Una flor de Pancho Villa, de Juan Holguín

Transcripción

Una flor de Pancho Villa, de Juan Holguín
Número 6
Una flor de Pancho Villa, de Juan Holguín
Jesús Chávez Marín
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Para citar este artículo: Chávez Marín, Jesús. «Una flor de Pancho Villa, de Juan Holguín». En La cultura en la frontera. Número. 6 de la
Revista Frontera Norte/Sur, NMSU. Julio, 2014.
tagonista principal, o como
presencia que proyecta un
ambiente, un tono y un lenguaje o como referencia que
enfoca la acción y el punto
de vista o como fantasma que
se oye en los muros de una
casa o que deambula en las
carreteras del extenso norte
mexicano.
La revolución Mexicana en
este libro no sólo es una referencia temporal y cultural
sino también es una señal trágica, un destino que pesa sobre los personajes y los marca
para siempre, aún más allá de
la muerte. Parece una derrota
colectiva que relumbra en
medio del desierto a donde
llegan los candidatos con sus
falsas promesas, con sus tortas regaladas y sus banderitas
de plástico. Parecen una de-
Uno de los personajes
más simbólicos de la identidad colectiva chihuahuense es
sin duda Francisco Villa, tanto por su leyenda dorada que
lo fija como héroe grande, el
guerrero que con su inteligencia natural supo manejar ejércitos y también imaginar un
destino generoso para su pueblo; como por su leyenda negra que todavía despierta gritos de rencor que de asesino
sanguinario no lo bajan.
El libro de Juan Holguín Rodríguez podría ubicarse como
una expresión moderna de la
narrativa de la Revolución
Mexicana. En los 14 cuentos
que lo componen, Villa es el
personaje constante, ya sea en
el centro del relato como pro1
ría, enfermos desahuciados,
candidatos
presidenciales,
hampones de media monta,
psíquicos de los cuatro horizontes, tahúres venidos a más
y hasta gente de las iglesias
vestidos a medio rostro. Todos se quedaban sin ninguna
respuesta.
rrota en la desesperanza de
los viejos que en la resolana a
veces distinguen las formas
de sus energía pasada, cuando
cabalgaban por sus ideales y
tenían fuerza y alegría de vivir, donde ahora sólo queda
esta desesperanza y la certeza
de haber sido traicionados.
El primer cuento del libro
tiene este tono. Se cuenta la
historia de un viejo que muere en 1999 y que a los quince
años fue fusilado, ejecutado y
dejado por muerto. Sobrevive
de manera misteriosa y se
vuelve silencioso y melancólico el resto de su vida. Su
mirada recorre hasta el cansancio más inaudito los episodios trágicos de la Revolución y luego con el mismo
silencio y angustia sorda, la
vida cotidiana de la paz sin
justicia de los años que siguieron. El narrador cuenta
que:
El segundo texto es el relato
de la muerte de Pancho Villa,
sobre todo de la víspera y de
los días siguientes, contado
por un narrador testigo que
muchos años después platica
y reflexiona. El tercero es un
cuento de muy buen humor,
con un lenguaje elegante y de
mucha gracia, cuya sorpresa
al final es descubrir al narrador, en este caso la narradora,
que cuenta los hechos en primera persona. El siguiente es
un monólogo cuya voz narrativa es un contrapunto muy
bien lograda con una mezcla
de lenguaje solemne y religioso con un ingrediente picaresco muy bien construido
para retratar la psicología de
una madre que cuenta la historia de su hijo, quien murió
en la Revolución siendo general.
Luego viene el cuento que da
título al libro, Una flor de
Pancho Villa, que inicia con
un narrador omnisciente y a
la mitad del texto se sigue
[C]asi a diario, en su viejo
taller de zapatería, le buscaban la cara buena en la procura de una revelación exclusiva. Se arrimaron a él con el
mismo interés, periodistas
capitalinos, cronistas de donde mismo, historiadores de
donde quiera, escritores de
pacotilla sintiendo en su bolsa coladera una historia diamantina, hacedores de sante2
bor de aquel día, en la casa
del Santísimo de una ciudad
capital que desde entonces se
quedó sin su primera voz.
contando con la voz del narrador personaje, en este caso
también una narradora, cuyo
lenguaje es a veces poético
sin perder la verosimilitud de
la historia de amor de Soledad Seáñez Holguín y Francisco Villa.
Enseguida aparece un cuento
cuyo ambiente es uno de los
marcos imaginarios más
atractivos de la ilusión popular, el de los entierros, los
tesoros escondidos en la tierra, en las montañas, en los
patios o en las bardas anchas
de alguna finca antigua. Aquí
se cuenta la historia de uno de
los entierros más fabulosos:
Por supuesto, el general despacha a balazos a los que durante varios días y con muchos sacrificios habían subido
a esconder las campanas hasta
lo más alto de la más oscura
sierra, y los deja enterrados
en el mismo lugar del tesoro,
para quedarse solo con el secreto de su paradero.
En el cuento que se llama «La
cuchara del santo» viene la
deliciosa historia de un sacristán que había sido cocinero
del general Villa y de una
cuchara mágica que nada tiene que envidiarle a los utensilios de las intrigas medievales. En «Sota de corazones»
se cuenta con gran agilidad la
historia sorprendente de un
caballerango, un cacique galante y una yegua fina. Luego
aparece un cuento donde unos
agraristas son la metáfora más
clara de la revolución que
dejó intacta la injusticia del
mundo. El texto que sigue es
una de las más logradas versiones narrativas de la leyenda tradicional de las apariciones del charro negro; aquí la
identidad del narrador sorprende al lector a la mitad del
relato y se comprende el foco
Fue en tiempos de la bola,
cuando llegaron hasta aquí
con el entierro escondido
adentro de un misterio asilenciado a la fuerza. Pero no
hay nada oculto bajo la luz
del sol. Todo lo que se esconde un día se ve otro día. De
allí que todos dicen: el entierro de la sierra de Amolar
son las campanas de una
gran catedral. Enteritas.
Hechas, según muchas razones, de puro platino. Para
arrancarlas de sus hermosas
torres, los charros plateados
de Tomás Urbina doblaron el
silencio sagrado de los que
pidiendo al Señor misericordia se encontraban, en el al3
narrativo y el punto de vista
con el que se relatan los
hechos, en un giro de composición muy bien logrado.
En la «Tercera llamada» se ve
el contraste grotesco entre la
vanidad de un político y la
pobreza recalentada de un
pueblo casi fantasma donde
relumbra la modesta dignidad
de un antiguo guerrero que
siembra sus tierras. En un
tono diferente, en el cuento
llamado «Calibre 45» otro
general muy distinto, ante el
ataque de una mazorca arrojada a la mitad de la función
de cine, destruye a balazos la
pantalla. Al día siguiente, los
dos antiguos bandos de la
revolufia, carrancistas y villistas, olvidan sus diferencias
en el rito alegre y vital de la
comida comunitaria.
En los dos últimos cuentos, la
figura de Villa aparece como
fantasma. Primero como pasajero en un trailer rumbo a
Ciudad Juárez y en el segundo como presencia vital de
una finca antigua y como de-
lirio de un excéntrico señor
que cuenta historias que todo
el pueblo escucha y comenta
cada semana.
Aunque cada uno de los 14
cuentos tiene su propio ambiente y tonos distintos, este
libro tiene en su conjunto una
atmósfera que los une. La
mirada del narrador en casi
todos los cuentos, pertenece a
la época nuestra, aunque los
temas son del principio del
siglo XX, como ya dijimos,
en el marco de la Revolución
Mexicana y de la biografía de
Villa. Su lenguaje narrativo
es firme e intenso, propio de
un narrador maduro y de muchos recursos. El escritor de
este bello libro de cuentos, ha
sido un narrador constante y
laborioso, uno de los más disciplinados y tercos en seguir
construyendo la literatura en
este desierto cultural y material. Y lo ha hecho con libros
muy bien escritos, como este
suyo, parte de una obra narrativa fundadora y trascendente.
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