Hola. Ni querido, ni estimado, ni muy señor mío. Hola. La última vez

Transcripción

Hola. Ni querido, ni estimado, ni muy señor mío. Hola. La última vez
Hola. Ni querido, ni estimado, ni muy señor mío. Hola.
La última vez que nos vimos me preguntaste si aún me hacía pis en la cama. Me dio
tanto miedo decirte la verdad que te mentí, y lo negué.
Pero sí, la última vez que nos vimos yo tenía 10 años y seguía mojando las sábanas
a pesar de que apenas dormía. Cerraba los ojos y os veía. Tenía que abrirlos
rápidamente para comprobar que estaba solo en la oscuridad. Cuando al fin
conseguía dormirme, soñaba contigo. Sentía tanto miedo que me hacía pis, y me
despertaba con el corazón latiendo tan fuerte que creía que podías oírlo.
Estaba tan asustado que no podía llorar, ni comer, ni jugar.
¿Sabes tú lo que es eso?
Quizás en estos años tú también te hayas sentido solo, pero no creo que jamás
sepas lo que es el terror. Porque en los cuentos, ¿sabes?, el lobo siempre es el
malo, pero no teme al cazador. Cree que los demás personajes son sus presas, y
acecha desde las sombras del bosque.
Así te veía yo, con ojos amarillos de lobo sediento de sangre. Entonces no sabía que
el alcohol produce ese efecto.
Mamá me daba la cena y me acostaba temprano. Leíamos juntos una historia de
peces y barcos en el mar, me daba un beso y se iba despacito, tras apagar la luz.
Me despertaban tus llaves que no encontraban la cerradura. Un timbrazo. Un
puñetazo en la puerta. Mamá te abría. Cerrabas con un portazo. Un bramido. Mamá
te susurraba que yo dormía. Un tortazo. Un golpe sordo en el suelo. Un gemido.
Para entonces yo ya me había levantado y miraba por la rendija de la puerta de mi
cuarto. Veía tus ojos amarillos de lobo sediento de sangre. Volvía corriendo a mi
cama y me tapaba con las mantas. Lloraba en la oscuridad. Tenía miedo.
Al fin me dormía y a la mañana siguiente la cama estaba mojada. Tú gritabas que ya
no era un bebé. Mamá, cabizbaja, con el labio partido y un hilo de voz te decía: “El
niño no, el niño no”.
Me mandaba al colegio sin desayuno, solo, a toda prisa. Me despedía en la puerta
diciéndome que se había caído, que no le dolía, que no era nada. Yo sabía que
mentía. El lobo eras tú.
La mañana que encontré a mamá desnucada en el baño corrí a casa de la vecina,
con el pijama empapado. El miedo y el frío de aquel día me acompañaron durante
mucho tiempo. Tú dormías en el sofá. Los policías te despertaron y te esposaron.
Me miraste con ojos de lobo por última vez preguntándome si me había hecho pis.
Solo eso.
Hoy te escribo para despedirme de ti para siempre.
Ahora vivo con una familia que me quiere y me cuida. Hay un hombre al que llamo
papá y siempre está cerca cuando lo necesito.
Hoy te escribo para despedirme de ti, lobo feroz de ojos amarillos. El más cobarde
del bosque, siempre agazapado en las sombras.
Alimaña. Ya no te temo.
Nunca he sido tu hijo.
Y ya no me hago pis.

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