Cada uno con su cuento - Universidad del Valle

Transcripción

Cada uno con su cuento - Universidad del Valle
Cada uno con su cuento: antología comentada...
Cada uno con su cuento
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Cada uno con su cuento: antología comentada...
Cada uno con su cuento
Antología comentada de relatos de escritores
colombianos contemporáneos
Maria Eugenia Rojas Arana
Trabajos de investigación
Escuela de Estudios Literarios
Universidad del Valle
Colombia
5
6
María Eugenia Rojas Arana
Santiago de Cali, marzo de 2010
Rector Universidad del Valle
Iván Enrique Ramos Calderón
Decano Facultad de Humanidades
Darío Henao Restrepo
Director Escuela de Estudios Literarios
Juan Julián Jiménez Pimentel
Coordinador Maestría en Literatura Colombiana
y Latinoamericana
Álvaro Bautista Cabrera
Director Programa Licenciatura en Literatura
Héctor Fabio Martínez
Cada uno con su cuento: Antología comentada
de relatos de escritores colombianos contemporáneos
Trabajo de Investigación
María Eugenia Rojas Arana
Profesora Asociada Escuela de Estudios Literarios
Universidad del Valle
Edición: marzo de 2010
ISBN: 978-958-670-779-4
[email protected]
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier
medio o con cualquier propósito, sin la autorización
escrita del autor.
Ilustración de carátula e imágenes interiores pertenecientes
a la obra Historieta urbana del maestro Ever Astudillo
Diseño y diagramación: Orlando López Valencia,
Unidad de Artes Gráficas
Facultad de Humanidades
Universidad del Valle
Cali - Colombia
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Cada uno con su cuento: antología comentada...
CONTENIDO
AGRADECIMIENTOS
RECONOCIMIENTOS
AL RECUERDO DE UN ESCRITOR
Juan Gustavo Cobo Borda
PALABRAS DE UN LECTOR
INTRODUCCIÓN
11
13
17
19
23
ALEJANDRO JOSÉ LÓPEZ CÁCERES
(Tuluá, 1969)
DIVERSOS ESCENARIOS PARA LA PROFESIÓN DEL ESCRITOR
LA PASIÓN POR CONTAR
“DALÍ VIOLETA”
EL TESTIMONIO DE LA CULPA
31
31
33
42
54
FABIO MARTÍNEZ
(Cali, 1955)
LOS MITOS DE LO URBANO Y LA LITERATURA DE VIAJE
LA ESCRITURA: ESE LARGO DESTINO ÍNTIMO
“LA JOVEN”
EL AMOR COMO LUGAR DE LA ESPERANZA
59
60
63
72
75
GERMÁN CUERVO
(Cali, 1950)
LA CIUDAD IMAGINADA
ESA FASCINACIÓN POR LA ESCRITURA
“EL HOMBRE QUE DESEABA
SALUDAR”
LA METÁFORA DE UN MUNDO QUE SE DESTRUYE
79
79
81
86
86
103
SONIA NADHEZDA TRUQUE
(Buenaventura, 1953)
EL MARAVILLOSO ENTRAMADO DE LA ESCRITURA
VOZ DE MUJER QUE SE BUSCA EN LAS PALABRAS
107
108
109
8
María Eugenia Rojas Arana
“ALGO DEL VERANO PASADO”
EL NARRADOR, UN NUEVO ULISES
115
119
JUAN DIEGO MEJÍA
(Medellín, 1952)
UN PRETEXTO POÉTICO PARA IMPEDIR EL OLVIDO
LOS SIGNOS DEL NIHILISMO Y LA MELANCOLÍA
“CAMILA TODOSLOSFUEGOS”
UN DIÁLOGO NECESARIO ENTRE EROS Y TÁNATOS
123
123
126
134
143
GABRIEL JAIME ALZATE OCHOA
(Medellín, 1951)
HISTORIAS PARA SALVARNOS DEL HASTÍO
LA TRASCENDENCIA BUSCADA
“DESDE EL BALCÓN”
EL DRAMATISMO DE LA SOLEDAD
147
147
150
160
165
HAROLD KREMER
(BUGA, 1955)
El CAMINO RECORRIDO EN LA ESCRITURA
OTRAS PUBLICACIONES:
EL COMPROMISO LITERARIO COMO SENTIDO
DE LA EXISTENCIA
“EL PRISIONERO DE PAPÁ”
UNA TRAMA MAESTRA
169
170
171
172
172
188
193
HERNÁN TORO
(Tulúa, 1948)
RECORRIENDO LOS LABERINTOS
DE LA CONDICIÓN HUMANA
UNA RELACIÓN PRIVADA Y CASI SECRETA
CON LA LITERATURA
“EL LUTO DEL VECINDARIO”
LO VEROSÍMIL COMO ILUSIÓN DE LO REAL
CARLOS PATIÑO MILLÁN
(Cali, 1961)
Y TAMBIÉN LA POESÍA
LA CELEBRACIÓN DEL HALLAZGO DE LO INCIERTO
“ÚLTIMO DIA DE ENERO: SONIA ESTÁ MUERTA,
YO ESTOY EN PROBLEMAS”
LA FICCIÓN COMO EFECTO DE LA REALIDAD
199
200
200
200
2 10
218
223
224
224
233
237
Cada uno con su cuento: antología comentada...
JAVIER TAFUR GONZÁLEZ
(CALI, 1945)
TEXTOS PARA RECORDAR
RECUPERANDO LAS MEMORIAS DEL ALMA
ESOS OTROS MUNDOS QUE DE ALGUNA MANERA EXISTEN
“DÍA DE REGRESO”
LA RESPONSABILIDAD DEL NARRADOR
“EL SAMÁN”
COMO EN UN SUEÑO
“LA BESTIA”
LA LIBERTAD DEL MITO
“LA VISITA”
EL DOBLE
“EN LA EXPOSICIÓN”
ESA OTRA FICCIÓN
9
243
244
245
251
252
252
253
253
254
254
255
255
255
256
JULIO CÉSAR LONDOÑO
(Palmira, 1953)
TEXTOS PARA UN LECTOR QUE LEA DESPACIO
Y SONRÍA RÁPIDO
LA ESCRITURA, UN DIVERTIMENTO
“LA LÁMPARA”
CONTAR PARA NO MORIR
260
261
267
273
TIM KEPPEL
(Carolina del Norte, 1955)
TESTIMONIOS DE UN MUNDO QUE LO CAUTIVA
BUSCANDO EL DESTINO EN LAS REVELACIONES DEL AZAR
“LA BALADA DE LAS BALLENAS JOROBADAS”
LA EXPERIENCIA DE LO INEFABLE
279
279
280
287
298
CONSUELO TRIVIÑO ANZOLA
(BOGOTÁ, 1956)
EL RELATO, ESE LUGAR DE LA LIBERTAD
Y EL JUEGO
EL EXILIO COMO TOMA DE DISTANCIA DE SÍ
“LA MUÑECA”
AQUELLO QUE LA REALIDAD SE ATREVE A IMAGINAR
303
304
304
306
311
318
EDUARDO GARCÍA AGUILAR
(MANIZALEZ, 1953)
EL TESTIMONIO DE LA ERRANCIA
323
323
259
10
María Eugenia Rojas Arana
LA ESCRITURA, UNA ELECCIÓN NECESARIA
“REMEMBER CHAPINERO”
LOS AZARES DE UNA NATURALEZA CAMBIANTE
325
338
347
EDUARDO DELGADO ORTIZ
(Pasto, 1950)
FABULAR PARA DAR CUENTA DE LO INSOSPECHADO
LA EXISTENCIA COMO METÁFORA
DE LA FICCIÓN
“PARECÍA UN GALÁN DE CINE,
ERA MOREIRA”
LA FASCINACIÓN POR EL CRIMEN
CONCLUSIONES
353
353
355
355
361
361
368
370
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
371
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AGRADECIMIENTOS
A la Universidad del Valle y a la Escuela de Estudios Literarios,
de la Facultad de Humanidades, por el tiempo concedido para esta
investigación.
A Darío Henao Restrepo, Decano de la Facultad de Humanidades
y a los Directores de la Escuela de Estudios literarios, Alejandro
José López Cáceres y Julián Jiménez Pimentel, por el apoyo que
hizo posible la culminación de mi trabajo.
A los escritores y escritoras elegidos por la excelente acogida a
esta convocatoria.
Al escritor y colega Fabio Martínez, quien con sus sabios consejos
orientó mi búsqueda.
Al pintor y amigo Ever Astudillo, cuyo talento estético ilustra
este libro.
Al investigador y poeta Elías Mejía por su lectura y generosas
palabras.
A mis evaluadores los profesores, Hernando Urriago Benítez
(por sus valiosas sugerencias en cuanto al estilo del libro) e Ida
Viviana Valencia Ortiz.
A Zuleyma Zea y Carolina Serrano, colaboradoras en la digitación
de este trabajo.
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RECONOCIMIENTOS
A la memoria de mis padres, Luis Ernesto Rojas Vélez, quien me
enseño a vivir la vida en el ejercicio de la libertad y a disfrutar de las
ficciones literarias, y Ana J. Arana, interlocutora y crítica amorosa
de mi escritura con quien compartí tantas tardes de lectura.
A mis hermanos: Luis Ernesto, Hugo Fernando, Francisco José
y Axel Gustavo Adolfo, compañeros entrañables de las aventuras
que nutrieron los imaginarios que tanto amo.
A mi sobrino Alejandro Rojas Martínez, quien alentó siempre
mi búsqueda investigativa.
A la paciencia de aquellos amigos y amigas que soportaron la
lectura de mis primeros borradores.
Especialmente a Pedro Luís Franco y Cristina Quintero, que han
seguido la génesis de estos temas.
A todos los maestros y alumnos cuyas enseñanzas han guiado
mis días.
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A mi hijo Eduardo Serrano Rojas por creer en mis
proyectos, por cuidarme siempre y por compartir conmigo la
alegría, los sueños y nuestra mutua pasión por el arte
y por la vida.
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AL RECUERDO DE UN ESCRITOR
¿Cómo acumular el saber,
Ordenarlo y hacerlo diáfano
Ahora que no existe centro ni sentido?
¿Cómo hacer que las palabras sirvan
En países insuficientes
Atiborrados de piadosas mentiras?
Sin embargo la pasión
Que asoma en medio de líneas contenidas.
El involuntario esfuerzo de morir y renacer,
Tantas veces,
Viviendo la vicaria vida de sus protagonistas
le otorgaban la suficiente alegría .
el resto es ya sabido:
despues de su muerte
un joven, en una librería de segunda,
rescatará su volumen
y al abrir por primera vez
páginas amarillas
disfrutará, en una tarde de lluvia y frío
su inolvidable arte inútil.
Juan Gustavo Cobo Borda
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Cada uno con su cuento: antología comentada...
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PALABRAS DE UN LECTOR
Cuando fui invitado por María Eugenia Rojas Arana a escribir, desde mi condición de lector, unas palabras liminares para
su libro Cada uno con su cuento. Antología comentada de relatos
de escritores colombianos contemporáneos, no pensé en el
deleite al que me vería abocado al aceptar el honor de efectuar
ese trabajo.
Dicho lo anterior, debo comentar que a medida que me
adentraba en la lectura de este libro, antes de hallar piso dónde
apoyar los pies de lo que serían estas palabras, mi sorpresa crecía
en paralelo al hecho de que me era permitido observar el agradabilísimo estilo de autores que no conocía; de otros que, aun
sabiendo de su existencia, no me había detenido antes a mirar
su obra, y a la constatación de que algunos ya leídos, consagrados con justa razón en forma simultánea por lectores y
crítica, mantienen, desde sus comienzos literarios, igual de
refinado el nervio de su escritura.
Si algún día alguien me hubiese preguntado qué quiero
encontrar cuando tengo en mis manos una antología, no
hubiese vacilado en responderle que quiero encontrar datos
biográficos suficientes para ubicar al autor espacial y temporalmente, de manera que, pueda entrever sus gustos e influencias antes de dedicarme a su lectura; también, le hubiese
respondido que, como es natural, quiero encontrar una buena
muestra de su obra, ojalá escogida entre lo mejor de su conjunto.
Pero, tal vez nunca se me habría ocurrido responderle que
quiero leer en el mismo tomo entrevistas con los escritores, tal
como se puede hacer en esta excelente antología.
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María Eugenia Rojas Arana
Al momento de formular estas elementales reflexiones,
pensaba también otras cosas. Por ejemplo, que las distintas
maneras de presentar antologías, además de corresponder al
gusto de sus compiladores, dependen incluso de las cláusulas
de los contratos con las editoriales, que son a veces rígidas,
limitan el número de páginas y van a lo suyo, a la muestra, en
forma escueta, de una obra o de un género. Debido a eso, tantas
antologías contienen en su mayoría muy flacos datos vivenciales
—como fechas de nacimiento y muerte, a la manera de los
obituarios—, que dejan al lector lejos en relación al contexto
que ha forjado la personalidad de cada escritor permitiéndole,
en consecuencia, la elaboración de los matices de su escritura.
Existen, pues, antologías que, así, en lugar de acercar, podrían
apartar al ilusionado lector del sujeto de su curiosidad o de su
estudio.
Ha sido concebida esta nueva antología, de la manera más
completa que hasta el momento he topado en mi camino de
lector, porque contiene, en primera instancia, las reseñas
biográficas y bibliográficas habituales; en segunda instancia,
en las respuestas al cuestionario elaborado por María Eugenia,
nos enseña al ser humano ante la literatura a partir de la iniciación y los gustos personales —encuentros con las bibliotecas
paternas, variedad de autores y de ejemplos vistos en la niñez,
novelas o cuentos leídos en la adolescencia, etc.—, para luego
acercarnos, en tercera instancia, como mediante un zoom—
in, a cada uno de los escritores con una muestra de lo que les
ocupa en su actual quehacer literario: temáticas de lo cotidiano
tratadas mediante inesperadas reflexiones de marcada sorpresa
ante la vida; analogías y sátiras; crudos análisis e incluso novísimos apotegmas, epítome de intensas experiencias o resultado
de atentas observaciones. Y, luego, claro, “para completar el
tejido de las significaciones”, vienen las conclusiones de la
compiladora, estructuradas mediante un análisis sintetizado,
nada pretencioso, efectuado a partir del examen, la aplicación
de la Semiótica Narrativa, la sensibilidad y una íntima relación
con autores y obras.
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Confieso que el encuentro con las entrevistas de los invitados
a integrar el tomo de Cada uno con su cuento. Antología comentada de escritores colombianos contemporáneos, fue apenas
una de las sucesivas satisfacciones que me deparó esta lectura.
Salvado el compromiso con María Eugenia, que acepté cumplir
entre gustoso y sorprendido —nunca se me hubiese ocurrido
pensar que me confiaría tan agradable responsabilidad—, deseo
compartir con futuros lectores, como si estuviese charlando al
calor de unos rones en algún corrillo intelectual de Cali, la
sensación que tuve de haber percibido una parte de nuestro
mundo, mirando a través de las múltiples ventanas de estas
páginas.
Vi mucha calidad en los cuentistas, lo que no me sorprende,
pues complementando lo que les indicaba desde un principio
su inclinación por el arte de la literatura, se han formado en la
academia y son, además, profesionales universitarios forjadores
de juventud; público éste que, asimismo, los reconoce como
virtuosos de la escritura, que los acepta y los ama y al cual,
como bien se sabe, no se le puede meter gato por liebre.
Por eso es tan grato leer la antología que nos entrega María
Eugenia Rojas Arana. Porque nos permite, más que “una
mirada con un enfoque de reojo”, casi un tête a tête con los
autores; mientras los leía, recalco, “yo permanecía muy contento porque estábamos de acuerdo en los juicios y coincidíamos
en observaciones acerca de una cantidad de asuntos y aficiones.” No diré de quién son las frases que pongo entrecomilladas,
para invitar a los lectores a que las encuentren en el libro, como
otra propuesta lúdica.
Termino deseando que muchas personas, en congresos y
simposios o en la vida diaria, tengan el gusto de leer este trabajo.
Y gracias por esta generosa invitación.
Elías Mejía. Calarcá, 24 de enero de 2010.
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INTRODUCCIÓN
El cuento como relato es una forma ficcional que recorre la
historia de la humanidad, testimoniando sus diversas culturas,
sueños y temores. Este género literario toma sus temas de mitos,
parábolas, leyendas, noticias, anécdotas y crónicas que hablan
de la sensibilidad de una época determinada y de los escritores
que trabajan con rigurosidad el lenguaje verbal, para inventar
narradores, personajes y sucesos en espacios y tiempos de
mundos paralelos construidos con la libertad semejante a la de
los sueños o a la de las fantasías diurnas.
A finales del siglo pasado y comienzos de este, en nuestro
país el relato expresa su relación con el mundo contemporáneo
y posibilita otras maneras de leer críticamente, reflejando
nuestra lucha por seguir siendo colombianos, en medio de las
contradicciones y violencias de la época convulsionada en que
nos ha tocado vivir cuando lo más deseable se ve amenazado y
se mezcla con transformaciones de vértigo a nivel social y
cultural, generando referentes pasionales amados y odiados para
sentir la vida cotidiana.
En Colombia no abundan los estudios sobre la cuentística
que se ha producido en los últimos años tanto desde nuestras
ciudades como desde la multiplicidad de nuestras regiones,
impidiendo que el trabajo literario de los autores y autoras se
conozca y valore suficientemente. Dialogar con ellos permite
evidenciar sus diversos procesos creativos y las reflexiones sobre
su escritura solitaria, accediendo a nuevas sensibilidades y
temáticas cruciales como el amor o el erotismo, el suspenso o
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María Eugenia Rojas Arana
el crimen, universos narrativos variados que hacen parte de
nuestro imaginario colectivo.
Los nuevos contextos creados en los relatos constituyen la
clave que nos permite acceder a otros mundos posibles, para
encontrarnos con personajes que actúan, sueñan y despiertan
en un juego de identidades, de afectos y valores que tocan
nuestras fibras más íntimas.
La escritura de este libro busca dar cuenta de la polifonía de
voces que nos llaman y provocan, para acercarnos a esos otros
seres que nos habitan, nos producen miedo en las noches sin
sueño y nos permiten recuperar el disfrute por el viejo goce de
lo vivido.
En este sentido, busco rastrear el pensamiento de aquellos
que con el artificio de la palabra escrita, imponen en sus relatos,
sus maneras de ver, explorando juegos de ficción, construyendo
otros estados de alma para soportar lo inexplicable y denunciar
en acto, las diversas realidades de nuestra tragedia nacional.
Los cuentos y cuentistas seleccionados responden al deseo
de disfrutar sus historias, de hacer un reconocimiento a aquellos
escritores y escritoras que han demostrado en un trabajo
continuo, a través de los años, el valor de su escritura, y ofrecer
una lectura reflexiva y documentada de sus relatos, con el
propósito de enriquecer la búsqueda analítica de otros investigadores, autores y lectores del género.
Algunos de los elegidos como Fabio Martínez, Harold
Krémer, Alejandro José López, Hernán Toro, Carlos Patiño,
Javier Tafur, Gabriel Jaime Alzate, Eduardo Delgado y Tim
Keppel, viven en Cali, gracias a lo cual he tenido el privilegio de
convocarlos y conversar personalmente con ellos. A quienes
habitan en otras regiones colombianas, como Germán Cuervo,
Sonia Truque, Juan Diego Mejía y Julio Cesar Londoño, he
logrado entrevistarlos por correo o en sus visitas a nuestra
ciudad. Los que están en el exilio, como Consuelo Triviño y
Eduardo García Aguilar, cuyos libros me han permitido viajar
y conocer por su experiencia las costumbres, paisajes, modos
de vida y códigos diversos de comportamiento que nutren su
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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escritura, los he contactado a través de la red virtual de la
Internet.
Una nota especial merece el escritor Tim Keppel, quien a
pesar de ser de origen norteamericano ha sido incluido en esta
antología de autores colombianos pues la circunstancia de vivir
en nuestro país durante varios años le ha permitido viajar por
nuestras regiones, observar aspectos de nuestra cultura y rasgos
de nuestra identidad que recoge con una mirada atenta y
respetuosa y con el más fino humor en su libro de cuentos,
“Alerta de terremoto”, para hacernos ver el país que hemos
olvidado y testimoniarlo en una escritura que lo revela como
un maestro del género.
Sé que faltan otros escritores igualmente valiosos con cuya
presencia hubiera querido contar, pero la dificultad de ser
contactados, la extensión y el tiempo de la investigación, no lo
hizo posible. Algunas veces me pregunto si tendré otra oportunidad para convocarlos y realizar otra antología, indagando
nuevos estilos, temas y extraños juegos de sentido que permite
la postmodernidad y sus desafíos, en el reino de las invenciones.
Quiero dejar esta posibilidad a los caprichos del azar maravilloso.
El trabajo sobre cada autor está dividido en cinco partes: la
primera da cuenta de su formación y recorrido escritural; la
segunda reseña sus textos más relevantes; la tercera presenta
el resultado final de las entrevistas realizadas, permitiendo por
medio del diálogo, un acercamiento a su propia subjetividad y
a las reflexiones sobre sus preocupaciones literarias; en la
cuarta se presenta el cuento elegido y la quinta ofrece un
comentario analítico del mismo.
Como las entrevistas se realizaron en diferentes momentos,
entre septiembre de 2008 y diciembre de 2009, se especifica en
cada caso la fecha de su edición final; los datos bio—bibliográficos de cada entrevistado corresponden a la fecha aproximada en que se celebró la última charla. En consecuencia, el
orden de presentación en el desarrollo de la investigación
obedece a estas mismas circunstancias.
26
María Eugenia Rojas Arana
La idea de escribir esta antología comenzó a perfilarse
después del penoso accidente que sufrí en julio del 2008 y que
me recluyó inevitablemente en casa. Durante mi convalecencia
aproveché el tiempo de la inmovilidad para leer y releer relatos
y artículos sobre estos autores; sólo a finales del mismo año
comencé a hacer realidad el proyecto que hoy termino.
En mi lectura me apoyo en el campo teórico—metodológico
que estudio desde hace varios años y que propone la Semiótica
discursiva, con el objetivo de construir un modelo narratológico
coherente que permita el comentario analítico de cada uno de
los contenidos elegidos, buscando dar cuenta del proceso de
enunciación de los mismos, observando la construcción de
narradores y personajes, así como los temas que se tejen y sus
efectos de lenguaje.
En consecuencia, como elección metodológica he consultado
los textos Metodología del análisis semiótico, de Desiderio
Blanco y Raúl Bueno; Historia y discurso: la estructura
narrativa en la novela y en el cine, de Seymour Chatman;
Análisis Semiótico del discurso. Del enunciado a la enunciación,
de Joseph Courtés; Semiótica. Diccionario razonado de la teoría
del lenguaje, de A. J. Greimas y J. Courtés; El relato mínimo,
La narración literaria y Crítica de la omnisciencia, de Eduardo
Serrano Orejuela; El estilo indirecto libre y las maneras de
narrar, de Oscar Tacca y Las fabulaciones de Maqroll el
Gaviero. Narración y desesperanza en la obra de Alvaro Mutis,
libro de mi autoría.
Para situar la teoría del cuento, su historia y especificidad,
fundamento mis lecturas en Teoría y técnica del cuento, de
Enrique Anderson Imbert; En busca del unicornio: Los cuentos
de Julio Cortazar, elementos para una poética de lo
neofantástico y Algunos aspectos del cuento, de Jaime Alazraki;
Como se cuenta un cuento, de Gabriel García Márquez; Así se
escribe un cuento, de Mempo Giardinelli y Teorías del cuento
I , Teorías de los cuentistas, de Lauro Zavala.
Otras antologías que ubican la contemporaneidad de
narradores colombianos han ampliado mi universo cognitivo
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y me han permitido hacer una revisión crítica de la producción
literaria de los escritores elegidos, a saber: Literatura y Cultura.
Narrativa colombiana del siglo XX, escrita por Ángela Robledo,
María Mercedes Jaramillo y Betty Osorio (Compiladoras);
Antología del cuento corto colombiano, de Guillermo
Bustamante y Harold Kremer (Compiladores); Colección de
cuentos colombianos, de Harold Kremer; Sobre literatura
colombiana e hispanoamericana, de Eduardo Camacho
Guizado; Historias de amor, salsa y dolor, de Germán Cuervo;
Cuentos sin cuenta. Antología de relatos de escritores de la
generación del 50, de Fabio Martínez; Cuentos de fin de siglo,
de Luz Mery Giraldo, El cuento colombiano, de Eduardo
Pachón Padilla y El minicuento fantástico de Javier Tafur.
A manera de conclusión, quiero expresar que las razones
que me movieron a realizar esta antología obedecen a diversas
motivaciones de orden subjetivo y objetivo. De un lado, siempre
quise conocer personalmente aquellos escritores cuya sensibilidad no me era ajena y que llevaron a hacer volar mi imaginación por ignotos parajes, donde todo es posible; luego
objetivamente se impuso el deseo de saber de sus vidas, del
origen de sus historias, de la manera como estaban hechas,
entonces me acerque a ellos sigilosamente, como quien investiga un crimen; así, el trabajo se hizo más placentero, en la
exploración voyerista que permite la nueva mirada. El resultado
final es aún más gratificante por el goce sentido al conocerlos
mejor y permitir que me cautive alguno de sus personajes que
tanto admiro. El sucumbir a su seducción, me hizo decir como
Cecilia, la encantadora protagonista interpretada por Mía
Farrow en “La rosa púrpura del Cairo”, al salir de una proyección cinematográfica y referirse a Tom Baxter, galán romántico
que se sale de la pantalla para corresponder a su intenso amor:
“Acabo de conocer a un hombre maravilloso. Es de ficción,
pero bueno, no se puede tener todo”.
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Cada uno con su cuento: antología comentada...
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ALEJANDRO JOSÉ LÓPEZ CÁCERES
(Tuluá, 1969)
Licenciado en Literatura, Especialista en Prácticas Audiovisuales, Magíster en Literaturas Colombiana y Latinoamericana de la Universidad del Valle (Cali). Finalista en varios
concursos nacionales e internacionales, entre ellos, Art Nalon
Letras 2003, en cuento corto (Asturias, España). En 1999
obtuvo el primer puesto de la Asociación Iberoamericana de
Televisiones Regionales y Afines, en reportaje (Valencia,
España). En este mismo año publicó el libro de crónicas y
reportajes Tierra posible; en 2003, el libro de ensayos Entre la
pluma y la pantalla: reflexiones sobre literatura, cine y
periodismo; en 2005, el libro de cuentos Dalí violeta; en 2007,
las entrevistas y crónicas de Al pie de la letra. Es autor de varios
ensayos sobre literatura, cine y periodismo publicados en
diversas revistas universitarias e integrante del taller literario
Botella y Luna. Profesor Asociado de la Universidad del Valle,
fue director de la Escuela de Estudios Literarios de la misma
universidad y actualmente realiza estudios de Doctorado en
Literatura y Medios audiovisuales en la Universidad Complutense de Madrid.
DIVERSOS ESCENARIOS PARA LA PROFESIÓN
DEL ESCRITOR
Tierra posible, un conjunto de crónicas cuya impresión hizo
Nueva Metáfora Ediciones en 1999, en Cali, es el primer libro
publicado por Alejandro José López, quien en 1997 hizo un
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María Eugenia Rojas Arana
largo viaje con el objetivo de realizar diez documentales para
televisión sobre Derechos Humanos. Durante seis meses se
desplazó por varias zonas de conflicto, triste escenario de la
guerra en nuestro país, testimoniando el horror, la miseria y la
muerte provocados por los violentos, como también por las
esperanzas, ilusiones y realizaciones de los gestores de paz.
En ocho textos escritos con un lenguaje sencillo y fluido,
López Cáceres narra los destinos de seres humanos que se
atreven a seguir habitando las tierras que los vieron nacer,
buscando hacer de ellas una “tierra posible” y, al enfrentarse a
sus circunstancias, se oponen pacíficamente a la violencia
política que los circunda. Dicha violencia, ligada a intereses de
orden económico, es la que muchas veces determina sus
infortunios e incluso la crueldad de sus muertes.
Entre la pluma y la pantalla: Reflexiones sobre literatura,
cine y periodismo es un libro que consta de nueve ensayos
críticos, los cuales indagan el estado actual de la industria
editorial y el periodismo cultural, así como la obra de algunos
autores. Fue publicado por el Programa Editorial de la
Universidad del Valle (Cali) en 2003. Se divulgan aquí temas
contemporáneos, valores y representaciones culturales que
circulan en un mundo globalizado que avasalla por su exceso
informativo, su velocidad de vértigo y su refinamiento audiovisual. En medio de este escenario, el autor parece tomar partido
por la palabra en relación con los nuevos medios (cine, televisión, Internet). En cualquier caso, lo cierto es que estas
nuevas circunstancias han hecho que se redefina el oficio
estilístico de la escritura en los últimos tiempos, llevando a que
los autores oscilen “entre la pluma y la pantalla”.
Dalí violeta, primer libro de cuentos de su autor, fue
publicado por la Fundación Literaria Botella y Luna (Cali) en
2005. Con tramas universales que indagan las paradojas de la
condición humana, especialmente aquellas que tocan temas
como el amor y el odio, la ternura y el crimen, el devenir y la
muerte, se cuentan estas historias citadinas. Ellas ejercen su
efecto de sorpresa y manipulación del lector, en desenlaces
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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inesperados pero verosímiles, donde incluso el horror es narrado
con naturalidad inusitada.
En estos cuentos se vuelve sobre asuntos de la vida de hoy,
tales como la publicidad, que convierte el amor en un juego
desde el cual se manipulan las sensibilidades y que hace de él
una mercancía más, o como el desgaste de las relaciones de
pareja, cuya cotidianidad compartida las corroe hasta la incomunicación y el aniquilamiento. Así que el lector contemporáneo se reconocerá fácilmente en estos entramados de un
mundo que no le es ajeno.
Al pie de la letra, recopilación de quince trabajos periodísticos, catalogados como entrevistas, artículos y crónicas, fue
publicado por la Facultad de Humanidades de la Universidad
del Valle (Cali), en el 2007. Este libro busca establecer un diálogo
entre la crítica literaria y el periodismo, propiciando el debate,
el entretenimiento y la divulgación de diversos temas de
actualidad. Para hacerlo apela a géneros como el diálogo (“Las
páginas que le sobran a Capote), el apólogo (“Apólogo del taller
literario”), el ensayo (“Diversas maneras de contar”), la crónica
periodística (“El rey más difícil de coronar”) y la entrevista
(“Enrique Vila—Matas o la libertad del escritor”). Las entrevistas
con los escritores R. H. Moreno—Durán y Arturo Alape, y las
crónicas sobre Estanislao Zuleta y Carlos Restrepo rinden un
sentido homenaje a reconocidos personajes de las letras que ya
no están entre nosotros, pero que, por su carácter de maestros,
permanecen en nuestra memoria.
LA PASIÓN POR CONTAR
Mientras me dirijo a casa de Alejandro José López Cáceres
para realizar esta entrevista, pienso en el muchacho que hace
algunos años conocí como estudiante en la Universidad del
Valle, en mi curso de Cuento Latinoamericano. Lo dibujo en
mi memoria y me conmueve la subjetividad que reinventa mi
recuerdo. Siempre me sorprendió gratamente su carácter
amable, su interés por el otro y el apasionamiento propio del
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María Eugenia Rojas Arana
que ama las letras, la música, el cine y el debate. Veo con
satisfacción que a través del tiempo y a pesar de haber asumido
demasiado joven su trabajo como director en la Escuela de
Estudios Literarios, sus compromisos laborales no le impiden
escuchar a sus colegas o estudiantes con atención y mantener
una actitud franca y generosa en torno a los quehaceres literarios o los azares que lo cotidiano nos plantea.
En su casa del sur de la ciudad logro compartir momentos
de su existencia, los cuales dan cuenta de su amor por el hogar
construido con su esposa Sorangie y con su hijo José Jacobo,
uno de sus trillizos, quienes de cuando en cuando hacen parte
de nuestro diálogo. Me siento cómoda frente a este hombre
que se da en cada gesto, que gesticula y se mueve constantemente para traer de su biblioteca el libro que desea mostrarme
porque ilustra lo que dice, o que captura mi atención al
comentar con entusiasmo y leer apartes de la novela que ahora
escribe.
Esta es la síntesis de nuestra conversación sostenida una
cálida noche de septiembre de 2008. El escritor viajó a finales
de este año a Madrid a realizar sus estudios de Doctorado en
Literatura y Medios Audiovisuales en la Universidad Complutense de esta ciudad.
¿De dónde te viene el oficio de escritor y el amor por los libros?
Yo soy hijo de César Tulio López, un profesor de literatura y
de Aura María Cáceres, una amorosísima ama de casa. En el
hogar donde crecí hubo siempre libros. Recuerdo que veía a
mi papá leyendo todo el tiempo, excepto cuando compartía
unos tragos con sus amigos —porque le ha gustado la bohemia—; pero incluso en esos momentos hablaba con ellos de
literatura y, algunas veces, de política. Entonces yo, que era
un niño, lo escuchaba con atención, embelesado; de manera
que mientras él tomaba cerveza, yo me bebía sus palabras.
¿Tal parece, entonces, que tu vida infantil determinó tus
elecciones literarias?
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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Tanto así que en mi casa de Tuluá teníamos un cuarto
especial. Lo llamábamos La Pieza de los Libros y había allí
estanterías repletas. En los anaqueles más bajitos, mi papá
ubicaba unos libros bellísimos, versiones infantiles de los
clásicos, ilustradas; por ejemplo éste, que yo recuperé porque,
con el tiempo, se había desvencijado: es “El cantar de Mío Cid”.
Hermoso, ¿cierto? Sólo ahora que lo pienso, ya de adulto, caigo
en la cuenta de que esos libros fueron puestos ahí deliberadamente para que nosotros, sus hijos, nos familiarizáramos
con ellos, los ojeáramos y, entre un descuido y otro, mordiéramos su delicado anzuelo.
En el terreno de la escritura, ¿a quiénes consideras tus
maestros?
Soy un escritor que viene de la academia; es decir, también
he estudiado literatura de manera formal. Por otra parte,
siempre he sido profesor, desde muy joven. Esto significa que
me he movido en dinámicas fuertes de aprendizaje, así que en
el plano vivencial he tenido muchos y muy buenos maestros.
Mi padre fue el primero de ellos. Luego llegué, con diecisiete
años, a la Universidad de Valle y ustedes, los profesores de la
Escuela de Estudios Literarios, me marcaron de modo
definitivo.
En el plano de los libros, he vivido lo que normalmente le
sucede a una persona de letras: conforme pasan los años, uno
va acumulando lecturas. Pero nunca he sido fanático de un
solo autor. Más bien diría que me apasionan ciertas épocas;
por ejemplo, el siglo XIX europeo —muchas veces he sentido
que me habría gustado vivir en ese entonces—, o la primera
mitad del siglo XX norteamericano, o los años 60 y 70
latinoamericanos. De cada uno de estos momentos me he
regalado un puñado de obras. En el primer caso, la triada mayor
de la novela realista francesa me ha dado mucha felicidad:
Rojo y negro de Stendhal, Papá Goriot de Balzac y Madame
Bovary de Flaubert. En el segundo, novelas como El Sonido y
la Furia y Absalón, Absalón de Faulkner, o La perla de Steinbeck,
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María Eugenia Rojas Arana
o los cuentos de Hemingway, son verdaderos prodigios
literarios. Y en el tercero, me resulta fundamental lo que nos
han legado nuestros abuelos del Boom, especialmente los
cuentos de Borges, Cortázar, Gabo o Rulfo, y la novelística de
Vargas Llosa y García Márquez. Mirá lo que son las cosas, uno
se pone a hacer el inventario y no acaba, porque son muchos
años y una gran cantidad de páginas memorables.
¿Cómo defines el carácter de un buen cuento?
Uno puede rastrear la concepción y configuración del cuento
moderno en la obra de sus tres grandes maestros durante siglo
XIX: Poe, Maupassant y Chéjov. En ellos hay una gran capacidad de condensación, tanto de la anécdota como de los
ambientes y las caracterizaciones. Dado que el cuento es un
universo cerrado, su práctica obliga a un ejercicio de precisión.
No caben en su ámbito las digresiones inútiles ni los ornamentos, así que su recorrido necesita imitar lo que hace una
flecha cuando se desprende del arco: su razón de ser es dar el
blanco. No creo, sin embargo, que ese blanco sea necesariamente un efecto de sorpresa. Aunque Poe y Maupassant
usualmente lo practicaban de este modo, Chéjov prefería los
finales que se diluyen. Alguien podría entonces preguntarse:
¿qué tienen en común los tres? Me parece que algunas anotaciones en esta dirección, entre otras cosas, podrían ayudar a
construir un criterio de valoración. Diríamos: aunque un buen
cuento trata un solo asunto, siempre cuenta dos historias —la
manera de imbricarlas constituye, justamente, el mayor desafío
técnico para su autor—; un buen cuento captura la atención
del lector y la mantiene hasta el final, de modo que su escritura
y su narración implican una cierta “prestidigitación verbal”;
un buen cuento logra operar en el lector una especie de revelación, de allí se deriva que llegue o no a ser inolvidable; un
buen cuento se la juega toda por ser inolvidable.
¿Son importantes para tu producción literaria las teorías
acerca de la narración o las técnicas de escritura?
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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Este tipo de libros llega a ser muy útil, pero frecuentarlos
demasiado tiene también sus riesgos. Me explico: un narrador
necesita conocer muy bien las herramientas de su oficio, del
mismo modo en que para un médico es indispensable saber
anatomía. Esto le permite al escritor hacer su labor de un modo
deliberado, conociendo las particularidades de la materia con
la cual trabaja y, así, procurar la construcción de un texto
literario. Lo contrario sería escribir de manera ingenua, a tientas,
y esperar que la casualidad te lleve a “cometer literatura”. Sin
embargo, plegarse demasiado a las diferentes preceptivas
literarias puede hacerte suponer que con ellas es suficiente,
puede crearte la ilusión de que la escritura es un asunto de
fórmulas. Por eso pienso que este tipo de lecturas debe
decantarse y, sobre todo, contrastarse con textos literarios
propiamente dichos. En este sentido y dado que los buenos
narradores suelen ser escépticos, me parecen muy valiosas las
conceptualizaciones hechas por ellos mismos. Aplicados al
cuento como género, uno se topa con trabajos recientes que
son muy lúcidos, como Formas breves de Ricardo Piglia, o Así
se escribe un cuento de Mempo Giardinelli. Esto sin contar los
ensayos que son ya clásicos y cuyos autores van desde Poe hasta
Cortázar; o los famosos decálogos, como el de Quiroga o el de
Monterroso; o, incluso, las correspondencias epistolares entre
los propios escritores.
¿Cuál es tu mejor cuento?
Esa valoración tendría que venir del lector, porque, al
escribir, uno da siempre lo mejor de sí. Recuerdo que Raymond
Carver, ese extraordinario maestro norteamericano del cuento,
citaba una expresión de Ezra Pound: “El esmero es la única
convicción moral del escritor”. Por supuesto, eso no garantiza
que las cosas salgan como se espera; pero a uno se le va la vida
en ese esmero.
También es cierto —como lo han repetido muchos autores—
que escribir es reescribir. Los cuentos recogidos en mi libro Dalí
violeta fueron reelaborados durante más de dos décadas. Las
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María Eugenia Rojas Arana
primeras versiones obedecieron al mero impulso creativo, a
finales de los años ochentas; luego, cuando ya me había
graduado en literatura, quise saber si estos relatos tenían algo
en común. Al revisarlos, me di cuenta de que había dos grandes
temas que los atravesaban de diversos modos: el deseo y la
culpa. Entonces los reescribí, pensándolos como un libro; no
obstante, como el resultado me dejó insatisfecho, preferí
regresarlos al cajón. A mediados de los noventa, después de
haber cursado una maestría en literatura y estudiado técnicas
narrativas con un ahínco muy parecido al fanatismo, me sentí
listo para otra reescritura. Algunos amigos cercanos leyeron
esta nueva versión y me animaron a publicar. En esas estábamos, mirando diagramaciones y diseños de carátula en una
oficina de la Universidad del Valle, cuando apareció el profesor
Julio César Villa con un libro bajo el brazo:
—¿En qué andan? —preguntó de paso.
—Preparando la edición de este libro de cuentos que escribió
Alejo —contestó uno de mis amigos.
—¿Qué llevás ahí? —le dije.
—A Julio Ramón Ribeyro, ¿lo has leído?
—No —le respondí.
—Tené para que veás lo que es un cuentista de verdad —y
me lo pasó riéndose.
Durante los días siguientes devoré aquel libro con felicidad
literaria pero con aflicción personal. Al comparar mis cuentos
con los de Ribeyro, me di cuenta de que aún estaba yo demasiado lejos de haber escrito algo digno. Me había dedicado en
esa última reescritura a desplegar un exhibicionismo técnico
que terminó oscureciendo las historias, haciéndolas ilegibles,
incomprensibles. No tuve dudas: mis cuentos tenían que volver
al cajón. Y allí estuvieron hasta el año 2003. Luego de publicar
un libro de crónicas y otro de ensayos, decidí intentarlo una
vez más. En esta oportunidad, me sentí más reposado y laboré
durante dos años tratando de averiguar cómo necesitaba ser
contada cada una de aquellas historias. Bueno, el resultado es
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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el texto que finalmente edité en 2005. No podría decir si estos
cuentos funcionan ahora, pero estoy absolutamente seguro de
haber cumplido con el mandato del esmero.
¿Cómo te sientes en tu condición de escritor joven y cómo ves
tu trabajo en relación con el panorama editorial colombiano?
Uno pasa por muchos estadios y va aprendiendo a apañárselas con lo que la vida le pone enfrente. Y con el tiempo se ha
ido haciendo claro para mí que no hay un modo único de ser
escritor. En un comienzo, quería ser un autor profesional; es
decir, quería derivar mi sustento de la escritura. Sin embargo,
en el contexto donde me he desenvuelto, debido a la precariedad
de la industria editorial, eso es imposible. Yo he vivido de
enseñar literatura y, en algún momento, eso me generó sentimientos de frustración. Hoy se ha desvanecido dentro de mí
cualquier desilusión de esta naturaleza y miro las cosas de otra
manera. Lo primero es que me doy cuenta de que llevo décadas
dedicado de tiempo completo a la literatura; por otra parte, mi
trabajo propicia intercambios permanentes de lecturas, de
críticas, de opiniones, con estudiantes y colegas, lo cual resulta
muy estimulante. Y he podido organizar mi cotidianidad de
tal forma que escribo durante cuatro horas diariamente.
También hay, por supuesto, desventajas; en especial, la reducida circulación de los libros cuando no se tiene el respaldo
comercial de las grandes editoriales. Pero quizás lo más importante de no vivir de lo que escribo es la libertad que esto me
otorga en varios sentidos: escribo lo que me interesa, del modo
en que me place, y publico sin ninguna presión.
¿Practicas diversos tipos de escritura? ¿Qué te gusta más: hacer
ficción literaria, pensar ensayos o escribir para la prensa?
No creo que existan géneros menores. Lo que hay son
diferentes actitudes ante la escritura. Alguien puede relacionarse
con el lenguaje de un modo esencialmente pragmático y,
entonces, darle a su prosa un valor de uso. Ilustrémoslo: hay
quienes al escribir privilegian la construcción de conceptos, de
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María Eugenia Rojas Arana
allí que elaboren cuidadosamente sus ideas —es el caso de los
académicos—; otros juegan su eficacia en la necesidad de
comunicarse de un modo expedito —esto le sucede, por ejemplo,
a los periodistas—. Ahora bien, en ambos casos, tanto el
académico como el periodista se sirven del lenguaje, lo toman
como algo que ya está dado; es decir, lo usan. Con el escritor,
en cambio, ocurre una cosa por completo diferente: para éste,
el lenguaje está por hacerse y en eso consiste, precisamente, la
dimensión creativa de su labor. Escribir desde una perspectiva
estética significa tener un alto sentido de la forma, lo cual remite
al aspecto artesanal del lenguaje; pero también, y sobre todo,
significa entender dicha forma como algo que se funda, como
una creación. Me estoy refiriendo, por tanto, a una disposición
de escritura que no depende del texto, de si se está haciendo un
ensayo, un cuento o una crónica. A mí lo que me interesa, en
la medida de mis posibilidades, es mantener esa actitud.
Has hecho documentales y también fuiste músico. ¿Qué te han
aportado esas otras artes en tu oficio como escritor?
Todavía recuerdo la primera vez que ingresé a una sala de
edición, hace una década. Descubrir la posibilidad de mezclar,
de recombinar las imágenes y el audio de tantos modos
diferentes fue para mí una experiencia muy reveladora. Aquello
era fascinante, me parecía como si estuviera participando en
una orgía del lenguaje, lo cual modificó profundamente mi
manera de escribir. En el entorno audiovisual, la edición es
una labor bastante cercana a la escritura; es redactar con
sonidos e imágenes. Desde entonces me he sentido un escritor
de transición; es decir, tengo el fetiche de los libros porque crecí
rodeado de ellos, pero no rechazo las textualidades contemporáneas y pienso que hay allí otras opciones para el hecho
literario. Ni el arte ni el relato son privativos de un solo soporte
expresivo.
Por otra parte, tuve la fortuna de estudiar música desde niño.
En mi casa de Tuluá nos reuníamos a ensayar cada semana
con mi papá, mi tío Miguel, mi primo Gustavito y algunos
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amigos. Nos encantaba el repertorio de la música popular
colombiana. Además de haberme regalado recuerdos familiares
entrañables, la música me ha ayudado en la comprensión de
algunas ideas complejas, como el tono, el ritmo o la armonía.
Y es significativo que estas cosas que atraviesan diversas
manifestaciones artísticas sean tan difíciles de definir. Quizás
ello se deba a que su esencia y su razón de ser están ligadas a la
metamorfosis. Lo que quiero decir es que cada uno de estos
conceptos se caracteriza por convertirse en un sentido tan pronto
como se incorpora al espíritu.
¿Qué puedes adelantar a los lectores sobre la novela que estás
escribiendo?
Estoy trabajando en una historia sobre sicarios en el Valle
del Cauca y su entorno principal es Tuluá. La he titulado
Sortilegio. Su fábula es terrible porque está enmarcada en ese
contexto sangriento generado por el narcotráfico. Se nutre,
desde luego, de aquellas anécdotas que viví o sobre las cuales
oí durante mis años de adolescencia; no obstante, todo está
compuesto recurriendo a las dinámicas propias de la ficción.
Me interesa indagar la concepción del mundo que subyace en
estos relatos y me seduce la posibilidad de recoger ese lenguaje
característico del pueblo donde pasé los primeros años de mi
vida, sus anacronismos, sus giros verbales. Uno de los cuatro
narradores que incorporo desarrolla su voz precisamente sobre
la base de estas retahílas características del chisme y la maledicencia. He laborado durante largo tiempo en borradores
dispersos y en muchos casos me sentido desbordado por esta
historia. Me gustaría poderla llevar a buen término, pero como
bien lo decía Augusto Monterroso: “En esto de la literatura no
hay nada escrito”.
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“DALÍ VIOLETA”
Quienes han entrado en su casa coinciden en dos cosas: a
todos les horroriza el gato embalsamado que preside la estancia
de la sala y ninguno ha logrado superar la tentación de preguntarle qué significa. Seguramente ambos sentimientos son
animados por una circunstancia extraña: su color. La mayoría
de las veces él inventa una historia para aplacar la curiosidad
de sus invitados. Les habla del cariño que le tuvo a Dalí —así se
llamaba en vida— y con ello queda explicada su conservación;
sin embargo, el viejo Felipe siempre ha guardado silencio sobre
la manera en que el felino llegó a tinturarse de violeta. Supondrán que es asunto de su excentricidad o tal vez de algún
aditamento preservante. Pero la verdad es más compleja y está
sepultada en un sitio recóndito de su memoria. Peor para él.
Con el tiempo, las heridas del cuerpo cicatrizan. Las del alma
no: se pudren. Y la culpa es una llaga en la conciencia.
Esta mañana, como de costumbre, se encuentra sentado en
la mecedora de su balcón. Bebe el café caliente que le ha traído
su doméstica mientras contempla las ceibas y chiminangos de
enfrente; pero, a diferencia de otros días, hoy ni siquiera el canto
de los cucaracheros logra transmitirle alguna paz interior.
Baja la cabeza para darse otro sorbo y, como ha sucumbido
a los caprichos de su tristeza, decide enfrentar de una vez por
todas la historia que nunca se atrevió a contar. En la cumbre
de sus años, después de haber escrito tantos libros y ganado
lectores innumerables, está de nuevo solo frente a sí mismo.
De nada le sirven el reconocimiento ni los abrazos fugaces. La
gloria está hecha de juegos pirotécnicos luego de cuya
incineración no queda más que el suelo tapizado de cenizas.
Así que el viejo Felipe está ahora a merced de sus fantasmas. Y
para conjurarlos no tiene otro camino que el de enfrentarse
con su pasado.
Comenzar por el principio significa remontarse hasta aquella
mañana de abril, hace ya cuarenta años. El viejo Felipe conserva
en su mente la instancia del desayuno, cuando fueron
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interrumpidos por alguien que llamaba a la puerta. Él lo
recuerda porque notó el nerviosismo de Antonia, su madre,
cuando se levantó a abrir —como en esos días llegaban noticias
de todas partes acerca de incendios y masacres, para una mujer
sin marido hasta el acto elemental de acudir a la puerta
constituía riesgo y entrañaba osadía—. Tras correr el aldabón,
ella se encontró de pronto frente a un hombre rubio, harapiento.
Desde su lugar en el comedor, Felipe alcanzó a distinguir la
silueta del tipo. Incluso hoy, tantos años después, él sigue
identificando aquel momento como el inicio de todo. Para
Antonia, sin embargo, las cosas habían empezado unas horas
antes. Dar cuenta de esto tal vez genere alguna confusión, pero
si de lo que se trata es de conocer la verdad no queda más
remedio que intentarlo.
Lo primero para ella fueron las serpientes de fuego constriñéndole el cuerpo. La boca se le inundó entonces de un sabor
pastoso, como si un líquido espeso —con textura de miel pero
gusto vegetal— se le hubiera aposentado justo debajo de la
lengua. No obstante, sabía que la detonación de su angustia
no provenía de la boca sino de su vientre aprisionado. No podía
respirar. Y por más que sus manos lucharon tratando de
zafarse, aquel esfuerzo no hizo más que excitar a los reptiles.
Antonia desfalleció. No lograba saber cuándo había iniciado
todo ni cómo saldría de allí. Fue por eso, por la desesperación,
que consideró un último recurso: gritar —pensó que si alguien
la escuchaba seguramente acudiría en su auxilio, pero al revisar
el entorno sólo halló un retrato de su difunto esposo mirándola
con aquel gesto inconmovible, eterno; no había caso—. La
derrota se volvió agua en su mirada y muy pronto, en cascada,
inundó la estancia. Ahora, físicamente, naufragaba en su propio
dolor. El pánico se agigantó y los latidos de su corazón retumbaron tan fuerte que lograron despertarla. Antonia abrió, en
un mismo instante, sus pulmones y sus ojos.
Encontró la intimidad de su alcoba poblada de sombras, pero
experimentó la felicidad de respirar otra vez. Las serpientes
habían desaparecido, el sabor pastoso continuaba en su boca y
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María Eugenia Rojas Arana
la agitación comenzó a desvanecerse de a poco. Miró sus pies
cubiertos con la cobija; al lado, su gato dormitaba hecho un
ovillo de pelo blanco y más allá, en el suelo, una veladora
iluminaba su retablo de María Inmaculada. Volvió los ojos
hacia el reloj que estaba sobre su nochero y supo que era hora
de levantarse. Después vinieron las ocupaciones de rutina. Con
los años, la costumbre elimina toda necesidad de pensar y el
cuerpo termina obedeciendo a una voluntad maquinal que no
parece venir de nuestro interior. Fue así como Antonia, apenas
sin darse cuenta, se vio ya sentada a la mesa tomando un
desayuno tan repetido como insípido. Al frente suyo, Felipe la
miraba sin mirarla —tenía su mente ocupada en una de aquellas
cuentas de dinero que nunca lograba cuadrar—. Esa fue la
escena que la llegada del hombre harapiento interrumpió. Nada
del otro mundo.
Luego de que Antonia abriera la puerta, Dalí se dio a sus
maullidos impenitentes. Como no confiaba en sus propios ojos,
estropeados por las cataratas y la miopía, ella se alegró al
escuchar la bullaranga de su gato: estaba convencida de que
un instinto felino podía ofrecerle protección.
— ¿A la orden?
Antonia miró al intruso con hostilidad, a punto de obedecer
el impulso que le indicaba azotar la puerta. Parado en el andén,
sin pronunciar palabra, él le sostuvo la mirada. Ella juzgó
aquello como una insolencia, así que se dispuso a darle un
portazo; pero advirtió, en ese momento, que Felipe estaba
parado a su lado, de salida:
— ¿Podés darme algo?
—Mi cartera amaneció vacía.
Al escuchar la respuesta, Felipe aventuró una caricia en el
rostro de su madre. Lo único que consiguió fue empeorar las
cosas porque Antonia sabía perfectamente que la noche anterior
él había estado esculcándole; entonces, ella le retiró la mano
con brusquedad. El cinismo es como la sonrisa que un verdugo
le regala a su víctima en el instante de cumplir la sentencia, de
tal manera que sólo puede ser respondido con rencor. El hombre
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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rubio, por su parte, bajó la mirada tratando de parecer discreto;
pero ella lo sorprendió atisbando de reojo y supuso que estaría
sacando conclusiones. Felipe se despidió de su madre con un
beso en la mejilla y se marchó. Antonia decidió encarar al sujeto
harapiento:
—No es lo que parece —y aprovechando la algarabía de Dalí,
concluyó—: mi gato quiere que se vaya.
El tipo miró hacia abajo y chasqueó los dedos:
—¿Cómo lo sabe?
Antonia sintió que el sabor pastoso volvía a impregnarle la
boca, pero esta vez fue la rabia y no el miedo lo que operó
como detonante. Le enfurecía la contradicción. Y eso que aún
le faltaba escalar un peldaño más en su enojo, lo cual ocurrió
seguidamente cuando el forastero, agachándose, llamó a Dalí
y éste acudió. Semejante trance le confirmó lo que se había
cansado de repetirle a Felipe: un gato negro infunde más
respeto. El hombre acarició a Dalí en el lomo y después, cargándolo, se incorporó:
—Le duele una pata, por eso es que se queja —y con tono
amable, agregó—: parece una mota de algodón.
El viejo Felipe se queda absorto mirando el revoloteo de los
pájaros entre las ramas de un chiminango. Detrás suyo, aplicada
a los oficios de la casa, la doméstica sacude un plumero sobre
las porcelanas que va tomando de los estantes. Él no se percata
del recorrido que la mujer hace por toda la sala —se encuentra
demasiado embebido en el alboroto que las aves han
armado—. Muy pronto, esa agitación de alas trae a su mente
el desconcierto de aquellos días y la ansiedad que lo desbordaba.
Antonia le había dicho que el próximo trece de mayo, para el
día de la Virgen María, iba a donar todos sus bienes a la
comunidad de religiosas que vivían en el barrio. Sólo dejaría lo
necesario para la subsistencia de los dos y, claro, la casa. Felipe
conocía perfectamente la obstinación de su madre cuando se
hacía algún propósito. Y sabía algo más: las posesiones
familiares de mayor valor estaban guardadas en el arca de su
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María Eugenia Rojas Arana
papá, la misma que había llenado durante tantos años de
trabajo y hasta el día de su muerte.
Desde que Antonia le reveló sus pretensiones, Felipe consideró que hacerse con las pertenencias era un deber suyo y una
manera de honrar la memoria del padre —estaba seguro de
que él habría desaprobado tajantemente la donación—. Esto
significaba, entonces, que para Felipe había empezado a agotarse un plazo angustioso: corría la última semana de abril y
aún no conseguía descifrar cómo se abría la caja de seguridad.
Durante la noche anterior a la llegada del forastero, él estuvo
intentando. Tomó todas las precauciones necesarias y, cuando
por fin logró ingresar al cuarto de su madre sin ser visto e
instalarse frente al arca, Dalí desató un estrépito repentino de
maullidos y ronroneos que lo forzó a huir. Eso fue lo que le
cobró ya en la mañana, por debajo de la mesa, con una patada
—tenía que aprovechar el breve lapso de tiempo en que Antonia
se entretendría, al abrir la puerta; y así lo hizo—. La delación
es un globo inflado de resentimiento que nos obliga a soñar
con el alfiler del desquite.
Tan pronto como se despidió de su madre, Felipe se dirigió
al parque de siempre. Esperaba encontrarse con alguien de la
gallada; pero, al parecer, la impaciencia le había trastocado las
horas. Decidió sentarse en el espaldar de una banca mientras
aguardaba la aparición de cualquiera que pudiera echarle una
mano para resolver sus apremios. El sol matutino proyectaba
la sombra fresca de los samanes sobre prados y pasajes. De
pronto, Felipe observó la silueta de alguien que caminaba en
su dirección, cabizbajo y con ambas manos ocultas en los
bolsillos de su chaqueta. Reconoció al muchacho que oficiaba
como jíbaro y que había estado atendiendo los requerimientos
del grupo últimamente. Enhorabuena.
—Hola, Felipe.
Se dieron la mano e iniciaron un ritual de saludo que constaba de golpes suaves y movimientos sincrónicos.
— ¿Tenés algo para mí?
—Depende —le respondió el jíbaro, con recelo—.
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—Traje lo tuyo.
Felipe esculcó bajo la manga izquierda de su pantalón y sacó
un pequeño fajo de billetes que traía aprisionado con su media.
El muchacho le recibió y procedió a contar, luego de lo cual se
volvió molesto:
—Esto no es ni la mitad de lo que me debés.
—Necesito otra semana.
Cuando el jíbaro se disponía a marcharse, Felipe lo detuvo:
—Dejáme aunque sea una de las pequeñas.
El otro sacó de su chaqueta una bolsa menuda que contenía
un amasijo de yerba seca y, antes de proseguir su camino, se
la pasó:
—Una semana.
La primera impresión se desvaneció pronto. Contribuyó a
ello, seguramente, la actitud de Dalí o, tal vez, es así como
ocurre siempre: conocemos a alguien y, si nos abandonamos a
la empatía, después nos cuesta recordar cómo percibíamos a
esa persona antes de tratarla. Afectivamente, nuestra memoria
es tan moldeable como la arcilla húmeda. Eso podría explicar
lo que sucedió con Antonia y la manera como sus reservas frente
al recién llegado fueron cediendo. Así arribó al punto en que,
escondida tras las persianas que cubrían la ventana de su dormitorio, ella contemplaba al nuevo jardinero mientras regaba
las gloxinias. Sus ojos recorrieron la escena: cada que el cántaro
agujereado se levantaba, los brazos del hombre desplegaban
todo su vigor; poco después, bajo los materos colocados sobre
bases metálicas, el agua se escurría lentamente; hasta que, sobre
un pétalo aterciopelado, una gota rezagada se deslizó. Entonces,
apareció Dalí. Había pasado una semana y aún cojeaba de su
pata izquierda. El hombre se agachó, lo alzó y rememoró el
momento en que por fin aclaró las cosas: no andaba pidiendo
limosna sino trabajo.
Aunque le costó aceptarlo, Antonia se convenció de que la
razón de tanta alharaca no se debía a un mal presagio de su
gato respecto del forastero sino a una lesión: le bastó con ver
las raspaduras para darse cuenta de que el golpe había sido
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feroz. El tipo, sosteniendo a Dalí entre sus manos, preguntó si
no había en la casa alguna medicina para intentar una curación.
Apesadumbrada, Antonia entró a buscar. Regresó un momento
después trayendo en su mano un frasco morado.
—Yo no sé qué es, pero mi esposo lo usaba para curar el
ganado.
Se acomodaron en el suelo, al lado de la sala. Desde la pared
del fondo, en su marco de cedro tallado, el retrato del difunto
marido parecía vigilar la situación. Por su parte, el hombre
rubio procedió con el gato sin interrumpir la conversación. Al
terminar, tres cosas habían cambiado: Dalí tenía su pata
izquierda teñida de violeta, el recién llegado tenía empleo y —
como él había explicado que venía de muy lejos— el rancho de
paja que quedaba en el jardín trasero de la casa tenía un
huésped. No obstante, aún faltaban muchas transformaciones
por suceder; incluso, transcurrida la primera semana, algunas
ya habían tenido lugar pero Antonia ni lo sospechaba mientras
recorría con la mirada los detalles de su jardín. Como el presente
nos asalta en cada instante, somos presas de la contingencia y
éste vértigo nos impide saber lo que nos está ocurriendo. Las
valoraciones sobre nuestra vida están siempre conjugadas en
pasado.
Esa noche, después de haberse pasado el día fisgoneando al
jardinero, Antonia recibió una llamada telefónica. A pesar de
la hora tan avanzada, no se sobresaltó. Desde temprano había
notado el nerviosismo de Felipe y la experiencia le indicaba
que debía prepararse para un episodio indeseable, por eso
prefirió pasar en vela mientras aguardaba alguna confirmación.
Y ahí estaba: no había más que alzar el auricular.
—¿Aló?
Lo de siempre: que si ella se llamaba así y asá.
—Ajá.
A esas alturas ya no daba temor sino rabia: que si conocía a
un tal Felipe.
—Sí señor.
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Y qué hartera pasarse la vida en esas: que el muchacho
estaba en problemas.
—Salgo para allá.
Continuando con sus labores de aseo, la sirvienta llega por
fin al mueble donde reposa el gato disecado. Pasa con insistencia
su plumero por el pelamen violeta, pero todo parece indicar
que la tintura es indeleble. En el balcón, al otro lado de las
porcelanas y las estanterías repletas de libros, el viejo Felipe
retoma su taza de café; pensativo, la pone de nuevo en el platillo
que sostiene sobre sus piernas —a pesar de haber consagrado
su vida al arte de los relatos, sabe muy bien que le faltó contar
el más importante; y nadie puede, por mucho que lo intente,
evadirse definitivamente de sí mismo—. Vuelve los ojos hacia
la sala y, al advertir la inútil labor de su doméstica, lo asalta la
tentación de pararse. Quisiera decirle que no lo intente más;
sin embargo, se obliga a permanecer en su mecedora: ahora
que por fin se ha dado a recordar los peores momentos de su
vida, no va a permitirse ninguna distracción.
Habían regresado a casa ya en la madrugada. Antonia no
pronunció palabra durante todo el camino —se encontraba
aturdida por una mezcla de furia y desengaño que terminó
confinándola al silencio—. Aunque Felipe tampoco dijo nada,
bastaba con reparar en su cara para comprender que las
razones eran diferentes: su ojo derecho se hallaba desfigurado
a causa de un hematoma leve y su labio superior aún manaba
sangre de una abertura lateral. En otros tiempos, Antonia
habría buscado aliviarle de alguna manera el dolor y se habría
esmerado procurándole una rápida sanación; pero, a esta parte,
ni siquiera se interesó en conocer los pormenores del incidente.
Con todo, Felipe no se lamentó. La actitud de su madre lo eximía
de molestias adicionales —no tendría que mencionar el jíbaro
ni la deuda, no se obligaba a reconocer su ansiedad ni su incumplimiento, no era preciso detallar los golpes ni la derrota;
tampoco se vería obligado a mentir—. El silencio puede llegar
a ser una bendición cuando el infierno te anda cerca.
50
María Eugenia Rojas Arana
A pesar de que el cansancio la tenía hecha trizas, para
Antonia la jornada no estaba aún por terminar. Ingresó a la
sala y se arrellanó en un sofá. Felipe hizo lo propio a la espera
de que empezaran los reproches, pero un mutismo categórico
seguía apoderado de su madre. A punto de desfallecer, Antonia
se limitó a taparse los párpados con ambas manos. Recordó lo
que acababa de pasar en la Estación de Policía: había tenido
que resistir la mirada lasciva de los suboficiales más veteranos
y admitir su amabilidad excesiva para no complicar más las
cosas. Verificó de nuevo qué tan difícil era sobrellevar los rigores
de una viudez decente y el ánimo se le impregnó de un abatimiento plomizo. Abrió los ojos y se topó con aquella visión
repetida que después de tantos años seguía presidiendo la pared
del fondo. Acercó una silla y descolgó el retrato de su esposo.
Felipe quiso protestar; no obstante, sabía que su autoridad
moral se hallaba desvanecida, así que simplemente se puso de
pie y se retiró a su habitación.
Apenas se deshizo del cuadro, Antonia corrió a su pieza.
Iluminó el pequeño altar con el cual, al lado de su cama, hacía
ofrenda a María Inmaculada. Sintió pavor de que las serpientes
de fuego regresaran a constreñirla; entonces, con lágrimas en
los ojos, se dio a la devoción:
—Yo confieso ante Dios Todopoderoso, y ante vosotros
hermanos, que he pecado mucho de pensamiento...
Antonia extendió las oraciones hasta donde su fatiga se lo
permitió; pero, tan pronto como su mirada se apagó, una
turbulencia mayor que la ocasionada por los reptiles se apoderó
de su cuerpo.
Al entrar el alba, Felipe quiso aprovechar el agotamiento
que desplomó a su madre. Era un momento propicio para
descifrar la clave del arca porque no había riesgo de que Antonia
se despertara fácilmente y, por otra parte, aquella primera luz
favorecía la manipulación de la chapa. Sin embargo, ingresó
al cuarto con toda la cautela del caso y se puso frente a la caja
de seguridad. Cuando se hallaba concentrado en lo suyo, Dalí
prorrumpió con el estruendo de su quejumbrera. Felipe estuvo
Cada uno con su cuento: antología comentada...
51
a punto de caer fulminado por el susto, pero reaccionó al
instante y se entregó con toda ferocidad a la cacería del bicho.
Antonia, entretanto, se batía a muerte con sus propios enemigos
en la profundidad del sueño; por eso no escuchó los destrozos
que su hijo y su animal iban haciendo en la alcoba. Enceguecido
por la ira, Felipe saltaba de un lado a otro sin cuidarse ya del
ruido que pudiera causar; hasta que, pese a haber desplegado
toda su habilidad, Dalí no pudo evitar las garras de su perseguidor. Finalmente, con ímpetu criminal, Felipe se lo llevó al
jardín.
Amarrado y amordazado, el gato recibía una paliza ejemplar
cuando apareció Antonia. No obstante, el verdugo no tuvo que
entrar en explicaciones porque advirtió de inmediato el caminar
sonámbulo de su madre. Sólo ella, sudorosa, escuchaba la
música nupcial y feliz que la conducía hacia el rancho del jardín
—había logrado vencer a sus adversarios oníricos y ahora se
disponía a recibir la recompensa—. Al ver el gesto dichoso de
Antonia, como iluminado por un rayo, Felipe comprendió
entonces que tenía un nuevo contendiente. Dejó en paz a Dalí
y, evitando que ella cometiera una imprudencia, tomó su mano
suavemente para conducirla de regreso a la habitación. Ya el
sol había salido plenamente y pronto el forastero llegó para
ocuparse de sus menesteres. Divisó en la mitad del jardín un
bulto pequeño, rojo y blanco. Se acercó y descubrió que era
Dalí moribundo, bañado en sangre. El hombre rubio se agachó,
recogió el gato y lo llevó furtivamente a su morada. Quien ha
sufrido vejámenes comprende por qué la compasión es el modo
más entrañable de celebrar la vida.
La doméstica no se resigna a considerar que esa mancha
sea imborrable y decide ir al lavadero en busca de alguna
solución; en efecto, regresa trayendo un trapo humedecido con
detergente. Se entrega a su labor de limpieza con vehemencia,
estregando el pelaje felino con todas sus fuerzas. Todavía en el
balcón, y pese a que las aves matutinas se han marchado, el
viejo Felipe continúa abstraído en los árboles de enfrente. En
verdad los está mirando sin mirarlos porque tiene sus ojos
52
María Eugenia Rojas Arana
empozados de culpa y apenas logra distinguir las cosas que
tiene ante sí. Podría cavilar sobre otra cuestión para disolver la
bruma que se ha apoderado de su alma, pero eso no haría
sentido —al cabo de tantos años, se le ha incrustado en el vientre
la sospecha de que no es el dolor confrontado sino el que se
aplaza lo que verdaderamente corroe a un hombre—. Soba sus
párpados con ambas muñecas y seca luego su rostro. Se deja
llevar por los recuerdos y así regresa a la segunda semana de
aquel mayo fatídico.
Las jornadas que antecedieron al día doce, pese a que
estuvieron signadas por emociones intensas, fueron rutinarias.
Antonia se pasaba las mañanas curioseando al jardinero,
detallando desde la ventana los movimientos reposados pero
firmes de su faena; las tardes se le iban buscando inútilmente
a Dalí por toda la casa. El forastero se ocupaba, unas veces,
cuidando las gloxinias del jardín; otras, secretamente, la
convalecencia del gato. Felipe transitaba por el barrio tratando
de encontrar quien le compartiera un poco de yerba; en las
noches cumplía religiosamente su fallido oficio de cerrajero.
Pero en la tarde del día doce, justo cuando sólo le quedaba una
oportunidad para lograr su cometido, Felipe se topó con algo
que cambiaría para siempre el rumbo de su vida. Iba a salir de
casa, pero se detuvo a observar lo que ocurría en el umbral del
rancho: el jardinero le estaba haciendo entrega a Antonia de
una extraña felpa morada —solamente al escuchar los maullidos comprendió que se trataba de Dalí—.
El resto del día y buena parte de la noche, Felipe fue presa
del desespero. Deambuló por las calles y buscó compañía en el
parque. Allí encontró, efectivamente, un par de amigos que le
participaron de sus lumbres; sin embargo, por mucho que trató
de calmarse, Felipe sintió que el mundo se oscurecía en torno
suyo. Lo cierto era que no tenía la menor oportunidad de
arrimarse al arca sin que el gato lo delatara y, por otra parte,
no había dudas sobre quién era el responsable directo de
semejante impase. Estas evidencias acabaron de arruinar el
agrietado dique de su compostura y prepararon la peor borrasca
Cada uno con su cuento: antología comentada...
53
de su alma. Fue así como, de regreso a casa —justamente
cuando atravesaba la fachada del convento que se beneficiaría
con los bienes familiares—, tomó una drástica determinación:
le cobraría caro al jardinero los estragos que le había causado.
Al llegar, Felipe se dirigió de inmediato al jardín. Lo primero
que hizo fue tomar el soporte metálico de una matera y asegurar
con éste, desde afuera, la puerta del rancho; luego, con absoluta
meticulosidad, se dedicó a encender en varios puntos el techo
de paja. Embrujado por el ruido y la imagen del fuego, se sentó
a contemplar cómo la morada del forastero se iba consumiendo. Pero el instante en que la estructura de madera se
derrumbó le depararía una revelación espeluznante. Una viga
cayó al suelo y, con ella, la pared frontal; entonces, Felipe pudo
ver dos cuerpos humanos abrasados por las llamas y retorciéndose de dolor hasta que, finalmente, cayeron al suelo
convertidos en sendos amasijos carbonizados. Felipe corrió al
cuarto de Antonia y confirmó su sospecha: sobre la cama sólo
estaba el gato, maltrecho y violeta, dormitando plácidamente.
El esfuerzo de la doméstica se ve premiado. De pronto, el
trapo con detergente se va tornando morado. Cuanto más se
esmera, su regocijo resulta mayor. La idea de darle una
sorpresa al viejo Felipe la emociona definitivamente, así que
no se detiene hasta descubrir que el gato es completamente
blanco. No obstante, cuando se dispone a enseñar su hallazgo,
una estridencia menuda la interrumpe. Al volver su mirada
hacia el balcón, descubre los pedazos de porcelana desperdigados en el piso. Acude entonces, de inmediato, a recoger los
pequeños destrozos. Mientras lo hace, observa al viejo Felipe,
con los ojos cerrados, tumbado en su mecedora. La empleada
decide no molestarlo y aguardar el momento oportuno para
darle la sorpresa; por ahora, como de costumbre, se limita a
sus labores de aseo. Pasarán varias horas antes de que ella se
percate de lo ocurrido.
54
María Eugenia Rojas Arana
EL TESTIMONIO DE LA CULPA
Felipe, un viejo y reconocido escritor vive solo con su criada
y un gato embalsamado que preside la sala y causa curiosidad
y horror a sus visitantes; para aplacar su curiosidad, les habla
del cariño que le tuvo en vida a Dalí y así explica su conservación, pero omite dar cuenta del origen de su extraño color
violeta.
Un narrador anónimo que no participa como actor de la
historia relatada nos da a conocer este drama, observa atentamente a los personajes involucrados en la trama y crea una
atmósfera de tensión que se sostiene hasta el final. De esta
manera, obedeciendo a un paradigma decimonónico, percibe
el entorno, penetra en la conciencia de su protagonista y da
cuenta de sus pensamientos y sentimientos más íntimos, registra
sus acciones del pasado y los castigos constantes con que el
joven Felipe torturaba a Dalí, por obstaculizar con sus maullidos su intención de saquear el arca, donde su madre guardaba
las posesiones familiares de mayor valor, atesoradas durante
muchos años de trabajo por el padre fallecido.
Esta mirada y el saber que el narrador instala en el mundo
que crea, se extiende a otros personajes y su entorno y da cuenta
de sus actos o de aquello que los atormenta y los conmueve.
Apoyado en el joven Felipe, nos comunica lo que este percibe y
evalúa negativamente, como las acciones del forastero contratado como jardinero de la casa, cuando acude en auxilio de
Dalí y cura sus heridas usando violetas de genciana, que
determinan la mancha imborrable del felino o cuando encanta
a la madre con su conversación, hechos que lo convierten en
otro enemigo que obstaculiza los propósitos del muchacho y
se hace necesario eliminar. Tampoco la doméstica y su afán de
borrar el color violeta, en el gato embalsamado, escapa a su
observación que logra a través de una focalización externa,
informando solo aquello que puede percibir por los sentidos.
Cuando se trata de la madre, la focalización se vuelve interna,
penetra hasta lo más recóndito de su conciencia, revela sus
Cada uno con su cuento: antología comentada...
55
anhelos e imaginaciones y nos hace saber de Antonia, de su
deseo sexual imposible de diferir, simbolizado en la atmósfera
de pesadilla, de las serpientes que noche a noche aprisionan su
vientre, en su sonámbula búsqueda del forastero y en su
encuentro final en el rancho de paja donde ambos encuentran
la muerte a manos de Felipe.
Las sentencias que dimensionan la prosa, verdaderos apotegmas con estructura poética que lo entrometen en aquello
que cuenta, ponen en discusión la pretendida neutralidad del
narrador y lo configuran semántica y axiológicamente, como
un sujeto de reflexión y pensamiento. Señalemos algunas: “Con
el tiempo, las heridas del cuerpo cicatrizan; las del alma no: se
pudren. Y la culpa es una llaga en la conciencia “., “La gloria
está hecha de juegos pirotécnicos luego de cuya incineración
no queda más que el suelo tapizado de cenizas”, “El cinismo es
como la sonrisa que un verdugo le regala a si víctima en el
instante de cumplir la sentencia, de tal manera que solo puede
ser respondido con rencor”. “La delación es un globo inflado
de resentimiento que nos obliga a soñar con el alfiler del
desquite”.1
El tiempo que transcurre en este mundo posible, está
dosificado de una manera variable, que obedece al devenir de
una experiencia humana, regulada por las emociones y el fluir
de la vida interior del protagonista. En el inicio del relato
encontramos que la narración con relación a la temporalidad
de la historia es simultanea ya que está narrada en presente,
pero luego, es imperativo el uso del pretérito propio de la
retrospección y acudir al recuerdo, para dar cuenta de segmentos de historia, que sucedieron en ese pasado de horror
donde Felipe se convirtió en el asesino de la madre y de su
amante y retornar a ratos al sin sentido de su existencia
presente, sumergirse en sus estados sombríos, silentes y
atormentados en que está a merced de sus propios fantasmas
mientras convive con el Dalí teñido de violeta, simbolizando
1
Alejandro José López Cáceres. Cuento “Dalí Violeta”. P 132-138-141 del
libro. Dalí Violeta. Cuentos. Edición Fundación literaria Botella y Luna, Cali 2005.
56
María Eugenia Rojas Arana
una culpa que solo podrá borrarse al final, tal vez después de
su propia muerte.
Así el relato trasciende la anécdota para hacernos detener
en su dimensión estética, como acto creador que se abre a la
polisemia de la interpretación, en las alteraciones de la linealidad
de la historia, en el vuelco final que altera definitivamente el
sentido único, en el cuidado y rigurosidad del lenguaje que
manifiesta la escritura como oficio, la importancia del estilo y
el arte de fabular.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
57
Cada uno con su cuento: antología comentada...
59
FABIO MARTÍNEZ
(Cali, 1955)
Es Licenciado en Literatura de la Universidad Santiago de
Cali, obtuvo una Maestría en Estudios Iberoamericanos en la
Universidad de la Sorbonne, Paris III y un Doctorado en
Semiología en la Universidad de Quebec, Montreal.
Su vida profesional está dedicada a la escritura literaria. Ha
publicado varios libros de ficción: las novelas Un habitante del
séptimo cielo, Pablo Baal y los hombres invisibles, y Club Social
Monterrey; los libros de cuentos Fantasio, Breve tratado del
amor inconcluso, Cuentos sin cuenta. Antología de cuentistas
colombianos de la generación del 50; el ensayo El viajero y la
memoria; la biografía La búsqueda del Paraíso. Biografía de
Jorge Isaacs, y la novela histórica “Balboa el Polizón del
Pacífico”.
Ha colaborado en periódicos y revistas internacionales y
nacionales como Diario 16 de España, Afro—hispanic Review
de USA, La Casa Grande de México, Lecturas Dominicales de
El Tiempo, Magazín Dominical de El Espectador, Gaceta de El
País y Boletín Bibliográfico y Cultural del Banco de la República
de Colombia.
En 1987 obtuvo mención especial en la Beca de Novela
Ernesto Sábato y en 1999 el primer Premio de Ensayo
Latinoamericano René Uribe Ferrer y el Primer Premio Jorge
Isaacs. En la actualidad es profesor titular de la Universidad
del Valle y Director de Programa de la Escuela de Estudios
Literarios de la misma Universidad.
60
María Eugenia Rojas Arana
LOS MITOS DE LO URBANO Y LA LITERATURA
DE VIAJE
Un habitante del séptimo cielo, libro publicado por ULRIKA
EDITORES, Bogotá 1988. En esta su primera novela, con un
lenguaje coloquial e irreverente, Martínez testimonia las
experiencias y desilusiones de jóvenes tercer mundistas en el
exilio, que en complicidad con Román Velásquez, el protagonista, tratan de reencontrar la ciudad de sus sueños y de sus
lecturas de relatos de otros hombres que como ellos tuvieron
que vivirla y desmitificarla para concluir por fin que “París era
una fiesta”.
Los cuatro ciclos del libro, “Verano” o el deslumbramiento
de la llegada y el reencuentro con los amigos; “Otoño” o la
contemplación del nuevo mundo; “Invierno” o el descenso al
infierno, donde se padece el frío, la enfermedad y la tristeza, y
finalmente el tiempo de la “Primavera” y el protagonista deja
la urbe cuya vivencia lo prepara para vivir en cualquier parte y
retorna a ese pedacito de trópico, su ciudad de provincia, donde
ahora tiene puestos todos sus sueños.
Fantasio fue publicado por el Centro Editorial de la Universidad del Valle en 1992. Con el nombre tomado de un
legendario bar de la rumba caleña en los años setenta, se conoce
este volumen de 14 cuentos donde se encuentran hombres y
mujeres que se enamoran y desenamoran, viven el vértigo de
la música de trópico que los embruja, mientras danzan a su
ritmo en esta ciudad hembra de noches amenazantes, calientes
y bullangueras.
Breve tratado del amor inconcluso obtuvo Premio Jorge
Isaacs 1999 y más tarde fue publicado por COMÚN PRESENCIA EDITORES en Bogotá (2006). En este texto de
madurez, se manifiestan las elecciones y obsesiones de las
lecturas del autor que le permiten pensar a escritores que como
Borges, Goethe, Cabrera Infante Rimbaud, Vallejo y muchos
otros, han influenciado su vida literaria. Aquí también
construye minicuentos que tienen como tema el desencuentro,
Cada uno con su cuento: antología comentada...
61
el amor imposible y ese juego eterno entre Narciso y su espejo,
otra de sus constantes preocupaciones. El libro consta de dos
partes: “Del amor inconcluso” y “Memoria del escritor”; en
ambas, la palabra se manifiesta lúcida e irreverente como arma
necesaria para dar cuenta de ese universo interno que evidencia
el mundo desencantado del hombre contemporáneo.
Cuentos sin cuenta: Antología de relatos de escritores de la
generación del cincuenta fue publicado en 2003 por el
Programa Editorial de la Universidad del Valle. Esta selección
se ocupa de hacernos conocer 40 cuentos cuidadosamente
elegidos por donde vaga el imaginario de escritores y escritoras
nacidos entre 1950—1959 que con el recurso del lenguaje
plantean temáticas como el amor, la violencia, la música el
cine, los fantasmas que nos habitan, la propia identidad,
verdadera riqueza pluricultural, atesorada en sus continuos
viajes internos y externos, que reflejan la búsqueda de nuevas
utopías, para pensar esta Colombia que se desangra.
Pablo Baal y los hombres invisibles es una novela publicada
en 2003 por el Programa Editorial de la Universidad del Valle.
Cuenta la historia de los hermanos Baal, nacidos en el barrio
San Antonio de Cali, desde el 7 de Agosto de 1957 hasta el 7 de
Agosto de 1997. Es también la historia de los hombres invisibles,
gobernantes y políticos que se disputan el poder y con sus
acciones violentas e inhumanas han convertido la ciudad y el
país en un infierno. Con la ambientación en Cali se crea una
trama que testimonia la realidad a la que alude, el caos de la
ciudad a finales del siglo pasado; la muerte de estudiantes que
se atreven a protestar, los escándalos financieros en la administración del Departamento, los malos manejos de la
universidad Publica, el mundo de poetas y escritores, y en este
contexto, guerrilleros, paramilitares, ejercito y gobierno coexistiendo en la violencia y en la confusión. Aquí, la gente
sobrevive difícil y peligrosamente, en espacios que metaforizan
un país sin salida posible, pero válido para el lector que vive lo
inexplicable, gracias a una trama policíaca contada con el más
refinado humor negro que garantiza el efecto poético.
62
María Eugenia Rojas Arana
Club social Monterrey, novela publicada por la Facultad de
Humanidades de la Universidad del Valle en 2003, narra la
educación sentimental de un joven, Antonio Gaván, hijo de
Jenny la cabaretera, enamorado desde su infancia de Sol Klinger
Viáfara en las noches sin sueño del Club Social Monterrey. En
esta divertida historia de puerto de trópico del Pacífico, viven
su errancia putas, marineros y meseros que en medio de amores
frustrados, duelos muertes y borracheras, acompañan a los
protagonistas en su desarraigo y en la búsqueda de ese otro
que los habita.
La búsqueda del Paraíso fue publicado por Editorial Planeta
en 2003. Biografía novelada de Jorge Isaacs donde se relaciona
su praxis vital, como político, educador y etnógrafo, con la
escritura literaria de María, la pérdida de la hacienda Manuelita
y la casa de la sierra o “Paraíso”, escenario de su novela y su
patético recorrido repudiado por la aristocracia vallecaucana,
empobrecido y enfermo de alcoholismo, cirrosis y melancolía,
hasta su muerte en Ibagué el 17 de Abril de 1895.
Balboa, el Polizón del Pacífico fue publicada por la Editorial
Norma en 2007. Novela histórica donde se narra la épica de la
conquista de un mundo nuevo donde coexisten el amor la
aventura, la ambición y las luchas por el poder entre españoles
e indígenas. Es también la historia de Vasco Núñez de Balboa,
el descubridor del Océano Pacífico, sus lúbricos amores con la
india Anayanci, las intrigas y calumnias para demeritar su
desempeño como gobernante y la crueldad de su muerte a
manos de su suegro el gobernador Pedro Arias Dávila.
A diferencia del relato histórico que sustenta su validez en el
testimonio de la verdad, esta novela como texto de ficción
histórica reinventa la realidad y la hace verosímil, en la figura
de Vasco Núñez de Balboa, ese polizón del Pacífico, que llega
escondido en un barco, en un barril de vino, junto con su perro
Leoncico, para organizar un pueblo y descubrir un mar. La
imagen de este personaje de novela, también es recreada, como
pretexto para hablar de los eternos temas del poder, la gloria,
el amor la degradación y la muerte.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
63
EL Viajero y la memoria, libro de ensayos publicado por la
Editorial Planeta, Pontificia Universidad Bolivariana en 2000,
es un rastreo hermenéutico de la literatura de viaje, desde el
diario de Colón hasta la novela de viaje en Colombia del siglo
XX, analiza novelas como De sobremesa, de José Asunción
Silva, La Vorágine, de José Eustasio Rivera, Cuatro años a
bordo de mi mismo, de Eduardo Zalamea Borda, entre otras,
para indagar en la identidad y cultura de la nación. Obtuvo el
Primer Premio de Ensayo Latinoamericano “Rene Uribe
Ferrer”, en Medellín, en 1999.
Su libro más reciente es Caligrafías, edición en Español y
francés, publicada por Programa Editorial de la Universidad
del Valle, en Cali, en 2008, y coeditada por la revista Vericuetos
de París en el mismo año, realizada por los compiladores Fabio
Martínez y Hernando Urriago, con el propósito de hacer una
antología sistemática de la literatura caleña y cuenta con 75
autores en cuento y poesía, desde Jorge Isaacs hasta nuestros
días.
También publicó la novela El fantasma de Íngrid Balanta
bajo el sello de Caza de Libro Editores en Ibagué, en 2008. Es
una novela corta en la cual se narra, a manera de suspense, la
historia de Íngrid Balanta, una mujer asesinada por
paramilitares en la zona del Naya y que trabaja en un burdel
de Cali, donde el Fiscal Holmes la encuentra y enamora, al
tiempo que los lectores nos enteramos de que ella es un
fantasma en pena, debatiéndose entre la vida y la muerte, el
amor y la tragedia.
LA ESCRITURA: ESE LARGO DESTINO ÍNTIMO
Después de largos y voluntarios exilios por Europa y
América, no sólo para enriquecer su intelecto y su espíritu
creativo si no para tomar distancia de su tierra y hasta de sí
mismo, Fabio Martínez regresa a Cali y reparte su tiempo entre
la docencia universitaria y la escritura. Vive en el sur de la
ciudad en la compañía siempre grata de su esposa Ivonne de
64
María Eugenia Rojas Arana
Greiff y es observado por sus dos gatas, Lupita y Duquesa, que
lo acompañan ronroneantes en su estudio mientras escribe o
dormitan en los sillones o se desplazan silenciosas como si
fueran las amas del moderno y ordenado apartamento que
comparten.
Encontrarme con él y disfrutar de su conversación, bastó
para restaurar lo que el tiempo implacable había borrado; en
su voz pausada y cálida pude asir momentos de su vida en
toda su complejidad; supe de sus viajes, de sus pensamientos
tristes o divertidos, de sus lúcidas opiniones y de la huella de su
escritura, retazos de su existencia reconstruidos detalle a detalle
por sus palabras pausadas. Así logré recuperar las memorias
mutuas, nuestros amigos de entonces, aparecieron como
imágenes imborrables de una época maravillosa. Unidos en la
complicidad del relato, pudimos tocar esa parte de nuestra
amistad, que nos había sido arrebatada por los azares de los
encuentros cotidianos, en el trabajo compartido o por el acontecer de los años.
Para no ausentarnos de nosotros mismos y para dar testimonio de su quehacer literario, reproduzco los párrafos más
relevantes de esta charla realizada una tarde de enero de 2009.
¿De dónde viene tu amor por la escritura?
Pienso que el oficio de la escritura es un largo destino íntimo
que viene de la infancia. Uno está marcado por la infancia.
Por esto, mis primeras influencias literarias se remontan a mi
casa, a mi familia. Mi abuelo, quien era un editor de la época,
fue quien me enseñó a leer y a escribir a la edad de cinco años.
Allí comenzó todo.
¿Cómo ocurrió tu vínculo con el cuento?
Desde joven fui lector de cuentos. Como mi educación
sentimental data de la década del sesenta, era inevitable leer a
Julio Cortázar, Horacio Quiroga, Juan Rulfo, Edgar Allan Poe,
Mario Vargas Llosa y García Márquez. En aquellos tiempos
leíamos cuento para saber cómo estaban estructurados; cómo
Cada uno con su cuento: antología comentada...
65
fueron escritos. Fue una etapa muy rica en el contexto del
aprendizaje literario.
¿Y tu vida infantil también determinó tus elecciones literarias?
Por supuesto. Mi vida familiar, que se desarrolló en una vieja
casona del barrio san Antonio de Cali, fue determinante en la
elección de mi oficio como escritor. Como ya te dije, fue
fundamental la influencia de mi abuelo quien venía de una
familia de tipógrafos y editores. En los años sesenta, la familia
Martínez tuvo varias imprentas en la ciudad. Mi abuelo materno
fue un lector clandestino y un poeta frustrado. En mi casa
siempre hubo una biblioteca donde se destacaban los clásicos:
Homero, Cervantes, Shakespeare, Dumas, etc.
Como mi abuelo no pudo despuntar en la poesía, desde niño
me inculcó todo su saber. Él quiso que yo fuera lo que él no
pudo ser. Por esto mi acceso a la lengua fue muy precoz.
Por otra parte, la influencia mágica de mi abuela materna
influyó en la alquimia literaria. Mi abuela materna era una
india de origen nariñense, que vivía en un tiempo antiguo,
misterioso. Ella me enseñó, sin quererlo, que la literatura es
magia, es fantasía y pertenece al reino de lo maravilloso.
¿A quiénes consideras tus maestros?
Para mi han sido maestros Homero, Cervantes, Joseph
Conrad y José Eustacio Rivera.
¿Que define el carácter de un buen relato?
El carácter del relato lo determina el enigma que está
presente en la narración.
¿Que ocurre con las teorías acerca de la narración o las
técnicas de escritura, son importantes para tu producción
literaria?
Las teorías literarias son buenas para esclarecer un texto,
para hacer una lectura interpretativa. Pero no son suficientes
para la creación literaria. Un escritor no se hace con teorías
66
María Eugenia Rojas Arana
literarias. Un profesor, sí. El escritor sólo necesita de dos cosas
para escribir: leer y vivir. Y a veces, beber.
¿Que privilegias en tu escritura: la historia como anécdota o
el relato como habla poética?
Creo que la anécdota como el habla poética es importante a
la hora de escribir un relato. Siempre hay que pensar en qué se
va a contar. Pero lo más importante para un escritor es cómo
se va a contar esa anécdota. El arte y la literatura son un
problema de formas. El escritor que solo se quede en la anécdota
termina siendo un periodista mediocre. El escritor que solo se
quede en las formas, hará un texto esquizofrénico que solo le
servirá a él.
¿Cuál consideras que es tu mejor cuento y por qué?
“Un clarinete para Leyton”. Es un cuento donde la anécdota
está inscrita en una composición espacio—temporal compleja,
que le permite al cuento rozar las puertas del sueño y de lo
fantástico.
¿Cómo piensas tu escritura en relación con tu contemporaneidad histórica?
Pienso que sin caer en las modas literarias ni en la literatura
light, mis libros siempre intentan abrir un diálogo con el lector
contemporáneo.
¿Qué opciones hay para el escritor en un país como el nuestro?
Escribir en cualquier parte del mundo siempre ha sido difícil.
Es un oficio de locos, es un oficio de tinieblas. Cuando escribo
nunca pienso en mis libros como mercancía. Lo que más me
apasiona es el momento de la creación literaria. Ahora bien, si
cuando termino, hay una editorial que me compra el manuscrito y me da regalías, bienvenida sea. En un país como el
nuestro es difícil vivir de la literatura. Como creo es difícil en
cualquier lugar del mundo. Pero si algún día me llegara a pasar,
me daría mucho miedo porque, de pronto, me quedaría seco y
Cada uno con su cuento: antología comentada...
67
dejaría de escribir. La literatura es un reto y siempre se hace a
contra corriente. Para todo escritor, la literatura y el dinero
pueden ser el opio de su propia escritura.
¿Cómo te sientes como escritor Colombiano y Caleño?
Ante todo, me siento colombiano. Aunque, a veces, y debido
a nuestras miserias humanas, me gustaría ser de ninguna parte.
Ciudadano de la ínsula de Barataria.
¿Qué te gusta más, hacer ficción, pensar ensayos literarios o
escribir para la prensa?
Siempre me ha gustado más la ficción. ¿Por qué? La ficción
pertenece al reino del sueño.
¿Y qué me dices del cuento “La Joven”, elegido para esta
antología?
“La joven” fue una imagen que heredé de una película de
Luis Buñuel, que lleva el mismo nombre, y donde un negro en
una isla, seduce a una joven con un clarinete. Por supuesto, en
mi cuento no hay clarinetes, pero la imagen de un seductor
hacia una joven ya estaba presente. Un día me senté al
computador, y pensé que escribir una historia donde un viejo
seduce a una joven, podía resultar interesante. Y el cuento salió
de una sola sentada.
¿Las experiencias de tus viajes y el vivir en el exilio han
enriquecido tu escritura?
Un escritor puede quedarse dando vueltas alrededor de su
cama, y ser un gran escritor. Pero un escritor que viaja y que
conoce otros mundos, puede enriquecer su espíritu creativo.
Desde joven, siempre tuve un espíritu nómada. Quizás, esta
influencia feliz venga de mi padre que es de origen antioqueño.
Por su espíritu de comerciantes, los paisas siempre han sido
grandes viajeros. Tomar distancia frente a su tierra que lo vio
parir, y tomar distancia de uno mismo, es un buen ejercicio de
la memoria que cultiva con creces al escritor. El escritor siempre
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María Eugenia Rojas Arana
debe tener una mirada exótica de sí mismo. Debe escribir en el
ámbito de la alteridad que siempre le proporciona el viaje. El
escritor que no sale de su terruño ni sí mismo, es sencillamente
un escritor ególatra o un estúpido.
Además de ser un escritor, trabajas como docente universitario.
¿Es posible conciliar estas dos profesiones?
Es difícil conciliarlas. La docencia universitaria está determinada por el dar. El docente es un dador. El escritor es un
egoísta. El docente explica el mundo. El escritor muestra el
mundo. El docente enseña. El escritor no enseña, crea. El
trabajo de la docencia universitaria es un acto repetitivo y
monótono. El arte de la escritura debe evitar la repetición y la
monotonía, y enarbolar la originalidad.
¿A veces, te detienes a pensar, qué pasará con tu obra literaria?
De verdad, no sé. No sé si mis obras pasarán a la historia. El
mejor juez de las obras es el tiempo. Yo escribo no sobre las
falsas certezas sino sobre la esperanza de las incertidumbres.
Si una obra mía pasa, y le dice algo a los contemporáneos,
quedo satisfecho. Como le digo, yo sé que va a pasar conmigo,
pero no sé qué va a pasar con mi obra. Si de pronto una obra
mía pasa a la historia, quedaré satisfecho, pero cuando esto
suceda, yo a lo mejor estaré en otro mundo.
Háblame de tu novela, Balboa, el polizón del Pacífico.
Balboa, el polizón del Pacífico nació de la necesidad de volver
a las raíces de la historia para así mirar el horror y la violencia
del presente. Es una manera de revisitar la historia a la luz de
la literatura. Fue un trabajo intenso de archivo de cuatro años,
de visitar bibliotecas en Colombia y en España.
No obstante el novelista histórico inventa sus personajes,
por ejemplo: El Bolívar de García Márquez alude al personaje
histórico, pero al fin de cuentas es el Bolívar inventado por
García Márquez. Mi personaje Balboa alude al descubridor del
Cada uno con su cuento: antología comentada...
69
Pacífico, pero después de todo es el personaje de ficción
inventado por Fabio Martínez.
¿Y hablar de las masacres del siglo XVI?
Era de alguna manera hacerle un guiño al lector para que
las relacionara con las masacres del siglo XXI.
¿Tienes en mente algo nuevo para escribir?
Tengo una idea vaga de continuar con otra novela histórica,
pero en este momento me siento vacío, como se siente vacía la
humanidad. Mi gran temor es que no vuelva a escribir. Quisiera
dedicarme a otro oficio, pero cuando pienso en convertirme en
un camionero o en un pirata de la educación, me da miedo, y
pienso, que lo que más me gusta hacer en la vida es escribir.
Como te digo, ahora estoy deprimido como cuando una mujer
acaba de parir un hijo.
¿Cómo es tu rutina de escritura?
Tengo el hábito de escribir de 7 a 12 del día, en el estudio.
Mis ideas las consigno en un cuaderno, como cuando un niño
hace las tareas; planifico el libro en el cuaderno, así como los
guionistas utilizan el método de escaletas para escribir guiones;
también tomo notas de mis consultas a otros escritores, trabajo
así el perfil de los personajes, así trabajé a Balboa.
¿Cómo es tu relación con la música?
Siempre quise ser músico, estudié en el conservatorio de Cali
y en el conservatorio de Pantín en el barrio 19 de París, la ejercí
como clarinetista del metro, gracias a ello sobreviví en Paris 5
años. Yo creo que la literatura es muy musical y la música me
ha servido para definir las estructuras de las novelas, para
encontrar el tono de los textos, me ha obligado a preocuparme
por el ritmo.
¿Y cuáles son tus aficiones musicales?
De joven, la música clásica: Mozart, Bach, también mi
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María Eugenia Rojas Arana
fascinación por lo popular, me llevaba a la salsa. De viernes a
domingo iba a los grilles: El bar de William, El grill San Nicolás,
el bar Metropol, donde bailaba y escuchaba la salsa producida
en New York. Conocí el Jazz, el Blues, el Bebop, cuyo mejor
representante era Charlie Parker y por allí fui a leer “El perseguidor” de Cortázar.
¿Crees que la literatura cambió tus proyectos de vida?
A uno lo transforma y lo convierte en otro personaje,
también le regala una visión diferente de la vida del común. A
mi me eligió la Literatura, mis proyectos no cambiaron,
siempre soñé con ser escritor, por eso hice una Licenciatura en
literatura.
¿Y lo político?
La obra de Arte y la Literatura son universos autónomos
que no necesitan estar sujetos a ideologías, pero uno como
ciudadano tiene posiciones políticas que siempre va a expresar.
¿Qué piensas de las temáticas de violencia y narcotráfico tan
frecuentes en los relatos contemporáneos colombianos?
Eso ha sido una constante, el país, su escenario y la Literatura
ha dado cuenta de ello, sólo que ahora hay una saturación de
estos temas; después de unos años de decantación, toda la
literatura sicaresca desaparecerá, porque la mayoría se ha
hecho con fines comerciales. Me gustaría que se desarrollaran
los temas negros o policíacos que nunca hemos tenido.
¿Cómo ha sido la presencia de lo femenino en tu escritura?
La mujer ha sido muy importante desde mi infancia, me
crié con mi madre, mi abuela y siete tías, luego exploré desde
muy joven el mundo femenino. Las mujeres también han sido
mis amigas a través de la vida, esto se refleja en mi escritura,
sin ser una copia mimética de aquellas que tuve la fortuna de
conocer, claro que para desarrollar a la ciega Tiresias de Pablo
Baal… me apoyé en el conocimiento de mi abuela. En Balboa…
Cada uno con su cuento: antología comentada...
71
aparece una mujer obesa que le llaman la bastante, era como
una pequeña obsesión en mi vida, ese personaje, esposa de Pedro
Arias Dávila, me cayó como anillo al dedo. En la Literatura las
mujeres se convierten en otra cosa.
¿Porqué la temática fantástica en Pablo Baal…?
Porque la literatura Colombiana y latinoamericana ha sido,
con algunas excepciones, muy realista, muy decimonónica.
Al escribir esta novela, creí necesario tomar una distancia estética para hablar de mi ciudad, además abordar esos fantasmas
permite abarcar una visión sublime de la Literatura, construir
poéticamente el sueño.
En casi todos tus textos se evidencia una predilección por el
humor. ¿Por qué?
Porque el humor que hace parte de mi personalidad, expresado en la literatura, se convierte en un elemento subversivo y
desconcertante.
¿Cómo fue tu reencuentro con Europa en tu último viaje?
De un gran desencanto, cuando pasé por las calles de
Barcelona, me di cuenta de que el nuevo mundo no éramos
nosotros, que el nuevo está en Europa y que nosotros con
nuestros malos gobernantes y con nuestras élites atrasadas,
somos el viejo mundo.
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María Eugenia Rojas Arana
“LA JOVEN”
A J. R.
“Él y ella no sabían que eran la vida”.
La joven era bella. Por esto, y quizás por su inteligencia
precoz, había tenido varias relaciones afectivas con hombres y
mujeres. Pero ahora, después de tantas experiencias, estaba
hastiada del mundo. Los jóvenes le parecían débiles y femeninos.
Las mujeres, marimachas y varoniles.
Entonces, lo conoció. En un parque de la ciudad. El viejo
estaba leyendo un libro. Ella estaba al frente descansando en
un banco del parque. «¿Que lees?» —le preguntó la joven—.
«Ensayo sobre la ceguera de Saramago» —le contestó el
viejo—. «¿Te gustan las novelas?» «Sí, me encantan».
Aquella tarde, la joven y el viejo se presentaron y quedaron
de verse en el parque el viernes de la semana siguiente.
La joven era bella y sensual. En el día, estudiaba Economía;
en la noche, trabajaba de mesera en una taberna. El viejo había
sido corrector de pruebas de una editorial, y se estaba quedando
ciego de tanto leer.
Los días de la semana pasaron lentos. La joven iba a la
universidad, tomaba sus clases, y luego, en la noche, se metía
en la taberna a atender a hombres solitarios que siempre le
estaban haciendo propuestas obscenas. El viejo, imperturbable,
leía, esperando que un día la luz de sus ojos se apagara. Entonces
sería el final. Como no podría leer, buscaría a una secretaria
para que le leyera o si no se pegaría un tiro.
La joven llegó a la cita. Cuando lo vio, se acercó, lo besó en
la mejilla, y se sentó a su lado.
Al principio hablaron de cosas cotidianas. Luego comenzaron a contarse sus vidas. La joven le contó que un día había
tenido grandes sueños. El viejo le manifestó que él cuando tenía
su edad había tenido muchos sueños. La joven le preguntó que
a dónde se iban los sueños. El viejo le respondió que los sueños
si se convierten en realidad transforman el mundo.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
73
La joven reía y con su risa hacía espantar las palomas que
picoteaban en el suelo. El viejo oyó su risa, y pensó: «Qué bella
es la vida. Ahora estoy sentado con la señorita de la eterna
sonrisa».
La joven le contó el último affaire que había tenido con una
mujer. El viejo la escuchó atentamente. La joven, entonces, le
preguntó si él había tenido sexo con alguien de su mismo sexo.
Sí, le contestó; cuando era joven. «¿Es malo tener sexo con
alguien del mismo sexo?» La joven, inquieta, preguntó, y el
viejo, contestó: «No, mientras esté bien hecho».
Los viernes siguientes se siguieron viendo en el banco del
parque. Ahora la joven escuchaba atenta la vida del viejo
cuando fue estudiante de Derecho; luego, cuando exiliado de
su país, vivió vagando por el mundo como cocinero de un
barco; más tarde, cuando encalló como corrector de pruebas
en una editorial.
Ahora era la joven quien preguntaba y el viejo quien respondía a sus preguntas: « ¿Qué es un corrector de pruebas?». «Es
el que vive corrigiendo la vida que está en los libros». «¿Que es
un lector?». «Es un hombre que le da vida a un libro». «¿Tuviste
muchos problemas como corrector de pruebas?». «Sí, pero más
los tuve con los escritores que a toda costa querían que les
publicaran. La vida es una continua fe de erratas».
«¿Sigues leyendo?». «Sí, y sé que un día me quedaré ciego».
«Señorita, ¿usted podría servirme de lectora?». «Por supuesto».
El último viernes, el viejo le contó la historia cuando estando
en el exilio, fue cocinero de un barco. Las horas pasaron rápido.
La joven miró el reloj, y dijo que tenía que ir a la taberna.
«¿Vamos? En la taberna podemos divertirnos». El viejo le
explicó que él ya no estaba para esos trotes. «Vamos», la joven
insistió, y tomándolo de la mano, cogieron un taxi y se
dirigieron a la taberna.
El lugar era un hueco horrible lleno de hombres y mujeres
que danzaban frenéticamente. Se sentaron en unos taburetes
viejos de madera. La joven habló con una de las muchachas y
le pidió que la reemplazara por esa noche. Pidió vodka y
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María Eugenia Rojas Arana
comenzaron a beber. Luego, lo sacó a bailar. Danzaron toda la
noche.
Al amanecer, cuando los cuerpos sudorosos quedaron
unidos, el viejo preguntó:
— Señorita de la eterna sonrisa; dígame, ¿qué sueño tiene
ahora?
—Sueño vivir con usted —contestó la joven—.
—¿Cómo así? Si ya estoy viejo.
—Eso no me importa.
—Dentro de poco voy a morir. Me voy a pegar un tiro.
—Sí, pero antes quiero vivir con usted.
—¿Por qué?
—Porque usted es la vida.
La joven y el viejo, entonces, se abrazaron, y levantando los
vasos, brindaron por la vida.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
75
EL AMOR COMO LUGAR DE LA ESPERANZA
Un recorrido estructural de principio, medio y fin, que parte
de la concepción de la poética aristotélica de planteamiento,
confrontación y resolución, arma este relato de encadenamientos lógicos y necesarios para construir el mundo por donde
transitan y se encuentran un viejo casi ciego y decadente y
una joven ávida de emociones. Esta nueva realidad de la
escritura, recrea el mundo físico y cultural, espacio citadino en
que vivimos, narrado con palabras elegidas cuidadosamente,
para reconocernos y proyectarnos en esos lugares tantas veces
visitados de parques y tabernas.
El escritor elige como isotopía semántica el tema del amor
que redime a unos personajes que antes de la magia del
encuentro, estaban condenados a la soledad y a la indefensión
más absoluta.
Una economía de lenguaje se manifiesta en este cuento,
dándonos a conocer situaciones puntuales y precisas, marcando
acciones mínimas como pretexto para señalar el hacer de los
actores en la historia relatada. Aquí, el acontecimiento se
vuelve lenguaje literario, lo significativo tal vez no es lo que
sucede, es la manera de sentirlo y expresar ese momento de la
aventura del vivir, atrapado en el tiempo como un fotograma
cinematográfico, necesario para eternizar un efecto.
La voz que cuenta se impone anónimamente. Sin participar
como personaje de aquello que narra, instala un nuevo orden,
un campo cognitivo y axiológico para observar las subjetividades que inventa, sus acciones y sentimientos, sus estados
de ánimo y sus sueños.
La focalización, que tiene que ver con la información narrativa y con la observación del que ve y percibe los acontecimientos
a través de los sentidos, se aplica al saber del narrador sobre
sus personajes, registra sus diálogos y así nos permite conocer
sus intenciones como si fueran producto de una cámara indiscreta. Ahora bien, esta “objetividad” no es más que ilusión pura,
porque hablar del entorno espacio—temporal, del aspecto
76
María Eugenia Rojas Arana
externo y de la conducta de los personajes, llevan necesariamente, al develamiento de su mundo psíquico, a la expresión
de sus carencias y necesidades dramáticas y en definitiva
retratan su carácter.
Enfatizando la historia relatada, imponiendo sus puntos de
vista, dándonos un verdadero cuadro de seres paradójicos,
unidos por la casualidad del encuentro trascendente, permite
al viejo, como a la mítica Sherezade, contar historias para no
morir, con la certeza de vivir la última aventura y tocar ese
retazo de infinito, en el encuentro inolvidable del aquí y el ahora
y le garantiza a la joven abandonar la búsqueda de hombres y
mujeres anónimos, en las noches sin sueño, para encontrar el
amor. Hermosa estrategia poética que reivindica la ley del deseo,
brinda por la vida hecha de saberes y experiencias, encuentros
lúdicos, danza y embriaguez, como auténticos momentos de
esperanza vividos en este viejo mundo que se muere de hastío
y desarraigo.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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Cada uno con su cuento: antología comentada...
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GERMÁN CUERVO
(Cali, 1950)
Escritor de cuento, novela y poesía, y pintor vallecaucano.
Estudió publicidad en la universidad Jorge Tadeo Lozano de
Bogotá, vivió en París, Barcelona, Madrid y Berlín durante
varios años. Con “El recuento” (1972), obtuvo el primer premio
de cuento en su universidad; un año después obtuvo el segundo
puesto en el concurso nacional Pablo Neruda, con el cuento
“Gloria Luna” (1973), cuarto puesto en el concurso Puertas de
oro de Madrid con Los indios que mató John Wayne (1981),
primer premio en el concurso Treinta años de la universidad
Gran Colombia con el cuento “El acero del norte” (1982).
Obtuvo el Primer premio de poesía Jorge Isaac, 2006, otorgado
en Cali con su libro El viento en la balanza.
LA CIUDAD IMAGINADA
Los indios que mató John Wayne, libro publicado por la
editorial Oveja Negra en 1985, recrea ese mundo caleño y
juvenil de los años sesentas y setentas con temas de amor, de
locura y de muerte, música de rock y de salsa y el cine
maravilloso de la época. Allí se incluyen cuentos como “Los
indios que mató John Wayne”,”El acero del norte”, “Gloria
Luna”, “El recuento” o el presentado en esta antología, “El
hombre que deseaba saludar”.
Historias de amor, salsa y dolor es una antología de cuentos
publicada por la editorial Cuervo Editores en 1984, donde se
elige como isotopía semántica la salsa y narradores que han
sentido, con la complicidad de la escritura , el embrujo y frenesí
80
María Eugenia Rojas Arana
que se vive a su ritmo. Andrés Caicedo, Roberto Burgos Cantor,
Leopoldo Berdella de la Espriella, Julio Olaciregui, Umberto
Valverde, Fabio Martínez, Roberto Ruiz Rojas, Medardo Arias,
Oscar Collazos y el mismo Germán Cuervo son los escritores
convocados.
El compilador nos dice en el prólogo: “Historias de amor,
salsa y dolor es voltear una esquina alucinada, empujar la
puerta de un bar y entrar en África lejana; un encuentro al son
de los tambores hipnóticos con nuestros propios desengaños
desperdigados en una pista de baile, es una canción a flor de
boca que se va confundiendo con nuestro destino en la vasta
noche del trópico”.
El mar fue publicado por Plaza y Janés en 1994 y reeditado
por el Programa Editorial de la Universidad del Valle en 2007.
En esta, su primera novela, el escritor juega con la nostalgia de
mar de los caleños, construye una poética particular en la
escritura que modifica los temas de la cotidianeidad y recurre
a la fantasía para crear otro mundo posible como pretexto para
hablar de lo real estético y social. Aquí, José Félix Vásquez, un
poeta marginal intenta vender una maleta con droga, en una
ciudad que amanece inundada por un mar que antes no poseía
y este acontecimiento inusitado, afecta a otros personajes que
como él, deambulan por ella sin motivos aparentes, sumergidos
en el caos y el desarraigo.
Es posible que sean la prosas hecha de mar de múltiples
historias las que inspiran a Cuervo, o la concepción desesperanzada, esa fusión entre azar y destino, propias de las novelas
de Conrad y sus lecturas de la novela negra, o su propia existencia en ese espacio urbano tantas veces recorrido, habitado
ahora por seres absurdos y sin ley que en la realización de
empresas inútiles metaforizan el sin sentido de su existencia.
El viento en la balanza obtuvo el Primer premio Jorge Isaacs
en poesía y fue publicado en la colección de autores Vallecaucanos, Gobernación del Valle del Cauca, en 2006. Creo que
bien vale hablar de este libro con las palabras de su autor quien
lo define muy acertadamente: “Bajo ese título tan esotérico, se
Cada uno con su cuento: antología comentada...
81
cubre una lógica estructural de relato simple. Se trata de una
persona que viaja y regresa, del tiempo que ha pasado. Esa
poética nostálgica del tango, de puertas, ventanas, calles y
esquinas. Pero dentro de esa estructura incluyo una diversidad
de temas, no solo afectivos, ni de rencillas de parejas. Eso lo
abarca demasiado la música popular, el bolero, el vallenato y
el universo se componen de una diversidad infinita de seres; la
vida tiene demasiados temas... Y cualquiera puede ser poetizado”.
ESA FASCINACIÓN POR LA ESCRITURA
Germán Cuervo, quien hace algunos años abandonó Cali,
su ciudad de origen, caliente y bullanguera; el parque Versalles
que lo vio crecer, el “nortecito caleño” por donde caminó tantas
veces, al lado de sus personajes adolescentes que hoy son
literatura; los bares y tabernas donde gastó las noches y sus
mujeres más amadas, para refugiarse en Santa Helena, una
población fría, montañosa y bucólica cercana a Medellín, donde
se dedica a pintar y a realizar talleres de poesía con jóvenes.
Regresó de visita a Cali, como lo hace siempre, para no olvidar
que de alguna manera todavía es de aquí y que volver, atenúa
el sabor amargo del desarraigo; llegó a mi casa una lluviosa
tarde de febrero de 2009 para responder a las preguntas que
sobre su vida y su escritura le formulo.
Cuervo es un hombre de mirada profunda y llena de asombro. Como siempre, me siento atrapada por su trato suave, la
palabra precisa y sobre todo por su sonrisa, ese gesto entre
candor y malicia, parecido al que tienen ciertos niños cuando
abandonan la infancia. En su voz pausada puedo advertir la
más fina nostalgia, por la manera de hablar, de una vida que
persigue, dejar la huella de su sentir en la escritura y validar
así, la forma de perdurar en los otros o garantizarse que lo
amen...no sé. De la conversación de más de tres horas quedan
estos párrafos que retratan fragmentos de su existencia.
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María Eugenia Rojas Arana
¿Cómo te iniciaste en la Literatura?
La fascinación por la literatura la aprendí de mi padre,
cuando él tenía 50 años cerró sus negocios y se dedicó a lo que
más le gustaba, la lectura en su biblioteca privada, en esa gran
casa donde vivíamos. A veces leía y comentaba textos en voz
alta como: En busca del tiempo perdido, Los cuentos de Poe y
otras cosas que eran como una mezcla de Espiritismo, Filosofía,
estudios de religiones y crónicas de viajes. Como puedes ver,
ese padre era muy importante para el imaginario de un niño,
que debía pasar mucho tiempo a su lado y encerrado en casa
porque padecía de asma.
¿Cómo empezó tu vinculación con el cuento?
Con los cuentos de Poe, que a veces se parecían a los cuentos
que mi padre leía o reinventaba en sus historias. Siempre
recordaré que decía con tono solemne: “Esta es la pavorosa
casa Usher, aquí asustan, esta es una casa maldita”. Otras
veces: “Yo soy Robinson Crusoe, el solitario de la isla”.
Entonces yo hojeaba con curiosidad los libros de la biblioteca
de mi padre, que eran pura literatura clásica y en los cuales
me encontraba con sus palabras; ya en bachillerato, cuando
surge el Boom de la Literatura Latinoamericana, en compañía
de compañeros, incluido Andrés Caicedo, en el colegio San Luis
Gonzaga de Cali, donde repetí el último grado de Bachillerato
en 6 D, en el “curso de los desadaptados”, me encontré con
otros parecidos a mí y leímos la cuentística de Borges, Cortazar,
Onetti, Sábato, García Márquez, Cabrera Infante, Fuentes,
Vargas Llosa, etc. Luego pasé a la cuentística Norteamericana
y Rusa, como Hemingway, Miller, John Dos Pasos, Salinger,
Chéjov, Dostoievsky, etc.
En esa época, el también joven escritor Andrés Caicedo hizo
posible sentir que lo que nos pasaba como muchachos de barras
y pandillas; la obsesión por la ciudad, el cine, la música, las
mujeres y estar en el bachillerato en Cali, todo eso, podría
volverse literatura. Me pareció maravilloso y comencé a escribir
sobre estos temas, que luego, al ser estudiante en la Universidad
Cada uno con su cuento: antología comentada...
83
Jorge Tadeo Lozano de Bogotá, se materializaron en escritura.
Fue allí donde se premió “El recuento”, en 1972. Pero volviendo
a los escritores que fueron mis maestros, siempre pienso, que
después de leer Ulises de Joyce, empecé a escribir en serio.
¿Las experiencias de los viajes y el vivir en el exilio han
enriquecido tu trabajo literario?
Viajar siempre ha servido para recrear la nostalgia. Al regreso
de mi primer viaje a Europa pulí unos cuentos que venía
escribiendo hacía una década y que agrupé en Los indios que
mató John Wayne; este libro, recomendado por Carmen
Balcells, fue publicado por Oveja Negra en 1985. Para celebrar
su aparición en Cali hicimos un concierto de rock en el parque
Versalles. ¿Te acordás qué divertido fue eso y cuánta gente fue?
También, a mi regreso a Cali, había un tema que me rondaba:
los escritores y la salsa. Se me ocurrió hacer una Antología en
este sentido y decidí publicarla por cuenta propia, Historias de
amor, salsa y dolor, editada por Cuervo Editores.
Entonces me dediqué un tiempo a la pintura, luego escribí
el guión y actué en un video: Germán Cuervo, retrato de un
escritor en el trópico; después fue El mar, una novela negra y
fantástica que publicó Plaza y Janés, en 1994.
Volví a Europa y cuando llegué a Berlín la poeta Sonia
Solarte me motivo hacia la poesía. Entonces escribí sobre la
nostalgia, tema que tenía que ver con esa lejanía de la tierra de
uno y como tenía que vivir de la pintura, no podía dedicarme a
hacer trabajos de largo aliento y hacía poesía. Eso es lo que
hago ahora en Santa Helena Antioquia, donde una vida mas
bien bucólica, se presta a la poesía.
Volviendo a tu pregunta, te diré que por fuera se dimensionan los recuerdos, empiezan a objetivarse los problemas de
uno y del país, hay mayor conciencia de lo que pasa acá; la
nostalgia por la tierra de uno y por los amores adquiere un
sabor más cercano. Es el dibujo de lo nuestro y el lenguaje
propio, lo que nos permite diferenciarnos de esas otras culturas
84
María Eugenia Rojas Arana
donde tuvimos que caer. La experiencia del viaje te universaliza
y cambia la escritura local.
¿Cuál es tu mejor cuento?
Yo creo que “El acero del norte”, porque tiene buen ritmo,
cierta velocidad de escritura y un solo efecto como en crescendo,
hasta llegar a esa frase final: “y los dos aceros norteños brillaron
bajo la pálida luna”. Esa frase queda como suspendida en el
aire.
¿Cómo piensas tu escritura y la de tus contemporáneos en
relación a las nuevas generaciones de escritores?
Nosotros éramos más dramáticos, ser escritor no era bien
visto, escribir era un acto de valentía, estábamos sometidos a
un rechazo social y familiar. Para mí, los nuevos parecen
escribir más libreto como para televisión o cine, parecen estar
más presos del éxito, del impacto comercial, son escritores de
marketing. Escribir ahora en Colombia es una profesión
aceptable y lucrativa.
¿Influencia tu escritura tu trabajo como pintor?
Yo creo que son complementarios. En mí, la pintura ha
estimulado mi manera de ver y percibir el entorno, creando
una sensibilidad que produce una literatura mucho más gráfica.
En 2006 obtuviste el Premio de poesía Jorge Isaacs a autores
vallecaucanos. ¿Qué significa esto para ti?
Me abre otra ventana a una lírica nueva, a otra probabilidad
de expresión que no sabía que tenía y podía ser reconocida por
otros.
El Viento en la balanza es el título del libro. ¿Cuál es el origen
de esta poesía?¿La escribiste en Cali?
No, para mí Cali es una ciudad literaria, ni siquiera pictórica.
Es narrativa. En Cali nunca escribí un poema. Podría decir
que la preocupación genuina por la poesía comenzó para mí,
Cada uno con su cuento: antología comentada...
85
extrañamente, en Berlín. El agite por la supervivencia en ese
país no permitía la necesaria tranquilidad, para una obra de
largo aliento. Influyó también la cercanía de Sonia Solarte con
su ánimo poético y la distancia de Colombia, ya que con la
lejanía se adquieren ciertas aptitudes y preocupaciones sobre
el país de origen. Había la necesidad de expresar contenidos y
la poesía es un vehículo rápido y corto para expresar esencias.
A mi regreso, este germen de hálito poético se incentiva y florece,
no en Cali ni en Bogotá, sino al fijar residencia en la vereda
antioqueña de Santa Helena. Allí, en ese entorno campestre y
tranquilo, continué con la preocupación por el conocimiento
de la poesía y la redacción de estos poemas sentidos y torpes,
que he agrupado con el título de El Viento en la balanza. Digo
que estos poemas son torpes, pues todavía les veo correcciones
por hacer, podría seguir limándolos. Su escritura la asumí como
un calentamiento de motores. La idea era regresar a la prosa,
después de muchos años de pintura. Pero hubo que estudiar
mucho para adquirir seguridad en los malabares de la lírica,
ya que yo provengo de la narrativa y para mí la poesía era algo
misterioso.
¿Qué has pensado escribir luego?
Creo que haré un relato autobiográfico, desde mi infancia
hasta ahora. Lo que pasa es que debo escoger, tengo mucho en
el tintero, seleccionar algún tema que me mueva de nuevo
interiormente, porque yo soy un escritor subjetivo, de catarsis,
de exorcismos y hasta de harakiris. Yo divido la literatura entre
escritores endógenos y exógenos, los primeros son aquellos de
ficciones subjetivas, se mueven por pulsiones internas, en sus
relatos se resuelve algo de su vida personal. Los exógenos no
exponen su vida ante el lector, sólo se proponen escribir bien
algo de interés. Si yo tuviera tiempo haría una tesis sobre eso.
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María Eugenia Rojas Arana
“EL HOMBRE QUE DESEABA
SALUDAR”
Me parece aun verlo en sus comienzos con cierta prevención
disimulada, con cierta pena, con cierta vergüenza pálida, por
la otra acera del café deslizándose detrás de las camias,
deseando ser invisible pero con la mirada excesivamente
abierta; enfocada acá de reojo. Me parece aun verlo pasar,
enfilando una de esas interminables cinco de la tarde amarillentas, entre ráfagas de viento con oblicuos rayos dorados de
sol a contraluz, oscureciéndole el rostro e iluminándole pelitos
en la silueta de su cabeza. O cuando comenzó a acechar, a
merodear angustiosamente con cierto andar tembloroso, por
la misma acera del café, como quien le teme a algo o hay algo
que rechaza y censura, pero sintiendo al mismo tiempo una
atracción imantada que lo impulsaba a entrar. Luego al pasar
el, ese pequeño continente sombrío, el sol podía caer otra vez
pleno y maravilloso, en rayos oblicuos, dejando un polvillo de
oro fosforescente flotando en el aire sobre las mesas vacías.
Seguramente llegó el día en que pudo mas el deseo que la
indecisión o la critica moral y termino entrando decidido,
estrambóticamente resuelto, noche tras noche, saludando con
efusión, a uno que otro grupo. Pero, las mas de las veces después
del saludo, sumiéndose en ese extraño comportamiento voluble,
tan suyo, terminaba alejándose de la mesa de sus primeros
amigos para ir a enterrarse en una del fondo, semi escondida
o retirada, en donde apuraba uno cuantos tragos melancólicos.
Poco a poco, este singular personaje empezó morbosamente a
exigirle demasiado a mi curiosidad. Me atraía su soledad casi
pegajosa, su extravagancia de saludos; esa manera de saludar
levantando los brazos, como si todos debieran responderle
militarmente en el acto. ¿Que era lo que esperaba? ¿Qué los
otros también gritaran cuando lo vieran? ¿Qué era lo que lo
deprimía después o lo aterrorizaba? ¿Por qué a veces con una
volubilidad tan diametral, de un momento a otro sin saludar a
nadie, arrastrando penosamente los pasos cruzaba el café para
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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anclarse cargado de gestos de desprecio en la mesa mas lejana?
Poco a poco me fui acercando a él o mas bien, el a mi. Como
siempre yo lo saludada con igual desprevención y solía sentarme
solo, conseguí que algunas de estas veces, se sentara al lado
mío y nos conversáramos unas cervezas.
Era hombre bajo de estatura, con tendencia a una abundancia de carnes. Barba cerrada, ojos grandes y expresivos,
cabello oriental; suave, negro y lacio. Persona de naturaleza
cordial, sincera, bonachona y afectuosa. Notablemente amplia
su frente; se veía en ella usualmente un entrecejo fruncido,
reflexivo, más bien de aires contrariados, graves, que ya sólo
en escasas ocasiones se despejaban dejando ver la brillantez
verdadera, original, de sus ojos infantiles e ingenuos. Me parece
aún verlo animado detrás de una cerveza, iniciando con elocuente coherencia un dialogo y en el momento menos esperado,
verlos caer en un silencio espantoso, creando una situación
embarazosa, para los demás por la obviedad tan ostensible de
esa terrible depresión, en que de súbito acababa de entrar. Era
como si algo en el dialogo o comportamiento del interlocutor,
suscitara en él algún pensamiento o recuerdo que lo atormentara. (O como si nunca hubiera podido librarse de una
inevitable molestia consigo mismo).
En su manera de comportarse, en su expresión global, dejaba
transparentar que algo había sido tocado dentro de él y que ese
algo había sido dolorosamente roto. Gustaba en exceso de la
gente o más exactamente, la necesitaba. Era de vital importancia en cada momento sentir la aprobación de esta, obtener
un asentimiento que los afirmara, pues habiendo adquirido un
claro conocimiento, de ser una de aquellas personas desubicadas
o socialmente desplazadas, a quienes les es imposible participar
de lleno en la rueda del mundo, vivía en el temor de abrigar en
el fondo, el peor concepto de si mismo; de considerarse a si
mismo como un ser despreciable. En cuanto al sentimiento de
atracción sin remedio hacia ese café, en particular, estribaba
supongo en la flor escondida del hallazgo al fin, de un sitio
para él en la ciudad. Podría haber sido ese único probable
88
María Eugenia Rojas Arana
espacio, cívico, urbano, de intima comunicación personal; una
guarida y una base de identificación para encontrarse y comenzar a construir su, por así decirlo, “espíritu derruido”. De tal
forma que aquellas tediosas y descoloridas mesas públicas
guardaban para el en un principio, el encanto que reside en la
esperanza y el poderoso atractivo en un espejo en el cual podría
mirarse. Impresión que fue luego, declinando hacia un sentimiento contrario.
Una de esa noches impotables en el café, cargadas de tensión,
de nerviosismo con aburrimiento, en que uno empieza a odiar
ver las misma caras de siempre pero no hay a donde ir ni que
hacer, y es dejar correr el tiempo entre tintos dobles, quipes y
volutas de humo, persiguiendo hasta el dolor de cabeza una
conversación que ya viene agotada desde hace varios meses;
“El hombre que Deseaba Saludar” se dejó caer tristemente,
pesadamente en una silla a mi lado. Cabe decir que por aquella
época, para evitarse problemas contraídos a raíz de sus saludos,
había decidido exceptuándome, no hacerlo, lo cual no dejaba
de sembrarme cierta inquietud, ni de ponerme un tanto nervioso. Y fue esa noche corriente, entremezclada de desesperación y bostezos, cuando empecé a vislumbrar la razón, de
sus desasosiegos, angustias, movimientos temblorosos o
indecisos y el porque de aquellas proclamaciones públicas de
reconocimiento.
—A veces puede llegar uno contento— empezó con una voz
que parecía emerger del fondo de la noche— Y se encuentra
con este sitio excesivamente prendido en luces blancas, sin
música y como si estuviera de día, lo cual me produce un
choque, un cambio de tiempo y espacio. Además conciencia de
ser vigilado en la mirada atenta de la gente observándolo a
uno cuando entra. Para es un ambiente pesado, deprimente,
en ultimas estéril. A veces por algo más que nervios, tengo que
meterme dos diazepanes para poder entrar—.
—¿Entonces porque sigue viniendo?— Pregunté.
—Porque encuentro gente parecida. Aunque para mi es mas,
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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un sitio de desencuentros que de encuentros. Debe ser una
costumbre malsana.
Hubo una pausa. Se sumió en una depresión. Parecía estar
pensando en lo que acababa de decir. Después de tres sorbos de
su segunda cerveza, continúo sincerándose.
—Como usted ya sabe, yo no soy de esta ciudad, pues vea,
una tarde me encontré bajando por la avenida sexta a la altura
de Whoper King, con Juan. Usted sabe quien es Juan, ese
supercrítico sabelotodo, que camina mucho con sus cachetes
rosados y una boca delgada y apretada como de hiena. Ese.
Mientras conversábamos largamente en el anden pues ninguno
llevaba plata, detrás del verdor de un inmenso samán que había
al frente, declinaba el atardecer con estallidos de anaranjados
y rojos vivos, los carros pitaban y pasaban en chorros y aunque
las mujeres desfilaban a diestra y siniestra, lejanas, desdeñosas
yo permanecía muy contento porque estábamos de acuerdo
en juicios y coincidíamos en observaciones acerca de una gran
cantidad de asuntos y aficiones. Hablamos como viejos camaradas. Tal fue, nuestro mutuo agrado y entendimiento, que yo
creí poder contar, de allí en adelante con un cómplice o un
amigo, por así decirlo, en esta ciudad. Pero tanto brillo y
esperanza para una persona, de una acre soledad y sin fortuna
como yo, no fueron más que una quimera. Esto se lo cuento a
usted porque me ha inspirado confianza. Pero va ver usted que
tan equivocado estaba. Al día siguiente, un domingo por la tarde,
permanecía aun leyendo el suplemento , cuando llegaron a mi
casa el poeta Leonardo y la exuberante Libia Haroldson, a
quienes vagamente había conocido aquí, así como en una que
otra exposición. Muy contento de poder atenderlos, de tenerlos
en mi casa, los hice entrar de inmediato conduciéndolos a un
sitio exquisito que había dispuesto para tales menesteres pero
que hasta ahora no había tenido oportunidad de compartir.
Un lugar inundado de música y helechos, donde transcurrían
mis apacibles tardes de ocio, lleno de sensuales y vistosos cojines,
algunos con espejitos hindúes o pakistanes, y en algún rincón
entre libros selectos una lámpara china colgante con forma de
90
María Eugenia Rojas Arana
medialuna, forrada en papel de arroz. Cómodamente instalados, escuchando música clásica, charlamos agradablemente
de filosofía y arte, hasta el desfallecimiento de la tarde. Les
ofrecí algunas aromáticas, galleticas y cigarros cubanos y por
ultimo especialmente animado una botella de Curvoissieur que
tenia reservada para una ocasión similar y que ellos recibieron
fogosamente en medio de párrafos joyceanos y gestos teatrales.
Pero lo que más me duele y desconcierta es que el otro día me
encontré aquí en los turcos con Juan, con quien había sellado
un pacto tácito de amistad en la Sexta y con el poeta Leonardo
y La exuberante Libia Haroldson, quienes habían estado
dichosos el día anterior en mi casa. ¿Pero sabe que paso?
Ninguno de ellos me saludo. ¡Me les paré enfrente, diciendo
Quiubos! Y levantando los brazos y ninguno pareció verme, ni
oírme. ¿No le parece a usted extraño?
Terminó su parlamento al borde del llanto. Le dije tratando
de suavizar la cosa:
Me parece que ese pequeño incidente, no tiene la importancia
que le ha dado. No lo tome tan a pecho, hombre. Me da la
impresión que usted es una persona en exceso suceptible.
—Es algo asombroso; es abyecto, es casi fantástico— Continuó. Me tocó buscar una mesa oculta y retirada, para sentarme, en donde la humillación producida por ese desconocimiento no fuera tan obvia. Me vino a las mientes un aparte
de Knut Hamsun, en donde cuenta como a la segunda de vez
de encontrarse por el mismo camino con una persona en el
mismo día, se le hacia penoso el saludo. Lo cual para es
comprensible. Si uno se encuentra dos veces en el mismo día
con una persona, a la tercera debe prescindir del saludo. Pero
ellos habían ido a visitarme el día anterior y con Juan hacia
dos días que había hablado. Desde esa noche he perdido la calma
y ando asustado, pues se inicio una condición alterna de
invisibilidad, enmarcado en una serie de problemas al saludar
a la gente.
En el café, giraba la noche con presencia de navidad acercándose: cara de niño con mascara, figura que pasa borrosa
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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tras el vidrio, y en alguna parte sones de tambor de murga
saliendo debajo de palmeras, de cercanas ceibas, mientras que
un poeta gordo y borracho de Popayán, recitaba con desgano
sus versos y el café prendido de tintineos, voces y neones, parecía
una isla luminosa en el oscuro mar de la noche caleña.
—Voy a contarle otro caso patético de invisibilidad. —Dijo,
sorbiendo un poco de espuma que comenzaba a derramarse
del vaso.
Al lado de mi casa en un edificio— empezó— vive una
muchacha al parecer estudiante de artes toda desgreñada, que
pasa siempre con el entrecejo fruncido, llena de cartulinas y
pinturas. Su paso es corto apresurado. Desde hace cuatro años
que vivo en la ciudad, siempre nos cruzamos dos veces al día por
la misma calzada. Nunca nos saludamos. Claro que al fin y al
cabo no importa, pues ni siquiera nos conocemos. El caso es,
que a la noche siguiente de ocurrirme el primer chasco que
inauguró la serie, me encontré aquí con Libia y Leonardo; junto
con ellos estaba mi ansiada vecina que después me enteré, se
llamaba Liliana. La Exuberante Haroldson y el ajado poeta, me
saludaron con naturalidad, como si no hubiera ocurrido nada la
noche anterior. Acepte gustoso sus primeros saludos y también
el de Liliana que por primera vez lo hacia y empezamos a departir
alegremente, llenando espesamente la noche de palabras “cultas”,
ensaladas de berenjena, pan árabe, cervezas y copiosas bocanadas
de cigarrillos baratos. Al cabo de un largo rato, de sentirme pleno
con ellos, de sentirme feliz de por fin conocer a mi hermosa
vecina, percatándome de un entusiasmo en demasía, al borde
de lucir cansón, sin una conversación al menos brillante, opte
por retirarme prudentemente apenas consumida mi ración, pues
pensaba que con delicadeza y moderándome, podría preservar
aquellas amistades. Además, muchas veces, al recitar párrafos
previamente ensayados en casa, al hablar de mitología griega y
borgiana, como también me ha sucedido con otros intelectuales,
me ocurre que lo más pedestre, lo más rastrero, incluso las
funciones biológicas más elementales pierden sentido. Uno con
ellos puede hasta avergonzarse de ellas, o de ser tan primitivo
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María Eugenia Rojas Arana
como soy yo. Por ejemplo, ese día, me parecía que no podía ser
correcto ni permisible, desear con ardor—como me sucedía— a
esas muchachas tan bonitas que habían hablado de cosas tan
“elevadas”.
A la mañana siguiente, ya era un martes, ¿no? Salí muy
temprano a comprar la prensa y algo para el desayuno cuando
me encontré casi a boca de jarro con Liliana saliendo del edificio.
Creí y hubiera querido que ella me saludara; al menos que
hubiera hecho una señal de asentimiento, pero apenas incline
cabeza en un gesto de mínimo reconocimiento, ella se hizo la
que no me había visto, lo cual era imposible ya que casi
tropezamos y me tocó resignarme y verla pasar a un pelo de
distancia, presurosa, amablemente desgreñada, con su menudo
paso taciturno, alejándose de mi tal vez para siempre por la
calzada. Como habíamos estado conversando la noche anterior,
yo creí que a la mañana siguiente ella me iba a saludar. Pero
ya ve usted. ¿No le parece muy raro esto?
Si, es muy extraño— asentí—. “El Hombre que deseaba
Saludar”_( como he decidido llamarlo, ya que no me acuerdo
de su nombre o tal vez nunca me lo dijo)_ lucia visiblemente
excitado. Miraba a la gente de la cafetería, abriendo desmesuradamente sus ojos infantiles. De repente se paró y fue hasta
el baño. Esperé que regresara y permanecí en silencio, deseando
que terminara de un solo jalón con su problema. Así lo hizo.
En base a estos casos que le he expuesto— continuó en voz
baja— y muchos otros que me han sucedido, comencé a
elaborar una teoría para tratar de entender los códigos, para
mi inexplicables hasta ahora de los saludos. Me di cuenta por
ejemplo que Juan, si estaba sentado al lado del poeta y Libia,
me saludaba forzosamente; avergonzado. Empecé a verlo como
una hiena merodeando, con la mirada atenta, tal vez desesperada, apretando sus delgados dientes filosos, al acecho de
cualquier mujer bonita, extranjera o pinta novedosa, para
arrimarse deslizando tímidamente un libro ocasional de Lacan,
Saint John Perse o revista de cine sobre la mesa. Juanes hay
muchos: disfrazan sus cobardías vitales, sus necesidades mas
Cada uno con su cuento: antología comentada...
93
prosaicas de grandes palabras, del cosmos, del universo, del
más allá. Una vez instalados en la gloria empiezan a despotricar
y a elevarse y el mundo conocido se torna vergonzante, borroso
e invisible.
Pero volvamos, la cuestión era de orden, si el poeta Leonardo
y Libia me saludaban primero, el también podía hacerlo con
cierto entusiasmo e incluso llegar a conversar con calor. Me di
cuenta que gente como Juan y Liliana, me saludaban estando
con el poeta y Libia, siempre y cuando uno de ellos lo hiciera
primero. Ó sea que el poeta y la exuberante Libia Haroldson,
estaban ubicados en un nivel mas alto. Existen jerarquías. Son
gente de tres estrellas de plata, invisibles en la frente. Lógicamente existen otros por encima de ellos. Un día me los encontré
con X persona y no me saludaron pues X posee cuatro estrellas
de oro. Según mi parecer, estaban escalando y guardaban
respeto mientras recibían el favor de X persona. Finalmente
después de muchos intentos equivocándome con frecuencia de
jerarquías, en orden de saludos y de omisiones, todo esto se me
hizo muy complicado y abyecto y decidí no volver a saludar a
nadie. Ahora sólo converso Con Usted, pues vale más una
persona sensata que cincuenta fanáticos alpinistas en cafetería.
Dicho esto hizo una pausa. Noté su mirada esquiva, estaba
como apenado. Tal vez por la flor que me acababa de obsequiar
y por saberse excitado. Pago con premura diligente la cuenta y
se alejo tambaleando un pequeño y robusto cuerpo, arrastrando
los pasos, sin darme tiempo al menos, para hacerle una
observación respecto a lo que me había contado.
Después de unos días, al volverlo a ver pasar por la acera del
frente, mirando con recelo, lo llamé a mi mesa. Me parece aun
verlo cruzar la calle corriendo.
La vez pasada —dije— usted se marchó abruptamente. Yo
podría decirle algo, respecto al problema de los saludos, que
entre otras, no es solamente de saludos como de compañía, de
falta de amistad. Tampoco es un problema solamente de
alpinismo social. Es algo tan sencillo, que se me hace raro usted
se haya hecho un embrollo sin pensarlo.
94
María Eugenia Rojas Arana
—A ver, a ver, a ver, diga—repuso “El hombre Que Deseaba
Saludar”, impaciente.
—Uno no puede caerle bien a todo el mundo empecé. Pero
el me interrumpió encolerizado dando con un pie en el suelo.
¿A todo el mundo? –dijo en tono sarcástico_ si a duras penas
puedo hablar Con— Usted.
Bueno— dije— También existe algo muy valido que son las
preferencias de compañía o de amistades en un momento dado.
Cualquier persona en cualquier momento, tiene pleno derecho
a escoger hablar con una u otra. Hay momentos en que
sinceramente no se desea hablar con una persona, lo cual no
quiere decir que la odie. A veces la gente de otra jerarquía o de
otro rol diferente molesta. Hay prioridades, no se puede andar
siempre con todos—asevere dando un golpe suave con el vaso
en la mesa. —Y tampoco hay que meterle tanto drama a la
cosa—. Terminé con voz notablemente fuerte.
Es cierto, es cierto— comenzó con vos temblorosa, insegura,
temeroso de cualquier signo mío de rechazo afectivo—. Pero lo
que más me molesta es que estuvieron en mi propia casa en
una velada excelente y en determinado momento me niegan
insólitamente el saludo. Sobre todo que yo los había considerado, junto con Juan mis amigos. Pero entre ellos no existe
la amistad. Una lágrima rodó con suavidad por su mejilla. Me
di cuenta, llevaba su buena dosis de trago o droga encima. Sentí
pena e incomodidad de aquel hombre llorando ante mí. Seguro
siempre hay uno de cuatro estrellas de oro en la mesa cuando
los saludo. —balbució— o, a lo mejor, al juntarse entre ellos
crean una mesa de cuatro estrellas de oro. En todo caso ya no
se que hacer. Prefiero evitarlos.
—Para mí también muchas veces es incomprensible—admití,
dándole dos palmadas en el hombro, lo cual produjo un
resultado asombroso. De inmediato llamó a Conrado el mesero
y pidió varios platos y bebidas.
—Voy a narrarle la historia más inverosímil y patética que
me ha ocurrido en esta ciudad.— Anunció con cierta parsimonia, encendiendo un Malboro en unas manos temblorosas
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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y pequeñas. La cara ovalada se le congestiono con una fuerte
bocanada de humo en ojos y garganta. Tosió expulsando humo
azulado; hizo una pausa para reponerse y comenzó a un rojo,
jadeante:
—Una noche que arrime al café me invitaron— cosa extrañísima— a departir en una alegre mesa donde había un
concurrido grupo que acababa de llegar de una exposición.
“El Hombre Que Deseaba Saludar” hizo una pausa para
darse un sorbo tranquilizador de cerveza y continuo en un tono
lento, triste— Concluida la comida, cuando la conversación
empezó a languidecer, salimos en varios carros para una fiesta
en una casa que quedaba encaramada sobre unos altos muros
de Piedra, en el Barrio los Cristales. Como mucha gente era
para mi desconocida, la mayoría del tiempo la pase engullendo
pasabocas, entre idas al baño y sentadas en un sofá, desde donde
podía observar a la gente divirtiéndose. En la maraña alta se
destacaba una muchacha alta, de pelo castaño, de una belleza
irreprimible, que se deslizaba en un silencio desdeñoso entre
los invitados, con un vestido de los años treinta. Al parecer
desubicada, en las mismas vueltas y miradas sin sentido que
yo, terminó sentándose, haciéndome compañía en silencio, en
mi solitario sofá. Mientras, los demás se aplicaban a discutir o
bailar haciendo alharaca. Luego se acercó un muchacho, buen
mozo, con el mismo color de pelo y vestido en la misma moda
que ella, quien la sacó a bailar varias piezas muy complicadas,
lo cual desempeñaron luciéndose con una presión inmejorable.
Al regresar ella del baile a mi sofá, me debatí entre decirle una
frase animosa para no incomodarla con mi creciente depresión,
o sacarla a bailar, lo cual me asustaba, pues siempre he vivido
en el temor de que en el vértigo de una de esas vueltas complicadas de ahora, la pise, la deje caer o le haga zancadilla a la
pareja. Pero ella se adelanto a mi indecisión y me pregunto de
qué barrio era. “Del Peñón”—respondí— ¿Y tu? —Yo soy del
nortecito” anuncio con una risa incomoda. “¿Por qué no vamos
a la terraza a recibir el fresco?” —Propuso. “Encantado” —
respondí, con la mejore de mis sonrisas. Salimos. Era una noche
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María Eugenia Rojas Arana
maravillosa. Se abrió la puerta a una infinitud sembrada de
estrellas con hileras de figuras geométricas y luces titilantes;
de la ciudad dormida como una gata perezosa, extendiéndose,
hasta un horizonte en sombras, en gamas de negros violetas,
negros azules, negros verdosos, negros rojizos. Mientras la
comba gigantesca del cielo, proclamaba su noción de amplitud
nocturna, de libertad embriagadora, un aire dulce y fresco nos
acariciaba y nos acercaba. Bebimos un aguado trago en hielo
y nos dimos cuatro plones en el coco. Salimos. Su coche de
modelo viejísimo y destartalado, arrancó produciendo gran
estruendo, con rapidez sorprendente, como si deseara incrustarse en el corazón de la noche. Agarrado a la tierra, veloz, se
deslizo el auto sobre la ciudad; rugía voluptuoso el motor y ella
reía y la brisa en la cara, devorando kilómetros hasta llegar a
una casa de campo en las afueras. El coche se detuvo. La risa
de ella como una chiquilla de diez años flotando por un
momento en el aire, cascabeleando hasta esfumarse en el
silencio campestre de la noche. Descendimos. Me impresiono
el silencio de aquel paraje montañés, la paz misteriosa que traía
ese silencio. A un lado estábamos sombríos, los cerros de los
farallones, imponentes, vigorosos y al otro mirando hacia abajo
desde la montaña, en medio de ramas de altos árboles, se
asomaba el ala de un lejano Cali, titilando en un Valle dormido.
Pero no hubo tiempo para contemplaciones de paisaje, ni para
ver la casa. “¡Quiero sentirte!”. Reclamó temblorosa derritiéndose de ansiedad, y caímos, suavemente, como copos de
algodón, entrelazados en un nido ardiente de delicias. En mi
vida había estado tan feliz como aquella noche, ni conocido
mujer más hermosa. Al otro día el sol nos despertó golpeando
la ventana de madera. Comimos hongos fuimos a bañarnos a
un río cercano y anduvimos desnudos por todas esas lomas
conversando felices y cogiendo frutas de los árboles. Nunca
había llegado a imaginar antes que a una persona a quien nadie
quiere, a quien todos niegan el saludo, como yo, le tocara
disfrutar semejante banquete ecológico de dioses. Pero vea usted
que vueltas caprichosas da la vida. Bien vale el grato recuerdo
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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de esa aventura por las incontables desdichas posteriores. ¿Por
qué sabe que inolvidable desilusión obtuve al otro día?
—¿Qué?
—Al otro día me la encontré aquí en Los Turcos y no me
saludo. Empecé a reírme. Después me di cuenta que era una
risa nerviosa y traté de contenerme. Realmente la historia me
afecto y me sentí invadido de un inmenso pesar. “El Hombre
Que Deseaba Saludar” me miraba aterrado. Luego, la comprobación de pesadumbre en mi rostro le infundió ánimo
suficiente para continuar.
—Me parecía el colmo lo que había hecho conmigo. Apenas
tuve oportunidad, la llame a mi mesa. Estaba vestida, ya no
con el traje de los años treinta, si no, sencilla de bluyín y
camiseta blanca. Se acercó de mala gana, irritada.
—¿Porque no me quiere saludar?
—El hecho de que me haya acostado con usted, no quiere
decir que tenga que aguantarme ahora un show. —Dijo furiosa.
_ Pues a mi me parece natural, lo menos que debieras haber
hecho, después de lo que hemos compartido.
—Usted no tiene ningún derecho sobre mí, por lo de esa vez,
ni yo tengo la obligación de saludarlo en todas partes. ¡No
faltaba más! ¡Olvídate! Esa vez fue ayer, hoy es diferente y
mañana será otro día. Dejemos ya esta confiancita conmigo.
—Dio vuelta de un solo golpe y se alejó dejándome frío.
Trate de explicarle al “Hombre Que Deseaba Saludar”, que
más le valía adecuarse al acero de los códigos de saludo y
saberlos manejar que sufrir por ellos. Pero el permanecía
inconsolable, con el rostro encogido, con el mismo desasosiego
de siempre, con la misma tristeza, con sus manos pequeñas
temblorosas. Desde una mesa llegaban retazos de frases en
jerga psicoanalítica y una tibia brisa traía un ligero y rico aroma
de camias desde el barrio Centenario.
—No puedo aceptar estos códigos de provincia_ asevero_
se me hacen inhumanos, desesperados, caníbales.
—No tengo amigos— se quejo luego, incongruentemente.
—Tenga paciencia y busque, le dije las cosas van llegando…
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María Eugenia Rojas Arana
—Pero si llevo ya cuatro años en esta ciudad. Usted es mi
único amigo.— Y me propino un abrazo sincero y alcohólico.
—Todavía la amistad existe y el amor.
—Pero donde: no lo veo por ningún lugar.
—¿No ha visto que entre ellos hay parejas? Me imagino que
la amistad y el amor existen en alguna parte. — Le dije. Me di
cuenta de que me identificaba con él. Yo también andaba muy
solo. Una mujer rubia, con aires de tierras lejanas y el pelo
cayéndole desordenadamente como serpentinas, se sentó
lánguidamente en una mesa al frente. Un grupo de hombres
empezó a mirarla de manera demasiado directa, a crear una
forma de acecho en medio de bromas y risotadas. Visiblemente
asustada abandono en la mitad el vaso de salpicón que consumía y se marchó azarada, torpe, tropezando al salir con una
mesa.
—¿Por qué no alteramos el acero de los códigos de saludo?—
propuso el hombre.
—¿Pero como?
—Subvirtiéndolos— dijo—. Es muy fácil. – y me explico.
Al día siguiente identificados y cómplices, empezamos a
obligar el saludo, primero a gente de una estrella, estando
sentados muy felices y organizados con su gente de tres o cuatro
estrellas. Las victimas respondían avergonzados, nerviosamente
molestos, o se empeñaban desesperadamente en no saludarnos,
temerosos de que fuéramos a anclarnos en su mesa y a dañarles
las charlas elevadas o el programa, aunque nosotros respetábamos su libertad y solo quisiéramos obtener de ellos un
saludo. Me acuerdo de un hombrecito de una estrella de lata
sentado con otro que acababa de llegar de Oxford, (o sea que
debía tener unas tres o cuatro estrellas de oro). El de la estrella
de lata no quería saludarnos por nada del mundo y ante las
marañas y efusiones exageradas que le hacíamos, por fin se
paro enfurecido y grito: “¿Bueno a ustedes que les pasa carajo”?
Lo cual nos causo mucha risa y ya se estaba agravando hondamente la situación, de no habernos marchado en el acto.
Empezamos a saludar y a hablar indiscriminadamente, sin
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noción de jerarquías con la gente. Cuando alguien o una mesa
estaba muy reticente para contestar, nos parábamos al pie de
ellos, en silencio, en huelga de saludo, creando una incomodidad y una tensión terrible. Empezamos a saludar con efusividad a muchachas que estaban sentadas con sus galanes.
Hablábamos con igual afecto con ellos que con ellas, los
hombres se mostraban nerviosos, y temerosos de un asedio a
sus amigas, pagaban rápidamente la cuenta y se las llevaban.
Fueron estor los primeros en odiarnos, junto con los alpinistas
de pocas estrellas y por ultimo, los de más estrellas de oro, por
el desconocimiento que hacíamos de su jerarquía. Poco a poco
al cabo de los días, fui perdiendo los pocos amigos que tenias
que son menos que el número de los dedos de una mano. Nadie
me saludaba. Los meseros ya no querían atenderme. Entonces
pensé: “Dejemos esta pendejada. Por hacerle caso a este loco,
me estoy quedando más solo que nunca”. Y empecé a echármele atrás, a guardar distancia, a escabullírmele. El comprendió
mi desastre. Abandono también la empresa y dejo de frecuentar
el café. Fue un golpe muy duro para mí, realmente le había
tomado cariño, pero tampoco deseaba salir crucificado por
meterme de redentor.
Adiestrado en el resentimiento por una obligatoria marginalidad, bien pronto empecé a ver a “El Hombre Que deseaba
saludar a la gente”, por las calles acompañado por tipos de la
peor calaña, andando con gente despreciable. Empezó a
frecuentar los peores sitios de la ciudad y se escabullía por la
otra orilla del café al lado de unas comparsas de horribles prostitutas, atracadores, jíbaros, travestís, peleadores callejeros…
Después de sus temibles borracheras que se prolongaban
durante semanas, solía encontrármelo dormido, inconsciente,
doblado en alguna fuente de soda de la sexta, por la mañana
cuando la gente salía a trabajar. El hombre que de por si tenia
que equilibrar una tendencia a la gordura, empezó a hincharse
desmesuradamente y a adquirir en la expresión contraída o
amargada un aire supremamente desagradable. Alguna
mañana de martes, resplandeciente para muchos, llegue a
100
María Eugenia Rojas Arana
encontrármelo en el colmo de luces idas, tirado en el andén al
lado de una construcción; lo habían bajado de reloj, plata,
papeles, billetera y exhibía una espantosa cuchillada en la mejilla
izquierda. Lo lleve inconciente a un taxi a urgencias en los
Seguros Sociales y creo que nunca se dio cuenta quien lo había
hecho.
Me parece aun verlo una noche llena de humo y lluvia,
cuando entró por ultima vez tambaleándose al café de Los
Turcos, blandiendo en la mano un ladrillo, presa de quien sabe
cuantos días de rumba, de quien sabe cuantos pericazos,
bazuco, baretos entremezclados con el alcohol y pepas. Era
una noche de inauguración de exposición de fotografía, ruidosa
de copas, de voces y perfumes, con mucha gente “chic”, de
señoras y señores muy bien arregladitos o disfrazados que
habían ido al café, sin saber que se trataba de una formalidad
informal.
“El Hombre Que Deseaba Saludar” se detuvo bamboleándose
al frente del establecimiento, con el ladrillo en la mano y grito
con una voz ronquísima:
¡Hijueputas! ¡Voy a acabar con este café causa de todos
mis males! Las mujeres sobre todo se inquietaron por las
amenazas y recomendaron a sus acompañantes, si no seria
prudente alejarse del lugar al ver a semejante monstruo, a
semejante engendro, pequeño, repugnante, con la cara cruzada
por una espantosa cicatriz blandiendo amenazadoramente un
ladrillo en su mano. Pero el monstruo, no dio tiempo para
escapar. Inmediatamente se hecho atrás, para coger impulso
y tirar el ladrillo de la misma manera que un buen “pitcher”
de béisbol al tirar la bola. Disparó con fuerza el pesado objeto,
pero este no alcanzo a llegar al inmenso vidrio a que estaba
destinado. Una mano se interpuso en el antebrazo del hombre
y el ladrillo fue a parar contra el borde metálico de una mesa,
astillándose en mil pedazos, que como estallido de granada
salieron disparados con violencia para muchos lados. La gente
empezó a correr y a gritar, abandonando despavoridamente el
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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reciento. Alguna que otra dama emperifollada, al caer fue
pisoteada por su prolijo y aterrorizado acompañante.
El incidente culmino con el abandono total de la clientela
del restaurante y la huida silenciosa del hombrecito, perdiéndose
entre las sombras de la noche, al acercarse ocasionalmente una
radiopatrulla.
“El Hombre Que Deseaba Saludar”, al parecer termino hasta
con el ultimo centavo de una herencia y, se marchó al fin de la
ciudad mientras yo permanezco sentado en el café, sin cambio
alguno y a fuego lento, en una continua descolocación social,
alargando un café negro o una cerveza caliente y sin poder
dejar de venir, es lo mas terrible. Intento compartir una mediocre y cotidiana monotonía, con otros maestros en el no por lo
hedónico menos fácil arte, de saber dejar pasar las horas y las
tazas, es decir, en el arte de saber envejecer. No comparto la
opinión por completo de aquel pintor holandés, cuando anotaba
sobre esta clase de sitios: “Es el lugar donde se pierden los
hombres, donde uno puede llegar a convertirse hasta en un
asesino”. Tampoco poseo una visión solamente critica del café,
pues no puedo dejar de ver en el, un lugar amable, acogida
para los solitarios y un puerto geográficamente neutral para el
sano encuentro de las personas.
Aquí nada parece suceder; la misma erecta negra de melado
y la palmera. Como cuando asistía a las corridas de toros, Jovita
la verdadera reina de la ciudad, permanece al fondo de una
foto grande, morena de ojos verdes, vestida de blanco con un
ramo de flores en la mano. De tanto en tanto el loco del café
reparte bendiciones o suelta un discurso delirante y obsceno.
Después del sol imposible del medio día, una brisa que trae
mujeres, les va poniendo en las esquinas como flores. Vienen
sus traseros enredados en la brisa. Son mujeres nutridas de sol
salvaje, de sexo y de música, todas bailan y nadan perfectamente
y conocen todos los misterios de la seducción. La cara tosca, la
mirada en general serena, el cuello alto, los hombros relajados
el tórax estrecho y delicado debido a un exceso de oxigeno, el
tronco muy largo para la extensión de las piernas, las nalgas
102
María Eugenia Rojas Arana
inflamadas y la parte alta de los muslos hinchados por el ardor
tropical. Beben sorbetes y jugos de colores. Comen toda clase
de pepas raras como chontaduro, grosellas o mango viche con
sal. Su piel va del carbón al bronce y puede llegar hasta un
tono que alguna vez fue blanco, pero que (debido al plátano, a
algo que existe en el aire y al clima indómito), ya nunca jamás
podrá volver a serlo. Cuando hablan lo hacen como si tuvieran
sueño y se fueran ya acostar o acabaran de levantarse y sus
palabras perezosas, claras, bien vocalizadas salen lentas de las
bocas y caen pesadas sobre cualquier parte como pájaros
muertos.
Mientras las mesas permanecen llenas de codos; los viejos
milenarios del café, lozanos con camisas claras, descolgadas
las caras, los cabellos más grises, cruzan una que otra frase. El
café negro en el posillo de pedernal volando hacia la noche. La
piel canela enloquecedora del viento; todo el río del amor y
nosotros vamos todos envejeciendo como muñecos de carnaval
sobre esas mesas desoladas.
He vislumbrado fragmentos de un mundo trágico, escondiéndose detrás de cada saludo, pero cada saludo en si después
de escribir esta historia ha dejado de interesarme. En tanto
siguen pasando los cabellos al viento, al vaivén de las palmeras
y yo permanezco desde hace mas de diez años, con la vista
puesta en el poniente, en los traslucidos amarillos del cielo,
buscando una sola palabra para estos atardeceres mansos
perfumados de camias y jazmines.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
103
LA METÁFORA DE UN MUNDO
QUE SE DESTRUYE
La palabra del escritor se manifiesta desde lo vivido. Acudiendo al lenguaje literario, arma esta trama, nueva escritura
con lógica propia, que revela sus pensamientos más íntimos;
otra manera de comunicarse con el mundo real, a través de la
ficción que transcurre en un lugar de Cali, ciudad Colombiana,
en los años 70, en el café Los Turcos, donde dos hombres se
encuentran cotidianamente al atardecer y asisten al desencuentro con otros visitantes del lugar.
La vivencia personal expresada estéticamente permite este
relato, verdadero espejo donde hechos y gentes escenifican las
pulsiones que los atormentan en prácticas de incomunicación
y desarraigo.
Aquí, nos encontramos un narrador anónimo, sujeto absoluto del discurso que relata en tercera persona y en pasado, la
historia del protagonista, al que ve llegar a diario, observa y
construye pasionalmente en ese espacio—tiempo de la tarde de
verano caleño.
Con el pretexto de no recordar su nombre o tal vez porque
nunca se lo dijo, lo llama: “el hombre que deseaba saludar”; lo
mima, lo acompaña, conversa con él, y hasta se convierte en
su cómplice, en la angustia que le produce la situación patética
de no ser reconocido por los otros y condenado a una obligada
marginalidad.
Participando como interlocutor y testigo de la historia, el
narrador manifiesta sus saberes, realiza su necesidad de narrar
y evalúa los acontecimientos y personajes, hombres y mujeres
que se desgastan en conversaciones inútiles y pseudos intelectuales marcadas por el desamor.
Regulando lo dicho y lo no dicho, manipulando posibles
narratarios que también construye y a los que entrega su propia
104
María Eugenia Rojas Arana
versión desesperanzada, testimonia los valores de una época y
de un microcosmos condenado a desaparecer.2
Así nos lleva de la mano a explorar el tormentoso psiquismo
humano y el deseo obsesivo del protagonista, en su inútil búsqueda de identificación proyectiva con aquellos que le niegan
la respuesta a su saludo. El desconocimiento expresado se
vuelve un problema existencial, no solo son los otros los que lo
evaden, es él, el que se ausenta de sí mismo y en este nuevo
caos, el yo precario que lo habita, se descompone y agrede con
violencia el mundo al que quería pertenecer. En consecuencia
el hombre entra en la región de las sombras y anticipándose a
la muerte física, abandona la ciudad de sus desventuras.
El narrador, por el contrario, debe quedarse hasta el final,
luchando contra el sentimiento de pérdida, sembrado en el bar,
volcando su atención sobre su propio hastío y mediante el
recurso del monólogo interior, manifiesta sus pensamientos,
en ese nuevo tiempo de aceptación y espera donde se resigna a
envejecer como él mismo dice: “alargando un café negro o una
cerveza caliente”, sin perseguir el saludo, la amistad o el amor
de otros, que como fantasmas, habitan diariamente este lugar
de atardeceres de trópico, donde sufren el patetismo de una
soledad compartida también por nosotros, cada vez que
afrontamos la complicidad de la lectura.
2
El tema del desconocimiento nos lleva por asociación necesaria a recordar
otro hermoso cuento del mismo autor donde también se explora el drama existencial
de un joven que va desapareciendo de su entorno hasta borrarse completamente y
convertirse en “Outis”, es decir, nadie. Este relato hace parte de CUENTOS SIN
CUENTA, Antología de relatos de Escritores de la Generación del 50, del autor Fabio
Martínez. Programa Editorial Universidad del Valle, Cali, Colombia, 2003.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
105
Cada uno con su cuento: antología comentada...
107
SONIA NADHEZDA TRUQUE
(Buenaventura, 1953)
Estudió filología catalana en Barcelona, España. Es
traductora de poesía y narrativa catalanas; como investigadora
de asuntos literarios ha preparado prólogos y selecciones de
poesía y cuento para varias editoriales. Ha incursionado en
crónicas y reportajes en periódicos impresos y en páginas
virtuales. Beca Colcultura en el área de ensayo en 1994. Realizó
la compilación del libro Elisa Mújica en sus escritos. Ha
publicado tres libros de cuentos, La otra ventana, Editorial
Pijao, 1986; Historias anómalas, Cooperativa Editorial
Magisterio, 1996, y Los perros prefieren el sol y otros cuentos,
publicado en Uniediciones en 2006. En 1993 fue becaria de
Colcultura con una propuesta de investigación Almacén de los
niños. Historia de la literatura infantil en Colombia (Inédito)
y es autora de antologías en poesía y en cuento para niños y
jóvenes como País de Versos. Antología de la Poesía infantil en
Colombia y Cuentos Policíacos, selección Cooperativa Editorial
Magisterio. Con Panamericana Editorial trabajó en el apoyo
documental para los Cuadernillos de Poesía y contribuyó con
algunas selecciones y prólogos de los mismos. Con Editorial
Esquilo tiene cinco análisis de ensayo sobre Freud, Erich From
y Erasmo de Rótterdam. En la Colección Viernes de Poesía,
Departamento de Literatura Universidad Nacional con la
coordinación del profesor Fabio Jurado, publica su libro de
poesía Bordes. Ha realizado varios talleres de escritura de cuento
en Bogotá. Varios trabajos suyos han sido traducidos al francés
y al inglés. Ha sido incluida en antologías de cuento y poesía
en Hispanoamérica.
108
María Eugenia Rojas Arana
EL MARAVILLOSO ENTRAMADO DE LA
ESCRITURA
Con el libro Los perros prefieren el sol y otros cuentos,
publicado por Uniediciones en 2006, la autora nos propone
una manera de ver el mundo y de ser vista a través de una
escritura, que conoce las diversas formas que asume la condición humana, para defenderse o agredir ciertas manifestaciones
del poder institucionalizado que la trasciende y amenaza.
Estos cuentos toman dos grandes vertientes, una primera
titulada: “Los perros prefieren el sol”, contiene historias que
suelen transcurrir en la nueva Colombia que padecemos, hecha
de azarosas ciudades, por donde deambulan hombres y mujeres
enfermos de violencia, desamor y tristeza, consecuencia necesaria, al vivir en un país que, por todos los medios, propicia el
crimen, la ambición y la muerte.
El trabajo testimonial es abordado posiblemente por una
narradora anónima, que se pasea por todas las historias y tiene
a su cargo dar a conocer la dimensión cognitiva de todos los
cuentos, como espectadora que recrea espacios y personajes,
provenientes de diversos lugares que motivados por sus deseos,
realizan programas narrativos que transgreden de manera criminal el orden y el poder social que se les impone.
Es indudable que en este contexto caótico y triste, Sandra
Zambrano: la investigadora de la historia en “La doble agente”;
la flaca: desvalijadora de carros en “Los perros prefieren el sol”;
Leticia: la reportera en “Encuentro en la frontera” y Marcela
Castro: candidata a la alcaldía en “El muñeco en la acera”, son
mujeres que asumen temerariamente ciertos modelos masculinos, en torno a temas como el viaje, la aventura, los romances
sin compromiso, la infidelidad, la ambición o el asesinato.
Estos personajes de total protagonismo se realizan también
en un juego de identidades, de verdades a medias, de crisis de
afecto, crímenes y suspenso; con un nihilismo manifestado en
la conciencia de que nada importa y que todo sucede en vano
en su breve transcurrir sobre la tierra.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
109
Cuentos de Barcelona, segunda vertiente del libro, nos habla
de historias del exilio, del viaje, del estar de paso y es, tal vez,
por la condición de extranjera de su autora, que nos permite
nuevos descubrimientos vitales y propicia el recuerdo querido,
indagando en la memoria, el pasado dichoso con toda su carga
de afecto.
Aquí, el lenguaje literario poetiza la soledad y la ausencia, el
desencuentro amoroso o tal vez la fantasía del encuentro feliz,
ubicando aquello que más nos duele o que más nos divierte.
En los cuentos “La otra ventana”, o en “El mirador”, o “Día
de Guardia”, en “Hermanas” o en “Nuria en el rompeolas”, la
trama se construye en torno al ansia, a ese reclamo eterno y
femenino por el hombre imaginado, para llenar el vacío y la
ausencia, o en los finales verosímiles de destino incierto, donde
lo vivido es narrado como artificio necesario, de la realidad de
la fantasía, para mover con arte, las pulsiones que nos conmueven.
Así la escritora se indaga y nos indaga, en la nueva estética
escritural, que busca tocar esa otra pasión que se realiza en el
instante de la lectura, por medio de la cual, descubrimos que
nosotros los lectores, también hacemos parte de esos mundos
ficcionados, donde el amor no es felicidad pura, si no también
sentimiento de soledad y desarraigo.
VOZ DE MUJER QUE SE BUSCA EN LAS
PALABRAS
En febrero de 2007 tuve la fortuna de conocer personalmente
a Sonia Nadezdha Truque, una tarde en “Lugar a dudas”, sitio
de encuentro de la cultura caleña, cuando en compañía de los
escritores Fabio Martínez y Eduardo Delgado presentamos “Los
perros prefieren el sol y otros cuentos”, libro que yo había leído
y disfrutado con antelación. A mediados de este mismo año, la
escritora viajo de nuevo a Cali para participar en La décima
tercera Feria del libro del Pacífico como tallerista de cuento
110
María Eugenia Rojas Arana
para jóvenes y pude entonces acercarme más a su forma de
pensar y sentirme en consonancia con ella.
Dos años después, atendiendo la invitación de mi amiga
María Teresa García, viajamos un fin de semana de marzo de
2009, a Palma Caoba, hermosa casa campestre situada en las
afueras del municipio de Santa Helena, en un lugar esplendoroso donde imaginamos que alguna vez estuvo el paraíso.
Allí pudimos gozar de nuestra mutua compañía y desde la
terraza nuestros ojos se llenaron de paisaje en ese tiempo sin
tiempo en que contemplamos un atardecer con sol de los
venados que teñía de rojo la inmensa llanura vallecaucana.
Entramos luego en la noche sin sueño y mientras escuchábamos complacidas y en silencio los Fados portugueses de
Madredeus, la ciudad imaginada nos llamaba desde lejos con
sus guiños de esperanza y nosotras, las mujeres que éramos
en ese momento, acicateadas por la música y el vino, hablamos
de lo real y de lo posible y evocamos los recuerdos felices,
testimoniando así nuestro paso por la tierra.
Pausadamente, Sonia nos habló de su vida hecha de viajes
y lecturas, nos permitió conocer su experiencia de escritura y
la manera como piensa el mundo en el que cree. Para rescatar
este momento presento aquí parte de nuestra conversación de
esa mágica noche.
¿Cómo te iniciaste en la literatura?
El primer contacto con la literatura lo tuve en la voz de mi
abuela Carmen, cuando me contaba historias de espantos y de
aparecidos en Andalucía (Valle). Estas historias llenaban mi
mente de miedo. Es allí donde creo que inicié el acercamiento
a la literatura y auspiciado por mi padre, el escritor Carlos
Arturo Truque, terminé haciendo de este saber mi oficio y la
razón de mi existencia.
¿Y tu vinculación con el cuento?
Esta pregunta tiene que ver totalmente con la anterior.
Bastará decir que mi primer libro de cuentos lo escribí a los 8
Cada uno con su cuento: antología comentada...
111
años. Son cuentos muy influenciados por lo fantástico, propio
de las lecturas de esa edad.
Entonces, ¿tu vida infantil determinó tus elecciones literarias?
En la casa había una gran biblioteca que mi padre y madre
habían organizado con criterio y de la que pude leer muy
temprano Las mil y una noches. Nos llevaban a mis hermanas,
Colombia e Ivonne y a mí, cuentos de China y de la Unión
soviética. Siempre recuerdo la anécdota de cómo leí algunos
libros que determinarían el desarrollo de mi posterior escritura,
a hurtadillas y escondiéndola bajo la almohada como a los 12
años, la novela Lolita de Nabokov, considerada una obra
demasiado fuerte para mi edad. Por esos años también leí a
Pierre Loti y su novela Las desencantadas, y de Saint Exupery,
El principito; me fasciné con los poetas rusos Mayakovski,
Esenin, me encantaba con Gorki y Gogol. Ahora creo que tal
vez mi experiencia de conocer la obra de Dostoievsky es el
primer acercamiento a lo que estoy intentando como escritora
de género negro. Como a los 18 años estaba muy metida con
Marcel Proust al que le debo junto a Flaubert esa profunda
indagación, ese ir al fondo del ser, que complementaría con
años de lectura de Freud, Fromm y otros psicoanalistas que
me ayudarían a resolver algunos conflictos interiores. Seguramente son muchos los libros que he leído, no solo de literatura,
sino de política, pintura y música que sería pretensioso enumerar. No concibo escritor que no haya leído y que no esté en
constantes inquietudes de distintas áreas. En algún periódico
veo que una escritora se presenta como lectora y escritora. ¿No
suena a pleonasmo?
Y los viajes, ¿cómo influyeron en tu escritura?
Los viajes son la experiencia más enriquecedora que pueda
tener cualquier ser humano. En el caso de un escritor lo es en
todo, amplía su mirada sobre el ser y lo hace más respetuoso
de los demás, cultiva la tolerancia. El acercarse a otras culturas
permite saber cuán diverso es el planeta y mi escritura en
112
María Eugenia Rojas Arana
particular le debe mucho a mi experiencia en Europa a dónde
llegué joven con los ojos abiertos y un afán insoslayable de leer
y leer.
En Barcelona viví 7 años, asistí a cursos de Filología catalana, y me enriquecí en el encuentro con esa gran cultura, con
la cocina, la música, en fin. Estuve varias veces en Lisboa que
junto a Sevilla y Granada, son las ciudades que más evoco. En
mi memoria están muchos otros lugares gratos como París,
Berlín o Gotemburgo.
Mis escritos surgen de mi relación con el momento que he
vivido, aunque se que no hago literatura histórica, ellos dan
cuenta del contexto histórico que tratan. En esta medida, “Ese
oscuro lugar de la memoria”, una nouvelle de mi libro Historias
anómalas, es el texto que más quiero, que más me gusta volver
a leer. Porque es como el testimonio de mi generación en el
amor, en la política en los viajes.
¿Y el amor también inspira tu literatura?
Bueno, o el odio o la violencia, el poder, el erotismo, los
encuentros, los desencuentros, en fin, sería de nunca acabar,
nombrar todos esos sentimientos que determinan el quehacer
humano y el amor siempre está allí, insondable, eterno, definiendo con su carga de sumisión o de libertad a esos personajes
felices o desgraciados que se parecen a cualquiera de nosotros.
¿Crees que el conocimiento de teorías o las técnicas de escritura
son necesarios en tu trabajo literario?
Un escritor responsable debe ser intertextual, leer mucho,
observarlo todo e indudablemente ser conciente de los géneros,
de la estructura con la que trabaja sus relatos, la noción de
narrador, su punto de vista, la manera como focaliza sus
personajes, el conflicto, es decir todo eso mirado desde una
estrategia doble, lógica y emocional para hacer verosímil el
universo que imagina. También creo que se trata de dar una
justa medida a todos estos ingredientes para no caer en la rigidez
intelectual que hace que peligre su libertad escritural.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
113
¿Por qué dictas talleres de escritura?
Creo que son muy formativos para estudiantes y maestros,
son otra manera de reflexionar el quehacer literario, a mi me
agrada esta experiencia didáctica y siempre me hace pensar en
nuevas posibilidades de escritura.
¿Qué haces ahora?
Estoy escribiendo otro libro de cuentos negros y tengo listo
para publicar: “Fondo Blanco”… Anécdotas históricas,
culturales y políticas del aguardiente en Colombia. Hay otro
libro ya casi listo, con el título de Tertulia y Embriaguez, sobre
la tertulia en Colombia, porque en Colombia se moja la palabra.
Me gustaría recorrer varias ciudades y mirar despacio como
sucede esto.
¿Que opinas sobre las temáticas de violencia y narcotráfico?
Bueno es imposible desconocerlas en nuestro país, por eso
nos duele tanto, yo creo que es necesario dejar un testimonio
ficcionado de todo esto para detenernos a pensarlo y de cierta
manera para exorcizar la angustia que nos produce presenciar
tanto dolor.
¿Cómo encuentras los títulos de tus cuentos?
A veces hay un título que me ronda y espera un relato que
le de sentido, otras surge del mismo cuento, pero siempre
consulta mi deseo, claro está.
¿Y tus personajes? ¿Cómo los inventas?
Es toda una aventura, son tan diversos, a veces nacen de
pensarme a mi misma o mirar a otros seres que creo conocer
y reinvento con personalidades nuevas; la verdad es que nunca
hay reglas precisas y mis personajes terminan traicionando mis
primeras certezas construidas sobre sus perfiles, en fin, habría
tanto que reflexionar sobre esto.
114
María Eugenia Rojas Arana
¿Te consideras feminista?
No, más bien me creo femenina, la verdad es que no intento
competir con los hombres, tal vez lo que busco es relacionarme
con ellos a través de lo que nos diferencia, nos complementa o
nos acerca, por eso exploro los sentimientos de hombres y
mujeres para crear mis personajes y mostrar como aman y
que sienten, también intento encontrar mi propia voz en este
tiempo de caos social por donde deambulo y gasto mi vida.
¿Quiénes escriben sobre tu obra?
Sobre mis libros han escrito Maruja Vieira, Guillermo Linero,
Fabio Martínez, Eduardo Delgado, María Eugenia Rojas,
Ignacio Ramírez, Eduardo García Aguilar, entre otros.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
115
“ALGO DEL VERANO PASADO”
Con Susana nos contamos historias de amigos, recordamos
las nuestras o jugamos a inventar otras en ese momento
que precede al sueño, cuando metidos en la cama nos olvidamos
de las facturas por pagar, de nuestras obligaciones laborales.
Es divertido y cada noche comenzamos con un: Te acuerdas de...,
que nos hace reír o dar explicaciones. En las últimas noches
hablamos de lo que hicimos el verano pasado, y Susana me
cuenta siempre distinta la aventura de su viaje; le quita y le
añade según su estado de ánimo, pero a mí no me preocupa.
La dejo que se suelte en su murmullo en que el viaje aparece
como mejor le conviene. Sonrío para mis adentros al escuchar la
reiterada referencia a la simpática alemana que le gustaría volver
a ver, porque sé que si algo tuvo lo fue con un alemán. Creo conocer
de esos asuntos pasajeros, de los encuentros en los aeropuertos,
del paseo por la playa con el extranjero al que se le entiende a
medias, y con el que se llega a una habitación del hotel, de la
despedida y las promesas, en fin, todo acomodado y casi incluido
en el programa de la agencia de viajes.
Pero cómo ofenderme por lo que no dice. Estoy contento
con su regreso y si, como es probable, se encontró con un alemán,
lo que vivió en su viaje, lo único que nos ha traído es un reajuste
en nuestra relación, porque antes de decidir las vacaciones por
separado estaba agotada, la manteníamos por el acomodo y la
abulia de afrontar una separación en que la que sí hay que
separar. Por eso le cuento a Susana de igual manera lo que hice
en el verano. Sin dificultad le describo la casa de alquiler que resultó
confortable, tal vez, demasiado grande, del jardín que la rodeaba,
de los árboles y de la brisa que en la noche traía un aroma
delicioso; le hablo del pueblo donde todos se asombraban pues
no habían visto en mucho tiempo un inquilino tan sosegado,
que no daba fiestas, y por el contrario se mostraba parco en
sus salidas y aún en el playa. En todo esto hay algo de verdad, y el
lugar resultó el mejor para concluir el proyecto de barrio
alternativo al que dediqué casi dos semanas, entregado por
116
María Eugenia Rojas Arana
completo a la tarea de levantar las maquetas, contento de ver
llegar a buen término el debate sobre viviendas populares, los logros
en las mejoras sobre más espacio habitacional, más luz, y la
discutida zona vecinal. No miento a Susana en nada de esto, ella
bien lo sabe; tampoco le oculto que me preocupaba que no
regresara, pese a conocerla bien y saber de sus extremos volubles
y sus entusiasmos pasajeros. Lo cierto es que así viví la primera
semana; sólo bajaba en la tarde para llamar a mi secretaria que
me mantenía informado de los recados de personas con quienes
debía comunicarme y también a la espera de alguna noticia
de Susana, quizá de su regreso anticipado. En cambio, lo que
sí me resultó novedoso, fue la lectura ávida y desordenada de
cuanta novela policíaca encontré en la librería del pueblo,
argumentos que ahora repito a Susana, pero que me sacaron del
rigor de la arquitectura y la política, lectura que me agradó mucho
mientras escuchaba las pocas cintas que llevé, y que de alguna
forma me daban algo de Susana, su lado de bailarina aficionada
al jazz. La veía moviéndose en elipses en el sopor de un vaso de
whisky, tratando de recapacitar sobre nuestra vida en común, mi
propia vida, la edad. Nunca podré confesarle la falta que me hizo,
como tampoco podré decirle de Ana, porque esa es la historia que
cada noche me cuento. Me sentía abatido ya que un inesperado
error de cálculo en la glorieta mayor del barrio echaba a perder
mi trabajo de más de diez días. Nervioso, iba de la ventana a la
mesa y no encontraba otra solución que rehacer la maqueta; estaba
a punto de saciar mi exasperación tirando todo contra la pared,
cuando la vi asomada en la ventana, mirando con curiosidad al
interior, con su aire de muchacha descomplicada. Supuse que
quería algo y le abrí la puerta, pero se alejó en su bicicleta
pedaleando con dificultad por el camino de piedra que lleva al
pueblo y me dejó con mi problema que solucioné días más tarde
como resultado de un arduo trabajo. No pensé más en ella, pero
una tarde regresó y llamó en la ventana para pedirme ayuda para
una llanta de su bicicleta y también un vaso de agua. Estaba en
cortos y camiseta. La vi muy joven, casi menor de lo que en realidad
era. Ofrecí poner un parche en la llanta pinchada, pero no encontré
Cada uno con su cuento: antología comentada...
117
la forma de hacerlo. Aquella vez me comentó que era habitual en
el pueblo, donde cada año veraneaba con sus padres, que son
propietarios de un apartamento cerca de la playa, los bloques
azules, señaló con un movimiento de la mano.
Ana subió varias veces en bicicleta, y me alegraba su disculpa
de llamar y pedirme un vaso de agua, pero prefería quedarse en el
jardín y mantener aquel juego que se prolongaba en referencias
sobre los anteriores inquilinos de la casa, las fiestas que parecían
inevitables, como si la casa tuviera esa única utilidad en el verano,
de tal forma que la llamaban ‘’La disco de la carretera’, entrando
siempre en detalles sobre veraneantes conocidos, un tanto dispersa
en sus gustos y hasta llegó a mostrarse interesada por mi trabajo
del que poco entendía. Comencé a llamarla la amiguita y me
agradaba escuchar sus carcajadas al oírme decir que yo no era
como aparentaba, que toda regla tiene su excepción, aunque hasta
entonces Ana no me importaba más que por sus visitas que para
mí era un intervalo, un recreo; una isla entre mi trabajo y la lectura
de las noches. Por esto Ana se iba cuando quería y yo la dejaba
bajar al pueblo con su promesa de volver.
Supongo que si Ana se hubiera mantenido así, llegando por
sorpresa para aliviarme de la carga de tener que pasar solo el verano,
nada hubiera ocurrido. Pero me acostumbré a tenerla en el jardín,
y cuando no regresó decidí a buscarla y comencé a bajar al pueblo
con esa esperanza. En la calle principal encontré una terraza que
favorecía el encuentro y estuve tardes enteras tomando cerveza
mientras leía novelas policíacas, hasta que al fin un día la ví pasar
con un grupo de muchachos, aunque su aspecto era diferente,
quizá demasiado peinada y bien vestida. Le dije adiós con la mano
y la dejé perderse en su mundo, quedé frustrado, pero dispuesto a
verla de nuevo.
Ahora hay cosas que me pregunto y también lamento. La tarde
que volví a encontrarla, no sé cómo logré arrancarla del grupo de
muchachos con el que departía en una discoteca a la que entré
por sorpresa. De allí la saqué y la llevé a mi casa pues la deseaba
de forma rabiosa y me sentía reventar de deseo, pero después vino
su forcejeo, y su histérica manera de negarse, con la belleza
118
María Eugenia Rojas Arana
exacerbada, de aquella juventud que había exhibido un día
cuando llamó a mi ventana. He pensado en el hecho, en la
agresividad conque la tomé, y he querido saber con justeza si
hubo en ello algo reprobable. Como a los escritores me sucedía
que por más que una palabra pudiera definir con claridad
una situación, a lo mejor la rechazan y buscan el matiz apropiado
a través de otro sinónimo. Es lo que siento al pensar que obré con
arrebato ignominioso, aunque el término ignominia me desagrada. Por fortuna tuve la posibilidad de restañar mi violencia de
esa tarde. Ana cedió a la aventura un tanto agria, debo confesarlo,
de andar con un hombre mayor, alguien establecido dentro de los
supuestos de las convenciones, que después de todo no son tantas,
ya que con Susana principiamos libres y desatentos, a pesar de
que hubiéramos dado paso a formas conyugales, que tratábamos
de evitar, pero que después acabamos por reproducir.
Seguimos viéndonos. Ana llegaba a la casa con la soltura
que le daba nuestra relación; me hablaba de ella, de sus amigos y
del novio del año anterior. Todas sus impresiones eran propias de
su edad, casi ingenuas, y me llenaba de ternura y temor ante el
daño que pudiera ocasionarle, aunque rara vez se mostró triste y
por el contrario se iluminaba al escucharme describir las ciudades
que conocía, mientras adivinaba un mundo amplio, donde
todo era posible, y es probable que en él aún tuvieran cabida las
mentiras sobre mi vida fuera del verano, mi soltería, las promesas.
Si antes he dicho que ignominia es una palabra desagradable,
es porque acepto que no debí crear expectativas en Ana, y por el
contrario he debido confesarle que lo que viví con ella me
trasladaba de nuevo a cuando conocí a Susana y que las
veces que Ana bailaba para mí el hit de moda, era a Susana a
quien veía y necesitaba. Estuve a punto de decírselo el día de
nuestra despedida en la playa del pueblo vecino. Todavía no sé
qué me obligó al silencio, pero recuerdo vividamente a Ana
saliendo del agua, los abrazos y los besos mientras creía tener a
Susana joven entre mis brazos, como ahora que la veo dormir y
es tan infantil su rostro blanco que me oculta tantas cosas como
le oculto yo.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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EL NARRADOR, UN NUEVO ULISES
En este relato, un narrador participante como protagonista
dibuja a su mujer, la Susana tantas veces perdida y recuperada
en los encuentros con Ana, la Joven, la que no puede calmar,
aunque se lo proponga, su nostalgia de amor. El lenguaje
literario poetiza la soledad, la ausencia y la fantasía del encuentro feliz, de este hombre que se define por el saber que
informa sobre si mismo y sobre los personajes femeninos con
los que interactúa.
La trama se construye en torno al ansia humana, ese reclamo eterno por una vida placentera imaginada y deseada, para
llenar las carencias y engañar la angustia del desarraigo al
estar de paso por la existencia en cualquier lugar. El viaje de
vacaciones por separado, es asumido como una salida necesaria
al empobrecimiento de la vida de rutina y aburrimiento en
pareja, donde ya no se tolera el amor como otro hábito, en el
que las caricias se repiten y las palabras resuenan como el eco
de otras ya escuchadas.
La historia transcurrida en un pueblo costero se realiza como
trabajo de la memoria del narrador, que acudiendo a la retrospección, selecciona recuerdos que cuentan con nostalgia lo
gozado con Ana. El encuentro con ella significa asomarse al
abismo, acariciar el vértigo y tocar ese yo juvenil e inocente
que le había sido arrebatado a través de los años. Con lujo de
detalles, testimonia su lucha contra el olvido; sus recursos
cognitivos y axiológicos lo definen como un sujeto libertario y
transgresor de un orden que sanciona la traición a la mujer
amada, en ese otro mundo del placer irrecuperable del verano
pasado.
En los comentarios presentes hechos a Susana, en el espacio
íntimo de la cama, en ese juego en que inventa historias para
entrar en el sueño, el protagonista revela su carácter
manipulador acudiendo al recuerdo del inicio de sus vacaciones
cuando solitario disfrutaba de sus lecturas policíacas o construía
maquetas para el barrio alternativo que tenía en mente o
12 0
María Eugenia Rojas Arana
escuchaba todo ese Jazz que la evocaba y evidenciaba su
ausencia. La otra historia, la vivida con la muchacha fresca,
alegre y descomplicada, solo es revelada al lector virtual, al
que construye como cómplice.
Las huellas de una escritura femenina se rastrean en este
relato aparentemente enunciado por un pensamiento y una
lógica masculina que fantasea la infidelidad mutua, como
recurso para recuperar una relación viciada por la rutina que
todo lo destruye. Las mujeres, hechura de todas nosotras,
devienen objetos de valor y diferencia, dibujadas en su
capacidad de juego, en el goce y la espera. Y nuestro hombre,
como Ulises navegante que escucha el canto de las sirenas,
mientras regresa a Ítaca, cree encontrar en Ana a Susana joven,
infantil, dormida entre sus brazos, en el intento de recuperar
un tiempo y un espacio perdidos, para satisfacer el ansia de
amor o el deseo precario, efímero, inútil, sin sospechar que la
mujer soñada, compañera o amante, es siempre la misma,
donde quiera que vaya, una imagen cambiante e ilusoria de la
misma vivencia amorosa guardada en el recuerdo más antiguo,
la madre disfrutada en el origen .
Cada uno con su cuento: antología comentada...
121
Cada uno con su cuento: antología comentada...
123
JUAN DIEGO MEJÍA
(Medellín, 1952)
Matemático de la Universidad Nacional de Medellín, escritor
de cuento y novela. Recorrió el país y ejerció diversos oficios
como el de soldador, maestro de escuela, panadero, entrenador
de fútbol, machetero en las fincas de banano donde antes estuvo
la United Fruit Company. En 1982 ganó el primer Premio
Nacional de cuento Colcultura—Gobernación del Quindío. Ese
mismo año publicó su primer libro de cuentos. En 1985 se hizo
acreedor a la Beca de Novela “Ernesto Sábato” del Festival
Internacional de Arte de Cali y en 1996 obtuvo el primer premio
Nacional de Novela de Colcultura. Fundó y dirigió durante
varios años el primer canal de televisión universitaria, Canal
U. Entre 2004 y 2005 fue secretario de Cultura Ciudadana de
Medellín. En 2006 dirigió el primer año al aire de Culturama,
programa cultural del canal público Señal Colombia. Ha sido
columnista del periódico La hoja y colaborador en varias
revistas de circulación nacional. Actualmente es conferencista
y profesor invitado en la Maestría de Escrituras Creativas de la
Universidad Nacional de Colombia en Bogotá.
UN PRETEXTO POÉTICO PARA IMPEDIR EL
OLVIDO
A cierto lado de la sangre, novela publicada por la Editorial
Planeta en 1991, sobre dos adolescentes que dejan la ciudad en
la que han vivido siempre y llegan a una zona donde hace
cincuenta años se vivió una gran revuelta que terminó en la
masacre de cientos de obreros bananeros. Son casi niños que
124
María Eugenia Rojas Arana
se aman y creen que todavía es posible la revolución. La dureza
de la región, los intereses económicos y políticos, su propia
ingenuidad los lleva a situaciones en las que se confrontan sus
ideales con la realidad de la vida.
El dedo índice de Mao, novela publicada por la Editorial
Norma en 2001. Uno tras otro los índices se levantan en el
auditorio. Dedos gordos, largos, torcidos, amenazantes. Dedos
que marcan un camino histórico, ineludible: el camino de Mao.
Son los años setentas y nombres como Mao Tse Tung, Ho Chi
Minh, Che Guevara, se repiten como símbolos de valor, audacia
y compromiso en la mayor parte del mundo. En medio de este
ambiente de agitación llega a la universidad el protagonista de
esta novela, un joven estudiante de Medellín. Sus amigos lo
llaman desde esa orilla del compromiso, los dedos lo conminan,
la conciencia lo persigue, pero la existencia de El Gordo, su
hermano retardado mental, se atraviesa inmensa en su camino
a la revolución. La novela de John Steinbeck, De ratones y
hombres, y esa escena en la cual George, en el mayor acto de
amor hacia su amigo le dispara a Lennie una bala en la cabeza,
acude constantemente a su mente. El dedo índice de Mao
sucede en un momento de cambios fundamentales en América
Latina, cambios que inciden profundamente en la vida de los
personajes.
Camila todos los fuegos, publicada por la Editorial Norma
en 2001, esta novela se desarrolla en Medellín durante los años
setenta. Un grupo de adolescentes en tránsito del colegio hacia
la universidad vive la turbulencia de esos años en medio de la
búsqueda de una razón para vivir. Camila se presenta como
ese motivo que justifica la vida, pero el ritmo intenso de los
acontecimientos la convierte en la obsesión por la que luchan
todos los muchachos. Las motocicletas Harley Davison
resuelven el pleito y la muerte los marca para siempre.
El cine era mejor que la vida, novela publicada por la
Editorial Colcultura en 1997, por la editorial Universidad de
Antioquia en 2000 y por la Editorial Norma en 2003. “Anclado
en el recurso del recuerdo, Juan Diego Mejía, más que una
Cada uno con su cuento: antología comentada...
125
novela ha escrito una partitura. Un adagio breve y triste, como
en un susurro, en el que a través de una prosa sin diálogos ni
acción, pone en movimiento logradas imágenes que ondulan
suavemente como en cámara lenta, con personajes
melancólicos que buscan salir del círculo de fracaso que los
aprisiona. (…) Me asombra el magnífico logro literario de esta
novela. Su capacidad para pintar la fragilidad y la contradicción
de un espíritu a la vez libre y condenado. Y así, El cine era
mejor que la vida se ha transformado en un libro más poderoso.
Como con los amores que nunca pudieron ser, y con cuya
discreta herida viva, permaneceremos para siempre.” Sobrada
narración, enfocada desde la mirada tierna, angustiada y plena
de candor de un niño de 8 años que ya se cree grande y que
cuenta las vicisitudes de su educación moral y física, referidas
a la relación de amistad que sortea con su papá “Mejía”, su
mamá “Laura”, su tía “Judith”, su primo “Alonso” y el hágalo—
todo Arquímedes, con su naciente afición (y tormento) por su
equipo de fútbol, y por sobre todo su pasión por el cine, cuando
descubre el séptimo arte mediante los enamoramientos con
Elizabeth Taylor por sus ojos violetas que lo miran sólo a él y la
película El gran escape con Steve MacQueen, que le acrecientan
ese paseo en llanuras bravías sobre caballos inmensos y con
indios al frente, que lo retozan todos los días en los patios de su
casa.3
Muchas de sus novelas tienen como materia prima sus
cuentos publicados en libros como Camila Todoslosfuegos,
Rumor de Muerte, Sobrevivientes, La Vida a Seis Goles, El
Mar es Blanco, A Cierto Lado de La Sangre y Esperando a
Agustín. Tal parece como si las obsesiones que atormentan y
divierten el imaginario del escritor, estuvieran siempre rondándolo para que deje testimonio literario del país en que por
esas cosas del azar le tocó vivir y que escribe para que no
olvidemos.
3
Tomado de: www.juandiegomejia.com
12 6
María Eugenia Rojas Arana
LOS SIGNOS DEL NIHILISMO Y LA MELANCOLÍA
Un hombre de nuestro tiempo, a quien no he visto nunca,
pero cuya subjetividad imagino a través de mis lecturas; realiza
su escritura de cuentos y novelas y testimonia la condición
humana en toda su complejidad; acontecimientos, encuentros,
desencuentros e incertidumbres, estados de alma, injusticias y
violencia social, todo esto expresado con gran lucidez para
inventar otros mundos posibles que metaforizan las realidades
que nos duelen.
Ha vivido la tragedia de un país que se desmorona en sus
rituales de muerte y el desgaste de sus habitantes, en su lucha
por seguir siendo colombianos, en esta tierra donde lo más
tradicional se mezcla paradójicamente, con transformaciones
de vértigo en el orden de lo social, lo político y cultural, generando modelos referenciales insatisfactorios, para transformar
esta cotidianeidad absurda, que nos amenaza.
Por todo esto, su literatura se convierte en un instrumento
para dejar la huella del sentir, hermosa y válida forma de
perdurar en los otros con el deseo siempre nuevo, siempre
distinto de figurar la existencia propia y ajena como en un
espejo frente al que parece mirarse, buscando imágenes que
cree tener por dentro.
Sujeto al devenir propio de la modernidad y la postmodernidad, vive con un sentimiento de nihilismo y dolorosa
melancolía un pasado que se resiste al olvido, un presente de
pavor y de tragedia y un anhelo de futuro que inaugure una
ética fundamentada en la valoración de la dificultad, en la
búsqueda del conocimiento racional, la lúdica de la imaginación
y el goce estético.
Ante la imposibilidad de nuestro encuentro, por vivir en
ciudades distintas, esta entrevista se realizó mediante la comunicación por Internet que hizo posible en Abril del 2009, crear
el retrato del hombre que se descubre en su palabra y en el
momento efímero de nuestra lectura.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
127
¿Cómo te iniciaste en la escritura?
En 1981 regresé de una aventura militante que me había
alejado de la ciudad durante casi cinco años. Mis viejos amigos
ya no estaban. El mundo había cambiado. En ese desamparo
de mi regreso encontré la mano amiga de Manuel Mejía Vallejo
que me admitió en su taller de escritores. Tal vez ahí empezó
mi vida literaria.
¿Y tu vinculación con el cuento cuándo ocurre?
La idea de que un texto corto es más fácil de escribir que
una novela me llevó a pensar historias que en poco tiempo
pudiera ver terminadas. Sólo después vi la oportunidad de que
mis personajes estiraran las piernas y bostezaran a gusto en
las ciento ochenta páginas de la novela.
Y de los cuentos escritos, ¿cuál crees tú que es el mejor?
A mí me gustan mis cuentos cuando siento que logro
mantener la tensión durante todo el texto pues pienso que el
lector también lo va a vivir con la misma intensidad. Recuerdo
los cuentos que escribí en los años ochentas: “Esperando a
Agustín”, “Esa noche enterré el miedo”, “Un capitán para otro
barco”, “Tierras ajenas”. Después en los noventa hice cuentos
más elaborados como “Camila todoslosfuegos” que heredaban
esa intensidad de mis primeros relatos pero con mayor
elaboración. No sabría escoger entre unos y otros, pues la
ingenuidad de los primeros años tiene un encanto especial a la
hora de recordar los cuentos de ese tiempo.
¿Tu vida infantil o un acontecimiento particular determinaron
tus inclinaciones literarias?
Yo creo que mi temperamento melancólico es el culpable
de todas mis desgracias literarias. Ni una infancia de millonario
habría cambiado ese destino.
Háblame de algunos escritores preferidos
Dostoievsky en las tardes de lluvia. García Márquez los
128
María Eugenia Rojas Arana
domingos después de fútbol. Carver en mis problemas de pareja.
London en mis sueños de ser un héroe.
¿Qué define el carácter de un buen cuento?
La palabra que salta entre los cientos de palabras en la
página. Pero sobre todo el estremecimiento que queda al
terminar de leer la última letra.
¿Cómo es “Camila Todoslosfuegos”?
“Camila Todoslosfuegos” es una voz que narra hasta un poco
antes de extinguirse. Es un recuerdo.
¿Las experiencias de viajes? ¿Los contextos geográficos y
afectivos han enriquecido o transformado tu escritura?
Siempre. Un viaje alrededor de la ciudad. Un viaje más allá
de los guardias de inmigración en países ajenos. Todos me
cambian la manera de hablar. Me cambia el ritmo de la
respiración. Por tanto me alteran la forma de contar historias.
¿Cómo piensas tu escritura en relación con tu contemporaneidad histórica?
Un poco lejana. Sólo me siento cerca de unos cuantos a los
que todavía no les han llegado los reflectores de la celebridad.
Lo mío es interior. Lo interior no está de moda en estos tiempos.
¿Tienes otra profesión?
Soy matemático. Esto es una manera de entender el mundo.
No es nada especial, pero es mi manera.
Sé que estás escribiendo una nueva novela. ¿Cómo es eso?
Es la primera vez que logro escribir sobre un tema en el que
no soy yo el protagonista. En Era lunes cuando cayó del cielo
el narrador es sólo un chismoso que participa de la historia e
inventa la vida de todos los personajes. Terminé de escribirla
hace unos meses y hasta hace muy poco seguía haciéndole
correcciones, hasta que decidí entregarla a la editorial y
Cada uno con su cuento: antología comentada...
129
ocuparme de otras cosas. Esa novela me puso a prueba en
muchas cosas. Hasta antes de escribirla sólo había contado
historias de mi propia vida. En esta, aunque el narrador es una
primera persona que de alguna manera me compromete, logro
contar la historia de una modelo a quien conocí muy de cerca
y terminó lanzándose de la terraza de un hotel en Medellín.
Es una novela en la que hablo mucho del mundo interior de
la mujer y también del mundo de la publicidad, la producción
de comerciales, la ambición y la tontería de los publicistas, la
soledad y la tristeza que nadie es capaz de mirar a los ojos en
un mundo vertiginoso y artificial. Este mundo sólo se estremece
por unos segundos cuando ella salta al vacío y su cuerpo golpea
contra el piso del parqueadero del hotel.
¿Cómo piensas el tema de lo femenino en tu escritura?
En mi vida personal me he equivocado mucho en mi
relación con la mujer y de estas equivocaciones ha nacido una
fascinación especial por su forma de pensar y de sentir. En El
cine era mejor que la vida, Laura es la madre del narrador y
permanece en silencio casi toda la novela. Sólo llora en la última
parte cuando Mejía, su esposo, se ha ido a buscar mejor suerte
en las selvas y ella va a cine a ver La novicia rebelde con el
narrador. De resto es el estoicismo en su grado máximo. Más
adelante, en “Camila Todoslosfuegos”, aparece otra mujer que
seduce a todos los jóvenes de Medellín en los años setenta sin
darse cuenta. Pero al final asume una posición valiente y decide
correr la misma suerte de uno de sus pretendientes que se juega
la vida en una carrera de motocicletas suicidas. Y en la última
novela Era lunes cuando cayó del cielo, el mundo de la mujer
es el centro de la historia. El narrador trata de entrar en él para
conocer los motivos de la tristeza de la modelo que decide
terminar su vida porque siente que no cabe en este mundo. 4
4
Ésta última novela fue publicada en el 2008.
130
María Eugenia Rojas Arana
¿Y luego, qué te gustaría escribir?
Tengo cien temas que me salen en las esquinas. A veces debo
cerrar los ojos y taparme los oídos para que me dejen tranquilo.
Todos tienen en común ser cosas que me pasan cerca, muy
cerca de mí.
¿Tienes alguna rutina de escritura?
Es lo menos parecido a una rutina. No tengo horarios ni
días ni noches especiales para escribir. Tengo la fortuna de vivir
el mundo en muchas dimensiones. Trabajo para vivir y para
que mi familia tenga una vida agradable. Siempre he tenido
oficios que comparto con la literatura. Inicialmente fui profesor
de matemáticas en la Universidad Nacional y luego me vinculé
al mundo de la publicidad en donde podía ganar un poco mejor
que en las clases. Me volví un aficionado al vértigo de la vida
profesional y desde hace muchos años, desde siempre, debo
organizar mis días para que no se me acaben antes de escribir
una buena cuota de palabras inventadas. En una época escribí
en las madrugadas, otra en las noches, hasta que entendí que
ni una ni otra eran la solución. En las mañanas los ojos me
lloraban de sueño y en las noches los huesos me crujían con
ganas de dormir. Entonces comprendí que debía escribir
siempre, en todas partes, a cualquier hora, cuando tuviera un
instante libre. Así he logrado cumplir mis propósitos de hacer
avanzar las historias que voy tejiendo en medio del acelere del
día y el cansancio de la noche.
¿Crees que la literatura cambió tu proyecto de vida?
Yo tuve una vez un proyecto de vida diferente de la literatura.
Quería hacer la revolución. Ese proyecto se murió en 1980 y
desde entonces me aferré desesperadamente a la literatura.
Visto así podría decir que soy otra persona y mi vida es
completamente distinta.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
131
¿Qué piensas de las temáticas de violencia y narcotráfico en
el nuevo cine o en la nueva literatura colombiana?
A la gente le parece que hay un exceso de estos asuntos
porque le recuerda lo que somos, de dónde venimos. Sin
embargo, yo creo que todavía no se ha agotado ninguno de
estos temas. Veo que los alemanes siguen haciendo películas
que los ponen frente al espejo de su propia historia y esa sociedad
las asume como una manera de mantenerse despierta ante la
eventualidad de repetir esos hechos vergonzosos.
Los colombianos a veces nos creemos de mejor familia y
por eso cerramos los ojos ante la realidad y culpamos al autor
de la obra. Pero en el fondo sabemos que durante mucho tiempo
no podremos dormir tranquilos porque ese recuerdo de nuestro
pasado y nuestro presente nos persigue.
¿Y lo político como arma secreta del escritor?
Yo tengo una formación política. A los diecinueve años todos
mis amigos teníamos posiciones sobre la autodeterminación
de los pueblos, la nacionalización del petróleo, la reforma
agraria, en fin, todas esas cosas que eran el día a día de nuestras
vidas. De ese tiempo me quedó una forma de pensar el mundo
y ésa es tal vez lo que tú llamas arma secreta, pues a la hora de
reproducir escenarios no puedo dejar de verlos con esa óptica
de la dialéctica. Sin embargo, algo ha cambiado desde entonces,
pues antes usaba esa arma para planear discursos y ahora sólo
me sirve para reírme de las dificultades de la vida. De alguna
manera podría decir que ahora soy más feliz gracias al
marxismo.
¿Es tu trabajo docente compatible con tu trabajo literario?
Soy profesor en la Maestría de Escrituras Creativas de la
Universidad Nacional en Bogotá. Se trata de un trabajo intenso
pero que me ofrece la posibilidad de saber cómo está escribiendo
la gente joven de Colombia. Cuáles son sus temas preferidos.
Sus autores. Su forma de pensar las historias. No es demagogia
132
María Eugenia Rojas Arana
decir que yo aprendo mucho en esos cursos y me mantengo
alerta. Es una manera de renovarme permanentemente.
¿Cuál es la tarea de un escritor?
Construir un mundo propio. Tal vez ésta sea la tarea de todo
individuo, peo la mayoría de las personas se dedican a vivir sin
preocuparse por cumplir obligaciones existenciales.
Simplemente disfrutan la vida. Lo demás se lo dejan a quienes
decidieron complicarse por su propia cuenta. Para ésta
construcción del mundo personal, el escritor solo cuenta con el
lenguaje como única herramienta.
¿Cómo es ese mundo que el escritor nombra?
A la hora de elegir un universo para contarlo, el autor se
enfrenta a una decisión muy importante. Se trata de elegir un
lugar en el que pasará la mayor parte de su vida. Aquí puede
equivocarse y escribir sobre el barrio o sobre el colegio o sobre
la casa de la infancia. A pesar del panorama poco alentador
para los escritores que vivíamos en Colombia, cada uno de
nosotros tomó sus propias decisiones. Yo elegí hablar de
Medellín la ciudad donde nací y donde viví años inolvidables.
Una vez decidí que éste sería mi territorio las luces se volvieron
tenues, las calles inmensas, los edificios altos. Sentí el viento
frío de las ocho de la noche que se entraba por los corredores
de la casa. Volví a oír el radio en la cocina y aparecieron los
pasos de mis padres que se movían ágiles sobre las baldosas,
verdes, blancas y amarillas del patio. Llamé por su nombre a
los recuerdos y poco a poco se fueron apareciendo como
invocados de otros tiempos. Estaba instalado en mi infancia.
Fue maravilloso poder ver de nuevo el espacio donde había
sido feliz sin darme cuenta. Sentí la presencia de mi padre que
luchaba por levantar un almacén en el sector de Guayaquil,
donde tenían negocios los grandes comerciantes de la ciudad.
Vi la forma triste en que miraba una botella de aguardiente
mientras escuchaba cantar a Matilde Díaz. Y recordé que yo
me moría de amor por las mujeres que veía los domingos en el
Cada uno con su cuento: antología comentada...
133
cine matinal. No puedo dejar de pensar que ese libro que habla
de mi infancia nació como un ejercicio íntimo. Ya entonces
había publicado dos libros de cuentos y una novela pero me
encontraba en una crisis personal que me había llevado a
separarme de mi esposa. Decidí acudir al único método que
conozco para entender las cosas que pasan a mí alrededor.
Escribí sobre mi mismo. Sacudí los recuerdos. Pronuncié
palabras olvidadas. Y a medida que me confrontaba con mi
pasado iba apareciendo una novela que finalmente llamé El
cine era mejor que la vida.
¿Y cómo es eso de la lucha con el lenguaje?
Para lograr que las cosas existan el escritor debe hacer que
las palabras que escribe sean las que convoquen a los seres de
su mundo. Si al escribir no aparecen los seres como los imaginó
entonces debe escribir de nuevo una y otra vez hasta cuando
esté seguro de que logró realizar sus pensamientos. Este
aprendizaje toma toda la vida. No es muy normal que un
narrador logre su mejor obra en el primer intento de
adolescencia. Por lo general ésta llega cuando ya ha habido un
tiempo de ejercicio constante y sobre todo de reflexión. La lucha
del escritor no es otra que esa búsqueda de la palabra exacta, la
que mejor interprete su pensamiento, la que haga aparecer a
los seres de su mundo como los imaginó. Es la lucha por
construir una estética del lenguaje.
Sé que soy un escritor de Medellín. Aunque viva en otras
partes del mundo sigo siendo Juan, el escritor de Medellín. Esas
calles que conservan los tonos de luz de varias décadas me
persiguen dondequiera que vaya. Cada palabra que pronuncio
convoca a los habitantes de mi pasado y creo que con ellos me
van a enterrar. Mientras tanto recuerdo. Porque he aprendido
que gracias al lenguaje, la vida es mejor recordarla que vivirla.
134
María Eugenia Rojas Arana
“CAMILA TODOSLOSFUEGOS”
Yo fui un auténtico jarli, pero desde el 15 de noviembre de
1971 soy un recuerdo que se va. En estos años vi madurar a
Camila como un árbol al sol y al agua sin esconderse de las
noches frías ni de los días tristes. Su cuerpo se está ajando, y
no queda ni sombra de esa piel tibia que me sonreía en mi
garaje o echados en la tierra húmeda y arenosa de las montañas
que recorríamos en mi Harley Davidson.
Para Camila soy apenas un leve dolor en su alma, un débil
recuerdo que conserva como una mascota frágil en los rincones
oscuros de esta casa donde por mucho tiempo fui una presencia
que la atormentaba.
Veinte años pasaron y no hay dudas de que disfruta su
soledad. Es una mujer que aprendió a vivir sola y sin
esperanzas, sabiendo que se está volviendo vieja. Ella lo siente
porque cada vez son menos las propuestas que le hacen los
hombres en esas largas caminadas desde su trabajo hasta la
casa. Muchas veces la detuvieron manos extrañas, y bocas
oscuras le pidieron besos y sexo. Camila sólo aceptó en escasas
ocasiones, y lo hizo pensando en mí, agrandando este recuerdo.
Así los trajo hasta acá. Sin mirarlos a las caras. Sin encender
las luces para no espantar mi memoria agonizante. Temerosa
de descubrir la verdad en el reflejo de las ventanas o en el
resplandor de los espejos. En silencio, ahogándoles los gemidos,
los llevó a su cama y allí los amó y se dejó empujar al vacío. Sé
que luego buscó mi imagen, algo que la pusiera a salvo de la
tristeza, y sentí su llanto débil, tan débil como el recuerdo que
ahora soy en su vida.
Quién hubiera pensado hace veinte años que Camila se iba
a volver vieja. Ahora camina despacio por la ciudad y todos los
días aparece en esa puerta cuando ya se ha oscurecido. Entra
y en la primera silla de la salita de estar descarga los paquetes
que trae del mercado. Sin encender las lámparas deja los
zapatos en la puerta del baño, y no la cierra cuando se sienta a
orinar. Le gusta mirar desde allí hacia la oscuridad. En esos
Cada uno con su cuento: antología comentada...
135
momentos siente el resuello de mi recuerdo cada vez más débil,
ahora frágil, yo diría imperceptible.
En su rutina la he visto acariciar mi fotografía donde estoy
con gafas rayban espejo y patillas largas a la moda de 1971. A
veces se detiene a buscarme en esos químicos que residen desde
hace tiempo en el papel enmarcado, me acerca a su pecho
robusto y cuarteado por los años y me besa con los ojos
cerrados. Ya no salen lágrimas de esos óvalos grandes y
maduros.
Camila Cienfuegos, me gusta decirle. Cien fuegos, querida
así como suena, le dije cuando se sentó junto a nosotros la
primera vez y preguntó con esa vocecita que me atrapó desde
el comienzo, ¿Camila qué?, Cienfuegos, Milfuegos,
Todoslosfuegos, le insistí sin explicarle que mi hermano Juan
en ese entonces hablaba todo el tiempo del guerrillero cubano
y otras pintas soberbias que él mantenía en la cabecera de su
cama. Juan se identificaba con ellos, pero a mí sólo me interesó
ese nombre porque me imaginaba en una moto grande de la
que salía candela por todas partes y me veía como un demonio
de gafas oscuras. Ella no alcanzó a saber la verdad del apodo
que desde entonces le puse, y mi gente la dejó así, Camila.
Para mí fue como una bendición su llegada esa tarde al café
donde los jarlis escuchábamos en silencio las mentiras de
Octavio. Ya había oscurecido afuera y la calle Sucre se veía
triste desde la mesita repleta de humo. Entró moviendo la
cabeza en forma nerviosa como si buscara a alguien. Repasó
una a una todas las caras de los que en esos momentos nos
ahogábamos en el café y cuando me tocó el turno dije en voz
tan baja que apenas pudieron escuchar quienes más cerca
estaban, “Camila Cienfuegos”; y sonreí mirándola a esos ojos
negros.
Sin embargo me oyó y apartó con un suave movimiento de
su mano izquierda el humo que había viajado hasta ella.
Caminó despacio hacia mí y se inclinó para pedirme una
aclaración acerca del nombre.
136
María Eugenia Rojas Arana
Con el tiempo me he preguntado por qué se quedó con
nosotros esa vez en el café. Quizá en su elemental forma de
ver el mundo esperaba la explicación respecto a lo de
Cienfuegos, o tal vez también le gustó esa combinación de
palabra. O, lo más seguro, se quería dejar atrapar esa tarde
por algo que la sacara de la tristeza, porque, igual que a mí,
nada en el planeta podía librarla de las ganas de llorar cuando
se iban acercando las seis de la tarde. Por eso me quedé
mirándola hasta cuando Octavio dejó de hablar a la media
noche. Me deslicé por esa piel que sonreía y la recorrí milímetro
a milímetro con mis ojos sintiendo que el calor de su superficie
me quemaba los párpados. Siempre me gustó mirarla sin
hablarle, pero ella se sentía incómoda y se echaba el pelo sobre
la cara. Cuando por fin se descubría ya era otra persona,
dispuesta a dejarse mirar, a permitirme jugar con su croquis
sin tocarlo. Así nos excitábamos delante de Octavio y los demás
jarlis que siempre hablaban de cosas ajenas a los mil fuegos de
Camila.
Hay que mirarla bien ahora. Ignorar la robustez de su cara
para leer en ella toda la historia, porque hoy parece una
matrona con el pasado olvidado. Empieza a tener lentitud en
su forma de andar y en las noches come con avidez en la mesa
solitaria de esta casa, sin importarle la grasa que retoza en su
cuerpo. Ya los calzoncitos no se adhieren con suavidad a las
líneas de su piel. Ahora los muslos se le juntan y le sepultaron
la gracia de su paso. Pero siguen ardiendo todos los fuegos en
ella y yo los veo desde este lugar donde todavía vive la memoria.
Me duele pensar que ya casi me ha olvidado y pronto dejaré
de ser este recuerdo que todavía me permite vivir cerca de ella.
Cuando me olvide no sé que va a ocurrirme. Quizá me
convierta en un gemido extraviado en el viento. Así, de vez en
cuando, en sus caminatas vespertinas por la ciudad, me va a
escuchar y sabrá que soy un llanto que sigue mirándola desde
cualquier parte, como antes, cuando llegó a la mesa del café
para quedarse, sin molestarse por el humo, ni por el
engreimiento de Octavio y ni siquiera por el sentimiento hostil
Cada uno con su cuento: antología comentada...
137
que despertó en las muchachas del colegio Marymount que
llegaron después invitadas, por supuesto, por Octavio. Camila
llegó para quedarse y mi gente, es decir, los jarlis, y yo sentimos
que nuestras vidas se perdían en largas tardes de un deseo
inexplicable.
Todos quisimos amar a Camila. Estábamos acostumbrados
a arrebatarnos los amores porque éramos niños ansiosos de
besos y sexo. Octavio era el jefe de los jarlis desde la muerte de
Enrique. Él estaba hecho a la medida de su moto. Su figura
casaba con la silueta de la Harley Davidson, prognático,
narigudo, óseo, piernas y brazos alargados. Era un jarli
perfecto, veloz y presumido. Usaba pulsera con escudo de
águila en el brazo izquierdo. Su pelo amonado brillaba con el
sol de las cinco de la tarde. Él me enseñó a tocar mujercitas en
el cruce de la calle Junín con la Playa, Es cuestión de seguridad
interior, me decía mientras estábamos parados frente a la
vitrina de la Continental aparentando ver libros pero alerta a
la cercanía de una falda. Había que mirar de reojo hacia Junín
y estar listos con las manos despiertas dentro de los bolsillos de
la chaqueta. Esperábamos que hubiera tumulto, entonces
simulábamos empujones hasta pasar cerca del objetivo. Era
necesario arrimarse y sentir el perfume que llevaban detrás de
las orejas. Sólo en esos momentos sacábamos las manos
impacientes y las dejábamos caer en la terminación de las
piernas.
Nos hicimos asiduos y expertos. Llegamos a ejercitarnos
hasta el punto de atinar a coger con índice y pulgar el elástico
a través de las falditas sin que se nos enojaran en plena calle.
Así recogíamos recuerdos que mascábamos más tarde en el
café y, mucho después, en la soledad de las cobijas.
Construíamos historias en voz alta y bebíamos cerveza para
lacrar el sobre de las fantasías. Eran momentos efímeros que
tratábamos de eternizar en la memoria. Siempre teníamos
presente el sonido de unos pantaloncitos en los dedos, el calor
de una respiración, la cercanía de unos labios. Por eso, cuando
apareció Camila, todos quisieron tocarla, palpar con los dedos
1 38
María Eugenia Rojas Arana
adiestrados la textura de su ropa interior o beberse su boca sin
respirar. Sin embargo, a pesar de quedarse con nosotros desde
esa noche, no parecía dispuesta a entregársenos.
Camila todavía canta. Sin saber inglés llegó a conocer de
memoria las canciones de los Beatles y los Rolling. Ahora canta
baladas. Temas tristes y sin esperanza que escucha todo el día
en su trabajo de la floristería. Canciones distintas a las de
aquellos años cuando empezó a vestirse como las amigas de
Octavio, con jean apretado al cuerpo, boticas a media pierna y
camisetas negras. Las del Marymount terminaron por
soportarla porque Octavio quiso que perteneciera al grupo de
jarlis. Él mismo la llevó a pasear en motocicleta y la obligó a
aferrarse a su torso huesudo. Camila siempre estaba alegre.
Se reía con fuerza y a todos nos transmitía como un corrientazo
por los cuerpos. Poco a poco Octavio fue renunciando a tenerla
porque sin perder su alegría ella se le mostraba indiferente. Yo
seguía mirándola y soñando con tocarla como un terciopelo.
Ya me llegaría el turno. Mientras tanto dejé que las cosas
sucedieran por sí solas. Hice esfuerzos por pasar las horas sin
sentir que me quemaba por dentro y me apegué como nunca a
mi Harley. Pasé horas de verdadero alivio encerrado en el
garaje de mi casa, brillando la moto, desarmándola y
armándola, mirándola de lejos, viendo cómo entraban los rayos
de sol hasta ella y producían reflejos fascinantes, convertidos
con el tiempo en compañeros de contemplación, acariciadores
como mis ojos y mis manos, ansiosos también por salir a pasear
en la Harley. Pero aprendí a esperar encerrado entre llantas
viejas, rines oxidados, olores a gasolina, aceite y brillantina.
En medio de ese silencio de los garajes del barrio, sobreviví a
pesar de que Octavio tardó una eternidad en renunciar a Camila.
Ahora también espero. Está cercano el día en que ella abra
la ventana y exhale lo que todavía le queda de mi memoria.
Entonces tendré que irme y deshacerme en la nada, renunciar
a verla envejecer, dejar que sea otro quien se tome los últimos
sorbos de su alegría.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
139
Si veinte años atrás supe esperar, ahora que no tengo más
alternativas también lo hago. Mientras tanto disfruto
reconstruyendo esos tiempos alegres, cuando Octavio dejó de
acosarla todos los días desde temprano en la mañana y pude
decirle de nuevo y de frente, Camilacien, Camilamil,
Camilatodoslosfuegos. Y desde entonces mi Harley y yo
sentimos su cuerpo muy cerca, su respiración caliente en mi
cuello, sus muslos abrazados a la silla. Hasta las del Marymount
parecían contentas porque por fin Octavio quedaba libre otra
vez. Pero éste sólo sentía que había perdido su honor.
Sé que Camila fue sincera, pues en toda la casa no he visto
una sola fotografía de Octavio.
En cambio yo sí estoy ahí petrificado por la cámara de
alguien que ya no recuerdo y quizá ya tampoco existe.
Sonrío hacia un punto indefinido, a un lado está mi Harley.
Jamás he escuchado que ella pronuncie el nombre de Octavio,
tampoco me parece que invoque su recuerdo cuando se toca
en las noches. Por eso creo que todo valió la pena hasta ahora,
y será importante hasta el día en que un vientecito frío saque
mi recuerdo de esta casa para siempre.
Por supuesto que esa tarde yo sospechaba que las cosas
podían terminar como por fin ocurrieron. Pero me bastó mirar
a Camila con el cabello revuelto por la brisa y el sol bordeándola
sin tocarla para entender que debía aceptar el reto de Octavio.
El estaba ciego por la rabia y mostraba huellas de sufrimiento
en la cara. Su Harley también sentía dolor y trazaba círculos
en la calle al tiempo que rebufaba con furia cuando las del
Marymount lo rodearon para calmarlo. Todo se fue
presentando sin que nadie pudiera impedirlo y así quedó sellado
el duelo frente a las miradas de las amigas de Octavio.
No sé quien le habló a Camila de honor. Nunca supe si en
los vecindarios en donde se crió la gente conocía los códigos del
valor. Lo cierto es que ella no dudó un instante cuando Octavio
dijo que el asunto se definiría esa noche del 15 de noviembre en
las Harleys. Todos la miraron como pidiéndole su intervención.
Llevaba puesto un jean viejo y una camiseta desteñida. El
140
María Eugenia Rojas Arana
viento había enmarañado su pelo y tenía el mismo aspecto
desamparado con que la vi entrar al café la primera vez. Pero
en sus labios había algo, igual que en sus ojos y en todo su
cuerpo. Era un elemento nuevo, una muestra de felicidad y
tristeza, dentro de esa ropa descolorida donde respiraba con la
fuerza suficiente para desafiar la soledad del resto de su vida.
Desde allí me miró como si quisiera darme el valor necesario
para enfrentar lo que venía. Le envié un beso a través de las
miradas hostiles y acepté la cita a la media noche.
Camila cantó a mi lado toda la tarde. Estuve tendido en
una manga junto al seminario menor mirándola con el cielo
al fondo. Hubo nubes que se movieron como en una danza
macabra sobre su cabeza. Sopló el viento húmedo que habita
en esas montañas al oriente de la ciudad y jugó con el cabello
de Camila. Al caer la noche ella me abrazó con fuerza y con la
voz entrecortada me pidió perdón. Era el mismo gesto que
aparece en su cara cuando besa mi fotografía amarillenta. Por
eso sigo esperando y lo haré hasta el último segundo en que
haya un leve recuerdo de mi amor en ella.
Camila era valiente. Esa noche la calle estaba mojada
cuando llegamos a la puerta de la Voz de Medellín. Gente que
antes jamás había visto se me arrimó para verme de cerca.
Recuerdo que estreché las manos de hombres y mujeres que
me sonrían al mirarme. Entre esas manos sentí la frialdad de
las manos de alguien que me miró como miraba Enrique, se
sonrió como se sonreía Enrique y también se perdió entre el
tumulto antes de que pudiera recordar que Enrique había
muerto en un duelo igual al de esa noche.
Las del Marymount le pidieron a Camila por última vez que
nos hiciera desistir. Ella caminó entre la neblina que flotaba
en el aire y me dio un beso en la frente. Esa vez no pronunció
una sola palabra aunque sabía que segundos más tarde Octavio
y yo volaríamos en nuestras Harleys en busca de la muerte.
Ella estaba enterada de los veintisiete cruces de calles entre la
partida al frente de la emisora y la llegada en la puerta en el
colegio de San José.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
141
Si ninguno de los dos tropezaba con un carro en las
intersecciones, entonces serían otras veintisiete oportunidades
para resolver nuestro lío al regreso y de nuevo, hasta cuando
hubiera motivos para detener la carrera con honor.
Camila lo sabía. Lo sentí en sus labios sobre mi frente, sin
embargo no tuve miedo y me acomodé en mi Harley mirando
de reojo a Octavio que también tomaba posición. Él picó
primero, luego mi moto saltó por reflejo y se fue al lado suyo.
El primer cruce lo pasamos como un relámpago y apenas
alcancé a ver las luces de un automóvil a nuestra izquierda.
Los siguientes estuvieron vacíos y Octavio no se detuvo al llegar
al portón del colegio al final de la ruta. Dio vuelta en seco y
rugió con toda la rabia que aún le quedaba hacia mí. Se lanzó
en punta para dejarme atrás como si buscara desaparecer
disuelto en la noche. Sentí como nunca su valor y pensé que
por algo había sido el jefe desde la muerte de Enrique. Octavio
era un auténtico jarli.
Cuando terminamos la primera vuelta las muchachitas del
Marymount gritaron como si su equipo hubiera hecho un gol.
Para entonces la noche nos había enfriado las caras y la calle
parecía un espejo oscuro. En ella brillaban los avisos de neón
de la emisora y las luces de las dos Harleys que combatían.
Alcancé a ver a Camila que se había aislado del resto de la
gente cuando levantó su mano izquierda hasta la cara. Si
hubiera podido detener mi moto habría visto las lágrimas que
ya se le metían a la boca. Pero no hubo tiempo de nada.
Instintivamente me adelanté y llegué primero que Octavio al
cruce con la carrera Ecuador. Entonces sentí que el mundo se
partía como una cáscara de huevo, bajo mis manos ya no
estaba la Harley. Creo que di varias vueltas en el aire como
un astronauta, luego caí lentamente en un colchón de flores
rojas, húmedas y fragantes. Recuerdo que de nuevo vi a Camila
cantando a mi lado y sobre su cabeza otra vez danzaron nubes
macabras.
Después del entierro hasta los jarlis se olvidaron de mí. Sólo
para Camila seguí siendo un recuerdo amable y fuerte en su
1 42
María Eugenia Rojas Arana
alma. La he acompañado en su soledad durante estos veinte
años y comprendí que los muertos también envejecen. Ahora
estoy cerca del final verdadero, de ese que tarde o temprano les
llegará a todos, inclusive a Octavio, a las del Marymount, a los
jarlis, a las muchachitas que se dejaban manosear por nosotros
en la calle y también a Camila. Estoy a punto de quedar borrado
de este mundo.
Soy un recuerdo que se va. Sólo quiero cerrar los ojos y
echarme en este rincón donde todavía puedo sentir a Camila.
Sé que cuando los abra de nuevo, ya me habré ido de ella.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
143
UN DIÁLOGO NECESARIO ENTRE EROS Y
TÁNATOS
Gracias a un riguroso trabajo de escritura , podemos acceder
a este relato donde un narrador anónimo, confiable y verosímil,
se realiza como protagonista y dibuja el universo de un grupo
de jóvenes jarlistas de los años setenta, transgresores, libertarios
y apasionados que cifran el sentido de su existencia en el disfrute
de la vida en pandilla, escuchando música de Beatles y Rolling
Stones, mientras se pasean ruidosamente y a velocidad de
vértigo por las calles de Medellín, ciudad colombiana, llevando
abrazadas a sus espaldas hermosas mujeres que exhiben como
trofeos en sus motocicletas Harley Davidson.
El hombre que dice iniciando la historia: “Yo fui un
autentico jarli, pero desde el 15 de noviembre de 1971 soy un
recuerdo que se va”, no duda en aceptar el reto de Octavio el
jefe de la pandilla de volar en sus motocicletas en una loca
carrera hacia la muerte o hacia los brazos de la joven objeto
del deseo de todos, invocada por él como “Camila cien, Camila
mil, Camila todoslosfuegos”, conjuro que manifiesta la
intensidad de su admiración. Después de muerto, es la sombra
que la acompaña durante 20 años y con su resistencia a
desaparecer se queda como fantasma, que se va deteriorando
en su nostalgia de amor y sin que ella lo sepa, se convierte en
conciencia y testigo de su soledad y envejecimiento; mientras
la Camila de ahora, también fantasma de su pasado, contempla
su fotografía, acariciada tantas veces como mecanismo
necesario para eternizar el recuerdo querido y negar así la
muerte aniquiladora del otro y hasta de si misma.
Entretejiendo tiempos, dibujando espacios y personajes como
en un juego de diversas existencias posibles, el relato se arma
construyendo dos programas narrativos, uno inicial que evoca
y valoriza positivamente el pasado feliz, la lucha por la posesión
de la joven y el duelo como acción vital que da paso al
acercamiento a esa “otra orilla” de la muerte, de la que nada
sabemos. El segundo programa se manifiesta en la decisión
144
María Eugenia Rojas Arana
del protagonista de permanecer como narrador y testigo
silencioso de la vida presente de Camila instalada en el no deseo,
en el patetismo del que nada espera y ante la inminencia de su
disolución como fantasma, semantiza la desesperanza de ese
alienado presente y testimonia el mundo elegido hecho de
lenguajes y de ausencias, como proceso de renuncia de sí, donde
Eros y Tánatos se debaten hasta el final.
Tal vez para exorcizar ese pensamiento que a veces nos
asalta, sobre la gratuidad de la muerte y de la vida, Juan Diego
Mejía nos regala este cuento como otra propuesta de trágica
belleza y como única certidumbre, para devenir en algo insólito
y distinto que carga de emoción y afectividad y con una
tonalidad nueva, hace vagar a sus personajes como muertos—
vivos, en un acto literario que metaforiza el eterno tema del
hombre, su paraíso perdido y la palabra que los nombra.
Indudablemente el cuento permite la asociación con esa
hermosa y clásica película del gótico contemporáneo,
realizada por Alejandro Amenábar: “Los otros”, donde los
fantasmas se pasean y hacen parte de lo cotidiano, posibilitando
la inversión aterradora y alucinante del desenlace.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
145
Cada uno con su cuento: antología comentada...
147
GABRIEL JAIME ALZATE OCHOA
(Medellín, 1951)
Vive en Cali hace más de treinta años. Cursó estudios de
Sociología en la Universidad de Antioquia, es Licenciado en
Literatura de la Universidad del Valle y Magister en Dirección
universitaria de la Universidad de los Andes.
Es docente de tiempo completo de la Universidad de San
Buenaventura y se ha desempeñado también como docente en
la Universidad del Valle y en la Universidad Icesi. En ellas ha
trabajo talleres de escritura, cursos de literatura española,
latinoamericana y norteamericana.
Ganador del Premio Nacional de novela Ciudad de Pereira
con Baile de máscaras (1985) y en dos ocasiones del premio
Jorge Isaacs de Autores Vallecaucanos, con la colección de
cuentos La hora del lobo (1996) y la novela Los viejos tienen
que morirse (2002). En 2006 gana el premio nacional de novela
en Bogotá con El viajero en el umbral. Cuentos suyos han
aparecido en revistas y antologías de Colombia y del exterior.
HISTORIAS PARA SALVARNOS DEL HASTÍO
La hora del lobo, Premio Jorge Isaacs de cuento en 1996,
Colección de Autores Vallecaucanos, publicado por la
Gobernación del Valle del Cauca. Relatos a veces mordaces, a
veces francamente crueles, tocados por la literatura y el cine,
pertenecen de alguna forma a lo que el escritor Orlando Mejía
llamó la Generación mutante, aquella que no fue hija del boom,
sino que se forjó a punta de otras lecturas, de ir al cine, de la
música como el jazz, de mirar la vida desde un ángulo diferente;
148
María Eugenia Rojas Arana
las imágenes, los recuerdos de los libros, de las canciones oídas
y que contribuyeron a formar familias que iban descomponiéndose a la luz de preguntas que siempre se hicieron y jamás
obtuvieron respuesta; iban dirigidas a tragedias cotidianas
construidas en torno al odio, la ambición, los celos enfermizos,
la soledad de sus miembros siempre ausentes o presentes y sin
voz.
Los viejos tienen que morirse, obra ganadora Premio Jorge
Isaacs de novela 2002. La vida de un hombre cambia de
horizonte y gana en significado cuando este se jubila y su historia
familiar y social hasta ese día se convierte en una afrenta a la
que hay que poner en su sitio. Es lo que resuelve hacer este
jubilado quien dedica los años que le restan de vida a hacer lo
que jamás pudo hacer: enfrentar a los otros, hacer oír su voz
por encima de normas y rigideces sociales, conocer y tratar
gente que nunca imaginó que existieran y menos que pudieran
convertirse en interlocutores válidos de una vejez que se aleja
cada vez más de la soledad para ganar en amigos, en despropósitos, en locuras por vivir. La muerte llega sólo cuando uno
lo desea, en todo caso después que uno ha sacado el piano a la
calle y ha puesto el mundo patas arriba sin reatos de conciencia,
sin temores.
Piedras en la boca, libro de cuentos publicado por la Editorial
Universidad de Antioquia en 2003. En estas historias realistas,
que desde la creación literaria construyen nuevos mundos de
ficción, muestran muchachos de ciudad que “viven sus vidas
sin moverse del borde del abismo. Allí se emborrachan y bailan
hasta perder la conciencia al final del semestre en la universidad.
Desde esa frontera que lleva ala nada cazan ratas y mendigos
y recorren las calles como exterminadores nocturnos. Desafían
al padre, a la madre, a la sociedad, se proclaman libres para
vivir el desafuero y parecen dispuestos a morir en ese intento.
Gritan sus deseos de incendiar el mundo. “PIEDRAS EN LA
BOCA”: es un intento episodio de la historia del hombre antes
de llorar por sí mismo. Son cuentos que se salen de la fila de los
temas de moda y proponen un universo con voz propia. Su
Cada uno con su cuento: antología comentada...
149
autor es dueño de una palabra precisa con la cual arma escenarios y encadena diálogos que muestran a los personajes
desprovistos de máscaras”.5
Francisco de Quevedo: Entre la mordaza y la pluma, libro
publicado por Panamericana Editorial Bogotá en 2004. Es una
biografía novelada que trata de hacer una aproximación a la
vida de uno de los más representativos escritores del llamado
Siglo de oro. Intenta rescatar el tono de mordacidad del escritor,
sus justas querellas en la Corte y fuera de ella, sus desafueros,
su prosa delicada y cruel en ocasiones, sus estudios teológicos,
la forja de una literatura enorme frente a un mundo que se
precipitaba a la decadencia absoluta.
Cuentos infieles, publicados por Panamericana Editorial,
Bogotá, 2005. Narrados a partir de la ironía que cubre la
tragedia de parejas y familias, estos relatos muestran que la
fidelidad no es más que una ilusión, porque el presupuesto sobre
el que se construye esta idea de exclusividad a la pareja o a
nuestros proyectos o a nuestro propio destino es falso o, en
todo caso, no ha sido considerado en sus verdaderas proporciones humanas: lo trágico aquí no es la infidelidad sino el
hecho de que siempre hay algo latente que remite a esta, así no
se presente por ningún lado. Hay palabras que quedan sin decir
o por decir, llenas de sentido; hay gestos que anticipan los
hechos y sin embargo, parece que todo siempre estuviera por
suceder. Al lector no hay que darle todo. Si no piensa, peor
para él.
El viajero en el umbral: Premio nacional de novela ciudad
de Bogotá, 2006, libro publicado en 2007 por la Secretaría de
Cultura del Distrito de Bogotá. Según palabras del jurado que
le concedió el premio: “Esta novela constituye una interesante
metáfora sobre el caos y el escepticismo del mundo contemporáneo y su estructura narrativa logra crear un clima delirante
y poético que supone una lectura exigente, pues no hace concesiones a los temas y escrituras de la sociedad de consumo”.
5
Comentario del escritor Juan Diego Mejía en la contraportada del libro del
mismo nombre.
150
María Eugenia Rojas Arana
LA TRASCENDENCIA BUSCADA
La fascinación por la escritura de Gabriel Jaime Alzate
comenzó al asomarme a sus historias y encontrarme con
mundos urbanos donde hombres y mujeres viven la
desesperanza comprometidos en empresas inútiles, en
acontecimientos pequeños o grandes que escenifican todo el
dolor, el amor y la rebeldía sin límites o las situaciones extrañas
en que los seres humanos nos hemos visto involucrados en
algún momento de nuestra existencia, buscando exorcizar la
angustia o el hastío de lo cotidiano y experimentar el vértigo
hecho de sorpresas, ingrediente necesario para continuar vivos.
Una segunda lectura me permitió mirar a través de las
palabras, acercarme a los diversos lenguajes construidos en sus
novelas y cuentos para sumergirme en el discurso poético hecho
a su capricho; en ese verosímil que habla de él y de nosotros
los lectores, de las tramas que trama con imágenes y diferentes
voces, como expresión metafórica de su propio deseo,
conduciéndonos a la incertidumbre de develar el misterio de la
significación.
El día que decidí hacerlo partícipe de esta antología, lo visité
en su apartamento y en la intimidad de su estudio,
acompañados por fotografías y afiches de Faulkner,
Hemingway, Saramago, Cioran ,Borges y Kafka, que asistían
cómplices a esta charla, en esa mágica noche de abril de 2009,
en que la música de St James Infirmary parecía conducirnos a
enterrar a sus músicos del blues, recorriendo New Orleans,
camino al cementerio; las palabras cálidas del escritor, me
trasladaron a sus calles, al río Missisippi , al condado de
Yoknapatawpha y la ciudad de Oxford—Jefferson, lugares
visitados por él en busca de las huellas del entrañable Faulkner,
de su “mundo del sur, sombrío y húmedo” y retornar luego al
ámbito íntimo de la casa paterna ,donde Gabriel Jaime
descubrió sin duda su pasión por la escritura acompañado por
la familia, por los amigos perdidos y recuperados en virtud del
recuerdo que los evoca en esta conversación.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
151
¿A quiénes consideras tus maestros?
Maestros pueden ser todos, creo. Me parece que hablar en
especial de uno o dos es pretencioso. Yo leí mucho a los rusos,
a Thomas Mann, a Kafka. Chéjov me fascinaba y me fascina.
También podría hablar de Gogol. Pero que uno pueda decir
soy heredero de tal, eso no va conmigo. Me gustan mucho
Carver, John Cheever, Flanery O’connor, Dorothy Parker,
Hemingway, Onetti y Faulkner. Hacer listas resulta un tanto
agresivo porque siempre quedarán algunos muy buenos por
fuera de ella y eso no es justo.
Con todo y lo anterior, el escritor que más cosas me dice de
todos es Faulkner. Su tono, su estilo, ese tono menor que va
subiendo y crece sin dar tregua mientras uno viaja por su
mundo del Sur, sombrío y húmedo, es bello, me respira en el
alma. Él, más que mi maestro, es un amigo, si cabe la palabra.
Si he logrado cosas importantes en la vida se las debo a él. Fui
a su casa, he leído sus cuentos y novelas, visité además las
ciudades en donde vivió. Para mí, aunque suene casi religioso,
fue una revelación. Entonces uno dice: seriedad para escribir,
sensatez para mirar el mundo, estilo para contar las historias,
ese es William Faulkner. Onetti aprendió a escribir de su mano.
Por eso será que amo a Onetti: creo que es el tipo más serio por
estos lugares. La gente todo el tiempo descubre maestros. ¿Para
qué? Uno necesita libros que le respiren en el alma, así se
aprende a escribir un poco cada día. Una amiga norteamericana
me dijo: “Si sentiste que Faulkner te abrazaba, puedes estar
tranquilo”. De esto podría pasarme hablando la vida entera.
¿Y es allí donde comienza tu pasión por la escritura?
No, la escritura comienza por casa, por la familia, por las
lecturas. Allí todos leían a cualquier hora, diferentes asuntos,
autores diferentes, pero leían. Los libros siempre fueron un
asunto vital y esencial en nuestra familia. Y lo siguen siendo.
Mi padre recitaba a los poetas españoles Machado, García
Lorca, Alberti. Amaba esa poesía como amaba las novelas; no
sé de dónde le vino a él esa pasión, pero cuando en casa empecé
1 52
María Eugenia Rojas Arana
a ver libros y a oír poesía, ya era un asunto viejo, como si de
siempre eso hubiera estado allí. Hoy todavía, repito, hay una
veneración por los libros, por leer, por respetar el tiempo de la
lectura, el silencio, la concentración de alguien cuando está
leyendo. Cuentos no leíamos muchos, más bien novelas desde
pequeño. Los cuentos llegaron después, los fui descubriendo
con el tiempo, con los amigos que leían, que eran, hay que
decirlo, muy pocos, uno o dos quizá. Uno de mis amigos leía a
Julio Verne con verdadera pasión, tenía toda su obra en una
edición española con bellos grabados. No los prestaba con
mucha frecuencia, había que hacer mucha fuerza para lograr
que los prestara. Después, ese amigo cambió de pasiones: dejó
los libros y se dedicó a coleccionar automóviles y al alcohol.
Años más tarde se suicidó. Siempre me he preguntado qué sería
de esos libros.
De tal manera que mi vida siempre estuvo relacionada con
los libros. Ahora, que yo haya preferido cuentos a novelas, no.
Jamás se me ocurrió pensar en eso. Yo sabía que iba a
dedicarme a escribir, pero no tenía claro qué género sería el
mío, porque cuando joven hice teatro mucho tiempo, pero no
me pensaba como dramaturgo. Igual, estudié pintura, y
música. Nunca pensé que podría llegar a ser un pintor, a
exponer, o un buen intérprete de un instrumento en particular.
No. Esas cosas me gustaban mucho, pero ahí quedaba todo.
Con la escritura era diferente porque aunque tenía amigos, muy
buenos amigos de niño y de adolescente, siempre era el que
andaba con el libro bajo el brazo: si íbamos a la playa, llevaba
el libro, si íbamos a las fincas, llevaba el libro. ¿Por qué lees
todo el tiempo? Me preguntaban los amigos. Porque me gusta.
Punto. No había más qué decir. Yo quería escribir una novela
así como El jugador de Dostoievsky, o como los Karamazov,
que me enloquecían y que leía una y otra vez. Necesitaba hablar
de gente con pasiones, es decir, de gente con muchos
problemas, porque las pasiones son eso: problemas, desmesura,
asuntos que rompen límites y abaten fronteras.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
153
Mi padre era un hombre muy bello, un ser humano
tremendo, lleno de líos y conflictos, y todos sus errores, todas
sus carencias, las equilibraba leyendo. Eso pienso ahora.
Conmigo era un hombre especial: “No vaya hoy al colegio”,
me decía, “están dando una buena película y quiero que la vea”.
Nos íbamos al cine. Otro día me dejaba un libro en mi escritorio.
Nada decía. Con dejarlo bastaba. Así empecé a escribir. En
silencio. En secreto.
Bueno, tengo entendido que también te marcó tu experiencia
de formación intelectual con Estanislao Zuleta.
Se trató de una relación difícil desde un comienzo. Por lo
compleja, por los matices que tenía: Cervantes, Baudelaire,
Shakespeare, Freud, Benjamin, Adorno, Van Gog, Picasso,
Thomas Mann, Mozart, Wagner, Schöemberg, todo junto. Era
un coctel que podía explotar en cualquier momento. Es lo
mismo que tomar cinco martinis seguidos. Después uno no
sabe en dónde queda el techo ni dónde está la copa. Tampoco
recuerda cómo se llama y lo que es peor: no sabe cómo se pide
el sexto martini. Leíamos, mucho, y discutíamos mucho,
cuando él permitía opiniones diferentes a las suyas. Eso fue lo
mejor de aquella época.
Al principio sonaba bastante bien, pero después todo eso
comenzó a cansarme, me aburrí de ese aire de cofradía que se
respiraba en torno a él. De todos modos sé que fue una cercanía
muy productiva porque en el fondo de la relación con todo ese
conocimiento estaban los elementos indispensables para
romper con lo que me parecía incómodo. Así que llegó el día
en que dije adiós a muchas de esas cosas, no en sí mismas, sino
a la manera de verlas, de considerarlas, de vivirlas.
¿Qué define el carácter de un buen relato?
Responder a esta pregunta me deja preocupado porque
siempre pienso que son esas preguntas las que lo alejan a uno
de la literatura y lo dejan en la orilla de la crítica o de la teoría,
que igual me ofuscan. Necesito de un buen relato que me atrape
154
María Eugenia Rojas Arana
desde el primer párrafo, y me estremezca por su sencilla manera
de abordar el mundo de alguien. Sin trucos, sin sorpresas tontas,
sin trampas al lector. Contar un instante crucial de una vida es
lo esencial, con las palabras exactas, sin rarificarlo, sin pensar
que hay que impresionar. También juega un gran papel el
entusiasmo que me produce la lectura, cuando digo:”a mi me
hubiera gustado escribir esto, por ejemplo, cuando leo a Tomás
González, un contemporáneo mío, sus novelas: Primero estaba
el mar, Los caballitos del diablo o los cuentos de El rey del
Honka—Monka.
¿Son importantes para tu producción literaria las teorías
acerca de la narración o las técnicas de escritura?
No. Hasta ahora creo que ningún escritor serio las ha
necesitado.
¿Crees que se puede enseñar a escribir en talleres literarios?
A escribir, no. A lo sumo se adquieran elementos de escritura
que pueden permitir al tallerista una aproximación a lo que
debe ser un texto más o menos bien conformado en cuanto a
su estructura, a los asuntos básicos que deben tenerse en cuenta
a la hora de contar una historia. El resto tiene que hacerlo
cada uno, leer mucho, siempre leer y ensayar mucho con las
palabras, con las imágenes, con los personajes, con sus historias.
Si alguien tiene un Taller lo mejor es que oriente en cuanto a
lecturas, que exija, que convierta en picadillo los textos que
merezcan ser despedazados. Lo demás es evangelizar desde la
literatura.
¿Te consideras un escritor realista?
Sí. Si realismo es mirar el mundo de cerca, con las aristas
que presenta y sin pensar que detrás hay magia, o algo extraño,
cosas de ese estilo. El mundo de los otros es eso: vida,
respiración, insensatez, desafueros o desamores. Ni siquiera es
lo que llaman amor. Las mejores historias de amor siempre
son las que fracasan y acerca de ellas hay que escribir. El
Cada uno con su cuento: antología comentada...
155
mundo, la vida de los demás y la de uno está hecha más de
asuntos pesados que de levedades: abordar un bus, olvidarse
de algo, cumplir horarios, mirar por una ventana, saber que
duele la cabeza, trabajar, ir al mercado, asesinar, violar, robar,
emborracharse, mentir, divorciarse. Eso somos. Aparte de eso
y de contarlo tal como llega no veo otro modo de hacer
literatura. Cualquier personaje de Kafka es tan real como el
tendero de la esquina, solo que varía la forma como son
contados por un escritor u otro. Más real que Joseph K., acusado
de nada, más efectivo que esos juicios de nunca acabar, que
esos personajes entre sombríos y ajenos que lo visitan, nada.
¿Cambió el ejercicio de la literatura tus proyectos de vida?
Proyectos de vida, o lo que hoy llaman de esa forma, nunca
tuve. Viví lo bastante despistado como para pensar en qué iba
a ser de mi vida cuando fuera mayor. Sabía que iba a escribir.
Nada más. Pero no pensaba, de hecho, en ser un profesional.
O no como lo imaginaban, por ejemplo, mis amigos. Se veían
con carros, casa, esposa y muchos hijos y muchos lo cumplieron
al pie de la letra. Los que no se mataron o murieron en el intento.
Decían: cuando tenga veinte años haré esto y luego a los treinta
esto otro y más tarde viajaré a tal lugar y después, cuando…
Así hasta el infinito. Yo no pude. A mi no me educaron así. En
casa las preocupaciones eran el día a día. Así que de soñar con
proyectos de vida jamás. Yo busqué escribir, me sentía así,
escritor. Nada había que me atrajera desde otro ángulo.
¿Consideras que tienes un compromiso ético con la realidad
de nuestro país?
No. Los compromisos son asuntos que amarran. Uno como
escritor se liga a su obra para siempre y a nada más que a eso.
Escribimos para contarnos, para contar la vida de la gente que
conocemos o necesitamos conocer. El país puede irse a pique,
no importa. Un escritor también. A nadie va a importarle. Así
que cada uno a lo suyo: el país a la ruina y el escritor a sus
personajes.
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María Eugenia Rojas Arana
¿Por qué un sociólogo se define por la escritura literaria?
Antes que ser sociólogo la literatura ya estaba en mi vida.
Estudié sociología y no terminé mis estudios. La sociología me
llamaba la atención, me resultaba un asunto interesante la
historia, las maneras de verla, los movimientos sociales en la
historia, todo eso me llamaba la atención. Pero pasaron cosas,
y me retiré de la universidad. No me gradué. Después me
gradué en Literatura. Licenciado. Con licencia para hablar de
libros, será. Después, he hecho especializaciones y tengo una
maestría, pero eso ha sido parte de la necesidad de tener títulos
para lograr un estatus profesional, no porque hayan sido mis
pasiones. Nunca he dejado de escribir.
¿Cómo ves tu trabajo como docente en literatura en una
universidad pública como la del Valle?
Es grato, muy grato. Lo disfruto mucho porque no me hago
ilusiones, porque sé que no estoy formando escritores sino
compartiendo con la gente mis lecturas, caprichos y pasiones.
Leer con la gente es una bendición, escribir con ellos también.
¿Para qué más? Lo mejor son los estudiantes, ahora y después
y siempre; pero eso sí: mientras sean estudiantes y sientan y
sepan que se hallan en proceso de conocer, de crear.
De otro lado, en una universidad, pública o privada, los
estudiantes siempre son lo mismo: gente joven llena de locura
y a veces hasta de ideas. Eso es lo mejor que tienen. Después,
se hacen mayorcitos y la vida se les arruina cuando obtienen
un título de cualquier cosa, se comprometen con algo, se creen
algo. Se hacen señores y señoras. Se vuelven ejecutivos o
intelectuales. ¿Cuál de los dos más aburridores?
¿Cuál crees que es tu mejor cuento y por qué?
Me gustan muchos, pero afirmar que este o aquel son mis
mejores, no. Hasta allá no llego. Esas son apreciaciones que
debe hacerlas un lector, no un escritor. A mi hacen sentir bien
algunos por cuanto significaron para mí en el momento de su
trabajo, de su gestación. Nada más. Porque, por ejemplo, se
Cada uno con su cuento: antología comentada...
157
resolvieron de una vez, de un tajo, sin angustias, sin rodeos.
Otros, me gustaría olvidarlos. Otros, los he olvidado ya.
Ninguno de ellos lo volvería a tocar. Ya están. Ya son. Es como
pretender volver a hacer a un hijo. Ni siquiera los leo cuando
la editorial los entrega o cuando son publicados en revistas o
en antologías. Para eso están los lectores.
¿De que hablas en tu novela El viajero en el umbral?
Los temas que toca El viajero en el umbral son la urgencia
de huir del encierro de los compromisos, de los otros que viven
acomodados en su rutina, el trabajo o los aplazamientos de
cada día. Es un viaje al otro lado de las cosas que se han visto o
sentido y tenido. Un viaje que detiene a mitad de camino la
vida, una pausa necesaria para no volver la vista atrás. Una
visita al infierno sin Virgilio para huir del otro infierno
construido a expensas de lo que somos. Esos son los temas con
un telón de fondo de violencia, soledad y caos que permite
narrar desde el desamparo, la desesperación y la desesperanza
mientras se buscan otros paisajes, otros horizontes, otras voces.
La novela la construye el personaje que narra desde la
enfermedad y como única alternativa ante la muerte.
¿Cómo hallas los títulos de Cuentos infieles, La hora del lobo y
Piedras en la boca?
Los títulos están allí, en medio de los cuentos, respiran en
ellos, alientan con cada uno en calma, sin prisa. Es lo último
que hago cuando escribo, buscar el título, pero no por método,
sino porque de algún modo sé que ya está ahí aguardando para
ser cazados. A veces, fue el caso de Piedras en la boca, con el
editor hablamos de cuáles serían sus intenciones, cómo sonarían
a la hora de estar en vitrina, por decirlo así. Llegamos a
acuerdos. Cambiamos o matizamos las palabras, pero jugamos
con lo inicial que se propuso.
¿Qué lector buscas?
Cuando gané el Premio ciudad de Bogotá con mi novela El
158
María Eugenia Rojas Arana
viajero en el umbral, los jurados coincidieron en que yo
necesitaba y buscaba lectores exigentes, que no se las arreglaran
con cualquier cosa, que no fueran consumistas, ni buscaran
historietas fáciles para entretenerse, pues mi novela era un
asunto de otro estilo. No sé si en con los cuentos suceda igual,
pero me siento bien correspondido cuando los oigo hablar de lo
que han leído, de mis libros. Menean la cabeza, sonríen, me
miran, parece que corroboran algo, no sé qué demonios sea,
pero sé que se sienten o se sintieron bien. Creo que no les he
mentido. Y eso es importante: no hay que engañar.
¿Qué me puedes decir sobre la gestación del cuento “Desde el
balcón”?
Fue imagen y voz al mismo tiempo. Una vez, en otra ciudad,
alguien me dijo: “Allí, en el apartamento de enfrente, vive un
señor muy elegante. Tiene casi ochenta años”. La persona que
me lo dijo tenía esa misma edad o tal vez más. Con eso tuve.
Llegó de inmediato la historia.
Lo demás, fue pensar en el pasado de ambos o en el presente
de ambos, más bien. Los ubiqué elegantes, independientes y
solos. Como realmente son. Viven en un barrio de gente rica o
casi rica, con comodidades aunque con lo justo: los viejos
inteligentes aprenden a vivir con lo justo así tengan más o
puedan tener más.
La historia se construyó a partir de allí. Cerré los ojos. Escribí.
Ya está, me dije. Cuando la envié a un amigo escritor para que
la leyera, me dijo: “esa historia me conmovió hasta las
lágrimas”. Fue su bendición. Por eso lo voy a querer siempre.
Porque me dijo con esas palabras que no es un tipo egoísta,
porque supo lo que había significado para mi escribir esa
historia. Una escritora leyó el cuento y dijo: “lindo”. No más.
Después, me abrazó. Cuando estuvo publicada se la hice llegar
a la señora que hizo el comentario que dio origen al cuento.
Me dijo: “esa mujer soy yo”. Nada más. Y luego, hizo el gesto
de la mujer al final: puso una mano encima de la otra y cerró
los ojos. Estaba cansada. Lo entendí y la dejé descansar un
Cada uno con su cuento: antología comentada...
159
rato. Era mi madre. Una mujer de una fortaleza y de una
inteligencia a toda prueba.
¿Cómo es tu relación con otros escritores?
La verdad es que no hablo habitualmente con muchos,
cuando los veo la conversación es agradable. Con quien me
comunico desde el oficio es con Juan Diego Mejía, por lo general
es él quien revisa mis textos.
¿Son las mujeres de tus cuentos diferentes a sus referentes
reales?
Ligeramente modificadas, pero en el fondo conservan el
carácter que es lo esencial. Son mujeres, eso es fundamental,
con sus maneras de ser y sus modos de vestir y caminar y decir
las cosas. Para mi son cercanas siempre, las mejores amigas,
las mejores confidentes, las mejores a la hora de oírnos. Yo las
veo y digo esta es para un cuento, hay que oírla un rato a ver
qué dice, a ver cómo cuenta cosas, cómo se mueve. Después
llega la historia, pero por lo pronto guardo el personaje, lo
archivo, lo documento. Después, lo pongo a vivir y entonces,
lo suelto a la calle.
¿Y ahora qué imaginas?
Una nueva novela sobre dos liberados de la guerra, que por
azar, se ven involucrados en ella. Quisiera escribir sobre
Faulkner, tengo algunas notas, pero todavía no lo logro, hace
25 años comencé a leerlo, me cautiva, en su obra hay una
respiración, un ritmo, personajes muy queridos y difíciles de
entender.
¿Qué le aconsejarías a un joven escritor?
Que desconfíe de otros escritores que se le acerquen a decirle
lo que hay que hacer, empezando por mí.
160
María Eugenia Rojas Arana
“DESDE EL BALCÓN”
Todos los días doña Orfa caminaba cerca de dos horas y de
paso aprovechaba para hacer una diligencia en el banco o
arrimar al supermercado a comprar algo que le hiciera falta. A
veces no hacía nada diferente a preguntar por el estado de su
cuenta o averiguar el precio de algún producto. Después,
regresaba siempre por las mismas calles, seria, recta, con paso
firme.
Saludaba a quien hallaba en el camino más porque eso le
daba cierta garantía de seguridad que por simple amabilidad.
Evitaba meterse con desconocidos, así que del saludo no pasaba
nunca. Decía que se trataba de algo similar a cuando uno sonríe
a un perro que le enseña los dientes. Con el tiempo la gente de
los barrios vecinos, barrios de gente rica como en el que ella
vivía, gente que hacía ejercicio entre los árboles inmensos y
junto a los jardines bien cuidados, terminaron por hacerla una
de ellos. No hablaban, no tenían qué decirse, pero iban al
trotecito o caminaban sin parar, con un ritmo febril que podía
traducirse en “tememos a los infartos y odiamos las trombosis”.
Cumplidos los ochenta años el mundo se componía de cada
vez menos asuntos, no porque la vista se acortara o porque los
sentidos se atrofiaran, sino porque sabía muy bien qué
necesitaba y qué no existía para ella. Vivía sola, tenía hijos,
nietos y una hermana menor casada con un hampón lleno de
dinero. Jamás veía a su hermana para no tener que encontrarse
con la cara del tipo. Una vez dijo: “si voy a su casa y me entero
de que le ha hecho o dicho algo insultante a mi hermana, lo
mando al hospital, y termino en la cárcel”. Así era el asunto.
Otra vez, mientras hablaba por teléfono con su hermana y como
esta se quejara del comportamiento de su marido, le dijo: “las
quejas no tienen remedio y duran toda la vida. Si lo matas
resuelves todo en un instante. Nosotras no estamos para sufrir”.
La calle donde quedaba su apartamento era amplia,
silenciosa, rodeada de árboles y palmeras, con jardines amplios
a lado y lado. Una mañana cuando regresaba de caminar tuvo
Cada uno con su cuento: antología comentada...
161
una sensación incómoda como si unos ojos se prendieran de
su espalda y la paralizaran desgarrándola: “o alguien me está
mirando o voy a morir aquí mismo”, pensó. Cerró los ojos.
—Buenos días, señora —oyó.
Abrió los ojos, se detuvo en seco, dio vuelta para mirar y vio
al hombre sentado en el jardín en una mecedora de mimbre.
Llevaba un sombrero blanco de paja con una cinta negra. El
hombre quizá tenía su misma edad.
—Buenos días —respondió.
—Es bueno caminar, señora.
—Dígamelo a mí.
—Antes la veía pasar con su marido.
—Mi marido murió.
—Yo lo conocí. Íbamos al mismo bar, a veces tomábamos
un par de tragos juntos, después cada uno salía por su lado. Y
pensar que éramos vecinos. Parecía un hombre tan saludable.
—Hasta que murió.
—Tan vital.
—Iba a cumplir ochenta y cinco años.
—¿Qué pasó?
—Los médicos entendieron lo que pasaba cuando ya no había
qué hacer.
—¿No se aburre sola?
—A esta edad ya no pasan ciertas cosas.
Ella dijo: “hasta luego, mucho gusto”, y se fue sin más. Él
dijo: “señora”, mientras saludaba con la mano.
Su marido había sido el hombre menos expresivo del mundo.
Ella decía: “siempre está ahí, no necesito que hable demasiado”.
Su hermana menor acotaba: “hubiera sido mi marido ideal,
un hombre hecho de silencio”. Otras mujeres, de la familia
casi siempre, decían que era un hombre galante y amable. Ella
sabía muy bien que no era ninguna de esas cosas, que
simplemente su forma de tratar a los demás era ignorarlos con
educación.
A veces recordaba los últimos días que vivieron juntos: ella
iba a salir de compras y él le dijo que estaba cansado, que le
162
María Eugenia Rojas Arana
pesaban las piernas. Después le dijo: “estás muy bonita”. A ella
le quedaron sonando las tres palabras como el estallido de un
cañón disparado en medio de la noche. Pensó: “va a morir” y
se estremeció. Pero no murió ese día ni al siguiente sino tres
días después.
Desde el balcón de su apartamento miró hacia la calle
mientras regaba las matas y les quitaba las hojas secas. Dejó
que los ojos buscaran al hombre sentado en la mecedora en
diagonal abajo en medio del jardín abanicándose con el
sombrero de paja. Después llamó a su hermana.
—Esta mañana cuando regresaba de caminar, me abordó
un hombre.
—¿Un hombre, cómo así?
—Un vecino.
—Ah.
—Tenía un sombrero blanco con una cinta negra.
—Así eran los sombreros de papá.
—Dice que conoció a mi marido. Frecuentaban el mismo
bar.
—No te hace falta otro borracho, Orfa. Eso quedó claro hace
tiempo.
—A la edad que el hombre parece tener, a nadie le alcanza
la vida para ser borracho.
—Yo no diría lo mismo.
—Mi marido jamás me trató mal.
—¿Qué insinúas?
—Jamás me alzó la mano, ni me habló fuerte.
—Orfa, no hagas comparaciones, no te metas en mis
asuntos.
—¿Cuántas veces te he dicho que mates a tu marido? Eso sí
es meterme en tus asuntos. Dejar que te golpee, que
permanezcas quieta, que ese bandido de mierda no te dé ni
siquiera con qué comprar un par de calzones. Es el colmo.
Colgaron.
Volvió al balcón. Las bifloras estaban perdiendo lozanía y
parecían a punto de expirar. Tenía que decirle a la empleada
Cada uno con su cuento: antología comentada...
163
que hacía el aseo dos veces por semana que no tocara las matas,
esa mujer era capaz de secar la selva del Amazonas.
El hombre ya no estaba en el jardín, sólo quedaba la
mecedora de mimbre y el sombrero a un lado sobre la hierba.
“A lo mejor soñé todo esto, a lo mejor fue mi imaginación”, se
dijo, y terminó de regar las matas.
Por la tarde, contrario a su costumbre se arregló durante
un buen rato frente al espejo y salió a hacer unas compras a
pesar de que sentía que el cuerpo le pedía que lo dejara para el
día siguiente. Tres cuadras abajo de su calle, dos muchachos le
preguntaron la hora y cuando menos pensó le habían puesto
un cuchillo en el cuello y le ordenaban que soltara la carterita
de mano que empuñaba.
—Si van a matarme por veinte mil pesos —les dijo—, tengan,
malcriados.
Quedó sin resuello cuando los muchachos salieron corriendo
entre risas mientras le gritaban “gracias, abuelita”, y como
pudo, con el paso entrecortado, regresó a su apartamento.
—¿Caminando a esta hora? —la voz le llegó desde la
mecedora del jardín.
Intentó responder, pero sus palabras fueron escasas, el
volumen nulo. Siguió de largo, se encerró y llamó a su hermana.
—Acaban de robarme —dijo.
—¿Se metieron al apartamento? ¿Qué te hicieron? ¿Estás
lastimada?
—Iba caminando. Fueron dos muchachos.
—¿Llamaste a la policía?
—Hace una tarde tan hermosa.
—Pregunté si habías llamado a la policía.
—No hace falta.
—¿Estás loca?
—Si mi marido viviera…
—Estás delirando, por Dios.
—Voy a salir un momento.
—¿Cómo se te ocurre? ¿Tus hijos ya saben lo que te pasó?
Voy a llamarlos.
164
María Eugenia Rojas Arana
Cortó la comunicación. Se asomó al balcón y vio al hombre
en la mecedora.
Por la noche llegaron los hijos y la visita le dejó un sabor a
compañía forzada. Estaban ansiosos. Las preguntas se
sucedieron y ella los dejó satisfechos con sus respuestas. Se
encontraba bien, lúcida, podían irse tranquilos. “Después de
todo”, les dijo cuando se despedían, “mientras a uno no le pase
nada, los demás pueden seguir su vida tranquilos”. Ellos
parecieron sentir que les había arruinado la noche, pero se
marcharon sin decir palabra. Cuando desde la ventana vio que
los hijos subían en sus carros hizo señas al mayor para que
subiera un momento.
—Hay un vecino —le dijo—, un hombre de mi edad, que es
especial conmigo. Cada mañana cuando salgo a caminar se
queda mirándome y me saluda. Es tan amable. Me dice
“Señora”. ¿Te acuerdas de tu padre, lo galante que era cuando
se le antojaba?
—Mi padre odiaba a la gente, tú lo sabes muy bien. Tal vez
por eso te impresiona ese viejo.
—No lo llames, viejo, no lo conoces. Lleva un sombrero
blanco de palma con una cinta negra. Parece sacado de una
película.
—Viejo y calvo, mamá, ¿qué te pasa?
—No es calvo, respeta. Si no se te puede confiar nada, mejor
te vas.
—Estás muy susceptible, mamá, sin duda es por lo sucedido
esta tarde.
—Tienes que irte, en tu casa te esperan.
Con suavidad lo empujó hasta la puerta y cuando él intentó
hablar le puso la mano en la boca, lo beso en la mejilla, le dijo
que se cuidara y lo despachó poniéndole la puerta en la cara.
De regreso a su habitación se sentó en la cama a
contemplarse las manos como si las viera por primera vez,
hasta que la tumbó el sueño.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
165
EL DRAMATISMO DE LA SOLEDAD
El enunciador, ese supremo organizador del relato en un
acto libre de lenguaje, nos configura al narrador de esta trama
que en virtud de su elección discursiva organiza lo narrado y
como testigo que no participa como actor de la historia que
relata , se construye a si mismo y a otros personajes—actores,
acudiendo a la modalidad narrativa que se expresa en el estilo
indirecto libre, manifestando su visión y audición de la palabra
ajena y sin abandonar la narración en tercera persona, se sitúa
en la conciencia de la protagonista dando cuenta de aquello
que piensa y siente. Así traspone en su propio discurso lo que
pasa por su interior, combinado con la manera directa de narrar
que se manifiesta en los escasos diálogos que ella sostiene con
otros personajes.
El acto narracional como ejercicio discursivo de la lengua
es siempre un puro presente, pero el discurso verbal producido
por el narrador y dirigido al narratario implícito en este relato,
está realizado en pretérito, situando la historia en un tiempo
anterior al momento en que es relatada, de tal manera que el
saber cognitivo del narrador aparece como ya adquirido y de
cierta manera inmodificable.
La topología del relato nos permite identificar la existencia
de dos espacios simbólicos: el espacio de lo privado y el espacio
de lo público. Lo privado representado por los lugares cargados
de sentido de lo secreto, al interior de la casa: el balcón donde
se escenifica la búsqueda de la protagonista indagando desde
su mirada al desconocido, hecho repetido que la define como
sujeto del deseo y su habitación como espacio de renuncia y de
soledad. Lo público esta dado en los referentes externos: banco,
supermercado, jardín y calles de barrio donde ella proyecta la
imagen de mujer segura y lejana.
Una estructura dramática sólida soporta la historia,
construida en tres actos que de manera rápida presenta en el
planteamiento a doña Orfa y los lugares geográficos por donde
ella transita, referentes espaciales que configuran el contexto
166
María Eugenia Rojas Arana
urbano, haciéndonos creer en la verosimilitud de este mundo
donde el personaje se desgasta en actos repetidos al caminar
por su barrio, hacer diligencias en el banco o visitar el
supermercado, mientras vive su viudez en la soledad de los
encuentros ocasionales con sus vecinos o en las relaciones
familiares formales y poco íntimas.
A sus 80 años, ella es una mujer signada por la privación
de sus objetos de valor: el marido muerto e idealizado en el
recuerdo, el hogar construido durante años con él, han
desaparecido y del mundo actual hecho de soledades y de rutina
ya no espera nada. El segundo acto se inicia el día en que la
casualidad y el azar la llevan a encontrar a un anciano como
ella, en un jardín cercano a su casa y entablar un corto diálogo
con él, acontecimiento que la instala de nuevo en la realidad
del deseo perdido; doña Orfa carga de sentido este momento y
el balcón como lugar privilegiado desde donde observa a su
vecino, luego entera de su hallazgo a su hermana y a su hijo
mayor haciéndoles creer en la existencia de un hombre que la
corteja. La desvalorización y el rechazo expresado en sus
comentarios: “No te hace falta otro borracho” o “es un hombre
viejo y calvo, mamá ¿Qué te pasa?”, es el punto de
confrontación que lleva al desenlace inesperado dotando de
patetismo la escena final en que la mujer, en su habitación, se
contempla las manos y se abandona al sueño.
Acudiendo a procedimientos narrativos variados que
obedecen a las transformaciones impuestas por la modernidad
en la manera de narrar, con un lenguaje sin adornos y
descripciones precisas, Gabriel Jaime Alzate crea esta historia
verosímil, como metáfora de lo real vivido e inventa su
protagonista, dotándola de una sensibilidad que lucha contra
el sentimiento de pérdida en la empresa inútil entre el deseo
que la mueve y la ley que la obliga a acomodarse en el sin
sentido de su solitaria existencia.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
167
Cada uno con su cuento: antología comentada...
169
HAROLD KREMER
(BUGA, 1955)
Licenciado en Literatura e Idiomas de la Universidad
Santiago de Cali y Magíster en Literatura Colombiana y
Latinoamericana de la Universidad del Valle. A lo largo de
dieciocho años se desempeñó como docente del área de
Literatura en el Colegio Departamental Hernando Navia Varón
de Cali. Fue Director del Taller de Escritura de la Universidad
Libre de Cali (1985 a 1990). Director del Taller de Escritura de
la Universidad del Valle de Cali, Decanatura de Cultura (1989
a 1992). Primer premio Concurso Nacional de Cuento, Casa
de la Cultura, San Andrés, 1983; primer premio Concurso de
Libro de Cuentos de la Universidad de Medellín, 1984; ganador
de uno de los premios de guión cinematográfico para mediometraje, Colcultura, 1985; primer premio concurso nacional
de cuento “Jorge Zalamea”, Medellín, 1989; finalista Concurso
Latinoamericano de Cuento, Instituto Nacional de Bellas Artes,
México, 1989; primer premio XI Concurso Nacional de Cuento
Barrancabermeja, 1996; primer premio X Concurso Nacional
de Cuento breve, Samaná, Caldas, 1999; becario de ColculturaIcetex, Bogotá en el programa Francisco de Paula Santander
para escribir la novela El Faro; becario de Colcultura, Fondos
Mixtos Departamentales (Valle del Cauca) para la escritura
del libro de cuentos El prisionero de papá. Durante varios años
ha sido docente de La Escuela de Estudios Literarios de la
Universidad del Valle.
170
María Eugenia Rojas Arana
El CAMINO RECORRIDO EN LA ESCRITURA
La noche más larga: Libro de Cuentos. Editorial de la
Universidad de Medellín, 1985; Rumor de mar: Libro de
Cuentos. Editorial Carlos Valencia Editores. Bogotá, 1989;
Minificciones de Rumor de mar: Cuentos. Colección Escritores
para un Nuevo Milenio. Editorial Centro Colombo Americano.
Bogotá, 1992; Selección del cuento colombiano Compilador.
Editorial Otra vuelta de tuerca. Cali, 1981; Antología del cuento
vallecaucano Compilador. Centro Editorial Universidad del
Valle. Cali, 1992; Antología del cuento corto colombiano
Compilador, en colaboración. Centro Editorial Universidad del
Valle. Cali, 1994; incluido en el libro La horrible noche: Relatos
de violencia y guerra en Colombia. Antología de Peter
Schultze—Kraft. Editorial Seix Barral. Bogotá, Colombia. 2001;
incluido en el libro Und Träumten Vom Leben – Erzählungen
Aus Kolumbien— Antología del cuento colombiano en alemán.
Edition 8, Reihe Durian, Zürích, Alemania. 2001; Colección
de Cuentos Colombianos Selección, introducción, glosario,
notas. Editorial Deriva. Cali. 2002; incluido en el libro Dos veces
bueno, 3 Cuentos brevísimos de América y España. Compilado
por Raúl Brasca. Buenos Aires. Editorial IMFC. 2002; incluido
en el libro La Minificción en Colombia Antología. Editorial
Universidad Pedagógica Nacional. Bogotá. 2002; Los
minicuentos de Ekuóreo Compilador, en colaboración. Editorial
Deriva. Cali. 2003; incluido en el libro Cuentos de fantasmas
Editorial Panamericana. Antología. Bogotá. 2003; incluido en
el libro Hören Wie die Hennen Kräen Antología del cuento
colombiano en alemán. Edition 8, Reihe Durian, Zürich,
Alemania, 2003; incluido en el libro Cuentos sin cuenta,
Programa Editorial Universidad del Valle. Cali. Antología de
Fabio Martínez. Cali. 2003; incluido en el libro Un siglo de
erotismo en el cuento colombiano Editorial Universidad de
Antioquia. Antología de Oscar Castro. Medellín. Abril de 2004;
El enano más fuerte del mundo Cuentos. Editorial Deriva. Cali.
Junio del 2004; incluido en el libro Narradores sin frontera,
Cada uno con su cuento: antología comentada...
171
27 cuentistas hispanoamericanos Sin frontera Editores, Cali.
Agosto del 2004; El combate Cuentos. Editorial Deriva. Cali.
Noviembre del 2004; El prisionero de papá Cuentos. Editorial
Deriva. Cali. Junio de 2005; incluido en el libro Cuentos y
relatos de la literatura colombiana Editorial Fondo de Cultura
Económica, Bogotá, agosto de 2005;incluido en el libro
Ciempiés, Los microrelatos de Quimera Editorial Montesinos,
Barcelona, noviembre de 2005; incluido en el libro Microrelatos
en el mundo hispanoparlante Ediciones del Rectorado,
Universidad Nacional de Tucumán, Argentina, junio de 2006.
OTRAS PUBLICACIONES:
Revista de minicuentos Ekuóreo (Fundador y codirector);
publicaciones en las revistas El cuento de México, Inter—
American Review of Bibliography OEA, Washington, D.C.,
Revista Lingüística y Literatura Nos. 34—35 U. de Antioquia,
junio—julio 1998—1999, El Malpensante Nº 11 y Nº 44,
Deshora, Literatur Und Kritik Alemania, 2001, Revista
Hispanoamericana, Odradek Nº 1, Revista Quimera España,
marzo de 2005, y otras, y en los periódicos El Tiempo, El
Espectador, El País, El pueblo, Vanguardia Liberal, El Heraldo,
El Mundo, El Colombiano.
La literatura y los niños: Experiencia de un Taller de
Escritura con estudiantes del colegio Bolívar de Cali. Publicada
en la revista La alegría de leer. Bogotá, y Revista Hispanoamericana, Cali; Crónicas escritas en un Taller de Escritura por
estudiantes entre los doce y catorce años de edad del Colegio
Hernando Navia Varón de Cali. Introducción y apostillas
referentes al trabajo pedagógico. 1998—1999, incluido en el
libro Bitácora de los Talleres literarios en Colombia, Ministerio
de Cultura. Dirección de Artes. Bogotá, diciembre de 2000;
Talleres Literarios: Ponencia para la conformación de la Red
de Talleres Literarios en Colombia, Ministerio de Cultura, Cali,
Noviembre de 2001. Bogotá, agosto 2002; Historia de los
Talleres de escritura creativa en Colombia, ponencia presentada
1 72
María Eugenia Rojas Arana
en La Habana, Cuba, en representación de Colombia.
Ministerio de Cultura. 2003; incluido en el libro Memorias
Primer seminario de dirección de talleres de creación literaria
–RENATA—, con el artículo TALLER DE CRÓNICA, editada
por el Ministerio de Cultura, Bogotá, 2004; Una botella de ron
pa´l Flaco crónicas caleñas, Editorial Icesi, Director del Taller,
noviembre de 2005. Cali.
EL COMPROMISO LITERARIO COMO SENTIDO
DE LA EXISTENCIA
Siempre observé con curiosidad no exenta de admiración a
dos muchachos estudiantes de Literatura de la Universidad
Santiago de Cali, Harold Krémer y Guillermo Bustamante,
que durante la década de los años 80, en una época de gran
actividad política y debate estudiantil, difundieron por pasillos
de universidades e hicieron circular por tabernas, teatros y cafés
de la ciudad de Cali , una hoja en papel ledger —impresa por
ambos lados con relatos cortos e ilustraciones, de diversos autores
reconocidos en el ámbito nacional e internacional y otros escritos
por ellos mismos o por sus amigos— cuyo nombre: “Ekuóreo”,
extraña palabra de evocaciones marinas, se constituyó en
estímulo para la creación de relatos breves, donde cabían historias
maravillosas, puestas al servicio de la nueva producción poético—
narrativa, que en un lenguaje sugerente y rápido, preparó a
muchos escritores de nuestro tiempo para realizar su práctica
estética actual e influyó su manera impecable de narrar. Esta
revista de minicuentos tuvo también la virtud de ser la primera
en Hispanoamérica y tal vez en el resto del mundo, dedicada
abrir nuestra mente de lectores ávidos de experiencias nuevas,
a lo insólito y misterioso y llevarnos a descubrir una lúdica de lo
fantástico, permitiendo el encuentro con nuestros temores más
queridos, en las noches sin sueño.
A medida que he ido gastando la vida, los encuentros con la
escritura de Kremer han sido más frecuentes; he rastreado con
placer su quehacer literario, he leído sus relatos que exploran
Cada uno con su cuento: antología comentada...
173
técnicas variadas y construyen mundos verosímiles, con la
intencionalidad de hacer ficción realista, sin abandonar del todo
el terreno de lo fantástico. Indagando en territorios cerrados,
marginales y violentos en los que nunca hemos vivido y a los
que tememos dar la cara, lugares sórdidos que también hacen
parte de ciudades o pueblos, por donde deambulan individuos
ignorados y deteriorados física y espiritualmente, porque no
tienen otra opción, el escritor se sumerge en ellos y nos revela
así su verdadero compromiso con una literatura, que sin dejar
de recrear la palabra poética, realiza una denuncia en acto de
un entramado social adverso, en el que se revela como creador,
con toda la ambivalencia del reconocimiento y el desconocimiento, que puede tener con su lugar de origen y que logra
mostrarnos, en la reinvención de esas realidades del existir, que
tanto nos duelen, pero que hacen parte del país sin esperanza,
que intentamos olvidar.
Durante varios meses y por las múltiples ocupaciones
mutuas, no fue posible encontrarnos físicamente. Entonces,
desde nuestros computadores acudimos a largas conversaciones
virtuales. Allí pude conocer lo mejor de su tiempo vivencial,
dedicado al conocimiento literario, a su propia escritura y a
los talleres, donde ha buscado compartir, en el diálogo con sus
estudiantes, sus experiencias en el oficio. Esta entrevista,
editada en mayo de 2009, intenta recoger ordenadamente
fragmentos de esas conversaciones, revelar su profundidad
de artista y los diversos mundos que lo habitan.
¿Qué es un buen cuento? ¿Cuál es el mejor que has escrito?
Un cuento debe contar algo, fundamentalmente. Hay
cuentos que no cuentan nada, que el lector no puede levantar
una historia del mismo. Para mí un buen cuento debe manejar
ciertas tensiones o conflictos que avanzan hacia una gran
tensión, llamada clímax, y que luego concluyen en un
desenlace. Esos conflictos deben romper, de alguna forma, una
tradición, unas costumbres, una ideología, una visión del
mundo de un personaje. Es decir deben situarlo en un universo
174
María Eugenia Rojas Arana
diferente que lo enfrenta a cambios y rupturas. En Chejov los
conflictos son, casi siempre, uno o dos y, a veces, el conflicto
sólo es el clímax. En Raymon Carver los conflictos son cuatro
o cinco. Igual en Jhon Cheever, en el que los personajes siempre
son sometidos a conflictos que cuestionan su posición ante el
mundo. Un mal cuento es aquel que repite los mismos conflictos
en situaciones diferentes porque atosiga al lector, generándole
una sensación parecida al de una señora bugueña echándole
cantaleta, por las mismas cosas de siempre, a su marido. Se
aburrirá el marido y... el lector. Por lo general en un buen cuento
un conflicto es generador de uno mayor, o al menos diferente.
Si leemos en detalle Es que somos muy pobres, de Rulfo,
observamos precisamente este crecimiento de los conflictos.
Un buen cuento debe, para mí, manejar un sólo asunto. No
cabe en él el planteamiento de varios temas como sucede en la
novela donde casi todo es posible. El cuento se centra en un
encuentro, en un giro inesperado en la vida de un personaje,
un giro que lo transforma, lo cuestiona, lo confirma. En un
cuento el narrador desde el principio establece un contrato con
el lector, y a lo largo del mismo debe respetar esas normas. Es
decir, no puede, de repente, aparecer un ovni a solucionar (o
crear) un conflicto, a no ser que el cuento sea de extraterrestres.
En esa medida, el cuento no debe ser truculento porque todo,
en el relato, se condicionaría sólo al truco. Así escribía William
Sidney Porter, alias O’Henry (USA)), que siempre sacaba un
as inverosímil al final de sus relatos, dejando al lector perplejo,
aburrido y estafado en su inteligencia. Escribir un buen cuento
es difícil y esa es la principal razón para juzgar a un escritor
por lo mejor de su obra, y no por lo peor, así haya escrito un
sólo cuento bueno y 93 malos. Hay dos cuentos míos que me
gustan, aunque los defiendo a todos. Son: “La boca del
tornavoz” y “Se ha roto un cristal”.
¿Qué me dices de esas temáticas de crimen, violencia, fantasmas, amor y muerte que suelen abundar en el imaginario
estético colombiano?
Cada uno con su cuento: antología comentada...
175
Hablaré sobre lo que sucede en mi caso, mis personajes no
son anónimos. Si en algo me he preocupado en la escritura es
porque tengan una identidad, un rasgo, a veces entre muchos,
que los identifique y los ayude a construirse. Por otra parte,
nunca escribo un cuento pensando en un género específico
(policíaco, de fantasmas, amor o muerte). Esa calificación me
parece subjetiva de acuerdo al lector, al crítico o ensayista que
encuentra esos elementos en un texto. Hay una anécdota que
me sucedió y que creo que ilustra mejor este problema: Oscar
Castro, escritor y profesor de la universidad de Antioquia, me
solicitó una autorización para incluir mi cuento “La boca del
tornavoz” en una Antología del cuento erótico colombiano. Le
envié una carta diciéndole que ese cuento no era erótico. A
vuelta de correo, Oscar me envió un escrito sobre ese cuento y
otros dos (“El amor de Milena” y “Sueño de amor”) en el que,
con muy buenos argumentos, acercaba estos relatos a ese
género. El primer sorprendido fui yo porque nunca los escribí
como cuentos eróticos, ni nunca, después de escritos, se me
ocurrió que lo eran. A los tres meses de publicado el libro recibí
una carta de Panamericana Editorial solicitando mi cuento
“Sueño de amor” para incluirlo en una antología titulada
Cuentos de fantasmas. Le escribí una carta a Verónica
Arciniegas, la compiladora, explicándole con los buenos
argumentos de Castro, que ese era un cuento erótico, no de
fantasmas. Pero, a vuelta de correo, recibí un excelente análisis
del cuento en el que Verónica argumentaba el por qué “Sueño
de amor” era un cuento de fantasmas. Entonces, volví a
sorprenderme porque, para ser sincero, yo ya me creía un
escritor de cuentos eróticos y, ahora, era un escritor más de
cuentos de fantasmas.
Lo único que sé es que ningún cuento lo he escrito pensando
en un género específico (con mi cuento “Estampas”, por
ejemplo, me han clasificado como escritor del género de terror;
con “Gelatina”, según los críticos, pertenezco al género
policíaco; con “Cactus”, me sitúan en la ciencia ficción; con
“El infante” y “Benito” estoy en lo fantástico). Para mí todo
176
María Eugenia Rojas Arana
esto es indiferente porque el único verdadero problema con el
cuento es que sea ese cuento, que no exista otra posibilidad de
narrarlo de una forma diferente, ni agregarle o quitarle nada
de lo que es él mismo.
También se ha dicho que muchos de tus temas provienen del
género fantástico…
“Espejo” es considerado un cuento fantástico, pero cuando
lo escribí estaba pensando en un problema real: la identidad
entre dos culturas. Sé que lo que llaman género de alguna forma
refleja lo real y sé que el resultado final se escapa de las manos
del escritor y, la mayoría de veces, connota mucho más de lo
que el escritor quiso decir. Con “Espejo” y “El combate” he
padecido esa situación. “El combate” es un intento de construir
un relato con pares opuestos: guerra—paz, interior—exterior,
vigilia—sueño, vida—muerte y, aunque no lo creas, fue escrito
pensando un poco en alguna barbaridad genial que dijo García
Márquez, en una entrevista cualquiera, sobre lo real
maravilloso. Vuelvo a lo mismo de la pregunta anterior: no
soy un escritor de cuentos fantásticos, pero soy consciente de
que lo fantástico como todo lo demás (amor, muerte, violencia,
etc., etc.) hacen parte de la vida del ser humano y es seguro
que esos temas aparecen en la escritura.
Cómo fundaron “Ekuóreo, revista de minicuentos?
En esta respuesta te cito un escrito mío que aparece en el
libro Ekuóreo: un capítulo del minicuento en Colombia.
“Hace veintitrés años desde la Universidad Santiago de Cali,
con Guillermo Bustamante Zamudio, lanzamos una revista
de cuento corto llamada Ekuóreo. La revistica era apenas una
hoja volante, escrita a máquina, en papel blanco de sesenta
gramos, impresa por ambos lados, que tenía un cuento de un
tal Kafka, otro de Eduardo Serrano, firmado con seudónimo, y
otros dos firmados con las iniciales E.M. y H.K. El tiraje de cien
ejemplares se agotó aquella noche en los pasillos de la Santiago.
Su valor era de dos pesos y en los días siguientes la crítica fue
Cada uno con su cuento: antología comentada...
177
tan benévola que decidimos sacar el segundo número y
continuar su publicación a lo largo de varios años.
El primero y el segundo número, debajo del cabezote de
Ekuóreo, tenían una consigna que luego desapareció. Aquella
línea decía: ¿con este órgano para qué grupo? Y era una alusión
a los periódicos de los grupos de izquierda de la época, en los
que se señalaba siempre, después del título, el partido o grupo
político al que pertenecían. Guillermo y yo, y muchos de
nuestros compañeros de generación, pertenecimos a estas
organizaciones de izquierda. Habíamos vivido el movimiento
estudiantil de los años setenta en los colegios y durante varios
años veíamos con optimismo el ascenso de la revolución, los
grandes cambios y transformaciones de la sociedad
colombiana. Veníamos de grupos de estudios marxistas en los
que se leía a Martha Harneker y a Louis Althusser.
Grupos en los que aprendimos a radicalizarnos hasta el punto
de que no aceptábamos el principio de la diferencia. Grupos en
los que la realidad de Colombia se filtraba, la mayoría de las
veces, a través de teorías que no nos dejaban ver más allá de
nuestras narices. Fuimos esa generación que quedó a la deriva,
incrédula, radicalizada en el individualismo, una generación
que tuvo que empezar otra vez a construirse, a soñar otros
espacios, a recoger otras pasiones. Así como Mayta, muchos se
fueron a la guerrilla, otros se volvieron asaltantes de bancos,
músicos, profesores universitarios, narcotraficantes,
investigadores, marihuaneros y algunos, como en un cuento
de Andrés Caicedo, hicimos revistas literarias.
Ekuóreo es, vista hoy en día, como una respuesta a la crisis
que ya llevábamos encima. Es una revista que recogió e impulsó
un género despreciado por muchos, en una época en que la
literatura se debatía entre la magia del boom latinoamericano
y las numerosas teorías que llegaban de Europa. El minicuento
o cuento corto era una especie de caramelo de esos muchachos
que apenas daban sus primeros pasos en esa cosa seria y
monumental que era la literatura. Con Ekuóreo nunca quisimos
1 78
María Eugenia Rojas Arana
ser serios; al contrario de la aureola de algunas revistas que se
proponían difundir o hacer “cultura”, la construcción de
Ekuóreo siempre eludió cualquier principio grupal de hacer
historia. Y todo por que nos interesaba la literatura y no el
dogma o el gobernante de turno. Es que en Colombia había
revistas, y aún las hay, que difundían la cultura oficial o se
aceptaba una publicación si el texto literario se acercaba o no,
a esta o aquella teoría sicoanalítica o política de la literatura. Y
ni hablar de los directores de las revistas que en todos los
números, para variar, siempre se incluían.
De esta forma creció Ekuóreo, libremente, sin padrinazgos
ni recomendaciones, con una línea vertical en la que poco a
poco íbamos encontrando una teoría del cuento corto. Casi
desde el principio, Guillermo y yo nos preocupamos, a veces
con criterios encontrados, por señalar algunas ideas en ese
sentido.
Con Ekuóreo intentamos no sólo la difusión, sino la formación de narradores empeñados en su escritura. Por esa razón
intentamos desde minicuentos clásicos mostrar las reglas de
juego de ese hijo olvidado de la literatura. Esta tarea utópica,
al menos logró que un puñado de escritores considerara esta
posibilidad. Evelio José Rosero, Triunfo Arciniegas, Juan Carlos
Moyano, Jaime Vélez, Leopoldo Berdella, Javier Tafur, Rubén
Vélez y tantos otros, crecieron con la revista.
Y entre los amigos cercanos que nos facilitaron sus textos,
redescubriendo su importancia y valor, estuvieron Manuel
Mejía Vallejo, Fanny Buitrago, Elkin Restrepo, Jotamario
Arbélaez, William Ospina, Jairo Aníbal Niño, Héctor Rojas
Herazo, Luis Fayad y el apoyo, siempre valioso e importante,
de Fernando Cruz Kronfly.
Desde el principio quisimos hacer un libro y nos cuidamos a
lo largo de todos esos años de clasificar y guardar más de tres
mil cuentos cortos. La primera versión era tan amplia que la
concebimos en dos tomos: era una antología con capítulos
como cosmogonías y mitos, cuentos orientales, europeos,
asiáticos, africanos, norteamericanos, latinoamericanos y el
Cada uno con su cuento: antología comentada...
179
último capítulo era, aunque más voluminoso, el libro que
publicó Univalle en el año 94, la Antología del cuento corto
colombiano.
Pero el debate al interior de la revista, entre Guillermo y yo,
siempre fue, y sigue siendo hoy en día, en torno a una pregunta
mil veces repetida: ¿Qué es un minicuento? ¿Cómo podemos
definirlo? La respuesta a este interrogante nos la dieron los miles
de cuentos malos que llegaron a la revista. Con Guillermo
decidimos que si no podíamos precisar que es un minicuento,
al menos podíamos decir que no era un minicuento. Y de ahí
hicimos un pequeña escala de definiciones que nos permitió,
por exclusión, oposición, inclusión, avanzar un poco en el
camino de la conceptualización de lo que es un cuento corto. Y
así es como llegamos a una conclusiones mínimas: un
minicuento no es un chiste, pero puede manejar el humor; no
es un poema en prosa pero su estructura interna, por llamarla
de alguna manera, se acerca al haikú; el minicuento para
acercarse a su naturaleza minimalista debe apoyarse en
elementos implícitos, más que explícitos, para disparar en el
lector vivencias, evocaciones e imágenes comunes a todos los
seres humanos; y esto, necesariamente, nos lleva a otros puntos
de este pequeño decálogo: el minicuento debe ser de gran
pulcritud en el lenguaje, preciso en sus imágenes, ajeno a los
decorados y debe ser capaz de expresar, a través de lo mínimo,
la infinita complejidad del ser humano.
El cuento corto se alimenta del poema, del ensayo, de la
epístola, del relato, del cine, de la noticia periodística, de la
tradición oral. A veces, como en los textos Habitantes de las
islas encantadas de Herman Melville o 43 historias de amor de
Wolf Wondratscheck, es una simple lista o enumeración. Otras,
según lo señala Ángela María Pérez, es un híbrido que revela
siempre una sorpresa o asombro. Su temática destaca anécdotas, sueños, sátiras, fantasías, humor, pasajes de la historia
y la literatura, recrea y adapta fábulas y mitos antiguos. Sus
rasgos históricos, la mayoría de las veces, son irreconocibles:
no nos da una información sobre la época. El tiempo puede ser
180
María Eugenia Rojas Arana
fabuloso, histórico, realista. Puede ser escrito y publicado como
un poema y terminar como minicuento, según sucedió con el
texto “Un agujero” de Héctor Rojas Herazo. A lo largo de los
siglos, el minicuento ha aparecido en cosmogonías, novelas,
libros de ensayos, entrevistas. Hesíodo, François Rabelais, Pedro
de Alarcón, William Faulkner, Virginia Woolf, Graham Greene,
Jorge Amado y muchos otros, sin proponérselo, incursionaron
en este género cuya escri-tura y lectura nos acerca al instante
inconmensurable del haikú.
En 1980 apareció Ekuóreo, revista de minicuentos, considerada la primera revista en Hispanoamérica dedicada exclusivamente a la difusión de este género. Lo cierto es que lo que
empezó como una diversión para Guillermo y para mí, pronto
se convirtió en una obsesión, en una forma de vida que nos
absorbió durante muchos años de cualquier otra actividad. Ni
Guillermo ni yo somos los inventores del minicuento en
Colombia como equivocadamente lo señaló un escritor. Lo que
si inventamos, o mejor, adoptamos para Colombia fue la
palabra minicuento, pues como ya sabemos en México se llama
cuento brevísimo o cuento ultracorto, en Argentina minificción,
en EE. UU. Relato súbito o microcuento, en Chile y España
micro—relato y en Venezuela lo llaman, simplemente, cuento
breve.
Miles de personas nos apoyaron desde aquella primera hojita
que costaba apenas dos pesos. Por eso quiero dar gracias a todos
los amigos que nos ayudaron a construir la idea de Ekuóreo, la
idea de pensar ese género olvidado, ese hijo entenado de la
literatura al que no se lograba clasificar, ni encarrilar, ni ubicar”.
Has realizado muchos talleres de escritura. ¿Crees que compartir estas experiencias en grupo es válido para el escritor en
ciernes?
Siempre que alguien cuenta a otros sus experiencias en la
escritura, sus aciertos y sobretodo, sus fracasos, está haciendo
un taller de escritura.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
181
En esa medida podríamos señalar quizá el primer punto de
un decálogo de los talleres literarios: un grupo de personas
interesadas en la escritura que busca compartir sus propias
experiencias, sus hallazgos personales y que son, en alguna
medida, un estímulo para los otros participantes.
Sabemos que los talleres de escritura han existido desde la
narración oral, desde el momento en que un hombre contó
con lenguaje no verbal, con gruñidos y mímica, una historia, y
otros lo observaban utilizar esos recursos para hacerse
comprender. La aparición de la escritura señala un
refinamiento del pensamiento y la cultura que logra crear a su
vez la literatura y los mecanismos de reflexión sobre la misma.
Todos los grandes escritores ya sea verbalmente o por escrito,
en el momento de la escritura, realizaban a su vez un taller en
el que se preguntaban una y otra vez sobre el proceso creativo
que estaban desarrollando. Así, Flaubert le escribía a Louise
Colet, Kafka a Felisa o a Max Brod, Faulkner hablaba con
Anderson, García Márquez hablaba, y engañaba de paso a sus
amigos, con la historia de Cien años de Soledad y Carrasquilla
hacía su propio taller cuando se sentaba en esos bares de
Antioquia a beberse sus setenta aguardientes diarios y a hablar
de literatura.
Pero quizá el taller continuo de un escritor está en el diálogo
permanente con otros libros, textos que le permiten acercarse
a otras épocas, a otras culturas y observar en detalle el relato,
las condiciones de su escritura, el empleo, por decir algo, del
diálogo, del punto de vista narrativo. Allí radica otro de los
puntos que podríamos señalar para un decálogo del tallerista:
la necesidad de la lectura, de observar y asimilar las experiencias
de otros escritores porque al fin y al cabo la literatura es la
expresión de una historia a través del relato escrito.
En ese sentido es bueno resaltar la posibilidad de encontrar
miles de historias, que incluso algunos se las ofrecen
ingenuamente a los escritores para que las redacten, pero llegar
al relato de la misma implica un proceso de trabajo y
elaboración, sólo posible a través de la palabra escrita y es, en
182
María Eugenia Rojas Arana
esos momentos, donde nuestra experiencia y la que hemos
asimilado en nuestras lecturas nos ayudan a resolver conflictos
para la construcción de la narración. Vale, pues, señalarle a un
joven tallerista que el cuento que nos está presentando ya lo
escribió Cortázar, o Carver, o Isaac Singer y vale mucho más
que el joven escritor lea el cuento y observe el tratamiento que
le dio ese autor.
El tallerista tiene que llegar a un punto en el cual debe saber
que escribir exige cada día más compromiso y que la apasionada
irresponsabilidad con la que asumía sus primeros escritos debe
evolucionar con trabajo hacia reflexiones un poco más
complejas sobre la escritura y la cultura, e ir formando sus
propias herramientas que le permitan asumirse como un
escritor con algún grado de autenticidad.
Por eso, y quizá otro punto para un decálogo, un tallerista
debe saber cuando le llega el momento de abandonar los talleres
literarios porque corre el peligro de no lograr la suficiente
madurez para enfrentar, con sus propios riesgos, el oficio de la
literatura. En ese sentido debe aprender a rebelarse contra sus
padres (entre ellos el director del taller literario) y asumir sus
propias convicciones estéticas para emprender el espinoso
camino de la creación solitaria.
El taller debe tener unas exigencias mínimas porque corre
el peligro de convertirse en una especie de tertuliadero alejado
de la creación literaria, su esencia básica. Y esas exigencias
deben dirigirse a la conformación de un grupo heterogéneo
donde la diferencia se convierta en algo fundamental, talleristas
que polemicen y asuman con pasión sus puntos de vista,
arriesgando en la escritura, que llenen cuartillas inservibles y
que estén dispuestos otra vez a empezar, hasta llegar con
solvencia y paciencia a otro punto muy ligado a la creación, y
quizá también a un decálogo de los talleres literarios: la
reescritura.
La finalidad de un taller literario no es hacer escritores. En
el texto Los niños y la literatura señalo la necesidad de
comprender que para llegar a ser un escritor se barajan muchos
Cada uno con su cuento: antología comentada...
183
factores que muchas veces no se pueden controlar a voluntad.
Los escritores, insisto, no se hacen en las instituciones, pero el
taller literario permite la posibilidad de ayudar a encontrar una
vocación, de estimularla, de guiarla, sugiriendo lecturas, ideas
y trabajos.
Cada taller debe encontrar con sus integrantes, su propio
ritmo, sus propias leyes de funcionamiento. Ninguno se parece
a otro. Y cada taller debe autoevaluarse permanentemente
observando sus resultados para corregir el rumbo del mismo.
Incluso hay talleres que nacen muertos y que necesitan de la
mano bondadosa de alguien que les haga un entierro sin
honores. Pero lo cierto es que todos deben tener un ciclo
parecido al de la vida: nacer, crecer y morir. Y ese ciclo
necesariamente responde a la dinámica de sus integrantes
porque sólo hay dos alternativas en la creación literaria,
señaladas por Onetti en el epígrafe de estos apuntes: o se escribe
o se quiere escribir. Son múltiples las posibilidades de los talleres
de escritura. Podrían trabajar, además de la poesía, la memoria
histórica, el testimonio, la ficción, la crónica y hasta géneros
raros y exóticos como la sociopsico—literatura.
Los Talleres de Escritura Creativa se institucionalizaron en
Colombia en la década del sesenta. Al decir institucionalizaron
quiero señalar que empezaron a ser parte de programas en
universidades, casas de cultura e incluso en algunos colegios.
Las primeras referencias señalan al escritor Eutiquio Leal quien
dictaba talleres en Cali y Pereira y al también escritor, de origen
cubano, por cierto, Alberto Dow Dow en la ciudad de Cali.
También estaba en la Universidad del Valle un taller dirigido
por Gustavo Álvarez Gardeázabal, el que dirigía en la Biblioteca
Pública Piloto de Medellín Manuel Mejía Vallejo, el del grupo
El túnel de Montería, el taller de poesía de la Piloto dirigido por
Jaime Jaramillo Escobar, el Taller de la Universidad Central
en Bogotá, dirigido por Isaías Peña Gutiérrez y el Taller Awasca,
adscrito a la Universidad de Nariño y dirigido por Edgar
Bastidas. Talleres que surgieron a la vida entre los años sesenta
y ochenta y que algunos hoy en día todavía funcionan o han
184
María Eugenia Rojas Arana
logrado constituirse como parte fundamental de la cultura en
estas ciudades.
Pero es en la década del ochenta donde los Talleres se popularizaron y empezaron a surgir en pueblos y ciudades pequeñas,
talleres que aparecían, desaparecían o permanecían de acuerdo
a la dinámica cultural. Muchos de ellos pertenecían a colegios
y sustituían de alguna manera los antiguos centros literarios,
mucho más amplios en su quehacer cultural, pues allí cabían
desde declamadores hasta reinados estudiantiles. Estos talleres
coincidían en un acercamiento a la literatura, ya fuera a través
de la lectura, de la escritura y algunos con propósitos definidos
como rescatar las leyendas orales de nuestros mayores, o
intentar escribir la historia de los barrios de las ciudades, o
ayudar a mejorar el proceso de lecto—escritura de los
estudiantes.
Esta diversidad originó en Colombia cierta confusión en
torno a los Talleres de Escritura Creativa y a lo largo de su
reciente historia, con base en yerros y aciertos, los talleres han
venido decantando sus propias metodologías, señalando unos
principios mínimos que apenas están entrando en un proceso
de unanimidad que los defina y acerque, que les permita
apoyarse y crecer.
En septiembre de 1999 el Área de Literatura del Ministerio
de Cultura de Colombia promueve una serie de encuentros
regionales en Medellín, Bucaramanga, Cali y Cereté. Ya en
agosto del 2002, en una reunión de delegados y asesores, en
Bogotá, citada por el Ministerio de Cultura, se conforma la Red
Nacional de Talleres de Creación Literaria que busca concretamente encontrar unas políticas claras y precisas en cuanto a
programas y proyectos a corto, mediano y largo plazo, políticas
que consulten las necesidades de este sector que se desarrolló
en Colombia al margen del estado mismo y que ha logrado,
con esfuerzo y trabajo, abrir sus propios espacios de credibilidad
en cuanto al estímulo de la creación literaria.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
185
¿Consideras importante el conocimiento de teorías y técnicas
literarias en el desarrollo de la escritura?
Creo que todo le sirve a la escritura, hasta las novelas y
cuentos malos porque nos permiten el no meternos por caminos
equivocados. No es malo conocer algunas teorías sobre la
escritura, pero no me parecen fundamentales para escribir. Lo
que sí me parece fundamental es la lectura de literatura porque
creo que los problemas de un novel escritor puede entenderlos,
iluminarlos mejor, desde un relato que maneje sus mismas
preocupaciones. Siempre que un tallerista quiere escribir, por
ejemplo, por escenas, lo remito a Carver, o si alguien tiene
problemas con el manejo del diálogo lo remito a Hemingway.
Pienso que la lectura es la mejor escuela, aunque me sorprende
mucho ver a tanto escritor leer y comentar novelas y cuentos
excelentes y ser tan malos escritores. Ese hecho me indica que
tampoco la lectura soluciona el problema de la creación literaria.
Muchos talleristas creen que el tener una buena historia (por
lo general algo que les sucedió a ellos) es garantía de un buen
relato. Pero las buenas historias, sino se toman las decisiones
correctas en el nivel del relato, fracasan. Y ¿cuáles son esas
decisiones correctas? Ojalá las supiera para poder dedicar más
tiempo a la lectura.
¿Qué te impresiona y quieres relatar?
Me impresiona mucho la historia de Colombia, la violencia
que viene sucediendo desde hace 500 años, me impresiona que
el Estado no haya sido capaz de crear una sociedad más justa,
una verdadera democracia. Por el contrario, cada día se
incrementa la violencia y se burlan las leyes, y se busca el
culpable río arriba. La guerrilla, el narcotráfico, la delincuencia
común son producto de los atropellos y exclusiones que ha
permitido el Estado colombiano, los partidos políticos y las
clases dirigentes del país. Muy pronto, por ejemplo, nos vamos
a quedar, en un país rico en tierras, sin campesinos, sea porque
son desplazados o porque no vale la pena cultivar.
186
María Eugenia Rojas Arana
Me impresiona, en literatura, la proliferación de novelas
históricas, el que los escritores sean incapaces de escribir sobre
lo que está sucediendo, justificándose con el pésimo argumento
de que “si escribimos sobre el pasado entenderemos mejor el
presente”, pero sobretodo con el aún peor argumento de que
son cuentos y novelas “alegóricas” (“simbólicas”, alguien me
lo dijo una vez), que me imagino habrá que leer entre líneas,
con el escritor al lado, para que nos cuente lo que quiso escribir
y nunca escribió.
Me impresiona, en la vida, alguien con quien pueda hablar
de literatura, ojalá un buen lector, alguien con quien pueda,
sin prevenciones, hablar de cosas sencillas, de cine, de música,
de cocina.
¿A quiénes consideras tus maestros?
Sobre todo a mi hermana Gladys, la primera persona que
empezó a contarme cuentos cuando era un niño de cuatro o
cinco años. Ella, intuitivamente, manejaba, por ejemplo, en
los cuentos infantiles un conocimiento pragmático de lo que
luego conocí como los núcleos narrativos y las redes temáticas,
en Vladimir Propp. Cualquiera, sin necesidad de leer a Propp,
puede ampliar, reducir, respetar o transformar los núcleos y
las redes. Lo cierto es que sus relatos eran tan apasionantes
que nos hacían soñar, nos hacían ver bosques, castillos,
animales y todo ese imaginario de la violenta literatura infantil.
Y ella, en esa época, tenía un ingrediente especial: nos permitía
transformar los cuentos, los personajes, crearles otros destinos.
Nos cedía la palabra para que improvisáramos, para que
destruyéramos al príncipe y triunfara la madrastra o la bruja.
Allí, empecé a hacer cuentos y ella, Gladys, fue mi primera
maestra.
Los otros maestros son los mismos de todo mundo: Chejov,
Maupassant, los gringos, latinoamericanos. Mis maestros han
sido los buenos cuentistas y los malos cuentistas. He leído
muchos autores de cuentos y, por lo general, siempre que
empiezo un cuento lo termino, así no me guste. Trato de leer
Cada uno con su cuento: antología comentada...
187
varios cuentos de un autor, casi nunca un solo cuento, porque
sé que escribir un cuento bueno es difícil y, de pronto, en un
conjunto de relatos aparezca uno bueno. Como dije arriba un
escritor está salvado si ha escrito un solo cuento que valga la
pena.
Hay autores que he releído con el tiempo y me han
decepcionado profundamente. Uno de ellos es Cortázar.
Escribió mucha basura, demasiada, publicó casi todo y después
de muerto a Aurora Bernardés se le ocurrió “la maravillosa
idea” de seguir publicando lo que él no quiso publicar. Pero
tiene cuentos excelentes, maravillosos, cuentos que me llevaría
a una isla desierta (además, claro está, de un “Manual para
hacer botes”) como “Casa tomada”, “La noche bocarriba”,
“Axolotl” y muchos más. Borges, Carver, Cheever, Rulfo,
Ribeyro y Onetti (a quien tengo con su texto “Un sueño
realizado” en el primer lugar de mi lista de mejores cuentos)
son autores que, para mí, para mi gusto, cada día son superiores
en casi todos sus libros de cuentos.
¿Te consideras comprometido con este momento histórico?
Yo no me comprometo con nada, sólo con la buena
literatura. Todo escritor, consciente o inconscientemente, refleja
su época, su infancia, su cultura, algún momento en especial
de su vida. Afortunadamente la literatura no puede cambiar ni
la realidad ni la historia porque sería insoportable que cada
tanto a alguien le diera por cambiar todo. La literatura, mejor,
nos permite reflexionar sobre una época, sobre un momento
histórico, sobre una realidad. El que se sienta comprometido
con la realidad y quiera cambiarla pues que busque otro campo
donde moverse, quizá la política o que se levante en armas
como lo hicieron (y lo tuvieron bien claro) Jorge Isaacs o
Mishima.
188
María Eugenia Rojas Arana
“EL PRISIONERO DE PAPÁ”
Escuché los golpes de la pala sobre la tierra y estiré la mano
para tocar a Yaira. Luego me levanté sobre los codos y en la
oscuridad vi el bulto de mamá y Titina en la otra cama. Aún
era de noche y en el patio seguían los golpes de la pala sacando
la tierra. Corrí un poco la mano de Yaira y volví a acostarme.
Por entre la pared de esterilla entraba la luz de la luna formando
líneas sobre el piso de tierra y las camas. La pala decía chak,
chak, chak. Oía también la respiración del que cavaba. Por el
ruido supe que venía del lado del hueco donde Yaira y yo
jugábamos a escondernos. Recordé la cajita guardada en la
pared.
Me senté en la cama y volví a mirar a mamá. Luego me
acerqué y vi que no estaba papá. Entonces me arrastré por el
suelo hasta la pared y observé a los del patio: uno fumaba y el
otro cavaba. No podía distinguirlos bien, pero al instante supe
que eran papá y el Caliche. El Caliche agrandaba el hueco. A
esa hora era bien de noche y yo tenía sueño. En la cajita
guardábamos la moneda de mil pesos que le quitamos al
prisionero. Me dormí y cuando desperté, el cielo empezaba a
clarear. Me limpié la cara, escupí el sabor a tierra de la boca y
miré por el hueco de la esterilla. Papá acomodaba plásticos,
piedras y pedazos de madera sobre el hueco tapado. Caliche le
indicaba con la mano y papá se movía a tapar. Terminaron
cuando ya era de día. Caliche se fue por el lado del caño y papá
fue a lavarse la cara y las manos. Al desayuno dormía y roncaba
en la cama.
Mamá nos decía de papá: “Trabaja hasta tarde”. Llegaba
borracho y mamá dejaba que se montara encima de ella. Papá
respiraba fuerte y la cama parecía caerse. Luego mamá se
levantaba, le esculcaba los bolsillos del pantalón y escondía el
dinero en el hueco del pilar de guadua de la cocina. Cuando no
llegaba, mamá no hablaba, ni preparaba la comida, ni atendía
a la niña. Se sentaba con los ojos rojos en un rincón de la cocina,
con una correa en la mano, y cada vez que nos acercábamos
Cada uno con su cuento: antología comentada...
189
tiraba a pegarnos. A mí me daba pesar con Titina porque la
agarraba a correazos. Una vez oí a mamá hablando con doña
Carmen. La próxima vez la mataba, le decía, sin importarle
que la metieran a la cárcel. Mamá decía que cuando papá no
llegaba era porque se quedaba durmiendo allá donde ella. Doña
Carmen andaba siempre con los vestidos apretados y la risa en
la boca. Mamá decía que así se vestían y se reían las mujeres
para provocar a los hombres. Con Yaira nos metíamos por los
patios y por los lados del caño para ir a verla. Una vez la vimos
sentada en las piernas de papá. Tenía la boca pintada y la blusa
entreabierta. Papá metía la cara entre la blusa y doña Carmen
se reía. Se reía de las cosquillas que le hacía. Yaira se abrió la
blusa, me mostró las teticas, y dijo:
—Chucuan—chudo chuyo chuse—chua chugran—chude
chuvoy chua chuser chuco—chumo chue—chulla.
A mediamañana Yaira y yo fuimos al hueco. Papá y el
Caliche lo habían rellenado.
Yaira se puso a buscar las muñecas que papá le traía del
Basuro y yo me asomé al caño a ver si encontraba la colección
de carritos que me regaló la tía Isaura. Cuando nos acordamos
del dinero quitamos los plásticos, las piedras y los pedazos de
madera y luego cogimos unos pedazos de cerámica y nos
pusimos a raspar la tierra. Pero la tierra estaba apretada de lo
duro que le habían dado con la pala. Yaira se sentó a llorar
porque quería mucho a sus muñecas. De pronto me dijo:
—¿Chuy chuel chupri—chusio—chune—churo?
Le recordé que lo habían reclamado y que a papá le iban a
dar su buena recompensa. De lo pura tarada que siempre ha
sido no quiso entender y volvió a llorar por las muñecas y los
mil pesos.
Papá nos dijo que se encontró al niño en un parque y que
como nadie aparecía para reclamarlo lo había traído a casa y
lo iba a guardar hasta que aparecieran los papás y le dieran
una buena recompensa. Lo que no entendíamos era por qué lo
tenía amarrado con una cadena. Era del grande de nosotros y
papá le daba una medicina para la enfermedad que sufría. Así
190
María Eugenia Rojas Arana
se dormía y no le dolía. Cuando despertaba jugábamos a la
guerra y le decíamos que esa era una cárcel y que él era el
prisionero de papá.
Al mediodía cuando papá se levantó nos dijo que ya había
entregado el prisionero y que le iban a dar una buena
recompensa.
Por la noche no apareció. Mamá salió a buscarlo y cuando
despertamos al día siguiente estaba sentada con la correa en el
asiento de la cocina. A mí me despertó el llanto de Titina. Chucé
a Yaira y nos salimos al patio. Titina gateaba detrás de nosotros.
La noche en que papá apareció con el prisionero lo sacó de
entre las cajas, periódicos y cartones que siempre traía en la
carretilla. Lo llevó al patio, lo metió al hueco y lo amarró. Nos
explicó a mamá y a nosotros y dijo que debíamos tener la boca
cerrada: si alguien se enteraba iba y contaba del niño y no nos
daban la recompensa. También dijo que a Yaira le iba a comprar
una muñeca del mismo grande de ella y a mí una colección de
carros del tamaño de la carretilla. Luego se fue a fumar el
zuquito con mamá.
Cuando Yaira y yo nos asomamos el prisionero dormía.
Prendimos una vela y le esculcamos los bolsillos. Los mil pesos
los encontramos cuando le quité los zapatos. La moneda cayó
debajo de una tabla. Yaira los levantó, me miró, y dijo:
—Chula chumi—chutad chupa—chura chumí.
En esos momentos el prisionero se movió y yo cogí una tabla
y le pegué en la cabeza. Luego corrimos por el borde del caño y
nos sentamos a esperar. Me puse los zapatos y caminé para
probarlos. Yaira repetía que la mitad era para ella. Yo le dije
que la moneda era de los dos y que se iba a la cajita que
escondíamos en la pared del hueco.
Al día siguiente el Caliche nos enseñó a taparle la boca. Dijo
que nos quedáramos vigilando para que ninguno más viniera
con ganas de cobrar la recompensa. Ya por la tarde despertó y
le quitamos el trapo para que nos dijera cómo se llamaba, pero
se puso a chillar igual a como cuando mata los marranos el
Barriga de la carnicería. Yo me puse a darle con el palo y chillaba
Cada uno con su cuento: antología comentada...
191
y chillaba. Entonces vino mamá y le pegó un trancazo en la
cabeza y lo obligó a tomarse la medicina. Luego nos agarró a
correazos por quitarle el trapo de la boca.
Por la noche papá también nos agarró a correazos y dijo
que no volviéramos al hueco. Pero al otro día fuimos y ya no le
quitamos el trapo de la boca. Si se despertaba corríamos a
contarle a mamá y ella lo obligaba a tomarse la medicina. Papá
nos dijo que era mejor que no supiéramos cómo se llamaba
pero como Yaira, de lo pura tarada que es, insistía en
preguntarle, papá se quedó como pensando y luego dijo que se
llamaba Nadie.
Cuando ya estábamos aburridos de cuidar se nos ocurrió
jugar a lo del prisionero. Cogimos unos palos y dijimos que
esas eran las metralletas de los guardias y al despertar, antes
de que se pusiera a chillar, le decíamos que esa era una cárcel
y que él era el prisionero de papá. A veces Yaira se abría la
blusa y le frotaba las teticas en la cara para ver si se reía.
Hace dos días se le torcieron los ojos y por un lado del trapo
le empezó a salir una baba blanca. Mamá dijo que era por el
hambre, que de tanto dormir ni comía: le preparó una sopa y
se la dio a sorbos. Pero el prisionero se atragantaba y la sopa se
le salía junto con la baba. Luego se puso tieso y luego se puso
blando. Mamá dijo que se había dormido y que era mejor
dejarlo solo. Cuando llegó papá fueron a verlo con Caliche y al
rato dijeron que ya estaba bien y que esa noche iban los papás
por él. Nos hicieron acostar y se pusieron a fumar el zuquito.
Esa noche oí los golpes de la pala sobre la tierra. Al día
siguiente papá dijo que iba por el dinero, que ojalá se lo pagaran
para comprar los regalos tan grandes que nos había prometido.
En la tarde, cuando mamá vio que seguíamos raspando la
tierra dijo que no lo hiciéramos, que ese hueco era peligroso
para Titina y que lo mejor era tenerlo tapado. A Yaira le dijo
que no llorara, que no fuera tan tarada como siempre había
sido y que ya llegarían más muñecas y muchas monedas de
mil.
192
María Eugenia Rojas Arana
Ahora estamos sentados en el borde del caño. Mamá sigue
con los ojos rojos sentada en la cocina. Titina, de tanto llorar,
se quedó dormida al lado de una pila de periódicos. Pensaba en
los mil pesos ya que por el hambre las tripas empezaron a
sonarnos. Pero mejor no le digo nada a Yaira porque hace rato
dejó de llorar por las muñecas muertas enterradas. Con los mil
pesos compraríamos una coca cola y un pan. Le digo que papá
le va a traer una muñeca del grande de ella y ni así me para
bolas.
Yaira se levanta y coge dos palitos, los amarra con un pedazo
de alambre hasta que queda una cruz y la entierra en la tierra
pisada.
Luego nos sentamos a esperar a ver si papá aparece con el
dinero y mamá, de la pura alegría, nos manda a comprar la
carne donde el Barriga.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
193
UNA TRAMA MAESTRA
Como todo texto narrativo literario, este relato escenifica
una realidad que sueña el mundo en que vivimos y crea una
verosimilitud nueva, en un ambiente urbano donde seres
marginales y circunstancias de degradación tienen lugar, para
producir en los lectores sentimientos de miedo o distanciamiento
y el horror explicable al asistir en su lectura, al ejercicio del
crimen, la crueldad y el maltrato infantil, como otra cara de lo
siniestro de otras vidas y sus destinos trágicos.
En este microcosmos elegido, la casa donde habita una
pareja de recicladores y sus tres hijos pequeños, un niño, testigo
del maltrato físico y el asesinato de otro niño, secuestrado por
su padre, asume la responsabilidad de narrar los acontecimientos y desde su propia mirada infantil, configura discursivamente la historia, se dibuja a sí mismo y a otros personajes
que vagan por ella, en rituales de juego donde asumen roles
protagónicos en el ejercicio de la crueldad de la que hacen
víctima al “prisionero de papá”.
Este personaje anónimo, signado por la carencia de sus
objetos de valor, cuenta la historia en primera persona, como
supremo organizador del relato y está dotado de una competencia lingüística, cognitiva y evaluativa que le da la idoneidad
de recomponer lo real, construyendo sus propios referentes y
construyéndose a si mismo; tomando sus temas de la miseria
en que se inscribe y revelando la crisis de sujetos procedentes
de esos submundos contemporáneos, donde es imposible
encontrar valores orientadores, que les permitan configurar
una ética liberadora de la degradación.
El relato expositivo realiza un ordenamiento lógico y confirma su estructura dramática, en el planteamiento que describe
la vida familiar, la llegada del niño secuestrado, la versión
imaginada por el padre, para justificar su presencia ante sus
hijos y la adaptación de los niños a esta nueva situación que
permite sus juegos despiadados; una confrontación muy fuerte
se realiza con la muerte del secuestrado y el entierro que realiza
194
María Eugenia Rojas Arana
el padre en la noche, en el patio de la casa, observado por el
protagonista , la larga espera del día siguiente con la promesa
de juguetes y alimentos presenta el fin de la historia y confirma
el patetismo del desenlace.
Durante la mayor parte de la trama, el discurso verbal se
realiza en tiempo pasado y sólo hacia el final, historia y
narración parecen encontrarse, dando la sensación de que el
desarrollo de los acontecimientos, está muy cercano al presente
del narrador, quien involucrado como personaje actuante en
los dos momentos de la temporalidad, posibilita la intensidad
dramática, verdadera estrategia emocional que provoca las
peripecias y el entramado de relaciones personales vividas por
él con su familia y con el prisionero.
La denuncia en acto de la violencia, se expresa en el relato
del narrador, en un discurso propio del candor infantil, que
logra sin extrañamiento, figurativizar espacios, crear situaciones
límite y seres que obedecen, sin asumir posiciones moralizantes,
a un entorno viciado regido por la ley engañosa y criminal del
padre.
Admira el lenguaje limpio sin alardes de tragedia ni
compromisos emocionales, en que los personajes logran
sobrevivir aislados en sus conflictos, en lo no dicho; en los
silencios del padre, en la rabia impotente de la madre, en la
complicidad del Caliche amigo del padre, compañero del barrio,
en la construcción de Yaira, la hermana, siempre mujer,
eternamente niña, con su código de lenguaje ingenuo,
inventado por ella para estar con su hermano en el secreto.
Así, el cuento sobrecoge no tanto por la posibilidad de
ocurrencia de los acontecimientos relatados, en un país como
el nuestro donde el crimen, la miseria y el maltrato infantil,
hacen parte de nuestro más próximo cotidiano, sino por su
verosimilitud en la construcción de personajes en cuanto
humanos y en la producción de esa esquizofrenia del sentido
que permite dos interpretaciones posibles: las de los niños
personajes que aceptan sin dificultad, la versión de los adultos
que los libera de la culpa y les permite seguir jugando a la vida
Cada uno con su cuento: antología comentada...
195
como sueño y la de nosotros los lectores, que llevados por el
sugerente artificio de la palabra, vivimos esta experiencia de
horror como uno de tantos dramas de la existencia que culmina
y se resuelve en la espera inútil y el sentimiento triste, en ese
vacío al que nos lanza el punto final.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
197
Cada uno con su cuento: antología comentada...
199
HERNÁN TORO
(Tulúa, 1948)
Profesor Titular de la Escuela de Comunicación Social de la
Universidad del Valle, donde trabaja desde 1982. Fue Decano
de la Facultad de Artes Integradas de esta Universidad entre
1995 y 1998. Titulado en letras por la Universidad del Valle, ha
cursado estudios de Maestría y un Diploma de Estudios Avanzados en las universidades de París VIII y Sorbonne—Nouvelle,
bajo la dirección de Saúl Yurkievich, y de Teoría e Ideología
de los Discursos en la Ëcole des Hautes Études en Sciences
Sociales de París, bajo la dirección de Eliseo Verón. Ha publicado
los libros de cuentos Ajuste de Cuentas (Oveja Negra, Bogotá,
1986), A Velas Abiertas (Mosca Azul, Lima, 1990), Las horas
Cantadas (Universidad del Valle, Cali, 2003) y Ceremonias
privadas (Programa Editorial Universidad del Valle, Cali, 2007);
su cuento El Luto del Vecindario da título a la colección de
cuentos homónima (Ediciones Testimonio, Pasto, 1983). Como
investigador de discursos informativos ha publicado los libros
La ilusión Informativa (1992), Los Animales solo viven en el
Presente (1997) y El reportaje: un Género Estallado (2003),
editados por la Universidad del Valle. Fue Director de la Editorial de esta Universidad (1982—1984 y 2001—2005) y Director
de la revista Entreartes de la Facultad de Artes Integradas (desde
su creación en el 2002 hasta el 2006). Desde el 2005 (año de
su fundación) hasta el presente, es director de la revista Nexos
de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del
Valle. Igualmente se ha desempeñado como traductor.6
6
Tomado de la contraportada del libro de cuentos del autor: Ceremonias Privadas,
publicado por El Programa Editorial de La Universidad del Valle, Cali 2007
200
María Eugenia Rojas Arana
RECORRIENDO LOS LABERINTOS DE LA
CONDICIÓN HUMANA
Sus cuatro libros de cuentos publicados, Ajuste de cuentas,
A velas abiertas, Las horas cantadas y Ceremonias privadas,
presentan varias características comunes. En primera
instancia, exploran de manera desencantada los pliegues de la
condición humana, sobre todo la marginalidad de seres
derrotados y desesperanzados, rescatando los momentos más
comunes y corrientes de sus vidas. No hay en ellos la búsqueda
de celebrar una supuesta existencia feliz o cargada de
promesas, porque, a juicio de su autor, ése es un mundo irreal.
Estos relatos se constituyen entonces en una crítica mordaz
contra los espejismos de la época, edificados bajo la idea ilusoria
de que los paraísos son reales y alcanzables. Como una
derivación inevitable de ello, el autor toma partido por quienes
han sido atropellados por el poder, hombres y mujeres que han
sido tensionados hasta límites extremos por las fuerzas de la
violencia, el desarraigo y la muerte.
No obstante, las narraciones de Hernán Toro están marcadas
por finos toques de humor negro, que conduce a una cierta
tristeza, por más paradójico que esa afirmación pueda parecer.
Finalmente, hay que decir que los textos están escritos en
un lenguaje cuidadoso y estricto, pulido casi con voluntad
orfebre y dotados de una gran fuerza y eficacia narrativa, que
nacen del hecho de que, imantados por el asunto que les da
origen, se aferran a ese centro temático con obsesión y nada
hay que los desvíe: una flecha que busca su blanco
obstinadamente. Si se puede hablar de eficacia del relato, habría
que decir que tales son sus señas.
UNA RELACIÓN PRIVADA Y CASI SECRETA
CON LA LITERATURA
Cuando Cali no era todavía un espacio de soledad, de
inseguridad y de vacío; cuando los jóvenes podían recorrer sin
Cada uno con su cuento: antología comentada...
201
miedo sus calles y avenidas para ir de rumba, ver teatro o asistir
al cineclub de los sábados presentado en el teatro San Fernando,
por el escritor y cineasta, Andrés Caicedo, Hernán Toro llegó
desde Tulúa, una población de la provincia vallecaucana, para
quedarse en esta ciudad, de viento de la tarde y verano de
siempre y encontrarse con otros que como él, buscaron con
sus actos construir una libertad fundada en la militancia de lo
político, en el disfrute del arte, en la búsqueda de la escritura,
en la magia del amor totalizante y en la alegría contagiosa,
que los hacía gozar juntos, sin miedo a la ansiedad de vivir la
contradicción o la pérdida.
La vida, las lecturas, los viajes, el contacto con escritores de
ficción y con poetas, lo prepararon para cumplir el deseo de
ejercer una relación privada y casi secreta con una escritura,
que expresara poéticamente esa urgencia vital de comunicar
los diversos sentidos de la condición humana y su propia y
solitaria manera, de hacer parte de ella.
Muchos años después, supe que era el autor de los cuentos
que descubrí con deleite y leí muchas veces sin cansarme. No
sé desde cuándo lo he visto transitar desde lejos por pasillos y
salones de la Universidad del Valle, por donde transcurre parte
de la vida de ambos, casi sin encontrarnos.
Siempre pensé que sería grato conocer al hombre que
dibujaban nuestros amigos mutuos, de inteligencia clara,
además de ético, cálido y solidario; también quise estar cerca
del escritor cuya estética había contribuido a cambiar mi
percepción del mundo e inventar historias por donde
deambulan seres que tienen sentimientos parecidos a los míos.
Por fin, una mañana de junio de 2009 nos dimos cita en la
Escuela de Comunicación Social, de la Universidad del Valle,
donde trabaja como profesor; pude entonces realizar esta
conversación y descubrirlo detrás de sus silencios y palabras,
en esa trampa del lenguaje, que confirma la realidad de su
existencia.
202
María Eugenia Rojas Arana
¿Cómo te inicias en la escritura?
La escritura para mí es una consecuencia de la lectura.
Resulta curioso que mi primer acercamiento a los libros se haya
producido a una edad que podríamos llamar tardía, pues fue
sólo al comenzar mis estudios de bachillerato, en el colegio
Santa Librada (es decir, a los 11 años de edad), cuando se
produjo. No recuerdo haber leído ningún libro en la escuela
primaria, salvo, por supuesto, los relacionados con la docencia.
En ese mismo colegio tuve compañeros de estudio que
desempeñaron un papel clave en mi gusto y acercamiento a la
literatura: Pedro Chang y Armando Romero. Por orientación
de ellos, especialmente de Armando, que era ya un poeta
asumido a pesar de su corta edad, entré en una embriaguez de
lecturas de autores que aún hoy en día siguen siendo referentes
importantes: los poetas y narradores de la Beat Generation
(Kerouac, Ferlinghetti, Corso), Sartre, Camus, Baudelaire,
Cendrars, Henri Michaux, Jorge Luis Borges, Macedonio
Fernández, Edgar Allan Poe, Walt Whitman, Saint—John
Perse. A los 15 años de edad leíamos con Armando y su hermano
Óscar en los salones vacíos del colegio, después de clases,
fragmentos de El Transiberiano de Cendrars. En fin, un listado
de escritores notables, bastante atípicos, hay que decirlo, para
nuestra edad y para nuestra época. Ya en la Universidad, a los
17 años, al estar en contacto con bandas enteras de muchachos,
muy cercanos a la literatura (allí conocí y frecuenté a Tomás
Quintero, Julio Arenas, Harold Alvarado Tenorio, Carlos
Jiménez, a quienes me une un sentimiento de afecto muy fuerte
aunque algunos de ellos estén ya muertos o simplemente haya
dejado de verlos), por ser estudiosos de ella o por ser escritores,
tuve la consciencia deslumbrante de que la literatura era
también una forma de expresión que me pertenecía, y publiqué
poemas y cuentos en una revista de la Federación de estudiantes
de la Universidad del Valle y en algunos periódicos locales, e
inicié esta relación privada y casi secreta con la literatura.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
203
¿A quiénes consideras tus maestros?
Mis escritores amados: Jorge Luis Borges (muy por encima
de cualquier otro), Juan Carlos Onetti, Felisberto Hernández,
Georges Pérec, James Joyce, Henry Miller y Jack Kerouac.
Podría decir que ellos marcan, con mayor o menor intensidad,
mi forma de entender el mundo y, por supuesto, mi sensibilidad.
¿Cómo te vinculas con el cuento?
Al leer a Borges y a Onetti, y algunos cuentos de Sartre,
sentí el impacto, el encanto y el brillo de un momento único y
privilegiado. La lectura de estos autores ejerció sobre mí, de
inmediato, una fascinación mágica que todavía hoy persiste.
Mis primeros intentos de escritura se encuentran, sin duda,
marcados por el aliento de estos autores, y no es nada raro que
ecos de ellos todavía resuenen en mi voz. Es difícil liberarse de
los padres.
¿Entonces qué es un buen cuento y cuál crees que es el mejor
que has escrito?
Aunque la idea que subyace a la pregunta es un poco
discutible, accedo a lo que propone diciendo que un buen cuento
debe estar muy centrado, sostenido en un lenguaje laborioso,
casi orfebre, desarrollar una anécdota que no se disperse. Pero
me parece que la dimensión clave está dada en su temática;
como todas las grandes obras de la literatura (y, en general,
del arte), la temática debe abordar los aspectos más reveladores,
profundos y perturbadores de la condición humana: la soledad,
la muerte, el vicio, la marginalidad, la vejez, el amor, etc. En el
cuento no tiene cabida la trivialidad. Lo cual, por supuesto, no
significa que no pueda tener aspectos de humor. De otra parte,
para responder a la pregunta acerca del cuento que juzgo mejor
de los míos, debo decirle que no tengo buena memoria de ellos,
con el agravante de que, después de publicados, casi nunca los
he vuelto a leer. Guardo, sin embargo, un cariño especial por
los cuentos “El luto del vecindario” y “De Gustibus”. Hubiera
querido mantener en todos mis cuentos el tono del primero; y
204
María Eugenia Rojas Arana
del segundo aprecio sobre todo la tendencia al fracaso y a la
derrota (una proclividad muy humana) que encarna el
personaje central.
¿Consideras importante el conocimiento de teorías o de técnicas
de escritura para tu trabajo literario?
Sí, un escritor no puede escribir si no las conoce, pero en su
trabajo práctico no puede acudir a ellas. No tiene mucho que
ver con la racionalidad. Quiero decir que el escritor construye
su voz a partir de la literatura (y de muchos otros factores,
claro), pero esta construcción se encuentra interiorizada de
forma no siempre consciente, casi nunca consciente: se
encuentra allí, en la mente del autor, vagando como un fantasma incorpóreo a la espera de ser interpelada. Por supuesto,
también es posible estudiar teorías y técnicas, pero en el
momento de la escritura, como dice García Márquez, no hay
nadie más solo que el escritor. El que trate de paliar esa soledad
del acto de la escritura apelando a fórmulas se encuentra
perdido. Es lo que se nota en algunos escritores: una literatura
tiesa, sin fuego, porque se ha forjado en moldes casi industriales.
La escritura es ante todo diafragmática, y el cerebro, que tiene
su parte, no puede tratar de ejercer sobre ella un poder totalitario. El escritor debe dejarse asaltar por los elementos
imprevistos que aparecen en el acto de escribir ya que el escritor
no tiene el control total de su texto: hay elementos oscuros que
lo asaltan y lo dominan siempre.
Has escrito varias novelas. ¿Te gustaría hablarme de ellas?
Tengo dos escritas sin publicar, pero preferiría no decir
mayor cosa de ellas. La primera narra lo que le acontece a un
hombre en su vida, con un trasfondo urbano y con las tribulaciones propias de mi generación en el terreno de lo político y
en el arte. Lo que me importa mostrar a través de ella es de qué
manera hemos sido fieles o traidores a los proyectos iniciales
de nuestras vidas o cómo los hemos trasformado a grandes
costos morales y materiales. La segunda, de la que me gustaría
Cada uno con su cuento: antología comentada...
205
decir que está terminada, cuenta las contradicciones de orden
moral por las que atraviesa un pequeño narcotraficante de
bajísima escala en Nueva York y las consecuencias en la vida
suya y de su familia inmediata en Colombia; es una manera
de mostrar el proceso de degradación que viven las personas
como consecuencia de fuerzas sociales que no controlan,
porque lo que la gente termina haciendo en la vida no es lo que
realmente quiere sino lo que le impone la tormenta social en
que vive, y, para este caso concreto, que hemos estado viviendo
desde hace ya tantos años.
Sé que tienes dos libros de poesía que tampoco has publicado.
Sí, Nacido en 1948 es uno. En estos poemas se expresa la
vida de unos muchachos habitantes de los barrios marginales
de Cali, traídos a esta ciudad por la violencia que vivió Colombia
a partir del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. El otro, Los días
terrestres, intenta expresar los grandes conflictos éticos y
políticos de mi generación.
Por qué te gusta el cuento “De Gustibus”.
Este cuento mantiene una línea narrativa tensa y desarrolla
una temática a la cual soy muy sensible en los últimos años, la
gastronomía. El personaje central es un cocinero solitario y de
muy buen gusto al que, sin embargo, se le estropean las recetas,
se le queman las salsas, se excede en la sal. Un fracaso total
como cocinero, pero también como ser humano, ya que es
incapaz de mantener relaciones sociales sostenidas. Este cuento
integra elementos de humor muy sutiles con aspectos cotidianos de la vida, con seres anónimos, intrascendentes que
solemos encontrar en cualquier parte, seres aplastados por la
soledad y con profesiones que no hubieran elegido de jóvenes.
Este cuento tiene un epígrafe de Horacio: “Ningún verso podrá
gustar y durar, si está escrito por un bebedor de agua”, que me
parece maravilloso y sabio.
206
María Eugenia Rojas Arana
¿Cuándo escribes buscas un lector particular?
No, nunca. Escribo porque me produce placer personal y
sin pensar en un eventual lector. Sé que, de publicarse lo escrito,
habrá forzosamente un lector. Bueno, no siempre, creo que
mis cuentos han sido leídos por poquísimas personas, en todo
caso muchísimas menos que los tirajes, que han sido ínfimos.
Pero digamos que sí, que hay un lector. Pero nunca se encuentra
prefigurado en mi mente. De cierta manera, la búsqueda del
lector (buscar su complacencia o provocarlo) arruina el texto
puesto que lo vuelve dependiente de una finalidad externa a la
lógica de la escritura misma. Por lo demás, no me molesta en
lo más mínimo no ser leído ni, mucho menos, no figurar en
antologías ni ser mencionado en artículos que, se espera,
resumen las actividades de escritores. Detesto la figuración,
detesto el arribismo, detesto los cónclaves de escritores. En el
fondo, quisiera pasar desapercibido.
¿Cómo es tu rutina de escritura?
No tengo rutinas. Escribo muy despaciosamente, regido por
impulsos y en épocas indeterminables. No soy disciplinado,
aunque la historia que esté escribiendo está en mi mente
funcionando permanentemente. Creo que a esa inconstancia
en la escritura se debe lo poco que he escrito. Pero la inconstancia no podría ser confundida ni con deslealtad ni con desdén.
Las historias persisten en mí de manera obsesiva; diría que
ellas se van escribiendo en mi mente. Mis actividades laborales
que han sido sin duda de mi agrado, están también en la base
de esa inconstancia.
¿Ahora cuáles son tus obsesiones literarias?
Desde el punto de vista de los escritores, mis dos obsesiones
literarias son Jorge Luis Borges y James Joyce. Son los únicos
autores que puedo releer con el mismo placer, la misma
perplejidad, la misma admiración que en la primera ocasión.
Hay fragmentos extensos de cuentos de Borges que casi podría
recitar de memoria, y temo que algunas frases suyas, algunos
Cada uno con su cuento: antología comentada...
207
giros recurrentes en él y ciertas palabras emblemáticas suyas los
he integrado a mi manera de hablar y de escribir. Así que si
alguien se encuentra en mis textos un fragmento de Borges,
sépalo que es involuntario, pero le agradecería que me lo hiciera
saber para acrecentar mi autoestima. Bueno, es un poco en
broma, en realidad yo no quisiera ser como nadie; quisiera que
mi voz sonara a lo que suena mi voz, sin importar su eventual
calidad. En cuanto a Joyce, creo que nadie como él nos ha
enseñado que quizás lo que más importe en la literatura sea el
lenguaje. Hacer literatura es trabajar sobre el lenguaje antes que
cualquier otra cosa. Ahora bien, de otra parte, desde el punto de
vista temático, me obsesiona la capacidad que tenemos los seres
humanos para traicionarnos y para degradarnos, así como la
infinita capacidad exhibida para soñar y fracasar.
Sé que realizas un trabajo editorial. ¿Te gustaría hablar de él?
El trabajo editorial es una de las pocas actividades que me
justifican como ser humano. Ser editor es de cierta manera
equivalente a ser constructor de puentes: facilita el contacto
entre gente diversa. Al trabajo editorial le subyace la idea del
respeto por el otro, del reconocimiento del otro, de la
importancia de la diferencia. Es una vieja idea que nos viene
de los griegos, para quienes no había ser humano más digno
de atenciones que el visitante. Un editor debe tener ese
sentimiento fuertemente arraigado, de lo contrario será un
funcionario que producirá mercancías muy bien cotizadas o
hará relaciones públicas o políticas con esos objetos que él
pomposamente llamará “libros” u “obras”. Desde el año 2001
estoy integrado a diversos proyectos editoriales en la
Universidad del Valle. Fui refundador, junto con algunos otros
profesores, de la Editorial de esa Universidad, que lamentablemente había fenecido con la crisis del año 1998. Tengo
una responsabilidad bastante elevada en ese resurgimiento, lo
que me da mucho orgullo. Fui su director por más de 4 años.
Ha sido una de las épocas más gratificantes de mi vida. He sido
también creador y director de otras revistas, como Entreartes,
208
María Eugenia Rojas Arana
que es la única revista de artes indexada de Colombia por
Colciencias; Nexus, una revista de comunicación social; Ciudad
Vaga, una revista de reportajes hecha con los estudiantes de la
Escuela de Comunicación Social. Esta última publicación es,
sin modestias, de altísimo nivel, y me ha devuelto una buena
parte de la vida. No descarto que mi vida futura, con gusto
diría “mi próxima vida”, sea la de editor.
¿Qué piensas de la industria editorial en Colombia?
La industria editorial colombiana es de una pobreza insuperable. Aparte de las editoriales universitarias, nadie arriesga
nada. Pero los alcances de estas editoriales es, desafortunadamente, muy limitado. La única preocupación que anima
a nuestras editoriales es la comercial; nadie les pide que trabajen
para perder su sacrosanto dinero, por supuesto, pero editoriales
en otros países no hacen de lo económico el único fin y, sin
embargo, no están quebradas y obtienen beneficios. La codicia
por la plata, que parece un rasgo genético de este país, no es
ajena al negocio editorial colombiano.
¿Cómo ves la literatura actual de nuestra región?
El concepto de región aplicado a la literatura me parece
empobrecedor y distorsionante. La verdadera literatura no tiene
nada que ver con una supuesta identidad o pertenencia regional.
Jamás leo a nadie porque sea vallecaucano. Me parecería
descalificador y, en todo caso, decepcionante que alguien dijera
de mí que soy un escritor vallecaucano, así haya nacido en
Tulúa y vivido en Cali casi toda mi vida. Todo escritor debe
pretender una cierta universalidad en lo que escribe, dimensión
que, por supuesto, convierte en contrasentido el concepto de lo
regional.
¿Ha sido tu trabajo docente compatible con tus proyectos
literarios?
No, a pesar de que mi trabajo como profesor y como editor
ha sido grato. Creo que la escritura no puede compartir
Cada uno con su cuento: antología comentada...
209
pasiones. Esta afirmación es válida inclusive si, por ejemplo,
hubiera sido profesor de literatura; esto explica lo que no es
más que una paradoja en apariencia: la inmensa mayoría de
los profesores de literatura no son escritores.
¿Vivir fuera del país enriqueció tu escritura?
Sí, sin la menor duda. Viví seis años en París, y creo que la
diversificación de mi percepción cultural con esa experiencia,
a pesar de haber sido tan dura económicamente, ha sido una
base inapreciable en la formación de mi sensibilidad. Mis años
en París es lo mejor que me haya podido ocurrir en mi vida.
Allí aprendí muchísimas cosas que no habría podido ni siquiera
conocer su existencia de haberme quedado en Colombia. Debo
mucho a Francia, y tengo por su cultura y una muy buena
parte de su gente un aprecio sincero y profundo. Sumergirse
en otra cultura es lo mejor que le puede ocurrir a un ser humano: otra lengua, otra comida, otros medios, otra literatura,
otras plazas y direcciones, otra sensibilidad, otra forma de
transportarse, en fin, tantas cosas que estimulan en profundidad a todo ser humano que tenga ojos para ver y sentidos
para sentir.
¿Qué piensas de los talleres literarios en la formación de
escritores jóvenes?
Sí, están bien, pero lo fundamental no se juega allí por la
simple razón de que la relación con la literatura no se agota
para nada en lo técnico. Para que esa actividad se justifique, el
director de esos talleres debe ser un liberador de fuerzas, alguien
que facilite a sus miembros el reconocimiento de una identidad
que pueda ser la suya, la de ellos, y no un simple incitador a
seguir modelos literarios. En últimas, se trata de ayudar en la
construcción de la autonomía, en este caso literaria, que es la
misión más elevada y más pura (si es que misiones hay) que
todo ser humano pueda cumplir con sus congéneres.
2 10
María Eugenia Rojas Arana
“EL LUTO DEL VECINDARIO”
Su muerte debía de haber sido reciente. Recuerdo la mancha
roja en mitad de la calle y luego la huella deshilachada,
discontinua, que moría definitivamente unos metros antes de
su cuerpo recostado contra el borde del andén. “Alguien debió
de haberlo arrastrado hasta allí”, pensé tontamente, fiel a mi
manía enfermiza de traducir evidencias a palabras, al mismo
tiempo que intentaba imaginar la expresión definitiva de su
rostro oculto por el cordón de la vereda. Tal vez era posible
experimentar un sentimiento de tristeza al verle allí,
completamente desprotegido, sometido en buena parte a la
curiosidad morbosa de la gente, sin más defensa que el terror
que la misma muerte produce entre los hombres y que crea un
círculo implícito alrededor de los cadáveres.
Hasta ese momento yo no había escuchado nada. En ese
trozo de mañana que había transcurrido, mi atención se había
concentrado —y desviado del hecho que quizás había sido el
fundamental— en la lectura de los periódicos, en el placer
alargado de un café caliente bebido a sorbos espaciados y
profundos. Fue accidentalmente que observé el movimiento
inusual de la gente, los pequeños círculos de vecinos
aglomerándose alrededor de un cuerpo. La mayoría eran
ancianos, los imperceptibles y silenciosos habitantes de este
barrio que merodeaban por sus calles desde las horas más
tempranas. Allí estaban, fieles asistentes a los momentos
decisivos, atribuyendo al hecho un aire de gravedad que no
habría sido posible sin sus rostros de ceremonia forjados a través
de mil desgracias. Intercambiaban entre sí miradas
consternadas, comentarios desesperanzados, gestos de
impotencia. Uno de ellos se acercó al cuello del cuerpo que
yacía y miró la medalla que de él colgaba; brillaba, como si
fuera la única cosa viva de diez metros a la redonda. Alcance a
escuchar a alguien decir que las penas contra los conductores
no habían sido nunca lo suficientemente severas, y a otro
afirmar sin convencimiento, apenas como una comprobación
Cada uno con su cuento: antología comentada...
211
que para nada cambiaría el curso de los hechos, que la muerte
era la única cosa segura en la vida.
De pronto, en algún momento, un grito agudo y febril,
desprovisto de preámbulos anunciatorios, hendió el círculo y
precedió la entrada de madame Simone, la viejita del 37. No
era difícil reconocerla por sus cabellos canos, por el aire de
matriarca respetable despojada de una autoridad antigua, la
figura venerable que se exhibía en la ventana de su casa
acompañada por un gato parduzco que dormitaba siempre bajo
el calor de sus manos.
Al intento de agacharse y tomarlo entre sus manos siguió
un movimiento brusco hacia atrás, como si hubiese sido repelida
por el brillo incandescente de la muerte. Otros ancianos debieron
impedir que cayera. Vi cómo la entraban, apoyada en los
hombros de algunos vecinos, a la casa de al lado; imaginé un
apresuramiento colectivo, sales, remedios caseros, un vago olor
a medicamento largo tiempo almacenado, a madame Simone
reflejada en la puerta de un armario antiguo y tendida en una
cama cubierta por una colcha de colorines, balbuceando frases
incoherentes que terminaban, amortiguadas, huecas e inútiles,
en el papel floreado de las paredes.
Después supe que lo habían enterrado en el cementerio de
Asniéres, en un terreno que pidió fuese cubierto regularmente
de flores y bajo una placa en la que había ordenado tallar una
inscripción. Sobre sus fechas de nacimiento y muerte, que no
debían cubrir más de quince años, debían estar las previsibles
frases de la inscripción. Claude, el del bar, las había escuchado
de boca de uno de los pocos asistentes a la ceremonia. “Algo así
—había dicho— como que mi corazón sin ti entra en los
profundos salones de la soledad”. Debía tener razón, la muerte
evoca siempre palabras pretendidamente grandilocuentes;
“soledad”, “profundo” y “corazón” están siempre allí para
socorrer la expresión de este sentimiento.
En las dos o tres semanas que siguieron no volví a ver a
madame Simone. Supe en el bar, ese centro eficacísimo de
información del barrio, que los días siguieron a la muerte de su
212
María Eugenia Rojas Arana
compañero —no me cabía la menor duda de que efectivamente
lo era—, la encontraron postrada en su cama con una fiebre
muy alta. “Es difícil recuperarse de un golpe así”, había dicho
Claude, superando la voz ronca de un camionero que hablaba
maravillas de su vehículo atravesando el Monte Negro
yugoeslavo. “Y casi nadie visita. Solamente tiene una hija, pero
vive a trescientos kilómetros de aquí, y dice que no debería
preocuparse por un hecho que en fondo es tan insignificante”.
Uno de los clientes había comentado que lo de insignificante
habría que verlo. “Cuando se llega viejo, un mueble es
compañía”, había agregado soltando un suspiro resignado.
Yo escuchaba estas reacciones un poco a distancia, movido
más por la curiosidad en conocer las opiniones sobre un hecho
al que yo personalmente no le daba gran importancia que por
un sentimiento de afinidad. De otra parte, tal había sido mi
actitud desde la llegada a este país. Me había acostumbrado a
moverme por los bordes, palpando desde lejos hechos y actitudes
pero sin buscar asimilarme a unos hábitos que no eran los míos
y en los que no me reconocía. Circunstancialmente, pues, estaba
de acuerdo con la hija de madame Simone: qué más podía dar
al fin de cuentas.
Fue luego, entonces, después de que el tema había dejado
de ser la actualidad de los comentarios de clientes del bar,
cuando volví a ver a madame Simone. Con un aire de beatitud,
de agobio o de imbecilidad, que en el fondo es lo mismo, estaba
en su ventana, repitiendo caricaturalmente la pose venerable.
Me miró como desde lejos, como a través de una niebla de
edades, dando la impresión de querer encontrar en mi saludo
indicios de un antiguo conocido a quien el tiempo hubiese
expulsado de su memoria. Contesto tardíamente, sin
convicción, obedeciendo seguramente a una cortesía impuesta
por la costumbre. Yo nunca había sido su amigo. Creo que
tras el saludo diario, protocolario e inevitable se escondía un
cierto recelo, una actitud prevenida que yo pasaba por alto
cínicamente. Pero su respuesta en la mañana en que
nuevamente la volví a ver en su ventana exenta de resquemores.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
213
Era otra la actitud que regía su comportamiento. No quise
pensar que estuviese loca. Miré el vacío bajo sus manos, la
concavidad de sus manos calentando la nada.
Aquella noche soñé con un ajedrez viviente cuyos caballos
habían sido reemplazados por felinos que desconocían las reglas
del juego y obraban según su voluntad. Los blancos habían
terminado por devorar a su propio rey.
Queriendo hacer evidente un interés exagerado, me las
arreglé para ponerle el tema de madame Simone a Claude.
—Ah, la pobre —me dijo—. Ha tenido que venir su hija. Todas
las noches la llamaba a contarles historias extrañas. Nos ha
pedido el favor de visitar con alguna frecuencia a la vieja. Parece
que imagina cosas. Dijo que como ejemplo nos contaba la
historia de una niña ciega que llamaba a las enfermeras a la
hora de comer para alegar que no quería porque alguien
entrado a su cuarto y le había envenenado la comida. Como
ejemplo.
Algunos clientes asintieron con una cabeceada torpe y
mecánica. Yo me quedé pensando en las dos últimas palabras
de Claude, en la expresión “como ejemplo” que había cerrado
su comentario y que quedó planeando en el aire como un ave
premonitoria. Al cabo de un momento, en sentido inicial se me
había transfigurado de tal manera que me fue necesario un
intenso esfuerzo de abstracción para poder atribuir una relación
entre la expresión y madame Simone. Parecería que la reflexión
obsesiva sobre una palabra significara fatalmente la disociación
de ésta, la disolución en el irreconocimiento total.
El bar, a su lado, continuaba su vida rutinaria, su inevitable
orquestación de música de moda, del obstinado campanilleo
de las máquinas de juego, de voces recatadas o excesivas y de
humo espeso. Miré a Claude y a los clientes y sentí un ligero
estremecimiento: la expresión “como ejemplo” de pronto
planeaba otra vez en el bar de manera amenazante y adquiría
un sentido evidente, una posibilidad de demostración
irrebatible. Haciendo una concesión, debí acudir a un trago
doble para expulsar tal amenaza de mis ideas.
214
María Eugenia Rojas Arana
Después estuve pensando mucho en madame Simone,
durante los largos días que siguieron y que atrozmente fueron
atrozmente fueron atravesados por un frío irascible y de una
capacidad de daño inhumana. Ella, sin embargo, era fiel a su
rito cotidiano, a su presencia expuesta en la ventana con una
sonrisa artificial y el movimiento rítmico de las manos acariciando una curvatura ilusoria.
Yo continuaba saludándola, respondiendo con una sonrisa
mecánica y benévola a sus palabras rituales y neutras, esperando (quizá sin advertirlo, satisfaciendo una necesidad que
carecía de fundamento) el momento en me permitiera entrar
en su vida que yo intuía aureada de olores barrocos, de colores
obtusos cruzados de pretensiones brillantes.
No había pretendido en el momento en que tal cosa habría
de suceder. El hecho fue que un día me vi sentado en la sala de
madame Simone, oprimido por una apretujada sucesión de
objetos inverosímiles, diversos e incoherentes. Cuando aún no
había logrado recuperarme de la sensación de vértigo que me
produjeron estos inclasificables objetos, puso sobre la mesa dos
tacitas humeantes de té, el azúcar y sus manos poseídas por
un ligero temblor. Agradecí esa pequeña pero decisiva grieta
que me permitía de nuevo la visión de mundo más real y a la
medida humana. Se había sentado frente a mi y había montado
su sonrisa predilecta —la máscara que había terminado por
anular y substituir el rostro natural— y se había quedado en
una actitud de espera, como si a mí me fuese dado iniciar el
diálogo con preguntas sobre lugares de procedencia, sobre
situaciones que harían brotar el recuerdo ya adelgazado por el
olvido o purificado por la memoria. Me sentía desconcertado,
viéndome enteramente ridículo o absurdo con tacita de té
sostenida en mi mano, con una actitud que debí haber desenterrado de entre los años de desuso y rechazo obstinados.
Fue ella, sin embargo, quien comenzó a hablar. Su voz era
vacilante y su mirada, por momentos, fija, como la mirada
absorta de los ciegos. Me indicó con un movimiento de
pretensiones amplias todo el salón y me dijo, con una
Cada uno con su cuento: antología comentada...
215
simplicidad que me estremeció por la brutalidad de su sentido,
que allí se desarrollaba su vida.
—Todo lo tengo al alcance de la mano —agregó, no sé si
con resignación o con orgullo—; comprenderá por qué no salgo.
Antes, quizá, no habría podido vivir en esta pieza. Pero la soledad
cabe en cualquier parte.
Me indicó que tomara el té y se quedó, de pronto, con la
mirada clavada sobre algún punto de la mesa, como reclamada
por un pensamiento intenso que se remontara a las más antiguas
edades.
Yo no sabía qué hacer. En un primer momento había tenido
la impresión de que ella deseaba hablar; pero, ni siquiera
iniciada la conversación, se había encerrado en ese silencio
hermético que me expulsaba de sus ideas y me forzaba a
observar el paisaje lunático que me rodeaba.
Tomé un poco de té y recordé la impresión de vértigo que
había recibido unos minutos antes, al entrar en la habitación.
Había sido como mirar un abismo que se multiplicaba y
profundizaba en los innumerables objetos que los componían.
Viendo esa intrincada aglomeración que pretendía ordenarse
sobre mesitas, anaqueles, armarios, muros, recordé haber leído
alguna vez que los ancianos tienen un miedo atroz al vacío.
Deduje, dada la variedad y antigüedad de las cosas, que no era
miedo solamente al simple vacío físico sino al vacío de la
memoria. Cada cosa debía significar para ella —supuse— el
recuerdo de un momento preciso, la objetalización de su
experiencia. Era un poco mantener el contacto con la realidad
asiéndose a los vestigios de su pasado, conservando sus
testimonios, sus pruebas materiales. Las fotografías ocupaban
en el lugar más importante. Vi, no sin estupor, cómo madame
Simone se duplicaba sobre las fotos de las paredes que se
empeñaban en mostrar el rostro joven y hermoso de una mujer
sonriendo desde un jardín de flores blancas, o contra un telón
donde una escalera ascendía entre plantas frondosas a la orilla
de un río asediado de sauces y cisnes. En otras, el rostro siempre
optimista contrastaba con la gravedad de hombres vestidos con
2 16
María Eugenia Rojas Arana
abrigo y sombrero, o se destacaba entre la cara de niños pálidos
y asustadizos. Al lado de la mujer viviendo su gloria en un
tiempo detenido, la mujer real era una caricatura cruel, una
infame e inaceptable alegoría del tiempo.
Oí que carraspeaba. Había levantado la mirada y la dirigió
hacia un punto impreciso atrás de mí. “Antes me gustaba recibir
gente”, dijo sin emoción, con una voz neutra. “Pero desde la
muerte de mi marido, hace quince años, mi vida se ha reducido
a poca cosa, sí a poca cosa”. Y clavo nuevamente los ojos sobre
la mesa, como adormilada.
Yo ya estaba perfectamente convencido de que mi presencia
era absolutamente innecesaria; podía inclusive echarme a dormir
sobre la silla y ella ni cuenta se daría. Presumí que sus comentarios no tenían el objetivo de establecer una comunicación
conmigo sino simplemente, ser expresados, —o, más precisamente, ser expurgados. Supuse igualmente que en cierto grado
de elaboración que ellos tenían sólo podía provenir de un proceso
de automatización que poco a poco ella habría ido perfeccionando
frente a las fotografías o a los espejos, en la contemplación de
floreros o de bufandas, en los ritos de la soledad.
Me levanté y comencé a vagar por ese mundo diverso y
anárquico. Estaba mirando una colección de diminutos animales de murano cuando nuevamente escuche su carraspeo.
Pensé que él debería constituir un preludio a todas sus frases.
Dijo, en efecto, con la misma voz que alternaba entre la carencia
de modulaciones y el temblor, que sabía con certeza que pronto
estaría en el silencio definitivo. Pensé que era una metáfora de
la muerte y que temía referirse a ella por su nombre inmediato,
de la misma forma que ciertas civilizaciones antiguas (y modernas también, si se mira con cuidado) debieron inventarse
nombres que aludieran indirectamente a sus dioses pues no
osaban llamarlos por sus nombres propios. Y lo dijo así, “silencio
definitivo”, como si la muerte fuera la negación de lo sonoro.
De cierta forma tenía razón, creo.
Como fuera, yo quería evitar en lo posible que ella hablara
de la muerte pues sabía que ello la llevaría a hablar del muerto.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
217
Y yo sabía que para ella era una situación dolorosa y para mí
difícil. No repliqué, esperando que ella no insistiera, esperando
que ella efectivamente se hubiera olvidado de mí.
Me quedé en silencio, pues, temiendo que el más leve ruido
le recordara mi presencia y la despertara a la dura realidad de
un monólogo que yo presentía necrófilo. Ya estaba tranquilizándome y me disponía a continuar la riesgosa excursión
cuando nuevamente escuché su carraspeo que se repitió en un
eco diminuto y obstinado contra las paredes. Dijo frases que
nada me sugerían. Eran fechas, lugares, nombres propios,
frases como en telegrama, sin pronombres ni artículos, una
serie de nombres de flores donde “crisantemo” fue repetido
varias veces. Por un momento supuse que ella había perdida la
coherencia y que ello me ahorraría el esfuerzo de hablarle de
acuerdo a sistemas lógicos. Continuó sin embargo, hablando
ordenadamente de una época en que los hombres habían partido y muy pocos habían regresado. El horror, dijo, había
transformado a estos últimos. El período que había seguido
fue asistido por la penuria y la dispersión. Poco apoco fue el
acercamiento hacia el vacío, hasta el momento en que había
muerto su marido.
—Quince años hace —dijo—. Entonces un vecino me lo
regaló. Tenía pocos días de nacido y lo cuidé como si fuera un
hijo.
Presentí, con razón, que allí terminaba su saga. Poseo un
terror indescriptible por la palabra “atribulado” pero confieso
que en aquel momento era la única que podía definir mi ánimo.
Ella se quedó en un mutismo absoluto y yo comprendí que
debía salir. Consideré inútil despedirme pues nada agregaría a
la breve pero densa historia de la vieja ni tampoco paliaría en
nada la opresión que vivía.
Tal vez era mejor el mundo de la calle o del bar de Claude, el
mundo donde la expresión “como ejemplo” se me presentaba
mitigada por su existencia meramente potencial, el pequeño
resquicio de escape y esperanza que me daba una cierta alegría
de vivir.
218
María Eugenia Rojas Arana
LO VEROSÍMIL COMO ILUSIÓN DE LO REAL
Armado de su propio imaginario, de experiencias y saberes,
el escritor elabora discursivamente este relato que titula: “El
luto del vecindario”, nos da las claves para comprender el mundo
que construye y nos regala la posibilidad de acceder a un espacio
fantaseado, en una ciudad de un país extranjero, donde se nos
revela a través de aquello que cuenta, se oculta y se expresa, en
la máscara de un enunciador anónimo, que crea tal vez a su
imagen y semejanza, como actor que mira a otros y se mira a
si mismo e imponiendo su manera de ver y de ser visto, arma
esta ficción verosímil, verdadero pretexto para hablar de lo real
estético y social.
Así, con el artificio de su palabra, el narrador construye un
universo íntimo, observando y padeciendo el dolor de madame
Simone, manifestando aquello que se mueve en su conciencia,
en un discurso evaluativo que la define, logrando a su vez
definirse a sí mismo, participando como personaje actuante en
lo contado y de esta manera, posibilitando que la historia
avance, en una doble estrategia racional y emocional, para
comunicar dos relatos: uno que lo sitúa en el lugar geográfico
desde donde figura el mundo de la calle, por donde deambula
extranjero hasta de si mismo; lugar disfórico hecho de muerte,
ancianos silenciosos, lectura de periódicos y conversaciones de
café y el otro que construye, mientras observa la vida secreta
de la anciana, signada por la falta, presa de la fatalidad que se
le impone y que la lleva a refugiarse en su cuarto, en la
seguridad de sus objetos más amados y de sus viejas fotografías,
buscando eternizar y testimoniar un pasado feliz que se resiste
al olvido y al sentimiento presente de desolación, por la pérdida
de un gato, como única compañía.
Desde el título, “El luto del vecindario” anticipa el tema del
duelo, verdadera isotopía semántica y consecuencia lógica del
hallazgo del cadáver expuesto sobre la calle y encontrado en el
inicio del relato; hecho que genera en la protagonista, una
mezcla de extrañamiento y dolor, sentimientos explicables
Cada uno con su cuento: antología comentada...
219
como lamento del alma que no puede ocultar su miedo a la
soledad, producida por la ausencia de un ser querido y ante el
horror por la pérdida, expresa la certeza de saber que la muerte
es el final, es el olvido, tal vez el anhelo del “silencio definitivo”.
La atmósfera de un espacio mítico dibuja el vecindario, que
se ubica entre una calle, un bar y un cuarto de inquilinato,
lugares por donde deambula diariamente el narrador y
encuentra su razón de existir en el desarraigo y en el exilio.
El carácter manipulador de quien cuenta se pone en
evidencia en el ocultamiento de la identidad del muerto, al que
no nombra y cuya desaparición califica de tragedia, creando
una carencia cognitiva en el lector virtual, un vacío de
información y una necesidad de saber, que tiene que llenar, en
la medida en que logre descifrar los indicios, que el narrador
va soltando a lo largo de la trama, y que el narratario, para
satisfacer esta intriga, se ve obligado a seguir hasta el final.
Una ilusión de distanciamiento y objetividad emocional, una
cierta indiferencia, se manifiesta como efecto del rol de testigo
que realiza el sujeto de la enunciación, en su carácter de observador de los padecimientos y comportamientos, de la protagonista y es esta función narrativa la que dota de sentido su
propia existencia.
En el déjà vu de la narración ulterior de la historia relatada,
en tiempo pretérito y en sus observaciones, parece afianzar su
lejanía del acontecimiento trágico. Así se ocupa de dar sentido
a la trama, adelantando su manera de ver, su propia concepción
del mundo y lo mirado, narrando diálogos cortos, monólogos,
gestos y atmósferas que se presentan como fragmentos de un
film que debemos editar, para posibilitar interpretaciones
provistas de sentido.
Una sólida línea de acción dramática es la columna vertebral
que construye la historia, como un todo hecho de personajes,
imágenes, sucesos y recuerdos; que toma los temas de la
soledad, el desarraigo, la vejez y la muerte, para evidenciar, en
las posibilidades de la ficción, los fantasmas interiores que nos
desorganizan.
220
María Eugenia Rojas Arana
Acudiendo a un lenguaje poético, preciso y reflexivo, arma
una lógica estructural en tres actos, con un planteamiento de
descubrimiento sorpresivo que llena de estupor al vecindario,
por el hallazgo de un muerto sin identidad, acontecimiento que
se constituye en el motivo del conflicto y precipita la situación
dramática; una confrontación intimista para mostrar al
personaje que observa en el cuarto de la anciana los objetos e
imágenes, retazos de un tiempo detenido, mientras escucha el
monólogo, las reminiscencias de esta mujer, que persigue en
su delirio, la nostalgia como emoción existencial, como triste
evocación, que acompaña siempre el recuerdo de épocas o
personas de un pasado idealizado que se vivencia absolutamente
feliz y su afirmación en un presente vacío, signado por la soledad
y la decadencia y un final necesario en el retorno del narrador
a su cotidiano deambular por la calle que carga de valor, como
lugar de vida y tal vez, un poco de esperanza.
En consecuencia, la narración se pone al servicio de la ficción
y de la realidad, creando este nuevo mundo posible, que ocurre,
suponemos, en un contexto de barriada de una ciudad de habla
francesa, contexto que inferimos por los indicios que nos dan
referentes como “Madame Simone”, “ El bar de Claude” o
“Cementerio de Asnières” ; no obstante, aclaramos, aquí el
juego de lo verosímil no es estrictamente referencial, sino
discursivo, pues son las reglas de lo estético literario, las que
determinan esta representación fantaseada y vehiculada en el
relato, como otro pretexto de un eterno drama, donde se
encuentra lo que realmente somos, seres inmersos en el
patetismo del dolor de vivir sin remedio, en un presente con
ansias de pasado y paradójicamente, deseos de futuro y
permanencia.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
221
Cada uno con su cuento: antología comentada...
223
CARLOS PATIÑO MILLÁN
(Cali, 1961)
Periodista egresado de la Universidad de Antioquia. Especialista en prácticas Audiovisuales y Magíster en Literatura
Colombiana y Latinoamérica de la Universidad del Valle. Fue
director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad
del Valle. Ha publicado Canciones de los días líquidos, 1992;
Tocando las puertas de Cielo, 1996; El Jardín de los niños
muertos, 1998; La tierra vista desde la Luna, 1999; Más
Canciones sobre Amor, odio y perros, 2000; El día que le volé
un dedo a David Gilmour, 2001, y Estaba en llamas cuando
me acosté, 2002. Obtuvo mención de honor en el I Concurso
de cuento de la Universidad de Antioquia en 1988. Primer
premio III Concurso de Cuento, Secretaría de Educación,
Cultura y Recreación, Medellín, 1990. Segundo premio, I
Concurso de Poesía, Secretaria de Ecuación Cultura y Recreación, Medellín 1990, Primer Premio Concurso Nacional de
Cuento Fernando González, 1994; finalista PREMIO Nacional
de Poesía de honor, Premio Alfonso Bonilla Aragón Categoría
televisión, 2000, y primer premio, Concurso Nacional de Poesía,
Concurso Nacional José Manuel Arango, 2004. Textos suyos
han aparecido en la Antología de la Poesía Colombiana del
Ministerio de Cultura de Colombia, Antología del Magazín
Dominical de El Espectador, Antología de la Nueva Poesía de
Arango Editores, Suplementos Dominical y Generación de El
Colombiano, suplemento Imaginario de El Mundo, y en las
revistas Gaceta de Colcultura, Universidad de Antioquia,
Deshora, El Malpensante, Poesía, Punto Seguido, Prometeo,
224
María Eugenia Rojas Arana
Golpe de Dados, Interregno, Deriva, Kinetoscopio, Lingüística
y Literatura, Misterio Eleusino, Entreartes y Anagramas.7
Y TAMBIÉN LA POESÍA
Su último libro Hotel Amén (Bogotá, Universidad Nacional
de Colombia, colección de Poesía 2008), recoge poemas de poca
narración e imágenes sugerentes bellamente escritas que
evocan su memoria rocanrolera como si fuera un concierto
musical, hecho con la sonoridad de las palabras.
Al respecto el escritor dice en su hermoso análisis sobre su
escritura poética: “Por primera vez desde que escribo poesía,
durante la creación del Hotel Amén decidí renunciar al verso
libre y transitar los senderos –desconocidos, hasta entonces,
para mí— de la prosa poética. En esta, también hay un hablante
lírico y una actitud lírica, un objeto y un tema, pero, a diferencia
del poema tradicional, se dejan a un lado elementos formales
como la rima y la métrica, y en general, hay una mayor sintonía
con el movimiento natural de la vida y del mundo.”8
LA CELEBRACIÓN DEL HALLAZGO DE LO
INCIERTO
Una tarde de julio de 2009 caminaba por Cali, sintiendo su
calor de eterno verano, su magia triste, su sabor amargo de
final de fiesta, su luz perezosa. Casi sin proponérmelo llegué al
teatro San Fernando, me encontré con el escritor Andrés
Caicedo y su corte de fantasmas juveniles que me asaltaron y
me invitaron a revivir el Cine—club de los sábados de los años
setenta, me escapé con pesar.
Entré al Parque del Perro y creí ver a Carlos Patiño, sentado
en silencio, pensando en las historias que todavía no ha escrito
7
(Tomado del Libro: Inclínate ante la madera y la piedra de Carlos Patiño
Millán publicado por el programa Editorial de la Universidad del Valle, Cali 2006).
8
Tomado de la Tesis de Maestría en literatura Colombiana y Latinoamericana
del autor, titulada: Arte poética: génesis y escritura del libro de poemas “Hotel Amén”
Cada uno con su cuento: antología comentada...
225
o embriagándose con sus amigos, mientras escucha el rock que
tanto le gusta y habla de cine o de literatura o de cualquier
otra realidad o fantasía que va más allá de su ciudad, de su
país o de su vida, o trabajando con su grupo de creación de la
Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Valle,
ese “Club de la serpiente” que fundara en homenaje a Julio
Cortázar y que le permitió compartir sus sueños literarios en
sus encuentros con otros que soñaban parecido, en el parque
tantas veces recorrido, tan íntimo como el antejardín de su
casa. Cansada, achiqué el paso, caminé una cuadra y toqué el
timbre; allí estaba él: tranquilo, amable y mesurado. Su mirada
directa, su voz cálida, su trato amistoso, su palabra de marcada
ironía, crearon el clima propicio para que se diera esta entrevista.
¿De dónde viene el oficio de escritor y el amor a los cuentos?
De mi madre y padre, es decir, del aire que se respiraba en
casa, proclive hacia la manifestación de la libertad en todas
sus formas, el respeto por la expresión de la palabra y el silencio,
la búsqueda de la identidad individual y la celebración del
hallazgo de lo incierto. Un momento después, del ambiente
que generaban los profesores en el colegio dándole tanta
importancia a la mano en la pluma como a la mano en el arado.
En todo caso, de las ganas de escribir, de las ganas de leer. De
la necesidad de hacerlo: solitariamente, en silencio, en casa, a
salvo de las alegrías y calamidades del mundo, pero intentando
dar cuenta de ellas.
¿Tu vida infantil determinó tus elecciones literarias?
Por supuesto: Stevenson, Blyton, Salgari, Hergé, la lista es
larga. Por culpa de mi madre leí a García Márquez, por culpa
de mi padre a Scientific American, por culpa de mi tía a Juan
Ramón Jiménez, por culpa de mi hermana a Isaac Deutscher,
por culpa de mi hermano a Martha Harnecker. Todavía me
encanta “La isla del tesoro”, todavía releo “Las aventuras de
Tintin” y todavía hojeo Scientific American.
226
María Eugenia Rojas Arana
¿A quiénes consideras tus maestros y porqué?
Iba a decir Poe, Chejov, Borges, pero eso es tan obvio que
raya en la vulgaridad. Uno tiene que volverse hacia sus muertos, son los de uno. Ahora bien, es de mala educación señalar
nombres de conocidos porque algunos entenderán eso como
un cheque en blanco y otros como una patada al ego provinciano. Pero puesto a escoger, aquí en Cali, Colombia, donde
nací y vivo, diría lo siguiente: tanto Umberto Valverde como
Andrés Caicedo significaron mucho para mí en un momento
dado. Hablo de finales de los años setenta, comienzos de los
ochenta. Los leí con verdadera fruición y los imité impúdicamente. Es una lástima que Caicedo se haya matado y que
Valverde no haya vuelto a publicar cuentos, lo que equivale a
una forma de muerte literaria.
¿Que define el carácter de un buen relato?
“Tensión y ritmo”, como repite el lema del colegio Liceo
Benalcázar de Cali.
¿Son importantes para tu producción literaria, las teorías
acerca de la narración o las técnicas de escritura?
No sé si uno pueda escribir con teorías de la narración dándole
vueltas en la cabeza. Tal vez los franceses que son tan inteligentes
para nombrar lo innombrable o los colombianos que estudian
allá que repiten su jerga, pero yo no. Tampoco escribo con técnicas
de escritura en la cabeza. Hacerlo lo iguala a uno a esas parejas
que hacen el amor con un libro del Kamasutra en las manos. De
otro lado, no hacerlo, o sea escribir a la loca, sin rigor y sin un
norte, lo iguala a uno a esas parejas que hacen el amor sin
hacerlo, es decir, sin detenerse a disfrutar de los preámbulos
necesarios para luego entrar en acción. Después de mucho leer
y escribir, uno encuentra su técnica y la desarrolla.
¿Y tu mejor cuento cuál es?
“El que no he escrito”. Si alguien responde eso, no le vuelvas
Cada uno con su cuento: antología comentada...
227
a hablar. Pienso en “Píntalo de negro” o “Tocando las puertas
del cielo”. ¿Por qué? Son sólo rock and roll pero me gustan.
Háblame de tu libro Inclínate ante la madera y la piedra.
Ya lo dije en alguna parte: debo el nombre de ese libro a
Charles Bukowski. El hombre lo menciona en su diario El
capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco. Allí
cuenta cómo se hallaba —en septiembre de 1991— buscando
un título para su nuevo poemario. El autor de Erecciones,
eyaculaciones, exhibiciones pensó en La Biblia de los desencantados (“no, no valía”) o Confesiones de un hombre lo
bastante loco como para vivir con bestias (“lo usé para un
pequeño pliego ciclostilado”) y recordó varios de otros escritores:
Memorias del subsuelo (“gran título”), El corazón es un
cazador solitario y el que nos ocupa, original de Josephine
Lawrence, quien bautizó así un libro suyo en 1938. No dudé
un instante en inclinarme ante esa frase y apoderarme de la
pequeña joya. Quien escribe leyendo, recordando, plagiando,
juzgando, sampleando e interpretando, no debe sentirse
culpable por apropiarse de algo más. Los relatos que escribí
son “literatura”. Los personajes –aún si estos fueron bautizados
con nombres “reales”— son ficticios, como ejercicio de ficción
fue haber mejorado la belleza de mi ciudad natal añadiéndole
gente de carne y hueso al paisaje desolado.
¿Cómo te sientes como escritor joven y colombiano?
No soy joven, ya pasé la barrera de los cuarenta años. Si eso
es ser joven, apaga y vámonos. Jóvenes: Rimbaud a los 18,
Lennon a los 9, Mozart a los 4, Carpentier en su viaje a la
semilla. En cuanto al hecho de ser colombiano, te diré que no
me siento orgulloso de ser colombiano ni tampoco me
avergüenza serlo. Simplemente nací aquí. Eso es un accidente,
una circunstancia más. Lo importante es de dónde se siente
uno en realidad. Yo me siento parte del género humano. Suena
pretencioso y hasta tonto pero es verdad. Ahora bien: soy
colombiano (sin banderas tricolores en la muñeca derecha, las
228
María Eugenia Rojas Arana
detesto), vallecaucano (sin estampas del Milagroso de Buga en
la muñeca izquierda, no soy rezandero) y caleño (sin necesidad
de tomar champús o de avivar al Deportivo Cali). No me gustan
los pendones y odio cantar himnos. Me cuido de no utilizar
palabras o términos como “patria” o “el país vallecaucano” en
mis escritos y conversaciones. Pienso que los nacionalismos y
los regionalismos son una verdadera peste y la puerta de miles
de tragedias.
¿Qué te gusta más, hacer ficción literaria, pensar ensayos o
escribir poemas?
Escribir sin pensar en el género. Escribir y punto. Pero más
me gusta leer y todavía más escuchar música.
¿Sé que amas la música,¿cómo es tu relación con ella?
Total. La música y la literatura son mi vida, en ese orden.
¿A quién? A quién no: Bach, Radiohead, Rush, Lavoe, Totó,
Joe Arroyo, Beatles, Jill Scott, Nino Bravo, Gardel, Goyeneche,
Sakamoto, Beethoven, Barbieri y un millón de nombres más.
En el más completo desorden, a cualquier hora del día, todos
los días. Hay noches para el silencio más absoluto pero eso
también hace parte del mundo sonoro, así que no cuenta.
¿Crees que la literatura cambió tus proyectos de vida?
No, me cambió a mí, que es distinto.
¿Qué piensas de tu trabajo como docente en la Escuela de
Comunicación Social?
Gracias a la estulticia con la que se manejan ciertos medios
de comunicación en Colombia, se tiene la impresión de que los
comunicadores sociales somos todos unos imbéciles. Vicky
Dávila respondía antaño al nombre de Darío Silva. Vivimos
inmersos en la falta de referentes y referencias: ¡lo mismo un
burro que un gran profesor! En el otro extremo de la cuerda
estarían el profesor, el escritor y, mucho más allá, arriba, el
poeta. Eso es en teoría. Debo decir que no lo siento así y no me
Cada uno con su cuento: antología comentada...
229
siento así. Para mí, la lectura y la escritura son los ejes que
relacionan y explican esos tres acentos, pero eso no es ninguna
novedad ni milagro. No me siento un imbécil ni tampoco un
genio. Simplemente soy un ser afortunado que sabe leer y
escribir. Y que dicta clase sobre lo que más le gusta hacer. No
estoy muy seguro de compartir esa dicha con mucha gente
que aparece en los medios.
¿Has pensado en escribir una novela? ¿Con qué temática?
No. ¿O sí? Digamos que la novela narra un sólo día en la
vida de unos personajes que caminan por Cali, yendo de aquí
para allá, sin hacer mayor cosa. Tendría tres personajes
principales, a saber: Leopoldo Blum de Barbieri, un rico venido
a menos después de hacer negocios con un mafioso; Estéfano
Dedos, un cantante gay herido por su vendedor de droga y Mula
Blum, una joven virgen que desea llegar a Miami con el vientre
repleto de cocaína. No, tal vez no funcione la idea, pisa demasiados callos.
¿Te consideras un escritor postmoderno?
No, me considero un escritor a secas.
¿Qué piensas de los relatos literarios o cinematográficos de la
Colombia actual con temas de violencia o narcotráfico?
Son inevitables. La industria cinematográfica nacional está
en pañales y la literaria anda en pantalones cortos, así que es
obvia la relación entre los hermanos.
¿Son las mujeres de tus cuentos diferentes a sus referentes
reales?
Sí. Las mujeres reales son mejores, lo puedo asegurar.
¿Crees que la mirada política es importante para el escritor de
nuestra contemporaneidad histórica?
Sí y no. Uno es su momento histórico, está claro, pero uno
va más allá de su realidad. Mi realidad no puede ser este país,
230
María Eugenia Rojas Arana
esta ciudad, esta vida. ¿Qué crimen cometí yo para vivir en
este sitio? ¿Compromiso? Escribir bien, como recomienda
García Márquez.
¿Cómo piensas el carácter poético de tu escritura?
No lo hago. Si me pusiera a hacerlo, no escribiría una
palabra y me sentaría a llorar.
Si me dijeras, “no te puedes morir sin leer este cuento, esta
novela o ver esta película”, ¿cuáles serían?
Que yo sepa, un libro de cuentos, una novela y una película
no han redimido a nadie.
Por el contrario, han condenado a unos cuantos. Pero
respondo: “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” de Borges, “La Habana
para un infante difunto” de Cabrera Infante y “Los 400 golpes”
de Truffaut. O uno de Cepeda Samudio, una de García Márquez
y una de Víctor Gaviria. O. Escoge.
¿Cuándo escribes buscas un lector particular?
Sí, aquella sombra que se desliza un jueves, a eso de las cinco
de la tarde, por el lánguido pasadizo de la literatura colombiana
buscando qué leer en cada estante. Alguien muy activo, que
tenga ciertas competencias en literatura, cine, música; creo
también que mi literatura está destinada para gente más joven
que yo
¿Cómo es tu rutina de escritura?
Me levanto, anoto el sueño correspondiente, desayuno, hago
lo que debo hacer. De regreso a casa me acuesto, escribo el
tema del sueño por recordar y hago lo que tengo que hacer.
Escribo a diario, leo, corrijo. Una y otra vez hasta decir no más
o hasta gritar “tengo ampollas en mis dedos”, como John
Lennon.
Y tus obsesiones literarias ¿Cuáles son?
No tengo manías, vicios o aberraciones confesables.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
231
Obsesiones sí: muchas. ¿Obsesiones literarias? Conversar,
algún día, con Cabrera Infante o Raymond Carver. Estoy en
eso.
¿Los temas más recurrentes en tus cuentos?
Los mismos de casi todos, a saber, las ciudades y sus
transformaciones, las guerras y sus muertos, los silencios, los
sueños, los amores, los ruidos de la época, el derrumbe de todas
las ilusiones habidas y por haber. Podría agregar más lugares
comunes: la pérdida de la memoria individual y colectiva, las
injusticias sociales, el sacrificio de unos cuantos y el miedo de
la mayoría, las películas que nunca alcanzaron a revelarse, las
canciones que de tanto gritar ya suenan roncas. Yendo todavía
más lejos diría que la brisa de las cinco de la tarde y las sombras
de los transeúntes pintadas sobre los muros
¿Cómo hallas los títulos de tus libros? Pienso en Hotel Amén,
Canciones de los días líquidos o El jardín de los niños muertos.
Siempre me ha intrigado el sonido de las palabras, me
seducen los títulos largos, ellos llegan a mi cabeza como las
desgracias, sin avisar. En cuanto a los que citas, son el resultado
de la búsqueda de sonoridad.
¿Cómo se puede considerar la situación actual del cuento
vallecaucano, en cuanto a surgimiento de nuevos escritores y
proyección por fuera de nuestras fronteras?
Ignoro el estado de la salud del cuento vallecaucano. Sé que
hay gente que está escribiendo, juiciosamente, sin importarle
el poder y la gloria. Sé que hay otros que quieren ser reconocidos
a como de lugar. El tiempo le dará a cada cual lo suyo. Yo
hablo por mí, no por los demás y así las cosas, el escritor
vallecaucano que más me interesa hoy en día se llama Tim
Keppel y no nació en El Zarzal sino en Carolina del Norte,
Estados Unidos. Su colección de cuentos Alerta de terremoto
es, en mi opinión, el libro más significativo que se ha hecho en
esta comarca en los últimos años.
232
María Eugenia Rojas Arana
¿Que significa tu ciudad?
Cali es una memoria, mi ciudad es la de mi adolescencia,
sobre la de ahora tengo una mirada muy pesimista. Es la misma
mirada que tengo sobre el país, no veo algo en el horizonte.
Aunque hago parte de una generación que creció en las utopías
políticas, ahora ya no existen, no me vivo como integrante de
un colectivo, los sueños son personales.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
233
“ÚLTIMO DIA DE ENERO: SONIA ESTÁ
MUERTA, YO ESTOY EN PROBLEMAS”
En un parque de Moscú vi una vez a tres borrachines
que hervían polvo dentífrico en una lata vieja en una
hoguera. Llevaban cinco horas hirviéndolo (bueno eso
dijeron), y al fin sacaron con cucharas el alcohol de la
superficie, se lo sorbieron y… comenzaron a vomitar
en el acto.
Vitali Vitaliev
Bajísimas temperaturas y mi chaqueta nueva de cuero
negro se queda en alguna parte de algún ropero, así que meto
las manos en los bolsillos llenos de dólares falsos y aplasto
cigarrillo tras cigarrillo en el pavimento.
—Five negrees, tovarich, dice la azafata.
—I don´t speak russian, sorry…
Una sucesión de calles sucias y vacías me conducen a Sonia:
Moscú, mediados de enero y el sol es un recuerdo en mi cuerpo.
—Sonia, soy yo, abra la puerta…
Su pálido rostro es un color completamente borrado de mi
memoria. En Colombia, cuando la conocí y amé, ambos
tomábamos demasiadas drogas y nos daba igual esto y aquello.
Recuerdo haber entrado con ella a un club de Juanchito a
escuchar cantar el cadáver de Héctor Lavoe, pero no recuerdo
cómo llegamos a casa y menos cómo me tumbé entre sus senos
y su ombligo.
—Despierte, Carlos, es tarde. Manolo lo está esperando desde
hace rato en la sala… Ella abre la puerta, está envuelta en una
cobija de lana virgen. Superados los formalismos del saludo,
me señala un sofá desvencijado. ¿Se supone que ahí debo
acomodar mi humanidad? Sonia, tenga piedad, acabo de
atravesar medio mundo para venir a verla. Ella hace caso omiso
a mi pedido y se sienta en la alfombra, sus piernas blancas
dejan ver venas, arterias, tendones, tejidos, huesos, toda la
instalación eléctrica.
234
María Eugenia Rojas Arana
—¿Tuvo algún problema con…?
—No.
—Bueno, pues a trabajar…
Mis primeros siete días en Moscú transcurren en un abrir y
cerrar de maletas de doble y triple fondo. Sonia me presenta a
Iván — previamente recomendado por Manolo—, Iván me
presenta a Vladimir, Vladimir a León, León a Josef, Josef a
Nikita, Nikita a Leonid, Leonid a Yuri, Yuri a Konstantín,
Konstantín a Mijail; todos quieren su mercancía, su pedazo de
felicidad.
—Dígales que para todos hay, Sonia…
—La comida aquí es horrible…
—Usted ha debido venir antes…
—¿Era peor?
—El estalinismo era hambre…
—No, en serio…
—Es en serio…
—No me venga con propaganda trasnochada…
—En serio, Carlos, esto era horrible…
—¿Y también era cierto que los comunistas se comían a los
niños de los capitalistas?, pregunte apagando el cigarrillo
número veinte del día muy cerca de su mano izquierda.
—Búrlese pero esto era el infierno…
—Sí, el infierno a un grado de convertirse en hielo…
Salimos a las calles de nuevo. Un aviso gigante recuerda a
todo aquel que quiera saber: “Zgorel ot vodki” (se mató
quemándose con vodka), mientras vemos un cuerpo
horriblemente desfigurado. Gente grita en un parque. Basura
y más basura. Ella me va señalando, uno a uno, apartamentos
de tipos que no quieren aflojar el dinero que nos deben a Manolo
y a mí: “él es el colombiano, como pueden ver”, dice
señalándome y los tipos sacan billetes de todas partes: una
muñeca que esconde en una muñeca que esconde en una
muñeca, la taza del inodoro, un techo falso, una pata de un
equipo de sonido coreano o japonés; tipos que distribuirán, a
su vez, los otros dólares que traje:”todos de baja numeración,
Cada uno con su cuento: antología comentada...
235
series distintas, imposibles de seguir, mejores que los que
imprime el Tesoro de los Estados Unidos”, a lo que ellos
responden moviendo la cabeza de arriba abajo; tipos que quieren
saber cuál es la maravilla colombiana: “directamente del
corazón de la selva colombiana al exigente paladar de los rusos,
prueben sin compromiso, es caviar blanco”.
El carro se atasca en la nieve, me bajo a empujar, un
guardia armado se acerca a ayudar pero yo levanto el puño
como diciendo “yo fui bolchevique, camarada, yo apoye la
revolución y me sé de memoria La Internacional” y el hombre
sigue su curso sin detenerse a ayudar a esta pareja de
colombianos que guarda quince kilos de cocaína pura en los
sillones de un Lada 89.
—¿Usted esta loco, cómo le pone conversa a ese policía?
—…
—En serio, Carlos, no se las dé de gracioso por aquí…
Como en la boca misma del lobo, Sonia y yo damos vuelta y
vueltas. Estamos perdidos, quién lo duda, pero no abro mi
bocota para no agregar más gasolina a la hoguera. Trato de
sintonizar algo en la radio. La apago apenas me topo con sus
ojos fijos en los míos. En silencio regresamos al nuevo
apartamento. Cada cuatro días tenemos que movernos a “sitios
seguros”. Eso lo ha dicho Iván y nosotros seguimos las
instrucciones al pie de la letra; yo vine aquí a vender y a cobrar,
no a poner en duda la palabra de alguien que mide un metro
con noventa y ocho centímetros.
Jueves y viernes, se acaba el mes y todavía faltan cosas por
hacer. Sonia y yo ya no nos hablamos: ella se desespera con el
humo de mis cigarrillos mentolados, yo me pregunto de qué
habla ella con Iván, en ruso, todo el día. Si por lo menos Manolo
estuviera aquí. Me asomo a la ventana y veo a unos niños correr
detrás de una pelota desinflada. Amas de casa hacen fila al
frente de una oficina de empleos. Una estatua de Lenin sirve
de puente entre y otra de un pequeño río congelado. Pienso; la
única revolución en la que creo es en la del dólar, la única
lucha de clases que reconozco es la de las distintas clases de
236
María Eugenia Rojas Arana
cocaína, en el único pueblo que confió es en el consumidor.
Pienso y pienso y sueño y sueño. Me despiertan las ganas de
orinar los nueve vodkas con los que he celebrado un mes más
de vida. Salgo a la sala, encuentro a la niña dormida.
—Despierte, Sonia, tenemos que irnos…
—…
—Sonia…
—…
Me le acerco y no resisto la tentación de desabotonar su saco
y mirar a través de su blusa.
—Sonia, ya deje el chou y vámonos…
—…
Empiezo a preocuparme cuando veo el teléfono descolgado.
Mierda. Lo tomo y escucho lejanas voces lejanas que, por
supuesto, no entiendo. Más mierda. Cuelgo. Cuando voy
aponerlo en la mesa, veo la bolsa de cocaína en la alfombra.
Mierda: Sonia se metió todo eso, TODO ESO, puta mierda. Le
acerco mi dedo a su nariz, no respira, trato de escuchar su
corazón, nada: mieRDA, ¡MIERDA!
Entonces suena el timbre.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
237
LA FICCIÓN COMO EFECTO DE LA REALIDAD
Una narración rápida y escasamente adjetivada, donde solo
el paisaje de gentes sin rostro y lugares sórdidos, entramados en
las redes de una ciudad subterránea que parece inexorablemente
condenada al invierno, nos conducen por esta historia y expresan
una constante función de alteridad que muestra el lado oculto
de las cosas. Lo que está en juego no es el propio yo sino ese
universo viciado oscuro y perverso de los seres, que nos recuerdan,
en la voz única del personaje que narra y en sus acciones, al
viejo Hank vagando por la ficción bukowskiana, de hotel en hotel,
bebiendo vino barato entre traficantes y prostitutas, sin intención
alguna, sin motivo aparente y cuya voz figurativiza temas
marginales y de pesadilla en los que desde nuestro cómodo
cotidiano tal vez no nos reconocemos, porque lo absurdo, lo ilegal
o lo disparatado, nos produce extrañeza y descentramiento,
aunque sabemos que estos temas devienen verosímiles, en su
efecto de realidad y en virtud de la libertad que les confieren las
palabras, que sin proponérselo, permiten que el arte imite a la
vida, en esos otros mundos posibles repletos de peripecias
irrepetibles, que en este relato y desde el título: “Último día de
enero: Sonia está muerta, yo estoy en problemas”, logran
despertar la curiosidad del lector por la mujer y el destino de la
voz enunciativa que la nombra y que comienza a configurar al
protagonista, narrador único de este relato, que arranca con
una situación límite, prefigura acontecimientos futuros y dibuja
una atmósfera de incertidumbre, empujando la trama por los
laberintos de la significación, hasta llegar al inevitable desenlace
abierto a diversas interpretaciones. Como en todo trabajo
narrativo, aquí se elabora una historia con leyes dramáticas
precisas, a través del proceso retórico de planteamiento confrontación y resolución, dotándola de una intensidad dramática
necesaria que se fundamenta en una estrategia emocional para
garantizar su interés. En un primer acto se pone en marcha el
relato para presentarnos un contexto donde encontramos a
Carlos el protagonista, narrador en primera persona, quien
238
María Eugenia Rojas Arana
soporta el peso de su lugar de origen, la Colombia de drogas y
negocios ilegales y su llegada a Moscú, ciudad inhóspita, de calles
sucias y vacías que parece condenada a un frío eterno y que lo
hace añorar el sol del trópico, cuyo recuerdo todavía lleva en su
cuerpo. Aquí nuestro hombre se encuentra con Sonia ciudadana
rusa y antigua amante quien le sirve de intermediaria en el
negocio de dólares falsos y cocaína de calidad garantizada.
Un segundo acto de confrontación obligada, de manera
rápida y casi imperceptible, nos conduce por el laberinto de
los encuentros y desencuentros con narcotraficantes rusos con
quienes Carlos negocia su mercancía, mientras, desde la
ventana, observa con escepticismo la decadencia de este país,
el fracaso del proyecto político socialista, simbolizado icónicamente en la estatua de Lenin que ahora sirve como puente
entre una orilla y otra de un río congelado, en los niños que
juegan con una pelota desinflada y en las amas de casa que
hacen fila frente a una oficina de empleos. Así, el recurso visual,
con el mecanismo de la representación literaria, cobra su
sentido pleno. Un clímax inesperado y dramático se logra con
la muerte de Sonia por sobredosis, precipita el desenlace y el
destino incierto de Carlos, conducido por las circunstancias a
una situación patética en un final de miedo que se abre con el
sonido del timbre que insinúa un nuevo comienzo, tal vez
igualmente sórdido para el colombiano protagonista de esta
aventura, en el Moscú contemporáneo, esa ciudad escenario
de múltiples y vertiginosas transformaciones que no se compadecen de su pasado histórico y en un presente de olvido le
impone sus reglas de juego, mientras la soledad más absoluta,
el miedo y la incertidumbre, azotan al protagonista que deambula con otros personajes que escasamente podemos caracterizar, por los cortos parlamentos con los cuales se expresan
y se dibujan mejor en las observaciones que de ellos hace el
narrador, para dar cuenta de sus pensamientos, emociones y
acciones, en las que se revelan el crimen, el desarraigo y su
propia destrucción.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
239
El relato simboliza el encuentro entre dos culturas igualmente delincuenciales: la de una Colombia de drogas y
violencias representada en el protagonista quien busca cumplir
su programa narrativo y realizar su necesidad dramática, en
ese viaje alucinado por la lejana Rusia, lugar de origen de otros
narcotraficantes que como él persiguen los beneficios de la
posesión de la cocaína y la venta de dólares falsos. También
como propuesta estética, denuncia en acto la decadencia de
una modernidad y el fracaso de su proyecto socialista. Al final,
a nuestro héroe no le queda más, que asumir el sin sentido de
su existencia en el nihilismo y la desesperanza y saludar el
advenimiento postmoderno, en el culto del presente y en la
creencia e instauración de las nuevas mercancías como valores
positivos; Al respecto dice:
“La única revolución en la que creo es en la del dólar, la
única lucha de clases que reconozco es la de las distintas clases
de cocaína, en el único pueblo que confío es en el consumidor”.
Para terminar, vale la pena recordar las palabras de
Fernando Cruz Kronfly, cuando plantea con la lucidez que lo
caracteriza:
“Ante las pérdidas derivadas de la crisis de los mitos
modernos, tenemos el riesgo de la desesperanza y el nihilismo.
Riesgo, en el sentido del vacío y de la incertidumbre, que tratan
de ser ocupados ahora mediante severos retornos conservadores, ante la retirada de la razón. Desvanecidas las grandes
ideologías, los meta—relatos y los mitos modernos, sustitutos
de las viejas creencias sagradas que dominaron en las etapas
previas al proceso de secularización de la cultura, hemos
quedado expuestos al vacío de todo y, por encima de todo, a la
crisis de cualquier clase de fundamento racional y de la idea
misma de sentido de la existencia.”9
9
Cruz Kronfly, Fernando. La tierra que atardece, Ensayos sobre la modernidad
y la contemporaneidad. Bogotá: Editorial Planeta Colombiana, S. A. 1998. P. 41.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
241
Cada uno con su cuento: antología comentada...
243
JAVIER TAFUR GONZÁLEZ
(CALI, 1945)
Abogado de la Universidad Santiago de Cali, con estudios
de Antropología en la Universidad de París y de Lingüística en
la Universidad del Valle. Ex Director del Instituto de
Criminología, ex—Conjuez del Honorable Tribunal Superior del
Distrito Judicial de Cali. Presidente de la Asociación
Colombiana de Lingüistas— Asolingua.
Ha alternado el ejercicio profesional con la docencia y la
investigación humanística. Destacado en la escritura del
ensayo, la poesía y la narrativa. Maestro del minicuento.
Ha merecido distinciones en diversos concursos nacionales,
en Venezuela, México y España. Premiado en el V Festival de
la Palabra de la Universidad Javeriana de Cali en las modalidades de Poesía y Ensayo 2003 y 2004; Primer premio de
esta Universidad en Poesía en el 2005. En los concursos:
Ekuoreo, Termita de la Universidad del Quindío, Koeyu de
Caracas, Colegio Antioqueño de abogados, Yantar de Pedraza,
Segovia España, Fin Social de Medellín, Prensa nueva de
Ibagué, Revista Japónica de México lo distinguió con la
selección de sus Haikus.
Autor prolífico, ha publicado entre otros, los libros Jovita o
la biografía de las ilusiones, Piel de tierra, Oficios existenciales,
Cuentos para Kremer, Vara de premios, Alúa, Travesuras y
silencios, Los inquilinos del sueño, Duenderías, Breves historias
sobrenaturales, Ocarina, La ardilla en el maizal, Casa de
fantasmas, Asubio, El Haiku o el arte de guardar el momento
sublime, El trino persistente, La función reguladora del
lenguaje, El protagonista en la narrativa popular, Orígenes
244
María Eugenia Rojas Arana
africanos de tío conejo, Vericuentos, El parque de los poetas,
La literatura en el Al—Andaluz, Almadía, Apachetas, La
celebración de las cosas, Ámbito de luz, El minicuento
fantástico, El horizonte alcanzado, Para el corazón que no
duda, antología del Haikú Japonés realizada con el poeta
Rodrigo Escobar Holguín, y Cuadernos de minificción,
publicado conjuntamente con el escritor Humberto Senegal .
En preparación, una colección de sonetos titulada La sombra
de la espiga; una novela, Ladrón de plumas, Hakicuentos y
Vendaval.
TEXTOS PARA RECORDAR
Narrativa popular: Estudio etnolinguístico a manera de
ensayo que indaga los relatos populares en el municipio de
Dagua, en 1981.
Haikú: Ediciones la Sílaba, Colección Ocarina, 1993,
aproximación a la historia y al sentido del Haikú, con miras a
testimoniar la manera como este género de origen Japonés,
desarrolla sus temáticas, estética y estructura y hecha sus raíces
en el campo del poema latinoamericano, conservando la
espiritualidad de sus referentes orientales y construyendo
poemas breves dotados de gran trascendencia lírica
Los inquilinos del sueño: La Sílaba, 1982. Minicuentos
escritos con el frenesí del hallazgo del género.
Cuentos para Kremer: La Sílaba, 1982. En la Universidad
Libre del Cali, en los años 80, Harold Kremer y Leopoldo
Berdella de la Espriella coordinan un taller literario y convocan
a otros escritores jóvenes como Guillermo Bustamante, Lucy
Fabiola Tello, Rodrigo Escobar Holguín, Julián Malatesta y
Javier Tafur, con quienes comparten la pasión por la escritura
y su interés por la reflexión en torno al cuento corto. Este libro
recoge la experiencia y elige como destinatario al amigo
entrañable y cómplice de la escritura a cuyo lado se gestaron
los cuentos referidos.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
245
Duenderías: Estos relatos enfatizan los temas de lo
sobrenatural, donde conviven duendes y otros personajes míticos
propios de la imaginería campesina colombiana.
Vericuentos: antología de minicuentos que hablan de
tambores de guerra y casas de fantasmas.
El minicuento fantástico: Libro publicado por Ediciones La
Sílaba en 2003 .El escritor realiza una minuciosa reflexión sobre
El Cuento y el Minicuento Fantástico como géneros literarios,
destacando su poder de condensación, y seduciendo al lector al
acercarlo a la poesía de esos mundos alternos y maravillosos
que exploran las otras realidades de lo sobrenatural o de lo
inconciente y producen admiración o miedo en el instante
supremo de la lectura.
Jovita o la biografía de las ilusiones, publicado en 2005 por
Ediciones La Sílaba. La historia sucede en Cali, la ciudad tantas
veces recorrida y disfrutada lúdicamente por nuestra
generación en un pasado amable y parroquial de principios y
mediados de siglo xx, que se convierte en escenario adecuado
para narrar la vida de Jovita Feijóo, la reina carnavalesca que
nos divirtió y sedujo con su coquetería y locura tierna ,se ganó
un decoroso lugar como ícono inmortalizado por fotógrafos
como Fernell Franco, pintores como Diego Pombo y Hernando
Tejada entre otros y permitió al autor su incursión en esta
biografía costumbrista y coloquial.
Lalo Salazar: Ediciones La Sílaba, 2008, con ilustraciones
de Oscar Vargas, se realiza esta novela cuya trama nos habla
de un secuestro, en una polifonía de voces que miran este
doloroso acontecimiento relatado por la abuela, los padres, los
hermanos y los amigos del protagonista.
RECUPERANDO LAS MEMORIAS DEL ALMA
Una tarde de finales de agosto de 2009 acudí a la cita con
Javier Tafur González, concertada en su apartamento del norte
de la ciudad. Lo he visto muchas veces cuando lo invito a mi
clase y conversa con mis estudiantes de Cuento Colombiano
246
María Eugenia Rojas Arana
Contemporáneo en la Universidad del Valle, les regala sus libros
y les habla con entusiasmo de sus experiencias campesinas con
duendes, brujas y caballos de crines y colas trenzadas; historias
diversas en las que parece creer sin sorprenderse, al acercarse
a ese mundo cercano habitado por sus fantasmas más queridos.
Sentados en la sala de su casa, decorada con cómodos y
clásicos muebles, matas y flores tropicales, con que su esposa
Jacqueline Betancourt adorna el espacio compartido, vivimos
con alegría esta tarde de viernes, que más que un trabajo
académico se convirtió en una charla cálida e inagotable.
A un lado del salón se encuentra un secretaire con textos
budistas, pinceles para la escritura antigua del Shodo y los
dibujos del Haiga. Al otro lado, un busto en piedra del escultor
Buzzi parece mirarnos; imágenes figurativas y paisajistas que
recuerdan su estadía en París; cerámicas precolombinas
antropomorfas encontradas en fincas de indios Gorrones,
Calimas y Malaganos; cuadros de Pedro Alcántara y Mario
Gordillo, la figura halada de la sin par Jovita Feijóo, la loca
maravillosa inmortalizada por escritores, pintores y escultores
y otros objetos familiares atesorados en su caminar por la vida
lo acompañan en silencio.
Al inicio de nuestra conversación trajo un álbum con viejas
fotografías de sus padres Leonardo Tafur Garcés y María Cecilia
González; con gran afecto me dio a conocer El libro de las
horas, poemas paternos que dan cuenta de su fuerza juvenil y
los grandes ideales a los que consagró su vida. De la casa
campestre de su infancia en la hacienda “La María”, me mostró
guaduales y potreros recorridos muchas veces a pie y a caballo,
la puerta azul por donde se asomaron los “aparecidos” para
asustarlo o para acompañar sus juegos, imágenes eternizadas
que se convirtieron en temas obligados de su destino literario.
Para hablar de su viaje a Salta y su estadía en “Vista alegre”,
la finca de cría de caballos de su hermano Bernardo, me hizo
escuchar al payador y gaucho del norte argentino, Eduardo
Prieto, llamado el Bagual, que con vos solemne y sonoridad
característica canta a su tierra y versifica el quehacer rural.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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La tarde transcurrió sin sentirlo y nuestra conversación
concluyó mientras tomábamos un café y escuchábamos el
adagio “Award Montage”, de Philip Glass, Cuarteto para cuerda
Número 3, preferido por el escritor en sus momentos de
introspección. Me gustó disfrutar del encuentro con este
hombre, su profundidad de artista, ese otro mundo al que me
permitió asomarme, donde se plasman proyectos ilusiones y
quimeras como testimonio poético de su escritura y que esta
entrevista intenta recoger.
¿Cómo te iniciaste en la literatura y en el cuento?
Desde que aprendí a hacer las letras estoy escribiendo. El
ambiente humanista de la casa paterna facilitó esta inclinación,
y el entorno campesino de la finca creó una atmósfera propicia.
En cuanto al minicuento, lo descubrí por el amor a este género,
por parte de Guillermo Bustamante y Harold Kremer, cuando
publicaban Ekuoreo, allá por 1980.
¿Y tu vida infantil, determinó tus elecciones literarias?
Encontré referencias y tendencias en los gustos de mis padres
y hermanos mayores; en las leyendas campesinas que aprendí
desde niño en esa hacienda familiar de vaquería llamada La
María entre los municipios de la cumbre y Dagua. Los campesinos me dijeron siempre que yo entendía la naturaleza, los
duendes se volvieron mis amigos y yo era un campesino más.
Cuando regresaba a la ciudad, contaba a mis compañeros las
historias que escuchaba en el campo. Ese reconocimiento a la
impronta campesina forjó mi destino literario.
Algunos escritores que influenciaron tu escritura
Los poetas y escritores vallecaucanos: Isaacs, Nieto,
Villafañe; los españoles Juan Ramón Jiménez, Antonio
Machado y Miguel Hernández. Los franceses Sartre y Camus.
También Rafael Pombo, Julio Florez, Eduardo Carranza, Carlos
Castro Saavedra. Después viene el descubrimiento del haikú
(Basho, Issa, Busson, Ryokan, etc.), género que me hace muy
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María Eugenia Rojas Arana
feliz, y que cambió totalmente mi vida, en especial por la visión
de la naturaleza impregnada del budismo zen. Imposible no
mencionar a Borges y Octavio Paz.
Otros acontecimientos de la vida.
El amor, los hijos, la familia, la ruptura...; de nuevo la
ilusión; el ejercicio profesional, el cambio del mundo rural a la
globalización; la muerte de los mayores.
¿La experiencia de los viajes o vivir en el exilio ha enriquecido
tu escritura?
Aunque he viajado, no me siento influenciado de una forma
notoria, excepto, tal vez, mi visita a la Cueva de Altamira; y
últimamente Salta y la Patagonia. En la carátula de mi libro
El mini cuento fantástico está el bisonte de la cueva de Altamira,
a donde llegué en 1970. Allí me sentí como en un santuario de
la humanidad, en los comienzos del ser humano; ¡Fue una
experiencia inefable! La Patagonia, con sus glaciares, me causó
una impresión de reverencia al ver esas montañas imponentes,
alzadas al universo.
¿Qué define el carácter de un buen cuento?
Más que de las características del buen cuento, que me parece
más asunto de los críticos..., puedo mencionar mis tendencias y
preferencias. Una anécdota que contar, que nos resulta grata,
desconcertante, reveladora, sostenida en una escritura de giros
y recursos literarios, que nos satisface, que nos desahoga la
pulsión creativa, nos descansa y colma de alegría.
¿Es importante conocer técnicas de escritura para lograr una
buena producción literaria?
Sí, técnicas y autores amplían el universo creativo del autor.
¿Cuál es tu mejor cuento, y porque?
Tal vez “Día de Regreso”, por la plenitud y gozo que me
produjo y me produce, por su brevedad y su temática, en la
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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que se conjugan lo natural y lo fantástico; el rápido desenvolvimiento de un deseo que contradice las leyes naturales, y
asombra mi alma con ingenuidad, no exenta de sorpresa.
¿Cómo te piensas en relación con tu contemporaneidad
histórica?
Mi contemporaneidad generacional e histórica la he sentido
y siento como una tensión entre condicionante y liberadora;
presiona pero explora otras técnicas y motivaciones; se encuentran varias maneras de enfrentarla, que termina siendo positiva.
Y además de leer y escribir...
Caminar, pasear en el campo, practicar Shodo, meditar,
escuchar música.
¿Qué te ha proporcionado la literatura?
La posibilidad de expresarme, hallar personas afines, y la
alegría de cumplir un destino literario, sin el cual la vida me
habría sido muy difícil.
Háblame de un libro tuyo en particular.
Bueno, es inédito y se llama Vendaval y otros cuentos. Allí
aunque se mantiene la misma temática de todos, creo que en
razón al tiempo transcurrido soy más respetuoso del lenguaje.
¿Para quién escribes?
Siempre he creído que escribo para un lector parecido a mí
o mejor que yo, con mayor formación, lo que no impide que a
veces tenga escrituras con destinatarios más específicos, escribo
pensando en la idea de un ser humano a cuyo ideal yo me
debo, también lo busco en mis autores preferidos, es una
aproximación a la Teoría de las afinidades de Goethe.
¿Tienes rutinas de escritura?
Sí, me levanto siempre a las 3 y media o 4 de la mañana
250
María Eugenia Rojas Arana
para leer o escribir; durante el día tomo apuntes en una libretita
que llevo; cuando inicio una obra, le abro un cuaderno especial,
luego lo paso a la secretaria para que lo digite, luego reviso. A
veces escribo con lápices, lapiceros o estilógrafos.
¿De que otras formas nutres tu escritura?
Yo soy un enamorado de las Ciencias Naturales, constantemente busco libros de Biología, Botánica, Zoología. Igual
me sucede con las artes: música, pintura, cine, otras literaturas:
Borges, Italo Calvino, Umberto Eco, etc. Todo eso me nutre,
estoy abierto al acervo cultural de la humanidad con miras a
enriquecerme y divertirme.
Se que tienes otra profesión ¿Cómo influencia tu labor creativa?
Hice estudios de derecho, antropología, criminología y
lingüística; ejerzo el derecho, soy docente e investigador de la
cultura popular, y todo ello aparece influyendo mi trabajo, por
sus contenidos y el tratamiento del lenguaje.
A veces en situaciones dramáticas y excepcionales, la actividad del derecho se convierte en referente de la actividad
literaria dotándola de temas y anécdotas que nutren y estimulan
el imaginario, claro está que al devenir ficción se convierten en
otra cosa. Por otra parte creo que se logra un enriquecimiento
de la palabra. El lenguaje de los notarios es el más conservado
y de los más argumentativos es el penal, pues el dominio y
precisión de lenguaje es condición semántica y sintáctica que
aporta a la construcción del sentido.
¿Concilias la docencia universitaria, con tu trabajo como
profesional del derecho y tu oficio literario?
Bueno ya he hablado del derecho y su relación con la
escritura y he sido docente en tres disciplinas: como abogado,
como literato y como lingüística, y creo que todo eso me ha
preparado para la escritura y para la vida.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
251
Y una última pregunta: ¿Cambió la literatura tus proyectos
de vida?
Al contrario, creo que pude realizar mis proyectos de vida
por ser escritor. Una frase que precede uno de mis libros lo
compendia todo: “Primero fue una ocurrencia y luego se
convirtió en destino”. Todavía lo creo.
ESOS OTROS MUNDOS QUE DE ALGUNA MANERA
EXISTEN
“El minicuento fantástico apunta a la evocación de un
mundo subyacente que cuestiona al lector, lo obliga a múltiples
lecturas y le revela situaciones extrañas, imprevistas o
cotidianas”.
Guillermo Bustamante y Harold Kremer.
Antología del cuento corto colombiano.
“Yo suelo explicar lo fantástico puro con el elemento
temático que emborrona las señales de sus propios referentes,
con lo cual provoca la perplejidad, el escándalo, el horror o la
risa. Se trata por lo tanto, a mi juicio, del ruido que irrumpe en
la lógica de la anécdota, del informalismo temático; o sea, con
otras palabras, de aquella unidad figurativa caótica que
todavía no ha sido recuperada racionalmente, que no sabemos
reducir”.
Antonio Risco. Literatura fantástica de lengua española.
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María Eugenia Rojas Arana
“DÍA DE REGRESO”
“La mañana del eclipse llegó con un viento frío y gris; se
oyeron las trompetas y la madera reverdeció; sillas, armarios,
corredores, balcones, puertas reverdecieron y hasta aromaban.
Los padres, abuelos, los bisabuelos regresaron y hubo tal
confusión ese día…”
LA RESPONSABILIDAD DEL NARRADOR
Un sujeto anónimo narrador, cuenta en tercera persona
verbal y entrega su saber a un narratario para quien produce
esta historia sobre lo ocurrido, elaborando con palabras precisas
una atmósfera de expectativa donde personajes, objetos y
acontecimiento tienen lugar para escenificarnos este
espectáculo de la naturaleza, fenómeno raro y maravilloso que
ocurre cada dieciocho años, admira a los seres humanos y los
lleva a la contemplación durante varios minutos para observar
como la tierra es ganada por la noche, cuando la luna nueva
oculta el sol y se produce este fugaz milagro. La palabra de
quien tiene la responsabilidad de contar se realiza acudiendo a
un ritmo rápido; con gran economía de lenguaje y desde un
espacio del que nada sabemos adopta un punto de vista exterior
a la historia para observar el fenómeno anunciado desde la
mañana y registrarlo sensorialmente de acuerdo a aquello que
sus sentidos alcanzan a percibir: “Viento frío”, “sonido de
trompetas”, sillas armarios, corredores, balcones y puertas que
reverdecen y aroman, gente que regresa”. Esta manera de
narrar sin involucrarse pasionalmente crea la idea de
objetividad del relato. Aunque esto no es más que artificio del
lenguaje, ilusión pura, dado que la elección significante del
narrador para elegir este tema y no otro y las palabras
seleccionadas conllevan en si mismas la carga de subjetividad
necesaria para responsabilizarlo de lo contado.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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“EL SAMÁN”
“La última vez me dijo que quería venir a visitarme; el
samán donde suelo ir. Ayer lo esperé; llegó a la hora anunciada.
Serían las cinco. Un pintor italiano le dijo que este momento
tenía la mejor luz.¡Cosas de artistas! También a mi me lo parece.
Cruzó la puerta maravillándome de su plasticidad para pasar
sus ramas. Luego, en la sala, se mostró conversador. Fue franco
al pedirme que dejara la ventana abierta; acostumbrado al
parque sentía un poquito de claustrofobia. El diálogo es cosa
nuestra pero me aseguró que volvería.”
COMO EN UN SUEÑO
El recurso retórico de la personificación o prosopopeya ha
sido usado en este relato donde narrador y samán son personajes
comprometidos en la lúdica de la visita insólita y extraña del
árbol, al acudir a la casa y conversar, realizando esta transgresión en acto que altera el mundo en que creemos vivir por
la irrupción de una naturaleza que obedece a la lógica de lo
humano. Lo maravilloso y exótico radica en presentar este
acontecimiento naturalmente, sin asombro, sin trabajar el
efecto de extrañamiento o de sorpresa por parte del sujeto de
la enunciación que parece observarlo todo y se convierte en
testigo de la acción que realiza el personaje protagonista en su
desplazamiento. La imagen del samán y su movimiento, la
pretendida comunicación entre árbol y ser humano, supone
un anhelo afectivo producto del más íntimo deseo y el ejercicio
de una licencia poética que nos acerca al sueño y lo convierte
en verosímil mientras la realidad duerme. El diálogo permanece
secreto, la aventura apenas se anuncia en este micro relato
tejido delicadamente como en frivolité.
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María Eugenia Rojas Arana
“LA BESTIA”
“Cultivaba el jardín de dalias, hortensias, claveles y
caléndulas. Una noche sintió pasos y una respiración profunda.
Se levantó y escuchó saltar la cerca y galopar entre las sombras.
Al amanecer descubrió las huellas de los cascos y trozadas
algunas matas, Para la nueva noche dejó guayabas en la canoa.
Antes de acostarse apareció en su frente una mancha morada.
A las doce llegaron sus pasos lentos, su aliento expansivo;
pastaba. Lo espió por una rendija: era gris plateado. A esa hora,
a ella, ya se le insinuaba un cuerno y la luna regaba el jardín”.
LA LIBERTAD DEL MITO
El ejercicio de la epifanía entendido por Joyce como una
súbita manifestación espiritual, bien sea en el lenguaje y gesto
o en una frase memorable de la propia mente como momentos
delicados y evanescentes, se realiza aquí. Asistimos a una
particular sutileza en la expresión del lenguaje, en las
informaciones dosificadas, en la atmósfera de sueño, que casi
sin sentirlo nos abre a otras dimensiones de la significación. Y
el unicornio es dibujado metonímicamente: “gris plateado” de
“pasos lentos”, andar expansivo”, “galopando entre las
sombras”, solitario, lejano esquivo. La escritura eterniza la
experiencia suprema cuando ella, la mujer que observa se
transforma, se le insinúa un cuerno y deviene también en mito.
De esta manera el escritor ejerce una libertad nueva,
inventando para no explicar, defendiéndose del mundo hostil
que lo asalta, nombrando los fantasmas de su inconciente en
relatos diversos para hacerlos propicios, poetizando temores y
deseos en el intento de salir de la impotencia a que lo enfrenta
su inevitable condición humana.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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“LA VISITA”
“Tocan a la puerta. Seguro es la misma persona que vino
ayer, que vino anteayer, que ha venido todos estos días, que
me asedia y me fastidia. Iré a abrirle. Seguramente se sentará
en mi silla, cogerá mil libros, fumará en mi pipa. Sí, ya lo veo;
allí está. Ciertamente es el mismo. Puedo demorarme un
momento; pero volverá a llamar. Terminará por entrar. Me
sorprende que cuando entra sea yo quien hace sus
movimientos”.
EL DOBLE
El relato expresa la experiencia íntima y personal;
sometiendo la vivencia al rigor estético. El mundo de la ficción
es creado, como espejo borgiano, alterno a este por donde
Javier Tafur parece transitar a diario, buscando palabras que
traduzcan las imágenes que lo obsesionan, para hablar de
alguien que invade su más preciado cotidiano y agrede su
privacidad. Así crea y perpetúa este nuevo personaje fantasma
que lo habita y al que no puede renunciar. La focalización
lograda revela un nuevo campo cognitivo y emocional donde
el escritor que creemos conocer dibuja ese otro yo de papel que
lo incomoda. Orquestando texturas, tonos e intensidades,
construyendo veladas identificaciones, para transformarlas
subjetivamente en expresión metafórica del deseo y construir
esa otra escena que la visita permite.
“EN LA EXPOSICIÓN”
“Ensimismado se introdujo por el sendero del cuadro que
admiraba y al volver lo detuvo el vidrio. Veía a los visitantes
desde aquel paraje sin oírlos, y con la certeza de no poder
regresar buscó salida entre los transparentes tonos del río”.
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María Eugenia Rojas Arana
ESA OTRA FICCIÓN
El título, “En la exposición”, ancla desde un principio el
sentido de espectáculo del cuadro que se ofrece a la mirada que
lo contempla y valoriza esta experiencia estética. Un visitante
toma una trascendental decisión, entrar en el y hacer parte de
la representación simbólica que el objeto pictórico ofrece. Desde
este momento se funda una doble mirada, la del observador
externo y la del hombre convertido en ícono apresado en el
cuadro; conflicto que logra resolver al buscar la salida “entre
los transparentes tonos del río”. Doble perspectiva de
focalización externa e interna que establece toda una lúdica
visual y narrativa de narrador y personaje, en este nuevo
universo diegético que nos maravilla en el salto al vacío, en la
fuerza evocadora, en la economía de acciones y de palabras y
en la realización de deseos de la otra ficción que nos transforma
y nos hace partícipes del goce de lo fantástico.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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Cada uno con su cuento: antología comentada...
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JULIO CÉSAR LONDOÑO
(Palmira, 1953)
Realizó estudios de Literatura, Latín y Gramática Castellana, Inglesa y Francesa e Ingeniería Eléctrica en la Universidad del Valle, estudio que abandonó para hacerse escritor.
Además de dedicarse a la lectura rigurosa de las más diversas
disciplinas como la Física, la Historia, las Matemáticas y la
Literatura, es un conocedor del juego del ajedrez. Autor de
cuentos y ensayos, incursionó recientemente en la novela. Ha
escrito en los más importantes medios periodísticos donde se
ha destacado por su prosa brillante y crítica, como en El diario
El País de Cali, El Espectador, y en las revistas El Malpensante,
Cromos, Número, Arcadia, Don Juan, Play—boy, En el mes
de las cometas. Es además lector de ensayo del Sello Editorial
Planeta.
Ganador de varios concursos de cuento, entre ellos, el premio
Juan Rulfo, París, 1998, con el cuento “Pesadilla en el
Hipotálamo”; Concurso Nacional de Cuento de la Cámara de
Comercio, de Santa Fe de Bogotá, 1988—1989, con los cuentos
“El suicida” y “La matrona babilónica”; el premio Jorge Isaacs
de ensayo en Cali por “La Ecuación del Azar”, y el Carlos Castro
Saavedra de Medellín por el mismo texto. Obtuvo además el
premio Alejo Carpentier en La Habana en 1992, por su cuento:
“Sacrificio de Dama”, el Galardón de cuento de Ciencia—Ficción
de la Universidad de Veracruz en México y el Premio “Plural”
de Ensayo.
Su novela Proyecto Piel, publicada en 2008 fue seleccionada
como una de las 10 finalistas del Premio Iberoamericano de
narrativa Planeta, Casa de las Américas. En 2005 representa a
260
María Eugenia Rojas Arana
los medios colombianos en el Congreso Mundial de Periodismo
Científico, organizado por El Centro de Estudios Avanzados de
la Universidad de Princeton.
Desde junio de 2008 dicta el taller de Escritura “Tejiendo
palabras”, en La Biblioteca Departamental de Cali.
TEXTOS PARA UN LECTOR QUE LEA DESPACIO Y
SONRÍA RÁPIDO
La ecuación del azar. Libro de ensayos publicado en 1980,
Colección de Autores Vallecaucanos, Premio Jorge Isaacs. Cali:
Imprenta Departamental del Valle del Cauca, en el que presenta
la biografía imaginada de cuatro físicos notables: Galileo,
Kepler, Newton y Einstein.
Sacrificio de dama. Libro de cuentos publicado en 1994,
donde se destaca el relato “Sacrificio de dama”, que le da
nombre. La historia narra el duelo inteligente entre un profesor
y una máquina computadora, la Chessmaster 2050,
programada con doce niveles de partidas maestras, con quien
se dedica horas enteras a este brillante juego. En el “nivel k”, el
profesor realiza el famoso e incierto “sacrificio de dama”, que
como su nombre lo indica, trabaja la magistral y arriesgada
jugada de sacrificio de la reina, por una ficha de la defensa que
se pone en posición de ataque y de esta manera sacrifica su
propia posición. Indudablemente es una brillante narración que
pone en juego el enfrentamiento entre el hombre y la máquina.
La biblioteca de Alejandría. Libro de ensayos publicado por
la Alcaldía de Palmira, Editorial Zamora de Occidente Cali,
1995. Consta de diversos temas como el descubrimiento de la
rueda, el computador, Dios, la gramática, el azar, Newton,
Rulfo, Hernán Cortés y Américo Vespucio, la etimología, El
perfume, y la misma Biblioteca de Alejandría; escritos en un
estilo poético e informativo que combina el conocimiento
científico y el humanístico.
Los geógrafos. Libro de cuentos publicado en 1999 donde se
destaca el relato: “Pesadilla en el hipotálamo”, que narra la
Cada uno con su cuento: antología comentada...
261
historia de un gusano que se nutre del cerebro de un erudito.
Está inspirada en el temor de la humanidad ante la posibilidad
de perder la memoria.
¿Por qué las moscas no van al cine? Libro que consta de 48
ensayos divulgativos que pone al servicio de sus lectores con
explicaciones acerca de aspectos de la vida que hacen parte de
nuestra cotidianidad y sobre los que a veces nos interrogamos
como: el porqué de la forma de nuestras manos, la historia de
la rueda, la ventana, el bolígrafo; temas eternos como la vida,
el sexo o la magia. De igual manera presenta algunas
curiosidades sobre personajes célebres como: Edgard Allan Poe,
Stephen Hawking y Schopenhauer.
Proyecto piel. Es su primera novela, publicada en 2008 por
la Editorial Planeta. La historia cuenta como un hombre
desesperado por comunicarse con su hijo autista, inventa un
bello juego: un museo dedicado a las percepciones sensoriales,
el más hermoso artefacto concebido por la mente humana para
permitir que la educación sea toda una fiesta. La anécdota,
parece ser el pretexto para asistir a apasionadas discusiones
sobre Ciencia, Tecnología, Arte y Humanidades, así como a la
relación erótica con Lina, mujer bella y perversa.
LA ESCRITURA, UN DIVERTIMENTO
“Vivo en una pieza de una casa de Palmira. Todas las
mañanas viajo hasta el patio, donde construí un estudio junto
al palo de chirimoyas. Allí escribo cuentos, ensayos y artículos
de prensa. Gozo de cierto prestigio en la cuadra desde que gané
el premio Juan Rulfo en París (1998). Escribo en todos los
medios nacionales y en todos me pagan una miseria por mi
trabajo. Por fortuna no saben que me divierto tanto escribiendo
que estaría dispuesto a pagarles porque me dejaran hacerlo.
Doy gracias a la vida por ser esa cosa exótica, pedante y casi
feliz, un hombre de letras”.
Así se define este escritor que se sirve de la Literatura para
recrear con ingenio, agudeza, fino humor y una marcada
262
María Eugenia Rojas Arana
ironía, el mundo que se atreve a imaginar, haciendo de esta
experiencia estética una manifestación liberadora, que se
perpetúa en el ámbito de la ficción, ese brevísimo instante donde
se encuentran realidad y fantasía, buscando inaugurar un
nuevo orden que testimonie dignamente su paso por la tierra y
el placer de estar vivo.
En su producción literaria se manifiesta su voluntad creativa
signada por la continua indagación sobre lo que le es más
preciado: la búsqueda epistemológica, que le permite
abandonar momentáneamente su precariedad humana para
volcarse sobre sí mismo, sobre sus saberes y pasiones y
emprender esa autorreflexiva aventura interior para mirarse
y mirar a los otros en diversos espejos, que reflejen nuevas
formas del contar, sorprendiéndonos e intranquilizándonos con
relatos que reproducen los temores que asaltan al hombre
contemporáneo, huérfano de Dios y prisionero en realidades
degradadas y en posibilidades aterradoras, donde habitan
gusanos hambrientos de saber, que amenazan con destruir la
memoria de los eruditos; máquinas que enfrentan su
inteligencia con hombres versados en complicados juegos de
ajedrez y seres involucrados en una poética de los sentidos, de
profunda gravedad, de desesperados intentos de comunicación
para recuperar ese intangible que existe entre cuerpo y espíritu.
A Julio César Londoño me une una entrañable amistad que
permite que cuando la casualidad nos reúne, el disfrute sea
una fiesta del intelecto y el espíritu. Por eso durante varios meses
imaginé el sentido de trascendencia gozosa que tendría esta
entrevista, donde seguramente yo podría develar de manera
directa, el misterio de su escritura, pero no fue así, nuestras
ocupaciones, esos compromisos a veces absurdos, en los que
nos comprometemos los adultos, hicieron imposible el
encuentro. No obstante, nuestra comunicación por Internet y
su generosa voluntad al responder con sinceridad las preguntas
formuladas en septiembre del 2009, me permiten descubrir un
poco su realidad interna y el sentido último de su escritura.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
263
¿De donde viene el oficio de escritor y el amor a los cuentos?
Viene directamente de mi odio por los novelistas, esos sujetos
que siguen hablando cuando los lectores se marchan. Me
deprimen su parsimonia…, me abruma toda esa hojarasca… y
esa manía descriptiva que inauguró Walter Scott y se volvió
un requisito del género.
¿Cómo comienzas a escribir ficción?
A mí me gustaba mirar las fotos del Larousse. Me parecía el
sumum de la distinción y soñaba con estar ahí un día, codo a
codo con Sócrates, Newton y Pasteur. Es decir: Sócrates,
Newton, Pasteur y Londoño. Cuando la vida me puso en mi
sitio y comprendí que mi cabeza no daba para tanto, me tracé
un plan alternativo: clasificar para el Larousse como autor de
ficción. En esas ando…
¿A quiénes consideras tus maestros y por qué?
Me gustan Rulfo, el poeta de la muerte; Gabo, por la manera
como celebra las cosas cotidianas, y Borges, porque remozó el
más nuevo, difícil y necesario de los géneros, la crítica literaria.
¿Qué define para ti el carácter de un buen relato?
La tensión. Sin tensión el “relato” se vuelve prosa de
sobremesa, cuadro de costumbres, diario o algo peor.
¿Son importantes para tu producción literaria las teorías
acerca de la narración y las técnicas de escritura?
Sí. Las uso para escribir y para criticar. También son un
pretexto de conversación delicioso. Que otros se jacten de la
práctica, yo amo la teoría.
¿Qué prefieres: hacer ficción literaria, pensar ensayos o
escribir polémicos artículos de prensa?
El artículo de prensa tiene un eco inmediato: uno lo escribe
y al segundo están allí las rosas (o los ajos) y el estipendio, el vil
metal, que llaman.
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María Eugenia Rojas Arana
¿Crees que la literatura cambió tus proyectos de vida?
No los cambió, los afirmó. Yo soy literato desde niño (El
llanero solitario, Marcial La Fuente Estefanía, Julio Verne,
Salgari, Tosferini)… No, no insistas: en cualquier caso, y
preguntes lo que preguntes, no escucharás de mis labios frases
como “la literatura cambió mi proyecto de vida”, “las letras
son mi pasión”, “quiero plasmar…”. ¡Primero cambio mi
proyecto de vida!
Has sido reconocido aquí y en el exterior por tu producción
literaria. Creo que el premio más significativo fue el Juan
Rulfo, otorgado en París por Radio Francia en 1998, a tu
cuento “Pesadilla en el hipotálamo”. ¿Cómo fue esa vivencia?
Fue muy lindo ganar un premio que lleva el nombre del
mejicano. Me abrió muchas puertas. La gente que antes no
me pasaba al teléfono empezó a llamarme, y en la casa me
servían con morro.
¿Qué lector buscas?
Uno que lea despacio y sonría rápido.
¿Cómo encuentras los títulos de libros como ¿Por qué las moscas
no van a cine?, La ecuación del azar, Sacrificio de dama, Los
geógrafos o Proyecto piel?
Es fácil: basta con ser muy buen escritor.
Sé que dictas talleres de escritura. ¿Consideras que se puede
enseñar a escribir? ¿Es posible hacerlo con personas de edad
avanzada?
Nadie aprende a escribir en un taller pero si el taller es bueno,
ayuda. ¡Qué duda cabe! Los viejos quizá no aprendan a escribir
ya, pero pueden ser unos consejeros muy valiosos. En mi taller
los viejos son claves.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
265
Los que te hemos leído sabemos de tu prosa impecable, erudita,
divertida y mordaz. ¿Consideras que la literatura debe ser un
arma de combate en manos del escritor?
Me abruma y me embroma, querida señora. En cuanto a lo
otro, la literatura puede ser muchas cosas pero no tiene que
ser nada. Hasta hace 47 minutos pensaba que no podía ser
arma, que le resultaba fatal defender causas nobles (los pobres,
los negros, la ecología). Ahora sé que el ensayo puede tomar
partido y que hasta el panfleto es un género válido (por ejemplo,
“Canción de Solentiname”, de Cortázar). Al ensayo le pedimos
conclusiones. A los demás géneros no porque parecen moralejas.
¿Por qué un hombre que ha cultivado diversos saberes
científicos y literarios y que podría vivir en cualquier lugar
del planeta no se ha ido de la provincia?
Todo lo mío está aquí, en este país. Me moriría de dolor si
tuviera que irme. Me da mucha envidia el nivel de vida de otros
países, la limpieza, el orden, el respeto por la ley, pero yo estoy
muy enraizado aquí, para bien o para mal.
¿Son las mujeres de tus cuentos diferentes a sus referentes
reales?
Sí, son mucho peores.
Háblame de tu última obra y primera novela, Proyecto piel.
Es la historia de un hombre que inventa el juguete más
extraordinario jamás visto para rescatar a su hijo de las garras
del autismo, para que ese niño despierte y le regale un abrazo a
su madre.
Si me dijeras: no te puedes morir sin leer uno de mis relatos.
¿Cuál me recomendarías?
No te puedes morir sin leer ¿Por qué las moscas no van a
cine? Estoy más orgulloso de este libro de ensayos que de mis
cuentos. (El ensayo de divulgación sirve para divertirse, para
266
María Eugenia Rojas Arana
la formación intelectual de las personas y para que la
democracia deje ser apenas una bonita palabra).
¿Qué opinas de las abundantes historias con temáticas de
violencia y narcotráfico en la literatura contemporánea de
nuestro país?
No sé, necesito distancia para poder evaluar esa enorme
biblioteca. Dentro de cinco años y un día te daré una respuesta.
Por lo pronto, me parece pertinente que tengamos esos registros.
El tiempo decantará las obras válidas.
Háblame de la gestación del cuento “La Lámpara”, elegido para
esta antología.
La historia de Aladino es universal porque nos remite a una
pregunta clave: ¿cuáles son las tres cosas más importantes para
una persona?. Tengo la sospecha de que si el Genio concede
tres, es porque se necesitan cuatro. Él quiere jodernos, quiere
obligarnos a sacrificar algo esencial: la salud, el oro, el amor o
la sabiduría. Escribí “La Lámpara” porque todo cuentista debe
hacer su versión de Aladino algún día, así como todo poeta le
hará un soneto al gato antes de morir. Son tradiciones del
gremio que uno debe observar.
¿Cómo te sientes como escritor colombiano y vallecaucano?
Me siento profundamente palmirano… A veces, una vez al
año, los dioses se apiadan de mí, y me halagan, me pierden,
me soplan frases casi perfectas y soy, por un instante, un escritor
esférico, rotundo, universal.
¿Tienes en mente escribir algo nuevo?
Sí, tengo muchas ganas de escribir un libro de crítica literaria.
¡Los voy a sorprender!
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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“LA LÁMPARA”
Este era un pintor que tenía la Lámpara de Aladino pero no lo
sabía. La había comprado en un mercado de artesanías por una
bicoca. Era una jarra de cobre amarillo de cuyo cuello colgaba un
sello roto. El hombre amaba los cachivaches, los compraba por
docenas y los amontonaba en los bordes de los anaqueles de la
biblioteca, pero los maldecía cuando le estorbaban para sacar algún
libro. Y fue sacando uno que tumbó la Lámpara y al instante
salió de ella el gaseoso Genio.
—Ordena, amo –dijo con lacónica pereza el Genio, calculando
que la retórica persa habría ya pasado de moda y que esas palabras
bastaban tratándose de un hombre que poseía una biblioteca.
El pintor se sobresaltó, claro, pero más por lo sorpresivo del
hecho que por el hecho en sí. A los artistas no los sorprenden los
sucesos extraordinarios; es la realidad la que siempre los toma
desprevenidos.
—¿Eres el famoso Genio de Aladino? –preguntó–. ¿Es verdad
que te creó Galland, el francés, y no el brahmán leproso, ni los
confabulatores nocturni de Mesopotamia, ni la meretriz árabe, ni
los compiladores alejandrinos, ni un almoacín del Islam?
—Aladino fue sólo uno de los tantos hombres a quienes les he
realizado sus más caros sueños. En cuanto a lo otro, hombrecito
–el Genio estaba visiblemente fastidiado–, debo recordarte que
somos las deidades quienes creamos a los franceses, a los
brahma-nes, a los fabuladores, a las meretrices, a los almoacines
¡y a los pintores!
El pintor comprendió que había metido la pata con tan
magnífico gas.
—Majestad –corrigió diplomático–, creo que me malinterpreta.
Ahora usamos la palabra creador en sentido figurado: significa
autor, cronista. Me refería, por supuesto, a la vasta polémica que
se ha suscitado en torno a la paternidad de La Historia de Aladino
o de la Lámpara Maravillosa, esa memorable crónica de tus
hazañas y magnanimidad.
El Genio Suspiró.
2 68
María Eugenia Rojas Arana
—Los siglos pasan, joven, y no respetan ni a los genios. En los
tiempos de Harun al–Rashid, hace apenas unos mil años, yo era
capaz de satisfacer todos los caprichos de un hombre, por grandes
que fueran sus necesidades, su codicia o su imaginación. — ¿Y
ahora...? –preguntó el pintor alarmado.
—Desfallezco –dijo el Genio–. Mis fuerzas menguan día a día.
Sólo puedo concederte tres deseos, luego moriré.
El hombre lo lamentó sinceramente. Era bondadoso a pesar
de su juventud, tenía unos treinta años, algo de talento, gozaba de
renombre local y leía libros que no tuvieran nada que ver con su
oficio; era, en síntesis, un tipo inteligente para ser pintor. Como
todos los hombres, había soñado con ese momento muchas veces
y meditado sobre el profundo problema que entraña la famosa
fábula, pero el momento había llegado y él aún no sabía qué era
la felicidad, si era cosa necia o deseable, ni estaba muy seguro de
que bastara satisfacer tres caprichos para alcanzarla. “Si este
demonio concede tres, es porque se necesitan cuatro”, pensó.
Recordó la sensata fórmula popular: salud, dinero y amor. Está
bien, claro, pero, ¿y el talento, la belleza, la gloria, la inmortalidad,
la virtud, la sabiduría? ¿Cómo concebir la felicidad sin estas gracias
del espíritu y la vida? La fórmula estaba bien para un programa
mínimo de gobierno –nadie en su sano juicio le pediría más al
Estado– pero sería imperdonable pedirle tan poco al Genio.
Podríamos concluir que el hombre es una criatura frívola,
condenada a una ambición obscena e insaciable, si no fuera porque
prefiere la sabiduría sobre todas las cosas: con todo lo que amamos
el oro y la dicha, nadie querría ser un idiota feliz.
Sí, alta y bella la sabiduría, cifra de la singularidad del hombre
en el universo, y sin embargo, ¿qué sería de ella sin la poesía?
Mera erudición, eficacia, frías destrezas, ingenios necesarios. No
basta la información –¡quién puede leer una enciclopedia!–; es
necesario añadir reflexiones nuevas y vitales que refresquen y
humanicen esa información, y fundirlo todo con la gracia de la
poesía para que el resultado sea inteligente y melodioso, sabio pero
fresco, armónico o paradojal, divinamente humano, universal.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
269
Y una vez realizada la obra, ¿no queremos compartirla con
los amigos y exponerla a los críticos y comprobar que es noble
el resultado? Y cuando creemos haber acertado, ¿no comenzamos a esperar, impacien-tes, las ovaciones y el reconocimiento? ¿Y de qué vale alcanzar el saber y la poesía, y seducir
con ellos los amigos, un gremio, un pueblo, la vida, el mundo
todo, si hemos de morir? La inmortalidad –creo que estaremos
de acuerdo– es un deseo indescartable en la lista.
Olvidaba el más embriagador de los elíxires, el Poder, ese mito
que sobrevive a los siglos, que ve morir impasible dioses e imperios,
esa facultad insondable que puede confundir deseo y posesión,
sueño y realidad. Imaginad la caravana presidencial cruzando
una aldea deprimida. A la vista del triste espectáculo una sombra
cruza el rostro del Presidente –que lanza una mirada severa al
ministro que lo acompaña. Antes de que se disipe el polvo levantado
por los autos, habrá allí una escuela, un parque y un hospital.
Mañana el Presidente verá en los diarios la foto feliz de los niños
jugando en el parque, y en la noche dormirá plácido como un
dios.
Un poderoso ronquido lo sacó de sus reflexiones: el Genio se
había quedado dormido sobre el piso del taller. El pintor lo despertó.
—Mi primer deseo –le dijo– es poseer una docena de estas
lámparas.
—Eso es imposible –contestó apenado el Genio–. La Lámpara
es única en el universo.
Entonces se iluminaron los ojos del pintor.
—¡Lo tengo! –gritó–. ¡Dame el universo!
—Concedido –asintió modestamente el Genio.
Al instante el pintor se sintió ungido por una maravillosa
sensación de plenitud. Fue advirtiendo la plácida sincronía de su
respiración, la destreza de cada falange de sus dedos, el sabor del
agua, el temblor de una brizna de hierba rozada por el contoneo
de una hormiga, y Lina, su indiferente vecina que llegó esa misma
noche como por arte de Arabia a pedir prestado un pincel, y desde
ese mismo momento se amaron sin necesidad de más hechizos
porque eran dos seres nobles y hermosos.
270
María Eugenia Rojas Arana
No fue necesario mucho tiempo para que sintiera cuán pesado
fardo es el universo. Como si su alma fuera una suerte de antena
cósmica, empezó a sentir sobre sí la insoportable gravita-ción de
todas las grandezas e infamias de la humanidad. Si un sabio
descubría una fórmula providencial en Princeton, o dos jóvenes se
besaban en un parque de Oslo, o un niño moría de hambre en
Somalia, al instante su corazón era estremecido por idénticas
sensaciones. Al poco rato de haber dejado el lecho ya estaba
completamente agotado y lo vencía de nuevo el sueño. Envejecía
rápidamente, y su obra, la que debía justificarlo y dar sentido a su
existencia, la que no podía confiar a nadie ni deber a potencias
sobrenaturales, no avanzaba, estaba estancada (en especial un gran
óleo dedicado al crepúsculo, que lo obsesionaba, y para el que buscaba
un tono preciso de la gama del violeta). Apenas resistió unas pocas
semanas. Entonces frotó con fervor la Lámpara y rogó al Genio:
—Quiero sólo la felicidad del universo. Te devuelvo el resto.
—Es decir, Somalia...
—Sí; y Asia, África, Latinoamérica y Europa del Este.
—¿Y lo demás –preguntó el Genio–: el talento, la virtud, la
inmortalidad, el poder, la tersura de la piel?
—De eso me encargo yo –dijo el pintor con el vigoroso
optimismo de los jóvenes.
—¿Estás seguro?
—Sí... –el pintor vaciló. Además me quedaría un deseo. ¿Cómo
andan tus fuerzas?
—Languidecen, pero te satisfaré. Puedes estar tranquilo.
—Entonces dame toda la felicidad del Universo.
“Concedido”, dijo el Genio, y al instante el pintor se sintió como
ungido con un bálsamo de embriagadora levedad. Para celebrarlo
invitó a Lina a pasear. Fueron a un paraje sembrado de piedras
enormes y ceibas ataviadas con largos velos de melena, atravesa-do
por un río ágil y rumoroso. Dos niños chapaleaban en la orilla –la
madre bordaba a la sombra de un carbonero—. Uno de ellos le
regaló a Lina una piedra. “Cuídala –le dijo el pequeño–, es la piedra
de la felicidad”. Ella lo apretó contra su pecho, lo besó en los labios
y le regaló una flor amarilla.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
271
El niño volvió corriendo al río. Los enamorados lo vieron reír
por última vez, regresaron a su nube de palabras y besos, y
admira-ron de nuevo la piedra. Era una roca cretácea, negra y
lustrosa como los espejos que usaban los pintores impresionistas
para refrescarse la vista, y en una de sus caras se sentía el relieve
de la huella fósil de un helecho.
Un grito los volvió a la realidad. Era la madre pidiendo auxilio.
El niño había sido atrapado por un remolino. La señora gritaba
señalando el punto de las aguas donde una flor amarilla giraba
frenética como una muchacha enloquecida que no se atreviera a
seguir a su dueño a las profundidades. El pintor se tiró al agua, se
sumergió, reapareció al cabo de unos segundos eternos cargando
el desmadejado cuerpo del niño, y se quedó allí, en medio de la
corriente, mirándolo de una manera extraña. Las mujeres le
gritaban que lo llevara a la orilla pero él no las escuchaba. Estaba
fascinado con las sombras violáceas que comenzaban a formarse
en los párpados de la criatura. Lina tuvo que meterse al río y
arrebatárselo a la fuerza. Trató de reani-marlo pero fue en vano.
Murió en sus brazos.
En el camino de regreso el pintor no pudo disimular su felicidad.
No habló sino de la “solución cromática” para su crepúsculo que
había encontrado en los párpados del ahogado. Lina callaba. No
podía creer que fuera ese el mismo hombre que hacía un momento
había dicho: “Hace 40 millones de años un helecho se quedó
dormido sobre esta piedra, y dejó aquí la huella de su mejilla”.
Comenzó a odiarlo. ¡Ni una sola alusión piadosa a la tragedia! Se
ha convertido en un monstruo, pensó.
En cuanto llegaron al taller el pintor se puso a trabajar en el
óleo del crepúsculo. La Lámpara presidía el salón desde un anaquel
donde ya no había libros que estorbaran al precioso cachivache.
—Ricardo.
—¿Sí?
—Te queda un deseo, ¿no?
—Sí –contestó él ya enfrascado en su trabajo.
—Pídele al Genio que lo resucite.
Él la miró con la boca abierta.
272
María Eugenia Rojas Arana
— ¿Estás loca? –exclamó con el pincel en el aire. ¡Es el último!
—¿Y qué? Ya malgastaste dos de aladina manera. Haz al menos
una buena obra con el último. Aún puedes diferenciarte de tus
mezquinos predecesores en la posesión de la Lámpara, esos
dilapidadores, esos necios que han desperdiciado la oportunidad
de salvar el mundo.
Estas injurias no afectaron, por supuesto, al dueño de toda la
felicidad del universo pero la última frase lo tocó. Utilizar la
Lámpara para salvar el mundo era una posibilidad en la que no
había pensado.
—¿Qué hubieras pedido tú? –preguntó.
—Mi primer deseo –contestó Lina– sería rogar al Genio que
me diera unos años para pensarlo bien, y que volviera entonces,
cuando supiera qué es lo verdaderamente esencial en la vida,
cuando ya no fuera tan estúpida como para malgastar los otros
dos.
El pintor la miró enternecido. Estaba más bella así, furiosa y
trascen-dental. Decidió pedir, como último deseo, la inmortalidad
para ambos y así disfrutarla eternamente.
—Concedido, botarate –dijo imitando la voz grave del Genio–
. ¡Haz malgastado ya un tercio del infinito, mujercita!
Ella miró el enorme óleo. Pensó en lo emocionante que sería
vaciarle encima un frasco de tinta. Contempló la posibilidad de
robarse la Lámpara. Se preguntó si el Genio obedecería órdenes
suyas, e inició, con voz serena pero implacable, un sordo monólogo.
Lo culpó de la muerte del niño por su tardanza en sacarlo del río;
le advirtió que la dicha y la imbecilidad eran vecinas y empalagosas.
“Concibes la felicidad como un océano de mermelada sagrada”,
dijo citando a su maestro, un profesor de filosofía con quien él la
celaba. Cruel y certera como sólo un amante puede ser, hizo trizas
la obra del pintor con argumentos eruditos inspirados por el odio.
Ridiculizó su inteligencia y le enrostró su insensibilidad. “¡Ni todo
el genio del mundo –subrayó la palabra con fruición– podrá
salvarte de la mediocridad!”
A él comenzaba a fastidiarlo la cantaleta. “No le faltan sino
unos kilos para ser una esposa típica”, pensó, aunque tampoco
Cada uno con su cuento: antología comentada...
273
estos agudos dardos habían logrado penetrar la coraza de su
felicidad, y menos ahora que estaba logrando, con dos partes de
malva y una de azul, esfumar magistralmente el Amarillo de
Nápoles que presidía su crepúsculo. “Ojalá se la tragara la tierra”,
maldijo entre dientes. Al instante una voz grave y débil se escuchó
en el taller: “Concedido, amo”, y Lina y la Lámpara desaparecieron.
De pronto el pintor se encontró solo frente al cuadro más notable
de toda su obra, y la piedra de la felicidad en la mano.
CONTAR PARA NO MORIR
Como en un juego de abalorios y acudiendo a diversas
estrategias narrativas, el escritor nos regala este nuevo relato
que sometido al rigor estético y como efecto de lenguaje,
consigue articular un lugar desde el cual mira y lo mirado,
proponiéndonos su manera de ver y de ser visto, en la voz
enunciativa que se muestra y se oculta a través de las palabras.
Despliega diversos saberes y recuerdos de preciadas lecturas,
con una lógica intertextual, por medio de la cual nos hace
recordar otras voces ya escuchadas, en nuestro deambular como
lectores por esos mundos que nos maravillaron en la infancia,
en los mil y un encuentro entre la bella Sherezade y el sultán
Schahriar o en Aladino y la lámpara maravillosa para
afectarnos, proyectarnos y emocionarnos.
Así, realiza esta anáfora semántica, en un nuevo espacio
verosímil donde seres y circunstancias tienen lugar, en la
relación temática—discursiva entre dos textos, el presente de
“La lámpara” y el pasado de Aladino, historia que le sirve como
referente, escuchada alguna vez por el francés Antoine Galland
a un cuentero de Alepo en Siria y agregada en la compilación
hecha por él en el siglo XVIII, de los relatos de Las mil y una
noches, que provienen de un antiguo libro persa llamado Hazar
Afsana (Los mil mitos).
En el nuevo cuento “La lámpara”, un narrador anónimo y
no representado como personaje informa al narratario y a
nosotros, lectores reales, las peripecias y dramas por donde
2 74
María Eugenia Rojas Arana
transcurre un tiempo de la vida del pintor protagonista, descubriendo su vida interior y exterior, sus deseos y la influencia de
las relaciones que mantiene con otros personajes como el genio
de la lámpara o Lina la mujer que ama. De esta manera, el
enunciador, desde la libertad que le confiere el no hacer parte
de lo relatado, mira a otros, se mira a sí mismo y nos impone
su manera de ver y de ser visto a través de su propia descripción.
Nos configura entonces, discursivamente, otro mundo posible, haciéndonos creer que todavía pueden existir genios y
lámparas maravillosas que transforman la vida de los personajes, atendiendo a sus carencias, necesidades dramáticas y
a sus deseos.
El análisis realizado por Eduardo Serrano Orejuela, desde
una perspectiva elaborada a partir de la Narratología y la
Semiótica narrativa en su texto “Crítica de la omnisciencia
narrativa”, me permite pensar este narrador “como informador
competente y actuante que sabe y puede informar o no informar, que hace saber o hace no saber, al narratario observador
dependiendo de las metas enunciativas cognitivas, pasionales
y axiológicas que se proponga en el marco del género narrativo
seleccionado.”10
En consecuencia, como sujeto absoluto del saber, justifica
su acción constante de relatar, al informar al narratario, a quien
supone con ciertas carencias cognitivas que debe resolver,
dándole paso a paso algunas informaciones que cree saber muy
bien, como la manera de configurar al personaje pintor, las
acciones que realiza, sus pensamientos y sentimientos, sus
valores y el espacio y tiempo en que todo esto tiene lugar.
A manera de ilustración observemos algunas de sus observaciones sobre el protagonista:
“El hombre amaba los cachivaches, los compraba por
docenas y los amontonaba en los bordes de los anaqueles de la
10
Eduardo Serrano Orejuela.”Crítica de la omnisciencia narrativa”. Pág. 4.
Material fotocopiado.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
275
biblioteca, pero los maldecía cuando le estorbaban para sacar
algún libro”.11
“El pintor se sobresaltó, claro, pero más por lo sorpresivo
del hecho que por el hecho en sí. A los artistas no los sorprenden
los sucesos extraordinarios; es la realidad la que siempre los
toma desprevenidos”.12
Como sujeto pasional, manifiesta su actitud afectiva explicitando sus propios sentimientos y los más ocultos de sus personajes. Valiéndose de diversos recursos, produce efectos de
objetividad o subjetividad sobre lo narrado, en las reflexiones
que pone en boca del protagonista y que parece hacer suyas,
en la intensidad de su relato. Estos pensamientos producto de
una refinada estética y las preguntas sobre el deseo siempre
insaciable del ser humano, invertido en la búsqueda de la
felicidad, ilustran este procedimiento. Observémoslo en algunos
fragmentos elegidos que manifiestan sus preocupaciones
ontológicas:
“El hombre es una criatura frívola, condenada a una ambición obscena e insaciable, si no fuera porque prefiere la sabiduría sobre todas las cosas: con todo lo que amamos el oro y la
dicha, nadie querría ser un idiota feliz”.13
Y más adelante: “Si, alta y bella la sabiduría, cifra de la
singularidad del hombre en el universo, y sin embargo, ¿qué
sería de ella sin la poesía? Mera erudición eficacia, frías destrezas,
ingenios innecesarios.”14
“Y de que vale alcanzar el saber y la poesía, y seducir con
ellos los amigos, un gremio, un pueblo, la vida, el mundo todo,
si hemos de morir? La inmortalidad –creo que estaremos de
acuerdo—es un deseo indescartable en la lista”.15
Como sujeto axiológico, evalúa la historia, los estados,
acciones y procesos de los actores y el marco espacio temporal
11
12
13
14
15
Julio Cesar Londoño. Cuento “La Lámpara”. Pág. 1.
Ibid ., 1
Ibid., 2
Ibid., 2
Ibid., 2.
276
María Eugenia Rojas Arana
en que estos se mueven para bien o para mal. Enfatizando la
importancia de la carencia que configura los motivos que
conducen a actuar al actor protagónico, carencia ya evidenciada por Vladimir Propp en su análisis del cuento maravilloso,
lo define en sus funciones y en su investidura temática en
relación a los valores que le confiere y que circulan en el relato
En consecuencia, el personaje protagónico construido en esta
trama, tan parecido a los seres humanos, instaura su propia
identidad, mientras se debate entre la búsqueda de configurar
un adecuado objeto de deseo y la fatalidad que se le impone.
Lo dramático resulta de la lucha entre estas dos fuerzas que
tensan la estructura narrativa y se resuelve en el desenlace punitivo, pues después de tanto desear con apresuramiento e
insensatez, el pintor pierde sus objetos de valor y se queda “solo
frente al cuadro más notable de toda su obra, con la piedra de
la felicidad en la mano”.16
Así, el autor Julio César Londoño se descubre en el acto de
escritura que da cuenta de sus preferencias estéticas y éticas
cuando elabora este nuevo juego imaginario entre la ley y el
deseo, para garantizarse a si mismo y al narrador, ese yo de
papel de la otra ficción, la tan anhelada eternidad, con la misma
estrategia utilizada por Sherezade, al “contar para no morir” y
permanecer por siempre en el reino encantado de la literatura.
16
Ibid., 6.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
277
Cada uno con su cuento: antología comentada...
279
TIM KEPPEL
(Carolina del Norte, 1955)
Estadounidense radicado en Colombia desde 1995. Su
colección de de cuentos Alerta de terremoto fue publicada por
Alfaguara en 2006. Ha escrito cuentos, crónicas y reseñas para
El Malpensante, Número, Arcadia, Don Juan, Odradek, la
Revista Universidad de Antioquia y para otras revistas y
antologías en Estados Unidos, Canadá e Inglaterra. Nació en
Nuevo México, creció en Carolina del Norte y recibió un
doctorado en Literatura en la Universidad Estatal de Florida.
Vive en Cali y enseña en la Escuela de Ciencias del Lenguaje de
la Universidad del Valle.
TESTIMONIOS DE UN MUNDO QUE LO CAUTIVA
Alerta de terremoto. Libro de cuentos publicado por la
Editorial Alfaguara en 2006. Con el recurso narrativo del
monólogo interior y diversos saltos temporales, esta literatura
de viaje logra dar cuenta de las paradojas del trópico colombiano
y sus diversos dramas, con una perfecta descripción de sus
paisajes exuberantes y la sensualidad de sus mujeres. Revela
con asombro atmósferas y entornos a los que parecíamos tan
acostumbrados en nuestra vida cotidiana como los terremotos,
magistral metáfora del país convulsionado en que vivimos.
Cuestión de familia. Novela publicada igualmente por la
Editorial Alfaguara en 2009. Cuando la madre de Carl descubre
que tiene cáncer, le pide a su hijo que escriba sus memorias.
Manifestando los diversos conflictos de la trama, el texto es el
pretexto que da cuenta de un conmovedor retrato de familia
2 80
María Eugenia Rojas Arana
norteamericana, en un lenguaje preciso, irónico y con un gran
sentido del humor. De esta manera, un narrador protagonista
nos lleva de la mano por los nuevos caminos de las conflictivas
relaciones familiares.
BUSCANDO EL DESTINO EN LAS REVELACIONES
DEL AZAR
Al terminar sus estudios de Literatura en la Universidad de
Carolina del Norte, decide vivir otras experiencias no
convencionales, por fuera de la academia, que nutran su
existencia y su imaginario de escritor. Viaja a New York, se
lanza a la aventura, consigue un trabajo como taxista nocturno,
y como no conoce la ciudad se pierde muchas veces; una de
tantas noches, recoge a un borracho que quiere matarlo;
sobrevive a este y otros riesgos y convierte las trampas de azar
en escritura, para engañar la monotonía de la condición
humana. Pero el viaje exterior e interior apenas comienza, se
alista como miembro de un grupo de paz en Nicaragua y así
puede acercarse al mundo del trópico, que terminará por
atraparlo. Luego viaja a La Florida donde realiza sus estudios
de Doctorado en Literatura; más tarde, viviendo en Filadelfia,
aplica a una convocatoria para trabajar como profesor en la
Universidad del Valle y se radica en Cali, Colombia, donde vive
desde 1995.
En Alerta de terremoto, libro de de viajes que ilustra el
recorrido de un gringo por nuestro país, Keppel mira con
asombro y registra esa otra Colombia que no vemos porque
hace parte de nuestro cotidiano más próximo. Retratando con
maestría la atmósfera de trópico insólito de tierra caliente y de
hombres y mujeres que en rituales de amor y de muerte
deambulan por sus territorios gastando la vida sin objetivo
aparente, navega el Pacífico gris, húmedo y selvático,
escuchando maravillado el “canto de sirenas” de mulatas
exuberantes y ballenas jorobadas que recorren 8.000 kilómetros
desde las heladas aguas del antártico polar hasta llegar a las
Cada uno con su cuento: antología comentada...
281
cálidas costas de Ladrilleros y Gorgona para aparearse y parir
a sus crías en nuestro mar.
Con un estilo sin adornos que recurre al monólogo interior,
descripciones precisas, estructuras dramáticas claras y diálogos
cortos, lee este nuevo mundo por donde transita,
maravillándose y asombrándose ante lo insólito. Así, sus relatos
dan cuenta de la sabiduría de un creador que ha sabido escuchar
su propia voz en consonancia con las de otros escritores queridos
y maestros del género como Hemingway, Joyce, Faulkner,
Salinger, Tennessee Williams, Steinbeck y Carver, entre otros.
A este escritor admirable tuve la oportunidad de entrevistar
cuando asistí al lanzamiento de su magistral novela Cuestión
de familia y escuche la presentación de la misma, en la voz
emocionada de su entrañable amigo y compañero de escritura
Carlos Patiño Millán, en la Librería Nacional de Cali, aquella
noche de septiembre de 2009.
¿Cómo te iniciaste en la literatura?
A los diez y seis años, después de dedicarme más a los
deportes que a los libros, me matriculé en un curso de escritura
creativa. Tenía la idea de escribir comedia con un amigo que
hacía stand—up comedy. La idea de escribir me llamaba la
atención, aunque en realidad no sabía muy bien de qué se
trataba. Pasé el verano antes de entrar a la universidad en una
cabaña frente a un lago escribiendo todos los días, leyendo a la
Generación Perdida y soñando con convertirme en escritor (no
por la fama, sino por la posibilidad de dedicarme a la escritura
y volverme bueno en eso). Mis profesores de la universidad,
escritores distinguidos a quienes yo admiraba enormemente
(¿acaso los estudiantes de ahora admiran a sus profesores tanto
como lo hacíamos en ese entonces?), me animaron mucho.
La Universidad de Carolina del Norte tiene una gran tradición
en estudios literarios, especialmente en literatura Sureña
(Faulkner y otros). Yo no hacía más que leer. La vieja y
majestuosa biblioteca de la universidad era como un lugar
sagrado, una catedral.
282
María Eugenia Rojas Arana
¿Y cómo fue tu vinculación con el cuento?
El cuento siempre ha sido el género con el que me siento
mejor. La novela que acabo de terminar es la primera, sin contar
un par de intentos anteriores. Como lector, me gusta el cuento
porque se enfoca en un solo incidente que sugiere toda la vida
de un personaje. En un cuento no puedes mamar gallo. Si no
tienes nada que decir, el lector se dará cuenta rápidamente.
Además, los cuentos suelen situarse en el presente o en un
pasado cercano y se resisten a esa escritura histórica que parece
tan ajena a la forma en que vivimos hoy. Además, el cuento
no tiene la necesidad de tener un final muy elaborado, mientras
que en la novela los finales a veces parecen demasiado forzados
o falsos.
¿En qué momento de tu vida comienzas a sentirte escritor?
Cuando publiqué mi primer cuento en una revista nacional,
con unos veinte años, me pagaron doscientos dólares. Estaba
trabajando durante el verano manejando un montacargas y
me sentía como un obrero de verdad. Ese viernes, cuando fui a
cobrar mi cheque, le dije a la cajera: “Acabo de vender mi primer
cuento. ¿Quieres salir conmigo esta noche?” Y para mi sorpresa
ella dijo, claro.
¿Cómo hallas los títulos de tus libros como Alerta de terremoto
o Cuestión de familia?
Bueno, te hablaré de Alerta de terremoto (el primer cuento
hace referencia al terremoto de Armenia en 1999). Es una
metáfora de la sensación de incertidumbre y precariedad que
caracteriza la vida en Colombia; lo cual, a su vez, es una
metáfora de la vida en general. La idea de que en cualquier
momento puede pasar algo extraño e inesperado. Para el
protagonista, que viene de un país mucho más predecible, esto
produce una sensación de consternación, pero al mismo tiempo
produce entusiasmo y asombro. A medida que el libro avanza,
él se va aclimatando más al país y sus percepciones empiezan
a cambiar.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
283
Algunos escritores que te obsesionan y que tuvieron que ver
con tu formación.
Al principio tenía influencias de Hemingway, Faulkner,
Carson McCullers, Flannery O’Connor, Sherwood Anderson,
Salinger, Tennessee Williams, Toni Morrison, Steinbeck, Carver,
Cheever, Chejov y Joyce. Algunos escritores contemporáneos
que me gustan son Junot Díaz, Denis Johnson, Mary Gaitskill,
Sandor Marai, Murakami, Kureishi, Coetzee, James Salter, Alice
Munro, Héctor Abad Faciolince, Óscar Collazos, Tomás
González y Roberto Rubiano.
Háblame del cuento “La balada de las jorobadas”, elegido para
esta antología.
Ya había terminado unas cuantas páginas de una historia
sobre un hombre que va a la costa pacífica con una mujer joven,
en unas vacaciones destinadas a terminar mal, pero no estaba
seguro de para dónde iba. Por esa época perdí a mis padres y
estaba reflexionando sobre el tema de la muerte y leyendo, no
de manera totalmente coincidencial, varios libros sobre gente
que está viviendo sus últimos días. Muerte en Venecia, Mistler’s
Exit de Louis Begley, A Girl with a Monkey de Leonard
Michaels, entre otros. Así que los dos temas terminaron por
confluir.
¿Qué define para ti el carácter de un buen cuento?
Me atrae la clase de cuento que comenzó a hacer Chéjov.
No es una fábula ni una alegoría. No son historias de ciencia
ficción, ni historias fantásticas, ni de horror o experimentales.
Y ciertamente no son la clase de historias que reservan un truco
para el final (¡Ja, lector, te engañé!). Me gustan las historias
que le ponen un espejo a mi vida. Como dijo Raymond Carver:
“Un buen cuento te lee”. Me gusta la clase de cuento que
involucra a personajes de carne y hueso, con quienes me puedo
identificar a medida que avanzan a tientas por la vida. La clase
de cuento que explora el misterio de lo cotidiano y te hace decir:
“Sí, yo me había sentido así antes pero nunca lo había podido
2 84
María Eugenia Rojas Arana
poner en palabras”. La clase de cuento que me pone en un estado
de reflexión en el cual pienso en mi propia vida: en las decisiones
que he tomado, en las cosas que he hecho y en las que he dejado
de hacer, en la clase de persona que soy, en la muerte. Al
producir estas reflexiones, la literatura me nutre de la misma
forma en que otra persona se alimenta a partir de la religión.
Un buen cuento me hace sentir más vivo, me pone en contacto
con mis emociones, hace que me sienta más cerca de entender
el misterio de la vida.
¿Qué tipo de lector buscas?
Un lector que aprecie las cualidades que acabo de mencionar.
¿Cómo son tus rituales de escritura?
Escribir de tres a cuatro horas diarias, eso es lo más
importante. Ese bloque de tiempo puede estar ubicado en
distintos momentos del día, pero tiene que estar ahí. Suspender
en un lugar donde uno sepa que va a poder retomar al día
siguiente. Luego, todos los días, uno tiene que entrar en una
especie de trance, donde se desconecta del resto del mundo y se
convence de que lo que está pasando en la página es más
importante que la vida “real”. Cada escritor tiene una manera
de alcanzar ese estado. Cada escritor aprende a conocer su
“dosis”. Cuando a Faulkner le preguntaron que si bebía mientras
escribía, respondió: “No siempre.”
¿La experiencia de trabajar como taxista en Nueva York o
miembro de un grupo de paz en Nicaragua ha enriquecido tu
escritura?
Creo que es importante que un escritor se resista a llevar
una vida convencional, llena de comodidades. Es mejor tomar
riesgos y lanzarse a una variedad de experiencias. Eso agudiza
la conciencia y permite ver la vida de una forma más verdadera.
Te obliga a enfrentar la sensación de alienación y soledad que
constituye el núcleo de la vida y te impulsa a buscar significado
y conexión. Este es un tema que traté de explorar en Alerta de
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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terremoto. No sólo la idea de ser un extranjero en una tierra
extraña, sino de ser un extranjero en la vida misma. Aquí todos
somos extraños.
¿Crees necesario en tu trabajo literario el conocimiento de
teorías o técnicas de escritura?
Hay algunos conceptos básicos, como los mencionados en
la Poética de Aristóteles, que son útiles al principio, pero lo más
importante es leer a los grandes escritores y leer de manera
analítica. La buena escritura proviene de las emociones y el
instinto, no de las teorías. Uno no ve muchos académicos
saturados de teoría que luego se conviertan en buenos escritores.
¿Como inventas tus personajes?
Trato de crear personajes con profundidad psicológica y
emocional. Y aunque me alimento de la vida real, lo que
importa no son los hechos sino una especie de autenticidad
emocional. Lograr que la voz del narrador sea lo más precisa
posible es muy importante, lograr el tono adecuado.
¿Nostálgico? ¿Irónico? ¿Elegiaco? Hay que establecer el tono
desde el principio porque todo fluye a partir de ahí.
¿Qué opinas de las temáticas de violencia o narcotráfico tan
frecuentes en nuestro país?
En mi libro Alerta de terremoto, este tema constituye una
especie de telón de fondo, pero no es la acción central. No se
puede ignorar el tema del todo, pues de esa manera no se estaría
haciendo una representación precisa del país. El tema de la
violencia ofrece muchas posibilidades para el drama, pero
fácilmente se puede convertir en un melodrama, con mucha
acción barata y personajes poco desarrollados. Me gusta lo que
dijo García Márquez sobre el hecho de que una cosa es el conteo
de cadáveres, el recuento con pelos y señales, que es mejor
dejárselo al periodismo. El escritor literario debería enfocarse
en las historias individuales, la forma en que la gente se ve
afectada por la violencia de manera tangencial. Tienes que ir
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María Eugenia Rojas Arana
más allá de lo tópico hacia lo universal. El personaje de Gatsby,
de Fitzgerald, es un mafioso, pero por supuesto la novela va
mucho más allá de eso.
¿Cómo concilias tu trabajo como docente universitario con la
escritura?
Me encanta enseñar técnicas de escritura y literatura a gente
que está realmente entusiasmada con el tema, pero eso no
siempre es el caso. Claro que siempre hay estudiantes que
responden de inmediato y eso te mantiene animado. Para los
demás, uno espera que algún día se encienda la luz.
Háblame de tu novela Cuestión de familia.
Cuenta la historia de un gringo que lleva más de una década
viviendo en Colombia, y regresa para visitar a su mamá, que
se está muriendo de cáncer. Una “astuta jugadora de bridge”,
la mamá intenta por todos los medios de convencer al hijo que
se quede, hasta que le ofrece su casa con la condición de que él
tiene que vivir allí. Por un lado el hijo se siente exasperado con
las maniobras de su mamá pero por otro lado siente compasión
porque, a pesar de su inteligencia y fortaleza, en el fondo es
una mujer muy sola. La novela es, a la vez, un ajuste de cuentas
con la madre, una declaración de amor, una expiación, un
homenaje, una queja, un lamento, una exculpación, una
confesión, una búsqueda, una burla, un grito de dolor, y una
reflexión sobre la familia, sobre la fugacidad de la vida, sobre
la muerte.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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“LA BALADA DE LAS BALLENAS JOROBADAS”
En la lancha que iba para la isla de Gorgona, con el agua
salpicándole la cara, el olor de los chalecos salvavidas, y el
rugido del motor, John Waite iba pensando en las ballenas.
Junto a él iba sentada una joven vivaz, trompiestirada,
pelilarga, flacuchenta, con piel color brandy y dientes blancos
que le daban un aire de inocencia. Y sólo su nombre, Paola.
No la Paula simple del inglés, sino PaOla, con esa inspiradora
“O” justo en el medio, esa “O” redonda, abierta, imposible de
pronunciar sin entusiasmo. ¡PaOla! ¡Me robaste el corazón!
Sin ser viejo, Waite era llamativamente, quizás hasta
escandalosamente, mayor que la muchacha. Pero llegado a
este punto, ¿qué le importaba?
Olfateó la humedad de su morral para asegurarse de que
era agua marina y no una filtración de licor. Una de las reglas
de la isla era la prohibición de bebidas alcohólicas algo que
tenía que ver con la gran cantidad de culebras que había allí y
que con el alcohol adelgazaba la sangre, apresurando así los
efectos del veneno y no dejando tiempo suficiente para llegar
al continente. Waite había empacado una botella de whisky y
un buen paquete de yerba. ¿Qué le iban a hacer a él?
Se había dado cuenta hace unas semanas. El médico le había
ofrecido quimioterapia vía intravenosa o por pastillas —o nada
“si lo prefiere así”, utilizando en algún momento la frase, “con
las pastillas puede viajar”, lo cual le había ayudado a Waite a
decidirse.
—¿Cuánto tiempo tengo?
— Haga lo que tiene que hacer.
Dejó sus asuntos personales tirados, sacó tiquete para Miami
y de ahí para Cali.
Una ola lamió el bote y Paola agarró el brazo de Waite. Lo
traspasó un correntazo de ternura cuando ella cubrió el morral
amarillo y verde que él le había comprado. Con su poncho,
galantemente la protegió de la remojada.
288
María Eugenia Rojas Arana
Waite volvió a su carreta sobre las culebras y micos y peces
tropicales que verían en la isla. Y que después, para rematar,
irían a ver las ballenas jorobadas.
Paola dio un gemido. —¡Uy, como que voy a trasbocar!
Waite le había dicho que se tomara la Dramamina, pero
ella no había querido.
—Qué bobada —dijo Waite—. ¿Entonces prefieres marearte?
—Las pastillas son malas para uno —dijo Paola—. Mucho
químico.
Paola tenía una cantidad de ideas así de raras. Creía que si
uno leía en el bus se le desprendía la retina, y que las pecas
daban por no secarse bien las goticas de agua antes de salir al
sol. Y le había dicho que uno nunca debía tomar la sobremesa
hasta no terminar toda la comida.
—¿Que qué? —le había contestado Waite.
—Bueno, ¿cuándo has visto un perro comiendo y bebiendo
al mismo tiempo?
Paola era todo un caso: supersticiosa e impulsiva, mimada
y liberada; se enfurruñaba por razones desconocidas y luego
se tornaba eufórica y fuera de control. Era tan delgada que se
le veían las costillas (“¡Flaca, Flaca, tiráme un hueso!”) y
fanática de la salsa; el jazz le parecía “aburridor”, y tenía la
desafortunada costumbre de chuparse los huesos de pescado.
Pero a Waite le gustaba como ella a veces le amasaba las orejas
y en general se habían entendido bien; él vivía pensando que
esto podría funcionar.
Waite la había visto por primera vez el día que llegó al Hotel
Tropicana, a un cuarto que daba al parque enmarcado de
palmeras, desde el cual podía ver los tinterillos con sus vetustas
Rémington, sacando documentos y cartas de amor para los
analfabetos y los solitarios. Se alegró de verlos todavía allí, tal
como los había visto muchos años antes cuando estaba con
Julieta, la que le había destrozado el corazón.
Waite iba pasando por una tienda de ropa llamada La Luna
cuando vio a Paola recostada en la entrada con una cadera
para arriba, mascando chicle, en tacones y estraples, y con ese
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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inquieto aburrimiento refinado de una muchacha de diez y
nueve. Se quedó observándola desde un café situado en la calle
del frente, sorbiendo un tinto, planeando e maquinando.
—¿Por qué no se los prueba? —le dijo Paola mientras Waite
curioseaba los Levi’s chiveados. Lo condujo a un diminuto
cubículo en el cual era casi imposible moverse y donde se tropezó
una y otra vez con la pared hasta que de pronto Paola descorrió
la cortina.
Waite tenía los pantalones a la rodilla.
Paola se quedó allí, de brazos cruzados, mirándolo
ajustárselos.
—Se le ven muy bien.
Se sonrió.
Waite afinó su mirada y le contestó como alguien que no
tiene nada —o que tiene todo— que perder:
—¿Te gustaría ir conmigo a ver las ballenas?
Waite soñaba que se despertaba, oía voces que venían de
afuera. Un resplandor azul brotaba del televisor, el cual
extrañamente estaba en el piso. Al notar que el otro lado de la
cama estaba vacío, iba a la sala y veía que habían recostado
todos los muebles contra la puerta corrediza de vidrio. Había
un mundo de gente afuera hablando y riendo, a muchos de
ellos Waite los había conocido de siempre. Pero no podía
acercárseles porque los muebles bloqueaban el paso.
Ahora el viento le hacía encoger las mejillas, formando una
mueca macabra. Paola todavía se sentía enferma y rehusaba
tomarse las pastillas. Es irracional, pensó Waite, pero como
dijo Keats: “Los que razonan el amor, son incapaces de sentirlo”.
—Espera no más a que veas las ballenas —exclamaba
Waite—. Vienen desde la Antártica, a 8.000 kilómetros de aquí,
la migración más larga de cualquier mamífero.
Toda esta información, todo esto que había almacenado en
la cabeza: los significados de raíces latinas, las vidas de los
filósofos… ¿Para qué? ¿Para que súbitamente se borrara, como
palabras escritas en el tablero?
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María Eugenia Rojas Arana
—Me han dicho que hacen los sonidos más extraordinarios
—siguió diciendo Waite—. Es decir, los machos, durante la
época del apareamiento. Largas secuencias de sonidos repetidos,
que por definición son “cantos”.
—Estoy impresionada —dijo Paola en un tono sarcástico.
Era su costumbre. Julieta nunca era así. (De hecho, ella siempre
quería que él tuviera más entusiasmo; estaba cansada de su
cinismo. Que fue en ultimas la razón por la cual ella empezó a
salir con otro. Pero ése era otro cuento.)
Sin embargo, cuando llegaron a la isla Paola se presentó a
las autoridades del parque como la pareja de Waite. Eso tocaba
ciertas fibras íntimas de Waite. Después, camino a la cabaña,
le preguntó si él pensaba que un hombre debía ayudar a su
pareja financieramente.
Waite lo pensó por un momento. —Depende.
—¿De qué?
—De si ella actuaría como si lo sintiera en caso de perderlo.
En Cali, Paola vivía cerca de la cárcel: bombillas rotas en el
alumbrado de la calle, lotes llenos de basura, oscuros personajes
midiéndole a uno el tiro para tumbarlo. El muro que rodeaba
la casita de bahareque estaba coronado por botellas quebradas.
Adentro colgaba un cuadro de la Virgen. Paola, vestida con un
vaporoso traje blanco, dijo:
—¡Hola Gringolandia!
En un restaurante en lo alto de la ciudad, abriendo folletos
y plegables de las agencias turísticas, Waite había elaborado el
asunto del viaje.
—Yo no puedo faltar al trabajo —le dijo Paola, mientras
sorbía un jugo de borojó con un pitillo.
—Dile a Gina que te remplace.
Waite había memorizado cariñosamente los nombres de las
compañeras de trabajo de Paola, sus familiares y personajes
célebres preferidos. Había escuchado atentamente cuando ella
le contaba todo acerca de su libidinoso jefe contrabandista, y
sobre su situación en casa con el padrastro recién muerto —
asesinado, nada menos— y sobre su hermana, quien necesitaba
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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mucho cuidado porque era —Paola buscó la palabra— especial.
—No puedo —decía Paola—. Necesito la entrada.
—¿Cuánto ganas al día?
Ella le dijo.
—Lo triplico.
Sus ojos lanzaron dardos.
—¿Qué crees que soy?
—¿Sabes todo lo que este viaje significa para mí?
Paola se mordió los labios.
—Tienes que hablar con mi jefe.
La vista de la cabaña, rústica y cómoda, con una estrecha,
mullida cama donde dormirían, casi hace llorar a Waite. Él se
imaginaba a los dos en un lugarcito en la ciudad, con una
terraza donde podrían colgar una hamaca y mirar las
montañas con la brisa del atardecer.
Waite le preguntó a Paola si alguna vez había estado
enamorada. Sólo con el motociclista, le dijo ella, y le contó que
él acostumbraba montarla en la parrilla de su rugiente Suzuki,
llevándose por delante los semáforos en rojo, zigzagueando por
entre el tráfico. Era un loco, siempre a toda. Completamente
sin frenos.
Paola lo conoció en una discoteca; bailaron hasta el
amanecer. Ahí fue cuando él le puso burundanga en la bebida
y se la llevó a un motel. Paola se despertó furiosa pero pronto
se calmó. El era todo un encanto; ella no lo quería dejar ir.
Una noche luego de mirar televisión con él en el sofá, Paola
lo despidió en la puerta. Momentos después, escuchó el gruñido
de la Suzuki y cuatro disparos. Corrió afuera y lo encontró
retorciéndose en el piso, ruñendo el pavimento.
Se le salían las lágrimas con solo contarlo.
Esa tarde el guardaparques dio una charla acerca de la fauna
de la isla. Había allí tantas serpientes, explicó, debido a que
hace millones de años esta isla era la cima de una montaña;
cuando las aguas subieron, las serpientes buscaron las tierras
más altas. Los españoles la bautizaron “Gorgona” por las
hermanas de la mitología griega con cabellos en forma de
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María Eugenia Rojas Arana
serpiente. El guardaparques mostró varias culebras grandes
conservadas en jarras con formol —corales, cascabeles, tallas
X— explicando sus diferentes características y la potencia del
veneno.
Después mostró una película sobre las ballenas. Las
jorobadas eran de las criaturas más elegantes del mundo, dijo.
Los sonidos que hacían le erizaron los pelos de los brazos a
Waite. Era el sonido más extraño que él había escuchado, y así
y todo, el más misteriosamente familiar, como si lo hubiera
conocido desde siempre o como si, de algún modo, siempre
hubiera sentido que algún día lo conocería.
Parecía ser no una sino muchas llamadas distintas, como si
vinieran de muchos animales diferentes, o de uno imitando al
resto, a todo el reino animal. Había mugidos, chillidos, aullidos,
bramidos, y un sonido casi como llanto, como si las inmensas
criaturas estuvieran desesperadas por explicar algo pero no
supieran cómo hacerlo. Como si fueran apenas lo
suficientemente inteligentes para saber que había algo que
querían decir, y no tan estúpidas como para no importarles
que no podían hacerlo.
Los científicos no estaban seguros de por qué cantaban las
jorobadas, decía la película, o lo que significaban los cantos.
Algunos pensaban que eran refinadas exhibiciones acústicas
para atraer a las hembras. Otros creían que los patrones de los
cantos ayudaban a las ballenas a comunicarse a través de las
grandes distancias, dándoles quizá información acerca del viaje.
Aquella noche Waite tuvo el mismo sueño en el cual se
despertaba y encontraba todo el mobiliario contra las puertas
de vidrio. Podía ver a toda la gente que estaba ahí afuera
hablando y riendo, pero no se les podía acercar, o ni siquiera
hacerse ver.
Se despertó sudando, con el estómago engarrotado. Paola,
a su lado, respiraba profundamente con la boca entreabierta.
El quiso tocarla, agarrarse a ella, desatar todas las ansias locas
de su corazón. En lugar de eso, fue dando tumbos hasta su
morral y sacó el whisky. Luego de varios largos sorbos, se acordó
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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que no se había tomado las pastillas. Entonces sacó dos y se
llevó la botella a la boca. No, no estaba bien, pensó, y entonces
las pasó con agua y después se tomó el whisky.
Visible en el morral de Paola había una postal de la isla. Sin
quitarle el ojo, Waite subrepticiamente la sacó. Se conmovió
con loso disparejos aunque resueltos garabatos: Hola Mamá.
Me mareé en el barco. El gringo me compró un morral. Todo
el tiempo lee y todo lo subraya. Me dice que no coma con los
dedos…
Waite volvió a poner la postal en el morral y se quedó ahí
mirando a Paola dormir. Había estado sin una mujer en
diferentes etapas de su vida; había devaneado con ellas sin
pensar nunca que lo dejarían colgado de la brocha. Decir que
Waite tenía miedo de morir habría sido incorrecto; estaba
aterrado.
Salió y se puso a mirar las estrellas —la nochelp estaba
despejada y brillante. Se tomó un sorbo de whisky y se quedó
escuchando el golpe de las olas. Desde que era niño le fascinaba
el mar. Recordaba de chico andar por el borde de la playa, con
la chispeante agua a los tobillos, cautivado por los pájaros que
entraban inmediatamente la ola empezaba a retirarse y
regresaban apresuradamente cuando esta volvía, para evitar
que el agua los hundiera. El recuerdo volvió con una fuerza
inesperada, todas sus esperanzas e ilusiones; podía revivir
exactamente las sensaciones como si estuvieran allí, y
súbitamente la idea de tener que soltar todo se le hizo casi
arrolladora. Chupó otra vez de la botella y en su mente empezó
a escuchar el canto de las ballenas —esa balada noble,
obsesionante, ese rugir y llorar y chillar, todos esos
incomunicables mensajes de lo profundo.
Algo se movió en el rastrojo; Waite brincó hacia atrás y se
quedó quieto. Casi la pisa. Y ahora se encogía, mirándolo
fijamente con ojos elípticos. La cabeza fue ancha y triangular
y el cuerpo gris con bandas oscuras. Waite sintió un chorro de
adrenalina e hizo algo que lo sorprendió a él mismo. Arremetió
contra la culebra, toreándola, azuzándola a atacar. El animal
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María Eugenia Rojas Arana
se enrolló y recogió la cabeza, batiendo su lengua larga y partida.
Y atacó. Waite saltó para atrás; por un tris no lo alcanzó.
Después, súbitamente se dio vuelta y se largó.
Waite abrió los ojos la mañana siguiente y se encontró a
Paola ya vestida con un bikini verde limón de tiritas que habría
podido caber en un una copita aguardientera. Se había aceitado
su piel canela. Daba vueltas y cantaba eufórica: había baile
esa noche.
Waite no era un gran bailarín, eso lo había dejado muy claro.
—¿Quién habló de bailar?
Paola lo miró asombrada.
—¡No lo puedo creer! —Saltó a la cama y comenzó a brincar,
cayendo cada vez peligrosamente más cerca de la entrepierna
de Waite. La cama traqueaba estrepitosamente.
—Bueno, bueno, bueno —dijo Waite—. Está bien, vamos a
ir. Pero mañana vas conmigo a ver las ballenas.
Ahora ella quería que le pusieran trenzas. Waite había
pensado llevarla a caretear. Había esperado ansiosamente darle
las instrucciones, con paciencia y seguridad, cogiéndola en la
cintura para que flotara.
Cuando Paola se estaba poniendo las sandalias, Waite sintió
algo húmedo en el borde de los labios. Se tocó debajo de la
nariz y vio los dedos rojos de sangre. Rápidamente se metió al
baño, cerrando la puerta como si tuviera un exceso de modestia.
En un rancho de paja en la playa estaba sentada en un banco
una mujer robusta con un diente de oro; dos mujeres más
jóvenes le ayudaban. Las tres iban agarrando mechones y
trenzando, rematando cada punta con una chaquira de vivo
color. Con la cabeza quietica, Paola disfrutaba la atención. Una
astilla de incienso de jazmín ardía en un tazón de barro y en
una radio sonaba música costeña.
Las tres mujeres reían y charlaban con su vivaz acento,
haciendo comentarios aparentemente relativos a Waite, quien
estaba sentado a cierta distancia escribiendo una carta,
haciéndose el que no prestaba atención. Una de ellas se dirigió
a él en inglés machucado.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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—¡Ella quiere saber dónde se encuentra otro como usted!
Era la peinadora con un diente de oro, señalando a una de
las muchachas, que se sonrió tímidamente y se tapaba la boca
con la mano.
—Ella dice que se va y le lava los platos y le brilla los zapatos.
¡Jua! ¡Jua! ¡Jua!
Todas rieron. Waite también se rió. Miró a Paola, quien
volteó la cara para otro lado, apretando los labios.
Waite siguió con su carta. Le estaba escribiendo a su
hermano menor, el abogado, el responsable en la familia:
Bueno, llegué; todo va según lo planeado. La isla es tan bella
como la recuerdo, y me acompaña una hermosa joven que te
haría morir de la envidia. Trabaja en un almacén de ropa
llamado La Luna. La puedes contactar allí. Quiero que le des
lo que me vaya a tocar, ¿está bien? Poco a poco, o como quieras
hacerlo…
De pronto otra mujer entró al rancho, flotando en esencia
de aceite de coco y el tintineo de chaquiras. Sacó los naipes del
tarot y ofreció leerle la mano a Paola. Cuando la adivina le vio
las ganas, subió el precio.
Pero Waite no se arrugó. Cuando todas las miradas buscaron
su respuesta, alzó los ojos y asintió galantemente.
Doblando hacia atrás los dedos de Paola y examinándole
cuidadosamente la palma, la adivina anunció con una voz
pausada, ronca, que Waite y Paola “se envejecerían juntos”.
—¡Bravo! —gritaron las muchachas.
Paola quedó muda, turulata con el peso de la profecía.
Esa noche, en el kiosco con la salsa a todo dar, Paola bailó
la primera pieza con Waite. Hizo muecas cuando él le pisó los
zapatos y la volteó chambonamente, haciéndole tumbar una
silla. Achantada, le pidió que más bien se sentara y descansara
y aceptó bailar con un tipo de cabello recogido.
Waite cogió una mesita que estaba cerca de unas parejas.
Sorbió del whisky que escondía bajo la silla. Tenía la cara
encendida. La sangre se le apretaba en las orejas.
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—Hola —le dijo en voz alta a la pareja junto a él—. Anoche
casi me pica una culebra.
—¿Cómo? —gritó el hombre por encima de la música.
—¡Una culebra! —le dijo Waite—. ¡Casi me agarra!
Se pasó los dedos por el cuello, y luego volteó las palmas de
las manos hacia arriba como diciendo, “Bueno, ¿qué le vamos
a hacer?”
El hombre se quedó perplejo y señaló los oídos.
Waite asintió y miró a los que estaban bailando. Todo parecía
remoto.
De pronto, cediendo a un descabellado impulso, se levantó
y comenzó a empujar su mesa, poniéndola junto a la de la
pareja de enseguida. Luego la siguiente, y la siguiente, también
esas. Puso seis o siete mesas ahí todas juntas —Perdón, por
favor —regando las gaseosas y la esperma de las velas hasta
que toda la gente quedó junta, un grupo grande de gente, todos
a la orden de Waite, quien comenzó a narrar su aventura con
la culebra, hablando estrepitosamente, levantándose para
representar, súbitamente en seguidilla, exagerando y
adornando, haciéndose el temeroso y luego el temible, el
imprudente y el sabio, filosófico frente al destino. Citó de Julio
César: “El cobarde muere mil muertes, el valiente solo una”.
Waite nunca había sido tan divertido. ¡Y lo disfrutaba! Todos
estaban impresionados, hasta Paola, quien se recogió las trenzas
tras las orejas y sonreía coquetamente. Por un momento todo
fue perfecto.
Pero entonces la música arrancó y todos se fueron a bailar.
Waite se despertó antes del amanecer. Había neblina y hacia
frío. Un pájaro nocturno cantó y un grillo rasgó una melodía.
Waite se vistió silenciosamente, dejando dormir a Paola. En el
espejo su cara no se veía mal del todo. Pero quizá era como en
las peluqueadas: siempre se ve mejor antesitos de parecer peor.
Se aseguró de tener consigo la cámara, el bloqueador, la gorra.
Luego abrió un cartón de jugo y se sirvió dos vasos.
Despertándose, Paola se estiró y bostezó.
—¿Por qué sencillamente no vas solo? —dijo.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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Waite agarró la baranda de la cama. Lo sabía. Lo sabía. Se
quedó detallándola atentamente, interminablemente, tratando
de decidir.
Finalmente, asentó la cabeza con decisión y arrojó el sobre
en la cama.
—Ten —dijo—. ¿Puedes despachar por correo esto con el
tuyo?
Waite se recostó sobre la proa del barco, con el viento dándole
en la cara. Se quedó mirando fijamente al horizonte de nubes
arremolinadas, lejos, lejos donde el agua se juntaba con el cielo.
Luego de un rato llegaron a un sitio donde montones de peces
flautas saltaban del agua, y un mundo de gaviotas se clavaba
para sacarlas. Una buena seña, le explicaría Waite a Paola si
ella estuviera allí.
De pronto el mar se aquietó, y la luz del sol se descompuso
en prismas. El barco disminuyó la velocidad y se silenció,
meciéndose en las olas. Y luego emergió un inmenso chorro
de agua. Seis veces la altura de un hombre, una columna que
se expandía en lo alto. Una enorme aleta trasera se alzaba y
caía con un estruendoso golpe. Waite miraba hechizado a la
gigantesca criatura emerger y volver a hundirse, para después
surgir una vez más, rompiendo el agua majestuosamente.
Después se sumergió —de algún modo Waite lo sabía— por
última vez, clavándose en la oscuridad y desapareciendo,
dejando solamente un círculo de espuma que se desvanecía.
Waite, con la cara en candela, percibía en sus oídos sonidos
presurosos y agitados, sonidos submarinos, gritos y alaridos
interrogativos… Toda ballena canta una canción única de su
grupo. Era lo último que él había subrayado en el libro. Cada
año las jorobadas emiten un canto nuevo, el cual contiene
elementos del canto del año anterior. Con el tiempo el canto
cambia completamente.
Waite se puso de frente al viento y aspiró profundamente,
sintiéndose regocijado, como se sentiría uno después de pasar
un gran susto. Esto es algo que puedo hacer. Luego cerró los
ojos y escuchó el canto.
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María Eugenia Rojas Arana
LA EXPERIENCIA DE LO INEFABLE
Un narrador testigo que no participa como actor de esta
historia que relata y cuenta en tercera persona verbal, creando
una prioridad del discurso sobre la fábula y convirtiéndose en
mediador entre los acontecimientos narrados y el lector, como
observador y conciencia del personaje John Waite, el gringo
que vive una dolorosa experiencia al ser informado por su
médico del carácter terminal del cáncer que padece, circunstancia trágica que lo lleva viajar al trópico colombiano y realizar
una última aventura en el encuentro con Paola, la joven caleña,
a quién invita a acompañarlo a Gorgona en busca de las
yubartas o ballenas jorobadas , esos enormes cetáceos que llegan
a aparearse y tener sus crías en el mar Pacífico, buscando
escuchar sus cantos y mantener así ese breve y frágil hilo de
esperanza que le queda para esperar sin prisas el trágico final.
Una indiscutible identificación se percibe en el punto de vista
de la voz enunciativa, que sin abandonar su función narrativa
y acudiendo al estilo indirecto libre, que combina magistralmente con apariencia de objetividad, su forma de contar y los
parlamentos de los personajes que expresan en diálogos sencillos
y precisos sus pensamientos y deseos, confirman su verosimilitud como efecto del contrato hecho entre el escritor y este
nuevo mundo posible que se nos parece tanto a lo real vivido
con sus consistencias y paradojas.
La estructura textual del relato obedece a una teatralidad
que le es propia, hecha de planteamiento, confrontación y
resolución. Acudiendo en algunos momentos a la manifestación
de un orden secuencial de los acontecimientos, sin abandonar
las retrospecciones a la que acude el protagonista en sus recuerdos, para enriquecer la historia relatada y dotar de nuevos
sentidos las vivencias más próximas en su relación con el
pasado, haciendo del conflicto interior ante la muerte inminente el detonante indiscutible de acciones sublimatorias que
se expresan en la búsqueda del amor, en la conjunción con la
naturaleza , en el encuentro maravilloso con las ballenas y sus
Cada uno con su cuento: antología comentada...
299
cantos; verdadera afirmación del cuerpo, de los sentidos y de
las emociones; experiencia irrepetible que lo hace uno con esos
otros yo que lo habitan y lo independizan del autor que le ha
dado vida.
La sucesión de lugares fácilmente reconocibles en las
descripciones identifican los espacios dramáticos y obedecen a
la estructura de viaje planteada desde el principio y a las
intenciones del personaje para trascender en su deambular por
el mundo del trópico, la precariedad de la enfermedad que lo
amenaza.
La vivencia estética se traduce en experiencia sensible que
se expresa en el agrado que se percibe por los sentidos: “Waite
miraba hechizado a la gigantesca criatura emerger y volver a
hundirse, para después surgir una vez más, rompiendo el agua
majestuosamente…..con la cara en candela, percibía en sus
oídos sonidos presurosos y agitados, sonidos submarinos, gritos
y alaridos interrogativos……Waite se puso de frente al viento y
aspiró profundamente sintiéndose regocijado”17.
El arte del escritor está en la elección significante que le
permite poner de manifiesto en el ejercicio literario esta
experiencia trascendente del encuentro del protagonista con el
mundo marino y su canto de sirenas, ejerciendo la libertad de
ser para sí y engañando a la muerte, en la búsqueda de la
realización del deseo como pulsión de vida que se deja escuchar
desde lo más íntimo y lo transforma en ese otro ser gozoso que
se reclama eterno y se define como sujeto absoluto del
momento irrepetible del existir.
17
Tim Keppel: “La balada de las ballenas jorobadas”, Pág. 11.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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Cada uno con su cuento: antología comentada...
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CONSUELO TRIVIÑO ANZOLA
(BOGOTÁ, 1956)
Narradora y ensayista colombiana, es doctora en Filología
Románica por la Universidad Complutense de Madrid, ciudad
donde reside. Ha colaborado en revistas como Cuadernos
Hispanoamericanos y Quimera y en el ABCD de las Artes y las
Letras. Ha sido profesora de Literatura Hispanoamericana en
universidades de España y Colombia. Actualmente trabaja en
el Instituto Cervantes.
Ha publicado las novelas Prohibido salir a la calle (Bogotá,
Planeta, 1998), La Semilla de la ira (Bogotá, Seix Barral, 2008),
Una isla en la luna (Murcia, Alfaqueque, 2009) y los libros de
relatos: Siete relatos (1981) El ojo en la aguja, Mirada Malva,
2000 y La casa imposible, Madrid, Verbum, 2005. Ha sido
premiada en certámenes literarios en Colombia e incluida en
numerosos trabajos críticos en revistas del mundo académico,
tanto en Europa como en los Estados Unidos. Sus cuentos han
sido traducidos a otras lenguas e incluidos en antologías y
publicados en revistas de reconocido prestigio internacional
como Puro cuento, Caravelle, L’Ordinaire Latinoamericaine
y Torre de Papel y Barcarola, entre muchas otras más. De su
obra se han ocupado críticos de reconocido prestigio
internacional como Julio Ortega, Álvaro Bernal, Luz Ángela
Robledo, Helena Araújo, William Ospina, Arturo García Ramos,
José Manuel Camacho Delgado, Darío Ruiz Gómez y Helena
Usandizaga.
Como ensayista ha obtenido becas para realizar proyectos
de investigación y publicado libros en importantes colecciones
entre las que se destacan: Vargas Vila, Diario secreto, con una
304
María Eugenia Rojas Arana
beca de la Comisión Estatal Española para la Celebración del
V Centenario del Descubrimiento de América, editado en
Arango—Ancora editores de Bogotá, 1989, Norte y sur de la
poesía iberoamericana, antología poética, editorial Verbum,
Madrid, 1998. Germán Arciniegas, Madrid, AECI, 1999, Col.
«Pensamiento Crítico Latinoamericano». Pompeu Gener y el
modernismo, gracias a una beca de la Fundación Caixa de
Catalunya, publicado en Editorial Verbum, Madrid, 2000 y con
la financiación de la Dirección General del Libro y Bibliotecas
del Ministerio de Cultura de España. Con la Dra. María Ángeles
Querol, ha publicado la mujer en ‘el origen del hombre’,
Barcelona, Bellaterra, 2004 y una Biografía de José Martí para
la Editorial Panamericana de Bogotá (2004). Sus trabajos de
crítica literaria se han incluido en obras colectivas de prestigio
como: Culturas literarias. Historia comparada de la Literatura
Latinoamericana de la Universidad de Toronto, publicada en
Oxford University Press (2004).
EL RELATO, ESE LUGAR DE LA LIBERTAD
Y EL JUEGO
La semilla de la ira. En esta novela biográfica, la escritora
rescata el pensamiento, la poética y la voz íntima de José María
Vargas Vila expresada en sus ensayos y novelas y descalificada
tantas veces por el canon literario de su época y tal vez por eso,
logra ser uno de los autores más leídos por los sectores populares
maravillados con la expresión furiosa de su universo pasional.
El texto, con la asombrosa delicadeza y sobriedad que
caracterizan a su autora, da cuenta del espíritu de la política y
la religión de finales del siglo XIX y pinta un retrato acabado y
conmovedor de un personaje complejo que lucha por la
expresión libertaria de su palabra, contra la intransigencia y el
odio de la cultura pacata de su tiempo.
Prohibido salir a la calle. Novela publicada por la Editorial
Planeta, Bogotá, 1998. En el contexto de los años 60 y 70 de
Bogotá, se describe el proceso de modernidad de una ciudad
Cada uno con su cuento: antología comentada...
305
conservadora y tradicional que evolucionará hasta convertirse
en una gran urbe, con un espacio amenazante donde la
narradora protagonista, recrea su pasado a partir de sus temores
y de su relación imaginaria con la ciudad. Su salida a la calle,
la enfrenta a una aventura temeraria donde descubre diversas
voces, formas de convivencia, seres y conflictos, logrando
contrastar la urbe que crece como espacio social y su propia
transformación.
La casa imposible. Libro publicado por la editorial Verbum
Madrid en 2005, está compuesto de 19 relatos que retratan la
condición femenina de personas anónimas que viven en
condiciones adversas, viviendo en la desesperanza, en el odio o
el tedio de la vida en pareja, que refuerza la soledad y el
sentimiento de fragilidad de los seres humanos que deambulan
por la urbe.
No es gratuito que el relato que encabeza este texto se titule
“Una va sola” y que la protagonista anónima y solitaria enfrente
los prejuicios que la sociedad conservadora y patriarcal le
impone y en el encuentro insatisfactorio vivido con un extraño,
se manifieste su dolorosa insatisfacción.
El ojo en la aguja. Publicado por la Biblioteca Babab en 2000.
Consta de siete relatos donde se abordan los temas del
desencuentro amoroso, la relación de los personajes con el
erotismo, la soledad y la muerte; seres resentidos que buscan
siempre la venganza en la realidad o en el fantaseo.
Una isla en la luna. Novela publicada por Alfaqueque
Ediciones, 2009 (Murcia, España), construye personajes
inmersos en historias amorosas displacientes, en momentos
en que se juegan la vida buscando vivir todas las utopías y
transformar el mundo convulsionado para convertirlo en otro
más grato .En el relato construido entre la parodia y la ficción,
dialogan el romanticismo y las propuestas vanguardistas. Su
lenguaje poético y su temática, hacen de este texto una hermosa
propuesta estética y testimonial.
306
María Eugenia Rojas Arana
EL EXILIO COMO TOMA DE DISTANCIA DE SÍ
Un día cualquiera, una joven abandona el paraíso de su
infancia y de su adolescencia para radicarse en España, la tierra
que de alguna forma le tenían prometida y atendiendo a una
urgencia vital, decide dedicar el resto de su vida a testimoniar
en su escritura el mundo que deja y ese otro que la acoge y
desde su sentimiento de mujer denunciar en acto, a través de
diversas ficciones, la precaria situación femenina, hecha de
ceremonias secretas y públicas, de amores contrariados,
extrañezas, sumisiones y duelos.
Al leer sus cuentos y novelas concluyo que Consuelo Triviño
ha intentado mantenerse fiel a lo más grato de su pasado, pues
no en vano se viaja, se recorren nuevas geografías, se entretejen
antiguos y nuevos recuerdos en la memoria, que en el
desarraigo propio del inmigrante y la inevitable alteridad
construida en el diario vivir, le han permitido recrear la ciudad
imaginada, la Bogotá literaria de Prohibido salir a la calle como
pretexto para no olvidar su origen, tan lejano, tan próximo,
tan querido.
A esta mujer lúcida, franca y tierna, hecha de sueños,
anhelos y realidades, he tenido el privilegio de encontrar por el
camino de la literatura e identificarme con ella a través de la
lectura, de la diversidad imaginaria de sus ensayos, novelas y
cuentos y de sus propuestas éticas y estéticas, auténtico lugar
del pensamiento analítico y de la palabra que se teje. Entonces
he podido apreciar la relación entre una vida contestataria y la
dedicación al oficio narrativo, que recrea críticamente nuestra
convulsionada y contradictoria historia nacional.
Hubiera querido tener una cita con ella como lo hacen las
amigas; tal vez tomarnos una taza de café en cualquier terracita
madrileña, detener el tiempo de este planeta azul y hablar sin
prisa de cosas de mujeres, interrumpiéndonos, yendo y viniendo
de un tema a otro, confidenciando y riendo hasta las lágrimas
de nuestros pasados desencuentros amorosos, que
afortunadamente hoy son literatura. Hubiera sido lindo disfrutar
Cada uno con su cuento: antología comentada...
307
esta conversación una noche de viernes frente a una copa de
vino con música flamenca o compartiendo los motivos de
Joaquín Sabina “para decir adiós” a todos los duelos, pero la
realidad, ese mundo imposible del afuera y la distancia
geográfica que se impone necesariamente, también nos acerca
y da lugar a esta entrevista realizada por Internet una
madrugada de octubre de 2009:
¿Cómo te iniciaste en la Literatura?
Me inicié en la literatura con la lectura, pero en realidad mi
vinculación es anterior. Mi madre nos acercó a la poesía desde
muy pequeños, solía hacernos repetir versos de Neruda, de
Gabriela Mistral y de Juan de Dios Peza. Me aficioné a los libros
por soledad y ya se sabe que la pasión por la lectura puede
llevar a la escritura porque al leer un libro sientes que te hubiera
gustado escribirlo, que podrías escribirlo. Entonces empecé a
escribir mis pensamientos, pero la verdad es que me inicié como
escritora en la universidad y animada por el mundo que se
abrió ante mí con la lectura de los clásicos.
¿Y cómo fue tu vinculación con el cuento?
Empezó con Borges. “Emma Zunz” fue el cuento que más
me impresionó. De alguna forma encontré en la escritura una
forma de venganza, de conjurar los temores. La protagonista
urde una trama para vengar al padre. Entonces me propuse
empezar un cuento y trabajarlo durante dos o tres semanas.
Mi profesora de Literatura me animó a seguir. A ella debo el
valor que hacía falta para avanzar en ese camino tan incierto.
Tenía la necesidad de escribir, eso era todo. Lo que ocurre es
que la lectura de Joyce y de los grandes maestros
latinoamericanos me mostró un horizonte infinito.
¿Tu vida infantil determinó tus elecciones literarias?
Evidentemente, el ambiente familiar influyó en mi relación
con la literatura, pues aunque no teníamos una biblioteca mi
padre llevaba a casa libros adquiridos a través de amigos y que
308
María Eugenia Rojas Arana
luego nos dejaba para que mi madre los leyera. Él leía a José
Ingenieros, al Conde de Vonley, a Eduardo Zalamea Borda o a
Jorge Zalamea, que habían marcado una época. Su libro
preferido era El sueño de las escalinatas de Jorge Zalamea. Yo
leí Cuatro años a bordo de mí mismo a los quince años y aún
siento el impacto de aquella lectura. No teníamos biblioteca
pero en el colegio sí había y yo empecé a pedir libros todas las
semanas.
Háblame de algunos escritores que influenciaron tu escritura.
Entre los hispanoamericanos, fueron Borges y Roberto Arlt
quienes más influencia ejercieron en mí. En la Universidad
me correspondió vivir la época inmediatamente posterior a
Mayo del 68 en la que se formaron muchos de mis profesores.
A ellos debo la lectura de Sartre, Camus y Malraux. Además,
yo estudiaba lenguas como el francés y el inglés, además del
español y esto me puso en contacto con la mejor literatura
universal: Joyce, Proust, Tomas Mann, Kafka que también
influyó en alguna medida en mí.
¿Qué define el carácter de un buen cuento?
Yo me acojo a la definición de Cortázar en ese texto clásico
titulado “Algunos aspectos del cuento” y que nos permite definir
el género por su intensidad, brevedad y el elemento sorpresa
que cierra el episodio. Pero a veces he escrito relatos que se
salen de esta regla y que se convierten en divagaciones de
personajes extrañados que miran el mundo con cierta ajenidad
y esa es la intención que hay detrás, más que la idea de
sorprender al lector con un golpe efectista, que también es un
riesgo.
¿Crees que conocer las técnicas de escritura es importante para
la producción literaria?
Sí, pero eso no quiere decir que no se pueda escribir sin
conocerlas. De hecho, yo no era muy consciente de las técnicas
cuando empecé a escribir. Ahora por ejemplo me preocupo más
Cada uno con su cuento: antología comentada...
309
por el punto de vista, pero antes los cuentos me salían de
determinada manera.
¿La experiencia del viaje y vivir en el exilio han enriquecido tu
escritura?
Sí, porque el exilio en alguna medida te convierte en el “otro”.
Vives en tu propia piel la consciencia de la otredad, miras el
mundo, a veces, con la ajenidad de algunos de los personajes de
los cuentos fantásticos. Por otro lado, la distancia respecto al
lugar de los orígenes le da una dimensión distinta a la escritura.
¿Cuál otro acontecimiento ha sido determinante?
No sé si en mí existe la necesidad de dar vida y encontré en
la escritura una forma de colmar ese deseo o de compensar en
alguna medida esa carencia. En mi caso, escribo por soledad,
pero también busco la soledad para escribir porque la
experiencia de la escritura no puedo compartirla con nadie. A
veces, me las arreglo para que nadie irrumpa en mi espacio,
me siento a gusto cuando consigo el tiempo que “necesito
perder”, antes de dar forma a algo que puede llegar a ser un
cuento o una novela.
¿Cuál es tu mejor cuento y por qué?
Me gustan “Una va sola” por ser el primero que escribí con
la consciencia de que estaba escribiendo y viviendo a la vez un
cuento; también “Carpe Diem” y “Sólo para hombres”. Son
cuentos que reflejan muy bien la desolación.
¿Y la relación de tu escritura en relación con tu contemporaneidad histórica?
La pienso situada siempre en un momento del pasado, un
pasado que se añora porque en él está anclada esa persona que
fui. Alguien que miraba el entorno de una manera muy
diferente a cómo mira la persona que escribe, que soy yo y al
mismo tiempo, no soy, pero que vive de alguna manera en la
escritura; es el tema borgiano del doble, y de los espejos, de los
310
María Eugenia Rojas Arana
muchos que hemos sido y somos. Los personajes no son más
que proyecciones de lo fuimos o de lo que fuimos y quisimos
ser. Por eso, la literatura es, a la postre, una posibilidad de
felicidad. Esto no quiere decir que no me importe el presente
porque de este presente me afecta e incide de manera definitiva
en mi escritura. El mundo ha cambiado tanto y a pasos tan
acelerados que a veces miro alrededor con cierta ajenidad,
sintiéndome yo misma dentro de la ficción. Ha habido un
cambio de valores tan brutal que ya no es posible emitir un
juicio precipitado sobre lo que ocurre.
¿Tienes otra profesión? ¿Cómo influencia tu escritura?
Mi profesión tiene que ver con la literatura, he sido profesora
de literatura hispanoamericana, investigadora, promotora
cultural, gestora de contenidos culturales en la red, lectora,
“reseñadora de libros” y crítica literaria. Mi vida, desde distintos
ángulos, tiene que ver con la actividad de escribir. Durante
mucho tiempo lamenté haber destinado cinco años de mi vida
a hacer una tesis doctoral sobre Vargas Vila. Pensaba que
hubiera dedicado todo ese tiempo a escribir novelas y cuentos.
Era algo que me hacía daño, porque en España, tener una tesis
doctoral no sirve para nada, solo para aspirar a una plaza fija
en la Universidad. Ese es un requisito indispensable. Pero si no
entras en el sistema universitario, no te sirve para nada, como
es mi caso, ahora que trabajo en el Instituto Cervantes.
Entonces me decía que había sido una tontería perder el tiempo,
pero un día me pidieron escribir un cuento inspirado en Vargas
Vila y al terminar sentí que había disfrutado tanto que no podía
parar. Así salió la novela que he escrito inspirada en la vida de
este personaje. Al darla por concluida me di cuenta que no había
perdido el tiempo, todo lo contrario, sin saberlo, lo había ganado
para la creación literaria.
¿Qué piensas escribir ahora?
Un libro de cuentos que tiene que ver con distintos exilios y
que me está dando mucho trabajo.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
311
“LA MUÑECA”
Soñé que muchos hombres pasaban tímidamente por el sex—
shop, iban y venían, disimulando su interés y yo me consolaba
pensando que a ellos no les gustaba demostrar sus sentimientos.
Mi dueño estaba nervioso por la indecisión de los clientes. Las
ventas iban mal y trataba de atrapar a los tímidos con
insinuaciones obscenas sobre los maravillosos aparatos del
placer, sacándolos, acariciándolos con voluptuosidad. Sólo un
cliente se animó a entrar aquella tarde inclemente, con amenaza
de lluvia y nubarrones en el cielo, que empujaba a la gente a su
casa. Los hombres se mostraban indiferentes ante lo que tan
atractivamente ofrecía la vitrina, no sólo por el tiempo, sino
por la falta de deseos.
Yo confiaba en que alguno de esos transeúntes me sacara
de la prisión que me anulaba; por ejemplo, un hombre bajito,
con aspecto extranjero, de pelo escaso y tersas manos, ese que
se detuvo frente a la vitrina, mirando cada uno de los artefactos.
Al verle las manos, sentí que me tomaría con violenta decisión,
permitiéndome ser algo más que un objeto en oferta. Cuando
se acercó a la vitrina simuló mirarme con frialdad, actitud que
mantuvo mientras me sacaban del estuche, envuelta en finas
sedas de papel, como estaba desde que salí de la fábrica. Él
fingió conocer el tema, impidiéndole al vendedor leer la lista de
mis virtudes, las que hacían de mí una muñeca única. Él
tampoco sospechaba con qué fuerza podía arrastrarlo al paraíso
de los placeres, hasta enloquecerlo, convirtiéndome en un
elemento imprescindible en su vida. ¿Cómo iba a imaginarse
que era justamente yo quien lo elegía?
El hombre ocultaba una estructura frágil bajo la gabardina
beige, pese a sus regordetas manos de leñador. El fino empaque
de su cara armonizaba con la boca pequeña y los labios
delgados. El pelo rubio cenizo no parecía conocer el champú.
Pero, en cambio, transmitía en el pálido azul de su mirada una
necesidad de diluirse, de desaparecer en una nube. Medía poco
más de uno sesenta y acariciaba con una sensualidad que me
312
María Eugenia Rojas Arana
erizaba. Sus ojos miraban más allá de mí, buscando quizás a
aquella mujer que marcó su vida y lo empujó a no definirse
por ninguna. Esos ojos atravesaban mi material para luego
cerrarse, guardando una imagen que lo excitaba y animaba a
pegarse a mí para estimularse, humedeciéndose los labios con
la lengua, repitiendo el nombre de esa mujer, como si al envolver
la palabra con su sensualidad, pudiera traerla a su cama.
Ese mismo día me hizo suya, compartiendo el morbo antes
reservado a la oscuridad, frente a la pantalla de su televisor, a
eso de las once de la noche, después de acabarse la lasaña que
calentaba en el horno y comía por obligación, tirado en el sofá.
Entró en su pequeño apartamento, en el centro, y sin desvestirse,
me sacó de la caja, me arrancó el papel de seda y me llenó con
su aire desesperado. A medida que me llenaba con su aliento,
me hacía sentir mujer, moviéndome al ritmo del bolero que
certeramente puso, al tiempo que iniciaba su hazaña pulmonar.
Luego fue al cajón de su armario y sacó del fondo una oscura
y diminuta prenda de encaje. Empezó a vestirme con unos
pantaloncitos de corazón, que luego me arrancó con los dientes.
Así liberaba el deseo del exilio interior, él que era un extranjero,
escindido de sus raíces, atrapado en un monólogo que anulaba
su capacidad de ser en otro con sólo una palabra.
Asumí que mi misión era servirle de consuelo en sus noches
de soledad, que eran todas. Tuve pena por su situación y por
eso oculté mi verdadera naturaleza, para no decepcionarlo, en
caso de que llegara a descubrir que yo no era un objeto
solamente. Me hice mujer con su aliento, fui acomodándome
a la forma de su cuerpo, formé con él nuestro nidito de amor,
para perdurar en una clandestinidad criminal, lejos de las
miradas indiscretas.
Como un niño se dejaba llevar por la curiosidad, tratando
de encontrar el sexo de su muñeca. Cerraba las cerraduras de
todas las puertas de la casa y no atendía al timbre cuando estaba
conmigo. Se transformaba en un diablillo de mágicas manos.
Yo le hacía sentir que no necesitaba mirarme a los ojos, ya que
no tenía ojos. A él no le importaba porque su mirada iba más
Cada uno con su cuento: antología comentada...
313
allá de mí, hacia el lugar donde estaba la otra. Mis ojos eran en
realidad dos botones cuidadosamente dibujados por las manos
delicadas de una obrera china, a la que le pagaban a cuarto de
centavo por botón. Él cerraba los ojos y abría la boca, esperando
el caramelo de su mamá y de esa misma boca salían las
palabras obscenas que lo animaban a avanzar dentro de mí.
A veces me dejaba en mitad de la tarea y yo creía que huía
aborreciéndome. Todo lo contrario, cuando estaba más
animado, volvía a remover los cajones de su armario y sacaba
un vestido de seda roja que se ponía, para acariciarse las nalgas
y que luego colocaba encima de mí, como si se viera en mí.
Era cuando estaba a punto de volverse loco de placer. Se le
ocurrían unas ideas que no estaban en el guión. Yo quería
ponerme muchos vestidos de seda sólo por sentir su mirada
ansiosa llenarse de cuerpos de mujeres inalcanzables. Conmigo
aprendía a despojarse de los prejuicios que le impedían ser.
Perdía la vergüenza, la mesura, el sentido del orden, del espacio
y del tiempo, el pasaporte. Yo no tenía un nombre, pero él me
llamaba con las palabras más tiernas o sucias que se le ocurrían.
Tampoco tenía un documento de identidad. Sólo sabía que sin
el petróleo poderoso no existiría.
Ahora duermo contigo todas las noches y tú te fumas un
cigarrillo, mientras abres mis piernas, acercándote al centro.
Tocas eso que llaman “sexo” y que recibe nombres de animales
extraños o fugaces. Para llegar allí pones una voz gangosa como
de ronquidos de bestia cavernaria. Te salen palabras
incomprensibles de las tripas. Tus murmullos me aturden. Me
hacen pensar que lo humano se separa para dar paso a un
bicho torpe. Me confundes tanto que se me olvida la misión
para la que fui diseñada y entro en una crisis existencial que
me devuelve la memoria del plástico y me ahoga. Trato de no
olvidar que nací cuando me sacaste de la caja para darme una
entidad: ser una cosa tuya, formar parte de un mundo secreto,
al lado de los pantaloncitos de encaje, los ligueros y los trajes
de seda rojos. Quisiera hablarte, pero no tengo voz, quisiera
mirarte, pero sólo puedo presentirte detrás de estos dos botones
314
María Eugenia Rojas Arana
dibujados por las manos de una artista explotada. Llegué de
contrabando a la tienda. Mantengo mi condición de clandestina.
Imitas la que crees mi voz, pero no es mi voz, es la tuya que se
adelgaza y alcanza un tono femenino. Mi temperatura sube al
contacto con tu cuerpo. Tengo la boca abierta para recibirte y
no puedo gemir. Tú insistes en viajar hacia “eso” que está en
medio de las piernas. Quieres que te devore como una planta
carnívora. Exageras el frenesí con la música del fondo y la lluvia
reventando los cristales de las ventanas. La calle es un río turbio
que tapona los desagües.
Quiero acabar con tu soledad, pero no me es posible
acompañarte. No puedo borrar tu pasado para colocarte en un
eterno presente sólo mío. Tal vez prefieras la inocencia de la
otra, su desconocimiento de tu deseo ardiente de ella, su etérea
indiferencia. Repetimos la escena que te gusta, pero cada vez
es menos placentera. Empiezo a sentir celos de la otra y me
aferro a ti con desesperada urgencia. Quiero ser tu encantadora
costumbre, tu vicio secreto, pero tampoco puedo alcanzar ese
sueño si me reduces a un objeto deshechable.
Soy una muñeca plástica. Me compraste en una tienda de
objetos eróticos. No era nadie antes de conocerte, okey. Todo
lo que soy te lo debo a ti. A veces te gusta jugar a las muñecas,
pero como un niño, rompes los juguetes. Me posees porque
eres mi dueño. Me tomas con violencia, como los niños que se
aburren de los juguetes. Ensayas muchos estilos y ninguno te
funciona. Por eso estás encendido de furia contra mí. Te golpeas
la cabeza con mi cuerpo, mientras me llamas puta. Te asustas
de tus fantasías asesinas. Tal vez preferirías que te castigara
por ser un niño malo. Algunos hombres se portan mal para
provocar el castigo de mamá. Te atraigo hacia mí, tirándote de
las orejas. Quieres dejar de ser sujeto. Te angustia ese papel de
ser siempre quien decide el orden del guión. Compraste un goce
efímero que quiero eternizar, para suplir la necesidad de la otra
y me castigas por intentarlo. Tampoco la quieres a ella, es la
visión fugaz de una mujer etérea lo que te hiere.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
315
Yo soy diferente. Me acoplo a tus deseos aunque no los
comprenda. Tarde o temprano acabarás enamorándote de mí.
No te pido pieles ni brillantes. Eres libre como el niño que recibe
el perdón de su mamá después de hacer una fechoría. ¿Quién
puede quererte más que esta muñequita encantadora y
transportable? Me vuelvo tan pequeña que puedes llevarme en
tu equipaje. Con tu aliento alcanzaré la forma de una lozana
mujer dispuesta a complacerte. Estoy celosa, pero lo disimulo,
de modo que soy la perfección plástica.
Qué fácil es cuando te dan placer sin pedir nada a cambio.
Me compraste. No le debes nada a nadie. Me hicieron pensando
en tus deseos, en tu soledad, aislamiento e incomunicación. Mi
hombre tímido, hablo contigo, sólo si me dejas. Pero no debes
olvidar que en el fondo de mí hay una fragilidad que amenaza
nuestra unión. Disfruta entonces lo que puedas antes de
reventarme. No olvides mi delicada condición. Después de tu
explosivo arranque de júbilo, quedarán desperdigadas las trizas
de plástico por los rincones. ¡Cuidado! Quiero perdurar para ti.
Me transmites todas tus ansias, quieres que te diga que estoy
en celo. Me ruegas que te devore desesperadamente, que no
abandone jamás la casa, para no tener que salir a la calle a
buscar una aventura cuando deje de llover. Te gustaría que
lloviera sin parar cuando estás conmigo. Soy tuya hasta mi
muerte, hasta mi desaparición fulminante. Después de todo
no vas a olvidarte de mí. En tu recuerdo quedará estampada la
huella de una muñeca de plástico que buscarás en las otras y
me repetirás en ellas. Las muñecas fuimos programadas para
“necesitar un hombre”. Somos útiles e higiénicas. En realidad
nos crearon con fines profilácticos. Es algo muy normal, estando
como están los cuerpos contagiados de enfermedades.
La vida en un sex shop no tiene sentido si no te compran.
Los hombres me miran pero no se atreven. Sólo tú te atreviste.
Tú, el tímido, el encerrado en sí mismo, el que vive en otra
dimensión, en una zona oscura. Al verme se encendió una luz
y miraste hacia la estantería de arriba donde tropezaste con
estos botones que cubren mis ojos verdaderos. Me guardas en
316
María Eugenia Rojas Arana
la caja. Me ocultas como si fuera una vergüenza. Acepto la
triste condición de clandestina. Una muñeca no debe pedir nada
y sí darlo todo. Pero el encierro en el armario me asfixia y estoy
a punto de volverme humana para protestar. Te espero con
ansiedad para ver la luz. Le hablo a tu mano para que me lleve
a la calle a pasear. Pero tu mano enguantada se adhiere como
una gelatina a mi entrepierna. No acierto. No aciertas. Nos
perdemos. Me dices que tienes ganas, pero a veces me gustaría
volver a la tienda para exhibirme a los otros. Voy a devolverte
el dinero para que me dejes en el punto donde estaba antes de
encontrarnos. Quiero conocer a otros hombres, antes de decidir
que vas a ser mío para siempre. A lo mejor hay que cobrarte
para que aprendas a valorar la entrega de esta muñeca que
quiere darte todo, pero que no aguanta el encierro.
Ensayo a pensar que no existo, que alguien me piensa. Es
tan elemental lo que buscamos que nos da vergüenza decirlo.
A pesar de todo, amor, ven dentro de este agujero imposible,
penetra este material antes de que sea devorado por el fuego.
Soy una muñeca dispuesta a morir por un hombre. No padezco
traumas ni me quedan frustraciones por tu desprecio. El plástico
quedará inundado de ti, mis materiales ceden a la intensidad
de tu deseo, sólo que tienen un límite. Sería mucho mejor si no
tuvieras una meta. Vas a aplastarme con tu pesado cuerpo.
Soy frágil, soy frágil, delicada, hacia arriba, cuidado, atención.
Decir amor con una voz sensual te compromete y te hace
una muñeca problemática. No quiero respuestas, amor, no
espero caricias. Soy una muñeca térmica y auto suficiente.
Desprendes mi cabeza del cuerpo en esa euforia repentina que
te ataca. Soy frágil, delicada, arriba, ojo, inútil, nadie lee las
instrucciones antes de usarme. Me queda el resto del cuerpo
que es tuyo, pues me compraste. Entonces arráncame una
pierna. Soy una muñeca masoquista o insensible al dolor. Mis
senos, amor, insistentemente buscan tus manos de fiera. No
tengo dientes. Si los tuviera, te daría el mordisco que me pides.
Pides tantas cosas tan extrañas que me parece que estás loco.
No alcanzas la plenitud, sólo una vaga imagen de la felicidad,
Cada uno con su cuento: antología comentada...
317
la sensación de la fuga del otro que escapa de ti. El sexo es un
extraño que viene a visitarnos. Parece que se queda por la forma
como se instala, pero en cuanto cerramos los ojos, se nos escapa.
Se exalta de repente y parece que fuera a destruir la casa. Decae
o se entristece sin que pueda explicarnos sus razones. Igual
que el plástico, se infla o se desinfla y sus designios son tan
insondables como los del señor. No se derrite con las llamas,
pero quema y nos quema, tiene sus propias reglas.
Tu sexo se doblega ante lo que represento. Me asigna
poderes. Estoy rota, pero no quiero morir. Regresa antes de
que traspases las puertas de la locura. Ven, deja que tu cabeza
repose entre mis piernas. No volverás al sitio de donde viniste.
Espera, soy frágil, tu cabeza es demasiado grande y me
desgarras. Te dije que si ibas despacio, te quedarían más noches
para vivir este sueño. Cuando yo desaparezca, quedará el vacío
de mí, el peso de una ausencia que es la otra cara del ser. No te
vayas, amor, no huyas, estoy viva dentro de ti. El plástico es
sólo un material, un medio para una forma. No se lo diré a
nadie. Soy muda....
Al despertarme, todas las mañanas te digo, amor, no me
preguntes si te quiero. No sé qué responder. No vuelvas a
decirme que soy la muñeca más dulce que has conocido. No te
quedes mirándome como si fuera de plástico. Soy yo, recuerda,
soy frágil, delicada; y tú, una bestia. Un día vendrás y ya no
estaré aquí. Entonces tendrás que comprarte una muñeca de
plástico para satisfacer tus necesidades.
31 8
María Eugenia Rojas Arana
AQUELLO QUE LA REALIDAD SE ATREVE A
IMAGINAR
Los mundos a los que nos tiene acostumbrados Consuelo
Triviño en sus variadas ficciones de cuentos y novelas, obedecen
a experiencias propias o ajenas registradas por una visión
pasional sobre el diario vivir y transformadas en relatos en la
práctica de la escritura. Pero no ocurre lo mismo con “La
muñeca”, el cuento que nos ocupa, pues no parece obedecer a
las reglas lógicas e ideológicas que se construyen desde lo
verosímil cotidiano, es más bien una historia fantaseada que
explora una situación límite de soledad y desarraigo y nos
permite, en virtud de un ritmo expositivo, detallado y lento
hasta el final del inesperado desenlace, asistir imaginariamente
a esa escena primaria tantas veces imaginada de la sexualidad
de los padres, como testigos obligados del encuentro erótico
entre dos personajes: el hombre insignificante y solitario,
extranjero hasta de si mismo que se acerca tímidamente , para
observar a la muñeca de sex—shop expuesta en la vitrina como
lugar cerrado del deseo, al que accede, comprándola y
llevándola a su pequeño y secreto apartamento para someterla
a sus más refinadas fantasías y así ejercer con ella una virilidad
que había sido castrada, por la imagen omnipotente construida
como fantasma de la madre fálica, a la que busca suplantar
en esos elaborados juegos en que al lado de los pantaloncitos
de encaje o los ligueros con que viste a la muñeca, se coloca un
traje rojo de mujer o imita esa voz que se adelgaza hasta
adquirir un tono falseadamente femenino.
Indudablemente, no asistimos en esta historia a aquello que
con gran acierto Georges Bataille en sus estudios sobre El
Erotismo ha nombrado como “Erotismo del corazón”,
denominación que parece definir el amor apasionado, el
encuentro maravilloso entre dos seres que se consideran
necesarios y con gran afecto crean un vínculo espiritual que se
expresa en experiencias sexuales de satisfacción mutua y gran
trascendencia emocional. Es más bien una práctica que él llama
Cada uno con su cuento: antología comentada...
319
“Erotismo del cuerpo”, impulso sexual dirigido a la satisfacción
del goce inmediato, relación de poder y servidumbre entre
hombre y mujer, donde esta representa el objeto perfecto para
ser usado y mancillado en rituales secretos de negación de sí
misma.
Así, los personajes se vuelven palabra significante, que se
realiza en el ámbito de la libertad y el miedo, el amor y el odio,
nuevo universo ficcional que denuncia en acto, la rigidez
opresiva del poder patriarcal y el rol de la mujer sometida al
deseo ajeno.
En virtud del trabajo discursivo de la escritora y mediante el
lenguaje que lo evoca, la muñeca es construida como sujeto de
la enunciación, narradora que habla en primera persona, se
dirige a un narratorio, a quien instaura como interlocutor y
compañero de esa extraña alternativa de convivencia,
manifestando gran competencia para verbalizar, en un
continuo monólogo interior, pensamientos, acciones y
sentimientos, que confirman sus saberes axiológicos y
cognitivos, del universo ficcionado en el cual participa y se define
en su rol protagónico. Una mirada exteriorista marca la visión
que construye sobre el hombrecito a quien infiere de sus silencios
y de sus acciones más que de sus palabras, metáfora de esa
otredad que los define en su diferencia y la confirma en su ser
de mujer.
Como todo relato moderno, este nos cuenta dos historias,
haciendo visible una primera que se realiza con estructura
dramática hecha de planteamiento, contexto dramático donde
se presenta la historia en el encuentro en el sex—shop entre el
hombre y la muñeca; la confrontación que permite la intriga,
determinada por los obstáculos y pruebas a que es sometida la
protagonista, en esa práctica sado—masoquista donde Eros y
Tánatos coexisten para imponer un orden libidinal que le da
consistencia al conflicto y la resolución inesperada, ambigüedad
virtuosa en que el arte se da licencia para manifestar, solo lo
que la realidad se atreve a imaginar, la historia secreta de la
mujer, sujeto del deseo que se revela y que existe detrás de la
320
María Eugenia Rojas Arana
muñeca, haciendo emerger, en un final abierto de intriga y
enigma seductor, que deja sin resolver el conflicto, determinado
por el desencuentro amoroso, la insatisfacción y la inevitable
fragmentación femenina donde ella intenta acomodarse, en
este mundo figurativizado en los sueños más íntimos y secretos
de muchos hombres.
En este nuevo relato literario, se realizan pensamientos
conscientes e inconscientes, en el tejido de significaciones que
se construyen de manera plural y se manifiestan en la voz
enunciativa que parece mirar y ser vista y en virtud de su
palabra nos relaciona con un mundo cognitivo y emocional
similar por donde creemos transitar. Más allá del texto, el
discurso poético nos habla de la escritora de su selección de
ausencias y presencias, indagando la mujer que cree ser y las
otras que percibe como espejos, para que lectores y lectoras
exploremos nuestras propias resonancias, testimoniando la
realidad del cuerpo , rescatando lo innombrable en el encuentro
erótico que se desea amoroso, eterno, insondable.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
321
Cada uno con su cuento: antología comentada...
323
EDUARDO GARCÍA AGUILAR
(MANIZALEZ, 1953)
Inició estudios en la Universidad Nacional de Colombia y
luego continuó en la Universidad de Vincennes (París VIII).
Ha vivido en París, San Francisco (California) y Ciudad de
México, donde a lo largo de tres lustros publicó casi todos sus
libros, artículos y ensayos registrados en el Diccionario de
escritores mexicanos de la Universidad Nacional Autónoma
de México. Desde 1998 reside de nuevo en París. Entre otros
libros ha publicado en México las novelas Tierra de leones
(1986), Bulevar de los héroes (1987), El viaje triunfal (1993) y
Tequila Coxis (2003), así como Urbes luminosas (relatos, 1991),
Llanto de la espada (poemas, 1992), Animal sin tiempo
(poemas, 2006), Celebraciones y otros fantasmas: Una
biografía intelectual de Álvaro Mutis (1993), Delirio de San
Cristóbal. Manifiesto para una generación desencantada (1998)
y Voltaire, el festín de la inteligencia (Bogotá, Colombia, 2005).
Libros suyos han sido traducidos al inglés, francés y bengalí.
Su poemario Llanto de la espada fue vertido al francés por el
poeta Stéphane Chaumet.
EL TESTIMONIO DE LA ERRANCIA
Tierra de leones. Primera novela publicada en México por
la editorial Leega Literaria en 1986, retrata la vida de Leonardo
Quijano, un hombre que recorría Manizales vestido a lo
Chaplin, diciendo discursos de denuncia en las esquinas y
publicaba un periódico llamado “El diablo”, dibujante y amigo
324
María Eugenia Rojas Arana
de los poetas nadaístas y a su vez poeta rebelde que cuestionaba
una ciudad de fariseos.
Bulevar de los héroes. Novela publicada en México Plaza y
Valdés Editores en 1987. Reeditada en 1994 en la Editorial
Aliformgroup, en México, Madness, en 2001 y en inglés en 2002
en Latín American Literary Review Press, prologada por el
maestro Gregory Rabassa. Aquí el protagonista es un
revolucionario, un caudillo que vive en una ciudad andina, que
luego se va como guerrillero a la selva y termina exiliado en
París, con otros que como él sueñan con cambiar el sistema
político de sus países por otro más justo para todos.
Urbes luminosas: Libro publicado en Mexico por la editorial
Leega (Omnibus), en 1991. Reeditada en Inglés por la editorial
Aliformgroup en 2002. Relatos hechos de recuerdos y
experiencias en ciudades como Estocolmo, Cartagena, Panamá,
Coatzacoalcos, San Francisco, Roma y París. Es un homenaje
a las ciudades y a los viajeros marginales, aventureros y
desarraigados.
Llanto de la espada. Libro de poemas publicado por la
Editorial de la Universidad Autónoma de México en 1992.
Testimonia la poesía de los años 80, es un homenaje a los
maestros contemporáneos y a los herederos de Huidobro y
Neruda, es decir, a Enrique Molina, Gonzalo Rojas, Cesar
Moro, Octavio Paz y Álvaro Mutis. Sus temas son el viaje, el
erotismo y el exilio.
El viaje triunfal. Novela publicada por Tercer Mundo
Editores, Santa Fe de Bogotá en 1993, reeditada por Altera
Barcelona en 2002. El protagonista, poeta modernista y viajero
incansable, Faria Utrillo, es una especie de Frankenstein hecho
con partes de Huidobro, Neruda, Asturias y Rómulo Gallegos;
es un hombre que se burla de los políticos y apuesta por lo mas
inútil, la poesía, única tabla de salvación en un tiempo sin
esperanza. Abarca el tiempo transcurrido desde finales del siglo
XIX hasta mediados del siglo XX.
Tequila coxis. Hermosa novela negra publicada en México
por la Editorial Colibrí en coedición con la Secretaría de cultura
Cada uno con su cuento: antología comentada...
325
de Puebla en 2003. La ciudad de México —tantas veces evocada
por otros escritores como Malcolm Lowry en Bajo el volcán y
D.H. Lauwrence en La serpiente emplumada— es recreada por
el escritor como el espacio urbano en el que un colombiano,
Néstor Aldáz, persigue las huellas de su madre, hermosa mujer
que soñó con ser una gran una actriz y murió en extrañas
circunstancias en Ciudad de México. La atmósfera lograda
contrasta la ciudad de aquellos años con la contemporánea de
múltiples orígenes e influencias.
En su búsqueda, el protagonista se sumerge en la metrópoli
a la que no acaba de comprender, donde coexisten el mundo
indígena prehispánico y milenario, y el colonial, por donde
vagan los fantasmas de frailes, arzobispos y virreyes; el mundo
afrancesado de los tiempos de Maximiliano y Porfirio Díaz y
ese nuevo de gran influencia norteamericana, hecho de
supermercados y rascacielos.
El título de la novela es un homenaje al tequila, licor que
ha nutrido y estimulado a varias generaciones de escritores.
Celebraciones y otros fantasmas. Una biografía intelectual
de Álvaro Mutis: Libro publicado en la Colección Prisma de
Tercer Mundo Editores, de México. Aquí el autor realiza un
rastreo investigativo, hecho de conversaciones, lecturas y entrevistas, verdadera búsqueda intelectual sobre la obra poético—
narrativa del escritor Álvaro Mutis y da cuenta de su personaje,
Maqroll el gaviero, sujeto desesperanzado presente siempre en
las construcciones imaginarias de sus textos.
LA ESCRITURA, UNA ELECCIÓN NECESARIA
A los 13 años, cuando subió al estrado del salón de actos del
colegio para recibir el primer premio literario, una bella edición
de Las nieves de Kilimanjaro de Ernest Hemingway, por su
cuento “Los secretos del infierno”, supo que sería escritor y
decidió acudir al lenguaje escrito, que le ha permitido a través
de su existencia, inventar mundos posibles e imposibles y luchar
contra el sentimiento de pérdida o la dura certeza de la muerte
326
María Eugenia Rojas Arana
y el olvido de los seres queridos, de los lugares transitados, de la
vida vivida o imaginada y así validar la forma de perdurar en
los otros.
A los 17 años, después de terminar el bachillerato en el
colegio Agustín Gemelli, años abandonó el Manizales de
atmósferas góticas, de arquitectura Art—decó, de noches de
niebla y paisajes de luz incomparable, de calles de extraña
topografía, de poetas anacrónicos y sabios, de casas grandes y
viejas donde todavía parecen escucharse los pasos de los padres
ya idos, para caminar por el mundo, por ciudades laberínticas,
hechas de embriaguez creadora, lugares extraños y llenos de
sorpresas donde lo espera siempre una felicidad nueva, tejida
por sensaciones, imágenes y acontecimientos que sirven como
pretexto para esa escritura constante que testimonia la errancia
sin fin.
Primero ingresó a la facultad de Sociología de Universidad
Nacional de Colombia en 1972 y luego desde 1974 a la
Universidad de Vincennes, París VIII, donde en compañía de
otros exiliados tercermundistas, africanos, árabes, y otros latinoamericanos y compatriotas colombianos que como él, leían
con apasionamiento toda la herencia de la literatura francesa
y lo mejor de la narrativa latinoamericana de la época y acudían
a las aulas para nutrirse de ideas libertarias y de los debates
construidos desde mayo del 68 por el pensamiento de maestros
como Levi Strauss, Lacan, Sartre, Chatelet, Deleuze, Barthes,
Guattari, Schérer, Marcuse, y Passolini, entre otros.
Luego en 1980 viajó a Norteamérica, donde se instaló
primero en San Francisco y luego en Berkeley. Allí disfrutó del
mar Pacífico durante el día y vagó por las librerías de viejo,
como City Lighths, explorando otras maneras de ver la vida y
la literatura. Más tarde, en su recorrido por centros nocturnos
y bares escuchó la música alucinante heredada del rock de Janis
Joplin, Santana, Jimmy Hendrix y caminó por Haigh Ashbury,
en medio de la rica oferta cultural que también alimentó su
escritura en ese año transcurrido en su refugio de la casa de la
calle Virginia, en North Berkeley.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
327
En 1981, su naturaleza migrante, el deseo de vivir la experiencia de volver a la propia lengua y buscar las huellas de
Malcolm Lowry en Bajo el volcán, y D. H. Laurence en La
serpiente emplumada, lo llevaron a Ciudad de México, donde
conviven la cultura prehispánica indígena con la colonial, el
mundo afrancesado de Maximiliano y Porfirio Díaz y lo más
contemporáneo de la influencia norteamericana, y en contacto
con los movimientos literarios, la música, el cine, la cultura
popular, las fiestas y en ese carnaval interminable mexicano,
publicó lo mejor de su escritura durante más de 15 años.
No obstante, su ética de la errancia —con la certeza de no
ser de ninguna parte y acariciar nuevamente la posibilidad del
exilio que no se vive como derrota, sino como materia prima
que alimenta su escritura, como creación constante, generadora
de goce, que le permite producir múltiples relatos y hablar desde
el lugar del arte, de lo real estético y social— lo llevaron de
nuevo al París de sus memorias, tal vez de sus vivencias más
amadas. Allí se conectó como periodista de la agencia de noticias
France Press, a la que ingresó en México como corresponsal
en 1986, y en sus crónicas que realiza desde entonces, testimonia
sus nuevos viajes disfrutando siempre de su condición de
extranjero, en el anhelo de construir ese país de nunca jamás,
que lo lleva por aeropuertos y estaciones de tren, ausentándose
y encontrándose, en la soledad libertaria que lo confirma
gozoso, lejano, inalcanzable.18
A este hombre me lo encuentro muchas veces en sus libros
que me conmueven y me asombran, o lo busco en la virtualidad
de Internet; converso con él y logro por fin esta entrevista en
noviembre de 2009 que lo retrata mejor que yo.
18
La información recogida en las entrevistas: « Viaje y poesía en la obra de
Eduardo García Aguilar », realizada por Jorge Bustamante García ; »Entrevista
con Eduardo García Aguilar », realizada por Harold Alvarado Tenorio,en
Arquitrave Ediciones, Cultura. La Prensa, Bogotá 1994 ; « Tequila Coxis una
novela escrita con sangre », realizada por Sonia Sierra, El Universal, México 2003 ;
« Con « Tequila Coxis vuelve a México », realizada por Lina Zerón, Sección Cultura,
El Financiero, México 2003 y « DF Ciudad apta para historias negras », realizada
por Eve Gil, Revista Siempre, México 2003, permitió la elaboración de este texto.
328
María Eugenia Rojas Arana
¿De dónde viene el oficio de escritor y el amor por los cuentos?
Viene de la infancia, por la afición a la lectura de mi padre
y a su biblioteca. La emoción que sentí al leer el cuento Simbad
el Marino de Las mil y una noches me marcó para siempre.
Sherezada me inició en los secretos y poderes de contar y por
eso pienso que en todo narrador está escondida Sherezada. El
primer libro que compré con mi dinero a los 12 años fue De la
tierra a la luna de Julio Verne, en la sucursal de Kapelusz, en
la Carrera 10ª de Bogotá. Otra lectura clave en la transición
hacia la adolescencia fue el Fausto de Goethe. Otros libros al
azar que recuerdo ahora son El ruiseñor y la rosa y El retrato
de Dorian Grey de Oscar Wilde, La metamorfosis de Franz
Kafka, Retrato de un artista adolescente de James Joyce y,
por supuesto, la lectura de El Quijote a los 14 años. Sin olvidar
A la diestra de dios padre de Tomás Carrasquilla, El gran
Burundún Burundá ha muerto de Jorge Zalamea y María de
Jorge Isaacs. Desde entonces mi vida está marcada día a día
por la literatura. Leer es un premio extraordinario. Para mí es
muy importante el lector adolescente. Es el momento más
intenso y más profundo, auténtico, del compromiso literario.
Es el escritor en su estado químicamente puro.
¿Cómo ha sido tu formación intelectual?
Los momentos claves de esa formación se dan en cuatro
ciudades entrañables: Manizales, Bogotá, París y México.
Después de la lectura de El Quijote en mi ciudad natal devoré
autores como Shakespeare, Poe, Kafka, García Lorca,
Whitman, Turgueniev, Dostoievsky, José Asunción Silva, entre
otros muchos. Y por supuesto Nietzsche, que leíamos todos los
que queríamos ser poetas malditos. Me encantaba visitar la
vieja biblioteca municipal llena de viejas ediciones. Algo
determinante fue ingresar a la Alianza Francesa a los 15 años
a estudiar francés, pues ahí descubrí a Albert Camus y El
extranjero y a Jean Paul Sartre y Las palabras, y en general a
la cultura francesa. Luego nos fuimos a vivir a Bogotá en 1972
e inicié estudios de Sociología en la Universidad Nacional. El
Cada uno con su cuento: antología comentada...
329
nivel de formación en la Universidad Nacional era muy alto.
Ahí adquirí armas básicas con maestros que no olvido, como
Darío Mesa. Además íbamos con los amigos al Planetario, a
los cineclubes a descubrir el cine moderno y clásico de Pasolini,
Bergman, Fellini, Antonioni, etcétera, y obras contemporáneas
como la del escultor Soto.
En 1974 viajé a París a seguir mis estudios. En la
Universidad de Vincennes vivíamos en medio de un movimiento
intelectual, social y cultural excepcional que proyectaba las
conquistas de mayo del 68. Podíamos ir al Colegio de Francia a
escuchar a Roland Barthes y a Michel Foucault y en la
universidad asistíamos a las clases de Deleuze y Châtelet. Y
por esas fechas experimentaba en narrativa, buscando la novela
imposible y escribiendo cuentos como “Los sueños dorados” y
”Aquel tierno sudor de tu franela”, premiado en el concurso
Sesquicentenario de la Universidad del Cauca 1978. Terminados
mis estudios en Francia viajé a San Francisco y Berkeley y más
tarde a México, donde viví tres lustros creciendo y publiqué
todos mis libros. Crecí allí con amigos mexicanos de mi
generación en medio de una efervescencia cultural
inolvidable, con Rulfo y Paz todavía vivos y explorando el vasto
universo de la literatura latinoamericana. Y además con la
cercanía del gran maestro Álvaro Mutis. Digamos que así se
resume de mi “formación intelectual”.
¿A quiénes consideras tus maestros?
Primero que todo a mi padre. Él me comunicó el amor por
la palabra, los libros, los diccionarios, la precisión y la flexibilidad
de la lengua. Me guió en las primeras lecturas y conversábamos
cuando salían las novedades literarias colombianas. Leíamos
en voz alta capítulos de libros. Una vez me acuerdo que leímos
apartes de En noviembre llega el arzobispo de Héctor Rojas
Erazo que acababa de ganar el Premio Esso. Me consideraba
un interlocutor literario. Así me familiaricé con la Divina
Comedia, o con El Quijote que él leía y releía y gozaba. Ahí
comienza todo. Siempre hay una figura que nos abre las puertas
330
María Eugenia Rojas Arana
de la literatura, para unos es un tío, la mamá, un maestro, un
amigo, para mi fue mi padre. Y posteriormente en México tuve
la fortuna de conocer a Álvaro Mutis, entonces de unos 57 años,
y quien emprendía como un joven la escritura de sus novelas,
que vi y leí en manuscrito. De esas conversaciones salió el libro
Celebraciones y otros fantasmas. A su lado, con su espíritu
crítico y generosidad abrí muchas ventanas en poesía y
literatura en general, como un terreno de juego polígrafo,
abierto, mucho más profundo que el simple acto técnico de
narrar. Mutis es clave en esos momentos, era un amigo, no
sentía para nada los 30 años que nos separaban en edad. Yo le
mostraba mis textos y era siempre muy crítico. Cada vez que
iba a su casa salía con libros y unos whiskys en la cabeza, feliz
de vivir en la literatura como él, a sabiendas que todos vamos
al olvido. Con Mutis se aprende que estamos perdidos de
antemano, que nos signa el fracaso y el olvido, la usura, la
enfermedad. Si uno sabe eso de antemano, está salvado, va al
precipicio con intensidad y lucidez. Esos son mis dos
maestros en el sentido convivial de la palabra: Álvaro García
Cortés, nacido en 1913, y Álvaro Mutis, nacido en 1923.
¿Son importantes las teorías acerca de la narración o las
técnicas de escritura en tu trabajo literario?
Los grandes teóricos del relato y el cuento exploran las
razones de su pervivencia a través de las generaciones. ¿Qué
explica la permanencia intergeneracional de Caperucita Roja,
la Cenicienta, el Flautista de Hamelin o Hansel y Gretel? ¿Qué
pasa con los hermanos Grimm, La Fontaine, qué significan
Pinocho y Alicia en el país de las maravillas, en fin, cuáles
secretos profundos agencian esas historias delirantes que nos
fascinan desde siempre y surgen en todas las sociedades? ¿El
mohán, la patasola, la madreselva, el ogro, el padre sin cabeza,
entre nosotros? La literatura existe porque es pervivencia de la
infancia. La literatura es el triunfo del niño en el adulto. En
cuanto a las técnicas, a mí esa palabra no me gusta, soy más
lúdico. No me gustan los talleres donde se aprenden fórmulas.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
331
Me gusta más la exploración silvestre, que llama al
subconsciente. Hay historias imperfectas que tienen gran efecto,
textos que serían rechazados según los cánones pero poseen
una fuerza original inexplicable. En literatura hay que ser
rebelde, toda fórmula o técnica fija debe ser trocada por lo
aleatorio, disimétrico, raro, impredecible, inexplicable.
¿Qué define para ti el carácter de un buen cuento?
Se supone que un buen cuento debe ser como un guión,
con un comienzo, desarrollo, clímax y desenlace. Para mí eso
es muy limitado y prefiero historias transgresoras que exploren
otras formas. ¿Qué es un fin, qué es un clímax? Todo eso hay
que revisarlo. El texto en su desorden y disimetría, sin fin, sin
comienzo, sin desenlace, puede ser muy efectivo. Eso no excluye
los cuentos ortodoxos que también nos fascinan.
Háblame de tus libros. ¿Cómo adviertes títulos como Tierra de
leones, Bulevar de los héroes, El viaje triunfal, Tequila coxis o
Llanto de la espada?
Los libros son hijos y cada uno es el testimonio de un
momento de la vida. Son como el trazo, la huella de un animal
fosilizado que se descubre entre las rocas. Después de la
escritura adolescente, hecha para nada y para nadie, el tiempo
exige retos de mayor envergadura como la novela y el proceso
es largo y difícil. Se inicia muchas veces la primera novela desde
distintos ángulos y se fracasa en el intento. Al final se pone el
punto final a una obra en la que uno ha dado todo pero que
después hay que publicar y enfrentar a la crítica. Las primeras
tres novelas, Tierra de leones, Bulevar de los héroes y El viaje
triunfal, hacen parte de una trilogía en la que está muy presente
mi ciudad natal imaginaria vista desde el exilio de los personajes
y a la vez tratan del viaje, el exilio, el retorno de tres personajes:
Leonardo Quijano, el guerrillero Tulio Bayer y Arnaldo Faría
Utrillo. Las tres novelas hablan del viajero que se va de su tierra
y regresa. La cuarta novela, Tequila coxis, es un arreglo de
cuentas con la vida en la ciudad de México, en la época del cine
de oro y de la urbe desbordada de fines del siglo XX en la que
332
María Eugenia Rojas Arana
viví tres lustros. Es una exploración distinta, pero subyace ahí
el exilio, el destierro, la extranjería y la interrogación sobre los
orígenes. En lo que respecta a los libros de poesía Berkeley
Square, Llanto de la espada y Animal sin tiempo, el tema
también es el viaje, el éxodo, el extranjero, la muerte.
¿Qué te gusta más, hacer ficción literaria, pensar ensayos,
escribir crónicas de viaje o dictar conferencias?
Todo por igual. Mi concepción de escritor es la poligrafía,
como en la tradición francesa, donde un autor escribe toda la
vida pasando de un campo al otro sin especializarse
obligatoriamente. El diario, el ensayo, la crónica, el panfleto,
la poesía, el cuento, la novela conviven en esa expresión
desbordada con la palabra. Todo eso que mencionas me gusta,
desde la crónica al poema, del cuento a la novela y la
conferencia, la charla, el grito, la diatriba, el debate y la
polémica. Gran parte de mi obra está en los textos nómadas
que he publicado a lo largo de estas décadas en diarios y revistas
de México, Colombia y otros países. El ensayo y la crónica son
dos géneros que me encantan y me apasionan tanto como el
ejercicio de la ficción y la poesía.
¿Crees que la literatura cambió tus proyectos de vida?
No, porque mi proyecto de vida es y ha sido la literatura.
¿De qué manera las experiencias de tus viajes y el vivir en el
exilio han enriquecido tu escritura?
El viaje, el extranjero y el exilio son los temas centrales de
todo lo que he escrito. Irse y regresar. Irse y no volver. Lejanía,
nostalgia, desgarramiento provocado por la ausencia, deseo de
irse, de partir, de hacer una nueva vida lejos, son temas
fundamentales. La escritura es un viaje permanente. Viajar,
vivir en otros países nutre de imágenes, olores, rostros, paisajes
y caracteres, pues es una experiencia que nos comunica con el
otro, con los otros, con costumbres y modos de vida
Cada uno con su cuento: antología comentada...
333
desconocidos y códigos de comportamiento llenos de matices
que nos hacen cambiar.
¿Cuáles son tus obsesiones literarias?
El viaje, la ausencia, la errancia, el extranjero, el judío
errante, el exilio y el deseo. Esa imposibilidad de asir al otro. El
misterio de poseer y perder, de intentar conservarse en la
memoria del otro, cuando sólo habrá olvido. La vana creencia
en ser imprescindibles para el otro o para los otros. La
imposibilidad de estar juntos. La certeza de que vamos hacia el
fin y que todos los esfuerzos son inútiles porque el olvido vendrá
para todos sin distingo alguno. El relato de la ingenua vanidad
del hombre y en especial de los escritores. La efímera belleza.
El destello fugaz de la juventud y sus ímpetus.
¿Cómo es tu rutina de escritura?
Como escritor vivo en carne viva, cuando camino, me siento
en un café a mirar el atardecer o a ver pasar chicas o viejos o
enfermos. Es sentir con intensidad ese misterio de la vida. Mutis
me comunicó una frase del poeta paralítico francés Joë
Bousquet que resume mi idea de la literatura: “la poesía es la
expresión de lo que somos sin saberlo”. De modo que todo
instante hace parte de mi rutina escritural, pero somos limitados
y todas esas sensaciones, emociones no siempre se trasladan a
la escritura. Vivimos, pero a la vez tenemos problemas con los
impuestos, el trabajo, y nos dispersamos en la fiesta o el amor
y entonces muchas anotaciones mentales desaparecen y
quedan en la memoria. Más tarde algunos de esos elementos
saltan al escribir un texto y nos arrollan de repente
inesperadamente y mucho tiempo después. Todo el día estoy
entre libros, deambulo por bibliotecas, museos o librerías y gozo
en las mesas de café esperando la noche siempre con libros o
revistas en la mano. La literatura es un vicio. Y por supuesto
siempre llevo libretas y buenos bolígrafos para escribir. Esa es
mi rutina.
334
María Eugenia Rojas Arana
¿Qué privilegias en tus relatos, la historia como anécdota o el
relato como habla poética?
No se oponen para nada ambos. La anécdota es necesaria
en la narración. Tiene que ocurrir algo en el cuento o en la
novela, es necesario que haya personajes y estos deben existir
allí como en la vida. Deben hablar, comer, sufrir, buscar algo,
experimentar sorpresas, ser golpeados por la vida, sentirse a
veces alegres. El talento narrativo está en dar vida a esos
mundos paralelos. La poesía es algo más profundo, esencial,
capta el instante, revela algo, ilumina. Y por supuesto los
grandes narradores dejan traslucir el talento poético en sus
novelas y cuentos. Pero son dos espacios diferentes. Una novela
“poética” puede ser tan insoportable como el poema que no
despega y vuela.
¿Qué piensas de tu escritura en relación con tu contemporaneidad histórica?
Salvo en Tequila coxis, hasta ahora en mi ficción ha
predominado la exploración de ámbitos y tiempos pasados,
espejismos futuros o atemporales. La actualidad, la
contemporaneidad histórica, por su cercanía, son muy
complejas para captar en un texto de ficción que requiere cierta
distancia. Esa actualidad puede expresarse mejor en la crónica,
el diario y el reportaje, o en el libro de viajes, que son excelentes
géneros. La pulsión autobiográfica no me atrae, aunque no la
descarto. Nunca digas nunca de esta agua no beberé.
¿Qué lector buscas?
Un lector perverso, anormal, neurótico, peligroso. No el
lector borrego que compra los best—sellers que le recomienda
la publicidad de las editoriales, o los ruidos de la farándula y la
vana actualidad política. Me gustan los subversivos, rebeldes,
apátridas, nerviosos, insatisfechos, viciosos, que tengan siempre
pulsión de rebelarse.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
335
¿Qué piensas de los relatos literarios o cinematográficos de la
Colombia actual con temas de violencia o narcotráfico?
Es otro género muy ligado a la realidad, a la acción, a la
televisión, al cine y al entretenimiento. Es la literatura que reina
ahora en Colombia y tiene una gran conexión con la telenovela
y la tele—realidad. Pero yo no busco entretener en lo que
escribo. Podría escribir cuatro noveletas a la semana como Corín
Tellado, o libros de autoayuda como los de Paulo Coehlo, pero
no me interesa. Ahora, yo he visto telenovelas que me han
gustado mucho como Café con aroma de mujer y películas
sobre sicarios como La virgen de los sicarios y Rosario Tijeras,
que no están tan mal. Las disfruto. Pero mi proyecto literario
es otro. Es una exploración en la poesía, en el ensayo, y una
búsqueda de juego con las palabras, con el estilo, una búsqueda
que por supuesto no interesa a las mayorías y a las listas de
ventas, pero no importa. Hoy muy pocos leen En busca del
tiempo perdido de Proust, Bajo el volcán de Lowry o La
montaña mágica de Thomas Mann; pocos leen a Witold
Gombrozicz, Raymond Roussel o José Lezama Lima y su gran
Paradiso, pero son obras extraordinarias. Aunque las leamos
sólo tres o cuatro en el mundo son obras inolvidables. Incluso
cuando nadie la lea, seguirán siendo obras maestras. Por ese
lado voy yo, contra la corriente del entretenimiento en boga
hoy en Colombia. La literatura seguirá existiendo para iniciados
y con ellos me quedo. Somos como una secta.
¿Te consideras un escritor comprometido con tu época o tu
país?
Por supuesto. Siempre he estado preocupado por la
actualidad política de mi país y los países donde he vivido, y
por los procesos agitados que ha vivido el mundo en esta época
que me tocó vivir, como los sueños totalitarios de izquierda y
de derecha que han conducido a gulags, holocaustos y
genocidios tropicales. Mayo del 68, la guerra de Vietnam, la
caída del muro de Berlín, las guerras de Thatcher y Bush, el 11
de septiembre, Ground Zero, todo eso me interesa y leo mucho
336
María Eugenia Rojas Arana
sobre otros momentos de la historia humana a través de los
grandes historiadores, memorialistas y autores como Rousseau,
Voltaire, Casanova, Saint—Simon, el cardenal de Retz o T.E.
Lawrence y Los siete pilares de la sabiduría, que es un libro de
tanta actualidad. A través de esos testimonios comprueba uno
con escepticismo las debilidades del hombre que por naturaleza
venal y codiciosa conducen siempre a la violencia, el horror, la
tiranía.
¿Por qué no regresas a Colombia?
Es un espejismo contemplado a veces cuando se piensa en
quienes, ya cerca del fin, retornan mansos a los lugares de la
infancia para contemplar atardeceres y amaneceres familiares,
sentir aromas, escuchar el sonido de la naturaleza, de los
animales, de las labores cotidianas y conectarse con los
fantasmas idos del pasado y la incógnita del fin.
¿Son las mujeres de tus cuentos diferentes a sus referentes
reales?
No suelo escribir textos autobiográficos donde se relata paso
a paso la vida íntima. Las mujeres y los hombres de mis novelas
o cuentos son concreciones imaginarias, personificaciones de
carencias, deseos, frustraciones, coincidencias. La mujer está
muy presente, pero en esos personajes trasciende una reflexión
sobre la imposibilidad de comunicación y encuentro entre sexos
opuestos o no. Estamos a años luz de distancia. Solo en el sexo,
en los momentos intensos del coito hay una compenetración
total, corporal, una fusión carnal. Fuera de allí hay una
incomunicación y una mudez totales tanto de nuestra parte
hacia la mujer, como de la mujer hacia a nosotros. Somos seres
extranjeros y las expectativas que fincamos a veces son
imposibles de cumplir. Somos dos silencios que se rozan.
Personajes en un escenario perdidos en la oscuridad, en el
laberinto de su soledad, personajes que se palpan a veces, que
se chocan, que se perciben a veces, se rozan, pero nada más.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
337
¿Qué me puedes decir sobre la gestación del cuento
“Remember Chapinero”, elegido para esta antología?
“Remember Chapinero” es emanación de la novela Tequila
coxis. Surgió cuando exploraba la probable vida bogotana del
personaje, algo del pasado, pues vive en México en busca del
fantasma de la madre actriz. Esa parte se quedó fuera de la
novela y con el tiempo, revisando papeles, volvió a saltar como
un conejo y se convirtió en cuento. Quiero escribir una serie de
Cuentos bogotanos, como homenaje a esa ciudad que amo.
Para mí Bogotá es muy importante desde niño, porque venía
de viaje con papá y mamá desde los seis años de edad y me
encantaba ese ambiente de los hoteles, el olor delicioso a la
hora del almuerzo, el tintineo de las vajillas. Y tengo recuerdos
intensos de la ciudad, de la séptima, desde la óptica del niño
que recorre esas calles y vibra ante ese ajetreo citadino. El
ambiente de los hoteles donde nos quedábamos, la Avenida
Jiménez, la Candelaria, la Carrera 7ª, los trolebuses, el molino
de la Jiménez, los cerros, los dos años de la Universidad
Nacional, el Jardín de Freud, y después, ya cuando vivía afuera,
los retornos a las Torres del Parque, la Perseverancia, los
rumbeaderos, el norte, los barrios populares del sur y el
occidente, La Calera, la Catorce, la Décima, La soledad, los
goces paganos, las tejas corridas, la vida de toda una generación
en medio de una violencia y una rumba permanentes. Tengo
muchas historias bogotanas en el tintero y espero un día
reunirlas en un libro que se llame Cuentos bogotanos y sea un
homenaje a esos instantes. Bogotá es una ciudad de emigrantes
de todas las provincias, la capital por excelencia. “Rememeber
Chapinero” sería parte de ese libro imaginario de cuentos.
338
María Eugenia Rojas Arana
“REMEMBER CHAPINERO”
A Sonia Truque.
Sonaba de repente por ahí la vieja melodía de mi tierna y
preferida Carole King: “It’s Too Late, Baby”, y su sensual, triste
canción me conducía a los años de niñez y adolescencia en
Bogotá, cuando pegado al radio, en la soledad de una casa de
tíos y tías locas, en Chapinero, imploraba por saber algo de mi
madre. La búsqueda inútil de esa mujer alejó de mí las zonas
ocultas de la niñez y la infancia aferradas a esa ciudad fría y
lluviosa, a 2.700 sobre el nivel del mar.
Ya para entonces la gente se protegía allá de los ladrones
por medio de fuertes chapas y el terror reinaba en las calles,
invadidas por asaltantes, carteristas, cuchilleros, pistoleros, todos
ellos expelidos por el hambre desde los barrios pobres o el campo
de la Violencia. Entonces, como ahora, allá dominaba sobre la
amplia población una oligarquía seudoaristocrática y
mezquina, ególatra, lo que a la larga provocó el reino paralelo
de criminales y marginados. Masacres, guerra civil, guerrilleros
muertos, manifestaciones, estado de sitio, tortura, militares,
balaceras de esmeralderos, presidentes autoritarios; tal era el
panorama en tiempos de mi adolescencia, la noticia diaria en
los periódicos.
Algo parecido empezaba a manifestarse desde hacía tiempo
en las calles de las ciudades europeas y Londres, donde vivo
ahora al parecer para siempre. De noche, por casi todas partes,
arrecian los asaltantes tipo Naranja mecánica o Blade runner,
pero el terror asfixiante de mi ciudad, la lejana y andina Bogotá,
se aparecía de repente para asustarme donde estuviera, aunque
también me recibía donde llegaba, con sus vertientes locales
de miedo esencial.
Sólo me acompañó en aquellos lejanos años de Bogotá el
violoncello que me trajo mi papá de uno de sus viajes a París.
Allí lo compró en la rue de Rome, en la laudería de Sabatier y
me lo obsequió en la navidad de mis siete años. No sé por qué
Cada uno con su cuento: antología comentada...
339
ni cuándo ni cómo terminé en clases de tal instrumento ni
cómo llegué después de algunos años a arrancarle melodías,
sin la brillantez de una promesa ni la torpeza de un mediocre
alumno, pero al menos con el entusiasmo solitario del niño
perdido que fui en la casona de Chapinero, entre familiares
alienados, inútiles, encerrados en sus enormes cuartos al
cuidado de sumisas sirvientas. Tocaba esas cuerdas de llanto,
intensas, de una verdad abrumadora, me regodeaba en sus
largos gritos, gemidos, ronquidos, las hacía chillar por las
escaleras, los cuartos, volar hacia el patio, detenerse en el zarzo,
golpear las puertas, mover las lámparas de cristal de Murano.
—Martín —gritaba la tía Beba desde el segundo piso,
interrumpiéndome—. ¿Has visto la sombra ? Ahí va, se pierde,
camina hacia la puerta, está a punto de tocarte, es una sombra.
¡Una sombra ! ¡El espectro ! ¡El fantasma !
—Martincito —exclamaba el tío Alirio—. Va a volver. Tiene
que volver. Es el caballero de la mesa redonda, el portador del
Santo Grial.
Y alzaba sus ojos perdidos hacia los vitrales sacros de las
escalinatas de caracol, convirtiendo los aullidos de los perros
en aullidos de lobos, coyotes, las paredes de esa casa de hace
40 años en muros de castillo nórdico.
Yo respondía aterrorizado con gritos a sus miradas azules
perdidas en la inmensidad del vestíbulo y corría hacia el patio
a esconderme en las casas de madera que construía, solo, en
los rincones, junto a los magnolios y las enredaderas
alimentadas por la lluvia incesante. Nubes, nubes, frío, llovizna,
vientos helados, atardeceres luminosos en espera de que papá,
mi único re fugio, llegara de sus viajes a la selva, al Amazonas,
al Chocó, a los Llanos. Y entonces, cuando no era Beba, surgía
Alirio o la abuela, o Numa Pompilio, o Santiago Apuleyo, seres
desquiciados, perdidos, gordos, chiflados. Numa Pompilio era,
sin embargo, el más amable y vivía rodeado de libros, dedicado
a leer sin cesar las obras de los clásicos y a recitarlas de memoria
en los corredores ante el público familiar, trajeado siempre con
su levantador violeta amarrado con la correa deshilachada, en
340
María Eugenia Rojas Arana
pantuflas, sin bañarse, despeinado como Beethoven, Einstein,
Groucho Marx.
Llegaba entonces papá y se me abría el cielo. El viejo Chrysler
verde se estacionaba frente a la puerta, las sirvientas entraban
con las maletas, la sala se llenaba de regalos, cajas de libros,
juguetes, ropa, vino, despedigados sobre la alfombra, mientras,
ebrios de alegría, la abuela, las tías, los tíos de atar, preguntaban
al viajero por sus andanzas.
Ésta es la hora en que áun no sé quién era mi papá, el alto,
fornido, severo, callado, refinado geógrafo y geólogo Pericles
Vásquez, que esposó a mi bella y libertina madre Tatiana
Manzur. Tal vez me engendró y luego ofició de padre con
obstinación, en silencio o entre el bullicio de los viajes por el
mundo. Sólo algo es cierto : su homosexualidad declarada
públicamente en la viudez y sus tortuosos amores con jóvenes
proletarios, uno de los cuales lo acuchilló antes de que yo me
fuera de ese infierno para siempre a vivir a Europa.
Ocurrió en un bar de mala muerte donde se escuchaba
música de arrabal y al parecer tras agria discusión en la que
mi progenitor se negó a darle dinero y le dijo que le importaba
un comino que lo chantajeara con la amenaza de decírselo a
todo el mundo e irrumpir en la Universidad Nacional para
denunciarlo ante sus colegas y alumnos y gritar al mundo :
“Sí, soy el amante del profesor Vásquez”.
No hubo tiempo de protegerlo, dijeron los dueños del antro,
porque el muchacho sacó el cuchillo y le dijo, “tome, viejo
marica, tome, para que aprenda”. Murió poco después en un
hospital y la noticia salió a ocho columnas en periódico
sensacionalista El Espacio y ocupó espacios ñodestos en otros
diarios, debido a que todos siempre reconocieron sus méritos
como geógrafo y hombre de letras.
El entierro en el Cementerio Central recogió a sus colegas y
alumnos, que lo adoraban desde hacía varias generaciones y
no olvidaban los viajes que encabezaba a zonas atractivas del
país como la sierra de la Macarena, Leticia, Amazonas,
Guatavita, Sierra Nevada de Santa Marta y Chocó, entre otros
Cada uno con su cuento: antología comentada...
341
muchos lugares. Vestía traje, sombrero y botas de Safari y partía
al volante de un jeep Willys con sus alumnos preferidos
precediendo la caravana. En el terreno sus clases revelaban los
secretos de la tierra, la riqueza del subsuelo del país y
entusiasmaban por su veneración a los viajeros del siglo XIX,
vulcanólogos, geógrafos, cartógrafos, botánicos, dibujantes
alemanes, italianos o franceses y sus colaboradores locales.
Cada una de sus clases constituía un viaje al país de otros
tiempos, a la gesta de los colonizadores, al surgimiento de los
primeros caminos de arriería, la fundación de los primeros
pueblos, la vida prehispánica de tribus combativas dispuestas
a morir antes que dejarse vencer por los invasores blancos, la
epopeya de los libertadores bolivarianos en su paso por cumbres
nevadas y valles ardientes, la explosión de los volcanes, el
cambio de los lechos fluviales, la magnificencia del Magdalena,
la fuerza incontrolable del Atrato, el feraz intríngulis de los
afluentes del Orinoco y el Amazonas.
Después de las palabras del rector de la Universidad Nacional
y las oraciones del capellán, los sepultureros se pusieron manos
a la obra e introdujeron el ataúd con lentitud exasperante. Caía
una llovizna pertinaz, la ciudad toda estaba cubierta por
nubarrones densos y negros mientras el frío arreciaba con los
vientos helados del norte. La Bogotá típica de mi infancia, cada
vez más fría, desolada ; la Bogotá que sin duda vieron el
fundador Gonzalo Jiménez de Quesada y el poeta José
Asunción Silva, enterrados ambos no lejos del lugar donde
quedó para siempre mi padre, al lado de la calzada de los
hombres ilustres.
Beba lloraba a cántaros y se ahogaba en su delirio, trajeada
de negro, con un manto aún más negro que su abrigo; Numa
Pompilio miraba a la lejanía, enfundado en su traje de tres
piezas; Alirio fumaba ajeno al asunto a causa de las botellas de
valeriana ingeridas durante el velorio , Santiago Apuleyo
eructaba y se rascaba los barros y la panza junto a la tumba de
Jiménez de Quesada. Al final, la abuela tiró las flores y el
puñado de tierra al hueco y en pocos minutos sólo restaba del
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María Eugenia Rojas Arana
ajetreo una lápida de mármol con el nombre del malogrado
hombre. El cortejo se dispersó rápido y en un abrir y cerrar de
ojos se hizo cada vez más oscuro y llegó la noche anticipada en
medio de aguaceros, rayos y truenos desesperados que
inundaron las calles, hicieron pantano de callejuelas, todo
aquello dominado por la basura nunca recogida y el caos vial
atosigante de la ciudad.
El asesino de mi padre fue capturado y remitido a las
autoridades, pero pronto salió libre y nunca más se supo de él.
Por mi lado, en el sepelio comprendí por primera vez que cuando
se entierra la última referencia paterna, huye de uno el niño y
la orfandad total llega con todas sus galas. No valían los
consuelos de mi novia de entonces, la pequeñita pero explosiva
izquierdista Gaitana Malherbe, cuyos besos e insaciables deseos
de hacer el amor no lograron sacarme de la desolación, ni
siquiera cuando intentó excitarme detrás de la tumba del poeta
nacional José Asunción Silva. Ahí tomé la decisión de partir de
Colombia para nunca más volver e iniciar mi camino de
apátrida, judío errante: se vuelve siempre al país donde ya no
quedan más que las ruinas de una familia que nunca existió,
poblada de tarados, gordos grasosos, con los ojos perdidos de la
demencia, entre el fin de una saga, la de los Vásquez Aranzazu.
Papá conoció a mamá en uno de los Carnavales de Barranquilla. Se enamoraron a primera vista y se casaron a los dos
meses de noviazgo. Papá pasaba una temporada en esa ciudad,
a la cabeza de una comisión encargada de estudiar las Bocas
de Ceniza y realizar planes para el dragado del río Magdalena,
que desemboca cerca de allí con todo su esplendor. Tatiana mi
madre fue aspirante a la corona de bella del carnaval y se le
consideraba demasiado vivaz e irreverente, por lo que se dice
perdió el cetro a causa de sus frescura sexual y porque se la
consideraba entonces vulgar y propensa “a ser ligera de cascos”.
La boda fue en esa ciudad caliente y moderna que miraba hacia
Estados Unidos y se diferenciaba en muchos aspectos de las
del interior del país.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
343
Las fotos iniciales los muestran felices, en esa engolada
juventud de otros tiempos ; ella, delgadísima, sensual, con sus
largas piernas y sus labios pintados ; él con su cabello
engominado y vestido de safari permanente. Pronto, cuando
volvieron a Bogotá, vinieron los problemas, pues la bella causó
celos indios en el joven ge ógrafo hasta niveles insospechados y
se enlazaban en riñas permanentes, algunas de ellas con
violencia, según me contó el tío Numa Pompilio, el único lúcido
aún para traer desde el túnel del tiempo los recuerdos. Después,
en sucesión vertiginosa, ocurrieron mi nacimiento, la huida de
mamá a España con un publicista, los asuntos relacionados
con un divorcio imposible y al final la tragedia, el silencio y mi
camino hacia la soledad en esa casa demencial de Chapinero,
donde crecí como hermano menor de los tíos chiflados e hijo
desdeñado por un padre que dio el vuelco y se declaró
homosexual irredento, hasta el día que lo acuchillaron.
Lo mejor de esos tiempos fueron los largos viajes que tuve
con él por lugares exóticos del mundo. Me llevó al Amazonas e
hicimos un viaje por barco hasta Manaos y la desembocadura
del río por Belem do Pará, en una expedición encargada de
fotografiar los meandros del delta con su vegetación y fauna y
estudiar las condiciones climatológicas de la cuenca. Otra vez
fuimos a las alturas del Machu Pichu y el lago Titicaca. Después
cruzamos el mar hasta Egipto y recorrimos el Nilo de punta a
punta y en el último viaje nos aventuramos hasta la India,
donde estuvimos más de cuatro m eses recorriendo el país con
el más fiel amante de mi padre, un cronista tierno, ecuánime,
de vestimenta estrafalaria y gestos muy afeminados, que se
hizo mi amigo y niñero a lo largo de las excitantes odiseas.
—No sabes cuánto extrañaré a tu papá. Fueron tantos años
de amor, para que ese cuchillero se lo llevara en un abrir y
cerrar de ojos. ¡Yo se lo decía, mucho cuidado con ésos! ¡Pero
no me hizo caso y vean las consecuencias! —me dijo a la salida
del cementerio esa tarde lluviosa, cuando me llevó a tomar
jugo de guanábana a La Romana.
344
María Eugenia Rojas Arana
Huimos ambos de las terribles escenas posteriores a las
exequias, pues Beba entró en un ataque terrible, volteó los ojos,
se tomó cuarenta pastillas y pateó las tumbas de Gonzalo
Jiménez de Quesada, José Asunción Silva y varios
expresidentes, hizo saltar pantano y ensució en la furia los trajes
de los voluntarios que intentaban asirla en ese terremoto de
rebeldía frente al destino. Alirio, Santiago Apuleyo y Numa
Pompilio trataron de consolar a la abuela, no menos afectada,
mientras el aguacero arreciaba y se desperdigaban por la
Avenida 26 los vehículos y más nubes negras tapaban la
visibilidad y daban a la dispersión aires de una tragedia
siberiana.
—Después de que la loca de tu madre lo dejara, tu padre
pasó unos meses solitario hasta que me encontró una vez en el
Instituto Agustín Codazzi y nos hicimos amigos. Alegró mi vida
con sus ocurrencias y datos, noticias, informaciones, planes,
hasta entonces un salterio de días dedicados a lecturas de
anacoreta. No sabes cómo eran aquellos años, lo difícil que era
llevar un amor así, cómo había que vivir clandestino,
enviándose mensajes en miradas furtivas e incluso teniendo
novia para que nadie sospechara —dijo el hombre, vestido ese
día con elegancia londinense.
—Lo cierto es que no lo conocí mucho. Hablábamos poco,
Pablo —le dije al novio de mi finado papá, mientras él tomaba
a sorbos el Martini.
—Pero te adoraba. Te adoraba. No era un hombre ducho en
lides paternas y sufría mucho con su condición. Vivía angustias
terribles por lo que tú pudieras pensar de él. Siempre hubiera
deseado tener la libertad, el temperamento para abrir su
corazón ante ti. No lo juzgues. Tú estabas en el centro de su
corazón y hace unos días, antes de que empezara a salir con
ése cuchillero, me encargó que si algún día se iba, yo te ayudara
en lo que fuera.
Y así fue. Pablo Lozano organizó lo de mi viaje. Me dio
direcciones, contactos y durante unos años, con puntualidad
absoluta me giró dinero para mis andanzas por España,
Cada uno con su cuento: antología comentada...
345
Londres, Berlín, París y en especial Roma, donde estuve la
mayor parte del tiempo tratando de encontrar un rumbo que
nunca hallé. Sólo su muerte paró esa generosa contribución a
mis ineptitudes.
Y entonces lo recuerdo en sus cartas paternales contando
su desolación en Bogotá, la rutina de sus artículos para Lecturas
Domincales de El Tiempo en los tiempos de Eduardo Mendoza
Varela, los chismes de la sociedad, el relato de sus amores
frustrados, la crónica del hundimiento del país hasta donde ya
no podía hundirse, herido como estaba por las secuelas de la
Violencia, que no tuvo límites en la carnicería.
Y a través de él, de su novio Pablo Lozano, veo a mi padre
con sus vestidos impecables, sus gasnés, las pañoletas coloridas,
sus pequeñas carteras de cuero de cocodrilo y sus gestos de
admiración cuando encontraba alguna novedad bibliográfica
de ocasión entre las librerías callejeras de la Avenida 19. Lo veo
entre sus amigos, con quienes compartía desde lejos el amor
por los escándalos y las acciones urticantes para un país que
poco a poco, desde arriba y desde abajo, se convirtió en un
maëlstrom de sangre.
Todo esto lo recuerdo ahora en el bar de travestis de Londres
donde trabajo desde hace tiempo representando en el escenario
a mi adorada, a mi amada narizoncita Carole King. La Carole
que escuchaba sin cesar en la ca sona de Chapinero, rodeado
de tíos locos, en las tardes lluviosas, cuando terminaba de
manera desastrosa el bachillerato en 1971. Canto vestido de
Carole todas las noches la vieja melodía inolvidable de mi
adolescencia “It’s Too Late, Baby”, que sigue viva en mi, me
estremece, me hace llorar. Todos los días la veo por Youtube y
Dailymotion para mejorar mis representaciones, ella, Carole a
sus 21 años, tan linda con su vestidito rosado, aferrada, tímida y
sonriente ante el piano, acompañada por sus dos excelentes
guitarristas. Mírenla, es la versión de 1971.
Mi representación de Carole King en el bar Destroyer es la
mejor, soy el travesti preferido del cabaret, mis jefes me adoran
y cuando ella cumplió 60 años pasó por Londres y vino a verme
346
María Eugenia Rojas Arana
y me abrazó y me dio flores ante el público. Se ve muy bien,
como cuando cantó con Celine Dion, Gloria Stefan y Shania.
Desde entonces, desde ese día en que ella me dio flores y me
besó, soy la loca más feliz, la travesti más dichosa del mundo.
Los Vásquez Aranzazu se han salvado conmigo, han triunfado
en Londres. Todos mis tíos han muerto uno tras otro, ya no
queda nada, todo ha sido arrasado en Bogotá para hacer edificios
y avenidas. Pero yo estoy aquí, la loca Martín Vásquez. Travesti
y feliz.
Y cuando termino mi espectáculo y recojo las propinas y
espanto los borrachos y regreso luego por las calles a mi
apartamento, desde la Bogotá lejana, desde mi ciudad
perdida, desde mi pasado, una extraña voz me grita siempre
sin cesar : «Remember Chapinero, remember Chapinero… Martín, ¿Qué haces? ¿Dónde estás? ».
Cada uno con su cuento: antología comentada...
347
LOS AZARES DE UNA NATURALEZA CAMBIANTE
En virtud de un lenguaje preciso y explorando diversos
recursos de representación, que se evidencian desde el título:
“Remember Chapinero”, el escritor Eduardo García Aguilar
inventa la ficción de otro hombre : Martín Vásquez Manzur,
en la escritura que elabora discursivamente este relato para
presentarnos otros mundos posibles donde acontecimientos
contextos y personajes tienen lugar, mediante una verosimilitud
creada que logra sorprendernos y maravillarnos al permitirnos
conocer en detalle facetas del existir que quizá no nos
hubiéramos atrevido a imaginar.
El sujeto de la enunciación y protagonista, construido como
narrador en primera persona, se dirige a un narratario para
contar los acontecimientos desde el inicio, hasta el fin. Las
observaciones y las evaluaciones hechas por él, dibujan este
universo cognitivo y axiológico de la infancia y de la
adolescencia en la urbe bogotana y en el terror de sus calles
transitadas por “ladrones, cuchilleros y pistoleros”, como
ilustración del violento país de origen, “de masacres, guerras
civiles, estado de sitio y gobernantes arbitrarios”.
De manera magistral se realiza una estructura dramática
construida en tres actos: el planteamiento, la confrontación y
la resolución En virtud de la magia evocadora de la vieja
canción : “It´s too late Baby”, de Carole King, que actúa como
detonante se pone en marcha esta historia y Martín es llevado
a su infancia y adolescencia solitarias, en la atmósfera gótica
de la señorial casona de Chapinero ; aterrorizado por sus tíos,
con la amenaza de los fantasmas que sus mentes alucinadas
hacen deambular por los pasillos, mientras el muchacho
sobrecogido por el miedo implora por el regreso gratificante de
Pericles Vásquez el padre ausente en sus continuos viajes de
investigación geográfica por el mundo y sufre la carencia de
Tatiana Manzur la madre que lo abandona para huir a España
con un publicista.
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María Eugenia Rojas Arana
La muerte del geógrafo y profesor universitario en manos
de uno de sus amantes es el punto de giro que cambia la vida
de Martín y lo lleva a la confrontación consigo mismo y sus
nuevos entornos, en su errancia por Europa, hasta instalarse
en Londres, lugar del clímax, la peripecia por excelencia, que
supone un ascenso en la historia como momento de mayor
intensidad dramática mediante la cual el protagonista llega
hasta el límite en su arco de transformación y signado por la
falta, alcanza ese momento crítico en que se asume gozoso
como homosexual y travesti, representando en el escenario del
bar Destroyer a su admirada Carole King cantando : “It´s too
late Baby” y logrando en este acto ritualesco y triunfante, una
doble identificación para recuperar simbólicamente al padre
homosexual y el cuerpo perdido de la madre.
Inevitablemente la trama desciende para mostrar el
desenlace, el final solitario del regreso a casa y la voz extraña
que lo llama a recordar su pasado en Chapinero. Así, la ficción
autobiográfica, aquello que al narrador le interesa mostrar de
su yo, determina lo narrado y le da forma a atmósferas,
valoraciones y sentimientos para construir esa imagen de si,
en el universo del recuerdo que permite develar su propia
naturaleza y el carácter cambiante de sus conflictos internos,
determinados por su propio deseo y la fatalidad impuesta por
el imaginario del escritor.
La focalización referida a aquello que tiene que ver con la
información narrativa se aplica al saber del narrador sobre si
mismo y sobre los otros personajes que crea. Gerard Genette
llama focalización interna a aquella que coincide con la visión
de un personaje, sujeto perceptor del relato, quien ve al mundo
a través de los ojos de su conciencia y focalización externa a la
que no puede dar cuenta del mundo interior del mismo.
En el ejercicio de contar, la focalización del narrador es
variable, va desde la observación interna de si mismo,
ocupándose de que sucede en su pensamiento y en el terreno
de sus afectos, haciendo saber lo que le ha sido contado por
Pablo Lozano sobre los sentimientos paternos, hasta dar cuenta
Cada uno con su cuento: antología comentada...
349
de aquello que observa en otros personajes, como testigo de
sus acciones, configurando, sin lugar a dudas, una focalización
externa de los mismos.
El relato construido como metáfora de la realidad que se
reinventa, obedece a leyes internas de la causalidad que lo rige ;
así, para crear el efecto de lo absurdo, se mezclan modos de
interacción de lo narrado, entretejiendo tiempos, espacios,
dibujando personajes con sus consistencias y paradojas para
hacerlos creíbles; saltando de un episodio a otro casi sin
anunciarse, en esta historia poco convencional y que se parece
a esas asociaciones libres donde afloran los más profundos y
secretos deseos que nos permitimos contar a veces en el diván
del psicoanalista para reconstruir mediante el recuerdo, el
entramado de nuestra existencia, intentando explicar el porqué
de los acontecimientos elegidos y los sentimientos que nos
desorganizan.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
351
Cada uno con su cuento: antología comentada...
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EDUARDO DELGADO ORTIZ
(Pasto, 1950)
Reside en Cali desde hace cuarenta años. Cofundador de
Cali—Teatro y de la revista Metáfora, de la cual es jefe de
redacción. Perteneció al grupo literario El Zair. Sus ensayos
sobre autores vallecaucanos, el cuento norteamericano, el
cuento latinoamericano y la novela negra han sido publicados
en suplementos literarios y en revistas de circulación nacional.
Eduardo Delgado Ortiz hace parte de la antología Cuento
colombiano al borde del siglo XXI, Veinte asedios al amor y a
la muerte, selección de Eduardo García Aguilar, Ministerio de
Cultura, 1998; de la antología de relatos Cuentos sin Cuenta,
selección de Fabio Martínez, Programa Editorial, Universidad
del Valle, 2003, y de la antología bilingüe (Colombo—francesa)
Cali—grafías, la ciudad literaria, cuyos compiladores son Fabio
Martínez y Hernando Urriago, Programa Editorial Universidad
del Valle y Revista Vericuetos de Francia, 2008.
Eduardo Delgado es autor del libro de relatos Como tinta de
sangre en el paladar. Minotauro Editores, 1999; de la novela
Por los senderos del sur, Programa Editorial Universidad del
Valle, 2004; del libro de ensayos La geometría del crimen,
Minotauro Editores, 2007, y del libro de cuentos La Experiencia
Interior, Orbe Editores, 2008.
FABULAR PARA DAR CUENTA DE LO
INSOSPECHADO
Como tinta de sangre en el paladar. Libro de cuentos
publicado en 1999 por Minotauro Editores. Los dramas de estas
354
María Eugenia Rojas Arana
historias de crímenes, erotismo y desolación, ocurren en
ciudades modernas donde hombres y mujeres se ven
enfrentados a la destrucción y la muerte violenta sin
experimentar la culpa, testimoniando sus vivencias de horror,
sometidas al rigor estético.
Por los senderos del Sur. Novela histórica publicada por El
Programa Editorial de La Universidad del Valle en el 2004. El
argumento parte de la campaña libertadora del sur del país, al
mando del general Antonio José de Sucre, en la década
turbulenta de 1820–1830 en hechos que se suceden en
Colombia, Ecuador y Perú. Habla del magnicidio del general
Sucre que sigue siendo un enigma sin resolver, donde la
participación del general Obando no presenta dudas. Es un
texto de grandes logros narrativos, clara intención policial y de
una riqueza histórica indiscutible. (Sonia Truque, “El
magnicidio del general Sucre”).
La geometría del crimen y otros ensayos. Libro publicado
por Minotauro Editores en 2007. Sin ambiciones de teorizar, el
escritor piensa su escritura y la de maestros como Borges,
Eugenio Díaz, Jorge Isaacs, Antonio Llanos Aurelio Arturo,
Mario Vargas Llosa, Virginia Woolf y Raymond Carver,
maestros del género negro con preocupaciones parecidas a las
suyas y de cuyos textos en torno a temáticas eróticas, criminales
y policíacas, busca nutrirse. Al final del libro, dialoga con el
escritor y ensayista Darío Henao y reseña la antología Cuentos
sin cuenta, del escritor Fabio Martínez.
La experiencia interior. Libro de cuentos publicado por Orbe
Editores en 2008. En estos relatos de género negro, el cuerpo y
el afecto de seres humanos desgraciados entran en el dilema
de la “experiencia interior”; el crimen y la enfermedad se
desbordan en situaciones límite de éxtasis arrobamiento muerte
y erotismo y la ruptura de la moral libera al hombre que rompe
con lo convencional y se dirige al del sin sentido como lugar de
lo verosímil para escenificar el mal social en su diversidad
siniestra.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
355
LA EXISTENCIA COMO METÁFORA
DE LA FICCIÓN
Una tarde de diciembre de 2009, mientras me dirigía con
Eduardo Delgado a La Buitrera, una vereda cercana a la ciudad
de Cali, lugar donde vive, pude percibir en él a la persona cálida
y amistosa que siempre imaginé, en las ocasiones en que
tuvimos la oportunidad de encontrarnos para celebrar otras
escrituras de amigos comunes.
Al llegar, nos recibió su esposa Viviana con la cordialidad
sincera que la caracteriza y que hace sentir a gusto a aquellos
que la tratan; durante varios años ha sido la compañera
entrañable, la primera persona que lee sus textos y su crítica
más rigurosa y audaz.
Su casa, verdadero refugio y centro de su vida cotidiana,
está adornada con cuadros originales de su hermano Carlos y
otros pintores como César Santafé, Homero Aguilar, una
escultura de Italo Tejada y objetos de la cultura Inga del sur
del país; recorrerla permitió acceder a la intimidad del escritor.
Así supe de la escogencia de este lugar mágico situado entre la
cordillera occidental y un bosque natural, elegido atendiendo a
los consejos de su gran amigo el filósofo Augusto Díaz y su hijo
Lautaro, hoy fallecidos, que se quedaron en su memoria y en
un lugar del corazón, donde se guardan los recuerdos amados
como imágenes imborrables de un paisaje registrado en el
pasado. Allí construyó hace 12 años este espacio que soñó en
Pasto, la ciudad de su infancia y adolescencia, en compañía de
Roberto Ariza, quien le enseñó a disfrutar la música de Daniel
Santos y Charles Figueroa en los cafés de barriada, en medio
de bandidos y de putas que se volvieron personajes y hoy
habitan su universo narrativo. Lo dibujó muchas veces, al lado
del poeta Hernando Martínez, apodado “Vizconde de Gratulay”,
tal vez el mejor cómplice de esas épocas de grandes festejos y
de felicidades siempre nuevas.
Finalmente, instalados en su estudio y rodeados por sus
libros, en ese lugar hecho de paz y de silencios donde el escritor
356
María Eugenia Rojas Arana
se encuentra a menudo con los fantasmas que lo asedian y
alimentan su escritura en las noches sin sueño; allí, en virtud
de la palabra que lo evoca, pude tocar ese otro que lo habita
sutil, inocente y misterioso que le había sido arrebatado por la
rutina, las obligaciones y el acontecer de los años. Mientras lo
escuchaba, el espacio fue ganado por la noche que traía una
luminosidad nueva y yo no dejaba de maravillarme ante el
paisaje nocturno que parecía colarse por los amplios ventanales,
mientras su voz pausada me regalaba sus vivencias literarias
y detalles de su existencia, relatados en toda su complejidad
para dejar la huella de su sentir, en este presente compartido.
¿Cómo te iniciaste en la literatura y en el cuento?
Te quiero contar que fui un niño lleno de fantasía en un
entorno propicio para soñar. Mi madre, además de tener una
bella voz, era una lectora apasionada. Recitaba de memoria a
Becker, a Silva o a Porfirio Barba—Jacob, en especial aquellos
versos que dicen: “Yo gustaba la voz del viento/como una
piñuela en sazón,/ y me la comía… con lamento/de avidez en
el corazón”. Recitaba a muchos poetas y a mí me sonaba lindo
y solía copiarlos en una libreta. Por otra parte mi padre solía
tener sus tertulias con personajes interesantes. Hablaban de
política –supongo que mi padre además de gaitanista era
bolivariano—, de historia y de literatura. Tengo un hermano
pintor, egresado de la Facultad de Artes de la Universidad de
Nariño. Todo esto creo que influyó para que a mí me gustara
el arte. Empecé a leer muy temprano y tuve la fortuna de tener
amigos que también leían. Éramos aficionados al cine y al
teatro. Me inicié haciendo teatro en el colegio y creo que lo
primero que escribí para el periódico Diario del Sur fue una
reseña sobre una película El violinista en el tejado. Para
entonces tendría 14 ó 15 años.
Llegué a Cali en 1969, continué haciendo teatro en el INEM,
en donde tuve profesores de un gran nivel filosófico, literario y
político, entre los que se cuento a Tomás Quintero, ese gran
Cada uno con su cuento: antología comentada...
357
poeta y crítico que murió prematuramente. Para entonces ya
venía estudiando el cuento como género literario.
¿Qué escritores influenciaron tu escritura?
Yo era un apasionado por la obra de Balzac, Shakespeare,
Tolstoi, Dostoievsky, de quien escribí un ensayo y me gané un
premio en el colegio. Después vinieron los norteamericanos.
Sin embargo, fue Kafka quien me desangró, llevándome al filo
de la muerte. Su arquitectura literaria y su mundo me
persiguieron por muchos años. Trataba de imitarlo
absurdamente y eso me hizo mucho daño, ya que era imposible
imitar a ese genio en un mundo completamente diferente al
mío. Fue gracias a un ensayo de Cortázar que entendí mi sin
razón. Cuenta él sobre las influencias y cómo leyendo a Borges
entendió de cómo se debía escribir un escritor, sin imitar.
Después de cavilar, después de volver a leer a los clásicos, de
leer el cuento en el contexto universal y de pensar lo que
realmente quería, me senté a escribir Como tinta de sangre en
el paladar, una serie de relatos que tienen su imaginario en
Cali, Bogota, Colombia. Si tengo que buscar mis influencias
literarias diría que están en toda la literatura universal.
¿Qué otros acontecimientos de la vida cuentan?
Creo que todo escritor tiene un mundo, relevante o no, pero
es lo que cuenta. Macondo es el mundo de García Márquez,
pero también sus amigos, el grupo de Barranquilla, jóvenes
inquietos y apasionados. Para todos es lo mismo: los amigos,
la política, el teatro, los libros. El gran problema es cómo lograr
transformar en arte ese pequeño o gran mundo. Cumbres
borrascosas de Emily Bronte es una historia de amor, de un
erotismo impresionante, escrita por una mujer que vivió aislada
y que no conoció el amor en esa dimensión. Todo en la vida
cuenta. El problema es saber contarlo. Conozco a muchos
escritores de talento, con una gran formación literaria y
humanística, a quienes no les suena el tambor. El otro gran
problema es que por muy bueno que sea el escritor, si no tiene
358
María Eugenia Rojas Arana
la suerte de ser leído y publicado, pasará al olvido. La
comercialización hace parte de la globalización.
¿La experiencia de los viajes ha enriquecido tu escritura?
Pienso que la escritura sólo se fortalece a través de la lectura,
del trabajo. Ciento por ciento de transpiración y una pizca de
ingenio, dice el dicho. El escritor no es un ser aislado, ya lo dije,
tiene un mundo. Viajar puede ampliar fronteras, amplificar la
visión del mundo, lo cual también lo dan los libros; creo que,
consciente o inconscientemente, el escritor opta por una
posición filosófica, sea conservadora o lo que sea. Lo que no
comparto es que se inmiscuya la política en el quehacer literario.
Para mí, viajar ha sido un placer, pero trato de escribir con las
entrañas. Vivo hace más de treinta y siete años en Cali, lo cual
lo hace todo más reflexivo, pero el poeta no tiene fronteras.
Todo golpe en la cara, sea adentro o afuera, hace parte de la
literatura.
¿Qué define el carácter de un buen cuento?
Es un interrogante que los críticos, los escritores y los lectores
se han formulado desde hace mucho tiempo y han respondido
de diferentes maneras, y puede sonar a lugar común, lo cual
ya es tedioso. Todos los maestros del género han dado su
puntada: Poe, Borges, Cortazar, etc. Hay mucha tela para
cortar. Sólo me limitaré a repetir, ya no recuerdo al autor,
aquello que dice que el tratamiento literario acompañado de
un rigor implacable, es lo que hace que un cuento sea bueno.
En todo este tratamiento hay un tejemaneje donde la tensión,
la intriga y los interrogantes se articulan a través de unas
descargas dosificadas con audacia, lo cual hace parte del oficio
del escritor. El tema puede ser cualquiera: incluso una puntilla,
dice Cortázar. Allí esta la maestría de un buen cuentista. En
una carta de Chejov para Souvorin, le aconseja lo siguiente:
“Para describir a una banda de cuatreros en setecientas líneas,
yo tengo que pensar y hablar todo el tiempo como ellos, sentir
con sus sentimientos; de otro modo, si permito que se introduzca
Cada uno con su cuento: antología comentada...
359
mi subjetividad, la imagen se desdibujará y el cuento no será
tan compacto como todo cuento debe ser. Cuando escribo, me
apoyo enteramente sobre la capacidad del lector para añadir
por sí mismo los elementos subjetivos de que carece el cuento”.
¿Es importante conocer técnicas de escritura para lograr una
buena producción literaria?
La escritura, además de ser un arte, es un oficio y todo oficio
requiere de herramientas y entre más, mucho mejor. Es una
utopía pensar que una obra de arte surge por ósmosis. Antes
del acto de la escritura, está el acto de la lectura. Raymond
Carver, ese gran escritor de cuentos norteamericano, asistió a
talleres de escritura donde se formó. Los talleres son
importantes, como lo son las escuelas de música para sus
alumnos; como los de pintura para el pintor; de lo contrario,
¿cómo el músico aprendería los pentagramas y el pintor la
geometría del cuerpo y la disposición del color? En todo ello,
además de los fantasmas influye el conocimiento, cierta dosis
de talento y mucha disciplina. Hay unas técnicas que hay que
conocer para no caer en el error de los trucos, lo cual es
detestable. “La exactitud fundamental del aserto es la única
moralidad de escribirlo”, dice Ezra Pound, lo cual es gratificante.
¿Cuál consideras que es tu mejor cuento y por qué?
Un libro de cuentos es un todo unitario, una serie de hijos
encadenados por un cordón umbilical. El cuento “Confesión
de un asesinato” me hizo ver que era capaz de escribir cuentos
y así cada cuento del libro me ha dado la posibilidad de existir.
El escribir cuentos tiene su complejidad y cada uno es un nuevo
reto. Es imposible mantener el nivel en todos y sin embargo
todos son parte de mi existencia a pesar de sus imperfecciones.
¿Cómo te piensas en relación con tu contemporaneidad
histórica?
He sido un hombre de izquierda que no he inmiscuido mis
posiciones políticas en mi obra. Por lo demás, he procurado
360
María Eugenia Rojas Arana
interpretar el mundo que me rodea con objetividad creativa.
Pienso que el arte, por fortuna, es independiente del oportunismo
mercantilista, del cual soy ajeno. No me interesa mi paso por
la historia más que como un simple amanuense, que escribe,
solo por contar historias y entretener. Ha pasado el reino de las
vacas sagradas y ahora no somos más que unos hombres a la
deriva, tratando de sobrevivir y hacer que otros sueñen.
Sé que tienes otra profesión. ¿Cómo es eso?
Además de soñar, una empresa de arquitectura de interiores
donde construimos y fabricamos los sueños del “mejor vivir”.
Puertas y ventanas al futuro.
¿Te gustaría formular otra pregunta y responderla?
No. Prefiero la raya simétrica de tus inquietudes con relación
al cuento y eso me parece bien.
¿Qué opinas de este título para la antología, “Cada uno con su
cuento: Antología comentada de relatos de escritores colombianos contemporáneos”?
Me parece preciso y espero que la selección atrape lectores.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
361
“PARECÍA UN GALÁN DE CINE,
ERA MOREIRA”
Febrero 2 de 1991.
Un pernicioso sol de mediodía acarició el asfalto dejando
una reverberación vaporosa en el aire al paso de una Harley
Davidson. Los dos hombres de lentes oscuros que viajaban en
ella, se parquearon en la tienda de Antonio. El parrillero, al
que apodaban el Zarco, miró de un lado a otro de la desierta
calle y con voz de mando dijo, al que maniobraba la Harley: —
espera un momento—. Iba a cruzar unas pocas palabras con
su compadre, sólo por cumplirle la cita. El guardaespaldas se
quedó montado sintiendo entre sus piernas el runrunear de la
moto, como si estuviera sobre una hembra.
En el negocio no había nadie. Sintió el ambiente rancio. Una
mesa, tres envases vacíos de cerveza, un cenicero con colillas
de cigarrillo y varios chicles masticados hasta el cansancio. El
Zarco atravesó el mostrador con confianza; iba a coger el pomo
de la contrapuerta que separa el local de la vivienda, cuando
ésta se abrió de un tirón y en el umbral apareció Chila, la mujer
de Antonio. Ella se asustó y, moviendo su melena sedosa, dejó
escapar un —hola— trémulo. Lugo dijo, con resignada fidelidad,
lo que su marido le había encargado que dijera: —había salido
urgente para El Paso, a encontrarse con el Comandante—.
Tenía el ojo izquierdo amoratado y su belleza parecía languidecer en una tortura infinita. Su marido estaba contagiado por
una fiebre de celos, era una enfermedad perversa la que tenía
a Antonio en un arrebato insoportable. Ella se mantenía
encerrada y el contacto con la gente lo hacía a través de la
atención de la tienda. El hombre no tenía más que tomarse
unos tragos, que era casi todos los días, para montársela, por
cualquier mirada ajena, por su culposa belleza. Todo esto quiso
contarle al Zarco y algo más que la azoraba, y que enturbiaba
la amistad de ellos. Pero el hombre, en un acto de discreción, al
362
María Eugenia Rojas Arana
saber que su compadre no estaba salió de la tienda rápido sin
querer interpretar, en los ojos de ella, la ansiosa confidencia.
Estaba trepando en la moto cuando llegó una sorpresiva
descarga de pistola. La moto salió en un pique zigzagueante
a gran velocidad, y los dos hombres desaparecieron sin responder y sin saber de donde había salido la celada.
Moreira, alias el Zarco, era alto, piel canela y sus ojos azules
ocultaban con fingida maroma de buena gente, la sevicia que
guardaban sus entrañas. El Comandante lo había reclutado
cuatro años atrás, encontrando en él un perfil tenaz. Le dieron
formación logística; aprendió a disparar certero, camuflarse y
a desplegar lo innato en él: audacia y rapidez. Sordo al aprendizaje ideológico, se orientó en estrategias de inteligencia
urbana, encargado de cumplir sentencias, ajustar cuentas. No
más. Era un amigo incondicional, generoso. Gracias a él,
Antonio había salido de la miseria. La tienda era un regalo de
Moreira, a él también debía las utilidades que recibía como
caleta y todo lo que tenia. Igualmente era devoto de la virgen
del Carmen; guardaba su estampa como amuleto. Rezaba
“Dios te salve María...”, se santiguaba y se iba a cumplir los
encargos, que por esos días no sólo correspondían al partido,
otra incertidumbre lo jalonaba con ganas.
Abril 4 de 1990.
En el barrio La Floresta donde estaba la tienda de Antonio,
vivía una Mona hechiza con ínfulas de diva, tenia buen cuerpo.
Había heredado una sospechosa buena suma, tras el homicidio
de su marido; salía con esa calaña de gente que gana dinero a
montón, pero quería marido distinto, y un día vio en la tienda
de Antonio, a Moreira y quedó encantada. El hombre no le
paró bolas. A ella se le clavó el capricho. “Ese hombre será
mío”, sentenció para su adentro, tenía como conquistarlo y
ella no era fea.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
363
La Mona hizo una fiesta. Invitó a los acomodados del barrio
y para ostentar, también a sus amigos de andanzas. Le insistió
a Antonio que fuera con su mujer y le dijo que llevara a su
compadre Moreira.
Hubo orquesta, pavo, Whisky. Menudas extravagancias aquí
y allá. Mucha gente, pero Chila, así, con su vestido sencillo que
dibujaba cada parte de su cuerpo, se destacaba entre las demás.
Era una mujer guapa, tez cetrina y ojos oscuros. Llevaba el
cabello recogido con un moño andaluz y los hombres la admiraban descaradamente. En su toque de barriada había un
pique de garbo gustador. Podía pasar por creída, pero no, vivía
absorta en un mundo interior de deseos frustrados y pasiones
recónditas que afloraban en su piel, con ardiente llama y
desencanto. Nadie se explicaba el por qué se aguantaba un
marido mezquino y de tan poca presencia. Podía merecer
mucho, pero extrañamente soportaba esa vida ruin. Sin
embargo, al bailar parecía explorar otro ser en su cuerpo y se
llenaba de coquetería deliciosa, sin ella proponérselo.
A la una de la madrugada apareció el Zarco, el hombre
levantó más de un cuchicheo mujeril. Irreverente y altanero,
sin mirar a nadie fue directo donde Antonio y después de dar
un fuerte abrazo a Chila y a su compadre que apreciaba, se
sentó a seguir bebiendo, pues ya traía unos tragos encima. Cinco
minutos después la Mona lo abordó. Fue solícita y complaciente.
Que se sintiera como en su casa, le dijo. Y cuando hubo algo
de confianza, lo tomó del brazo, y lo presentó a los duros de la
fiesta, que estaban acomodados aparte, en un patio que habían
reservado para ellos. La Mona pensó que el hombre se iba a
amedrentar, pero no. Estaba en su elemento. No era tonto y
sabía hablar, lo que agradó más a la Mona.
Como a las dos de la madrugada llegaron unos necios,
queriendo imponer su ley. Fueron dicharacheros; a una chica
le tocaron la nalga y nadie dijo nada. Al llegar al compartimiento donde el Zarco había entrado en confianza, uno de
los pandilleros quiso montarla y éste, con imprevisible agilidad
los arremangó y con su pistola 9 mm los puso a todos patas a
364
María Eugenia Rojas Arana
fuera. Mientras los malevos de la fiesta pifiaban y reían a
carcajadas por la acción del corajudo.
Esa noche se dieron dos hechos y se juntaron dos personajes
que tejieron y destejieron la vida de Moreira: La Mona y Capa
Roja. Sonó un disco, la mujer lo invitó a bailar y éste le infringió
un inútil agravio, la despreció delante de todos, y prefirió seguir
bebiendo. Ella quedó perpleja, y las mejillas se le sonrojaron
con humillación inolvidable; en su vida nadie la había plantado
de esa manera, fue todo tan canalla y horrible, que la mujer le
clavó una turbulenta mirada.
El temido Capa Roja que estaba en la sombra, complacido
por la osadía del Zarco, lo sentó a beber con él hasta despuntar
el alba y luego, cuando se cansaron del lugar, lo invitó para la
finca con mujeres rumbosas y su cuadrilla de secuaces. En la
finca, montaron a caballo, escucharon rancheras, comieron
ternera a la llanera y bebieron y metieron cocaína hasta
embalarse. Ese día El Zarco conoció a Don Marcelo, uno de los
patrones de Capa Roja. Le dieron confianza y entre tragos le
encomendaron cobrar una cuenta grande, a un sujeto que tenía
mala fama, en la capital; tarea que cumplió con éxito y lo ligaron
a ese mundo.
Días después, a su Comandante de cuadrilla le arguyó, que
para hacer servicio de inteligencia, él tenía que mezclarse con
gente acomodada y vestir acorde a la situación. ¿Qué quería
decir?, había entrado en otro estatus social que bien le podría
convenir al partido. El Comandante aceptó la razón, pero
también intuyó que el Zarco hacía trabajos independientes, que
no podía tolerar. Y sentenció —que tuviera cuidado, no la fuera
a cometer—.
Octubre 10 de 1990.
Seis meses fueron suficientes para que se enrolara en otro
ambiente de truculentos negocios y rumba pesada. Tenía la
vileza y audacia para enfrentar la muerte. Sus acciones fueron
arriesgadas. Empezó a ganar buen dinero, a vivir con
Cada uno con su cuento: antología comentada...
365
intensidad. El Zarco sintió que esa vida le gustaba, estaba en
su ley. Los Night-clubs pasaron a hacer parte esencial de su
rutina. Lo extravagante no lo saciaba. Su toque barriobajero
afloró en su piel con su lenguaje canalla. Bailaba salsa como
mariquita y las rechiflas y las atenciones de los barmans y
porteros le producían hilaridad. Le gustaba sentirse un duro,
tener dinero en el bolsillo y gastarlo a granel. Su pasión no
eran las mujeres. Para sus amigos ellas representaban el placer
máximo, —exhibir una buena hembra es sinónimo de poder;
igual para el patrón un caballo de paso fino—. Para el Zarco,
en cambio, la mujer enredaba la vida. Ese inconsciente rechazo
lo hacía ver más atractivo. Varias mujeres lo buscaban y él a
veces salía o las rechazaba. Lo que no sabía era que esa
irreverencia lo iba a joder. Decían que era marica, que tenía
un comportamiento extraño. Pero frente a todos, sin excepción,
era un puta macho y lo respetaban. Le temían. Su fama en ese
ruedo era un hecho.
Cuenta su guardaespaldas, que una noche de extraviados
tragos, un patrón mandó a cerrar la discoteca y puso sobre la
mesa un fajo de billetes de cien dólares para el tipo que hiciera
un streptease. El Zarco, en medio del humo de la marihuana y
el ajetreo, lo hizo como una cabaretera y, el maricón mafioso
lo ovacionó hasta el cansancio. No solo se ganó su confianza,
también el aplauso de los demás patanes, que rechiflaban
bebiendo trago como locos.
Diciembre 18 de 1990.
Fue en una discoteca. La Mona se encontró con Antonio.
Ambos estaban bebiendo. Bailaron y en medio del humo y
filtreo, ella lo fue acaramelando y cuando lo tuvo seguro en su
punto, en sus garras, le soltó lo que había pensado —hagámoslo
primor, ya que tu mujer lo hace con el Zarco—. El trago, la
música y el amartelamiento de la Mona, le amortiguaron el
golpe. El hombre cabeceó y las palabras fueron un eco vibrando
en su cuerpo, pero ella ya lo había trenzado en sus brazos,
366
María Eugenia Rojas Arana
dejando escapar un —¿cómo?— incrédulo, que su boca amansó
en un prolongado beso. No se habló más. Ella aceptó sentarse
a la mesa con él. En el motel, en la cama, la Mona trabajó a
Antonio. Con la sutileza de su ser pervertido, lo empezó a
envenenar, filtrándole pequeñas espinas por el torrente de su
sangre machista. —¿Sabes?— le soltaba, —pienso que la tienda
no era para vos, ni la casa, ni tanto regalo; a no ser que haga
su jugarreta: complace a tu Chila, por tu boca. Los hombres a
ratos son pendejos—, decía. Las pócimas fueron controladas
con toda la astucia de mujer conocedora. Después de tensionarlo
con sus embustes, lo hacía relajar con una pose fuerte y cuando
ya lo tenía caliente, le daba su porción de veneno, como una
puñetera bruja, y en seguida lo enloquecía con su cuerpo de
hembra sabrosa. Ella lo hacía con Antonio aborreciendo todo
en él, pero su odio era más fregado.
Antonio era celoso. Por esos días la vida de Chila era un
infierno. —¿Por qué me pegas? ¿Es que sos un idiota para
creer semejante vileza? —Le gritaba ella. —Le voy a contar, le
voy a decir a tu amigo las infamias que piensas de él.
Para inculparlo, Antonio entregó unas caletas a la policía.
Al Comandante, le empezó a dar información de las andanzas
del Zarco con sicarios al servicio de la mafia. Dijo que estaba
enviciado; que ya no era de confiar. Los comentarios fueron
graduales, manipuló la información y metió cizaña.
Febrero 3 de 1991.
Dos balas le tocaron a Moreira. La una entró por el tríceps y
salió por el bíceps, rozando el brazo de su escolta, la segunda
atravesó el hígado y se incrustó en el pulmón derecho. Al
hospital llegó solo, muy grave; su escolta tenía algo pendiente
con la policía y no era buena su presencia. Antes de retirarse le
entregó sus papeles y le confió, que si no salía vivo de esa, le
dijera a su compadre, que se encargue de las cosas de él; lo que
tenía era para Antonio. Lo consideraba su único amigo de
verdad, su hermano.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
367
Cuando estuvo acostado en la cama del hospital, pensó en
su juventud sin padre ni madre. El olor de medicamentos le
hizo recordar el estupro sufrido siendo niño (una abominable
pesadilla que no aceptaba como real). Lo que hacía ahora era
una forma de sometimiento, una manera de justificar la vida
que llevaba a la sombra de otros y, a pesar de ganar mucho
dinero, él no era nadie; era un ser sumergido en la soledad con
un destino miserable. Ya en el quirófano, sintió nauseas y
empezó a navegar por un túnel, hasta caer en un pantano
viscoso color escarlata. Tenía escalofrío y miedo. En su sueño
vio al traidor, señalándolo con el dedo, omnipotente y terrible.
El doctor le dijo que tuviera confianza, era fuerte y que iba a
sobrevivir. Él desfalleció, se dejó llevar por el torrente de la
oscuridad y no quiso aferrarse a la vida; estaba asqueado. Tenía
21 años.
El Zarco murió un día después, en la cama # 19, del Hospital.
Fue enterrado como un N.N. Enterado, esa misma tarde, el
escolta de Moreira encontró en el apartamento una caleta con
mucho dinero. Al pie de la puerta habían deslizado una carta,
“Fue Antonio, con gente del Comandante. El desgraciado piensa
que sos mi amante. Pero creo que hay algo más, envidia. Un
cretino. Por fin he tenido fuerzas para abandonarlo. Chila”. El
tipo leyó la nota, estrujó el papel en su mano con bronca, y con
rabia lo tiró a la basura.
En la pared había un póster a color de un hombre que
parecía un galán de cine, era Moreira. El escolta lo miró con
tristeza. Se montó unos lentes oscuros y salió a la calle, cabizbajo.
El murmullo de la Ciudad penetró por sus oídos, y el smog con
mezcla de comida callejera, llenó sus pulmones y le llegaron
imágenes del jefe amigo que acababa de morir. Y con fuerza
solidaria los ojos se le anegaron y dejó escapar un sollozo fuerte
que arrastró el viento. La calle con toda su podredumbre los
había unido. Ahora se había ido para siempre. Apretó el maletín
cargado de dinero como si fuera un arma, y con taciturno paso
se zambulló entre los transeúntes pensando en su víctima
pagada por adelantado.
368
María Eugenia Rojas Arana
LA FASCINACIÓN POR EL CRIMEN
A partir de los datos emitidos por un narrador en tercera
persona verbal que, sin participar como personaje representado
del relato y gracias a su competencia lingüístico— discursiva,
nos invita a escuchar esta historia que parece conocer muy
bien, el enunciador nos configura este mundo alterno y verosímil
donde personajes y acciones tienen lugar, haciendo de la
observación una acción reflexiva que lo define como sujeto
absoluto del conocimiento sobre hechos, personajes, espacios
y tiempos, circunstancias narrativas que hace saber con lujo
de detalles al narratario, personaje también comprometido con
este relato en su condición de receptor de un discurso que lo
convierte a su vez en testigo y en informador virtual del saber
comunicado.
Pero este sujeto de la enunciación no se limita a informar lo
ocurrido sino que evalúa desde determinado sistema de valores
lo que considera importante relatar y justifica su existencia
mediante la persuasión ideológica que hace de él un perfecto
manipulador, consiguiendo que el lector posible no sólo crea
en las ocurrencias de la historia sino que se intrigue, se emocione
y se identifique con esta propuesta que dimensiona
estéticamente el género criminal realista, hecho de descripciones
precisas que dibujan varios espacios de lo social urbano,
atmósferas de descomposición, mundos sórdidos y violentos
donde prima lo frívolo, el vacío existencial y lo banal.
Deambulan hombres y mujeres desesperanzados y marginales
que ejercen el delito con una naturalidad pasmosa donde sin
culpa alguna, se viola lo prohibido impuesto por la ideología
judeo— cristiana y se dramatizan los conflictos determinados
por una sexualidad indiscriminada, la adicción y el tráfico de
drogas, el sicariato, la prostitución y la fascinación por el
crimen.
Al informar el porqué del asesinato de Moreira alias el Zarco,
la historia muestra detrás de este hecho las motivaciones reales
de personajes como la Mona, que al haber sido plantada por el
Cada uno con su cuento: antología comentada...
369
hombre que desea, alimenta los celos de Antonio y lo conduce
a traicionar a su amigo, hasta convertirlo en la víctima inocente
del asesinato; guía la conducta delictiva del escolta del Zarco
que consecuente con los códigos éticos de comportamiento social
alternos a los ya establecidos, decide vengar la muerte de su
jefe y en este acto final legitimar la transgresión y la racionalidad
del crimen.
El relato se expresa como verdadero intertexto que dialoga
con aquellos otros producidos por maestros de género negro
como Dashiell Hammett y sus incursiones en esos bajos fondos
donde se genera el crimen; Raymond Chandler y su estilo irónico
de frases rigurosas y ácidas; Boris Vian y su intensidad en el
tratamiento de lo sórdido; Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis
Borges en la construcción de personajes del hampa, en su
colección de relatos policiales, protagonizados por el genial
Isidro Parodi.
En el intento por explicar el mundo que lo agrede, el escritor
crea este escenario ficcional que se desea más real que la vida
representada y su pluralidad significante surge de la maestría
con que dibuja y convierte en espectáculo estos personajes sin
escrúpulos que desnuda de su investidura de personas y que
transforma subjetivamente en expresión metafórica de su
propio deseo de eternidad.
370
María Eugenia Rojas Arana
CONCLUSIONES
Las diversas lecturas realizadas en esta investigación
permitieron un mayor conocimiento de la cuentística
colombiana contemporánea a partir del estudio de autores que
cuentan con un reconocimiento nacional e internacional por
su obra, en la cual se vehiculan los temas propios de nuestro
imaginario cultural, con miras a su difusión en congresos y
simposios nacionales e internacionales, para dar a conocer a
los estudiosos de la materia, las reflexiones que sobre su propia
escritura y sobre el pensamiento de otros escritores tienen los
autores ya citados.
La propuesta investigativa construyó un modelo teórico—
metodológico que se apoya en la Semiótica narrativa y la
Sociocrítica, implementado en los comentarios finales de los
relatos elegidos como objeto de reflexión y divertimento
produciendo textos de carácter ensayístico sobre el género y
buscó acercarse a la historia de cada escritor, obteniendo como
resultado en las entrevistas realizadas, un reportaje literario,
verdadera didáctica de la escritura hecha de pensamiento
crítico, vivencias, lecturas y recomendaciones que revelan las
dificultades y aciertos en la práctica de la escritura de algunos
de nuestros más grandes narradores contemporáneos.
El objeto de estudio es el cuento. No obstante, parte de las
reflexiones de los autores consignadas en las entrevistas son
válidas para las novelas y otros géneros como el teatro y el
guión cinematográfico, que también se ocupan de historias de
ficción. Además, el comentario crítico de cada cuento va más
allá de la fábula, pues he querido estar atenta al discurso
narrativo; es decir, al cómo se cuenta cada historia, con la certeza
de que es en esa manera de contar donde aparecen las
semejanzas y las diferencias entre los escritores.
Espero contribuir con esta nueva antología a enriquecer el
pensamiento, el placer por nuevos relatos, la admiración por
sus autores y divulgar nuestra más reciente literatura nacional.
Cada uno con su cuento: antología comentada...
371
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
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Gredos, 1983.
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BATAILLE, George. El erotismo. Barcelona: Tusquets, 2007
BLANCO, Desiderio y BUENO, Raúl. Metodología del Análisis
Semiótico. Lima: Universidad de Lima, 1980.
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en el mes de marzo de 2010
en la Unidad de Artes Gráficas,
Facultad de Humanidades,
Universidad del Valle.
Cali, Colombia
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