La sexualidad de Maupassant

Transcripción

La sexualidad de Maupassant
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La sexualidad de Maupassant
por José Manuel Ramos González
(extraído del libro “La ecuación Maupassant”)
Mucha gente atraviesa continentes para ir en
peregrinación a alguna estatua milagrosa; yo he
tributado mi devoción a la Venus de Siracusa.
(Guy de Maupassant. La Vida Errante)
Tal vez debido a una especial sensibilidad hacia la estética y a una mayor
inmersión en un idealismo, libre de convenciones predeterminadas, y en definitiva a una
mayor amplitud de miras hacia la vida, el mundo del arte es un terreno abonado para la
búsqueda de nuevas experiencias, recurriendo en ocasiones a potenciadores artificiales
del espíritu y del intelecto, tratando de conseguir con ello estados alterados de
conciencia para activar la capacidad creadora. En la Francia del siglo XIX, el éter era
una sustancia muy consumida para estos fines. Los impresionistas eran grandes
bebedores de absenta, una especie de aguardiente que contenía canfor, un potenciador
de crisis epilépticas. De este modo las drogas y el sexo son de consumo común en la
procura de nuevos placeres que, aparte de constituir una satisfacción vital inmediata,
son fuente de materia prima para el artista en forma de sensaciones a las que dará forma
con su escritura, pintura, escultura o música. No es de extrañar que una gran mayoría,
entre ellos Maupassant, muriesen de enfermedades tales como cirrosis, sífilis, llamada
también la enfermedad del siglo XIX, o acabasen sumidos en un desmoronamiento
mental cuya causa fundamental el consumo de drogas o la promiscuidad sexual.
Recordemos entre otros al célebre músico Franz Schubert, Stendhal, Lord Byron el
poeta inglés, al novelista irlandés James Joyce, a los poetas franceses Artur Rimbaud,
Paul Verlaine y Charles Baudelaire, al filósofo alemán Friederich Nietszche, a los
pintores Vicente Van Gogh y Paul Gauguin y a los escritores Villiers de l’Isle Adam,
Edgar Allan Poe, Stendhal, James Joyce y Guy de Maupassant.
Así pues se mantienen relaciones de toda índole, donde la sexualidad del artista
en muchas ocasiones resulta ambigua, o cuando menos, en la búsqueda de nuevas
experiencias para colmar una necesidad de naturaleza espiritual, abandona las
convenciones al uso, gozando libremente de una sexualidad sin taras ni prejuicios.
A diferencia de varios de sus contemporáneos, famosos por escándalos de índole
sexual, entre los que podríamos citar a Oscar Wilde, Jean Lorrain, a los antes citados
Paul Verlaine y Artur Rimbaud etc., Maupassant mantiene en todo momento una
estricta heterosexualidad, abominando la homosexualidad, a la que considera un vicio
execrable. He aquí un fragmento de su libro de viajes Al Sol:
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Los ricos, árabes o franceses, que quieren pasar una noche de
lujosa orgía, alquilan hasta la aurora el baño moro con todos sus criados.
Beben y comen allí, modificando el uso de los divanes de descanso.
Este asunto de costumbres me lleva a hablar de otro bien difícil.
Nuestras ideas, nuestras costumbres, nuestros instintos difieren tan
radicalmente de los que alientan en estos países, que apenas se atreve
uno a hablar de un vicio que es aquí tan frecuente, que los europeos ni
siquiera se escandalizan. Se ríe uno de ello en vez de indignarse. Es una
materia muy delicada, pero de la que se ha de hablar si se quiere hacer
comprender la vida árabe y el carácter especial de ese pueblo.
A cada paso topa uno aquí con esos amores antinaturales entre
seres del mismo sexo, que recomendaba Sócrates, el amigo de
Alcibiades.
A menudo, en la historia se hallan ejemplos de esa rara y sucia
pasión a la que se entregaba César, que los romanos y los griegos
practicaron constantemente, que Enrique III puso de moda en Francia, y
que se atribuyó a muchos grandes hombres. Pero estos ejemplos sólo son
excepciones, tanto más notadas cuanto que son más raras. En África este
amor anormal ha entrado tan profundamente en las costumbres, que los
árabes parecen considerarle tan natural como el otro.
¿De qué proviene tal desviación del instinto? De muchas causas sin
duda. La más aparente es la escasez de mujeres, secuestradas por los
ricos, que poseen cuatro esposas legítimas y tantas concubinas como
pueden mantener. Quizá también contribuya a ello el ardor del clima, que
exaspera los deseos sexuales y que ha embotada en esos hombres la
delicadeza y la pulcritud moral que en nosotros nos preservan de
contactos repugnantes.
Quizá también dimana de una especie de tradición de las
costumbres de Sodoma, y es algo así como una herencia viciosa recibida
por ese pueblo nómada, inculto, casi incapaz de civilización, y que no ha
1
variado desde los tiempos bíblicos.
No se le conocen más escarceos amorosos que los de un promiscuo heterosexual,
y más que la homosexualidad aborrece la pederastia.
A pesar de que acerca de Maupassant y su relación con las mujeres se podrían
escribir varios voluminosos volúmenes, también hay en este capítulo muchas sombras,
muchos huecos sin llenar, numerosas piezas que faltan para completar el puzzle de una
vida plena pero poco conocida.
Celoso de su intimidad hasta extremos enfermizos, lo que resulta un camino de
obstáculos para los biógrafos, lo es de un modo más estricto en lo referente a sus
relaciones con las mujeres a lo largo de toda su existencia.
La primera mujer en su vida será su madre. La única que conservará hasta el
final. Maupassant padece de un marcado complejo de Edipo. Es uno de esos solteros
impenitentes para quiénes ninguna mujer está exenta de sospecha excepto su madre, que
no sólo está sin mácula sino que es modelo de virtud.
La influencia de su madre se hace manifiesta desde los primeros años de su
infancia, protegiéndole, mimándole, duplicando su cariño para suplir la falta del padre
que ya era bastante notoria antes de la separación matrimonial. Es célebre la foto a los 7
años donde aparece Maupassant con vestidos femeninos, peinado con bucles. Esta foto
indujo a pensar a más de un biógrafo el deseo de Laure por tener una niña, lo que sin
1
Guy de Maupassant. Al Sol.
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duda es totalmente falso, como apunta Jacques Bienvenu,2 ya que su máximo anhelo era
perpetuar en un varón el legado intelectual de su amado y difunto hermano Alfred.
Hemos de admitir por tanto que tal vestuario se debía a una moda de época, siempre y
cuando también la foto sea auténtica, que esa es otra de las muchas incógnitas de
nuestra ecuación.
El primer revés que sufre con las mujeres se produce en su adolescencia.
Compone unos versos de amor para una jovencita parisina que veranea en Fécamp y se
los entrega con la pasión encendida de un adolescente enamorado. Pero un día
sorprende a su destinataria leyendo sus apasionados ripios a unos muchachos y
divirtiéndose a su costa. Ese incidente lo hiere hasta tal punto que el rencor hacia la
mujer llega a adquirir tintes enfermizos, instigado por su posesiva madre, que siempre
se preocupó y ocupó de que Guy no la reemplazase en su corazón por otra.
De la actitud de Laure al respecto, da buena cuenta Armand Lanoux:
Existen madres posesivas como viudas posesivas. Las mujeres
autoritarias, frustradas por el matrimonio, y que dedican mucho tiempo
a peinar con esmero los cabellos de sus hijos, o los hacen clientes
naturales de Sodoma o solteros, seductores fanáticos de los que ellas se
hacen cómplices. Si verdaderamente hubo en la vida de Maupassant, lo
que es probable, esta mala acción, Laure fue la causa.3
A partir de ese momento amará, pero solamente con pasión carnal, dando rienda
suelta a sus instintos animales. Será uno de sus rasgos más característicos, ese aspecto
humanimal del que habla Lanoux, el biógrafo tantas veces evocado. En el amor será el
Maupassant primitivo y atávico quien se manifiesta, disfrutando del sexo y de la
naturaleza... ¡El fauno!
Durante su juventud no oculta sus inclinaciones obscenas, trasladando al papel
una serie de fantasías sexuales tan atrevidas que incluso llegará a ser procesado por
ultraje a la moral y a las buenas costumbres por una composición poética.
En colaboración con unos amigos, escribe una pieza teatral, de tintes
marcadamente pornográficos y escatológicos, titulada À la Feuille de Rose. Une maison
turque que hace representar solamente para los más allegados. Esta obra es un enredo
que se desarrolla en un prostíbulo, cuyo proxeneta disfraza de turcas a las allí residentes,
presentándolas a su clientela como parte del harén de un sultán de un exótico país. Por
allí pasan una serie de personajes caricaturizados: un militar, un pocero, un inglés, un
marsellés, un tullido...y un matrimonio que cree estar en un hotel decente... Hay
momentos en que la farsa llega a alcanzar situaciones muy atrevidas, incluso de mal
gusto. Esta representación en la que todos los papeles, incluidos los de las prostitutas,
estaban representados por Maupassant y sus amigos, divirtió mucho a Flaubert y
disgustó profundamente a Edmond de Goncourt.
También escribe un buen número de poemas eróticos y algunos de sus cuentos
rezuman sensualidad de principio a fin. De hecho circulan antologías de sus cuentos
bajo el calificativo de eróticos o picantes.
Totalmente imbuido de las ideas del filósofo alemán Schopenhauer, considera a
la mujer como un ser encantador pero sin importancia.
Schopenhauer era lapidario en sus opiniones respecto de la mujer. En la crónica
titulada La Lysistrata moderna, Maupassant parafrasea al alemán, pero sabedor de que
entre sus lectores hay un gran número de mujeres, y temiendo ofenderlas, trata de
2
3
Jacques Bienvenu. Maupassant inédito.. Cannes 1993. pag 12.
Armand Lanoux. Maupassant le bel ami. Librairie Fayard. Paris. 1967.
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aplicar a las crudas frases un ligero barniz de disculpa, alegando que no son
concluyentes y tildándolas de exageradas, para al final añadir un nuevo argumento
donde se sigue cuestionando la capacidad intelectual de la mujer.
A pesar de mi profunda admiración por Schopenhauer, había
juzgado hasta este momento sus opiniones sobre las mujeres, sino
exageradas, al menos poco concluyentes. Este es el resumen.
- Solamente el aspecto exterior de la mujer revela que no está
destinada ni a grandes trabajos del intelecto, ni a grandes trabajos
materiales.
- Lo que hace particularmente aptas a las mujeres es cuidarnos
en nuestra primera infancia, reduciéndose ellas mismas a un estado
pueril, fútil y limitado: permanecen siendo durante toda su vida niños
grandes, una especie de eslabón entre el niño y el hombre.
- La razón y la inteligencia del hombre no afecta a su
desarrollo más que hacia los veintiocho años. Por el contrario, en la
mujer, la madurez de espíritu le llega a los dieciocho años. Su razón se
estanca, estrictamente medida, a los dieciocho años. Ellas no ven lo
que está bajo sus ojos se aferran al presente, tomando la apariencia por
la realidad y prefieren las naderías a las cosas más importantes. Como
consecuencia de la debilidad de su razón todo lo que es tangible,
visible e inmediato, ejerce sobre ellas un dominio contra el cual no
sabrían aflorar ni las abstracciones, ni las máximas establecidas, ni las
enérgicas resoluciones, ni ninguna consideración acerca del pasado o
del futuro, de los que está lejano o ausente... También la injusticia es el
defecto capital de la naturaleza femenina. Esto proviene del poco buen
sentido y reflexión que hemos indicado, y, lo que agrava aún más este
defecto, es que la naturaleza, privándolas de la fuerza, les ha concedido
la estrategia en parte; de ahí su perfidia instintiva y su invencible
inclinación a la mentira.
– Gracias a nuestra organización social, absurda hasta grados
supremos, que les permite participar en el título y la situación del
hombre, ellas excitan con encarnizamiento sus ambiciones menos
nobles, etc. Se debería tomar por norma esta sentencia de Napoleón I:
« Las mujeres no tienen rango. » - Las mujeres son el sexus sequior - el
segundo sexo en todos los aspectos, hecho para mantenerse a distancia
y en un segundo plano.-En cualquier caso, puesto que unas ineptas
leyes han concedido a las mujeres los mismos derechos que a los
hombres, les habrían debido conceder también un raciocinio viril, etc.
Tras todos estos argumentos que sin duda Maupassant comparte, él añade de su
propia cosecha el siguiente:
Pero el mayor argumento contra la inteligencia de la mujer es
su eterna incapacidad de producir una obra, una obra cualquiera,
grande y perdurable.
Se dice que Sapho compuso admirables versos. En todo caso,
no creo que esto sea su auténtico mérito hacia la inmortalidad. Ellas
no tienen ni un poeta, ni un historiador, ni un matemático, ni un
filósofo, ni un sabio, ni un pensador. Admiramos, sin entusiasmo, la
graciosa elocuencia de la Sra. de Sévigné. En cuanto a la Sra. Sand,
una excepción única, no haría falta un amplio estudio de su obra para
demostrar que las cualidades muy notables de esta escritora no son sin
embargo de un orden absolutamente superior.
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Las mujeres, por millones, estudian música y pintura sin haber
podido nunca producir una obra completa y original, porque les falta
precisamente esta objetividad del espíritu, que es indispensable en
todos los trabajos intelectuales.
Todo esto me parece irrefutable.
Y concluye resumiendo todo en una frase que no deja lugar a dudas de lo que
espera de la mujer:
Pidámosles más bien que sean el encanto y el lujo de la
existencia.
Después de este desdén hacia la mujer, y reducirla a un objeto de encanto y lujo
para la existencia de los hombres, súbitamente la convierte en tirana y dominadora,
criticando al incipiente movimiento feminista que comienza a aflorar.
Reina de reyes y de conquistadores, ha hecho cometer todos
los crímenes, hecho masacrar naciones, confundido a papas; y si la
civilización moderna es tan diferente de las civilizaciones de antaño y
de las civilizaciones orientales, desdeñosas del amor que se considera
ideal o poético, es debido al genio particular de la mujer, a su
dominación oculta y soberana, a lo que se lo debemos con toda
seguridad.
¡ Hoy, cuando es la dueña del mundo, reclama sus derechos !
Entonces, nosotros, a quién ella ha adormecido, esclavizado,
domado por el amor y para el amor, en lugar de considerarla solamente
como la flor que perfuma la vida, vamos a juzgarla fríamente con
nuestra razón y nuestro sentido común. Nuestra soberana va a
convertirse en nuestra igual. ¡ Tanto peor para ella !4
Una de cal y otra de arena.
En cualquier caso su machismo es un hecho evidente, y el texto anterior resume
muy claramente la opinión que Maupassant tiene de la mujer, lo que viene a demostrar
sin lugar a dudas una misoginia que es una constante a lo largo de su vida.
Si mantenemos la tesis de que las opiniones personales de un escritor son fiel
reflejo de lo manifestado por sus personajes de ficción, queda plenamente constatada la
misoginia de Maupassant, toda vez que una significativa cantidad de cuentos están
protagonizados por solteros que expresan sus puntos de vista acerca del amor y su
relación con las mujeres, saliendo estas últimas bastante mal paradas en sus juicios.
Es de destacar al respecto la novela Bel-Ami, publicada en 1885. Recordemos
sucintamente su argumento: George Duroy, el protagonista, es un arrivista que medra en
la vida apoyándose en las mujeres a las que progresivamente va conquistando y de las
que se desprende cuando han dejado de servirle para su escalada social.
Maupassant se identificó más de una vez con Bel-Ami, manifestando
abiertamente: Yo soy Bel Ami.
Barbara Krajewska, en un artículo aparecido en la Revue des Deux Mondes,
analiza las personalidades de las mujeres que Duroy va dejando en su camino y
4
Guy de Maupassant. La Lisistrata moderna. Crónica publicada en Le Gaulois, el 30 de diciembre de
1880.
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concluye entre otras cosas que el mal trato infligido a la mujer en general por parte de
Maupassant es evidente, sin subestimar por ello su genio creativo.
Nos atrevemos a asegurar que la mirada de Maupassant sobre
la mujer es misógina. A lo largo de toda la narración [Bel-Ami], se
filtran aquí y allá pensamientos en ese sentido. Desde luego son
discretos y parecen haber caído de su pluma casi involuntariamente, en
un momento de descuido. Pero el mensaje permanece transparente a
pesar de esa negligencia. Maupassant extiende su juicio sobre el
conjunto del segundo sexo pues el plural persevera. Algunas citas: «
Las ideas supersticiosas [son a menudo] toda la razón de las mujeres
»; « ¡Qué más mordaces que las mujeres! » Walter a su esposa: « Eres
estúpida como todas las mujeres. No actuáis nunca más que por
pasión. No sabéis adaptaros a las circunstancias... sois estúpidas » ; la
Sra. Walter es « terca como todas las mujeres ». « Todas las mujeres
son rameras, hay que servirse de ellas y no concederles nada de uno »
« Las mujeres esperan siempre otra cosa que lo que hay.» La moral de
las parisinas es « flexible ». Parisina o no, la mujer es ligera y fácil.
Dotada de una gran riqueza interior, abierta de espíritu, sensible,
Madeleine es la única en la novela en haber rozado la posibilidad de
salir intelectualmente indemne de esta despreciable condena. Pero
Maupassant lo impedirá y hará de ella « una intrigante », « una
pequeña neófita bastante hábil, pero sin grandes medios », « un
grillete » a los pies de Duroy. El colmo, es cuando hace decir a
Madeleine: « ... soy como todas las mujeres, tengo mis debilidades, mis
carencias ». Con toda evidencia, el hombre no.5
Su actitud ante el matrimonio también es radical, considerándolo como una
cadena. En una carta dirigida a Catulle Mèndes, director de la revista La République des
Lettres, considerada por sus biógrafos como un manifiesto de su independencia de
espíritu, dice entre otras cosas:
[...] Tengo miedo de la más mínima cadena, venga de una idea
o de una mujer.
Los hijos se convierten en dulces ataduras y, un día,
creyéndose uno todavía libre, quiere decir o hacer ciertas cosas o pasar
la noche fuera, y se da cuenta de que ya no puede volver a hacerlo [...]6
Un pensamiento que parece no haber pasado muy de moda tras siglo y medio.
Otra cita muy conocida de Maupassant, en términos más jocosos, trasluce su
idea del matrimonio:
El matrimonio consiste en una serie de malos humores durante
el día y de malos olores durante la noche.
O esta:
El matrimonio es una lotería, no hay que elegir nunca los
números, los tomados al azar son los mejores.7
5
6
Barbara Krajewska. « Bel-Ami » o la rabia de ser mujer. Revue des Deux Mondes. junio 1993.
Guy de Maupassant. Carta a Catulle Mèndes. París 1876-(Carta #58)
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Insiste en el concepto de atadura:
El matrimonio y el amor no tienen nada que ver. Uno se casa
para fundar una familia, y uno forma una familia para constituir la
sociedad. La sociedad no puede prescindir del matrimonio. Si la
sociedad es una cadena, cada familia es un eslabón.8
Y concluye:
La mayoría de los matrimonios se vuelven tormentosos o
criminales, porque no se conoce lo suficiente a la pareja. Basta una
nadería, una manía enraizada, una opinión tenaz sobre cualquier
cuestión de moral, de religión o de no importa qué, un gesto que no
gusta, un tic, un pequeñísimo defecto o incluso una cualidad
desagradable para hacer que los novios más cariñosos y más
apasionados, se conviertan en dos enemigos irreconciliables,
encarnizados y encadenados el uno al otro hasta la muerte.9
Por otra parte considera al hombre por naturaleza un ser polígamo:
El individuo que se conforme con una mujer toda su vida,
estará tan completamente fuera de las leyes de la naturaleza como
aquél que no vive más que de ensalada10
Pero lo referido anteriormente, puede doblegarse en parte por el hecho, nunca
demostrado documentalmente, como veremos más adelante en el capítulo dedicado a
ello, de que mantuvo una relación relativamente estable con una mujer, con la cual, sin
llegar a casarse, tuvo tres hijos. Este es uno de los mayores misterios de la vida del
escritor y por tanto una nueva incógnita a añadir a las ya expuestas.
Sea como fuere, lo cierto es que para Maupassant, la mujer es sobre todo un
objeto de placer.
Tiene muchas relaciones de ocasión durante su juventud, en su época de remero
en el Sena, con las trabajadoras de las fábricas próximas que se acercan a las tabernas y
tugurios aledaños a fin de ser invitadas a un trago por los rudos marineros que por allí
pululan y, llegado el caso, arrimarse a un joven y guapo remero para poder disfrutar de
un fin de semana placentero y conseguir al mismo tiempo algunos céntimos. Es la época
donde está de moda la Grenouillère, especie de baile-restaurante al aire libre, que tan
bien describe Maupassant en su relato La mujer de Paul, y que inmortalizarán con su
pincel los impresionistas, en los famosos lienzos “En la Grenouillère” de Pierre Auguste
Renoir de 1868, y “La Grenouillère” de Claude Monet de 1869. Tal es el ambiente
sórdido que allí se respira, que a las muchachitas asiduas a esa mezcla de tugurio y
salón de baile, se las denomina “las ranas11”. Según apuntan sus biógrafos, es con una
de esas ranas con la qué Maupassant contrae la sífilis que acabará conduciéndolo a la
tumba.
7
Guy de Maupassant. Mi esposa. (Ma femme) 1882.
Guy de Maupassant. El Otro tiempo (Jadis) 1880.
9
Guy de Maupassant. La ventana (La fênetre) 1883.
10
Guy de Maupassant, prefacio de L’amour à trois, de Paul Ginisty (1884).
11
Grenouillère: en francés, rana.
8
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Así nos describe Maupassant la Grenouillère.:
En el establecimiento flotante había un barullo furioso y
gritón. Las mesas de madera, donde las consumiciones derramadas
formaban delgados regueros pegajosos, estaban cubiertas de vasos
medio vacíos y rodeadas por gentes medio borrachas. Toda aquella
multitud chillaba, cantaba, berreaba. Los hombres, con el sombrero
hacia atrás, la cara colorada, ojos relucientes de borrachos, se agitaban
vociferando con una necesidad de alborotar propia de animales. Las
mujeres, en busca de una presa para la noche, se hacían invitar a una
copa mientras tanto; y, en el espacio libre entre las mesas, dominaba el
público normal del lugar, un batallón de remeros alborotadores y sus
compañeras, con cortas faldas de franela.
Se huele allí, en plena nariz, toda la escoria de la sociedad,
toda la crápula distinguida, toda la podredumbre del mundillo
parisiense: mezcla de horteras, de comicastros, de ínfimos periodistas,
de hidalgos bajo curadoría, de bolsistas turbios, de juerguistas tarados,
de viejos vividores podridos; tropel equívoco de todos los seres
sospechosos, conocidos a medias, perdidos a medias, saludados a
medias, deshonrados a medias, fulleros, pícaros, alcahuetes, caballeros
de industria de traza digna, de aire matamoros que parece decir: «Al
primero que me llame bribón, lo rajo.»
Ese lugar rezuma estupidez, apesta a canallada y a galantería
de bazar. Machos y hembras vienen a ser lo mismo. Flota allí un olor
de amor, y se baten por un quítame allá esas pajas, con el fin de
sostener reputaciones carcomidas que los sablazos y las balas de
pistola no hacen sino hundir mas.
Se llama, con razón, la Grenouillère. Al lado de la balsa
cubierta donde se bebe, y muy cerca de la «Maceta», la gente se baña.
Aquellas mujeres cuyas redondeces son satisfactorias, acuden allí a
mostrar al natural su mercancía y a buscar clientes. Las otras,
desdeñosas, aunque amplificadas por el algodón, apuntaladas con
muelles, enderezadas por aquí, modificadas por allá, miran con aire
despreciativo a sus hermanas que chapotean.12
Cuando el éxito comienza a sonreírle, se hace más selectivo. Evidentemente le
resulta fácil, ya que es un hombre célebre, soltero y bien parecido al que rondan las
mujeres. No tiene más que elegir. Las “ranas” del Sena dan paso a las “condesitas” de
los barrios elegantes de Paris. Se relaciona con mujeres solteras y casadas. El adulterio
no supone ningún impedimento, sino todo lo contrario. Incluso llega a ser un aliciente,
motivándole a singulares reflexiones:
Tengo la debilidad de querer a los maridos de mis amantes. Y
hasta confieso que ciertos esposos ordinarios o groseros me quitan las
ganas de sus mujeres por encantadoras que sean. Pero cuando el
marido tiene ingenio y encanto, infaliblemente me enamoro de ella
como un loco. Y tengo buen cuidado, si rompo con la mujer, de no
romper con el esposo. Así he conseguido mis mejores amigos; y de esa
manera he comprobado, innumerables veces, la superioridad del macho
sobre la hembra, en la raza humana. 13
12
13
Guy de Maupassant. La mujer de Paul (La femme de Paul) 1881.
Guy de Maupassant Misti. Memorias de un soltero. (Misti)
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Se codea con los miembros de la alta sociedad que le abren sus puertas por
esnobismo y figuración, aunque no por ello deja de frecuentar de vez en cuando los
prostíbulos.
Las “altezas” se disputan la presencia de los personajes más célebres de la
época en sus palacetes, de aquellos que les confieran cierto lustro y cuyas visitas dejen
traslucir un aparente mecenazgo cultural por parte de las anfitrionas. Salones literarios y
políticos se convierten en inevitables centros de reunión de estadistas, pintores,
escritores, periodistas. Se hace imprescindible formar parte de toda esa parafernalia
cultural si uno desea estar de plena actualidad. Todos, prácticamente todos los
personajes famosos en cualquier ámbito de la cultura o la sociedad, asisten al salón de
una princesa, una condesa o una dama de la alta burguesía venida a más. En esos
salones se fraguan proyectos, se discuten tendencias, se hace política que se concreta
con ínfimas variaciones en la Cámara de los diputados.
No obstante, Maupassant se encuentra en este ambiente como pez fuera del
agua. Siempre fue hostil a los ambientes de los salones. Probablemente no se
consideraba del todo integrado, y tal vez haya que ver en este rechazo algún complejo
de inferioridad, pero paradójicamente es un adicto.
Debemos recordar que desde su infancia, su madre, una burguesa de clase alta,
siempre tuvo como objetivo alcanzar un estatus social mucho más elevado que el que le
correspondía: alquilaba castillos para que nacieran sus hijos, obligó a su esposo a que se
reconociese su derecho a utilizar la partícula “de” antes de su apellido, ya que Gustave
de Maupassant se llamaba oficialmente Gustave Maupassant antes de su matrimonio.
Mantuvo un tren de vida muy por encima de sus posibilidades hasta el final de su vida,
y todo por la apariencia y prestancia que ello le confería. En definitiva, Laure quería ser
una aristócrata y trasladó esa ambición a su hijo. Pero la aristocracia es un universo
cerrado, donde nadie puede entrar en virtud de sus merecimientos sino de su sangre, y
Maupassant no tenía ascendencia aristocrática.
Esta hostilidad hacia el mundo de los salones, en cierto modo resulta ser
recíproca. Las “altezas” utilizan a Maupassant para figurar y para presumir. Él las
utiliza como muestras vivas de los personajes de sus relatos. Y si bien se le ha
relacionado con personajes de la talla de la princesa Mathilde, la condesa Potocka... etc.,
no hay pruebas de que hayan sido sus amantes. Más bien debe conformarse con
mantener una respetuosa distancia, porque en el fondo tiene un concepto de la
aristocracia muy elevado y es consciente de que jamás podrá ser admitido en ese círculo
tan elitista, posiblemente de ahí provenga su rencor.
La relación de Maupassant con la sociedad mundana de la época queda muy
bien ilustrada en la contestación que Gaston de Lamarthe, personaje de la novela
Nuestro Corazón, da a André Moriolle, cuando éste le reprocha su constante presencia
bajo las faldas de las aristócratas:
– ¿Por qué? ¿Por qué? pues porque eso me interesa, ¡caramba! Y
además... y además... ¿va usted a reprochar a los médicos por entrar en los
hospitales a visitar a los enfermos? Esa es mi clínica, esas mujeres. Yo juego
su juego, tan bien como ellas, quizás incluso mejor que ellas, y eso me sirve
para mis libros mientras que a ellas no les sirve de nada lo que hacen.14
Pasa de las “ranitas” del Sena, a frecuentar las “condesitas” del barrio SaintGermain, y con estas últimas no se muestra tan promiscuo como con las primeras, pese
14
Guy de Maupassant. Nuestro Corazón. (Notre Coeur)
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a que su nuevo estatus social, una celebridad en el marco de un París literario, artístico,
bohemio y cosmopolita, le permite buscar placeres más exquisitos en damas refinadas y
elegantes.
Serán las judías las que satisfagan sus necesidades de fauno.
En resumen, como dice Jacques-Louis Douchin en su ameno libro La Vie
erotique de Maupassant: «En cualquier caso, pocas mujeres – y de toda condición –
pudieron resistirse al «encanto» del autor de Bel-Ami.»
Se ha creado toda una leyenda, avalada con testimonios de cierta fiabilidad,
acerca de la potencia sexual de Maupassant. Hay quien opina que esta “anomalía” se
debía a su propia enfermedad, que le facilitaba la retención de la eyaculación
prolongando el acto sexual a voluntad.
El escritor y aventurero inglés Frank Harris cuenta lo que Maupassant le
manifestó en una ocasión:
« Supongo que siempre he sido normal en la práctica del amor,
aunque sé que prolongo el acto sexual más que la mayoría de los
hombres. Probablemente soy un poco especial desde el punto de vista
puramente sexual, porque me basta desearlo para tener una erección.
¡Mire! ... dijo sonriendo.
« Se detuvo y allí en medio de la calle, la tela tirante de sus
pantalones demostraba que no mentía.15
Aunque todo apunta a que era muy promiscuo, cualquier conjetura en sus
relaciones más íntimas, no dejaría de ser en exceso atrevida, máxime después de todas
las dificultades que existen ya de por sí a la hora de tratar de desvelar su
comportamiento en público, debido ante todo a su celo por ocultar su vida privada de la
mirada del público.
Y curiosamente al final de sus días deja de tener relaciones con las mujeres.
Recluido en la residencia del Dr. Blanche, se le prohíbe terminantemente recibir visitas
de cualquier mujer. Parece ser que la orden partió de Laure, ¿aconsejada tal vez por
François Tassart?
Capítulo 6 de “La Ecuación Maupassant”
José M. Ramos González
[email protected]
Pontevedra 2009
Se autoriza la reproducción total o parcial de este artículo citando fuente y autor.
15
Frank Harris. My life and my love.

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