. Dentro de esta misma línea de trabajo esta la obra: Fernández, I (1998): Prevención de la violencia y Resolución de Conflictos: El clima escolar como factor de calidad, Narcea, Madrid. Un libro eminentemente práctico que se recomienda es Torrejo Seijo, J.C (coord.) (2000): Mediación de conflictos en Instituciones Educativas. Manual para formación de mediadores, Narcea, Madrid. Educación para la Paz. Informe presentado en la Conferencia del IPRA, Universidad de Sussex. BRASLAVSKY, Cecilia (2001): Los desafíos de la educación para el siglo XXI, en Red Mediterránea. BIE. Evaluación de Reformas, MEC, Madrid. CALVO BUEZAS, T (1989): Los racistas son los otros, Editorial Popular, Madrid. CALVO BUEZAS, T (1995): Crece el racismo, también la solidaridad, Tecnos, Madrid. CAMPS, Victoria (1994): Los valores de la educación, Aulada/ Anaya, Madrid. CCC (2001): L´éducation à la citoyenneté democratique 2001-2004, Consejo de Cooperación Cultural del Consejo de Europa, Estrasburgo. CORTINA, Adela (1996): El quehacer ético. Guía para la educación moral, Aulada / Anaya, Madrid. DIAZ -AGUADO, Mª. 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