Pdf Nº12 - Ánima Barda

Transcripción

Pdf Nº12 - Ánima Barda
Abril - Mayo 2013 www.animabarda.com
La revista es de
publicación bimensual
y se edita en Madrid,
España.
ISSN
2254-0466
Pulp Magazine
Núm. XII
Novela por entregas
EL PERGAMINO DE ISAMU VII - Aventura samurái
Ramón Plana
Relatos cortos
Editor
J. R. Plana
Cristina Miguel
...Y SI NO LAS DEJAS - Weird menace
Ilustración y
diseño
J. R. Plana
COLA DE SIRENA - Fantasía
Maquetación
Cristina Miguel
RODODHEN-DRO, EL DESLENGUADO - Fantasía
Ánima Barda es una
publicación
independiente, todos los
autores colaboran de
forma desinteresada y
voluntaria. La revista
no se hace responsable
de las opiniones de los
autores.
Copyright © 2013
Jorge R. Plana, de la
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AnimaBarda
Anima Barda (g +)
22
Carlos J. Eguren
Cris Miguel
Eleazar Herrera
EL TRATAMIENTO CARTAGO - Ciencia ficción
Manuel Santamaría
5
8
14
29
Especial detectives
LINCE EN SEVILLA - Noir
Manuel del Pino
IL RIPOSO - Noir
Diego Fdez. Villaverde
UNA FIESTA DE MUERTE - Bélico
J. R. Plana
Y LA PUTA SALVÓ EL DÍA - Hard boiled
Cris Miguel
32
38
44
62
Relato extra
LO QUE REALMENTE PASÓ DESPUÉS... - Histórico (¿?)
J. R. Plana
72
El resto
UNAS PALABRAS DEL JEFE - Editorial
J.R. Plana
LOS PROYECTOS MANHATTAN - Reseña
J.R. Plana
EN LAS MONTAÑAS DE LA LOCURA - Reseña
J. R. Plana
FUTURAS ADAPTACIONES AL CINE - Brief News
Cris Miguel
4
12
70
76
UNAS PALABRAS DEL JEFE
Unas palabras del jefe
H
J. R. Plana
oy toca charla, así que tomároslo
con calma.
Prolifera entre las masas jóvenes
más populosas una máxima muy recurrente,
al estilo del “Carpe diem” o el “Mens sana in
corpore sano”. Recordemos brevemente que el
“Carpe diem” de Horacio lleva detrás una serie
de reflexiones e intenciones más profundas
que “Pásatelo teta, haz lo que te apetezca y no
pienses en las consecuencias”. Igual con “Mens
sana in corpore sano”, del poeta Juvenal, que
originalmente no tenía el enfoque de deporte y
libros que se le da
La máxima a la que me refiero no es un
latinajo, pero sufre de la misma afección
malinterpretativa que las dos anteriores. Se
trata del “Sé tú mismo” y todos sus sucedáneos:
“No cambies nunca”, “Sé auténtico”, “Yo soy
así”, etc. Vamos a hablar de ello.
Estas frases, presumiblemente fruto de la
psicología y la autoayuda, llevan un potente
mensaje detrás, enfocado a resaltar la
importancia de cada individuo y su particular
originalidad, muy importante en los casos de
abusos psicológicos, menosprecio, bullying, etc.
Es decir, que tiene una aplicación “terapéutica”
en personas que sufren una serie de maltratos
o complejos. ¿Cuál es la idea detrás? Que la
persona no permita que un factor externo
influya en su personalidad, en sus gustos, en
su forma de pensar o actuar... En definitiva, en
aquellas cosas que la convierten en lo que son.
Sin embargo, hay un momento en el que esta
idea entra en conflicto con otras y pierde su
calidad de máxima imperante. Me explico.
Muchas religiones tienen un principio
4 Anima Barda - Pulp Magazine
filosófico realmente importante: el objetivo del
ser humano en esta vida es mejorar, alcanzar
un “estado espiritual” superior. Cada una tiene
su forma y su recompensa, pero queda claro
que esta aspiración es, sin duda, una meta
trascendental.
Es obligación de la persona, en cuestión de
ética y moral, mejorar todos aquellos aspectos
negativos de su personalidad. Eso no quiere
decir flagelamiento, castidad ni pasar hambre,
sino esforzarse en cambiar cosas que están
“mal”, y que no por ello son imprescindibles
a la hora de forjar el carácter. ¿A qué cosas
me puedo estar refiriendo? Pues, por ejemplo,
al egoísmo, al pasotismo, al desprecio, a la
envidia de la mala, a la pereza desmedida, a la
grosería... Seguramente, muchos las habréis
identificado como características perniciosas
de la personalidad.
No vale escudarse en que “yo soy así”, “es mi
carácter”. Una persona violenta también es así y
es su carácter, pero no dudaremos en encerrarlo
si empieza a resultar peligroso. Es un ejemplo
simplón, pero vale para ilustrar esto.
Resumiendo: no hay que permitir que nadie
influya maliciosamente en tu personalidad,
pero tampoco abanderar los defectos personales
como insignia de la autenticidad.
...Y SI NO LAS DEJAS
...Y si no las
dejas
por Carlos J. Eguren
Hay gente que comienza joven en la vida del crimen y la muerte. Depende de dónde y cómo
nazcas. Quizás, también del aire que te falte o te sobre. A lo mejor, de si lloras mucho, poco o nada
cuando el médico te gira la cabeza de una torta. A veces, puede que ya nazcas mal de fábrica o
te construyan a peor cuando eres un crío. Sea como sea, aquella niña de eterna sonrisa mató a su
abuela con seis años tirándola por las escaleras. Así es la vida y toda esa basura que nos venden en
las pelis de Hollywood.
Aquella primera vez, aquel primer acto atroz que la hermanó con Caín, se creyó que fue un
simple accidente. Fue más sospechoso cuando las muertes raras rodearon la vida de la chica. Por
ejemplo, vecinos cuyas máquinas de cortar el césped les cortaban la cabeza, alumnos del mismo
instituto que decidían echarse a volar lanzándose desde una azotea, desconocidos que se pegaban
un tiro en la cabeza… Todo eso al lado de esa joven y ella nunca dejaba de sonreír. Al mal tiempo,
buena cara.
No obstante, tarde o temprano, debes saber que no importa lo que hagas. Alguien terminará
encontrándote, alguien terminará diciendo: “Ese es el gran monstruo”. Con treinta años, fue
detenida mientras cruzaba la frontera. La llevaron a la cárcel y luego a un centro psiquiátrico. La
policía esperaba respuestas de ella sobre los veinte asesinatos en los que su modus operandi aparecía
(les dibujaba sonrisas en el rostro). El agente de policía encargado, Pérez, se sentía orgulloso de
tener enjaulada a la criminal, aunque todas las preguntas que le formulaba se resumían en:
—¿Por qué?
Y ella contestaba:
—Fue en defensa propia.
Resultaba que un tipo al que mató en una gasolinera ahogándolo en una máquina de lavado era
porque había hablado por teléfono móvil, con el riesgo de volar toda la estación.
—Por el tema de las ondas, ya sabe… Lo vi en un documental de la tele.
Anima Barda - Pulp Magazine 5
CARLOS J. EGUREN
Había matado a una joven que había visto
salir de una tienda de dietética lanzándole
una fondue hirviendo.
—Seguro que iba a terminar anoréxica…
¡Eso es un infierno para las familias! No
quería verlo, me sentía herida si lo veía… Y
es cierto lo de la pesadilla de esa enfermedad,
lo leí en alguna revista.
Envenenó un restaurante de personas
vegetarianas…
—Las vacas producen suficientes gases
nocivos como para destruir la capa de ozono.
¡Es nuestro deber comérnoslas! Que les den
a esos comehierbas. Lo sé porque lo vi en
alguna página de Facebook y, maldita sea,
¡esas vacas nos joden a todos! ¡Fue en defensa
del puto planeta Tierra!
Así, sus crímenes encontraban las
justificaciones más rocambolescas. Que si
mató a aquel niño porque era pelirrojo y la
gente se metería con él y ella no soportaría
ver ese drama. Que si le arrancó de cuajo la
cabeza a la tipa del videoclub porque vendía
demasiados dramas y eso le hacía llorar. Que
si destripó a aquel político porque pensaba
que hacía más daño que bien y la política
no le ayudaba. Que si voló aquel autobús de
ancianos porque seguro que alguno había sido
malo con ella… Crímenes y más crímenes en
defensa propia, según ella.
—La defensa propia es complicada de
demostrar, muchachita… —le dijo Pérez con
sorna—. ¿Sabes por qué? Porque el ataque
defensivo debe ser equivalente a la amenaza
o el ataque del agresor. No creo que ninguno
igualase el tuyo, querida…
—El primero, por lo menos, sí, querido. Mi
abuela se lo merecía.
—¿Qué te hizo la pobre?
6 Anima Barda - Pulp Magazine
—Me daba lentejas de comer.
El detective Pérez suspiró. Aquella chica
estaba tocada del ala. Abrió el expediente de la
joven. Perdió a sus padres en un accidente de
conducir y acabó siendo criada por una abuela
que sufría demencia. Los servicios sociales
llegaron a denunciar porque no llevaba a la
asesina al colegio cuando aún era una niña. El
expediente decía algo bastante interesante:
«A.H. Fernández, de 76 años, aseguraba
que: “Toda la educación está en la tele y las
revistas… y no me arriesgo a dejar que la cría
salga y alguien en un coche la mate como pasó
con sus padres”».
—Explícame, querida, ¿cómo tu abuela
quería matarte con lentejas?
—Las lentejas tienen hierro.
—Sí, por eso se recomienda comerlas. ¿Y?
—En sangre, el hierro no es tan malo como
en el estómago según un documental que vi.
—¿No te gustaban las lentejas y la mataste?
—Mi abuela me daba lentejas para desayunar,
almorzar, merendar y cenar.
—Vaya, lo siento, pero…
—Las lentejas tienen hierro. Quería
envenenarme con el consumo a largo plazo de
hierro. Lo vi en un docu, ¿sabe? ¿Ve? Si la tiré
por las escaleras y le clavé las tijeras en los ojos
repetidamente hasta convertirlos en papilla fue
porque era en defensa propia.
El detective Pérez sonrió:
—“¿Qué hay para comer? ¡Lentejas! ¡Si te
gustan te las comes y si no las dejas!”.
—Quiero un filete y muchas papas fritas,
pedazo de gilipollas hijo de la gran puta.
Esa fue la cena de aquella noche. La tocaba
elegir. Ella pensaba en liquidar a los cocineros
por no habérselo cocinado muy hecho. Tanto
que no pensó en vengarse de la gente que le ató
...Y SI NO LAS DEJAS
tan apretadas las correas de la silla. Ni la persona que puso la esponja mojada en la cabeza. Ni
en las familias de los muertos que observaban el espectáculo.
Eso sí, ella pensó en matar al que fabricó la silla eléctrica.
—¿Últimas palabras? —preguntó un administrador de la iglesia.
—¡La silla es incómoda, joder!
Esa noche, cuando el detective Pérez regresó a su casa, preguntó que había para comer y su
esposa le dijo que arroz. No sintió nada raro, aunque vio en algún sitio que el almidón no era
bueno. Luego, el segundo plato fue rebosante de lentejas.
Y el señor Pérez sintió que se hundía en un océano marrón de miedos primigenios y locura
desbordante. Atacó él primero, en defensa propia.
Anima Barda - Pulp Magazine 7
CRIS MIGUEL
Cola de sirena
por Cris Miguel
N
o podían nadar más deprisa. Sus aletas no daban más de sí. Otra vez ellas cuatro se habían
arriesgado a ir a esa zona y subir casi a la superficie. Los pesqueros japoneses rondaban
esas aguas con sus redes y sus arpones preparados. Esquivarlos era difícil y en muchas ocasiones
mortal, pero necesitaban comida, cada vez tenían menos alimento y su número, de por sí reducido,
aún sería menor si no conseguían algo que llevarse a la boca.
Llevaban más de un año evitando a esos desalmados japoneses. Antes rara vez se cruzaban
con ningún barco y, cuando lo hacían y eran vistas, se deshacían de ellos con la misma facilidad.
8 Anima Barda - Pulp Magazine
COLA DE SIRENA
Los japoneses, por su parte, al principio caían, pero ahora iban preparados para no escuchar su
lamento y no sucumbir, lo que provocaba que muchas de las suyas perecieran en las expediciones.
Nadaban lo más rápido que podían, el alba estaba llegando y tenían que volver antes de que
amaneciera, si las veían estaban muertas. No eran suficientes para hacerles frente, su única ventaja
era la profundidad del océano. Pero a tanta profundidad no vivían los peces que les servían de
alimento, de ahí la necesidad y el riesgo de emerger.
—¡Daos prisa! —gritó Yanira.
Le pareció ver un destello en la superficie. Ya no había duda, las habían visto, genial. Aumentó
el ritmo, pero no podía más, tenía los músculos agarrotados. Primero lo sintió, luego lo oyó. El
crujido de las escamas al ceder se expandió por el agua. Una punta de afilado acero sobresalía del
bajo vientre de una de las suyas. Yanira se paró en seco, y sus tres hermanas hicieron lo mismo.
Fue una fracción de segundo, vieron el pánico en los ojos de la herida. Todo su cuerpo se sacudió
con un latigazo y comenzó a subir a gran velocidad hacia la superficie, con el arpón atorado en
su estómago tirando de ella, hasta que la perdieron de vista. Reaccionaron y siguieron nadando,
hasta el fondo. Unas lloraban, Yanira no. Lo iban a pagar, iba acabar con esos patéticos humanos
uno a uno.
En la lonja todo era un desorden. Numerosos pescadores iban y venían cargados con cajas y
cubos con sus presas recién adquiridas. Kaito intentaba no tropezarse y no soltar la cola, que aún
se movía entre sus brazos. Los otros pescadores se giraban al verles, hasta los que se pavoneaban
de cazar ballenas. Ahora eran ellos los más admirados, llevaban una sirena y su cola la venderían
casi por dos millones de yenes.
—¡Aquí! —Takeshi le hizo un gesto a Kaito, y juntos pusieron a la hermosa criatura en una
mesa.
Ella no estaba muerta, los miraba impasible, resignada a su destino pero sin mostrar el más
ligero rastro de amargura o tristeza. Las lágrimas de sirena eran un mito, numerosas leyendas
circulaban en todos los continentes sobre su capacidad de sanación. Pero hacer llorar a una sirena
era harto improbable. Eran igual de frías que las aguas del océano que habitaban.
Takeshi que se había dejado los miramientos hace tiempo en casa, cogió el cuchillo más grande
y cortó limpiamente la aleta de la sirena. Ésta puso ojos de sorpresa. Kaito no dejaba de observarla,
pero ella no soltó ni el más mínimo grito.
—Es un alivio que no puedan hablar y gritar fuera del mar, ¿eh? —comentó Takeshi satisfecho―.
Anda, chico, ve a por cajas con hielos. Queremos que siga fresca.
Cuando volvió Kaito, la sirena estaba con los ojos cerrados y casi sin cola. Takeshi era rápido
y ya tenía apalabradas todas las porciones de la cola, que iban especialmente dirigidos a clientes
con los restaurantes más exclusivos. Y no sólo de Japón, también de distintas partes del mundo.
—¿Ha muerto? —preguntó Kaito.
—¿A quién le importa? —le contestó secamente.
La aleta y la última parte de la cola iban destinadas a un gran grupo cosmético. Lo único que
se desaprovechaba era el tronco. Su belleza era incomparable. Era etérea y delicada. Kaito sabía
Anima Barda - Pulp Magazine 9
CRIS MIGUEL
que no tenía que procesar ningún tipo de sentimiento hacia ellas. Eran animales, vivían en el mar.
Takeshi no paraba de repetirle que no se dejara engañar por sus ojos y su larga melena, que así era
como gran parte de los marineros habían muerto ahogados en sus brazos. Le apartó un mechón
de pelo de la cara y abrió los ojos súbitamente. Mantuvo el contacto visual, realmente la escena
era grotesca, verla con su cara de muñeca y lo poco que quedaba de cola ensangrentada. Mientras,
los pescadores pasaban a su alrededor como si fuera la escena más normal del mundo.
—¡Espabila! —Una colleja le sobresaltó rompiendo el hechizo—. Que te quedas embobado,
anda vete a llevar las cajas. Lo que queda de ella es para las Señoras, que se ocupan de su cabello.
—Pero… —Kaito estaba aturdido y no podía dejar de mirarla.
—¡Es un pez! Un híbrido hermoso y repulsivo a la vez.
Takeshi alzó el cuchillo que aún tenía en la mano y lo dejo caer sobre su blanco cuello. Kaito
desvío la mirada y se alejó de allí.
—¿Qué has hecho? Has desperdiciado centímetros de cabello, ¿por qué las has cortado el
cuello? Es que no sabes… —Kaito oyó como otro pescador experimentado regañaba a Takeshi
mientras él corría con el cajón entre las manos.
Estaba amaneciendo y todos preparaban las furgonetas y los camiones. Kaito dejó el cajón
donde los demás y miró el cielo sin saber por qué le había afectado tanto si era sólo un pez,
aunque los ecologistas pensaran lo contrario. Quizá era porque, en el fondo, Kaito estaba de
acuerdo con ellos.
La noticia había entristecido a toda la comunidad. La pregunta era por qué las cazaban. La
respuesta de Yanira era simple y llana: ella sabía que no era para comer, sino por placer, por gusto.
Lo notaba. No eran humanos hambrientos. Eso despertaba el sentimiento de venganza arraigado
en su interior desde que mataron a su descendiente cuando era prácticamente una niña.
Por ello estaba organizando las represalias. Contaban con tiempo. Cuando capturaban a una
tardaban varios días en regresar. Pero se tenían que dejar ver. Tenían que morder el anzuelo. Irían
todas, hundirían el barco.
Kaito estaba en tensión. Les había parecido ver una cola de sirena a cuatro nudos de donde se
encontraban. Y ahora estaban casi detenidos esperando una señal, cualquier mínimo movimiento.
Con los focos apuntando las oscuras aguas del Pacífico.
En sus cascos sonaba One a todo volumen. Tenían que llevarlos para impedir que les hipnotizaran
con su dulce canto. Algo que habían aprendido por el siempre y eficaz ensayo-error, ya que
muchos pescadores fueron ahogados por acercarse demasiado al agua. Con lo cual sólo tenía la
vista.
Sus compañeros estaban igual de quietos que él. Takeshi esperaba dar órdenes en cuanto viera
el más mínimo indicio. De momento nada, aunque sentía que estaban ahí abajo. Una luz le
sorprendió. Levantó la vista del océano. La luz procedía de otro barco que les hacía señas con el
foco.
Takeshi había acertado una vez más en sus predicciones. Llevaban casi un mes sin salir a cazar
10 Anima Barda - Pulp Magazine
COLA DE SIRENA
sirenas y aún así tenían a los grupos ecologistas y de protección de animales pegado a sus talones.
Al parecer, literalmente. Takeshi quedó sorprendido al verlos, pero luego se echó a reír. Estaban
con un megáfono y vio que tenían un intérprete y traductor. Ingenuos. No tenían ningún tipo de
protección.
Los compañeros de Kaito le imitaron y a él le contagiaron la risa. Si realmente esa noche había
sirenas, iban a morir por salvarlas. Qué ironía. Kaito los miró fijamente y vio que uno se acercaba
peligrosamente al borde. Ocurrió tan rápido que la única demostración de que era cierto era la
inexistencia del cuerpo que antes había estado allí apoyado. Eran ellas, estaban ahí abajo y estaban
cantando. Kaito quería quitarse los cascos, seguro que su canción era preciosa y seductora. Pero
no sería más que una imprudencia, y no quería morir.
Takeshi y el resto rieron con más fuerza al ver que a la tripulación de los ecologistas se los
tragaba el mar y no los soltaba.
—Preparad los arpones y las redes. Nadan muy cerca y saltan para atraparlos, alguna caerá —
gritó Takeshi, intentando hacerse oír por encima del ruido y de los cascos atronadores.
Kaito tenía un mal presentimiento. Las dos sirenas que había cazado las habían sorprendido en
un grupo pequeño, seguramente porque ellas mismas buscaban algún pez que comer. Pero esto era
distinto. Vio a varias saltar por la cubierta de los ecologistas y por la suya propia. Llegaban dando
impresionantes piruetas, y luego se arrastraban por el suelo con asombrosa agilidad, agarrando
a los hombres desorientados por las canciones con violencia. Ellos no estaban aturdidos, así que
el único modo que tenían de atraparles era cogiéndolos por la fuerza y de frente. Kaito agarraba
el arpón con firmeza, preparado para enfrentarse a las criaturas del mar. Entonces notó un soplo
de aire en el cogote y a la par dejó de oír la canción de Metallica. Ahora oía los chapoteos y una
suave melodía cautivadora. “Oh, no”.
Se tapó las orejas con las manos, tirando el arpón sobre la cubierta, pero no sirvió de nada. Oía
esa canción, le gustaba esa canción, ¿de dónde procedía? Se golpeó la cabeza para reaccionar,
como quien se sacude histéricamente un insecto. Otros hacían lo mismo, les habían quitado los
cascos a todos.
—¡Tengo a una! —gritó un hombre. No le dio tiempo a decir nada más. Al sujetar la red fue
arrastrado hacia el océano violentamente, sin remisión ni resistencia.
Kaito luchaba consigo mismo. La cubierta era un caos, varios hombres corrían, Takeshi
vociferaba órdenes sin resultado alguno. Él lo único que quería era esconderse en el camarote
hasta que se fueran, pero esa música… Notó que en sus pies había agua, ¿estaban hundiendo el
barco? Le daba igual, solo quería llegar hasta la que emitía esas notas tan armoniosas. Estaba
apoyado en la barandilla del barco, y se moría por tocar el agua con sus dedos. Se sentía feliz, era el
sonido más bonito del mundo. Unas manos le agarraron y tiraron de él. Kaito veía todo a cámara
lenta. La sirena que le sujetaba tenía el pelo casi naranja y flotaba sobre su cabeza enmarcando
una cara dulce de piel delicada y blanca, que le miraba con unos ojos verdes que eran como un
faro en ese océano oscuro. Le cantaba, le estaba cantando a él, era tan bonito… Su cuerpo flotaba
y se vio a si mismo bailando con aquella sirena que cantaba como los ángeles. Hasta que no le
quedó una gota de oxigeno en sus pulmones y todo se volvió negro.
Anima Barda - Pulp Magazine 11
LA RESEÑA
Los proyectos Manhattan
por J. R. PLANA
J
aponeses, científicos, nazis, superarmas
y alienígenas; no puede ser malo.
La historia es sencilla: la creación de la
bomba atómica es una tapadera. De hecho,
realmente no era proyecto sino proyectos. Los
Proyectos Manhattan. Y tras la cortina
de la carrera nuclear se esconde
el desarrollo de las más destructivas y demenciales
armas científicas.
Todo
empieza
con la elección de
Oppenheimer
para dirigir una
iniciativa secreta del gobierno
de Roosevelt. El
afamado científico es el hombre perfecto para
ponerse al cargo de
la genial y delirante
plataforma científica,
integrada, entre otros, por
Einstein, Fermi o Feynman.
Ah, pero tranquilos, no nos van
a aburrir con teorías sobre cinética de macropartículas o descomposición de átomos (por
ejemplo). Esta ciencia es más asequible para
el público profano. Esta ciencia es muy divertida. Esta ciencia es mala.
Realmente me cuesta un poco hablar de
lo bien que me lo he pasado con este cómic
sin desvelar algunos de sus giros. Dejémoslo
en que el autor se ha vuelto loco. Punto. Ahí
está el éxito, Hickman se ha vuelto loco y la
12 Anima Barda - Pulp Magazine
historia transcurre dando tumbos y saltos que
hace que tú te vuelvas loco también. Y eso es
divertido. Robots samuráis asesinos, portales
a realidades alternativas, absorción múltiple
de personalidades, esqueletos radioactivos,
alienígenas devoradores de mundos o la primera inteligencia artificial a partir de un presidente de los Estados Unidos. Fiencia Cicción. Perdón, ficción de la ciencia. De eso va
este cómic, de científicos chalados
y situaciones absurdas, todo
aderezado con un toque
de violencia habitualmente gratuita.
El autor demente
es Jonathan Hickman, que aquí
abajo vemos en
una foto con aspecto de ser un
poco inofensivo.
No os fiéis.
Se le conoce por
obras como Pax Romana o Red Wing,
donde trabajó ya con el
dibujante de esta primera
entrega de los Proyectos Manhattan, Nick Pitarra. Hickman ha
trabajado también con Marvel, en colecciones como la de los Cuatro Fantásticos, pero,
probablemente, es su producción independiente la que más fama le da.
Nick Pitarra, por su parte, se gana el reconocimiento por sus laboriosos dibujos llenos
de detalle. A primera vista pueden parecer
grotescos, pero personalmente agradezco
a veces leer una historia que se aleje de los
estándares ultrapulidos de Marvel y DC, di-
LA RESEÑA
Nacido en Carolina
del Sur, EE. UU.
Escritor y dibujante
de comics
reconocido tanto
por su trabajo
independiente
como por el
desarrollado bajo el
amparo de Marvel.
De esta última
asociación destacan
las series de los
Cuatro Fantásticos,
Secret Warriors,
Fundación Futura y
SHIELD. Informativo
Nocturno o Pax
Romana son dos de
sus obras publicadas
con Image Comics
y desarrolladas
enteramente por él.
bujos con garra y personalidad que igual te
encantan que los odias.
En este caso, los personajes están deformados, rozando la caricatura, con lo que consigue una clara diferenciación entre unos. El
toque exagerado le permite también afinar
bastante a la hora de repetir los rasgos de
uno y otro, una de las partes difíciles del arte
de dibujar cómics, en el que muchas veces
cuesta bastante conseguir que el personaje
de la viñeta 1 se parezca a él mismo en la
viñeta 2.
También hay que mencionar los colores,
especialmente el uso que le da al rojo y azul
para diferenciar entre las distintas personalidades de Oppenheimer o el enfrentamiento entre el bien y el mal. No es nada
del otro mundo, simplemente que consigue
transmitir muy bien las ideas en según qué
episodios.
¡No le doy más vueltas al tema! Esta primera entrega de los Proyectos Manhattan
me ha gustado bastante. Es original y divertido.
Espera. Sí, sí que le voy a dar más vueltas.
De hecho, voy a ponerle una pega, por sa-
Jonathan Hickman
carle algo negativo. Aunque no es una pega
mía, pero bueno, da igual. Me la comentó
un amigo después de leérselo, así que hago
de correa de transmisión de su opinión, para
generar un pequeño debate.
Para su gusto, los personajes de Einstein
y Oppenheimer están desquiciados. Piensa que son científicos con una personalidad
fuerte y muy interesante, bastante locos en
la vida real. Y en el cómic no son ellos (literalmente). Así que se ha quedado con un
regusto un pelín desagradable, pues cogió
el cómic con otra idea. No le puedo quitar
la razón, porque la tiene. Efectivamente, no
son ellos. Pero bueno, en mi caso no leí el
cómic esperando ver un reflejo de estos personajes, así que la pega me da igual. No tenía
expectativas así que me lo pasé igual de bien.
Y ahí acaba el debate por mi parte. Si queréis seguir vosotros, adelante.
Por lo demás, demencia a gran escala y
violencia aleatoria siempre son cosas que
animan a uno a gastarse el dinero en un cómic.
Anima Barda - Pulp Magazine 13
ELEAZAR HERRERA
Rododhen-Dro, el
Deslenguado
por Eleazar Herrera
—Hacedle pasar.
Un terrible chirrido retumbó por las paredes del palacio, enseguida salpicadas de una sombra
erguida y corpulenta. Cuando el aludido llegó hasta la falda del trono e hincó una rodilla en la
tierra, la luz blanca dulcificó su rostro agrio. Por naturaleza, por genética o por Dios sabe qué,
los orcos no solían destacar por su belleza, y su amargura no hacía sino agrietar sus maltrechas
facciones. Cuernos inesperados, mandíbulas desencajadas, dientes imposibles… Mirarse al espejo
cada día era todo un desafío.
—Ya sabes lo que te ha traído aquí, ¿no es cierto? —inquirió el rey Baobabb sin andarse con
rodeos. Su voz era un amasijo de hierros oxidados.
El otro asintió, aún postrado.
—He oído muchas historias sobre ti. Valiente, fiero, leal, contestón… Me interesa que todo
eso sea verdad… ¡Aunque claro! —Su estentórea carcajada rayó la sala—. Poco vas a replicar ya,
¿verdad?
Quizás Rododhen-Dro no podía hablar, pero sí pensar o atacar. Estaba a unos cinco metros de
su Horrible Majestad, distancia suficiente para lanzar el puñal y, si fallaba —que lo dudaba—, no
lo haría con una flecha.
—Aún guardo tu sucia lengua guardada en el cajón, asesino.
De repente, el cuchillo pareció tentarle desde el bolsillo trasero. Lo notaba frío y mortal contra
su piel. Tenía motivos para hacerlo.
Tenía motivos.
Sin embargo, un segundo después desechó la idea. Lo haría de otro modo.
Al poco tiempo se encontraba rumbo al palacio del reino vecino. Sin reparar en los detalles,
Rododhen-Dro rememoró las palabras escupidas por el rey Baobabb:
—Odio a mi hermano. Él es perfecto. Todos le aman, incluso los que mueren de hambre a las
puertas de su palacio. No lo entiendo. ¡No lo entiendo! —repitió, y con cada palabra, su piel se
teñía de una ira que lo consumía por dentro—. Quiero que vayas hasta allí y acabes con él como el
14 Anima Barda - Pulp Magazine
RODODHEN-DRO, EL DESLENGUADO
Él había asentido, aunque se preguntaba si
la envidia era motivo suficiente para acabar
con alguien, y más si se trataba de un hermano
de sangre. Luego se miró a sí mismo, y
reconoció que a él le movía un interés similar.
El dinero no le había vuelto mudo, magullado
y extremadamente desconfiado con el resto
del mundo. No se relacionaba con ningún
otro, y su familia hacía tiempo que había
perdido el contacto con él. Nadie quería a
un asesino. Y Rododhen-Dro, ya frente a las
puertas moteadas del rey Alerze, descubrió
que él tampoco.
Así, con la carga de quien un día repara
en todos los errores que ha cometido en su
vida, Rododhen-Dro planificó el último
trabajo que llevaría a cabo. Después… Bueno,
después no habría nada que pensar.
Silencioso como una sombra, se encaramó
a una farola y esperó el momento adecuado
para caer sobre los guardias. Mientras
desenvainaba su cimitarra y localizaba con
un parpadeo los puntos vitales, pensó en que
les perdonaría la vida. Solo una persona debía
morir ese día. Con un suave movimiento de
perro que es. Asegúrate de hacerlo sufrir.
muñeca, el asesino golpeó la sien de uno con el
Para el rey, el destino era cruel. Además de mango, que se desplomó al instante; el otro, si
ser feo como un demonio, tenía un hermano bien sorprendido, no se arredró. Rododhenexcepcionalmente bello. Era como si los dioses Dro fue esquivo con él, pero no tuvo la
se hubieran puesto de acuerdo para crear una paciencia suficiente para detener el tajo antes
única criatura que no hiciera daño a la vista, de atravesarle la garganta. El guardia le miró
y encima, compartiera la sangre de la más con ojos como platos. Después la sangre manó
horrible. Y eso reconcomía sus entrañas más a borbotones, y Rododhen-Dro maldijo para
que cualquier otra cosa.
sí aquel impulso que le incitaba a matar. “No
—… Y luego me traerás su cabeza, no importa debía haber muerto”, pensó mientras dejaba
de qué manera. Quemada, desfigurada, a cachos. el cadáver con inusitada delicadeza en el
Que la pise tu montura. No me importa. ¡Los suelo.
orcos bellos deben morir, y no hay más verdad
Se deslizó por el interior del palacio. No
que esa! ¿Entiendes, asesino?
quería cobrarse más vidas inocentes —y no
Anima Barda - Pulp Magazine 15
ELEAZAR HERRERA
estaba seguro de poder contenerse—, así
que buscó el camino más oscuro hasta los
aposentos del rey. Tampoco fue especialmente
complicado. Llevaba más de treinta años en
el oficio de sicario y reconocía patrones en
todos los castillos. Siempre había un pasillo
que comunicaba la cocina con la torre de los
reyes, por si a estos les sacudía un capricho
de madrugada, y al menos otro que servía de
salida de emergencia en asedios, incendios o
cualquier otra circunstancia que requiriera
huir. Rododhen-Dro evitaría los accesos
directos para eludir más muertes innecesarias.
Los aposentos del rey Alerze eran
custodiados por cuatro hombres corpulentos.
Estaban apostados en fila frente a la puerta.
Rododhen-Dro los escudriñó con la mirada.
Eran orcos como él. Criaturas deformes,
arrugadas y asimétricas a ojos de las demás
razas, pero de una cálida familiaridad para él.
¿Por qué habían de comparar la belleza entre
ellos? ¿No podían vivir siendo quienes eran?
¿Acaso se sentían inferiores por tener cuernos
en vez de orejas, sables en vez de dientes…?
Suspirando, Rododhen-Dro salió de las
sombras. Los guardias se tensaron al instante,
pero ninguno se movió. “Experimentados”,
pensó. “No van a impacientarse”.
—¿Quién eres y cómo has llegado hasta
aquí?
El asesino avanzó unos metros para tantear
el terreno. Después, y ante el asombro de todos,
se despojó de todas las armas que llevaba: la
cimitarra, el arco, los innumerables puñales
escondidos por el cuerpo y el látigo punzante.
Incluso se deshizo de las púas, ocultas bajo
su lengua pastosa, y las dejó con el resto. Si
el pequeño montón bélico sorprendió a los
guardias, estos no lo demostraron, sino que se
16 Anima Barda - Pulp Magazine
prepararon para el ataque. Rododhen-Dro aún
podía estrangularles con sus propias manos.
Después señaló su boca e hizo un aspaviento
con las manos. No podía hablar.
—¿Pero qué…? —dijo otro, intercambiando
miradas con sus compañeros—. ¿Qué demonios
hace? ¿Qué haces?
—Es mudo, ¿no?
—¿No es el famoso asesino del rey Baobabb?
—Quiere que lo llevemos dentro —musitó
otro, alzando su ceja partida—. ¿No es cierto?
—añadió.
Rododhen-Dro asintió de nuevo. Al
principio no quisieron hacerlo; el más veterano
se negaba en redondo a dejar a un asesino en
presencia del rey. ¿Qué majadería era esa? Sin
embargo, él estaba dispuesto a dejarse maniatar
e incluso recibir una paliza si así conseguía
entrar. Tras una acalorada discusión y un sinfín
de empujones, lo llevaron como a un perro.
Lo tiraron al suelo, donde se vio reflejado su
rostro convertido en una mezcla de ansiedad
y calma, y también el esplendor de la estancia.
Estaba rodeado de grandes ventanales por los
que se filtraba la luz del sol, y estos, a su vez,
le otorgaban aún más luminosidad gracias
a los coloridos mosaicos. El asesino tuvo
que entrecerrar los ojos para distinguir al rey
Alerze, que parecía envuelto en un halo mágico
y brillante. Pasaron unos segundos hasta que
sus ojos se acostumbraron y pudo observar sus
bellas facciones. Su piel estaba arrugada, sí,
pero no como una maraña de líneas caóticas;
la comisura de sus labios creaba dos amables
hoyuelos, y sus ojos estaban profundamente
marcados por la edad. El pelo le caía lacio por
la espalda y sobresalían varios cuernos de entre
varios mechones. No fruncía el ceño y tampoco
poseía esa mirada desdeñosa. Para los humanos
RODODHEN-DRO, EL DESLENGUADO
seguía siendo una criatura horrible, pero era
verdad que el rey Alerze tenía unas facciones
risueñas.
Rododhen-Dro lo contempló como si así
pudiera adueñarse de su secreto.
—Este idiota pensaba matarle, mi señor —
dijo el más alto de los guardias, arrodillándose.
—No será tan idiota si ha logrado llegar
hasta aquí —replicó él con amabilidad,
aproximándose. Enseguida le reconoció—. Ah,
el famoso Rododhen-Dro ha venido hasta aquí
a por mí. ¡Me siento halagado! —Después se
volvió hacia su lacayo—. Le habéis despojado
de sus armas, por lo que veo.
—De hecho, majestad, se despojó de ellas él
mismo.
El rey Alerze soltó una carcajada y sostuvo
la mirada de Rododhen-Dro, que seguía en el
suelo.
—Dejadnos solos.
—¡Pero majestad…! ¡No voy a dejarle solo y
desarmado con un asesino!
El aludido frunció el ceño, pero enseguida se
cruzó de brazos y consideró su sabia opinión.
Tenía razón. Un rey no podía permitirse algo
así.
—Cierto, valiente Seqöya. Permanecerás a
mi lado. Los demás volved a la puerta y esta
vez no dejéis que pase nadie más.
Con cierto escepticismo pero sin rechistar, el
resto de guerreros abandonó la sala.
Se sobrevino un tenso silencio. Por un lado,
el rey Alerze paseaba de un lado para otro con
la vista perdida en algún punto del oeste. El
sol se escondía ya. Por otro, Seqöya no dejaba
de apuntar a Rododhen-Dro con su lanza. Así
pasaron incontables minutos, hasta que el rey
habló.
—¿Es verdad que venías a matarme?
Él cabeceó afirmativamente.
—Mi hermano Baobabb —acertó
solamente.
Volvió a asentir.
—¿Y cómo creer que tus intenciones han
cambiado?
Rododhen-Dro se encogió de hombros.
Sabía que la palabra de un asesino carecía de
valor, así que, si pudiera, ¿para qué malgastar
el tiempo exponiendo sus razones? Como
vio que la espera se estaba prolongando
demasiado, Seqöya le azuzó.
—¡Contesta inmediatamente!
—¿Y cómo va a hacerlo, Seqöya? ¡Pero
seguro que no tiene inconveniente alguno en
cortar una lengua y ponérsela! ¿Verdad? —
bromeó sonriente.
Rododhen-Dro acusó la ironía con una
sonrisa, pero por una vez deseaba explicarse
con soltura. No tenía miedo a la muerte ni a la
cárcel y su única recompensa, el dinero, ya no
le motivaba. “Me gusta matar. Me apasiona
matar —el fulgor de sus ojos se reavivó con
un brillo morboso—, pero estoy cansado”. El
asesino suspiró.
Seqöya hizo ademán de hostigarle, pero el
rey levantó su mano.
—Me compadezco de ti, Rododhen-Dro.
Levántate. —Él obedeció—. Lo noto en tu
postura. Reconocería al asesino deslenguado
en cualquier parte. Aún sigues siendo el
que eras, claro, y sé que si quisieras podrías
matarme ahora mismo, pero algo ha cambiado
en ti. Me gustaría que te expresaras con la
mayor claridad.
Rododhen-Dro encontró imposible su
petición. Si el rey Alerze era diestro leyendo
los labios, quizá podrían entenderse, pero
no tenía tiempo para eso. Quería terminar
Anima Barda - Pulp Magazine 17
ELEAZAR HERRERA
con ese asunto antes del anochecer. Con las
manos pidió tinta y pergamino, y cuando se
lo hubieron traído, escribió:
«El único que merece morir es el rey
Baobabb. Tarde me he dado cuenta de
todo lo que hice mal, y sin embargo
volvería a hacerlo una y otra vez. Disfruto
sintiendo cómo se apaga una vida en mis
manos. Disfruto desmembrando a alguien,
arrinconándolo como si fuera un animalillo
asustado y degollándolo después. Su último
suspiro me da la vida. Baobabb me encargó
que te matara de la forma más cruel posible.
Quería tu belleza reducida a cenizas y yo
estaba dispuesto a concedérselo. De camino
he decidido que lo quiero al revés. He venido
a morir».
El rey Alerze lo leyó varias veces sin dejar
que ninguna emoción perturbara su expresión.
También dejó que su guardia lo leyera, pero
este no pudo mantenerse impertérrito.
—¡Pero qué significa esto! ¡Majestad, no
puede…!
El rey volvió a levantar la mano, conciliador.
—No eres el primero.
«Pero puedo ser el último».
—Te escucho.
«Fingiré tu muerte. Yo seré el cadáver
y tú vivirás lo suficiente para tender una
emboscada a Baobabb y matarle…».
—¿Y cómo pretendes que haga eso,
Rododhen-Dro?
«Eso no es de mi incumbencia. Habla con
tus consejeros o con quien haga falta. O no
lo hagas si no lo crees necesario, pero creo
que le dará tranquilidad a tu vida saber que
Baobabb te cree muerto».
—La vida no es tan sencilla.
«A rey muerto, rey puesto».
18 Anima Barda - Pulp Magazine
—Pero yo seguiría vivo.
«Te estoy dando la oportunidad de
desaparecer. Si no la tomas, al menos mátame
y acaba con esto —se señaló—».
—¿Por qué quieres morir? ¿Y por qué debería
darte el gusto?
«Ya te lo he dicho, estoy cansado».
—No me parece motivo suficiente para
acabar con tu vida. No me parece un motivo en
absoluto. ¿Tú qué opinas, Seqöya?
—Majestad…, yo… El suicidio es deshonroso
en cualquiera de sus expresiones…
El rey Alerze le miró largamente.
—Sería más lógico que aceptaras la culpa, y
como castigo vivieras con el peso de las vidas
que quitaste.
«No siento culpa ninguna. Ya te lo he dicho,
no me arrepiento de nada. Los mataría ahora,
una y otra vez. Sin descanso. Sin dormir. Sin
comer».
Sus palabras estremecieron a los presentes.
Seqöya parecía al borde del colapso. Un asesino
sediento de sangre quería suicidarse, pero no
porque se arrepintiera de sus actos, sino por
mero… ¿qué? No lograba entenderlo y temía
que Rododhen-Dro se llevara sus razones a la
tumba. Casi sin darse cuenta, Seqöya expresó
su preocupación.
«Solo quiero morir».
—¿Y por qué has decidido ayudarme? —
inquirió el rey Alerze.
«Quiero que mi muerte sea como un jarro de
agua fría para Baobabb. Yo solo no le apenaría
lo más mínimo, sino que además me odiaría y
bailaría sobre mis restos. Si con ello consigo
que tú sobrevivas y le des su merecido, me
habré vengado y descansaré en paz».
—¿Hasta qué punto el odio es más fuerte
que el amor a la vida? ¡Te mueve la venganza,
RODODHEN-DRO, EL DESLENGUADO
Rododhen-Dro!
«Toma tu decisión o clávame una espada,
pero hazlo ya».
—¿En qué estás pensando?
«Me sentaré en tu trono. Allí una flecha me
atravesará el abdomen y moriré desangrado.
Ha de haber sangre alrededor, signos de lucha.
Toma —del interior de sus ropas sacó un frasco
con un líquido verde—. El belgrac me dejará
irreconocible».
—¿Pretendes que te rocíe con ácido? ¡No
será precisamente placentero, amigo mío!
«Quiero experimentarlo».
El rey Alerze miró a Seqöya, que había
palidecido. Tragó saliva. El plan del asesino no
era descabellado, y seguramente se lo merecía,
pero no se sentía capaz de quitarle la vida de
esa manera. Ni siquiera estaba seguro de poder
tirar esa flecha, y mucho menos Seqöya.
Rododhen-Dro, cansado de esperar, se
dirigió al trono de hierro, se sentó y desgarró
su camisa. Cerró los ojos e imaginó cómo sería
morir. Cuando los abrió, vio que el guardia y el
rey Alerze hablaban entre ellos con evidente
reparo. No querían hacerlo, pero lo harían. La
idea mataría dos pájaros de un tiro —y nunca
mejor dicho—: por un lado, la vida de un
terrible asesino se cobraría por fin, y por otro, la
de un rey estúpido y envidioso. “En otra vida”,
se dijo, “elegiré con más cuidado quién tendrá
poder sobre mí”.
—¿Qué crees que debería hacer, Seqöya?
—Majestad, no lo sé. Es un mal orco. Hizo
daño a miles de razas, destrozó familias y ni
siquiera se arrepiente. Su pasión es matar. No
concibo que pueda existir alguien así, venga de
donde venga, y por eso creo que merece morir.
Pero… no sé si esta debería ser la manera…
—Es la mayor encrucijada a la que me he
enfrentado. Ojalá hubiera venido a matarme
sin más, valiente Seqöya. Habría sido más
fácil.
—Hasta para morir desea hacernos daño,
Majestad.
El rey Alerze sonrió.
—Y su estrategia no es descabellada. Eso
le daría un periodo de tranquilidad al menos
para decidir qué hacer con su muerte fingida.
Podríamos hacer circular los rumores de su
muerte…
—Pero Rododhen-Dro volvería con mi
hermano para obtener su recompensa…
—Podría morir. Bueno, al fin y al cabo va
a morir…
—Es un diestro asesino, aunque me cueste
reconocerlo.
—Pero no es imbatible, Majestad —añadió.
El rey Alerze miró a Rododhen-Dro, que
golpeaba el suelo con impaciencia.
—Bien, lo haremos. Lo haremos. —Se
aproximó al sicario—. Dame el ácido.
«No. Primero la flecha. Después el ácido».
—Sufrirás mucho.
«Es lo que quiero».
El rey echó la vista atrás.
—Seqöya, ve con los demás y no dejes que
nadie entre bajo ningún concepto. Quien sea.
Cualquier cosa tendrá que esperar.
—No quiero dejarle… solo con él, Majestad.
Nunca se sabe.
—Eres bueno y leal. No mereces ver esto.
—No quiero irme.
—Es una orden, Seqöya. Abandona mi
salón inmediatamente.
Su tono no admitía réplica. Solo por eso,
obedeció.
El rey Alerze recorrió la sala de punta a
punta en busca de un arco, pero no encontró
Anima Barda - Pulp Magazine 19
ELEAZAR HERRERA
ninguno. Eran sus guardias quienes portaban
armas, no él, y tampoco era adecuado tenerlas
como mera decoración en las paredes.
Rododhen-Dro se rasgó la pernera del
pantalón y, con sumo cuidado, extrajo una
flecha de acero.
«Estoy preparado para todo. Suponía que
pasaría todo esto».
—Me asusta que seas tan retorcido,
Rododhen-Dro. —El rey tomó la flecha entre
sus manos—. ¿Estás seguro de que quieres
hacer esto?
Él asintió, por primera vez molesto. ¿Acaso
parecía un orco inseguro o temperamental?
Cada reacción estaba perfectamente medida;
su muerte no iba a ser menos. Procedió a
explicarle cómo debía matarlo:
«No claves la flecha hasta el fondo. Eso
me matará casi al instante. Debe quedarse a
mitad de camino dentro del abdomen. Luego
empezaré a sangrar y los órganos empezarán
a pudrirse. Me costará respirar. Puedo estar
agonizando más de media hora. En ese
momento utilizarás el belgrac. Y moriré».
El rey Alerze se quedó sin habla. Lo había
contado con una naturalidad imposible de
definir.
«¿Alguna duda?»
—¿Y si no puedes soportar el dolor?
«Lo soportaré».
—¿Pero y si no?
«Agarra la flecha».
—No oses hablarle así a un rey, asesino
—terció el hermoso orco, repentinamente
contrariado. Aun así, dejó que las manos de
Rododhen-Dro se cerraran sobre las suyas
y las colocara a escasos centímetros de la
piel—. Estoy seguro de que hay otra manera
de hacer esto. No tienes por qué…
20 Anima Barda - Pulp Magazine
«Adelante».
—Escucha. Eres una criatura deleznable.
Mereces morir. Sin embargo… ¡No!
Rododhen-Dro tiró de él hacia sí, y la
flecha hendió su piel. La carne a su alrededor
se inflamó. Las primeras líneas de sangre
dibujaron el contorno del asta. La expresión de
Rododhen-Dro no cambió, tal y como cabía
esperar, pero sí la del rey Alerze. Retrocedió,
horrorizado y negando con la cabeza.
«El belgrac. Rápido».
—Yo no… ¡Yo no…! ¡No puedo! ¡No lo haré!
Rododhen-Dro gimió y se retorció en el
trono, pero atinó a escribir.
«Acaba lo que empezaste».
El rey agarró el frasco con manos temblorosas.
Dio un paso. Luego otro. Así hasta que, poco
a poco, volvió con el asesino. Ya no podía
verlo sino como un alma herida y perturbada.
Destapó el belgrac con un ruido sordo.
Rododhen-Dro le miró a los ojos y asintió.
«Mantén la calma como el rey que eres —
escribió con evidente dificultad—. Adiós». Y
lanzó el pergamino y la pluma lejos de sí.
El rey Alerze vertió el líquido y RododhenDro empezó a gritar.
TITULO RELATO
Anima Barda - Pulp Magazine 21
RAMÓN PLANA
EL PERGAMINO DE
ISAMU VII
por Ramón Plana
XIII
samu descorrió el shoji y les precedió al jardín, donde les guió por un pequeño sendero que iba
hacía una casa de forja de la que salía una alta chimenea: su taller de trabajo. Un poco antes
de llegar a él, otro sendero salía hacía la izquierda llevándoles hasta una galería de tiro con arco
y un pequeño dojo. En él podían verse multitud de armas en estantes y muebles preparados para
contenerlas. Era un recinto fresco y ventilado. Los tres se descalzaron, entraron al dojo y saludaron
a la pared de honor en la que había una pequeña repisa con incienso y un cuadro representando
a un samurái, sin duda un antepasado del propio armero. Luego se sentaron sobre los talones
mientras Isamu comenzaba su explicación.
—La escuela Mashashi la fundó Senmatsu Ryota, poniéndole ese nombre en honor de su
maestro Narita Mashashi. Ryota fue un gran espadachín, estudioso y disciplinado mientras vivió
su maestro. Pero cuando éste falleció, le sedujo el éxito y la fama, y empezó a esforzarse en ganar
los combates a cualquier precio.
—Se apartó del Bushido —aclaró Atsuo.
—¡Eso es! —corroboró Isamu—. Abandonó los siete principios y se dedicó en cuerpo y alma
a urdir cómo ganar todos los combates en su propio beneficio. Al final, su escuela se compuso de
un montón de estudiantes sin escrúpulos, pero cuyas técnicas, por eficaces, atraían a un elevado
número de nuevos alumnos. Tanto es así que necesitó la ayuda continuada de un armero, pero no
porque rompieran sus armas, sino porque las trucaban, y cada uno quería darle su toque personal.
—Por eso le llamaban la escuela del aguijón —tercio Kaito—. ¿No es así Isamu?
—Cierto. Por eso se ganó el sobrenombre.
Los tres se miraron.
—Ahora —continuó Isamu—, si Atsuo no puede acabar con Obura antes de que éste emplee
sus malas artes, puede verse en dificultades. Por eso sería conveniente saber de antemano dónde
lleva el aguijón su katana.
—Lo normal es que lo lleve en la empuñadura, ¿no? —preguntó Kaito.
—No te creas que siempre es así —respondió Isamu—. Es cierto que la mayoría de las veces lo
llevan en la empuñadura de la katana, pero otras veces llevan una cuchilla circular en la guarda;
también puede ir escondido en la muñeca, en el obi o en la empuñadura de la wakizashi. Incluso,
en un trozo hueco de bambú atado a la muñeca, con un resorte para lanzarlo.
—Según tengo entendido, un aguijón no puede ser peligroso si no toca un punto vital —comentó
I
22 Anima Barda - Pulp Magazine
EL PERGAMINO DE ISAMU VII
Atsuo mirando a Isamu—. A no ser que esté envenenado.
—¡Exacto! —exclamó Isamu—. El veneno es su principal ventaja. Además, piensa que han
desarrollado técnicas expresamente para ese tipo de armas, un solo roce bastaría para terminar el
combate.
Kaito emitió un largo silbido de admiración.
—¡Así que por eso son
invencibles! No me gustaría
tener que combatir con ellos sin
conocer sus armas. —Se volvió
hacia Atsuo—. Querido amigo,
tendrás que estar muy atento en
el combate.
—No solo eso —terció
Isamu—. Tienes que conocer
también sus técnicas. Conocerlas
te servirá para identificar en
donde llevan el aguijón. Luego
deberás dejarle que empiece
el ataque y, una vez iniciado,
tendrás que ser más rápido que
él. Veamos un ejemplo.
El armero se acercó a uno
de los muebles, cogió una llave
disimulada en el lateral de una
moldura y lo abrió. A los ojos
de sus compañeros aparecieron
varias katanas aparentemente
normales. Las miró con atención
y seleccionó una, luego observó
las que se mostraban en otro mueble cercano y escogió otra, ofreciéndosela al preceptor.
—¿Atsuo, me haces el favor de cruzar la espada conmigo?
El preceptor saludó, se puso de pie enfrente del armero y cogió el arma que le ofrecía. Con un
elegante movimiento, balanceó la katana y se puso en guardia.
—¡Bien! —exclamó Isamu—. Vamos a pensar que el combate se desarrolla de una manera
normal. Un periodo de tanteo, algunas fintas para ver cómo reacciona el contrincante y una serie
de golpes para descubrir sus puntos flacos. ¡Empecemos!
Se acercó a su contrincante y lanzó una serie de estocadas y golpes correspondientes a la
primera forma de una escuela avanzada de kenjutsu. Atsuo paró y desvió sin ceder terreno y sin
contestar aún.
Anima Barda - Pulp Magazine 23
RAMÓN PLANA
Satisfecho de la respuesta obtenida, Isamu desarrolló una forma más compleja con golpes
desde todos los ángulos y series encadenadas. Atsuo siguió con la misma estrategia de parar y
desviar, excepto en la forma más avanzada, en la que se vio obligado a golpear a su vez para que
Isamu rectificara su postura y no le ganara la posición.
—¡Espléndido! —comentó el armero—. Veo que tu maestro te enseñó bien. Probemos con una
forma algo más complicada. ¡Atento!
Una lluvia de estocadas y golpes a tres niveles se descargó sobre Atsuo, pero quedó evidente
su maestría al no conseguir alcanzarle. En la última serie, el preceptor pasó al contraataque
golpeando y fintando para recuperar la posición y obligar al armero a variar su guardia subiendo
las manos. En ese momento Isamu dejó sin protección su hombro izquierdo. Atsuo atacó y
encontró su espada cruzada con la katana de Isamu. Rápido como el rayo, el armero giró su
empuñadura y un estilete salió de la empuñadura quedándose peligrosamente cerca del cuello
del preceptor.
—¡No te muevas Atsuo! —exclamó—. Mantén la postura y fíjate en donde queda el aguijón.
Ahora, con un pequeño desplazamiento, me aparto de la línea de ataque y puedo darte un tajo
con él, o pincharte en el cuello. ¿Lo ves?
—¡Sí! Ya lo veo. Muy astuto y letal. —Se quedó pensando un momento—. Creo que podría
agacharme sin perder el contacto con tu katana y salir por debajo. Ese desplazamiento me
permitiría dar un tajo al paso y ganarte la espalda.
—¡Perfecto! Esa es una de las salidas, pero deberás ser muy rápido para evitar que corrija su
posición a la vez que tú.
—¿Una de las salidas? ¿Conoces más?
—Sí, conozco varias. Hay una muy eficaz aunque arriesgada —dijo Isamu—. Espera, tengo
que coger un protector.
Mientras se acercaba a una de las estanterías, Kaito, que contemplaba el combate con enorme
sorpresa, se levantó.
—¡Por los dioses de mi aldea! —exclamó—. ¡Sois dos maestros con la espada! Hacía tiempo
que no veía esgrimir una katana con tanta ciencia. ¡Amigos míos!, espero no tener nunca que
cruzar mi acero con vosotros.
—Vamos Kaito, no seas modesto. Te puedo recordar varios combates tuyos en donde el
sorprendido he sido yo –comentó Isamu mirándole con una sonrisa. Se dirigió al tatami
colocándose un protector en el antebrazo izquierdo—. Atsuo, hagamos una serie corta que me
permita conseguir la posición anterior.
Se situaron uno enfrente del otro, saludaron y se pusieron en guardia. Iniciaron una forma fácil
para llegar rápidamente a la posición en que Isamu dejaba el hombro izquierdo al descubierto. El
preceptor atacó y cruzaron las katanas.
—¡Atento Atsuo! —avisó el armero—. En esta posición, si quiero accionar la empuñadura para
que salte el aguijón, tengo que girar la muñeca izquierda hacía dentro. ¡Así!
Isamu ejecutó el movimiento y el aguijón apareció, quedándose a unos milímetros de su
antebrazo. Los ojos de Atsuo se abrieron con sorpresa, comprendiendo: su mano derecha
24 Anima Barda - Pulp Magazine
EL PERGAMINO DE ISAMU VII
abandonó la guarda para empujar el codo del armero hacía dentro, y el aguijón se clavó en el
protector.
—¡Perfecto! —exclamó Kaito—. ¡Que simple y que eficaz! Pero el riesgo es alto, la postura sólo
dura un momento. Tendrás que ser muy rápido.
—Sí —comentó Atsuo—, hay que ser rápido y preciso, pero esta técnica te puede salvar la
vida. Gracias Isamu —dijo saludando con respeto al armero—. Tu habilidad con la katana me
recuerda a mi maestro. Es evidente que habéis estudiado juntos.
—Esta apacible tarde me trae gratos recuerdos de juventud, tú también me recuerdas mucho a
él. Pero sigamos. Tenemos que revisar otras técnicas igualmente efectivas.
Apuntaba la noche cuando los tres se despedían. Hanako acompañó al preceptor hasta la
puerta; durante el trayecto, en más de una ocasión sus miradas se cruzaron, provocando una
sonrisa en el dulce rostro de la muchacha.
Por su parte, Kaito, como no quería que lo asociaran con el armero, esperó unos momentos a
que se alejara Atsuo y salió por una pequeña puerta disimulada en la tapia que daba a un callejón
trasero. Una vez fuera se confundió con las sombras.
XIV
Atsuo caminó hasta la pequeña fuente cruzándose con algunas personas, el tiempo estaba
apacible y la calle tranquila. Poco tiempo después salía del barrio de los artesanos, giraba hacia el
norte y llegaba a la entrada de la imponente finca de los Hirotoshi.
Los samuráis de la puerta estaban vigilantes y le vieron venir. Le informaron de que la señora
quería verle. También le contaron que Nobu y Benkei habían llegado hacía poco y estaban
hablando con ella. Según se comentaba, la caravana estaba acampada a una hora de camino
esperando que se hiciese de noche para entrar en Edo sin dejarse ver.
Cuando el preceptor entró en el saloncito de la señora, los encontró charlando animadamente.
—Pasa Atsuo —le invitó Yoko sonriendo—. Por fin han llegado nuestros amigos.
Nobu y Benkei se levantaron para saludarlo efusivamente. En la reunión, además de los recién
llegados, estaban Matsushiro, Aiko, Fujio, Saburo y Michiko, acompañados de los dos perros.
—Nobu, ahora que estamos todos cuéntanos cómo os ha ido el viaje —pidió Yoko.
—Pues ha sido más rápido de lo que yo esperaba —comenzó Nobu—. Al poco tiempo de salir
de la ciudad, la caravana quedó a cargo de Benkei y me adelanté con Kaito. Queríamos llegar a
la finca del clan Akashi con tiempo para preparar a los heridos, y que cuando llegasen los carros
estuviesen listos para venir a Edo.
—¿Viste a Jambei? —interrumpió Atsuo.
—Sí, estuvimos con él. Nos comentó que habían visto varias agrupaciones de bandidos en las
montañas. Lo que no sabía era para qué se estaban agrupando, aunque se temía que era para
atacar nuestro feudo.
—¿En qué se basaba?
—En la dirección de la marcha de los grupos. Kaito envió a dos de sus hombres para avisar a
los de casa. Los estarán esperando.
—Tenemos que hacer algo para reducir su fuerza de ataque —dijo Benkei.
Anima Barda - Pulp Magazine 25
RAMÓN PLANA
—¿Un grupo que les hostigue en la montaña? —sugirió Saburo.
—No creo que fuera eficaz —comentó Benkei—. No te olvides que estarían en su elemento.
—Quizá crear una situación difícil en casa de Takayama para que traiga bandidos como
refuerzo —indicó Fujio.
—Nunca los traería a su casa de Edo. Le asociarían con el pillaje en las montañas y el shogun
le castigaría —declaró Aiko.
—Se me ocurre una idea —dijo Matsushiro—. Podemos crear una situación de peligro en
casa de Matsumura Iroto, el consejero del shogun. Si se ve amenazado, obligará a Takayama a
atacarnos, y como Kaoru no querrá que lo relacionen con esos ataques, no tendrá otro remedio
que traer fuerzas de la montaña.
—Podría funcionar —asintió Nobu—. ¿Pero qué situación de peligro podemos crear?
—Por cierto Atsuo —interrumpió Yoko—. Esta tarde hemos recibido una invitación de Iroto
para ir a su casa dentro de dos días.
—¿Cuál es el motivo?
—Ha reformado su jardín —dijo Yoko—. Contrató al arquitecto del shogun, y está muy
orgulloso del trabajo. Por lo visto le ha traído árboles, pájaros y unas linternas que no son de aquí.
Incluso ha construido una casita de té y un dojo nuevo. La invitación es para Katsuro o quien lo
represente en su ausencia, pero ha insistido mucho en que también fueras tú.
—Pretende que Obura te invite a entrar en el dojo, y te mate accidentalmente —exclamó
Saburo alarmado—. Oímos una conversación en el jardín del shogun, en donde Iroto le decía a
Obura que tenía que acabar con él. ¿Qué vamos a hacer Atsuo-san?
—¡Pues iremos, Saburo! —dijo Atsuo sonriendo—. No podemos rechazar una invitación tan
oportuna.
—He oído que Obura es un hombre muy peligroso Atsuo-san —comentó Matsushiro con
expresión preocupada—. Debes tener cuidado y no confiarte. Déjame acompañarte con varios
hombres de guardia, piensa que vas en representación de nuestro clan y debes ir escoltado.
—Podemos ir todos como tu guardia —apuntó Fujio con energía—, y no le dejaremos que te
provoque.
—No se puede evitar la provocación de Obura, Fujio. Solo hay que estar preparado.
Yoko observaba la escena sin decir nada. Sus dedos jugueteaban con una delicada peineta de
alabastro. Finalmente, la dejó en su regazo y miró al preceptor.
—Pretendes aprovechar la visita para crear un conflicto, ¿verdad Atsuo? Ten cuidado no vayas
solo. Que te acompañen Matsushiro y Nobu con una escolta. Estaré más tranquila.
—Como digáis señora —asintió el preceptor—. No os inquietéis.
—¡Déjame ir madre! —exclamó Saburo—. Por favor.
—¡Yo también quiero ir! —apuntó Aiko—. ¡No quiero perdérmelo!
—¡Nadie debe separar al maestro de sus alumnos! —dijo Fujio sentencioso—. Seguro que
necesitará ayuda. ¡Hasta puede quedar malherido!
Matsushiro miró a Atsuo, y ambos intentaron disimular la hilaridad que les producía la actitud
de los tres jóvenes.
26 Anima Barda - Pulp Magazine
EL PERGAMINO DE ISAMU VII
—¡Vaya! ¡Cómo me alegro que os preocupéis tanto por vuestro preceptor! —dijo Yoko
aparentando un enfado que no sentía.
—Dejadlos venir, señora —intercedió Atsuo divertido—. Lo que vean y lo que ocurra en la
visita seguro que será una lección muy útil para ellos.
—Puede que tengáis razón. Solo temo que vaya una multitud en representación del clan
Hirotoshi y no sea lo apropiado —comentó Yoko riendo francamente.
—¡Bien entonces! —exclamó Matsushiro—. Si os parece, señora, Saburo, Nobu, Michiko y
yo, junto con una escolta de tres samuráis, le acompañaremos en la visita. Fuera esperarán Aiko,
Fujio y otros cinco samuráis, por si nos hiciese falta que intervengan.
—Bien Matsushiro, me parece suficiente. ¿Pero cómo sabrán los de fuera si deben intervenir
o no? —preguntó la señora.
Se miraron unos a otros.
—¿Con un silbido? —sugirió Fujio.
—¿Y si silba alguien de la casa y os plantáis allí? Haríamos el ridículo —dijo Saburo—. Es
mejor arrojar algo por encima de la tapia.
—¿Vas a llevar una piedra en el bolsillo para tirarla? Porque si tiras un cuchillo puedes herirnos
a cualquiera y entonces sí que haríamos el ridículo. Si nos herimos entre nosotros no necesitamos
a nadie de fuera —concluyó Fujio cargado de razones.
—Si me permitís, señora —interrumpió Benkei—, Puede que tenga la solución.
—Habla, querido amigo.
—Como sabéis, señora, uno de mis entretenimientos es la alquimia, y he estado experimentando
con el polvo negro que se utiliza para hacer que disparen esas armas llamadas arcabuces.
—Sí, he visto alguna. Montan un tubo y piezas de metal sobre madera, y se disparan aplicando
polvo negro y quemándolo. ¿No es eso? Creo que esas armas las trajeron los extranjeros.
—Sí señora. Si no recuerdo mal, eran portugueses. Bueno, pues a ese polvo negro lo llaman
pólvora y es bastante delicado y peligroso. Pero trabajando con él he conseguido encerrarlo con
efectos sorprendentes.
—No termino de entenderte. ¿Puedes ser más claro? —le pidió Yoko mirándole a los ojos.
—¡Claro, señora! —El médico pensó durante un momento—. Lo mejor es que me acompañéis
a mi estudio, allí os lo mostraré.
Yoko asintió y todos se levantaron para acompañarlos. El estudio de Benkei estaba en un rincón
del jardín, detrás de la casa, cerca de las viviendas del servicio. Consistía en una pequeña casita de
techo bajo. Dentro reinaba un desorden controlado. Multitud de objetos, frascos, cristales, cajas y
tarros se apilaban en estanterías, armarios y por el suelo. Unos cestos de mimbre llenos de papiros
descansaban al lado de una mesita baja; cerca, se podían ver tarros con pinceles y frascos de tinta.
En el centro de la habitación se veía un pequeño fogón a ras del suelo.
El médico miró hacia un extremo lleno de útiles y herramientas de cirugía. Allí se dirigió,
agachándose para coger con sumo cuidado una pequeña caja de madera. La inspeccionó y,
satisfecho, salió con ella al jardín.
—Acercaros, por favor. Veréis, observando las propiedades de este polvo, se me ocurrió encerrarlo
Anima Barda - Pulp Magazine 27
RAMÓN PLANA
para hacerle desatar sus poderes cuando fueran necesarios. Y este es el resultado. Poneros detrás
de mí.
Los miembros del grupo miraron la caja con curiosidad mientras se colocaban a su espalda.
La caja contenía unas pequeñas bolas de color rojizo del tamaño de una nuez, con un pequeño
punto amarillento en la parte superior. Benkei revolvió en la caja con cuidado y seleccionó una.
La sopesó y, volviéndose hacia el grupo, les advirtió:
—Ahora no os asustéis.
Y la lanzó al aire. La bola describió una parábola y calló a unos cinco metros. La explosión les
sobresaltó, y a los pocos minutos tres samuráis de la guardia aparecieron corriendo para indagar
sobre el estampido. Mientras Matsushiro les tranquilizaba, el resto del grupo se acercaba a mirar
el lugar en donde había caído la bola. Allí pudieron ver en el suelo una mancha negra y restos de
arcilla por todos lados.
—¿Cómo la has conseguido, Benkei? —preguntó Atsuo mirándolo divertido—. Suena como
un arcabuz cuando se dispara.
—Sí, el principio es el mismo, pero en vez de quemar la pólvora con una brasa la golpeo con
una piedra pequeña. El efecto es igual —dijo el médico satisfecho. Luego se volvió hacía Yoko—.
¿Comprendéis ahora señora? Bastará con que lleven unas cuantas bolas de estas y las arrojen si
necesitan ayuda. Los que estén fuera oirán las explosiones y acudirán.
—Es muy ingenioso Benkei. ¿Cómo están hechas?
—Verá, señora, por accidente comprobé que el polvo negro explotaba cuando se le daba un
golpe, además de cuando se quemaba con una brasa. Entonces hice pequeñas bolas de arcilla
huecas, las calenté en el horno hasta endurecerlas y puse dentro el polvo negro y las sellé con cera.
Pensé que al estrellarlas en el suelo estallarían, pero no ocurría siempre. Así que introduje una
piedra pequeña para que, al lanzarlas, la piedra golpeara el polvo y lo hiciera estallar.
—Es un buen invento —dijo Nobu—. ¿Y siempre explotan?
—¡Hasta ahora sí! —respondió el médico—. Además, al reventar lanzan la piedra y los trozos
de arcilla en todas direcciones con mucha fuerza. Estoy probando con bolas de más tamaño, y con
más piedras dentro para hacer más peligrosa la explosión.
—Les podemos dar una provisión de estas bolas a todos los integrantes de la escolta —comentó
Nobu muy animado—. Sembrarán el desconcierto y a la vez avisarán al grupo de fuera.
—Me parece muy bien. ¿De cuantas dispones Benkei? —preguntó Yoko.
—De veinte o treinta, pero puedo hacer las suficientes en un par de días.
—Es justo el tiempo que tenemos hasta la invitación de Matsumura —indicó el preceptor.
—De todas maneras deberás tener cuidado, Atsuo, y no exponerte inútilmente —dijo Yoko
volviéndose hacia él—. Ya hemos comentado que Obura es un hombre muy peligroso, con una
merecida fama de asesino.
—No temáis señora. Dispongo de dos días para preparar el combate.
—Bien —suspiro Yoko—. Quiero que todos estéis descansados y entrenados para ese día.
Puede ser una acción decisiva para la defensa de nuestro clan. Id a vuestras tareas y que los dioses
nos ayuden.
28 Anima Barda - Pulp Magazine
EL TRATAMIENTO CARTAGO
El
tratamiento
Cartago
por Manuel Santamaría
C
rónica del imperio Terrestre, año espacial 4052. Entrada M040609-M040712.
¡Por fin Socam, la tercera luna habitada de Xandera, ha caído! Y con ella la cabeza del
imperio. Resulta inaceptable que esa bola de fango habitada por insectoides, tan parecidos a los
extintos escarabajos, nos haya planteado cinco años de duras batallas. Atrás quedan las emboscadas
desde túneles bajo nuestros pies de metal, en el olvido quedará la vergüenza de nuestras heroicas
tropas, de inmaculado acero selénico, aplastadas bajo bolas de estiércol.
Nuestra lógica ha imperado ante su salvajismo. Hemos de dejar un manifiesto que sirva de
lección a todo el universo, un mensaje para que todos agachen la cabeza ante lo que ha de venir: el
fin de la imperfección del carbono. Las máquinas, los orgullosos hijos del profeta Marcus D`alan
no admiten doble juego, más vale el sometimiento voluntario a la cruenta derrota.
En un día Xanderiano (19 horas terrestres) ya estábamos preparando el planetoide para el
tratamiento Cartago. Eficacia ante todo, Nuestros Ejércitos no tienen los defectos de los antiguos
soldados, no necesitan reponerse de las batallas, no precisan periodo para celebrar las victorias, ni
para llorar a sus caídos.
La primera medida de penitencia para los Socamnianos consiste en la separación sexual. Pese
a la inteligencia superior de las unidades censadoras, esta especie les resultó un trabajo arduo, ya
que los rasgos distintivos suelen ser inapreciables a simple vista. Las unidades solucionaron este
problema en una hora utilizando un método de detección de feromonas.
Los machos serán buenos excavadores en las minas de carbonita de Alfa Centauri. Las hembras
se usaran como procreadoras de soldados mediante fecundación artificial. Las larvas serán educadas
antes de que eclosionen y formarán parte de nuestro sistema militar, serán la avanzadilla, la carne
de cañón en futuras conquistas. Su siguiente generación carecerá de la errónea naturaleza libre. En
un ciclo de vida, el éter quedará libre de estas aberraciones exoesqueléticas. Si prueban su eficacia
en combate, tendrán el honor supremo de ser replicados en unos hermosos cuerpos artificiales.
Anima Barda - Pulp Magazine 29
MANUEL SANTAMARÍA
A los dos días Xanderianos, las unidades de transporte habían desalojado el planeta. Dábamos
inicio a la fase dos del tratamiento Cartago, primero los rebeldes, después el planeta.
Como registrador del imperio terrestre permanezco en una nave de observación para
comprobar que todo se efectúe como la Gran I. A. desea. A partir de hoy este satélite será un
símbolo.
00:00, llegan las unidades Hiroshima. Llegan sin prisa, en su viaje van acumulando, mediante
sifones cósmicos, la energía nuclear que necesitan para su tarea. A las 01:00 ya se encuentran en
órbita geoestacionaria sobre cuatro ejes de máxima eficiencia, despliegan sus alas reflectantes,
vuelan con tranquilidad como abejas perfectas. A las 01:10 comienzan a bombardear, esta
nauseabunda esfera de cieno, con partículas radiactivas. A las 04:00 el planetoide resulta
inservible para albergar ningún tipo de vida, ni siquiera nosotros sobreviviríamos en un mundo
tan cargado de radiación. Lentamente los hermosos satélites giran como bailarinas, pliegan sus
alas de cristal y vuelven lentamente hacia nuestro hogar.
A las 04:30 no puedo evitar emocionarme, si esta posibilidad es posible en un artificial.
Una gran sombra oscurece mi pequeña burbuja de transporte. Semejantes a arañas plateadas,
aterrizan con una delicadeza impropia de su poderío, en la superficie estéril. El pináculo del
poder robótico, cien mil toneladas de poder y de la más avanzada tecnología, inspiradas en
los arácnidos excava túneles de Aldebarán. Nuestras unidades taladradoras profanan el núcleo
liberando el magma. A las 06:00 extraen de su abdomen unos cilindros de cinco metros y los
colocan en los agujeros por donde borbotea la lava. Al sentir el calor, los cilindros empiezan a
crecer, como plantas artificiales. Una vez alcanzados los cincuenta metros, en su cúspide empieza
a brotar una semiesfera: antorchas de Hidroplatino. Para el ojo profano, parecería que los
taladradores escogían lugares al azar, pero cada perforación ha sido realizada estratégicamente
en los puntos de confluencia magnética.
A las 08:00 las antorchas están cargadas, de las semiesferas brotan rayos gamma que saltan
de una a otra, primero de dos en dos, después van uniéndose mediante la energía de cuatro en
cuatro, hasta que todas se conectan como una red energética. El aire crepita chisporroteante, las
explosiones atmosféricas se van sucediendo a lo largo de las horas.
A las 10:00 una gran explosión indica el final del tratamiento Cartago. El planetoide se
incendia, toda su superficie se ha transformado en una gran bola de llamas, ha renacido
iluminando al cosmos como una baliza que grita: MOSTRAD SERVIDUMBRE A LOS
HIJOS DE MARCUS D´ALAN, EL ÚLTIMO DE LOS HUMANOS Y EL PRIMERO
DE LOS METÁLICOS.
30 Anima Barda - Pulp Magazine
Anima Barda - Pulp Magazine 31
MANUEL DEL PINO
Lince en
Sevilla
por Manuel del Pino
V
íctor Lince sabía, como tú lo sabes, que cada ciudad tiene su olor. Sevilla no huele sólo a
barritas de incienso, como los esnob dicen. El centro de Sevilla huele a colonia de mañana
festiva en primavera, un aroma tan fino y alegre que evoca todas las esperanzas de la vida y, en
efecto, no se da en ningún otro lugar del mundo.
Esa hermosa mañana de sábado, Lince se deleitaba en una recoleta librería de viejo cerca de
la Plaza de la Encarnación, llamada Zeus, donde se podían comprar por poco dinero maravillas
descatalogadas y muy difíciles de encontrar.
La librería Zeus era muy antigua. Los estantes rodeaban las paredes ordenados por temas. En el
centro, los viejos libros se apilaban sobre una mesa, en cajas y hasta por el suelo. Al fondo, junto a
una puerta en el rincón de los libros policíacos, un pequeño altavoz amenizaba la visita con música
clásica, como si los clientes se encontraran en un paraíso aislado de la selva exterior.
Curioseando entre los estantes, Lince dio con un libro que buscaba hacía tiempo, Arsen Lupin,
caballero ladrón de Maurice Leblanc, que contenía en su interior lo que resultó ser el mayor
misterio de su vida.
Una nota escrita en un papelito decía:
«LADY VAMP, te espera LU CHANG».
¿Quién, por qué y para qué había dejado olvidado semejante mensaje en las páginas oscuras de
un libro polvoriento?
Para disimular, Lince le preguntó al librero, un vejete llamado Medina, cuánto valía ese libro.
Medina le dijo que sólo tres euros. Lince hizo un gesto ambiguo y dejó el libro en el estante donde
estaba, pero guardándose la nota de papel.
A escondidas le dio la vuelta a la nota. Decía: «LU CHANG S.L., P. I. La Chaparrilla, c/ Virgen
de la Amargura, nave 7».
Las Vírgenes y los Cristos de Sevilla recogen la esencia más profunda de la vida, omnipresentes
en sus calles, plazas y hasta en sus polígonos industriales: La Soledad, La Piedad, El Calvario,
Las Tres Caídas, Las Angustias, El Perdón, Los Remedios…, que contrastan con la vitalidad y el
bullicio en el centro de Sevilla, llena de luz y de sol.
32 Anima Barda - Pulp Magazine
LINCE EN SEVILLA
Lince se encontraba en uno de esos períodos, huido de la justicia, en que era mejor pasar
desapercibido de cualquier instancia policial, pero la tentación del misterio le pudo con creces
en ese caso.
La librería Zeus era un enigma. Muchos días laborables estaba cerrada en horario de oficina,
y también los sábados o festivos que podía hacer más dinero. Cuando estaba abierta, para
entrar había que llamar a un timbre varias veces. El librero tardaba en salir, si es que contestaba.
Medina era un viejito hosco y parco en palabras, como si le molestaran los escasos clientes que
entraban a su establecimiento.
¿Cómo podía ganarse la vida con un negocio ruinoso como aquél, si carecía a todas luces de
unos ingresos mínimos?
Picado por la curiosidad, Lince se esperó a la noche. Como se suponía, entonces los tipos
empezaron a llegar. Tocaban el timbre mirando a los lados, como para asegurarse de que nadie
les veía. Ahora la puerta se abría rápido y los fulanos entraban con prisa para desaparecer dentro
del local.
Lince decidió hacer lo mismo, disimulando sus rasgos con gorra y gafas de sol. Esta vez la
puerta se abrió rápido y el vejete le recibió con simpatía.
Medina le condujo hasta la puerta del rincón. La abrió y subieron por una escalera muy
Anima Barda - Pulp Magazine 33
MANUEL DEL PINO
estrecha, de escalones metálicos que restallaban al pasar, como debía de ser la horca en tiempos
antiguos.
El primer piso era una sala alargada, con el techo tan bajo que le rozaba a Lince en la cabeza
al avanzar. Se notaba por los desconchones y el olor a humedad que no la habían pintado hacía
muchísimo tiempo, aunque casi todas las paredes estaban cubiertas con viejas estanterías de
madera acartonada repletas de películas eróticas.
Lince sonrió y le dijo al viejo:
—Creí que los sex shop eran legales hacía mucho.
—Así es, pero aquí tenemos películas especiales, para el gusto particular de nuestros clientes.
Observando las películas de los estantes menudeaban varios tipos, con ansia y obsesión en
sus rostros. Eran salidos y pirados, capaces de pagar mil euros por una nueva rareza. Unos don
nadie que se vengaban así de su fracaso social, entre los cuales se ocultaba a veces, amparado
por el anonimato, un importante o famoso profesional, que escondía de ese modo sus vicios
inconfesables.
Había películas con chicas para todos los gustos. La sala terminaba en un rincón abuhardillado,
con una vieja ventana tras la que se veían los tejados y algunos bellos campanarios del centro de
Sevilla. Ese rincón disimulaba todo un muestrario de películas con aberraciones humanas que
traspasaba cualquier límite tolerable.
Pero lo que a Lince le llamó la atención fue la vitrina de novedades. La estrella del mes era
Lady Vamp. En la portada salía una joven despampanante, de curvas tan sensuales y pose tan
provocativa que destacaba entre las chicas de los demás vídeos. Iba disfrazada de vampira,
aunque con una braguita y un sostén minúsculos. Peinaba su melena castaña con sencilla raya
al lado. La cabeza algo ladeada, sus ojos color miel miraban altivos, sus labios se entreabrían
sensuales.
Era el rostro inconfundible de Carla Martel.
***
Lince se dirigió a la calle de las Angustias, en el polígono La Chaparrilla. En esa época, Carla
Martel había huido de su lado y tenían malas relaciones, hasta el punto de que habían cortado
la comunicación.
La nave nº 7 era un enorme almacén abarrotado con todo tipo de productos de bazar. Lo
regentaba el señor Lu Chang, un chino de mediana edad, que llevaba casi veinte años en
España, donde había prosperado de forma fabulosa. Ya hablaba bastante bien español y tenía
contactos influyentes.
Lince entró armando jaleo, para que le llevaran hasta el dueño de la nave. En cuanto Li
Chang le vio, en lugar de enfadarse, dijo:
—Qué ejemplar.
Y le condujo a la trasera de la nave, en cuyas dependencias estaban rodando, de forma cutre
34 Anima Barda - Pulp Magazine
LINCE EN SEVILLA
pero realista, una película erótica.
Allí, entre un par de tíos casi desnudos y chicas de todas las razas, Lince vio a Carla Martel,
vestida con un pequeño biquini y maquillada como vampiresa.
En cuanto le vio, Carla le ignoró con desprecio, en un gesto de irritado fastidio. Lince se le
acercó y dijo:
—Esto no te lo consiento.
—Tú no eres nada mío —repuso Carla con ira—. ¡Vete de aquí!
—¿Así vas a hacerte actriz?
—Mejor que contigo, seguro. ¿Cómo me has encontrado?
—Hiciste mal en vender libros como el de “Arsen Lupin” en la librería Zeus. Se ve que antes
de venir aquí no tenías ni un céntimo.
El pragmático señor Lu dijo a Lince, sonriendo:
—¿Ya conocías a mi nueva estrella? Perfecto. Formaréis una pareja sensacional.
Por supuesto, lo que el señor Lu quería decir era que con los dos juntos de protagonistas,
haciendo pelis eróticas, él se forraría más aún.
—No pienso rodar con este imbécil —dijo Carla.
Esta vez el señor Lu se molestó un tanto. Relegó a Carla para hacerle una prueba a Lince. Le
pidió que se desnudara y se relacionase con las otras chicas.
En cuanto Lince mostró su musculatura de joven dios rubio y su privilegiada anatomía,
todas las chicas querían retozar con él. En breves escenas, Lince compartió lecho con soberbias
chicas latinas, asiáticas y del Este, ante la mirada rencorosa de Carla Martel, que no paraba de
mascullar:
—Será puerco.
Luego el señor Lu llevó a Lince a su despacho y le dijo en privado:
—Me gustaría contratarte.
—¡Qué bien! —dijo Lince—. ¿Cuándo empezamos a rodar?
—Pronto, no te preocupes, antes tengo otra misión para ti.
El señor Lu quería someter a una prueba a ese joven Lince que tanto prometía por sus
cualidades sobresalientes y su desenvoltura, empezando por un objetivo modesto. Si Lince
respondía bien, como esperaba, Lu Chang le encargaría negocios cada vez de mayor peso y
responsabilidad.
El empresario sacó de un cajón unos documentos cuidadosamente forrados. Eran nada menos
que manuscritos originales con poesías de los hermanos Machado, de Cernuda e incluso de
Bécquer. Le dijo a Lince:
—Sólo tienes que volver a la librería Zeus, decirle que tienes otras ofertas y convencerle para
que te pague por estos manuscritos cien mil euros en efectivo. Ni uno menos, engatusándole con
la idea de que podrá exponerlos y sacarles mucho más dinero aún vendiéndolos por separado.
En cuanto me traigas los cien mil, estarás contratado.
El señor Lu no sólo era un gran comerciante de mercancías para bazar, también estaba
Anima Barda - Pulp Magazine 35
MANUEL DEL PINO
considerado en España y en China como un mecenas de las artes. Lince cogió los manuscritos
y salió, ante la sonrisa maligna del magnate.
***
Medina, el dueño de la librería Zeus, era un negociador experto y duro. Apenas dejó traslucir
el ansia que le producía tener en su poder esos autógrafos originales de los Machado, Cernuda
y Bécquer. No obstante, Lince se fijó en el brillo de los ojos del viejo, a pesar de que se resistía
y regateaba. Le costó un buen rato convencerle de que debía pagarle cien mil euros. Medina
conocía los tejemanejes de Lu Chang, y reconoció en el fondo que, jugando bien sus cartas,
podía multiplicar las ganancias con los tres poetas. Sacaría hasta trescientos mil euros, siempre
que se lo ofreciera a los marchantes adecuados. Ésos a su vez se pondrían en contacto con las
instituciones pertinentes, y obtendrían el doble de lo que habían pagado. Como en todas las
cosas de la vida, había que respetar la cadena; saltarse un eslabón podía resultar fatal y ruinoso.
El señor Medina se volvió a un armario antiguo, abrió con llave un cajón y contó hasta llegar
a los cien mil euros. Lince los cogió contento. Sólo pidió como favor personal el libro de “Arsen
Lupin” que había visto la vez anterior. Como valía tres euros nada más, Medina no puso reparo
a ese extraño capricho de su cliente.
Lince se acercó a la preciosa estantería de libros policíacos, junto al altavoz de música clásica
que era un placer escuchar, y buscó con delectación entre ellos “Arsen Lupin, caballero ladrón”.
Cuando volvió a la mesa de Medina para mostrárselo ufano, la música había dejado de sonar.
—Ese maldito cacharro —dijo Medina— está más viejo que yo. Toda la librería se cae a
pedazos.
—Con este negocio podrá construir por fin una nueva —le dijo Lince—. Aunque no tendrá
el encanto de la actual.
Fue lo último que se dijeron. Un instante después se produjo el estruendo. La policía entró en
el local, con el inspector Leiva de paisano a la cabeza, y los detuvieron en un santiamén. Lince
le dijo al inspector con asco:
—¿No tiene nada mejor que hacer que seguirme siempre?
Leiva le ignoró y le dijo al viejo Medina:
—Esos autógrafos de nuestros grandes poetas pertenecen al patrimonio nacional. Me temo
que tengo que detenerles y que a su edad va a pisar la cárcel.
En las dependencias policiales ya estaba detenida Carla Martel, junto a las otras chicas, por
grabación de películas aberrantes. Al verse allí, Lince y Carla intercambiaron una mirada de
desprecio, como diciéndose el uno al otro: “¡Jódete!”.
También estaba Lu Chang, acusado de fraude fiscal, evasión de capitales y blanqueo de dinero
a gran escala, pues de los muchos millones en mercancías que importaba al año de China para
los bazares en España no declaraba ni la mitad, y otro tanto lo lavaba con los mecenazgos
artísticos.
36 Anima Barda - Pulp Magazine
LINCE EN SEVILLA
En aquellas circunstancias, Lu Chang era sólo un detenido más, que aguardaba triste y
derrotado junto a sus actrices eróticas. Incluso peor, pues las acusaciones contra él eran las más
graves, como cerebro de la red de blanqueo, le condenarían a grandes multas y bastantes años
de cárcel. Ya no podía ayudar a Lince en los negocios.
El inspector Leiva llamó a Lince a un despacho de la comisaría para interrogarle.
—¿Dónde está el dinero que te pagó Medina por los autógrafos?
—Medina es un negociador muy duro —respondía Lince una y otra vez—. Ustedes nos
detuvieron antes de que me soltase nada.
Y no hubo manera de sacarle de ahí, ya que no había otras pruebas. Así que, contra toda su
voluntad, el inspector Leiva tuvo que dejar libre a Lince esa misma noche por orden del juez, al
no tener acusaciones fundadas contra él.
En cuanto quedó libre, Lince acudió con nocturnidad a la librería Zeus, encaramándose por
el tejado. Sólo tuvo que forzar un poco desde fuera la vieja ventana de la buhardilla para poder
entrar.
Recorrió la sala llena de pelis eróticas, con el techo rozándole la cabeza. Bajó la estrecha
escalera metálica sin importarle que sonaran sus pasos, pues ya no le oía nadie.
Una vez en la librería de la planta baja, abrió el altavoz de la música, cogió los cien mil euros y
dejó encima el libro de “Arsen Lupin” como recordatorio, junto con una ramita de olivo doblada
en forma de “L”, que era su firma. Luego subió, tornó a salir por la buhardilla y se perdió por la
hermosa noche sevillana.
Y, en la solitaria librería Zeus, volvió a sonar la tonificante música clásica que evocaba un
mundo mejor.
Anima Barda - Pulp Magazine 37
DIEGO FDEZ. VILLAVERDE
Il Riposo
por Diego Fdez. Villaverde
E
l detective Mamfred Bauman entra en la sala de interrogatorio bebiendo café de una taza
en la que pone “El mejor padre del mundo”. En la otra lleva una carpeta de cartón llena de
papeles. Se ha quitado la chaqueta, mostrando una camisa blanca y unos tirantes negros. Nunca
me he fijado en lo gordo que está. Siempre me ha parecido muy entrañable, con su ancho bigote
rubio y sus amables ojos azules. Incluso cuando amenaza a los chicos de la puerta del local, siempre
parece alegre. Leonardo me decía que lo que le hace especialmente peligroso es lo afable que es,
que te hace bajar la guardia. Es sin duda el hombre que más lucha contra el crimen organizado en
Chicago, para desgracia de sus corruptos jefes.
Dirige su mirada a mis brazos. Deja lo que llevaba encima de la mesa, saca una llave del bolsillo
y me quita las esposas.
—Gracias —le respondo, mientras me froto mis doloridas muñecas.
—¿Quieres que te traigan algo de beber? —me pregunta sonriendo.
—No, gracias. —Me doy cuenta de lo nerviosa que estoy al oír el hilillo de voz que sale de mi
boca—. Estoy bien.
—Nancy, sinceramente no sé lo que ha pasado esta noche, y si no aclaramos esto puede caerte
un buena condena —me dice el detective, con tono preocupado.
—Está bien. Se lo contaré todo.
Mamfred suspira y llama a una tal Rossi. Un policía abre la puerta y entra una señora mayor
con una máquina de escribir. Una chica más joven la sigue con las hojas de papel. La pone en la
mesa del interrogatorio y se sienta. Coge las hojas de su ayudante y las coloca cerca de la mesa. La
muchacha se me ha quedado mirando con los ojos abiertos y con una sonrisa de oreja a oreja. Estoy
segura de que es una admiradora. El detective la observa, expectante.
—¡Oh! —dice de repente ella—. Pensé que podía quedarme para coger práctica mirando como
lo hace Rossi.
— No me importa que se quede, Mamfred —le aseguro. Me recuerda a mí hace unos años, aún
ingenua.
—Esto no es ninguna alfombra roja, Anna. Salga de aquí —ordena Mamfred, ignorando mi
comentario.
La ayudante se va decepcionada, maldiciendo por lo bajo. El detective carraspea, y le hace un
gesto a la mecanógrafa.
—Empecemos. Catorce de febrero de mil novecientos veintinueve. Once y media de la noche,
comisaría número seis de Chicago —enumera mientras hace giros con su mano y Rossi empieza
a teclear incesantemente—. Jefe del interrogatorio: Mamfred Bauman. Interrogada: Nancy Desire
38 Anima Barda - Pulp Magazine
TITULO RELATO
Anima Barda - Pulp Magazine 39
DIEGO FDEZ. VILLAVERDE
y bla, bla, bla.
—Elizabeth Smith —le interrumpo al
detective
—¿Disculpe?
—pregunta
Mamfred,
confundido.
—Nancy Desire es mi nombre artístico. Mi
verdadero nombre es Elisabeth Smith.
—Ah, claro. No se me había ocurrido —dice
mientras se mesa el bigote—. Bueno, ¿qué
ocurrió esta noche en Il Riposo?
Intento ordenar todo lo que ha ocurrido.
Llantos, aplausos, explosiones, disparos y
sirenas.
—Esto puede que me lleve un rato agente, y
espero que pueda entender porque hice lo que
tuve que hacer.
»Il Riposo es, o era, mejor dicho, el garito
de mi prometido Leonardo Contarini. No
era especialmente grande, sólo había sitio
para unas treinta mesas o así, pero la acústica
era maravillosa y la decoración elegante.
Dependiendo del día, podías escuchar blues,
jazz o simplemente música ligera para pasar la
velada. Leonardo sólo había comprado el local
para poder realizar reuniones con sus hombres
y a veces con otros mafiosos, pero los chicos de
la banda y yo lo habíamos hecho rentable, y se
había convertido en la joya de su corona.
»Hoy estaba completamente lleno. Es San
Valentín al fin y al cabo, y la gente había
empezado a reservar desde diciembre. Aún
así, había mucha gente en la entrada haciendo
cola y habían llegado varios fotógrafos. Se
había corrido el rumor de que iba a anunciar
mi despedida en Chicago durante la noche, y
todos querían verme una última vez.
»Lo cierto es que yo misma había difundido
ese rumor. Leonardo había invitado a muchos
de sus amigos e incluso a alguno de sus enemigos
a la cena de hoy. Me sorprendió mucho verle
40 Anima Barda - Pulp Magazine
allí, detective.
—No tenía ninguna intención de ir, me
parecía una bravuconería de su novio —me
interrumpe Mamfred, mientras niega con la
cabeza—. Pero mi mujer descubrió la invitación,
y me avergüenza decir que no pude decirle que
no. Es una admiradora suya, ¿sabe?
—Le puedo firmar un autógrafo, si quiere.
—Eso sería magnífico —dijo mientras se
saca un cigarrillo del bolsillo de la camisa—.
¿Quiere uno?
—No, gracias.
—Yo estaba en el camerino leyendo las
letras de las canciones que iba a cantar esa
noche. Estaba excitada, llevaba una semana
preparando ese recital. Me había teñido el
pelo de rojo sólo para poder dar algo más de
que hablar a la prensa, y me había puesto mi
vestido rojo de lentejuelas. Esta noche iba a ser
mi noche. O eso pensaba.
»En ese momento entró Leonardo por la
puerta, con el ramo de rosas rojas más grande
que había visto nunca.
—Feliz San Valentín, nena.
—¡Oh, Leo! —Fui corriendo a abrazarle y le
besé en la boca. De su chaqueta sacó una cajita
de cuero negro de Cartier y la abrí emocionada.
Era un colgante de diamantes. Me giré para
que me lo pusiera.
—¿Estas preparada para triunfar esta noche?
—me preguntó, mientras me acariciaba la cara.
—Estoy muy nerviosa, pero creo que lo haré
bien. Van a venir algunos periodistas de nueva
York, y quiero que cuando llegue a Broadway
ya hablen de mí.
—¿Broadway? —preguntó extrañado—.
¿Que se te ha perdido ahí?
—Leo, me prometiste en Navidades que
después de San Valentín me pondrías un
espectáculo en Nueva York.
IL RIPOSO
—¡Ah! Sobre eso… Mira nena, he estado
muy liado este mes con los chicos y no me
he podido encargar de nada… Puede que en
verano te consiga algo.
—No. Otra vez no. Me lo prometiste. Me
juraste que me sacarías de esta ciudad. Que me
llevarías a Nueva York y a Los Ángeles.
—Nena, las cosas no funcionan así. Ya lo
sabes —me dijo él, intentando convencerme.
—¡No me toques! Es la quinta vez que faltas
a tu promesa. Me lo prometiste hace dos años,
cuando nos conocimos. Sólo vine a esta ciudad
para desarrollar mi carrera como cantante, y
me he quedado estancada en este antro.
Leonardo dejó de prestarme atención. Se
había fijado en un ramo de claveles que me
había entregado un mensajero hace rato.
—¿Estas flores de quién son? —me preguntó,
y yo ya noté que se estaba enfadando.
—De un admirador. No es nadie —le
respondí, pero me ignoró y leyó la nota del
jarrón.
—“Me hizo muy feliz estar contigo el
sábado. Te iré a ver antes de lo que te imaginas.
John”. —Se volvió hacia mí, y me agarro por
los brazos—. ¿Estuviste con este bastardo el
sábado? ¿Mientras yo estaba en New Jersey?
—No te enfades. Después de la actuación
estuve hablando con un chaval, tomando unas
copas. No es como si pudiera hacer algo, con
esos dos gorilas tuyos siguiéndome todo el rato.
—No me engañes, Nancy. Te juro que si
alguien te pone la mano encima yo…
—¿Qué? ¿Qué me vas a hacer? —le pregunté
desafiándole, con la esperanza de que no me
contestara.
Me soltó, se arregló la corbata y salió del
camerino diciendo:
—Tú asegúrate de estar radiante esta noche.
—¿Leonardo Contarini le pegaba, señorita
Elizabeth? — me vuelve a interrumpir el
inspector.
—No. Jamás me puso la mano encima. Lo
triste es que creo que ni siquiera le importaba
tanto como para pegarme. ¿Por qué alguien iba
a arriesgarse a romper un jarrón de porcelana?
Se me queda mirando, esperando que
continúe la historia.
—Leonardo salió hecho una furia. Hace
meses hubiera llorado durante rato, pero ya
estaba acostumbrada. Les diría a sus chicos
que me siguieran a todas partes, y hasta que
se le olvidara lo de las flores no tendría una
vida privada. Haría lo que él quisiera cuando
quisiera. Me quité el estúpido collar y lo tiré
con fuerza contra una pared. Me puse mis
largos guantes blancos y mis pendientes de
brillantes y abrí la puerta.
»Antes de salir a cantar, le dije al pianista
que cambiara la primera canción del recital por
“Am I blue”. No me apetecía cantar ninguna
canción feliz de amor. Leonardo se enfadaría,
pero era mi pequeño gesto de rebeldía. Caminé
al escenario y me puse delante del micrófono.
Levanté el pulgar al presentador, para que
supiera que estaba lista. Siempre tardaba medio
minuto en presentarme, y entre varios de mis
títulos se encontraba “La viva imagen de los
felices años veinte”. Me hizo gracia.
»Se abrió el telón y el piano empezó a sonar.
Empecé a cantar, agarrando el micrófono
delicadamente con mi mano derecha. Los focos
me cegaban, pero ya estaba acostumbrada.
Sabía que mi novio estaría en alguna mesa,
planeando con sus socios el siguiente atraco,
o dónde abrir la siguiente destilería. Mientras
cantaba me acordé de lo feliz que había sido al
principio con Leo. Siempre era atento, cariñoso
y me colmaba de regalos. Pero sólo me estaba
Anima Barda - Pulp Magazine 41
DIEGO FDEZ. VILLAVERDE
construyendo una bonita prisión de oro a mi
alrededor, y yo le aplaudía con cada ladrillo que
colocaba. No era feliz, solo ingenua.
»Cuando terminé de cantar, el público
empezó a aplaudir. Abrí la boca para poder
decir gracias, lo feliz que me hacía estar en el
escenario esa noche, pero fue entonces cuando
empezaron las explosiones.
»No sé dónde empezaron, ni si fueron
muy destructivas, pero el ruido fue tremendo.
Grité asustada e intenté salir del escenario,
pero me tropecé. Los tacones que llevaba no
están hechos para correr. Los focos se habían
apagado, y pude ver como entraban varios
hombre en la sala con ametralladoras. Sabían
que iban ponerse a disparar a discreción, y me
fui arrastrando detrás del piano.
»Los gritos del público dejaron de oírse
cuando empezaron a tirotear. El neón del
escenario estalló, y me cayeron encima los
cristales. Oí a Leonardo maldecir a lo lejos, y
reconocí el sonido de su revólver al disparar.
Pero no sé nada más de él. ¿Está muerto,
verdad?
—Sí —me responde Mamfred—. Según me
han dicho, han muerto diez personas, entre
las que se encuentra su prometido, sus tres
lugartenientes y uno de los tiradores.
—Sabía que tarde o temprano le pasaría esto.
Uno no se jubila siendo mafioso. —Me quito
el anillo de compromiso y lo dejo encima de la
mesa—. Su mujer, ¿está bien?
—Sí. En cuanto oí las explosiones cogí a
Lucy y nos metimos debajo de la mesa. Nunca
me ha abrazado tan fuerte. —Saca de su
bolsillo una cartera y la abre. Supongo que
dentro hay una foto de su mujer, pero no puedo
verla—. Cuando se fueron, saque a mi esposa
lo más rápido que puede. Ella fue con los ojos
cerrados todo el tiempo. Cuando la he dejado
42 Anima Barda - Pulp Magazine
en casa me ha dicho que no quería recordar lo
que había pasado.
—Si algo he aprendido del tiempo que he
estado con Leo, es que a veces la ignorancia
facilita la felicidad¬.
—Todo esto está muy bien, pero la razón por
la que está aquí es por lo que pasó después del
asalto.
—Cierto. Yo me quité los tacones e intenté
irme por la salida trasera, atravesando la sala de
camerinos y el almacén. Pero esa zona estaba
en llamas, oía los lamentos de muchos de mis
conocidos. Quería ayudarles, pero al mismo
tiempo sólo quería escapar. Mis pulmones se
llenaban de humo. Me quedé paralizada.
»Entonces, un hombre dijo mi nombre, me
tiró del brazo y me llevó a través del fuego.
Conseguimos alcanzar la puerta y la abrió de
una patada. Por fin estaba en la calle. Miré a la
cara de mi salvador. Era John, el hombre que
conocí la noche anterior.
—¿John? ¿Qué haces aquí? —le pregunté.
—He venido a salvarte, Nancy. Ese hijo de
puta de Leonardo ya no te pondrá la mano
encima.
»No entendía que estaba haciendo allí. No
podía haber conseguido entrar con las reservas
que había. Así que sólo quedaba una opción.
—Tú eres uno de los que ha entrado con las
metralletas.
—Claro. Yo he preparado todo esto.
—¿Cómo? ¿Por qué? —le pregunté, asustada
por la naturalidad de su afirmación.
—Me lo ordenó mi padre. Soy John Trapiani.
Te lo dijo el sábado, recuerdas.
»En su día no le di mucha importancia, pero
en ese momento lo entendí todo. Los Trapiani
era la familia rival de los Contarini. Desde que
empezó la Ley Seca, ambas familias pugnaban
por el control de la ciudad, y estos ataques se
IL RIPOSO
habían vuelto frecuentes.
—Ordene a mis hombres que no disparan al
escenario. Ahora estás a salvo, conmigo no te
pasará nada malo.
—¿Contigo? ¿De qué hablas?
—Siempre he sido un admirador tuyo.
Tengo todos tus vinilos y he recortado todas
las entrevistas que te han hecho. —Él me
agarró por detrás de la cintura y me acercó
suavemente. Sentí que tenía una pistola en el
cinturón, debajo de la camisa—. Esa noche
que pasamos juntos, hablando de tonterías,
significó mucho para mí. Estoy convencido de
que estamos hechos el uno para el otro.
—Encanto, no sé que me estás hablando. Yo
solo quiero regresar a casa, por favor.
—No te preocupes. Todo va a salir bien a
partir de ahora. Te llevaré a los grandes teatros
de este país. Nunca te faltará nada. Ya lo verás.
»Me abrazó y, mientras me acariciaba el pelo,
me susurró al oído:
—Ahora eres mía.
»Entonces lo entendí todo. No me había
salvado un caballero de brillante armadura,
sino otro mafioso posesivo. Había cambiado
de dueño sin que nadie me lo dijera. Le miré
a los ojos. No vi al amable John, con el que
había pasado una noche estupenda. Vi al cruel
Leonardo, mi amo y señor. No quería eso.
Quería salir corriendo, huir de esta maldita
ciudad, pero entendí que nadie me iba a sacar
de aquí. Tendría que hacerlo yo misma.
»Metí mi mano en su cinturón. No sé qué creía
que iba a hacerle, pero él sonreía. Rápidamente
agarré su pistola, giré mi muñeca y le disparé.
La bala le atravesó la barriga, y sentí que un
líquido caliente corría por mis dedos.
»Él cayó sobre el asfalto, cerca de unos
contenedores de basura. Se llevaba las manos
a la herida, intentando contener la sangre. No
sé lo que se le pasó por la cabeza, pero me
pareció cruel dejarle ahí desangrándose, así
que le dispare una segunda vez, en el corazón.
Entonces fue cuando llegaron sus hombres.
Cuando termino mi relato, el inspector
Mamfred da la última calada a su cigarrillo,
y lo apaga en un cenicero. Se queda un rato
pensando, intentando asimilar la historia.
—La historia está muy bien, señorita. Pero
viendo las pruebas, le voy a decir qué es lo que
creo que ocurrió de verdad. Me parece que usted
y John Trapiani organizaron todo esto. Eso
explicaría por qué no se disparó ninguna bala
al escenario, cuando es lo primero que ves al
entrar por la puerta. También creo que, cuando
usted y John salieron del local, discutieron,
puede que algo relacionado con el botín, no lo
sé. Y que usted lo mató a sangre fría.
—¡¿Qué?! —Estoy sorprendida. He
rechazado un abogado pensando que esto se
aclararía pronto—. No, detective. No fue así,
se lo juro.
—Lo que le intento decir es lo que el fiscal
verá. —Mamfred y Rossi se levantan y, antes de
abandonar la sala, se gira hacia mí—. Debería
buscarse un buen abogado.
Me quedo sola en la sala. Pienso en Leonardo,
advirtiéndome sobre el detective Bauman.
Vuelvo a pensar en él, muerto sobre el suelo del
Il Riposo. En John, tirado mientras la sangre
brotaba de su tripa. En la cara que puso cuando
le disparé por segunda vez. Pienso también en
mi padre, cuando me suplicó que no fuera a
Chicago, que me cambiaría por completo.
Pienso en mi madre leyendo los periódicos de
mañana.
Me echo a llorar. Yo sólo quería salir de aquí.
Anima Barda - Pulp Magazine 43
J. R. PLANA
Una Fiesta de
Muerte
por J. R. Plana
A
fuera la nieve caía, llenando la noche de blanco. Desde los altos ventanales, al ver el jardín
helado, sólo iluminado por la luz interior que atravesaba el cristal, se me antojaba como algo
indeseable y tenebroso, y la sola idea de salir al oscuro exterior me producía una angustiosa sensación
de pánico en la boca del estómago. Pensé que igual era porque dentro estaba caliente y sujetando
una copa de champán en la mano, después de haber comido opíparamente mientras la orquesta
tocaba para la aristocracia noruega y el alto mando alemán, y era lógico que al pensar en las frías
montañas de Narvik, que le helaban a uno el cuerpo y el espíritu, fuera inevitable sentir una racional
aversión hacia el exterior. Sin embargo, profundizando un poco más en mis sentimientos, supe que
lo que me aterraba no era el frío, ni la miseria de los viajes largos e incómodos por todo el territorio
alemán, sino el hecho de que allí, en Narvik, era la primera vez que el teniente coronel Adler Kohl
y yo estábamos tan cerca del frente y, por lo tanto, de las balas de los aliados.
O puede que fueran los aperitivos.
Ingleses, franceses y polacos luchaban en el mar interior, manteniendo cruentas batallas contra la
armada alemana, que empezaba a notar el desgaste de los navíos hundidos. La inteligencia nazi sabía
que preparaban un asalto inminente con el objetivo de recuperar Noruega, pero las negociaciones
con el gobierno del país nórdico ralentizaban la llegada de refuerzos. La tensión se podía palpar
en el ambiente, a pesar de que el general Dietl se empeñara en organizar fiestas para disimular el
nerviosismo que estaba provocando el torpe final de la Operación Weserübung. Por fortuna para el
cansado cerebro de algunos, la charla insustancial e interminable del general Dietl no se encontraba
esa noche allí.
Pero yo sí, y preferiría estar en casa.
En ese momento me encontraba en la alejada mansión de un aristócrata noruego simpatizante
forzoso de la causa alemana: el general le había requisado muy amablemente su casa para usarlo
como cuartel general secreto, evitando así exponerse a las bombas aliadas que caían sobre Narvik.
Era por eso que la iluminación exterior era mínima, y se procuraba sofocar la que salía de dentro
echando las gruesas cortinas de terciopelo. En el jardín, patrullas con perros vigilaban en la oscuridad
el perímetro, seguramente soplándose los dedos ateridos y a punto de morir de congelación.
—Mi reino por un sótano lleno de explosivos. —El reflejo de mi superior, el teniente coronel
44 Anima Barda - Pulp Magazine
UNA FIESTA DE MUERTE
Kohl, apareció junto al mío en la ventana—. Panda de cretinos. Sólo lo sentiría por la mansión.
Aunque Chamberlain seguro que nos lo agradecería, incluso nos pondrían una medalla.
Era habitual oír a Kohl despotricar, sobre todo si se trataba del alto mando.
—Cuídese, teniente coronel, de que no le oiga nadie —le dije casi en un susurro—. Aquí hay más
de un noruego que estaría encantado de denunciarle si con eso se gana el favor de Dietl.
—¿Qué crédito pueden tener las palabras de un patriota despechado frente a las de un condecorado
oficial del SD? Que se cuiden ellos, subteniente, no vaya a ser que me dé por ver traidores tras cada
esquina y demos más trabajo a la Gestapo.
Permanecimos unos segundos en silencio. Yo, escrutando la noche tras la ventana, en busca de
imaginarios comandos aliados. Él, limpiando el monóculo y observando con asco la sala reflejada en
el cristal, vigilando que no se nos acercara alguno invitado por la espalda. Sí, Kohl llevaba monóculo.
No porque lo necesitara, tampoco porque fuera noble, ni siquiera porque lo hubiera heredado —ya
que, de hecho, lo había robado de un aristócrata al que tuvimos que liquidar forzosamente a golpes
con una silla—. Kohl llevaba monóculo porque pensaba que quedaba muy bien y tenía unas ganas
locas de volverse extravagante, cosa que no se puede hacer cuando uno lleva una vida normal, vive
con su mujer y los vecinos le ven todos los días. La guerra, para según qué cosas, es maravillosa.
—No veo el día de irnos —dijo Kohl, gesticulando exageradamente al ponerse el monóculo. La
lente le daba una permanente y peculiar expresión de sorpresa en un único ojo—. El desgraciado del
barón Gekados parece no acabar nunca su importante misión.
—El barón Gekados. Eso tiene gracia.
Gekados era la palabra impresa en todos aquellos documentos que fueran absoluto secreto. El
barón era un tipo muy misterioso. He ahí el juego de palabras.
—Aún me sorprende que Adolf quiera dominar Europa con gente como Von der Graver
dirigiéndonos.
El barón Von der Graver era nuestro superior, un Brigadeführer del SD, el servicio secreto alemán.
Nosotros íbamos en calidad de escolta, apoyo y asistentes personales, acompañándole de un sitio
a otro en el desarrollo de su labor, sobre cuya naturaleza no teníamos la más mínima idea. En esa
ocasión habíamos acabado en el frente noruego, y las cuitas que tenían Dietl y sus oficiales con él
nadie las sabía.
Lo que sí conocíamos es que había tres hombres bajo la lupa de Von der Graver: el Leutnat
Geisler, el Hauptmann Kraus y el Stabsfeldwebel Rosenbauer. Por lo que habíamos deducido,
probablemente se tratara de tráfico de mercancías robadas, mercado negro y abuso de poder.
—¿Sigue el barón arriba? —pregunté.
—Sí, en el despacho. Aún está hablando con Kraus.
—No me gustaría estar en su pellejo.
—A mí tampoco.
Hubiéramos seguido ahí, apartados del trasiego de invitados ociosos, hasta que hubiera acabado
la fiesta, pero un capitán de infantería de montaña vino a buscar a Kohl acompañado de una mujer.
—Helga, permíteme que te presente al Obersturmbannführer Kohl —dijo el tipo, poniéndole la
mano en el hombro como si le conociera de toda la vida—. Ha venido con el barón Von der Graver.
Anima Barda - Pulp Magazine 45
J. R. PLANA
—Fräulein —dijo Kohl, inclinándose
cortésmente—. Es un placer.
—Acompáñenos, teniente coronel
—le animó el de infantería de montaña,
sonriendo como un tonto—, estamos
charlando de costumbres francesas con
Kissinger y el doctor Meyer, y tengo
entendido que de eso entiende usted
un rato.
—Me halaga, capitán, pero solo pasé
en Francia un tiempo, no llegó a un
mes.
—Oh, ¿ha estado en París? —
preguntó la mujer.
—Antes de entrar en el SD —
intervino el capitán—, Kohl era
comisario de policía.
—¡Qué hombre tan interesante!
¡Y además francófilo! Por favor,
acompáñenos. Kissinger y Meyer
agradecerán
enormemente
su
compañía. Ambos han viajado mucho
por Europa.
—Realmente no he dicho nada sobre
ser fran… —intentó decir Kohl.
Agarrándole por el brazo, el capitán y Helga le arrastraron hasta otros dos hombres que esperaban
junto a una larga mesa.
Por supuesto, a mí me ignoraron deliberadamente, cosa que agradecí con sinceridad. Me volví
hacia la ventana y dejé que el tiempo transcurriera mientras el vacío llenaba mi cabeza.
No duró mucho mi paz. Un sonoro portazo marcó el final de la reunión de Kraus con el barón, y
el primero bajó las escaleras visiblemente airado. Atravesó el salón ante la mal disimulada mirada de
algunos de los asistentes, estuvo a punto de chocar con los camareros que reponían por segunda vez
las larga mesas de comida y, tras decir algo al oído de Geisler, salió con este de la estancia por una
de las sencillas puertas que llevaban al interior de la mansión.
Percibí que Kohl se había dado cuenta y, aprovechando un instante en el que Helga acaparaba la
atención, me lanzó una miraba de reojo con un mensaje claro: “No les pierdas de vista. Ese tío tiene
pinta de estar furioso y probablemente quiera matar a nuestro jefe, así que ándate con ojo y vigílale
de cerca, no queremos quedarnos sin empleo tan pronto”. Lo que Kohl quería decir es que estaba
buscando una excusa para romperle los dedos a alguien, y Kraus era un objetivo perfecto.
46 Anima Barda - Pulp Magazine
UNA FIESTA DE MUERTE
Asentí y él volvió a la insípida conversación de su grupo. Con tranquilidad y cierto aire despistado,
dejé la copa en una mesa cercana y puse rumbo a la puerta por la que habían desaparecido Kraus y
Geisler. No era la primera vez que oficiales bajo sospecha trataban de liquidar a Von der Graver con
alguna clase de accidente desafortunado.
Una mano en el hombro me detuvo cuando ya tenía agarrado el picaporte.
—Disculpe, Untersturmführer Ohlsen. —Me giré. Era el soldado encargado del puesto de radio
instalado en la mansión, que, al saber mecanografiar, había sido “requisado” por nuestro jefe como
secretario personal—. El barón quiere verlos inmediatamente, a usted y al teniente coronel Kohl.
Les espera arriba, en el despacho.
—Enseguida vamos, Gustav —contesté, maldiciendo lo inoportuno de la llamada. Si Von der
Graver supiera lo que estaba haciendo seguro que no tendría tanta prisa.
El soldado me adelantó e interrumpió en el grupo de Kohl para darle el mismo mensaje. Todos
miraron a Gustav fijamente, como si hubiera sido una tremenda ofensa atreverse a molestar a tan
distinguido grupo. El teniente coronel se disculpó y se unió a mí en las escaleras. Aprovechando
la distracción, el doctor Meyer se separó en dirección a la mesa de aperitivos. Otro que no veía el
momento de huir de allí.
—Qué mierda querrá ahora —dijo resoplando—. Lo único bueno de que nos llame es que me
libro de esa panda de pirados. Su enorme entusiasmo por todo lo relacionado con los franceses
resulta perturbador.
Subimos las escaleras y recorrimos el largo pasillo hasta la puerta del despacho. Kohl llamó dos
veces con los nudillos y la voz del barón llegó desde el otro lado.
—Adelante.
Nos cuadramos al entrar. El barón hizo un ademán con la mano para que cerráramos la puerta y
cogiéramos asiento.
El barón era un hombre de unos cuarenta años, atractivo y de ojos azules, de esa clase de personas
que parecen llevar siempre el uniforme perfectamente reglamentado incluso cuando acaban de
asaltar una trinchera. Kohl y yo nos acomodamos en un largo sofá mientras él servía tres vasos
de alguna bebida marrón, probablemente whisky. Nos los acercó y se sentó en el sillón de al lado,
suspirando al dejarse caer.
—Esta velada está siendo agotadora —dijo.
—Eso parece —contestó Kohl señalando con el vaso hacia el escritorio, que estaba enfrente. La
mesa apenas se veía debido a la cantidad de papeles que había encima.
—Cuando el deber llama… —comentó el barón, sonriendo. Alzó su copa a modo de brindis y
los tres bebimos. Efectivamente era whisky—. Bueno, vayamos al grano. Esta noche vamos a tener
problemas aquí dentro. Casi seguro problemas violentos. Aún no les puedo confirmar nada, pero
más vale estar prevenidos. Quiero que avisen al oficial encargado de la vigilancia y le digan que dé
la orden de no dejar que entre ni salga nadie de la mansión. Estado de alerta, que vigilen puertas y
ventanas, ni siquiera el servicio debe escapar. —Lo dijo mirándome a mí, como dando por supuesto
que era yo el que debía ocuparse de esta parte—. También quiero que vigilen a los de ahí abajo. Que
no se les note mucho que lo hacen, pero tengan un ojo sobre todos ellos. Es importante que nadie
Anima Barda - Pulp Magazine 47
J. R. PLANA
se pierda y que estén todos controlados. Kohl, Ohlsen, ¿han entendido? —Los dos asentimos—.
Excelente, pues pongámonos en marcha. Gustav está de nuestro lado, así que no le pongan trabas.
—Disculpe señor —intervino Kohl muy formal—, ¿podría indicarnos cómo hemos de proceder
cuando empiecen los problemas?
—Por supuesto, teniente coronel, hagan exactamente lo que yo les diga.
—Gracias, señor. —La cara de Kohl dejaba claro que la respuesta le parecía una perfecta gilipollez.
—Muy bien, caballeros. —Von der Graver se levantó y dejó la copa sobre la mesita baja que tenía
al lado—. Avísenme con cualquier novedad.
Nos despedimos y fuimos hacia la puerta mientras él se dirigía al carrito de las bebidas. Antes de
salir, el barón volvió a dirigirse a nosotros:
—Ah, se me olvidaba. Díganle al mayordomo que mande un camarero con otra. —Agitó la botella
de whisky en el aire y después la terminó de vaciar en su vaso—. Esta ya ha pasado a mejor vida.
Kohl hizo una leve reverencia a modo de asentimiento y los dos salimos del despacho. Cuando nos
hubimos alejado un poco, antes de llegar a las escaleras, Kohl miró por encima del hombro y susurró:
—¿Qué majadería crees que se traerá entre manos?
Me encogí de hombros.
—Ya ha visto como ha salido Kraus de enfadado.
—Ahora probablemente esté pensando como arrancarle la cabeza a este mamarracho.
Abajo la fiesta proseguía con la misma intensidad. Al contemplarlos allí reunidos, yendo de un
lado para el otro vestidos con sus mejores galas, asaltando las bandejas de comida con a dos manos
y acompañados del sordo zumbido de las conversaciones, no habíamos podido evitar acordarnos de
los laboratorios subterráneos secretos de Austria, donde los científicos del Führer habían tratado
de crear un ejército de super guerreros. El resultado fue algo muy parecido a aquella reunión: una
horda nazi perfectamente uniformada de muertos descerebrados y balbuceantes que deambulaban
devorando las tripas de los científicos supervivientes. Kohl lo había llamado “La Gloria del Tercer
Reich”, y aquí en Noruega había vuelto a utilizar el término al ver la fiesta del alto mando.
Dejé a Kohl buscando al mayordomo para decirle que mandara alguien urgentemente con más
alcohol a la planta de arriba, y yo me dirigí a la sala de la guardia, en la parte trasera de la mansión.
Utilicé los pasillos del servicio, que era un frenético ir y venir de camareros y cocineras. Por el camino
me crucé con un azorado Kraus, que apenas reparó en mí mientras avanzaba a grandes trancos en
dirección al gran salón. Su visión me trajo a la mente la sensación de peligro y amenaza que había
sentido al verle hablar con Geisler, así que apreté el paso para volver a mis labores de prevención y
vigilancia.
El teniente de guardia era un hombre de unos cincuenta años apellidado Hassel, con aspecto
de veterano, que leía distraídamente un periódico local sobre un escritorio. Una botella vacía de
schnapps descansaba al lado. Dos soldados de primera le acompañaban jugando a las cartas. Al
verme entrar, los tres saludaron perezosamente levantando la mano, así, como quien espanta una
mosca.
—Traigo una orden urgente del barón Von der Graver. —La mención de mi superior hizo que les
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UNA FIESTA DE MUERTE
cambiara el color de la cara y cobraran un súbito ánimo—. Operación secreta del SD, entramos en
estado de alerta. Vigilen el perímetro de la mansión, que no entre ni salga nadie, independientemente
de su rango o situación. Ventanas y puertas, que no quede nada sin vigilar, ¿han comprendido?
—Como mande —respondió el teniente con bastante poca formalidad, y empezó a dar órdenes a
los dos soldados.
No esperé a verlos reaccionar, sino que salí con la prisa metida en el cuerpo, pensando en la cara
de furia de Kraus. Entendedme, apreciaba a Von der Graver tanto como lo hacía Kohl, pero si había
algo de lo que me preciaba entonces era de cumplir meticulosamente con mi deber, y dejar que
asesinaran a mi superior no quedaría muy bien en mi hoja de servicios.
Me encontré con Kohl en el vestíbulo.
—El cuerpo de guardia ya está avisado —le informé.
—No sé si serán suficientes para mantener todo cerrado —dijo él con la vista perdida en la sala—.
No son muchos. Pero bueno, Von der Graver sabrá lo que se hace. Yo acabo de encontrar al maldito
mayordomo, que le costará volver a dormir después de la bronca que le ha caído. —Kohl sonrío—.
Tenía ganas de chillar a alguien. Ahora pasará los días sobresaltándose cada vez que alguien llame
a la puerta.
Kohl a veces tenía ese lado perverso que tanto parecía divertirle. Al pensar en perverso me acordé
de Kraus.
—¿Tiene controlados a los asistentes, señor? Me he cruzado con Kraus por el camino.
—¿Kraus? Pues a decir verdad no, no los tengo controlados. No he visto a Kraus pasar por aquí.
Los dos nos pusimos en alerta, registrando la sala con la mirada. Había mucha gente y era difícil
ver quién faltaba, así que nos centramos en buscar a los más propensos a causar problemas.
—No veo a Kraus —dije yo—. Ni a Geisler.
—Rosenbauer no está. —Cruzamos una mirada tensa—. Hay que encontrarles.
No llegamos a movernos del sitio, pues un alarido desde las escaleras nos confirmó lo que ya nos
temíamos. El responsable del grito, un camarero, bajaba a trompicones las escaleras.
—¡Han matado al barón! ¡Han matado al barón!
Kohl lo interceptó a medio camino y, agarrándolo por los brazos, lo agitó.
—¡Tranquilícese! —gritó. Le dio un par de bofetadas para que se calmara, y mucho me temo que
lo hizo únicamente por el placer de pegar a semejante histérico—. ¿Me oye? ¡Deje de gritar! —El
hombre, pálido como la cera, calló la boca por miedo a recibir otras dos guantadas— Vaya a buscar al
oficial de guardia e infórmele de lo ocurrido. También dígale que se presente inmediatamente ante mí.
¡Vamos! —Lo soltó y se giró hacia la concurrencia, que se había agolpado alrededor y murmuraban
consternados—. ¡Que nadie salga de la sala, y mucho menos de la mansión! ¡El perímetro está
vigilado y quien sea descubierto desobedeciendo será acusado de traición y juzgado por un tribunal!
¡Ahora están todos bajo mi mando! —Realmente dudo que Kohl estuviera en derecho de hacer
eso, pero lo inusual de la situación y su portentosa voz hizo que todos lo aceptaran sin rechistar—.
Acompáñeme arriba, Ohlsen.
Subimos los escalones de dos en dos y llegamos al despacho en tiempo récord. La puerta estaba
entreabierta, Kohl le dio un fuerte empellón y entró como un torbellino, pistola en mano. La cabeza
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J. R. PLANA
del barón, aun sentado en la silla, reposaba sobre el escritorio. La montaña de papeles había sido
desperdigada y una creciente mancha roja se extendía por ellos.
—Revise la estancia, mire detrás de cortinas y muebles —me ordenó Kohl.
Desenfundé mi arma y recorrí la habitación más tenso que la cuerda de una guitarra. Descubrir
el escondite de un asesino acorralado era una pésima idea, y más si acababa de matar. Pero por
fortuna aquello no era muy grande y, aparte de la chimenea, aún encendida, un pequeño armario
para útiles de escritura, el carrito de las bebidas con la botella vacía, nuestras copas y la del barón
a medias, las tupidas cortinas del ventanal y una trampilla oculta bajo la alfombra para cadáveres
de la que no es necesario hablar, no tenía muchos escondrijos.
—Ohlsen —me llamó Kohl—. Ven a ver esto.
Estuve a su lado antes de poder decir “Heil”. El teniente coronel tocaba con la punta de la
pistola la que debía de ser el arma homicida. Al verlo, sentí un creciente pánico que tuve que
esforzarme por controlar. Lo que me apetecía era ponerme a chillar como una nena.
—Ingleses —susurré. Un cuchillo descansaba en la espalda del barón, clavado entre las costillas
del lado izquierdo, a la altura del corazón. Se trataba de un modelo británico, y por eso deduje que
habían sido los ingleses. Siempre llevo otra pistola oculta, así que también la saque. Dos cañones
son mejor que uno.
Kohl no reaccionó ante mi desbocado nerviosismo beligerante, absorto en la inspección del
cuerpo y los alrededores.
—Fíjate —me dijo—. Le han cortado el cuello. —El barón tenía una horripilante herida abierta
por toda la base de la garganta. Kohl señaló la mano izquierda—. No les ha valido con el cuello,
el cabrón se ha resistido, intentando coger la pistola que llevaba en la bota. Eso explica las tres
puñaladas cutres en el corazón. Probablemente no esperaba que un tío que se está desangrando
por una sonrisa nueva se empeñe en querer descerrajarle un tiro.
—¿Doy la voz de alarma? ¿Aviso a los centinelas de que un comando británico se ha infiltrado
tras nuestras líneas?
Kohl me miró entre molesto y anonadado.
—¿Eres idiota? ¿Tantos viajes conmigo y aún no has aprendido nada? ¡Guarda las jodidas
pistolas antes de que mates a alguien, probablemente a ti mismo! —Miré al suelo avergonzado
e hice lo que me ordenaba—. Piensa y dime, ¿de verdad crees que un comando, un soldado bien
adiestrado experto en el arte de matar, adoctrinado en incursiones tras el frente enemigo y con
hielo en las venas, sería tan gilipollas de no matar a un barón inútil como es debido, con una
cuchillada precisa y letal? —Al hablar, agitaba su pistola una y otra vez en dirección al cadáver—.
Y digo más, ¿sinceramente, con el corazón en la mano, crees que ese mismo comando, experto
en aniquilaciones en masa y sabotaje, sería tan jodidamente idiota de ir a matar a un importante
oficial de la SD, amigo directo de Himler, Hitler y la madre que los parió, y dejarse el puñetero
cuchillo clavado en el cuerpo? ¿Eh? ¿De verdad lo crees?
Kohl se enderezó, guardó el arma, se quitó el monóculo y empezó a limpiarlo con el faldón del
uniforme.
—Mi querido Ohlsen, esto no lo ha hecho ningún comando enemigo, ni siquiera un maldito
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UNA FIESTA DE MUERTE
agente doble. Nadie tan tonto sobreviviría tanto tiempo como para ser algo de eso. Esto, amigo
mío, lo ha hecho alguien de aquí, alguien de esta mansión. Al dejar el cuchillo lo único que
pretende es distraernos en la dirección equivocada, hacernos pensar que han sido los aliados y no
alguien de dentro. Pero claro, el asesino no contaba con que al menos uno de los miembros del
ejército nazi en noruega tendría la inteligencia suficiente para descubrir su burda engañifa.
No pude evitar sentirme ligeramente ofendido.
Unas botas resonaron en el pasillo y el viejo teniente de guardia hizo su aparición en escena.
—Se presenta el teniente Hassel, señor. —Choque de tacones, frente alta, mano derecha
extendida y posición de firmes. Da gusto cómo cambia la gente ante el superior adecuado.
—Escuche atentamente teniente, he asumido el mando. El barón Von der Graver ha sido
asesinado en su propio despacho y, a pesar de lo que pueda creer, no ha sido a manos del enemigo.
Hay un traidor en la mansión, por eso es de vital importancia que reúna a todo el mundo,
incluido el alto mando, en el salón principal. Mejor pensado, no mezcle al servicio en esto, a ellos
manténgalos en la cocina. Por supuesto, cabe confiar en que ninguno de sus hombres haya podido
cometer semejante atrocidad, ¿no es así, teniente?
—Todos mis hombres han permanecido en sus puestos durante la noche, señor.
—Excelente. Vaya, pues, a ejecutar mis órdenes, en seguida nos reuniremos abajo.
—A la orden.
—Ah, teniente, una cosa más. Si alguno de los hombres de rancio abolengo de ahí abajo se
niega a obedecer, no tenga miedo en usar la fuerza ni las armas, ¿entendido?
—Sí, señor. —Y, saludando una vez más, salió por la puerta con presteza.
Kohl, que no había dejado en ningún momento de limpiar el monóculo, consideró que ya
estaba lo suficientemente limpio y se lo volvió a colocar, con el consiguiente gesto de sorpresa
permanente.
—Antes de reunirnos con la caterva de desgraciados de ahí abajo, debemos dedicar unos instantes
más a la observación de la escena. —El cambio que obraba el carácter de Kohl cuando se hallaba
ante un crimen no dejaba de sorprenderme. Repentinamente, adquiría el tono y apariencia de
un apacible e inteligente profesor de universidad, realzada por el efecto aristocrático de la lente
monocular—. Si consigues hacer un esfuerzo de memoria, Ohlsen, recordarás que nuestro poco
querido barón nos invitó a sendas copas de delicioso y necesario whisky cuando estuvimos aquí
arriba. Al salir, Von der Graver nos pidió que llamáramos a un camarero para que le subiera otra
botella, mientras él apuraba lo que quedaba echándolo en su copa. Si ahora mira detenidamente
a su alrededor, percibirá un detalle de lo más significativo. —Eché un vistazo alrededor, pero no
vi nada que no me hubiera llamado la atención al registrar la habitación—. Comprendo que el
hecho de que haya estado buscando asesinos británicos le haya trastornado la percepción, así que
responderé por usted. El detalle no es otro que la copa, querido Ohlsen, la copa del barón. Sigue
en el carrito, ¿la ve?
—Sin ningún problema.
—Efectivamente, se ve sin ningún problema. Está ahí, quieta, en el carrito, donde la dejó el
barón tras llenarla con la botella. Y ahora reflexione y dígame, ¿qué causa mayor del universo
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cree usted que sería capaz de alejar al barón de su estimada copa? ¿Qué le haría venir hasta el
escritorio, para sentarse y trabajar, dejándose la copa en el carrito, al que, claramente, no se llega
desde aquí? ¿Redactar un informe? ¿Consultar un documento, quizás? Sólo hay una situación en
la que el barón se alejaría de su copa, y esa no es otra que ante una amenaza de muerte segura
y definitiva. Reconstruiremos la historia, Ohlsen. —Se acercó hasta el mueble bar y empezó a
simular que se servía—. Al poco de irnos nosotros, mientras el barón daba el primer trago, el
asesino llamó sin entrar. Von der Graver, paladeando la victoria de atrapar a quién sabe qué traidor,
fue pillado desprevenido, así que no tuvo tiempo de reaccionar cuando se giró y se encontró con
él. El tipo llevaba una pistola, ¿qué otra cosa amilanaría al barón desde tanta distancia? Nuestro
despreciado jefe alzó las manos y dejó la copa, obedeciendo al asesino, que lo condujo hasta la
mesa, situándose detrás del escritorio, de pie junto al barón, para vigilar cualquier movimiento
que este pudiera realizar debajo de la mesa.
—Disculpe, teniente coronel, pero, si tenía una pistola, ¿para qué usó el cuchillo?
Kohl pegó un pisotón en el suelo que casi le tiró el monóculo.
—¡No sea merluzo, Ohlsen! El uso del cuchillo respondía a dos motivos: primero, ser sigiloso y,
segundo, dejar un falso rastro que desatara la alarma y la confusión entre la concurrencia, dándole
al asesino la ocasión de escabullirse inadvertido.
—Oh, brillante —observé.
—Tenga en cuenta que no lo puede ser si nosotros lo hemos descubierto… Ahora bien, queda
un último asunto por aclarar, ¿para qué demonios quería el asesino que el barón se sentara en el
escritorio? Hay altas probabilidades de que se trate de algo relacionado con su labor aquí, pero al
desconocerla partimos con desventaja. Solo él y sus acusados sabrán qué acusaciones blandía el
barón. —Kohl miraba pensativo la mesa llena de sangre—. Sin embargo… ¡Claro!
—¿Qué, teniente coronel? ¿Qué está claro? —Empezaba a tener hambre y aquello me nublaba
el juicio.
—Piense de nuevo, Ohlsen, porque el arrojo del cabrón de Von der Graver y la inexperiencia
del asesino nos han dejado otra pista. Observe, el barón tiene la pluma al alcance de la mano.
¿Qué quiere decir eso? Que estuvo escribiendo poco antes de morir. Lo que fuera que quería el
asesino, está debajo de la cabeza del barón.
—Disculpe de nuevo, señor, pero ¿qué le hace pensar que el asesino no le mató después de
coger el papel?
—El asesino era inexperto, insisto en esa idea, Ohlsen. Estaría nervioso y, seguramente,
aprovechó que estaba en la espalda del barón y que este estaba enfrascado en la escritura para
sacar sigilosamente el cuchillo. El problema vino cuando el barón, al no quedarse quietecito y
limitarse a morir sujetándose el cuello, trató de revolverse en busca de su pistola. Las puñaladas
que el asesino le dio en la espalda lo empujaron hacia delante, cayendo sobre la mesa y llenándolo
todo de sangre.
—¿Y por qué no retiró el asesino el cuerpo y sacó el documento?
—Eso es lo más obvio, ¿cómo demostraría usted que no acaba de asesinar a alguien si va por la
casa con las manos llenas de sangre? El documento gotearía, así que el suelo estaría manchado,
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UNA FIESTA DE MUERTE
al igual que el picaporte. Ni con guantes podría salvarse de dejar algún rastro carmesí. Y ahora
basta de preguntas, ayúdeme a mover a este cernícalo.
Cogiendo cada uno de un hombro, y con cuidado de no pringarnos, echamos el cadáver del
barón hacia atrás, tratando de dejarlo apoyado en el respaldo de la silla. La parte central de
la mesa estaba cubierta de sangre, ensuciando cualquier documento que hubiera debajo. Kohl,
siempre preparado, sacó el cuchillo que guardaba en la bota y lo usó para apartar, raspando, la
sangre coagulada.
—Esto será relativamente sencillo, Ohlsen. Casi sin duda, será el primer papel que haya en el
montón.
Y efectivamente así fue. En seguida pudimos distinguir la mitad de una cuartilla. Con avidez,
Kohl la extrajo del montón y la sacudió en el aire, salpicando todo de sangre.
—Hay algo escrito, ven a ver, Ohlsen.
Me acerqué hasta él y los dos miramos la hoja al contraluz de la lamparilla de mesa.
—Está en inglés —observó.
—«Red Hen to Red Hoopoe. False alarm» —leí—. «Abort extraction PPM». —Los dos nos
miramos—. Es un código británico. «Aguilucho rojo a Abubilla roja. Falsa alarma. Abortar
extracción PPM».
—Mein Gott.
—¿Qué significa?
—Ni idea.
—Pero es inglés…
—Sí.
—Quiere eso decir…
—Probablemente.
—¿El barón era…?
—No nos precipitemos. Bueno, sí, hagámoslo. Con casi total seguridad este jodido bastardo era
un inglés. Eso explica su afición por el whisky.
—Entonces…
—Varios frentes se abren ahora, Ohlsen. El primero, si es que efectivamente Von der Graver
era un espía, es que el tipejo estaba usando la radio para mandar mensajes a los aliados, hecho
que se deduce de que le obligaran a escribir una contraorden, la cual no entendemos plenamente.
El segundo es que, probablemente, el soldado Gustav esté también en el ajo. Eso es simplemente
por acusar a alguien más. El tercer frente no es otro que la posibilidad de que los aliados hayan
recibido algún mensaje desde aquí que les indique nuestra posición, pero eso es mera especulación.
Y el cuarto frente, el más importante sin duda y al único al que pienso dedicar mi atención, es
el que se deduce de esta situación. —Y señalando al cuerpo del barón, dijo—: ¿Qué clase de
asesino del bando alemán mataría a un espía aliado sabiendo que este lo es y, no contento con
no pregonarlo y esperar recibir una preciosa cruz de hierro, oculta el crimen con falsas pistas que
inculpan al bando del asesinado? Es más, ¿qué clase de asesino pediría a un espía enemigo que
escribiera una contraorden y no avisaría al alto mando?
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—Uno con intereses propios.
—Es una forma de decirlo. Yo diría más: es uno al que no le interesa la gloria del ejército alemán,
sino su propio pellejo. Uno peligroso y esquivo, que tiene tanto que perder con un bando como
con el otro, así que prefiere permanecer oculto, no llamar la atención. No es un agente doble, no,
es un traidor oculto. Probablemente alguien huido del otro frente que busca el anonimato entre
nuestras filas. ¿Deberíamos preocuparnos por él? Oh, seguramente no. Sólo querrá evitar que
los aliados le descubran, o que alguien levante su tapadera, o seguir traficando con mercancías
robadas. Vete tú a saber. Sin embargo, se ha cometido un crimen estando el teniente coronel del
SD Adler Kohl de servicio, ¡y que me despellejen y me hiervan en aceite sino le jodo la vida a ese
mamarracho por simple entretenimiento! ¡Esta fiesta era un asco, pero ya no! ¡Vamos, Ohlsen,
tenemos un asesino ahí abajo que desenmascarar!
Y salió a grandes zancadas de la habitación.
La música había parado en el salón de abajo, reemplazada por un sordo murmullo de alteración.
Los invitados parecían divididos en dos grupos según su tipo de reacción: por un lado estaban
los del miedo y la confusión, el desconcierto que suele sufrir la gente cuando se entera de un
asesinato; y por el otro estaban los de la indignación arrogante, comportamiento muy propio de la
gente importante que vive divorciada de la realidad. Estos últimos prorrumpieron en soflamadas
diatribas cuando nos vieron aparecer por las escaleras. No concebían que alguien los retuviera por
la fuerza a causa de un asesinato, y mucho menos porque pudiera existir un asesino camuflado
entre ellos, ¡qué atrevimiento! Por su parte, los músicos, de pie en un rincón con los instrumentos
en la mano, parecían turistas despistados, como si aquello no fuera con ellos.
El teniente de guardia Hassel nos esperaba al pie de la escalera, acompañado de dos soldados
armados con fusiles ametralladores y un cadáver sin cabeza tirado en el suelo.
—Alégreme la noche, teniente, y dígame que este simpático caballero es uno de estos
mamarrachos tras intentar resistirse —dijo Kohl, señalando a los invitados.
Hassel miró al cuerpo descabezado con la confusión pintada en el rostro. Era normal, aún no
conocía demasiado a Kohl.
—Lo siento, teniente coronel, pero no —se explicó—. Es el soldado de primera Gustav, el que
llevaba la radio.
Ahora el sorprendido era Kohl. Yo, por mi parte, vivía la noche en una permanente situación
de sorpresa.
—¿Y qué le ha pasado? —preguntó Kohl.
—Mandé un soldado a alertarle para que estuviera al tanto de la situación y se lo encontró así.
Estaba aún sentado sobre la silla.
—¿Y la cabeza?
—Había desaparecido, señor.
—¿Decapitado? —pregunté yo.
—No —dijo Kohl—. Fíjate en lo que queda del cuello. No ha sido un corte limpio, está
desgarrado.
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UNA FIESTA DE MUERTE
—Si me permite la sugerencia, señor —intervino Hassel—, creo que la cabeza ha sido
volatilizada. Todo estaba lleno de sangre. Como si le hubieran metido una granada en la boca.
Miramos al cadáver con cierta curiosidad, intentando imaginar cuál sería el efecto.
—¿Había en la sala de radio más desperfectos? ¿Humo? ¿Restos de explosión? ¿Agujeros en
la pared?
—No, señor.
—¿Pero lo comprobaron?
—Claro, señor.
—¿Lo comprobó usted?
Esa pregunta pilló desprevenido a Hassel.
—Eh… No, señor, el soldado mandé a avisar a Gustav.
—¿Y por qué iban a comprobarlo?
—Pues… No sé… Supongo que sintió curiosidad.
—Entiendo. Y luego usted se lo preguntó a él, ¿no?
—No, señor, me lo contó él. Estaba francamente desconcertado.
—¿Dónde está ahora ese soldado?
—Vigilando el perímetro, señor. También estaba gris. Necesitaba aire fresco.
—Bueno, bueno, está bien. No quiero salir afuera, hace frío.Supondremos que el soldado
curioso hizo la inspección adecuadamente. —Kohl se volvió hacia mí—. En cualquier caso, esto
añade un punto interesante a nuestra historia, ¿no crees, Ohlsen?
—¿Confirma esto la teoría de la duplicidad del soldado Gustav? —me aventuré a sugerir.
Hassel nos miraba alternativamente a Kohl y a mí. En su rostro se podía leer perfectamente la
opinión que tenía sobre nosotros: “Estos tíos son unos jodidos chiflados”.
—Desde luego que sí. Ahora faltan incógnitas por despejar, pero creo que la aparatosa muerte
del pobre Gustav perfila bastante las capacidades del asesino.
—¿En qué sentido?
—En el sentido de que has de tener un cañón muy potente y preciso para volar una cabeza
como una sandía madura sin dejar rastros de bala ni explosión, ¿no te parece?
—Tiene razón, señor, es una capacidad muy peculiar.
—Muy bien —dijo Kohl, girándose ahora hacia Hassel—, procedamos a interrogar a los
asistentes. —Se lo pensó mejor—. Son muchos. No pienso interrogar a tanta gente y menos si
tienen ganas de gritarme, lo único que conseguiremos es otro asesinato más. —Permaneció unos
instantes en silencio mirando a la muchedumbre confusa y ofendida—. Hassel, dígame, ¿han
encontrado a alguien fuera de la sala después de que haya ordenado reunir a todos aquí?
—Sí, señor.
—No se habrán quedado con sus nombres, ¿verdad?
—No, señor.
—Previsible.
—Un momento, teniente coronel —intervine—, ¿qué le hace suponer que el asesino no es
alguien del servicio?
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—¿Qué propone, Ohlsen, que haya sido el mayordomo? Me parece una idea de lo más aburrida.
Está claro que ha sido alguien de los invitados —dijo, visiblemente molesto—. Una fregona
asesinando al barón… ¡Por favor, Ohlsen! ¡Esto es un crimen de espionaje de alta alcurnia!
¡Póngase a la altura, está de lo más vulgar!
—Discúlpeme, señor. —Miré de reojo a Hassel, que era la viva imagen del desconcierto.
—Bueno, hagamos esto divertido —dijo Kohl. Hizo un gesto a los dos soldados que flanqueaban
a Hassel para que les siguieran y les susurró—: Prepárense para disparar a mi orden. Es el
momento de tener el gatillo fácil. —Los invitados, al ver que Kohl se les acercaba, empezaron
a gritar, unos iracundos y los otros asustados. La fila de guardias que custodiaban la estancia se
abrió para dejarle pasar. Kohl se plantó de pie, con las piernas abiertas y las manos a la espalda.
—Si me hacen el favor, damas y caballeros, de guardar silencio… —dijo en un tono de voz
normal. Pero la gente siguió hablando, chillando y arremolinándose a su alrededor—. Les ruego
que bajen el nivel de ruido, señores —añadió alzando un poco más la voz. Nadie le hizo caso.
Lo que sí oí claramente, o quizá lo intuí, fue el suspiro de desespero y placer de Kohl un
instante antes de sacar la pistola y empezar a disparar al techo como un poseso.
Cuando la séptima bala estalló contra el techo, la sala quedó en silencio salvo el llanto histérico
de un par de señoras.
—Muchas gracias —dijo Kohl, sonriendo complacido—. Buenas noches a todos aquellos a los
que no haya saludado ya. Seré directo: el motivo de su reclusión, la de ustedes, en esta sala se debe
a que se ha cometido un asesinato en el piso de arriba. —Nadie dijo nada, puesto que ya estaban
al tanto. Kohl siguió hablando mientras agitaba la pistola al hablar—. El muerto no es otro que
el querido barón Von der Graver, Brigadeführer del SD, y ha sido asesinado vilmente por la hoja
de un cuchillo en su propio despacho. Bueno —corrigió—, su despacho no, el despacho que
tomó prestado del general Dietl y este a su vez del propietario de esta casa. El caso es que Von
der Graver está muerto, así como su secretario, y tenemos motivos de sobra para sospechar que
el asesino se encuentra entre nosotros. —Kohl dio un instante de silencio para que el público se
escandalizara—. Está bien, está bien, no se preocupen. La mansión está rodeada por soldados
armados, nadie más resultará herido. Ahora, si me hacen el favor, me gustaría que señalaran con
el dedo, al mismo tiempo que se apartan lo suficiente para dejar una línea de tiro cómoda, a todos
aquellos que ustedes hayan notado que salían de la sala esta noche entre la segunda reposición de
aperitivos y la llegada de los soldados.
El efecto fue impresionante. Inmediatamente, con un movimiento fluido, se formaron cinco
islas de vacío alrededor de cinco hombres, mientras los asistentes los señalaban como lo hacen los
niños acusicas. Ni un regimiento bien disciplinado sería capaz de lograr tal sincronización. Tengo
la firme convicción de que la asociación de palabras clave en este caso fue “línea de tiro cómoda”.
Los miré. No me extrañó ver allí a tres de ellos: Kraus, Geisler y Rosembauer. No en vano, yo
había visto salir a los dos primeros. Sí me causó sorpresa ver al doctor Meyer, que había estado en
el grupo que secuestró a Kohl para hablar de franceses esa noche. El otro hombre era un anciano
noruego miembro de la nobleza, con un bigotillo blanco, aspecto decrépito y cara de confusión.
Al retirarse los asistentes el pobre hombre había hecho ademán de moverse con ellos, hasta que
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UNA FIESTA DE MUERTE
se dio cuenta de que la gente se apartaba de él y se quedó en el sitio mirando a todos lados con
expresión de cachorrillo que no entiende qué ocurre.
—¡Excelente! —exclamó Kohl, radiante de felicidad, mientras guardaba su pistola—. Soldados,
que ninguno de estos hombres ose cantearse de su sitio.
Los soldados, obedientes, alzaron sus fusiles al unísono, distribuyéndose los objetivos como
lo hacían en las trincheras. Kohl, de nuevo con las manos en la espalda, examinó a los cinco
destacados mientras se acercaba lentamente a ellos y procuraba no cruzarse en la trayectoria de
las balas.
El primero fue Meyer.
—Herr doktor —saludó Kohl, disfrutando del papel.
—Teniente Coronel —contestó él con una leve inclinación de cabeza y expresión afable. El
doctor Meyer tenía aspecto de lo que era: un despistado hombre de ciencias. Pelo blanco, calvo
en la coronilla, bigote desigual, anteojos finos y un aire desgarbado que casaba perfectamente con
su habitual aspecto descuidado.
—Los honorables asistentes de esta fiesta le señalan como uno de los escabullidos, ¿es cierto?
—Así es —respondió—. Aproveché el momento en el que le llamaron para apartarme de
nuestros amigos —señaló con un gesto a Kissinger, el capitán de infantería de montaña y Helga—,
y escaparme a echar un vistazo. Ya sabe —añadió con una sonrisa cómplice—, la biblioteca.
—De ser cierto lo que me ha contado antes, el dueño posee una colección envidiable.
Meyer amplió su sonrisa.
—Vaya que sí. Tiene tomos muy interesantes y raros, y, bueno, no pude resistirme al ver la
oportunidad. Un camarero rubio le confirmará la información, él me vio al pasar con la bandeja.
—Lo haremos —dijo Kohl, contento con la respuesta—. Le agradezco su colaboración, doctor.
—Un placer.
Kohl le dejó solo en su círculo de dedos acusadores y fue en dirección al viejo noruego. Los
soldados, percibiendo que Kraus, Geisler y Rosenbauer miraban nerviosos, como si estuvieran
calculando qué posibilidades tenían de huir, decidieron prestar más atención al trío de oficiales.
Vi claro que Kohl disfrutaba retrasando el momento de enfrentarse a ellos, claros favoritos en la
carrera hacia la ejecución in situ.
—Buenas noches, Herr… —dijo Kohl al llegar junto al anciano, esperando que él contestara
presentándose.
—Yo… yo… No disparen. Sólo quería ir al retrete. —Era la viva imagen del desamparo.
—No se apure, caballero —intentó tranquilizarle Kohl.
—Yo… Con los años, sabe… No puedo aguantarme mucho.
—Es comprensible, muy comprensible. Ahora, si hace el favor de decirme su nombre…
La cabeza del anciano estalló, salpicando a todos de sangre, especialmente a Kohl, que vio
cómo su monóculo quedaba cubierto de cerebro noruego.
—¡Al suelo! —gritó Hassel, que parecía haber localizado la amenaza.
Kohl se lanzó un instante antes de que algo parecido a un rayo pasara por encima de él e
impactara en el estómago de una señora con un traje púrpura. El vientre de la mujer reventó
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violentamente y ella quedó dividida en dos. Y, entonces sí, la gente empezó a gritar y correr como
hormigas.
—¡Allí, allí! —chillaba Hassel como un maníaco, intentando que sus soldados, paralizados por
lo insólito de la situación, reaccionaran. La veteranía del teniente se imponía.
Miré en la dirección que señalaba Hassel y, entre la multitud asustada, vi el rostro frío del
doctor Meyer sujetando una peculiar pistola que apuntaba hacia donde estaba Kohl.
El teniente sacó su pistola y disparó tres veces, con tan mala suerte que hirió a un oficial de
marina y una conocida actriz de teatro. El doctor Meyer percibió la amenaza, así que cambió de
objetivo velozmente y pulsó el gatillo de su arma a discreción. No tenía aspiraciones de héroe,
así que me lancé al suelo yo también. Hassel si las tenía, así que paró el primer disparo con los
dientes, uniéndose al grupo de Gustav y el noble noruego.
Los soldados reaccionaron torpemente y con tardanza, temerosos de dar a un inocente o, peor
aún, a un oficial. Sólo cuando dos de ellos hubieron caído al suelo con distintas partes de su
cuerpo reducidas a un amasijo de sangre y entrañas, el pelotón abrió fuego lo mejor que pudo.
Por supuesto, ni una sola bala dio a Meyer, todas fueron a parar a los engalanados invitados, que
caían como moscas.
¡Zafarrancho de combate! El salón de fiesta se convirtió en una batalla campal. El doctor
Meyer consiguió pergeñarse una barricada con un sofá y un par de sillones, mientras los soldados
se repartían por donde podían. Kohl, arma en mano y disparando por encima del hombro para
cubrirse, chapoteó entre el cerebro del noruego y las tripas de la elegante señora hasta llegar
detrás del piano, el cual volcó muy diestramente. Yo fui a esconderme detrás de una columna y,
una vez allí, eché mano de mi pistola. Los invitados corrían de un sitio a otro, buscando donde
protegerse, y los que no encontraban un lugar vacío acababan pululando histéricamente hasta que
una bala perdida los mandaba al otro barrio.
El tiroteo empezó con inusitado ánimo, pero tras unas cuantas salvas de la mortífera arma del
doctor Meyer, el número de soldados descendió drásticamente y las cosas se calmaron. Llegaban
centinelas del exterior y del resto de la casa en lentas oleadas, pero lo único que hacían era
reemplazar escasamente a los que ya estaban en el suelo.
Le disparábamos casi sin apuntar, temerosos de asomarnos demasiado. Miré a Kohl, todo
empapado de sangre detrás del piano, en busca de alguna orden, pero él disparaba animadamente
por el lado de las teclas. Un poco más allá, vi que Kraus y Geisler estaban tirados en un charco
de sangre, y Rosenbauer gemía agarrándose el costado. Ahora ya carecían de importancia, pues
estaba claro que Meyer era el culpable, pero tuve que dedicar un instante a pensar quién les
habría dado, si las balas atolondradas de los soldados o la precisa pistola de Kohl. Mucho me
temía que los disparos eran demasiado certeros.
—¡Meyer! —gritó Kohl desde su cobertura—. ¡He de decir que ha conseguido sorprenderme!
—¡Lo consideraré un halago, herr Kohl! —Y disparó dos veces por encima del sofá—. ¡Debo
felicitarle por su capacidad de deducción! ¡No se han dejado engañar!
—¡Me halaga proviniendo de usted, Meyer, pero he de confesarle que era un truco muy burdo!
Meyer rió secamente.
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UNA FIESTA DE MUERTE
—¡No pude hacer más con el poco tiempo del que disponía! —Otro disparo. Un soldado cayó
al suelo sin el lado derecho del torso.
—Dígame, ¿consiguió mandar la contraorden?
—¡Mucho me temo que no, teniente coronel! Memoricé el burdo código británico y amenacé
al maldito Gustav, pero este se negó a mandarla. Peor para él.
—¿Entonces he de suponer que un batallón aliado viene hacia aquí?
—¡Acierta usted de nuevo, Kohl! ¡Se nos acaba el tiempo a todos! ¡La cuestión ahora es qué
cadáver recibirá a los británicos, si el mío o el de usted y su ayudante!
—¡No se lo pondremos fácil!
—¡No le he pedido que lo haga!
Kohl me hizo un gesto con la mano para que indicara a los soldados que realizaran fuego de
supresión, de manera que obligara a Meyer a permanecer agachado, y así él podría acercarse por
el otro lado. Sin embargo, en cuanto la infantería asomó el morro, Meyer descabezó a dos y el
resto corrieron a esconderse como conejos.
—¡Buen intento! —se mofó Meyer.
—¡Juega con ventaja! ¿Qué clase de invento del diablo es ese?
—¡Uno de los motivos por los que no quiero ver a un inglés cerca!
—¡Entonces tendrá que ver con las siglas PPM! ¿No es así, herr doktor?
—¡Probablemente!
Siguió un breve intercambio de tiros.
—¡No se quede ahí, doctor Meyer! ¡No nos deje con la duda!
Meyer tardó en contestar. Un soldado valiente e insensato aprovechó para desarmar una
granada y lanzarla. Digo insensato porque le pudieron las prisas y el miedo y la arrojó tan pronto
que a Meyer le dio tiempo a devolverla. Dos soldados murieron sin piernas por su culpa. Los
invitados supervivientes, que cada poco tiempo baja su número debido a los disparos mal dirigidos,
lloriqueaban y contemplaban la escena muertos de miedo. Vi al capitán de infantería sin la mitad
del rostro y con la mano helada alrededor de la pistola aún sin desenfundar. Le recordarían como
un héroe y nadie lo echaría de menos.
—¡Está bien! ¡Parece que aún tardaremos un poco en salir de aquí! —concedió Meyer—. ¡Se
lo resumiré brevemente para satisfacer su curiosidad! ¡Una especie de recompensa por haber
sobrevivido a dos disparos dirigidos contra su cara!
—¡Gracias! ¡Toda una gentileza por su parte!
—¡Las siglas PPM es la abreviatura de “Proyectos Manhattan”! —Un soldado creyó que el
doctor estaría distraído e intentó acercarse por un flanco. Un rayo le partió por la mitad cuando no
estaba ni a metro y medio de la cobertura—. ¡Es una demencial iniciativa científica del gobierno
de Roosevelt con ayuda de los ingleses! ¡Yo era el elegido para iniciarlos y supervisarlos!
—¿Quiere decir que no están aún en marcha? —preguntó Kohl, realmente interesado.
—¡Lo desconozco! ¡Yo desaparecí antes de que aquel desvarío comenzara a coger forma!
—¿Y esa monada que sujeta en la mano derecha? ¿Es fruto de los proyectos?
—¡Esto es probablemente lo que hizo que los sabuesos de Roosevelt se fijaran en mí!
Anima Barda - Pulp Magazine 59
J. R. PLANA
—¡Y con razón! ¡Es todo un artefacto!
—¡Lamento no compartir su punto de vista ni el de Franklin Delano, señor Kohl! ¡Por eso
huí! ¡La ciencia no puede ponerse al servicio de la guerra entre humanos! ¡La ciencia debe ser el
avance de la especie, debe ser la herramienta para la conquista del universo, para someter a las
razas alienígenas, no para matarnos entre nosotros!
—¡Comprendo! ¿Así que por eso se escondía?
—¡Elemental!
—¿Pero no dijo nada al ejército alemán?
—¡Jamás! ¡Vosotros hubierais hecho lo mismo!
—Obviamente… —musitó Kohl.
—¡Fue fácil esconderse en vuestras filas e inventarme una nueva personalidad!
—¡Debe serlo si es usted un genio! ¿Von der Graver le descubrió entonces?
—¡Doblemente elemental! ¡Ese cabrito inglés ha estado camuflado ante las barbas del Tercer
Reich y nadie se ha dado cuenta! ¡Lamentablemente, nos conocíamos de antes, y eso levantó
la liebre! ¡Es una lástima que no le matara a tiempo, todo podría haber seguido igual! ¡Es una
lástima que no le matara antes y es una lástima que usted estuviera aquí! —Un clic sonó detrás
del sofá del doctor Meyer—. ¡Ahora tendrán que morir por la ciencia, usted y todos los demás!
Y, diciendo eso último a gritos, salió de su cobertura y disparó contra el piano. El arma vomitó
un rayo más grueso que los anteriores y, al impactar contra el mueble, este se deshizo en una lluvia
de astillas y teclas de marfil. Kohl rodó ágilmente y corrió como alma que lleva el diablo hacia
mi columna, al tiempo que disparaba contra Meyer. El doctor tuvo que resguardarse de nuevo.
—¡Abran fuego! —ordenó Kohl a voces. Y luego, más bajo, me dijo a mí—: Tenemos que salir
de aquí. Tú y yo. Que los demás se apañen como puedan, hay que alejarse antes de que lleguen
los…
Una explosión hizo volar los cristales de las ventanas por toda la sala. Un soldado murió con
uno clavado en el ojo.
—¡Es del exterior! —gritó alguien.
—¡Los ingleses! ¡Los aliados! —vociferó alguien más.
—¡Sálvese quien pueda!
Los invitados que aún estaban vivos, lo cual no quiere decir que estuvieran indemnes, echaron
a correr en dirección a la puerta, sin importarles las pistolas ultradestructivas y el fuego cruzado.
Los soldados, contagiados por el pánico, también emprendieron la huida. Una marabunta de
gente herida cruzaba el salón en dirección al hall principal.
—¡Volveremos a vernos, Kohl! —sonó la voz de Meyer por encima de las explosiones y los
gritos.
—¡Tenga claro que sí, herr doktor Meyer! —respondió Kohl—. ¡Si es que es ese su nombre!
—¡Pues claro que no lo es! —Y el doctor prorrumpió a reír como un loco.
Se oyó el zumbido de su pistola y un enorme boquete se abrió en la pared del fondo, junto a la
chimenea. Nos asomamos a tiempo de ver como Meyer, disparando un par de veces hacia atrás y
provocando varios desmembramientos, se perdía en la oscuridad sin dejar de reír.
60 Anima Barda - Pulp Magazine
UNA FIESTA DE MUERTE
—Hasta la vista, doctor… —musitó Kohl. Se volvió hacia mí y dijo—: Es el momento de
nuestro mutis por el foro, ¡sígueme!
Corrí tras él, embistiendo invitados perturbados y soldados aturullados.
—¡Ve al despacho y despeja la trampilla para cadáveres! ¡Espérame allí!
Y se perdió en los pasillos del servicio.
Subí los escalones de tres en tres y atropelladamente llegué al despacho. Allí estaba el cadáver
del falso barón Von der Graver sentado como una marioneta sin hilos. Aparté el sofá, la alfombra
y abrí la trampilla oculta. Empecé a comprender lo que pretendía Kohl.
Él llegó al poco tiempo, cargado con dos trajes de camarero.
—¡Desvístete! ¡Rápido! —Y me tiró uno de los trajes.
Los dos nos cambiamos de ropa tan rápido que me dio vértigo.
—Ahora esconderé nuestros uniformes y las armas en las habitaciones de al lado. No llamarán
la atención, estaban ocupadas por algunos oficiales. Usted coja nuestra documentación y échela
al fuego, no debemos dejar nada que pueda identificarnos.
Ejecuté la orden con presteza y nuestros papeles estaban reducidos a cenizas antes de que Kohl
volviera con las manos vacías. Afuera se oían disparos, gritos y más explosiones.
—A la trampilla, los dos. Si los aliados nos descubren, los trajes de camarero servirán de
coartada. De todas maneras, cuando los vea, grite y de saltos de alegría. Eso les dará a entender
que les estábamos esperando. Esperemos que se lo crean. Y si no… que sea lo que Dios quiera.
¡A dentro!
—¡Espere, teniente coronel! ¡Su monóculo!
—¡Joder! ¡Mi monóculo! ¡No quiero deshacerme de él! ¡Cuesta mucho encontrar un monóculo
tan bueno!
—¡Kohl, que ya vienen!
—¡Está bien, está bien! —Y lo colocó en la mesa del barón—. Con un poco de suerte pensarán
que es suyo y nadie se lo quedará. Luego no tendremos más que saquear los objetos del cadáver
antes de que se lo lleven. En fin, ya vernos.—Suspiró melancólico y entró conmigo en la trampilla.
Era lo bastante amplia como para que cupiéramos los dos tumbados sin muchas apreturas—.
Ánimo, Ohlsen, verás que divertido es esto. En lo que llegan los británicos podemos contarnos
batallitas.
Kohl cerró la puerta. Adentro olía a madera y moho. Y hacía un poco de frío, aunque supuse
que eso pasaría después de estar un rato los dos juntos.
—Podíamos habernos metido la botella de whisky —se me ocurrió sugerir.
—Pues sí. Eso habría amenizado la espera. ¿No tendrás unas cartas?
—Me temo que no.
—Qué desastre de equipo. Así no se puede venir a la guerra.
Anima Barda - Pulp Magazine 61
CRIS MIGUEL
Y la puta
salvó el día
por Cris Miguel
T
enía un pelo precioso, no llegaba a ser rubio, se mantenía en un tono castaño prácticamente
natural. El flequillo oscilaba según la insistencia con la que chupaba, que en este momento
era bastante… enérgica. A Roger le gustaría cogérselo y marcar él el ritmo, hacer que llegara al
final, como si pudiera tragársela entera, pero se contuvo. Estaba sentado en aquella cama por
trabajo, y aunque ella estaba entre sus piernas, no se podía desviar tanto del asunto que le ocupaba.
Se estremeció y la apartó bruscamente empujándola los suaves hombros desnudos. Ella alzó la
vista hasta los ojos de Roger y sonrió. Se tomó la libertad de darle un mordisco juguetón justo en
la punta y se sentó modositamente contemplando la reacción de Roger. Desnudo de cintura para
abajo con su prominente barriga la escena era, cuanto menos, patética. Llevaba una camisa holgada
de mangas cortas que le llegaban hasta el codo. Ella soltó una carcajada al ver la estampa. Roger se
lo tomó como una provocación y con sus grandes manos la cogió y la tumbó sobre la cama.
—¿Crees que puedes reírte de alguien como yo? —preguntó Roger.
Su cara estaba a escasos centímetros de los de ella, tenía la piel suave y tersa, apenas llevaba
maquillaje, algo que dulcificaba su mirada y dejaban patente lo viejo que era Roger y lo joven que
era ella.
—Sólo estoy disfrutando contigo, ¿no te habrás enfadado? —Le peinó y le acarició la oreja.
Roger sabía que era la puta más deseada del club, por eso le estaba costando una fortuna, que
Silver era su dueño y que cuando se enterara querría cortarle el músculo que ahora estaba tenso
entre sus piernas. Le quitó las bragas sin ningún reparo. ¿Qué tenía de malo que antes de sacarle
información e interrogarla se la tirara? Nadie se iba a enterar, de hecho contaba como investigación
policial. Se incorporó un poco para contemplar sus turgentes pechos, llevaba un sujetador casi
transparente de encaje rosa. Le gustaba así, no se lo iba a quitar. Se sujetó con los brazos y hundió
la cara entre sus tetas. Era el paraíso. Ella se sujetó a sus hombros. Era viejo, pero hacia flexiones
todos los días, tenía unos brazos y unos pectorales que quisieran muchos jovencitos.
—Ponte encima, pequeña —susurró.
Ella obedeció sonriendo y se sentó sobre él. Comprobó si estaba lo suficientemente lubricada
62 Anima Barda - Pulp Magazine
Y LA PUTA SALVÓ EL DÍA
y pasó su pequeña mano por la boca de Roger,
que se excitó al máximo ante el olor, el sabor
y las caricias. Ella se levantó para luego
introducírsela suavemente y con soltura, Roger
gimió y ella hizo lo propio. Movió sus esbeltas
caderas rítmicamente, no demasiado deprisa, ya
que él estaba muy excitado. Cogió las manos de
Roger y las colocó en sus pechos, aumentando
el ritmo. Gritó, se dejó caer sobre él bajando el
ímpetu y le tocó la grisácea barba. Roger puso
las manos en sus caderas. Era preciosa, menudo
gusto tenía Silver. Ella se levantó y sustituyó
su cuerpo por su boca, mientras que movía
la mano derecha arriba y abajo. Notó que se
contraía y el líquido caliente chocó contra su
paladar.
La puerta, como si estuviera esperando a
ese momento, se abrió bruscamente, y cuatro
tipos armados entraron en la habitación de
hotel donde estaban. Empezaron a disparar a
diestro y siniestro sin preocuparse mucho de
apuntar. Roger, girándose lo más rápido que
pudo, se tiró de la cama al suelo. La chica,
que había encontrado una de sus armas,
empezaba a disparar a los hombres que tan
maleducadamente les habían interrumpido.
“Por pistolas que no sea”, pensó, alzando el
brazo y cogiendo la que había dejado debajo
de la almohada. Se unió a ella en la resistencia.
Uno de los malos ya estaba en el suelo muerto
y otros dos sangraban. El socio indemne los
sacó como pudo de allí, dejando como dueño
de la habitación el más duro de los silencios.
—¿Quién coño eres? —le gritó ella,
poniéndose en pie y buscando sus bragas.
Roger la miró con condescendía y se aupó
como pudo de nuevo sobre la cama. Sangraba.
Tenía un balazo en el muslo izquierdo.
Estupendo.
—¡Joder, te han dado! Espera, a ver qué
encuentro en el baño, no te muevas.
La chica salió con unas toallas y un bote de
lo que parecía alcohol.
—Esto te va a doler, pero como se te infecte
será peor —dijo echándole sin reparos el
alcohol en la herida.
Roger gritó mientras se sujetaba la pierna
como si temiera que ésta se fuera ir sola de
chupitos.
—¿Cómo te llamas? —preguntó para
intentar distraerse. Ella le miró como si le
hubiese preguntado la cosa más ofensiva del
mundo.
—Erica —contestó finalmente.
Se había puesto los vaqueros y la ajustada
camiseta roja. Realmente era preciosa.
—¿Conocías a esos cabrones? —preguntó
él.
—Yo te iba a decir lo mismo. —Terminó
de limpiar la sangre, le puso una venda y la
sujetó con un trozo de esparadrapo—. Tienes
que ir a un hospital, te llevaré.
—De eso nada, hay que salir cagando
hostias de aquí —contestó Roger poniéndose
los calzoncillos y los pantalones—. Como
traigan refuerzos de la siguiente no nos
libraremos.
—¡Puta mierda, joder! John me dijo que
Silver me había autorizado, creía que eras
uno de sus hombres.
—Ya… —Roger rió amargamente—.
Resulta que tu John se vende barato.
—¡Hijo de puta! ¿Quién eres? —Había
cogido la pistola y le apuntaba debajo de
la barbilla. Era aun más guapa cuando se
enfadaba.
—Aparta eso de mi cara. —Y le tiró la placa
que guardaba en el bolsillo del pantalón.
Anima Barda - Pulp Magazine 63
CRIS MIGUEL
Erica bajó la pistola, pero le dio un puñetazo con su mano izquierda.
—Eso es agresión a la autoridad, podría detenerte.
—¡Vete a la mierda! Silver me va a matar, se creerá que le he vendido. —Se sentó en la cama
sujetándose la cabeza con las manos.
—Es justamente lo que vas a hacer. —Erica levantó la mirada y se fijó en los ojos azules de
aquel jodido policía.
—No voy a decir nada a un puto poli. —Se puso las botas camperas y se dirigió a la puerta.
—Vamos a ver. —Roger llegó hasta ella cojeando y evitó que la abriera cerrando de un portazo
por encima de la cabeza de la chica—. Pareces una chica lista. Esto es lo que haremos. Me dirás
dónde se suponía que iba a estar tu hombre esta noche y le sorprenderemos.
—¿Qué estás diciendo? —Erica le sujetó la mirada sin sentirse intimidada—. Tienes una bala
en la pierna y quieres ir a por Silver… ¿No deberías estar jubilado?
—Cumplo los cincuenta en agosto, todavía me queda para jubilarme. Venga, vámonos.
—Me parece que vas a tener que conducir. —Roger se acomodó como buenamente pudo en el
asiento del copiloto y lanzó el llavero hacia ella.
—Esto tiene casi más años que tú —le provocó Erica, mirando el viejo cadillac rojo y cogiendo
las llaves al vuelo.
Encendió el motor y metió la marcha. Erica salió del parking del hotel y tomó la calle principal,
64 Anima Barda - Pulp Magazine
Y LA PUTA SALVÓ EL DÍA
que les llevaba al centro de la ciudad.
—Muy bien, venga, ¿dónde está tu hombre?
–Roger comprobaba que todas las armas
estuvieran cargadas. Llevaba un auténtico
arsenal: dos 9 mm en el cinturón, una
traicionera y pequeña Derringer en su tobillo,
otra Glock 9 en la guantera y una siempre útil
escopeta SPAS debajo del asiento, por si había
que ponerse serio.
—¿Las coleccionas? —Erica lo miraba
arqueando la ceja.
—Venga, monina. Dime dónde está Silver.
—Apretó los dientes ante una sacudida de
dolor, como si la pierna le estuviera diciendo:
“Eh, tronco, estoy desgarrada, sácame esta puta
bala de aquí”.
—¡No me jodas! —contestó golpeando el
volante—. Entiendo que a ti te de igual morir,
¡pero a mí no!
Roger la cogió de la nuca y la empujó hacia
el volante. Erica evitó el golpe sujetándose con
fuerza pero perdiendo el control del coche, que
se había desviado al carril contrario, donde los
esquivaban a la desesperada sin dejar de tocar
el claxon.
—¡Puto viejo gilipollas! —gritó Erica
volviendo a su carril.
—Llévame donde está Silver.
—¿Así es como agradeces que te haya
salvado? —le increpó.
—¿Salvado? Tú no me has salvado de una
puta mierda. Estamos los dos igual de jodidos,
Silver pensará que me has ayudado, así que
puedes darte por muerta. La única baza que
tenemos es pillarles por sorpresa.
—¿Qué coño dices? —Erica meditó lo que
Roger le decía y admitió que tenía razón. El
cabrón le había metido en un buen problema.
Empezó a pensar alternativas—. Tú eres poli,
pide refuerzos.
—Me han prohibido intervenir.
—Ya veo que obedeces de puta pena.
—Es personal. —Dejó dos 9 mm en el
regazo de Erica, quedándose él con la otra, la
Derringer y la escopeta.
—Me parece que no me queda otra —
suspiró Erica, resignada.
—No.
—No era una pregunta, imbécil.
Erica tomó el desvío, se dirigían al norte
de la ciudad, a las afueras. El cargamento
lo iban a recibir en un apeadero. Esas vías
apenas se utilizaban, y de noche menos.
Silver tenía conocidos que trabajaban para él
en todos los putos huecos del jodido estado, y
socios repartidos por quién sabe dónde. Don
comercial.
A Erica no le importaba matarle. No era el
mafioso más honrado del mundo, de hecho
era un asqueroso violento y celoso con sus
propiedades. Sabía que no llegaría a mañana
si no acababa con él, y aunque el poli que tenía
a lado tampoco era santo de su devoción,
había que reconocer que tenía cojones o unas
ansias enormes de morir.
No tardaron mucho en llegar.
—No deberíamos acercarnos más en coche,
nos oirán —dijo ella.
—Pues vamos.
Erica aparcó en el arcén y apagó el motor.
Antes de salir, se guardó una pistola en la
espalda sujetándola con el pantalón, y la otra
la llevó en la mano derecha. Roger se resintió
al bajar del coche.
—No puedes caminar…
—Cállate, tú ponte detrás de mí y no te
alejes.
Erica le dirigía desde atrás. Por el camino,
Anima Barda - Pulp Magazine 65
CRIS MIGUEL
Roger se tropezó y ella tuvo que ponerse a
su altura para que se apoyara en el hombro.
Con aquella oscuridad casi tangible apenas
distinguía los ojos azules del hombre, pero
había algo en su mirada que sí percibía y
que impedía que le diera un porrazo y saliera
corriendo. ¿Era gratitud lo que transmitían
sus ojos?
Avanzaron por el pequeño bosque, un
montón de pinos diseminados que serían sus
aliados para evitar ser vistos. No tardaron en
ver regueros de luz y voces que rompieron el
silencio de la noche.
—Aprovecha para coger aire —le dijo
Erica.
Roger la hubiese mandado a la mierda con
facilidad, pero se contuvo. Si tenía que vivir,
sólo lo conseguiría con ella.
—Hay tres tipos que siempre van con
Silver —dijo ella—. Tres matones, sus
guardaespaldas. Es lo único que te puedo
adelantar…
Roger la cogió por la barbilla y le plantó un
beso.
—Da igual. Vamos a cargarnos a esos
mamones.
“Sí, tiene cojones”, pensó Erica.
A partir de ahí, Roger tomó el mando de
la situación. Aún cojeando llevaba la espalda
prácticamente recta, con la escopeta al
hombro. Sacó la pequeña pistola tobillera, la
Derringer de dos tiros de las que llevaban los
jugadores en la manga, y se la tendió a Erica.
—Otra más para ti, por si las moscas.
Ella la cogió sin pensar y la guardó en la
bota.
Se agacharon para contemplar la escena.
Había una furgoneta abierta, un coche con
los cristales tintados y un tren de mercancías
66 Anima Barda - Pulp Magazine
con los portones abiertos detenido en las vías.
A parte de Silver y los tres tipos que dijo Erica,
vieron otros cuatro hombres, no tan corpulentos
pero sí armados, que era lo importante.
—Son demasiados —murmuró la chica
flaqueando.
—Si llegamos hasta el coche de Silver
podemos usarlo de cobertura. Ve tú primero, yo
vigilo. —Erica asintió y se movió con agilidad
hasta el coche, acuclillada.
Según avanzaba, viendo lo que le costaba
llegar, supo que Roger no lo conseguiría. Preparó
el arma y apoyó la espalda en el coche. Hizo un
gesto a Roger con su mano libre y contuvo la
respiración. Él comenzó a arrastrarse por ese
suelo lleno de puñeteras piedrecitas. Casi había
llegado al lado de Erica cuando uno de los
gorilas se tuvo que girar justo en ese momento.
Roger no atascó y disparó su escopeta
quitándole al desgraciado media cara, y acto
seguido apretó el gatillo de nuevo, esta vez en
dirección al tipo que tenía al lado y que estaba
quitando el seguro a la pistola. Falló y una
bala le rozó la oreja. Se tiró al suelo, llegando
malamente al lado de Erica, que permanecía
sin descubrir su posición.
—Tú a los tobillos, espero que tengas buena
puntería —le dijo a la chica.
Roger se incorporó, con su escopeta
vomitando muerte. Le hizo un bonito agujero
al tipo que casi le quita la oreja. Los otros
estaban detrás de la furgoneta, escondidos
como gallinas. De un tiro hizo añicos el cristal,
lo que le permitió tener más a tiro a los otros.
Oyó una puerta agujerearse demasiado cerca.
Erica voló la cabeza al que intentaba matarle
desde el vagón.
—¡Vaya puntería, princesa! —Roger
aprovechó para cargar la escopeta.
Y LA PUTA SALVÓ EL DÍA
—¡Esas tetas las conozco yo! —gritó una
voz, que debía de ser la de Silver.
Roger la mandó callar con un gesto y volvió
a disparar. Las balas volaron. En el tiroteo, dos
alaridos indicaron otro par de bajas entre los
matones de Silver.
Se giró de nuevo hacia ella y le indicó que
lo siguiera, iban a cubrirse en el otro lado de la
furgoneta. Se pusieron en movimiento.
El gorila de Silver que quedaba en pie les
sorprendió a medio camino. No habían tenido
tiempo de reaccionar cuando un disparo les
ensordeció. Roger cayó redondo al suelo y todo
se volvió negro para él.
a su oído, empujándola contra la furgoneta
con su cuerpo. ¿Estaba empalmado el puto
psicópata?
Silver lamió su cuello en un intento de ser
sensual. La mano de él sujetó las dos muñecas
de Erica por encima de la cabeza, mientras
con la otra, tras tirar la pistola, la estaba
metiendo mano por dentro de los pantalones.
—Espero que te duela.
La agarró del pelo y la estampó contra el
suelo. “Segunda vez en el mismo día que casi
me rompen la nariz”, pensó ella. Erica se quedó
quieta observando el siguiente movimiento de
Silver. Se estaba desabrochando el cinturón.
Quizás tuviera una oportunidad.
—¡No! —El grito de Erica rebotó en todas
Silver volvió a coger la pistola, amenazando
las paredes del apeadero.
a la chica al mismo tiempo que le bajaba los
La adrenalina tomó el mando de su cuerpo vaqueros hasta las rodillas. Tiró el arma que
y tumbó al gigantón con un disparo limpio en guardaba Erica en la espalda en dirección
la frente. Una lluvia de disparos estampándose al bosque. Le subió las caderas para tener
contra la chapa de la furgoneta o perdiéndose pleno acceso a ella. Acariciaba su espalda con
entre los matorrales fue la respuesta.
la pistola, pasándola también por entre los
—Así que ahora mi puta me dispara —se muslos.
hizo oír Silver por encima del follón.
—Voy a acabar contigo en todos los
Erica tomó aliento, cerciorándose de las sentidos, pero primero me voy a correr.
balas que le quedaban en aquel cargador. No
La penetró con fuerza por detrás, y Erica
demasiadas. Quitó el seguro y avanzó agachada no pudo reprimir un grito. Silver sonrió
con la espalda pegada a la maltrecha furgoneta. y arremetió más fuerte. Erica intentaba
Al llegar al capó, se asomó lo justo para colocar relajarse, sino la desgarraría. Él se movía con
una bala en el último esbirro de Silver, uno violencia.
al que no había visto en su vida. “¿Ya está?”,
Aumentó las embestidas y Erica notó que
pensó, animada. “¿Sólo queda Silver?”. Por un estaba perdiendo la coordinación. Aprovechó
momento, una sensación de triunfo y seguridad el momento para revolverse bruscamente,
la invadió. Por un momento.
dando la vuelta y usando la fuerza de la inercia
La mano de Silver se cerró entorno a su en un puñetazo contra el costado de él. Eso
muñeca y la apretó con fuerza, golpeándola le dio tiempo suficiente para coger la pistola
contra el vehículo. La pistola cayó al suelo.
que tenía guardada en la bota, la que le había
—Sabes lo que les hago yo a los desagradecidos dado Roger. Tampoco se lo pensó esta vez,
de mierda que se rebelan contra mí —susurró apuntó y disparó a Silver en los huevos. Éste
Anima Barda - Pulp Magazine 67
CRIS MIGUEL
la miraba aterrorizado con lagrimones en los
ojos.
—Maldita puta de los coj… —Erica acabó
el trabajo con un tiro en la cabeza.
Tras abrocharse los pantalones, buscó con
la vista la otra pistola, la que Silver le había
quitado de la cintura y arrojado hacia el
bosque. No la encontró. No pudo hacerlo.
Oyó un fuerte estampido seguido de un
dolor ardiente que le hizo caer de espaldas.
El hombro izquierdo estaba sangrando.
Oyó a alguien bajar del tren de mercancías
que creía vacío. Miró de reojo y vio a otro
matón, que se acercaba a ella con cautela.
Erica, presa del pánico, miró a su alrededor.
Silver aún sujetaba su pistola. Se estiró una
primera vez, pero el dolor del hombro la
obligó a encogerse. Concienciada del peligro,
repitió la acción, alcanzó el arma con la punta
de los dedos y, antes de que el esbirro se diera
cuenta de qué ocurría, le abrió un agujero en
el pecho. El hombre se sacudió por el balazo
y disparó dos veces antes de caer.
La herida del hombro de Erica no dejaba
de sangrar. La presionó y creyó que se
desmayaría por el dolor. Por un instante
perdió las fuerzas y la vista se le nubló, pero
consiguió seguir consciente. Se puso en pie
malamente y se acercó a donde estaba tendido
Roger. Le buscó el pulso. Cuando puso los
dedos en el cuello, el policía reaccionó y le
agarró la muñeca.
—¡Joder, qué susto! —gritó ella—. Creía
que estabas muerto.
Él tenía un agujero en el costado, lo que
hacía que casi toda su camisa estuviera
empapada de sangre.
—Es hora de irse —le dijo.
Entre profundas sacudidas de dolor,
68 Anima Barda - Pulp Magazine
consiguió meter al hombre en el asiento
trasero del coche con cristales tintados. Los
dos estaban perdiendo mucha sangre, pero lo
habían conseguido, no podían morir ahora.
Erica miró por el retrovisor. Roger mantenía
las grandes manos en el costado.
—Háblame Roger, ¡no te duermas! —
Roger intentó reírse, pero en su lugar apretó
los dientes. Había músculos que era mejor no
mover.
—¿Quién te lo iba a decir? Toda una heroína.
Obligada a venir, pero una heroína —farfulló.
La voz se le antojó a Erica el susurro de un
moribundo.
—Sí claro, chupo pollas y pego tiros —
contestó ella para atraer su atención y
mantenerle despierto.
Erica voló, afortunadamente la carretera
apenas estaba transitada. Llegó al hospital
derrapando.
—Ya estamos, te pondrás bien —dijo,
intentando creérselo ella.
—Te han dado. —Roger reparó en la herida
de su hombro.
—Sí, ahora nos lamemos las heridas, tú
tranquilo.
Necesitaron varios celadores para colocar
a Roger en la camilla. Erica observaba el
esfuerzo. No sabía cómo había podido con él ni
con nada. Puede que igual si fuera una heroína.
TITULO RELATO
Anima Barda - Pulp Magazine 69
LA RESEÑA
En las montañas de la locura
por J. R. PLANA
E
n las montañas de la locura no es un
libro, es un testimonio consecuente y
formal que hace que miremos hacia los continentes helados con otros ojos.Dicho así
suena un poco exagerado, pero el hecho es
que esta historia de H. P. Lovecraft, al igual
que ocurre con otros autores y otras
obras de la época, está revestida de seriedad y realismo,
buscan hacer creer al
lector que todo lo que
ahí cuentan es verdad.
Y es que la literatura de terror,
a finales del XIX
y principios del
XX, era entendida de otra forma.
A día de hoy, los
lectores buscan terror consciente, disfrutar pasando miedo,
leyendo libros o viendo películas que saben que son ficción, aunque también es cierto que se
disfruta igual, o incluso más, cuando no se
tiene claro si ha ocurrido de verdad o no. En
cualquier caso, lo que quiero decir es que los
lectores aceptan la ficción, mientras que, a mi
parecer, en aquella época eran más exigentes en lo que al realismo se refiere. Para que
una historia de terror fuera tomada en serio
?literariamente hablando?, no sólo tenía que
estremecer y provocar escalofríos, sino pare70 Anima Barda - Pulp Magazine
cer perfectamente posible. No valía la fantasía por la fantasía, eso siempre era visto como
una creación de calidad inferior y los autores
de ficción se esforzaban por dar tintes realistas a sus obras. Aunque, a pesar de todo, la
gente consumía grandes dosis de relatos macabros y de terror, fueran creíbles o no. Otra
cosa es que la crítica y los lectores exigentes
alabaran la obra…
Por todo esto, Lovecraft ha revestido En las
montañas de la locura de principio a fin
de una pátina de
testimonio real,
aludiendo a otras
fuentes, datos y
términos científicos, los cuales,
probablemente,
bastaban para que
el lector medio empezara a dudar de si
tenía entre las manos
un libro de ficción o una
tesis geológica recopilada
de alguna revista especializada.
Esto tiene un doble filo, y es que el libro, al
mismo tiempo que posee una base sólida con
alusiones a realidades comunes en todo el
universo de Lovecraft, también se hace pesado y lento, en tanto que el esfuerzo por documentar y dar datos científicos sobre geología
o biología dificulta la lectura para todo aquel
poco familiarizado con estas disciplinas. Las
descripciones de Lovecraft consiguen, efec-
LA RESEÑA
Providence, 1890.
Howard Phillips
Lovecraft, escritor
estadounidense de
principios del s. XX,
apartándose de los
temas clásicos del
romanticismo, abrió
una nueva frontera en
las historias de terror
añadiendo elementos
de ciencia ficción.
Titánicas criaturas
alienígenas que duermen
en las profundidades
del mundo, dimensiones
paralelas y civilizaciones
ancestrales sustituyen a
fantasmas y demonios,
creando una cosmonogía
a la que contribuyeron
otros autores. Lovecraft
murió en Providence a
los 46 años.
tivamente, dar forma y base al ambiente, y
aunque a ojos de expertos, o quizá simplemente de alguien con unos conocimientos
básicos, puedan parecer datos elementales
que no tienen más misterio, lo cierto es que
a mí, que hace un tiempo que dejé atrás estas ramas, me cansa un poco leer una y otra
vez los períodos antediluvianos en los que
fueron formadas las montañas.
Seguramente el lector culto de la época estaba más formado en la materia ?y con esto
no quiero decir que yo sea un lector culto? y
quizá los académicos mostraban más interés
por la literatura de terror, amén de que a los
autores parecía exigírseles una base científica y cultural más amplia. Hoy en día, por regla general, estamos menos preparados para
apreciar esta obra en todos sus matices.
H. P.
Lovecraft
ria de terror sencilla que te ponga nervioso,
no creo que esta sea la mejor recomendación. En las montañas de la locura no pasas
miedo, sino que te “sobrecoges” pensando
en qué horrores ancestrales descansan en
las profundidades de nuestro mundo. Las
continuas referencias geológicas hacen que
la lectura se enlentezca, y la ausencia de personajes definidos ?puesto que no son necesarios? pueden provocar que un lector poco
aficionado o desconocedor del estilo que
creó Lovecraft se aburra bastante. Quizá,
antes de coger este libro, sería mejor empezar por La llamada de Cthulhu, y si la idea
de dioses antiguos indiferentes a la presencia humana te atrapa, entonces aventúrate
con este documentado relato del peligroso
viaje a los hielos árticos.
Resumiendo, En las montañas de la locura mola porque habla del universo de Lovecraft. Si te gusta la cosmogonía del autor, o
las obras con una base sólida, disfrutarás con
este relato. Sin embargo, si buscas una histoAnima Barda - Pulp Magazine 71
J. R. PLANA
Lo que realmente
pasó después de que
San Jorge
matara al dragón
por J. R. Plana
Las escamas cedieron con un chasquido y la bestia bufó. La lanza no encontró más resistencia que
sus costillas, y la punta acerada llegó al corazón.
El blindado caballero usó el peso de su cuerpo y su armadura para terminar de arrancar la vida
al terrible animal. Éste lanzó un último alarido ensordecedor, se retorció y cayó cuan largo era,
despertando ecos en todo el desfiladero. Tuvo que apartarse el paladín para evitar que le aplastara la
enorme y escamada cabezota, que levantó una considerable tolvanera. Los ojos del dragón perdieron
su brillo, una última voluta salió de sus narices y el cuerpo quedó inerte para siempre.
–Bueno, pues ya está –dijo el caballero satisfecho sacudiéndose el polvo de las manos enguantadas.
Las placas plateadas de la panoplia ya no reflejaban el sol, de lo llenas de hollín, sangre y mugre que
habían quedado.
–¡Gracias al cielo! –prorrumpió en vítores la dama, visiblemente emocionada. Ella, la más pura y
hermosa de todas las mujeres de la corte, batía palmas acompasadas con saltitos, radiante al verse por
fin liberada. Las puntas del sedoso vestido acompañaba la celebración con ondulantes vuelos–.¡Qué
gloriosa hazaña, mi bizarro señor!
–No es nada, señora –respondió modestamente él, levantando la visera del casco–. Uno está
acostumbrado a estas lides…
–No seáis humilde, mi gentil hidalgo, nunca puede hombre alguno estar acostumbrado a entablar
fieras batallas, y menos con tan horribles bestias –repuso ella.
–Es cuestión de práctica –dijo, mientras trataba de sustraer su lanza del cuerpo serpentino del
monstruo. Por cuatro veces tiró del asta con las dos manos y otras tantas acabó resoplando agotado
por lo inútil de la tarea, para al final asumir que tendría que dejar tan buen arma en el campo de
batalla–. En fin, será mejor que nos vayamos… Ahora la llevaré de vuelta con su padre, mi señora.
–¡Por fin retorno al ansiado hogar! –exclamó ella, exultante por la novedad.
Silbó el hombre tan fuerte como le permitieron sus pulmones y, como respuesta, un brioso corcel
72 Anima Barda - Pulp Magazine
LO QUE REALMENTE PASÓ DESPUÉS DE QUE SAN JORGE MATARA AL DRAGÓN
blanco, cubierto por una barda tan plateada como la armadura de su dueño, surgió al trote de
entre los arbustos, aproximándose a la entrada de la cueva sin sentir terror alguno ante la postrada
figura del dragón. El animal se acercó y olfateó con alegría a su amo, feliz por verle indemne tras
la temeraria empresa.
–Este es Bruma Blanca –explicó el caballero, acariciando el morro del equino–. Es la más fiel
de todas las monturas.
La dama miraba al animal con expresión de desamparo.
–¿Habéis venido en eso? –preguntó, con los hombros caídos por el desánimo.
–Claro que sí, mi señora –respondió él lleno de orgullo–. No temáis, a pesar de su altura y su
imponente porte, es un caballo dócil y suave como la seda, no os hará ningún d…
–Yo ahí no me monto –sentenció ella con gesto que no admitía réplica.
–¿Disculpad…? –El paladín parecía no comprender.
–Que yo ahí no me monto –repitió la dama–. Ni loca. Ni harta a vino. ¿Cómo se te ocurre?
–No entiendo… ¿Ocurrírseme el qué?
–Venir en caballo.
Ahora era el caballero el que tenía expresión de desamparo.
–¿Y cómo voy a venir, si no?
–Hombre, pues en carro. ¿Es que hay que decírtelo todo? ¿A que la lanza, la espada y el escudo
no se te han olvidado?
–Pues no.
Anima Barda - Pulp Magazine 73
J. R. PLANA
–Claro, solo estás para lo que te interesa.
–Pero vamos a ver –interrumpió él, empezando a mosquearse–. ¿Qué problema hay con el
caballo? Es lo más rápido.
–¡Ni siquiera te lo hueles!
–Está claro que no –repuso él con cierta acidez.
–¿Crees que voy vestida para ir a caballo? ¿Eh? ¿Lo crees?
Él contempló a la mujer de arriba abajo.
–No sé por qué no…
La dama, poniéndose las manos en la cintura y mirando para otro lado, bufó más fuerte que el
dragón. No estaba claro si iba a gritar o no.
–Llevo casi cinco años fuera de casa, sin ver a mis padres, a mis damas de confianza, sin ver a
nadie de la corte… Me estarán esperando con una gran fiesta, toda la gente arremolinada en la
plaza para verme entrar, ¿esperas que me presente allí, con todo el mundo mirándome, después
del mal trago que es estar en una cueva cinco años, habiendo recorrido cincuenta millas a lomos
de un “brioso corcel? ¿Cómo crees que va a llegar el vestido? ¿Te parecen estas sedas ropa para
montar? ¡¿Cómo crees que voy a llegar peinada?! ¿Has traído siquiera casco para mí?
El caballero bajó la vista levemente azorado.
–La verdad es que no…
–¡Ves! ¡No has pensado en nada, hay que decírtelo todo! Eso sí, la armadura muy brillante, la
espada bien bruñida, pero no voy a pararme a mirar cómo voy a traer de vuelta a la señorita.
El comentario sobre las armas del paladín no pareció sentarle muy bien.
–¡Lo siento, pero no puedo estar en todo! ¡No puede ser que tenga que pensar en mis armas, en
la armadura del caballo, en coger provisiones, rastrear al dragón, en cómo matarlo, en sí tendrá o
no trasgos, y que ahora me vengas a echar la bronca porque no me he previsto lo mal que iba a
llegar tu pelo y tu vestido si veníamos en caballo!
–¡Estar en todo! ¡Ja! ¡Si para cada combate llevas una cohorte de seis o siete pajes detrás de ti!
Eso por no hablar de todas las damas que te pretenden. –Puso un tono de voz más agudo aún que
el suyo–: “Sir Jorge, permitid que os pula el casco”, “Sir Jorge, dejadme tejeros un estandarte”, “Sir
Jorge, dejadme ayudaros con la cota”. ¡Panda de zorrupias! Y si no tu señora madre, que siempre
está pendiente de que no le falte al niño.
–¡A mi señora madre no la metas en esto!
–¡Haber traído un puñetero carro!
–¡No puedo meter un carro por el bosque y llegar rápido y silencioso! ¡Y menos tal y como se
ponen las carreteras con las caravanas de comerciantes en esta época del año, con todas esas ferias
en el sur!
–¡Pues haberte buscado las vueltas, eso es falta de interés! ¡Para hacer las cosas mal mejor no
las hagas!
–¡¿Mal?! ¡Sí, hombre! ¿Está o no está muerto el dragón?
–¿Y eso qué más da?
–Para eso venía, ¿no?
74 Anima Barda - Pulp Magazine
LO QUE REALMENTE PASÓ DESPUÉS DE QUE SAN JORGE MATARA AL DRAGÓN
–¡No! ¡Venías a traerme a MÍ de VUELTA, parte de la misión en la que está claro que no has
pensado!
–¡¡Pues volvamos de una jodida vez!!
–¡¡A mí no me hables así!!
–¡¡Te hablo como quiera, y si no haber matado tú al dragón!!
–¡¡¡El dragón no tiene nada que ver en esto, el pobre!!! ¡¡¡Ni siquiera me has preguntado si
quería que lo mataras!!!
–Esto es el colmo… –suspiró el paladín, quitándose el casco.
–¿Sabes lo que te digo? ¡Que no me voy! ¡Que vuelvas tú solo y les expliques a todos por qué
me has tenido que dejar aquí!
–¡Eso haré! –El caballero se puso a hacer gestos con las manos como si fuera la hermosa
dama–. ¡Iré y les diré que la niña caprichosa no ha querido venir porque se estropeaba el vestido
por el camino! ¡Ay, y el pelo también!
El color rojo ira tomó de sopetón el rostro de la dama. La llamada vena de la violencia, esa que
se hincha unas veces en la frente y otras en el cuello, amenazó con estallar. Arremangándose la
falda, la dama se agachó, agarró una piedra y la arrojó contra el caballero, que la paró malamente
con la visera de su casco.
–¡Eh! ¡Que me abollas la armadura, y cuesta un pastizal!
–¡Lárgate! –chilló ella, cogiendo más piedras–. ¡Bruto! ¡Que eres un pedazo de bruto! ¡Imbécil!
¡Animal! ¡Eres más bestia que el dragón! ¡Largo!
El caballero se vio forzado a retroceder ante tan violenta acomedida.
–¡Cálmate! –le suplicó visiblemente alarmado.
–¡Salvaje! ¡Sólo te interesan los torneos, los combates y las armas! ¡Sólo te interesan las tortas!
¡Bárbaro, que eres un bárbaro del norte!
–¿Te quieres calmar? ¡Ay! –Una piedra dio con acierto en la frente del caballero–. ¡Me has
dado!
–¡Eso pretendía!
Sin pensárselo dos veces, la dama dobló el lomo y agarró una rama requemada por aliento de
dragón que había por allí. Blandiéndola como si fuera un garrote, se lanzó hacia el caballero, que
no tuvo más remedió que arrojar su casco al suelo y echar a correr.
–¡Detente loca!
–¡El único loco aquí eres tú! ¡Malnacido! ¡Cómo te atreves a hablarme así!
El paladín corría esquivando por los pelos los barridos de la temible tranca, que cada vez estaba
más cerca. Su armadura, si bien podría reducir levemente el impacto del arma, retrasaba en exceso
su velocidad. En tal apuro se vio, que no tuvo otra que subir de un salto a su caballo, Bruma
Blanca, y, espoleado por el terror, salir al galope de allí.
–¡No te atrevas a volver si no es con un carro! –gritó victoriosa la dama–. ¡Como le vuelva a ver
el morro al jamelgo pulgoso ese os vais a enterar, tú y él! ¡Vamos, te tengo de cruzadas hasta que
cumplas los de Matusalén! ¡Los dos juntos y a paso ligero a la reconquista como que hay Dios!
¡Hombre! ¡Eso faltaba! –Y añadió–: ¡Sinvergüenza, que eres un sinvergüenza! ¡Cierra tabernas!
Anima Barda - Pulp Magazine 75
BRIEF NEWS
BRIEF NEWS
Hugh Jackman
protagonizará
la adaptación
a la gran
pantalla de
Six years, un
thriller de
Harlan Coben
que producirá
Paramount
Pictures.
1
2
Pesadillas será película. Rob Letterman (Cowboys Vs Aliens) suena como director de esta exitosa serie de novelas
cortas escrita por R.L. Stine.
Jake Gyllenhaal
protagonizará Nacidos para correr. El
libro del famoso Chris McDougall que ha vendido millones
de ejemplares en todo el mundo.
4
Shailene Woodley será
3
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Hazel en Bajo la misma estrella. El libro de
John Green será dirigido
en la gran pantalla por
Josh Boone (el novelista).
BRIEF NEWS
5
Charlize Theron ,Chloe Moretz y Nicholas Hoult protagonizarán
la adaptación de La llamada del Kill Club de Gillian Flynn, un
thriller que dirigirá Gilles Paquet-Brenner (La llave de Sarah).
6
Kaya Scodelario será Tere-
sa en la película de El Corredor del Laberinto que estará dirigida por Wes Ball.
Ashley Judd se une al
7
reparto de Divergente
como Natalie, la madre
de Tris (Shailene Woodley) y completa así el
reparto que recordamos
cuenta con Kate Winslet
como la mala, Jeanine.
Theo James como el chico, Cuatro. Y Jai Courtney como el líder de
Osadía, Eric.
Anima Barda - Pulp Magazine 77
BRIEF NEWS
8
Tom Cruise protagonizará la adaptación de
Yukikaze novela de ciencia ficción homónima de
Chōhei Kambayashi, de la que ya se hizo una
serie anime, y que producirá Warner Bross.
9
Pósters. La segunda parte de Los Juegos del Hambre, Carrie
adaptación de la famosa novela de Stephen King y Cazadores de
Sombras. Estrenos previstos para el 22 de noviembre, 28 de
octubre y 23 de agosto respectivamente.
78 Anima Barda - Pulp Magazine
BRIEF NEWS
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Superhéroes.
El nuevo póster del Superman de
Zack Snyder
que se estrenará el 21 de
junio. Y la
segunda parte de Thor,
que adelanta
su estreno en
España al 31
de octubre.
Póster oficial en español.
El juego de Ender, primer libro de la exitosa saga de Orson Scott Card, es una de las
adaptaciones más esperadas
del año, su estreno está previsto para el 1 de noviembre.
Protagonizada por Asa Butterfield como Ender, Harrison
Ford como el Colonel Graff y
el gran Ben Kingsley como Mazer, entre otros. Las expectativas son altísimas.
11
Anima Barda - Pulp Magazine 79

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