Mi hermano es Alberto

Transcripción

Mi hermano es Alberto
Manolo 'N' Friends en:
Mi hermano es Alberto
Cuando la puerta del almacén, que estaba abierta, se abrió de nuevo... «Que sí, Manolín,
que sí, tira a dar unos cuantos palitos de chupa-chups a la entrada de la comisaria», comenta el narrador. Entró en la nave dando botes por el suelo como una pelota mal hinchada haciendo poses como si fuera un policía, pero sin la pistola; en su lugar, con su
mano simulaba que llevaba una. Al haber ciertas cajas allí dentro, Manolíllo aprovecho
para esconderse detrás de cada una de ellas con un sigilo que ni el teniente Frank Drebin
tenía tan ensayado. El silencio era sobrecogedor, de eso no había duda, nadie parecía estar trabajando, aunque sí se podía oler un fresco aroma a chirri mojatosti noventón de
unos ochenta y siete años que daban ganas de vomitar la comida de hace quince días y
digerir la de hace un mes para vomitarla a continuación.
-Uhmm, huele a pollo... –Manolo estaba claro que tenía el olfato como un estropajo de cocina común.
Siguió con sus tontas poses como si se creyera algo parecido a un Rambo pero con
corsé. Tras la caja en que estaba, se quito la gorra de policaco y lentamente la enseñó hacia un lado haciendo que bailara un poco. De seguido, asomó la cabeza muy feliz y se
levantó siguiendo con una postura aún más subnormen a la siguiente caja. Por fin, y después de tanta ridiculez, torcería una esquina y oyó algunas voces en una conversación.
-Pues mi bisnieto ahora es jugador del Sindicato Internacional de Damas Amateur
por la beneficencia, ¿has visto que majo es mi niño, Ernestina? Lo que pasa que ahora
está en desintoxicación.
-¿Y eso, Faustilaria? Si es que..., las drogas no van a parar a nada bueno.
-No, no fueron las drogas, si no porque el pobre, al ver a los niños jugar tan calladicos y tal pues le dio por acelerarles la marcha con estupidifientes de esos y ya de paso los
acompañó él.
-Ah..., claro. El otro día, mi nieto decimo tercero por parte de padre y hermanosuegro de mi tío vigésimo sexto, me dejó probar una de esas golosinas y estuve toda la
noche reanimando a Ilariano.
-Pero, ¿no se encontraba en estado vegetativo, Faustilaria?
-Sí, Ernestina, sí... pero esos caramelos hacen milagros.
Sospechosamente, oyeron un pequeño ruido proveniente de detrás de las cajas que
tenían a unos veinte metros de ellas. Así se volvieron totalmente psicóticas empuñando
los bastones; éstos se transformaron en auténticos neocañones de más de cuatrocientas
toneladas de peso. El aspecto abuelil también tomó otras formas; autenticas bellezas de
curvaturas que ni el Everest -sí, el pico que se encuentra en Teruel-podía equiparar.
-¡¡Quién anda ahí!! ¡¡Muéstrate!! –Dijo Faustilaria; ahora una rubia maciza cargando
su neocañón con una energía habilitada para desintegrar partículas subatómicas.
Manolo... el único que podría ser tan imbécil de mostrarse, tuvo la sensatez suficiente como para no hacerlo...; sensatez..., ¿en Manolo? Seguro...; mostró la gorra que
llevaba puesta -recordemos-por un lateral de la caja y la pondría en vertical, apoyada en el
suelo haciéndole que bailoteara. La escondió seguidamente y... Asomó con el mismo ímpetu la cabeza sin dejar de sonreír, como un tontobaba niñato, vamos... de no haber sido
malo maloso del más malosamente malo.
-¡Hola, chicas!
Las dos se miraron confundidas. Volverían a ser otra vez las dulces ancianitas del
principio.
-¿Quién eres niño? –Dijo Ernestina seriamente.
-¡Hala! ¡Cómo mola! ¿Podéis hacerlo otra vez? –Dijo Manolo sentándose delante
de ellas con las piernas en «U» como si fuera a escuchar un cuento de clase de párvulos.
-No somos una función de circo, enano, vete con tu madre y déjanos tranquilas, va
–dijeron ambas girándose hacia delante para seguir con lo que hacían.
Manolo, con una sonrisa que daba asco e incluso miedo, se reclinó hacia un lado
para ver lo que había delante de ellas; una cinta de carga que transportaba cajas más pequeñas; hacían mínimo ruido. Éste seguiría sentado pero volvió a estar firme cuando
Faustilaria lo miró de reojo y le preguntó:
-¿Qué estás mirando? Aquí no tienes nada con qué jugar.
-¿Qué hay en esas cajitas?
-Nada –dijo Faustilaria.
-¿Para qué sirve esa cinta?
-Para nada.
-¿Si no sirve para nada por qué la usáis?
-Porque es importante.
-¿Por qué es importante?
-Porque sin ella no podemos hacer lo que hacemos.
-¿Y qué hacéis para que sea tan importante?
-¿Por qué haces tantas preguntas, niño? –Preguntaría Ernestina queriendo frenar la
intromisión y, así, la absurda conversación.
-Porque soy un niño y los niños hacen preguntas.
-¿Pues por qué no te vas a la calle a jugar en vez de molestarnos?
-Porque no me contáis lo que hacéis y como soy un niño soy curioso.
-Esas cajas no contienen nada, sólo son cajas –dijo Faustilaria.
-Vale... pero... si son cajas sin contenido y vosotras estáis aquí y no dando de comer
a las palomas, ¿por qué tengo que irme yo a jugar si me gusta preguntaros?
-Mira mocoso, ¡déjanos en paz de una vez! ¡LARGO! –Exigió Faustilaria. Manolo
no se inmutaría y seguiría con cara de feliz.
-No soy mocoso, mi mamá me dijo que los mocos salen por la nariz y yo los saco
por la boca.
-No nos interesa... -ambas intentaron ignorarlo continuando con su sospechosa labor-, fuera de aquí.
-¿Podría llevarme una cajita a casa?
-No.
-¿Por qué? ¡Quiero una! –Dijo Manolo empezando a lloriquear.
-¿Ves como eres un niñato y mocoso? Lárgate de aquí, tu mamá estará buscándote.
-¡Quiero una caja!
-¡Que no! ¡¡Fuera!! –Faustilaria se empezó cabrear fortaleciendo un poco el brazo
en el que llevaba el bastón.
-¡¡Eso, eso!! ¡Que se transforme, que se transforme! ¡Tenía ganas de verlo! –Volvió
a ser feliz.
-¡Mira, niño! Dentro de estas cajas se esconde un material que es alto secreto y que
no debe saber nadie, ni siquiera la policía, ¿lo entiendes? –Reveló Ernestina.
-¿Veis? ¡Sabía que no eran simples cajas! ¿Qué hay, muñequitos de Lego?
-No...
-¿De Hot Whills?
-¡No!
-¿Una casita para la Barbi?
-¡¡Que no...!!
-¿Mercandisin de los Teletubies?
-¡Dentaduras postizas! –Chilló Faustilaria sin poder aguantar más la jaqueca que
Manolillo le estaba provocando.
-¡Jo! Pensaba que sería más emocionante... ¿¡Me dais una!?
-¿Eso conseguirá que te largues de nuestra vista? –Preguntó Ernestina.
-Uhmmm -miró de pensar astutamente, Manolo-, sí, con una condición más.
Se mirarían de nuevo entre ellas.
-...¿Cuál?... –Contestarían a la par.
-Si me contáis el cuento de los siete enanitos.
-Maldito crío... ¡Toma la puñetera dentadura y lárgate de una vez! –Dijo Ernestina
cogiendo una caja y abriéndola; de ésta saldría una dentadura postiza cual le daría a Manolo, quien se la puso en la boca y haría el tontobaba creyéndose un chupacabras con
pajita, pues eran dentaduras de plástico con colmillos.
Terminó marchándose del lugar con algo de información al respecto. Salió del almacén saltando como un idiota por la acera, mientras iba hacia casa. De camino, vio que
de un portal salía Manolita, tan dolida como siempre por la pérdida de Rufiño, su novio.
Ésta lo vio a éste que se dirigía hacia la residencia de Enriqueto y le pareció un tanto extraño, por eso lo siguió.
Una vez allí, Manolita aún vio más raro que las luces del piso de Alberto se encendieran
a los pocos minutos de haber subido aquel tipo y fue hacía el interior para investigar sin
que éste la viera. Manolo, en casa, no sabía cómo manejar el contestador automático y,
de ahí, que le empezará a pegar gritos para que éste le dijera los mensajes que tenía; incluso lo cogió y lo tiro hacia la ventana rebotando en ella y dándole al pavosoling en toda
la frente, tirándolo al sofá con el monte Olimpo por frente. El contestador se puso en
marcha, de él se escucharía una vez de operadora cuanto menos sensual:
-Mensaje número 1, recibido hoy a las, «Que te dejes de mensajitos»: «Hola descerebelado hermanillo, si estás escuchando este mensaje, cosa que me parecerá sorprendentemente humillante y sorprendentemente sorprendente... Dios, ¡cómo no te ha matado la Mariburra mecánica! ¡No lo entiendo...! Sabrás... que estoy en Moscú, es muy majo
y hay mucha gente maja haciendo cosas majas conmigo en majos lugares turísticos. Aunque las farolas también abundan, no me preguntes el por qué de estas conclusiones...
¡Ah, una cosa! Si has conocido a la vieja gorda dile que una cuñada suya le manda recuerdos; tampoco me preguntes el por qué de eso otro... Hermano… -Alberto se puso
melancólico-Me sorprendes... ¿Cómo sobrevives a tanta barbarie? Necesito hablar contigo, tío... Por mucho que sepa que me vaya a arrepentir. Cuando oigas este mensaje, lechuguillo, llámame a éste número: 245542425. Es el de una habitación de hospital. Por
tu bien, que no me llames a las tantas de la noche porque te conozco. Una cosa...» –Se
cortaría el mensaje.
-¡¡¡¡Pero si es mi hermanito!!!! –Dijo Manolo una vez escuchado el mensaje. Su cara
de feliz, se hizo más y más feliz al escucharlo al mendrugo de pan fraternobilis -¿es posible sentirse feliz sintiéndose ya feliz? ¡Dios, déjalo ya, Manolin, por favor! ¡No nos tortures!
El contestador siguió transmitiendo los mensajes:
-Mensaje número 2, recibido hoy a las, «¡Maldito contestador de los hue...!»: vos...
¡Manolo, me caguen tu tierra que es ésta! ¡Deja de darle a los botones que no es ningún
piano, tontobaba! –Manolo dejaría en paz los botones del contestador aunque no eran
realmente los culpables –Escúchame... -en ese momento, el aparatejo saltó y le riñó a
Manolo-¡Y deja de jugar a las palmaditas con las arañas! –Manolo pararía de jugar a las
palmaditas con Vernarda.
-¡Jo, es que me aburro! –Dijo poniendo morritos.
-Ya sé que te aburres, subnormen, pero quiero que escuches. Estoy haciendo uno
de tus casos en el que, por idiota, no supiste resolver. Pero me estoy dando cuenta de que
realmente es complicado... Lamentablemente, de idiota tienes para un rato así que no me
equivoco del todo. Es posible que quizás, tal vez que pudiera ser que, necesite ayuda con
este asunto. Te explicaré brevemente; hay gato encerrado y no me huele nada bien, ¿lo
entiendes, verdad, abominación de criatura? No sé si habrás conocido a un tal Johnny
Croqueta. Si lo has hecho, dile de mi parte que quizás tenga que ponerme en contacto
con él, o él conmigo, no sé. La cuestión es, que te dejo... que esto se corta y tengo que
hacerles un desnude a las enfermeras, si no, usaran mi cabeza como balón de vóley playa
como antes me ha pasado ya con mis... Que nada..., mejor que no lo sepas tampoco. ¿Es
muy surrealista que te pida que sigas vivo?».
Se cortaría dando paso al último mensaje:
-Mensaje número 3, recibido hoy a las, «dieciocho y quince horas»: Manolo, necesito que vengas a la comisaría pero volando.
-¿Qué querrá el comisario Pepita? Wiiiiiiii Yuuuuuuhhhh–se dijo Manolillo bailando en medio del salón como una bailarina de gimnasia rítmica cogiendo papel del uve
ce y usándolo como cinta para el baile.
Manolita, que estaba observándolo por uno de los muchos agujeros que tenían las
paredes del piso de Alberto, escuchó todos los mensajes y quedó reflexiva.
-Así... que este es el hermano de Alberto... Muy interesante... –Siguió mirándolo y,
al apartar la vista –Este tío o está con sobredosis de polvorones o de por sí es más imbécil
que Alberto.
Manolo, bailando, se dirigió hacia la puerta de la casa para irse hacia la comisaria...
menuda mariquitilla más mal paría. Manolita se escondería en una esquina, por suerte
Manolin no la vio y éste saldría del edificio. Ella fue a ver a Enriqueto, seguramente a decírselo.
Manolo llegó a la comisaría y vio a Pepita que estaba ojeando unos casos. Empezó
a bailotear por la comisaría subiéndose por las lámparas y haciendo carreras con las gorras de sus compañeros policías corriendo él tras ellas.
-¡Mire Pepita! ¡Las estoy ganando! –Dijo Manolin demasiado frenético.
Pepita lo frenó y vio algo inusual en sus ojos, tanta felicidad no era buena, sus pupilas incluso lanzaban fuegos artificiales en forma de ositos.
-¿Pero se puede saber qué te pasa, subnormen...? –Se dirigió a sus empleados –
Chicos, éste membrillo a falta de las neuronas del juicio no está bien. Traer calmantes o
algo... –le habló a Manolo de nuevo –Manolo... ¡Pedazo de huevo con salmonelitis, quieres atenderme!
-¿Sí, jefe Pepita, qué es lo que necesita? –Dijo casi sin poder vocalizar y sin dejar de
mover sus ojos.
-Tendrá pelotas el niño hasta para hacerme un pareado incluso teniendo estupiditis. –Lo contempló con detenimiento –Éste está drogado... Ya lo que me faltaba. ¿Pero
qué demonios llevas puesto en la boca? –Pepittini le abrió la boca y le sacó la dentadura
postiza –¿Pero qué...? Es una dentadura postiza... ¡Una dent...! ¡Mierda, Manolo! ¡Joder!
¡Rápido, ir deprisa a donde teníamos las sospechas que apuntaban a esos camiones de
Lacasitos y dentaduras! -no lo podía confirmar pero... tenían pruebas... pruebas de algo
gordo-Creo que hemos resuelto el caso. -Y viendo al pobre Manolo puesto hasta los pinreles.-Pobre chico… Necesitas reposo..., ¿pero a qué tontobaba se le ocurre ponerse una
dentadura de un desconocido? –Su sorpresa fue al ver algo raro detrás de la dentadura, la
saboreó... –Es droga... lo que yo me temía... droga sintética. –Miraría a Manolo, quien no
estaba cuerdo pero seguía manteniendo una dulce sonrisa entre medio de espuma que le

Documentos relacionados