LA PEQUEÑA ZADARI
Transcripción
LA PEQUEÑA ZADARI
LA PEQUEÑA ZADARI Me levanto de la cama con la mente lúcida, pero no logro recordar aquel extraño sueño. Trato de cerrar los ojos, de explorar mi interior y localizar el germen de mis pesadillas pero no lo encuentro, porque el temor al que me aferro no está en mi subconsciente, es real. Sé que la mayoría de la gente vive con incertidumbre bajo este nuevo régimen, realmente, no puedo excluirme de esa mayoría. Pero lo único que pienso cada día desde que me levanto hasta que me acuesto, no es en el miedo que les tengo a ellos; es el miedo que tengo a quedarme parada y a dejar de luchar por lo que me pertenece. Aquel día ni siquiera me había preparado por la mañana. Fui a casa de Zadari para saludarla como hacía siempre. Ella no quería ir a la escuela. Su madre había muerto cuando era demasiado pequeña como para recordarlo, así que supongo que no la echaba mucho de menos. Su padre ni siquiera se había preocupado de ella, dedicaba sus días a vagar por las zonas rurales y las noches a beber; hace un año que el padre de Zadari no regresa a casa, ella misma me dijo que probablemente lo habrían encontrado vagando borracho por el valle y le habrían pegado un tiro en la cabeza. Su abuela sí que vivía con ella y la protegía demasiado como para dejarla salir de casa. Zadari no tenía hermanos, que suerte. Así que yo era como su hermana mayor. Ella me admiraba mucho y yo trataba de enseñarle todo lo que sabía, todo lo que me habían permitido aprender en mis quince años de vida. Era temprano, el manto que caía sobre Pajtunjuá era tan espeso y se veía tan grande, que probablemente cubría las inmensidades de Pakistán de blancas nubes matutinas. En general, me gustaban las mañanas así, pero la claridad de aquel cielo me resultaba aún más molesta que el propio brillo del sol. La casa de Zadari estaba cerca. Nunca le preguntaba a mi madre si podía salir de casa, simplemente lo hacía. Creo que ella nunca me dijo nada hasta aquel día porque confiaba ciegamente en mi, sabía que no me iría por zonas prohibidas, que no hablaría con extraños y que volvería a casa a una hora prudente; pero aquel día solo cumplí dos de esas cosas. Toqué a la puerta tres veces como acostumbraba, entonces Zadari saldría con aquella cara risueña por detrás de las faldas de su abuela y, emocionada al verme, saltaría a mis brazos; y lo hizo. - Malala va a enseñarme a leer el Corán. Zadari me pedía que cada día le leyera una parte del Corán, pero era tan pequeña que no se acordaba de casi nada al día siguiente. Tampoco sabía leer, así que tenía que hacerla memorizar la lección recitándola cada día, y poco a poco, la iba aprendiendo. Su abuela se reía mucho observándonos desde la cocina, ver reír a Zadari la hacía feliz, la quería mucho. A veces nos ayudaba con los recitales. La abuela de Zadari cantaba muy bien. Yo me sentaba en la alfombra del la sala de estar, y mi pequeña alumna se subía al sofá y saltaba mientras repetía la lección que le iba recitando. - “Y tenemos, adornado el cielo más bajo con Lámparas, y nosotros hemos hecho tales misiles para alejar los Demonios, y les hemos preparado la Pena del Fuego de la Gehena.” - Y tenemos adornado el cielo más bajo con lam...lam...pa... - Lámparas. - Lámparas. Zadari repetía todo lo que yo decía. De repente paró de saltar y se dejó caer sobre el sofá para descansar. Entonces me miró a mí, luego a su abuela y luego miró fijamente al libro y me preguntó: - ¿Por qué ponen lámparas en el cielo? Las estrellas fugaces están para ahuyentar los malos espíritus.-respondí-. Entonces se incorporó, se levantó y se sentó sobre la alfombra, frente a mi. - ¿Cómo lees eso? - He aprendido. - ¿Dónde has aprendido? - En la escuela. - Yo quiero aprender también. La abuela de Zadari, que estaba escuchándolo todo, dejó sus tareas por un momento, se acercó a nosotras y se dirigió a la pequeña. - Tú no vas a ir a la escuela Zadari ¿Por qué no? Porque la escuela no es para niñas. Además a ti no te gusta la escuela. ¡Cómo lo sabes! ¡Nunca me has dejado ir! -Zadari se levantó bruscamente y empezó a patalear en la alfombra mientras le gritaba a su abuela. ¡Zadari no vas a salir de esta casa! Zadari se quedó parada. Yo cerré el Corán y lo guardé cuidadosamente en la estantería superior donde la abuela lo guardaba para que Zadari no lo estropeara. El momento estaba lleno de tensión y un silencio cortante que me hacía sentir incómoda. - Bueno, creo...creo que debería irme a casa ya. Tengo que prepararme para ir a...bueno, no le he dicho a mi madre que... Lleva a Zadari contigo ¿Qué? A la escuela. Zadari dejó de llorar por un momento y miró a su abuela con una sonrisa en la cara. - ¡¿En serio?! Si quieres ir - dijo la abuela con tono cálido- puedes ir con Malala por hoy. La pequeña simplemente se levantó y abrazó a su abuela, la cual sonreía plenamente al ver a su nieta tan feliz. Zadari me cogió de la mano y me arrastró hacia la puerta. Recuerdo que casi me arranca el brazo de la emoción. - ¡Vamos Malala! ¡Que perdemos el autobús! ¡Nos sentamos juntas! ¡Adiós abuela! Era reconfortante verla saltar de la emoción mientras subíamos al autobús. No paró de hablar todo el camino, pero no me importaba, ella era feliz, aquel día iba a ir a la escuela por primera vez, y nadie podría quitarle ese sueño, o eso creía yo. Tal vez ese es el problema, creemos que podemos confiar en este mundo pero lo cierto es que el mundo no es para nada justo. Yo nunca hubiera sabido que aquellos hombres nos estaban esperando, al igual que nunca podría saber cuándo va a llover o cuando va a hacer sol. Son las cosas impredecibles, las que nos quitan lo que más queremos, cuando ni si quiera tenemos tiempo de defendernos. Y no puedo entender el hecho de que alguien mate a otra persona por querer estudiar, al igual que no puedo entender el hecho, de que la pequeña Zadari esté muerta en el asiento del autobús, cuando aquella mañana había estado saltando alegremente, mientras repetía que las estrellas fugaces, nos protegen de los demonios. Claudia Dominguez Rivera, 4º A