Cuna de la Utopía

Transcripción

Cuna de la Utopía
Cuna de la Utopía
Por: Javier Lajo
«Cuando Europa descubrió América, se encontró frente a frente con una utopía real, con
un «saber vivir bien» del indígena americano que hizo germinar en la mente del intelectual
europeo la idea de que otro mundo era posible. El ideario de la revolución francesa, la
constitución americana, el socialismo utópico y el ecologismo, constituyen algunos de los
intentos del europeo por implementar en una sociedad individualista, mercantilizada y
estratificada ese vivir bien y con dignidad del indio americano.»
Hoy en día, subsisten muchas canciones y danzas de los pueblos indígenas, que en las
fiestas actuales del Altiplano Andino, nos muestran en sus versos, compases y
coreografías, el eco y la presencia de antiquísimas “Utopías”. Así, tenemos a los gigantes
tobas (hoy en una pobreza de exterminio), danzando su marcha río arriba, por las orillas
del Pilcomayo, en busca de la «tierra sin mal». Ellos danzan y cantan “subiendo “ desde su
tierra guaraní por el Qhapaq Ñan o “Camino de los Justos”, hacia Tiwanaku e incluso más
“arriba”, hacia el Qosqo. O desde el norte, observamos a otros tantos pueblos, como los
omagua, los quijos o los cofán, caminando “la ruta de la sal”, también hacia el Cusco de los
Inkas, en la búsqueda del secreto del Equilibrio Sumaq Kawsay o suma existencia o “vida
plena”.
Danza guerrera: Tobas
Constituyen tradiciones pacíficas de peregrinaciones hacia “la utopía”. Sin embargo, en
contraste con lo anterior, tenemos en la historia a Francisco Pizarro y su hueste guerrera,
bajando desde Puerto Quemado en Tumbes, por el Qhapaq Ñan, la “Ruta de Wiracocha”,
pasando por Cajamarca, hacia el oro del Cusco. ¿Otra clase de peregrinación? tal vez;
marcha colonialista, belicosa, criminal, pero peregrinación al fin, en busca del preciado
metal, como recompensa divina a sus mercenarios objetivos.
Y de todo esto, nos surge la pregunta: ¿Qué de cierto hay en camino utópico y hasta
“mágico” del Qhapaq Ñan?, y ¿Qué tiene que ver tal Ruta con la idea de una “tierra sin
mal”?. Tal vez, la siguiente imagen satelital nos dé material para intentar una respuesta
“científica”.
Imagen del libro “Sumaq Kawsay, la Vida Plena o el Equilibrio del Mundo”, de Javier Lajo en imprenta.
Las ciudades del Cusco, Pucará, Tiwanaku y Oruro equidistan con latitudes y longitudes
en línea recta, 235 km, cada tramo, siendo la distancia total de 705 km en “línea recta”
desde el Cusco hasta Oruro y más allá desde Cajamarca al nor-oeste hasta Potosí al sureste. Al contemplar esta maravilla y el perfecto alineamiento en 45 grados al eje norte-sur,
de Templos y Santuarios sagrados equidistantes, en clarísima foto satelital, me vienen a
la memoria las conclusiones de muchos de los autores que nos hablaron de la «Utopía
Inka» , autores como el Inka Garcilaso de la Vega (1539-1616), Jean Bodin (1530-1596)
José Carlos Mariátegui (1894-1930) y Mario Vargas Llosa (1936-…), unos para
reafirmarla, relacionándola con una sociedad real, ideal, perfecta, o “soñada”; otros para
denostarla como utopía arcaica y así despreciarla y hasta negarla rotundamente, como si
todo hubiera sido una ilusión de intelectuales trasnochados.
¿Qué nos podrán decir ahora, que observamos con nuestros propios ojos algunas
evidencias de algo todavía inexplicable? Al contemplar el camino del Qhapaq Ñan, esa
línea recta que une equidistantemente distintos Templos pre-inkas e inkas, renace la
sospecha de que aconteció, en nuestro territorio andino-amazónico, la cuna de una
utopía.
Tal vez no fuera únicamente una utopía inka. Tal vez sea cierto que hubo desde la época
pre-inka una cultura altamente sofisticada en ciencias y tecnología. Sin embargo, ¿cómo
explicar la existencia de esta maravilla que tenemos a la vista? ¿Existe en alguna otra
parte del mundo o en otra civilización antigua o moderna algo similar a lo nuestro?
Los Andinos tenemos pues una ruta, un método, un “camino de sabiduría” milenario y
único (Ver: Javier Lajo, Qhapaq Ñan la Ruta Inka de Sabiduría; Edit Amaro Runa, Lima
2005). Está trazado y marcado con las piedras milenarias y hermosas de Tiwanaku, el
Cusco, Huanuco-pampa, Cajamarca, Ingapirca…etc. Repetiremos pues la frase cursi: “Ya
tenemos el camino, sólo nos queda transitarlo”. Camino espiritual, en lo fundamental;
camino recto y en diagonal de 45º al eje norte-sur. Camino que solidifica el espíritu y la
unión de Ecuador, Perú y Bolivia, pues esa recta tiene sus puntos máximos que se
prolongan por el noroeste, es decir desde Cusco hasta Cajamarca y el Pacífico; y por el
sureste, desde Oruro hasta Potosí y más al sur aun, por el continente Suramericano,
hasta salir al Océano Atlántico. Esta maravilla geodésica pre-Inka e Inka que muchos
ignoran y otros se tapan los ojos para “no ver”, fue redescubierta por la matemática
holandesa-peruana María Sholten hace ya varias décadas.
El sociólogo Aníbal Quijano, o el economista Virgilio Roel dicen que cuando los europeos
pisaron territorio Inka, recién pensaron o se imaginaron “una Utopía”, al no ver gente
hambrienta, ni pobre. Ambos razonan que tal hecho se pudo deber a la eficiencia agraria
de los Inkas, o nos aportan explicaciones similares. Tales argumentos, aunque
importantes para comprender el cómo de esa utopía real, no son suficientes.
Ensayaremos mas explicaciones y repuestas.
Ya desde Américo Vespucio, se comenzó a forjar la imagen de una “utopía real”
americana, cuando al regresar éste de sus viajes, contaba a sus mecenas de la familia
Medici lo que había visto y vivido en tierras de ultramar. A partir de allí, de sus carta e
informes, fueron muchos los escritores que trataron esa utopía. Tenemos, por ejemplo, al
Inca Garcilaso de la Vega, a Pedro Mártir de Anglería, a Bartolomé de las Casas, a
Mitchel de Montaigne, a Voltaire, a d’Alembert, Campanela, Francis Bacón, Fourier,
Proudhon, estos últimos dos influenciados por Morelly, asiduo lector del Inca Garcilaso y
que según algunos autores (Ver: Edgar Montiel, América en las utopías políticas de la
modernidad; en Cuadernos Hispanoamericanos Nº 658, AECI, Madrid, abril del 2005)
Morelly fue el fundador nada menos que del socialismo utópico y del ecologismo.
Es decir, que ya con el primer informante, que fue Vespucio, se causó tal revuelo en
Europa sobre la utopía vivida en el nuevo mundo, que fue por ello que nuestro continente
acabó llevando su nombre. La sensación causada por las cartas de Américo Vespucio, en
Europa hacían decir a sus habitantes con asombro: “así son las tierras de Américo”. Lo
cual luego se simplificó a “tierras de América” (según nos sugiere Montiel).
A parte, los libros del Inka Garcilaso alcanzaron verdaderos hitos de ventas en una
Europa que hacía poco acababa de descubrir la imprenta. “La Florida” fue traducida a
muchos idiomas y alcanzó hasta 20 ediciones en pocos años, un verdadero fenómeno de
la literatura renacentista, mientras que la obra del mismo autor “Los Comentarios Reales
de los Inkas” (reales por su realismo o veracidad y no por ningún monarquismo),
definitivamente impactó y alteró definitivamente la conciencia de la elite intelectual
europea y renacentista, incorporándoles las ideas o semillas de lo que después vino a
llamarse el socialismo utópico y científico, además del ambientalismo y del ecologismo.
La utopía real americana también influenció a Montesquieu, a Tomas Moro y a Diderot,
entre otros ideólogos de la revolución francesa, que fueron asiduos lectores del Inka
Garcilaso y el gran Rousseau, que si no leyó a Garcilaso, si leía las cartas de su amigo
Lafayette, el que le envió finalmente la Constitución de Norte América, que fue una vulgar
copia de la Constitución Confederativa de las cinco naciones Iroquesas (este es otro gran
tema sobre la “utopía real americana”, que requiere artículo aparte). El nuevo mundo no
era pues tan nuevo por su geografía, sino por las ideas y sueños que provocaban las
“realidades” que en éste “nuevo mundo” los europeos observaban. Dichas ideas,
consideradas utópicas e inalcanzables por los “blancos”, germinaron como semillas en
terreno abonado, en toda la Europa renacentista. Ello les permitió observar el «sumaq
kawsay» o “buen vivir” de los pueblos indígenas, para imaginar y trazar soluciones
civilizatorias (como el socialismo o el ecologismo) que por sí solos los “blancos” nunca
jamás hubieran alcanzado a imaginar o soñar.
Tales ideas utópicas o “paradisiacas” las podemos resumir en siete grandes conceptos,
que hasta el día de hoy no han dejado de resonar en la conciencia de los revolucionarios
y románticos, aquellos que instigaron la revolución norte-americana (1776) y la revolución
francesa (1789).
Estos siete principios, descritos por varios autores, entre ellos el ya citado Edgar Montiel,
serán ideas muy claras e irrefutables, que postulamos aquí:
1. “La libertad reina”, en comparación al reino de una autoridad déspota no elegida, de
reyes y feudales;
2. “Existe el hombre bueno,…no hay jerarquías (aquí se debe entender que no hay el tipo de
jerarquías absolutistas europeas)…y las mujeres andan desnudas…” (se refiere a que las
mujeres no son asaltadas y violadas, porque no hay “propiedad sobre ellas” y
represión sexual como en Europa). Al respecto, Abel Posse escribe: “el oro y las
perlas dejaron de ser la única atracción; en adelante los invasores encontrarían un
gran consuelo. El otro oro fueron los cuerpos (desnudos), todas las clases sociales en
España ―incluidos los eclesiásticos― pronto supieron de esta atracción, del oro
secreto”);
3. “No hay propiedad individual…”. Que es un verdadero cuestionamiento al individuo
mismo.
4. “Las flores y las plumas valen más que el oro y la plata…” (recién se dan las pautas en su
imaginario de que existen civilizaciones con valores totalmente diferentes al oro y la
plata, lo cual se denominó después «relativismo cultural»);
5. “La organización estatal es colectivista” (no hay imperios, sino confederaciones);
6. “Hay un control de la natalidad” (se da el equilibrio entre producción económica y
reproducción de la vida humana); y en lo fundamental…
7. Existe una civilización organizada en cruz (Tawa en lengua Quechua) cuya fuerza
motriz es el trabajo, es decir existe una práctica y una filosofía social de la felicidad por
el trabajo. El trabajo no es un castigo, sino que el trabajo colectivo y organizado
constituye parte fundamental del camino para alcanzar el bienestar y la felicidad del
individuo y la sociedad, punto fundamental del Sumaq Kawsay.
Este último concepto, es el eje de la verdadera utopía real, es la piedra en el zapato de la
conciencia occidental, pues hasta Carlos Marx consideró el trabajo como maldición a
exterminar. De ahí que escribiera alegremente en su imaginario que el comunismo sería
algo así como “irse a pasear en la mañana y a pescar en la tarde”…¡Qué tal comunismo!; Marx
al igual que Aristóteles consideran al trabajo una maldición, como hace también la Biblia,
y de allí que tal concepción del trabajo como el eje de la felicidad social y motor de un
Estado colectivista, que fue la que “delató” el Inka Garcilaso, haya quedado tan enraizada
en la mente de los intelectuales de la llamada “ilustración”, socialistas utópicos y
científicos, románticos y revolucionarios, de aquel viejo mundo que “descubría algo
nuevo”. Algo nuevo, que era de hecho más viejo que lo suyo, pues el vivir bien y en
armonía (el Equilibrio Sumaq Kawsay) es algo que ya practicábamos cuando Europa aun
permanecía cubierta por el hielo de una antigua glaciación.
Pero insistiremos en lo “científico”… y valga la presencia del alineamiento Qhapaq Ñan de
las ciudades o santuarios pre-inkas equidistantes y en 45º al eje norte-sur, para resucitar
un debate (aunque este debate sobre la “utopía”, ya fue abierto por la presencia del
Sumaq Kawsay como principio fundamental de las Constituciones de Bolivia y Ecuador),
puesto que hay que tomarle la palabra a J.C. Mariátegui cuando escribió eso del
“Comunismo Agrario de los Inkas”. Tesis que se ve reforzada por la imagen satelital
adjunta, que nos sirve de evidencia de un “Comunismo Científico de los Inkas”, pero con
otra “ciencia”: La Ciencia Andina.

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