teoría queer el vocablo inglés “queer”, cuya definición básica se

Transcripción

teoría queer el vocablo inglés “queer”, cuya definición básica se
teoría queer
El vocablo inglés “queer”, cuya definición
básica se traduce al español como “extraño”,
“excéntrico”, “misterioso”, “sospechoso” o,
en su uso más común, “raro”, se ha empleado desde principios del siglo veinte para
referirse también a la homosexualidad, o
más bien a lo sexualmente heterodoxo en
general (véase Gay New York del historiador
George Chauncey: 15-16). Por ser demasiado escandalosos los denominadores más
explícitos, se ha preferido en ciertos ámbitos el término queer. En el ambiente “puritano” de Estados Unidos en la primera mitad del siglo xx, donde se originó esta
acepción sexualizada de la palabra, por la
incomodidad que evocaban los asuntos
sexuales en general y la diversidad sexual en
particular, la palabra asumió un tono despectivo. Lo queer entonces era lo anormal,
lo diferente, lo perverso y por eso su pronunciación implicaba una repulsión.
Alrededor de 1990, en plena época de la
militancia de los grupos que protestaban la
falta de atención a la epidemia del sida en
Estados Unidos, un nuevo grupo, medio
anárquico, de desobediencia civil se formó
en Nueva York, llamándose Queer Nation.
La retórica estrepitosa de este grupo reflejaba la urgencia del momento, cuando los
hombres homosexuales y sus aliados en la
lucha sobre el sida (es decir, las lesbianas,
los bisexuales, los transgéneros, entre otros)
asumieron una nueva consciencia política
ante los efectos más nefastos de la homofobia. Los homófobos, entre ellos varios poderosísimos líderes políticos y religiosos, estaban dispuestos a dejar morir a los que se
enfermaban de sida, simplemente porque
eran diferentes (queers) y por consiguiente
“inmorales”.
Queer Nation también fue una reacción
ante cierto esencialismo que se manifestaba
en el activismo sobre el sida y en la mililtancia gay en general (la que insistía definirse a través de identidades fijas y el binario
hétero/homo). Como muchos de los infectados se identificaban como homosexuales, y
como se estaban muriendo, éstos no quisieron aliarse con otros grupos que no se encontraran en condiciones tan desesperadas,
a pesar de obvias similitudes en estatus de
marginalizados. Además, esta identidad gay
era siempre más relevante entre los hombres blancos y acomodados que entre grupos sociales de otras razas, niveles de ingresos e identidades de género. Los integrantes
de Queer Nation insistieron en rechazar las
identidades binarias (hombre/mujer, hétero/
homo, masculino/femenino, activo/pasivo,
etc.) al plantear y asumir identidades más
fluidas y más variadas. Los queers de Queer
Nation representaban toda categoría de los
sexualmente marginados, los heterodoxos,
los no convencionales, los anormales.
Inconformes tanto con la homofobia
como con la política de identidad gay, su
propósito principal no fue el de reclamar
derechos, es decir los de la igualdad para los
gays, sino el de interrogar radicalmente las
categorías sexuales, las clasificaciones populares de identidad sexual y desafiar las
diferentes instituciones –incluso las de “resistencia”– que promulgaban tales categorías (es decir, que tanto las agencias gubernamentales de salud pública como el Center
for Disease Control, como las organizaciones comunitarias como la Gay Men’s Health
Crisis). Retomaron el vocablo queer, apoderándose de lo que antes se había usado para
agredirlos, y convirtiendo su significado en
un calificativo positivo. La diferencia se celebraba; la política de identidad se rechaza-
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teoría queer
ba por conformista; la diversidad sexual se
visibilizaba. Queer Nation duró poco como
organización activa, pero su impacto fue
importante, tanto en la cultura popular
como en la academia.
Sus propósitos, en efecto, provocaron
mucho interés académico. Lo que hasta ese
momento se había conocido como “gay and
lesbian studies”, producto del activismo gay
de los años sesenta y setenta de unos pioneros homosexuales, cuya curiosidad sobre
temas de sexualidad, casi siempre articulada en términos binarios de hétero/homo,
frecuentemente complicó sus vidas profesionales por la homofobia institucional de
la academia, tenía poca legitimidad o espacio propio en la academia estadunidense.
Muchos de los estudios sobre cuestiones del
papel de la diferencia sexual en la historia,
biografías de personas no sexualmente ortodoxas, investigaciones antropológicas sobre
los comportamientos sexuales escondidos,
análisis estéticos de obras artísticas de aspecto homoerótico, se hacían más que nada
desde fuera de la academia, publicándose en
editoriales comerciales.
Fueron clave la urgencia de la crisis del
sida y la militancia que ésta generaba.
Cuestiones que antes se habían escondido
fácilmente dentro del armario (“el clóset”)
de la vida privada, de repente se hacían visibles. Muchos académicos que se consideraban liberales se dieron cuenta de su propia homofobia al enfrentarse por primera
vez con la homosexualidad de sus colegas,
sus estudiantes y sus vecinos. Pero al mismo
momento que lesbian and gay studies empezaba a aceptarse (por ejemplo con su institucionalización en programas atrevidamente innovadores como el del Center for
Lesbian and Gay Studies de City University
of New York), fueron atacados por dentro.
El concepto de lo queer promovido por
Queer Nation impulsó una deconstrucción
de los fundamentos del proyecto de gay and
lesbian studies, en particular la noción de la
identidad sexual fija y las categorías binarias de sexualidad.
En el mismo año de 1990 se publicaron
dos libros cuyos argumentos coincidieron
mucho con la interrogación de la política de
identidad sexual que se daba entre los militantes. Uno fue de crítica literaria, el libro
Epistemology of the Closet (Epistemología del
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clóset) de Eve Kosofsky Sedgwick. La autora, profesora de letras inglesas, ya había
llamado cierta atención con un libro previo,
Between Men, por su empleo de la noción
provocadora de “lo homosocial” para interrogar los vínculos cercanos y no (necesariamente) sexuales entre hombres, encontrando aspectos homoeróticos en espacios
aparentemente heterosexuales y hasta homófobos.
En Epistemology, Sedgwick siguió interrogando las nociones binarias de la
sexualidad, compartidas por las culturas de
Inglaterra y Estados Unidos, encontrando
varias contradicciones. Por un lado se entiende que hay sólo dos posibilidades de deseo y de identidad sexuales: hétero y homo.
Sin embargo, si fuera éste el caso, no existiría la noción de “pánico homosexual”, por la
que un hombre de identidad heterosexual se
siente tan amenazado por la cercanía de un
hombre homosexual que reacciona con una
exagerada violencia homófoba. Este miedo
de ser “contagiado” por la homosexualidad
ajena (pero quizá no tan ajena) señala una
segunda noción generalmente compartida
en estas mismas culturas, la de la existencia de un continuo de grados de deseo y de
identidad sexual que va desde un extremo
de la heterosexualidad absoluta a otro de la
homosexualidad exclusiva, con un rango infinito de gradaciones intermediarias.
Aparte de esta contradicción fundamental en estas nociones básicas de la sexualidad, al analizar la metáfora del clóset, denominación de jerga inglesa para referirse
a la vida homosexual (la esencial, la real)
escondida por la faz heterosexual (la visible, la fingida), Sedgwick deconstruye un sin
fin de términos fundamentales de la cultura
anglófona, los que suelen conceptualizarse
a través de oposiciones binarias (masculino/femenino, hétero/homo, público/privado, etc.), muchos de los cuales tienen poco
que ver de modo directo con la identidad
sexual; Sedgwick así señala cómo la diversidad sexual (y la homofobia que provoca)
marca profundamente la vida cotidiana de
todos (si no por deseos activos e identidades
asumidas, entonces por represiones, miedos
y odios). Lo queer para Sedgwick, aunque
todavía no articulado con este vocabulario,
era un problema que implicaba un proyecto
deconstructivo de la cultura anglófona en su
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totalidad. Después de Sedgwick, la práctica
de queer reading, es decir, de interrogar lo
aparentemente ortodoxo desde una perspectiva que reconoce que lo raro se puede
encontrar, escondido, en cualquier lado, se
popularizó inmensamente, sobre todo en
los departamentos de letras de la academia
anglófona.
El otro libro de gran influencia que se
publicó en 1990 fue más bien una interrogación teórica de las nociones de identidad
de género lanzada desde el feminismo, la
filosofía y el psicoanálisis. La autora de
Gender Trouble (El género en disputa), Judith
Butler, se dedicó a la deconstrucción del
concepto de género por medio de un diálogo
meticuloso con varios pensadores distinguidos en múltiples campos: los psicoanalistas
Sigmund Freud y Melanie Klein, las feministas Simone de Beauvoir y Julia Kristeva,
el historiador y filósofo Michel Foucault, el
antropólogo Claude Levi-Strauss, entre
otros, y termina con un estudio olvidado,
hecho por la antropóloga estadunidense
Esther Newton, el cual es provocador por su
tema controversial; en el libro, Mother Camp:
Female Impersonators in America (1972),
trató el modo de vida de los travestis (drag
queens) que actuaban en los antros urbanos.
Butler, al releer la actuación del travesti,
identificó una articulación plenamente artificial del género por la que definió la identidad de género (masculinidad/feminidad) no
como aspecto esencial o biológico del sujeto, ni tampoco como mera construcción
ideológica absorbida a través de la educación, sino como un performance, es decir,
una actuación aprendida a nivel subconsciente o realizada conscientemente por parte del sujeto. Este aspecto performativo de
género también llamó mucha atención ya
que rompió con los debates eternos del determinismo contra el constructivismo, lo
cual tenía implicaciones importantes para la
política de la identidad.
Otro libro de Butler de 1993, Bodies That
Matter (Cuerpos que importan), siguió la
misma onda deconstructivista, pero ahora
con una conciencia más abiertamente queer,
reiterando, por ejemplo, que el hecho de que
no haya una esencia biológica que predetermine la identidad (ni mucho menos una
identidad que tenga que conformarse dentro
de categorías binarias de hombre/mujer, he-
terosexual/homosexual) tampoco quiere decir que los cuerpos no tengan influencia en
los papeles que los sujetos asumen (de ahí
el título del libro). Tampoco imposibilita la
formación de comunidades de necesidades
compartidas. La política de identidad (la
que asume un conjunto de deseos políticos
compartido por una comunidad de gente de
la misma identidad fija) se había puesto en
crisis ya que la noción de lo homosexual resultaba tan problemática como la de lo heterosexual. Sin embargo, Butler arguye que
conviene a veces asumir posiciones de falsa
identidad compartida para poder formar comunidad de sujetos de intereses compartidos y luchar juntos.
Lo queer entonces mantiene su poder de
unir no sólo a la gente homosexual, sino a
individuos de diversas identidades y deseos
sexuales. Los que se identificaban como gays
ahora sí se aliaban con las lesbianas, los
bisexuales, los transgéneros, los sadomasoquistas, los intersexuales, en fin, con todos
los que se incomodaban bajo los códigos
muchas veces no escritos de la “heteronormatividad”, término que se refiere a la fuerza
normativa para universalizar la heterosexualidad ortodoxa, la que ha sido fundamental
para muchas religiones, proyectos nacionales y ramas de la ciencia (Warner: xxi).
La visibilidad de los activistas en la época
del sida, la inmensa resonancia de los libros
de Sedgwick y Butler (entre otros) y una nueva presencia pública de la diversidad sexual,
sobre todo en los medios masivos (el cine,
la televisión, los videos musicales), provocaron una explosión de curiosidad intelectual,
la cual se manifestó en congresos y simposios, nuevos cursos y talleres, y un sin fin
de artículos y libros, ahora publicados por
revistas (la revista glq: A Journal of Lesbian
and Gay Studies se fundó a principios de
los años noventa –y por poco sus editores
fundadores la titularon Queer Quarterly–
véase a Dinshaw) y editoriales académicas
de prestigio (un artículo de The Chronicle
of Higher Education de 1992 señala cinco
series de libros sobre temas sexuales que se
fundaban en esa época; véase a McMillen).
En diversas disciplinas, la sexualidad empezó a interrogarse con asiduidad, y se hacía desde este nuevo ángulo de lo queer: se
estudiaban las instituciones desde sus márgenes; se interrogaban no sólo lo anormal
teoría queer
sino lo normal, pero desde sus exclusiones.
Por su inherente interdisciplinariedad, por
su enfoque en no sólo la expresión cultural
de la élite sino también la popular y la de los
medios masivos, y por sus subyacentes objetivos políticos, el proyecto de los estudios
queer se ha colocado (extraoficialmente) en
la academia anglófona bajo la rúbrica de
los estudios culturales, o también en otros
programas interdisciplinarios como los de
estudios de género (anteriormente estudios
de la mujer).
A pesar de un persistente machismo y
consecuente homofobia institucionalizados
en la academia latinoamericana y entre los
latinoamericanistas de otros países (Estados
Unidos, Canadá, países europeos, etc.),
unos pioneros como el argentino Néstor
Perlongher (O negócio do michê: prostitução
viril em São Paulo, 1987; El negocio del deseo: la prostitución masculina en San Pablo)
comenzaron a llevar a cabo investigaciones
sobre temas de la diversidad sexual antes de
que se hubiera legitimado como tema de indagación en sus ambientes institucionales.
Aunque había ya cierta presencia de militancia gay (protestas, marchas), cultura gay
(novelas, revistas, teatro, cine, artes plásticas) y comunidad gay (bares, clubes) en
algunas ciudades latinoamericanas (México,
Buenos Aires, São Paulo, San Juan), era casi
imposible conseguir apoyo académico para
la pesquisa o la publicación sobre estos temas en América Latina.
En la academia angloparlante, en el
campo de los estudios literarios, tuvo mucho impacto la publicación, en 1995, del
libro ¿Entiendes? Queer Readings, Hispanic
Writings, editado por un par de hispanistas, la estadunidense Emilie Bergmann y el
inglés Paul Julian Smith, quienes compilaron 16 ensayos críticos sobre cuestiones de
sexualidad en la producción cultural (principalmente literatura), limitándose a las
culturas hispanófonas (excluyendo a Brasil,
incluyendo a España y a las comunidades
latinas de Estados Unidos). Éste y otros libros similares (Sex and Sexuality in Latin
America, editado por Daniel Balderston
y Donna Guy en 1997; Hispanisms and
Homosexualities, editado por Sylvia Molloy
y Robert McKee Irwin en 1998, entre otros)
abarcaron lecturas queers de textos de una
variedad cada vez más amplia: literatura,
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epistolario, autobiografía, cine, televisión,
antropología, etc. En estos años, siempre
desde la academia estadounidense, David
William Foster empezó a catalogar textos
literarios de temática gay (Latin American
Writers on Gay and Lesbian Themes; A BioCritical Sourcebook).
Algunos trabajos trataron asuntos de la
cultura contemporánea: la expresión abiertamente queer de escritores y artistas, las
estrategias de resistencia de la homofobia,
los efectos devastadores del sida, los mecanismos de identidad sexual, los procesos de
construcción de comunidad, las intersecciones de género y sexualidad, entre otros, poniendo las tradiciones de crítica literaria en
diálogo con la sociología y la antropología.
Estudios de las ciencias sociales, como el de
Perlongher, investigaron comportamientos
sexuales, identidades sexuales, construcciones de género, estructuras de comunidad y
performances de papeles de género en los
grandes centros urbanos –y a veces en zonas
rurales de América Latina–.
Otros trabajos trataron el pasado, buscando una historia queer no sólo al reinterpretar la producción literaria o artística de
algunos conocidos homosexuales “de clóset”
(un tema importante ha sido el del “secreto
abierto”) y su “mundo soslayado” (término
que ha aplicado Carlos Monsiváis a la vida
del poeta mexicano Salvador Novo) sino
también al descubrir los aspectos queers, es
decir no heteronormativos, de las instituciones aparentemente más homófobas: el canon literario, la cultura nacional, la política,
el deporte. Por un lado, los críticos han estudiado los aspectos más obviamente queers
de la cultura latinoamericana – los artistas
como el poeta cubano Julián del Casal, la
cantante costarricense Chavela Vargas; las
obras como Bom Crioulo del novelista brasileño Adolfo Caminha, Dona Herlinda y su
hijo del cineasta mexicano Jaime Humberto
Hermosillo –para legitimar su estatus como
tema de indagación intelectual–; por otro
lado, sus interrogaciones han ido “más allá
del carnaval” (Beyond Carnival es el título
de un estudio multifacético del historiador
James Green de la cultura brasileña), deconstruyendo las obras o instituciones más
homófobas o releyendo las aparentemente
más alejadas de lo queer (por ejemplo, el
nacionalismo machista) para mostrar la
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teoría queer
ubicuidad de lo queer y la imposibilidad de
separar definitivamente lo ortodoxo de lo
heterodoxo. Sacaron a algunas figuras queridas del clóset, a veces animando discusiones
muy apasionadas, por ejemplo sobre la poeta Gabriela Mistral en Chile (Fiol-Matta). De
gran influencia para estos investigadores ha
sido la obra de Michel Foucault, sobre todo
los tres tomos de su Historia de la sexualidad,
en los que propuso “la hipótesis represiva”: el
discurso que intenta reprimir termina produciendo precisamente lo que quiere aniquilar,
la cual implicaba la posibilidad de encontrar
la diversidad sexual en las culturas menos
abiertas a la libertad sexual. En el caso de
América Latina, esta hipótesis se ha verificado. Si bien es cierto que muchos distinguidos profesores latinoamericanos siguen exhibiendo desdén hacia los estudios de género y
sexualidad (Molloy, “La flexión), se han abierto espacios dedicados a esta rama de interrogación cultural (por ejemplo el Programa
Universitario de Estudios de Género de la
Universidad Nacional Autónoma de México o
el Área de Estudios Queer de la Universidad
de Buenos Aires).
La crítica queer latinoamericana (y latinoamericanista), la cual se publica en
tales revistas especializadas como Debate
Feminista en México y con cierta regularidad también en revistas de temática más general de estudios culturales como la Revista
de Crítica Cultural en Chile, sigue siendo
marginada en ciertos ámbitos, por ejemplo
el de los marxistas tradicionales o el de los
estudios subalternos. Asimismo, a pesar de
la retórica de “diversidad” de los críticos informados por la teoría queer y la de la justicia social articulada por los de los estudios
poscoloniales, ambos grupos han tardado en
analizar cuestiones de sexualidad más allá
de los contextos pertenecientes a grupos dominantes en términos de clase social y raza.
Cuestiones de las variaciones de normas, actitudes, comportamientos, etc. de sexualidad
entre mexicanos y chicanos, entre mestizos y
diferentes grupos indígenas, entre burgueses
y trabajadores, y muchas veces hasta entre
hombres homosexuales y mujeres lesbianas,
etc. todavía no se ha explorado lo suficientemente. Y los espacios institucionales para
llevar a cabo tales investigaciones siguen
siendo muy limitados, sobre todo fuera de
los grandes centros urbanos. Por otro lado,
/
texto
como ha señalado Silviano Santiago, no es
imprescindible que América Latina imite
cada tendencia teórica que se presente en la
academia metropolitana.
obras de consulta.
Butler Judith, Bodies that
Matter: On the Discursive Limits of “Sex”,
Nueva York, Routledge, 1993 [Cuerpos que important: sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, Buenos Aires, Paidós, 2002];
Butler Judith, Gender Trouble. Feminism and the
Subversion of Identity, Nueva York, Routledge,
1999 (edición décimo aniversario) [El género en disputa: el feminismo y la subversion de
la identidad (trad. Mónica Mansour y Laura
Manríquez), México, Paidós, 2001]; Chauncey,
George, Gay New York: Gender, Urban Culture,
and the Makings of the Gay Male World, 18901940, Nueva York, Basic Books, 1994; Dinshaw,
Carolyn, “The History of glq, vol. 1: lgbtq Studies,
Censorship and Other Transitional Problems”,
glq: A Journal of Lesbian and Gay Studies 12.1,
2006, pp. 5-26; Foucault, Michel, Historia de la
sexualidad (trad. Aurelio Garzón del Camino),
México, Siglo XXI Editores, 1977 (vol. 1), 1986
(vol. 2), 1987 (vol. 3); Molloy, Sylvia, “La flexión
del género en el texto cultural latinoamericano”,
Revista de Crítica Cultural, núm. 21, 2004, pp.
54-56; Monsiváis, Carlos, Salvador Novo: lo marginal en el centro, México, Era, 2000; Santiago,
Silviano, “The Wily Homosexual (First – And
Necessarily Hasty – Notes)” en Cruz Malavé,
Arnaldo y Martin Manalansan, eds., Queer
Globalizations: Citizenship and the Afterlife of
Colonialism, Nueva York, New York University
Press, 2002, pp. 13-19 (trad. Robert McKee
Irwin y Arnaldo Cruz Malavé); Sedgwick, Eve
Kosofsky, Between Men: English Literature and
Male Homosocial Desire, Nueva York, Columbia
University Press, 1985; Sedgwick, Eve Kosofsky,
Epistemología del armario (trad. Teresa Bladé
Costa), Barcelona, Tempestad, 1998; Warner,
Michael (ed.), Fear of a Queer Planet: Queer
Politics and Social Theory, Minneapolis,
University of Minnesota Press, 1993.
[robert mckee irwin]
texto
El concepto de texto, tal como aparece utilizado en las ciencias sociales y en las humanidades, reconoce dos proveniencias. Por

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