El cristiano y la política Ante todo debemos ponernos de acuerdo en

Transcripción

El cristiano y la política Ante todo debemos ponernos de acuerdo en
El cristiano y la política
Ante todo debemos ponernos de acuerdo en cuanto a lo que entendemos por apolítica.
Dos de las acepciones que de este término ofrece el Diccionario de la Real Academia
Española de la lengua vienen al caso. “1. Arte, doctrina y opinión referente al gobierno
de los Estados. 2. Actividad de los que rigen o aspiran regir los asuntos públicos”. La
primera de estas dos acepciones nos habla especialmente de lo teórico, y la segunda, de
lo práctico, de la política como ejercicio de la autoridad en el Estado, o como la
actividad para llegar a dicho ejercicio, o sea lo que en el lenguaje popular se llama
“lucha por el poder”.
En términos generales se dice también que la política es servicio al Estado. Entonces si
todos los servidores públicos están en cierto modo haciendo política, no tenemos que
preguntarnos si los cristianos deben participar o no en la política. Muchos de ellos lo
han venido haciendo a través de más de cien años de presencia evangélica en
Guatemala.
Parece que ninguna iglesia evangélica se ha escandalizado porque algunos de sus
miembros han sido nombrados para ocupar un puesto público, aun cuando el
nombramiento esté relacionado con intereses de orden político. Parece darse por
sentado que en todo caso el criterio de selección ha tenido que ver tan solo con la
honorabilidad y capacidad del funcionario, y que en su gestión pública éste actuará
siempre con estricto apego a la ley, al servicio de los intereses del Estado. Gracias a
Dios por los evangélicos que han mantenido incólume su testimonio cristiano en el
cumplimiento de sus deberes como servidores públicos.
En la Biblia tenemos ejemplos de eminentes siervos de Dios que desempeñan cargos de
gran responsabilidad en el gobierno de la nación. De inmediato vienen a nuestra mente
de José, hijo de Jacob, Daniel, Zorobabel y Nehemías. En el Nuevo Testamento se
menciona un cristiano que era “tesorero de la ciudad” (Rom. 16:23), y podemos deducir
que es posible que Cornelio siguiera al mando de su centuria después de haberse
convertido a Jesucristo.
Lo que muchos evangélicos no han visto con buenos ojos es la política como lucha por
alcanzar o mantener el poder público. Tradicionalmente hemos profesado creer en la
apoliticidad, aunque se ha demostrado que ésta es un mito, si se tiene en cuanta que el
así llamado abstencionismo político es una opción política que ha contribuido a
mantener el estado de cosas en el país. Hemos dejado el campo libra para que otros
decidan y actúen por nosotros en el gobierno de la nación. Cuando no acudimos a las
urnas electorales, o votamos en blanco, o hablamos contra la lucha partidaria, ya
estamos haciendo política.
Causas de nuestra supuesta apoliticidad
Por varias razones la gran mayoría de nosotros los evangélicos en Guatemala hemos
sido formados directa o indirectamente para alejarnos de las contiendas políticas.
1. uestra historia. Debemos tener en cuenta las circunstancias en que actuaron
los pioneros evangélicos en este país.
Ellos eran una minoría extranjera
dedicada a esparcir la simiente evangélica en un medio que les era hostil,
especialmente por causa de la hegemonía de la Iglesia Católica Romana en
Guatemala.
Es cierto que impulsado por el liberalismo político el presidente Justo Rufino
Barrios auspició el establecimiento de la Iglesia Evangélica en Guatemala; pero
la benevolencia del mandatario no significaba necesariamente que los
misioneros evangélicos podrían libremente inmiscuirse en los asuntos del
Estado, o adoptar un público de actitud crítica ante los desmanes de los
funcionarios de turno.
Mucho menos podrían aspirar a cargos de índole
política. Por otra parte, ellos no habían venido a actuar como políticos sino a
ocuparse en la evangelización y en la fundación de iglesias, aparte de toda
actividad partidaria en lo político. Los guatemaltecos que fueron las primicias
de aquella siembra evangelizadora y se constituyeron en líderes de la naciente
iglesia evangélica, siguieron el ejemplo de sus mentores en cuanto a la dicotomía
entr5e vida cristiana y la política partidaria. Sin embargo, a la base de la
supuesta apoliticidad había también, en la mayoría de los casos, una teología
favorable al aislamiento social de los evangélicos. Esto se puede decir también
en otras misiones, iglesias, y agencias de servicio que han establecido en
Guatemala en el correr de las décadas del siglo veinte.
2. uestro mensaje.
En el evangelio que hemos heredado ha habido una tendencia dualista. Con
frecuencia hemos hecho una dicotomía que la Biblia no hace entre el alma y el cuerpo.
Cuando hablamos de “salvar almas” podemos dar la impresión de que entendemos por
“alma” solamente lo espiritual y no la totalidad del ser humano. Nos abrimos así a la
crítica de que hemos caído en el dualismo de los griegos que menospreciaban el cuerpo,
considerándolo “la cárcel del alma”. Se dice también que estamos predicando el
Evangelio a “almas descarnadas” y marginadas de la realidad social. No cabe duda que
debemos recuperar en la práctica, para nuestra vida y nuestro servicio cristianos, la
teología bíblica tocante al cuerpo humano. Decimos “en la práctica” porque una cosa es
la que dicen nuestros manuales de teología y otra muy distinta la que dejamos ver en
nuestra enseñanza dentro y fuera de la iglesia.
El Antiguo Testamento enseña que el cuero del ser humano es creación de
Dios (Gen. 2); establece diferencia entre lo espiritual y lo físico (Ec. 12:7);
pero no abre un abismo entre ambos, ni mucho menos, tiene en poco al
cuerpo. Por el contrario, la antropología antiguo testamentaria ve al ser
humano total y abunda en detalles tocante al profundo interés que el Señor
tiene en atender las necesidades materiales de s sus criaturas.
En el Nuevo Testamento se nos revela el portento de la encarnación, por
medio del cual el que había estado con Dios desde el principio y era Dios llega a ser
también hombre verdadero. Su humanidad incluye un cuerpo (Heb. 10:5-7). Se dice
que Él “se hizo carne” (Jn. 1:14), que “participó de carne y sangre” (Heb. 2:14), que
“fue manifestado en carne” (II Tim. 3:16), ofreció su cuerpo en sacrificio por nosotros
(Luc. 22:19-20). La encarnación hizo posible la redención, pero también resultó en la
exaltación de lo humano en la persona de Jesús de Nazaret, el hombre por antonomasia,
el Hombre ideal, cuyo cuerpo ya resucitado es promesa y garantía de que el cuerpo del
cristiano, ahora en estado de humillación será también transformado en gloria (Fil. 3:2021).
Pero aún aquí y ahora el cuerpo del cristiano es objeto de gran honra en el plan redentor.
Es templo del Espíritu Santo (I Cor. 6:19-20) y pude colocarse en el altar de la
dedicación a Dios (Rom. 12:2) para ser instrumento de justicia (Rom. 6). En contraste
con los gnósticos que menospreciaban el cuerpo, o de los monásticos que hicieron el
voto de castidad y se maltrataban así mismos físicamente, el Nuevo Testamento le da al
cuerpo lugar de honor en propósito salvífico de Dios.
Pero ¿tiene algo que ver esta enseñanza con nuestro tema del cristiano y la política? La
respuesta es afirmativa porque si las Escrituras le atribuyen tanto valor al cuerpo
humano debemos interesarnos en todo lo que pueda hacerse por su bienestar. Pero si
nuestro interés se limita a la salvación eterna de las almas, entonces veremos con
indiferencia las posibilidades de mejorar las condiciones físicas del ser humano.
A lo más que ha llegado la mayoría de los evangélicos guatemaltecos es a interesarse en
la curación milagrosa de los cuerpos. Pero ¿qué del pan cotidiano? ¿Qué de la
necesidad de prevenir la enfermedad? El año pasado la prensa escrita informó que por
lo menos el 70% de los niños guatemaltecos sufren algún grado de desnutrición.
Gracias a Dios por las iglesias, agencias de servicio y personas evangélicas que están
procurando hacer algo para solucionar este problema. Pero la desnutrición es sólo un
síntoma de nuestro subdesarrollo económico. Analizar las causas del subdesarrollo y
buscar la manera de superarlas nos lleva de manera más directa al terreno político.
Se supone que entre otras cosas la política tiende a que el Estado cumpla con su
obligación de respetar y hacer respetar sin discriminación alguna los derechos humanos,
uno de los cuales es el derecho a la vida y su desarrollo integral. El cristiano y la Iglesia
no deben ser indiferentes a todo lo que propugne el libre ejercicio de ese derecho.
2.2 El énfasis individualista de nuestro mensaje ya es proverbial. En más de una
ocasión se nos ha señalado que el evangelio que proclamamos viene envuelto en el
ropaje de la cultura norteamericana, la cual es fuertemente individualista, y que ese
énfasis cultural nos ha marginado de nuestra sociedad y sus problemas. Otros dicen que
ha contribuido a ese aislamiento el hecho de que invitamos al individuo a hacer una
decisión personal de fe en Jesucristo, sin advertirle de las implicaciones sociales del
Evangelio.
Es innegable que según el Nuevo Testamento la decisión de fe para la salvación en
Cristo es un asunto muy personal, entre el ser humano y su Creador y Salvador.
También es cierto que ante los ojos de Dios cada persona es responsable de su pensar,
sentir y actuar. San Pablo dice que “cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí”
(Rom.14:12). Sin embargo, no nos salvamos en soledad sino en ineludible solidaridad
con el pueblo de Dios. Una vez que hemos entrado por la puerta de salvación somos
miembros del cuerpo de Cristo, la Iglesia y de la familia del Padre Celestial. Somos
por lo tanto hermanos de los hijos de Dios. No siempre somos conscientes de esta
relación fraternal, y en cuanto a la sociedad en general olvidamos que en nuestro
carácter de miembros de la comunidad del Reino de Dios somos llamados a ser sal de la
tierra y luz del mundo (Mt. 5:14-16). Con frecuencia perdemos el sentido de la
comunidad. Pasamos por alto que tenemos una sumisión que cumplir hacia adentro
(adintra), para edificación de la Iglesia, y hacia fuera (ad extra), para el bien de la
comunidad civil. Nuestra vocación celestial es vivir según los valores del Reino en el
hogar, en la Iglesia y en la sociedad, y comunicar así estos valores por palabra y obra.
Nos conviene recuperar también para nuestra vida y nuestro servicio cristianos la
enseñanza bíblica sobre nuestra responsabilidad social.
2.3 Tenemos que reconocer que tradicionalmente nuestro mensaje ha sido, en general,
excesivamente pietista en cuanto a la separación entre el cristiano y el mundo. Para
muchos evangélicos la política es mundana y por lo tanto contraria a la santidad que
debe caracterizar al creyente en Jesucristo. Un resultado de esta actitud ha sido que
contamos con muy pocos políticos que tengan un serio compromiso evangélico y una
sólida cultura evangélica para actuar inteligente y cristianamente en la arena política.
No hemos preparado de manera deliberada y consciente a nuestros políticos
evangélicos.
Mientras tano, parece que muchos evangélicos no le han quitado todavía el veto a la
participación del creyente en la política partidaria. Un cambio en esta actitud requiere
que aceptemos la teología del Nuevo Testamento en cuanto a la Iglesia y el mundo. El
Señor Jesucristo da una enseñanza magistral al respecto en su oración consignada en el
capítulo 17 del Evangelio de San Juan. Con referencia a sus discípulos dice que ellos le
fueron dados del mundo por el Padre Celestial, pero que ahora por haber creído la
palabra del Hijo de Dios ya no son del mundo, aunque están en el mundo, donde el Hijo
los ha enviado. Por consiguiente el Hijo no le pide al Padre que los quite del mundo,
sino que los guarde del mal. Ellos deben estar en el mundo sin dejarse contaminar por
el mundo. El propósito de su presencia y unidad en el mundo es que éste crea que
Jesucristo es el enviado del Padre Celestial. El Hijo pide también por los que creerían
como resultado del testimonio de aquellos discípulos que en ese momento estaban cerca
de Él. Por supuesto, Él sabía que no todos los que creyeran en su nombre serían
misioneros, predicadores, o pastores.
Tendrían diferentes vocaciones para el
cumplimiento de la misión en el mundo. A través de los siglos, en diferentes partes del
orbe, muchos cristianos abiertos a “la lucha por el poder” ha habido también
evangélicos que han alcanzado puestos de elección popular y mantenido su testimonio
cristiano intachable.
2.4 La mayoría de evangélicos hemos predicado en Guatemala un mensaje bastante
futurista. Nos referimos con frecuencia a la problemática social por vía de introducción,
o ilustración, en nuestros sermones; pero no estamos considerando seriamente la
posibilidad de hacer algo para solucionarla. Parece que nos limitamos a pensar que
solamente la segunda venida de Cristo es la respuesta para todos los problemas sociales
y que a nosotros nos toca continuar predicando el mensaje de salvación espiritual y
eterna. Vamos en “la nave evangelística” bogando hacia la Canaán celestial en el mar
proceloso de este mundo. Nuestra tarea consiste en salvar al mayor número posible de
náufragos y encaminarlos al cielo. Los demás que se quedan en un mundo que está
destinado a la total destrucción. Nada queda por hacer sino rescatar almas para la
eternidad. No es extraño que algunos de nuestros críticos hayan dicho que predicamos
un mensaje que es pesimista además de excesivamente futurista, aunque nosotros no
creemos ser pesimistas sino realistas tocante a la capacidad del hombre para darle una
solución global y final al problema del pecado en el mundo. Somos optimistas en
cuanto al Señor y su omnipotencia.
No podemos negar que a menudo pasamos por alto que el Nuevo Testamento nos
enseña que la salvación no es por obra pero sí para buenas obras (Ef. 2:8-10), que la
sana doctrina debe ir siempre acompañada de buenas obras (carta a Tito), y que estas
buenas obras consisten no tan solo de sólo actos litúrgicos, o hechos caritativos, sino en
todo aquello que redunde para el bien común. Dice el apóstol Pablo que no debemos
cansarnos de hacer el bien “a todos, y mayormente a lo de la familia de la fe” (Gál.
6:10)
En el curso de los siglos el espíritu de estas enseñanzas evangélicas se ha manifestado
también en cambios de trascendencia social. Tal fue el caso del parlamentario inglés
William Wilberforce (1759-1833), quien guiándose por principios cristianos luchó
tenazmente en pro de la abolición de la esclavitud. Diversas leyes a favor del hombre,
de la mujer y del niño han sido el resultado directo o indirecto de la influencia cristiana
en la sociedad.
Aunque el protestantismo tiene sus graves problemas y se halla bajo severos ataques de
parte de propios y extraños, queda todavía en pie el hecho de que el espíritu de este
movimiento, permeado por principios cristianos, ha sido promotor de la dignidad del ser
humano y de sus derechos inalienables. De otra manera el protestantismo no hubiera
llamado la atención ni despertado la simpatía de políticos liberales y católicos del siglo
pasado en América Latina.
Los evangélicos somos un pueblo que vive de la esperanza y espera contra toda
desesperanza levantando los ojos al horizonte escatológico, con la plena convicción de
que Cristo viene otra vez. Pero la auténtica esperanza cristiana es dinámica, no
paralizante de los esfuerzos que se hacen para el bienestar del individuo y la sociedad.
Es promotora de esos esfuerzos aquí y ahora. Precisamente porque tenemos esperanza
no podemos resignarnos al mal; no caemos postrados en una espera indolente y estéril
del futuro glorioso que el Señor nos ha prometido.
3. uestro contexto social
Otra causa de nuestra supuesta apoliticidad es el triste cuadro de corrupción que en
mucos casos la política partidaria ha ofrecido. De ahí que muchos generalicen diciendo
que “la política es sucia” y que nadie puede entrar en ella sin mancharse. Los que así
opinan pasan por alto que hay ejemplos de políticos pundonorosos que han logrado
mantener limpio su nombre aún en medio del fango.
Entre nosotros se citan casos de evangélicos que un día entraron en la lucha por el poder
político y llegaron a disfrutarlo, pero se marearon en las alturas perdiendo su identidad
cristiana. También en este caso no se menciona que no todos los políticos evangélicos,
o evangélicos políticos, han naufragado en cuanto a su fe. Tampoco se dice que hay
tentaciones en todo oficio o carrera y que la política no es una excepción a esta regla.
Por otra parte es necesario preguntar si los evangélicos que fracasaron en su vida
cristiana cuando militaron en la política tenían una sólida formación espiritual antes de
entrar en ella, y si tuvieron ayuda pastoral y el respaldo de las oraciones de su iglesia
mientras se enfrentaban a la dura realidad de las tensiones, presiones, intrigas y
frustraciones de la política partidaria. ¿No es cierto que en el pasado algunos
evangélicos salieron a la lucha política sintiéndose criticados y rechazados por sus
hermanos en la fe?
Esta situación parece ir cambiando en nuestras iglesias, pero suprimir la amenaza de
disciplina eclesiástica, o excomunión, para los que luchan en un partido político por le
poder no es suficiente.
Tenemos que reconocer que precisamente porque hay
elementos de corrupción en la política partidaria se necesita allí la presencia de
evangélicos que sean “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha” y “que
resplandezcan como luminares en el mundo” (Fil. 2:15) En cuanto a la corrupción lo
mismo puede decirse de otras esferas de actividad humana. Por ejemplo, es posible
corromperse en los negocios, o en la industria, en el ambiente proletario, o en el trabajo
pastoral. Lo sucedido en lo que llaman “iglesia electrónica “es otra palabra de aviso
especialmente para los que llevamos los vasos sagrados en la casa del Señor.
Otra tentación que puede acosar al político evangélico es querer valerse de su religión, o
de su iglesia, en la lucha por el poder. Si tiene madurez espiritual no caerá en esa
trampa. Por respeto a sí mismo, a sus hermanos en la fe, y al pueblo en general, evitará
todo intento de manipular los sentimientos religiosos a favor de determinada causa
política.
En la cristiandad latinoamericana ha habido un constantinismo de derecha y existe la
amenaza de un constantinismo de izquierda. Esperamos que no surja el peligro de un
constantinismo evangélico. En cualquier constantinismo la parte que surge mayor
perdida es la Iglesia del Señor Jesús. Al fin y al cabo no ha sido benéfico para el
cristianismo el matrimonio entre el trono con el altar. Por lo menos así sentimos los
que creemos que la Iglesia no debe estar en esclavitud al Estado, ni el Estado a la
Iglesia; aunque creemos también en el señorío de Jesucristo sobre todo lo creado.
Otro problema que confronta el político evangélico en nuestro contexto social es el de la
violencia, la cual pasa de las palabras a los hechos sangrientos. Esta situación puede
impedir que personas honorables, evangélicas o no evangélicas aspiren al ejercicio del
poder político a favor de la nación. Muchos parecen temer, con razón, que el hecho de
entrar en la lucha partidaria incluya el peligro contante de perder la vida. Ante la triste
realidad de nuestro medio los que se deciden a buscar el poder político aunque sea con
las mejores intenciones del mundo, lo hacen por su cuenta y riesgo, sabiendo que puede
haber tiempos cuando tendrán que andar sobre terreno minado.
Hemos mencionado tres de las causas de nuestra supuesta apoliticidad: la primera de
ellas tiene que ver con nuestra historia como iglesia evangélica, la segunda, con nuestra
teología y praxis evangélicas, y la tercera, con nuestra realidad social. Nos queda ahora
decidir algo sobre lo que posiblemente podamos y debamos hacer como evangélicos
para cumplir con nuestra responsabilidad social en el área de la política.
Sugerencias para nuestro quehacer político
1. En el desarrollo de este trabajo hemos sugerido la necesidad de recuperar los
elementos bíblicos que hemos pasado por alto, o soslayado, en nuestra praxis
evangélica. Por ejemplo, el concepto bíblico de hombre total, las implicaciones
sociales del Evangelio, y la naturaleza de nuestra esperanza, según el testimonio
de las Sagradas Escrituras.
Teniendo en cuanta que uno de los distintivos fundamentales de la iglesia
Evangélica histórica es aceptar sin reservas la autoridad del Señor revelada en el
canon judeo-cristiano, debiéramos comenzar con el estudio de la Biblia, bajo el
ministerio del Espíritu Santo, en la comunión de los santos, para encontrar en las
páginas sagradas los principios que pueden orientarnos en el cumplimiento de
nuestra responsabilidad social.
2. Debiéramos todos los evangélicos quitarle el veto a la participación política de
aquellos hermanos y hermanas que tienen vocación para esos menesteres. Es
más, debiéramos adoptar una actitud positiva hacia ellos, apoyándoles con
nuestras oraciones y con la asesoría pastoral que sea posible.
Se sobreentiende que el evangélico que entra en la política no debe esperar que
toda la iglesia local a que pertenece, ni mucho menos toda la comunidad
evangélica del país, le respalde en su opción partidaria. Quiérase o no los
evangélicos reflejan también el pluralismo de ideas, convicciones e intereses
políticos existentes en la sociedad latinoamericana. Una de las virtudes e la
democracia es precisamente la aceptación y promoción de ese pluralismo; y una
de las glorias de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, es que se haya derribado por la
muerte de Cristo, todo muro de separaciones entre los creyentes en Él. Con
base en las Escrituras podemos también decir que Dios no hace acepción de
personas por razones de sexo, raza, cultura, grado de educación, posición
económica, religión y credo político. A todos les ofrece su amor por igual y a
todos les manifiesta su justicia. El es “el Salvador de todos los hombres,
mayormente de los que creen” (I Tim. 4:10) “El Señor no quiere que ninguna
perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (II Ped. 3:9).
3. La iglesia local debiera asumir su responsabilidad de instruir bíblicamente a los
miembros tocantes a sus responsabilidades ciudadanas, incluso a las de carácter
político.
Agregamos “bíblicamente” porque la iglesia debe subrayar los
principios de fe y conducta revelados en La Palabra de Dios, no la ideología de
determinado partido político, cualquiera que esta sea. Por supuesto, bien harán
los líderes en recomendar a los miembros de la congregación que se informen
hasta donde sea posible sobre el panorama político nacional, a fin de que ejerzan
inteligentemente sus derechos ciudadanos. Todos los evangélicos debiéramos
tener algún conocimiento de la Constitución Política ahora vigente para la
República de Guatemala, y estar al tanto de la ideología y programa de trabajo
de los partidos que luchan por alcanzar el poder, y de los que se esfuerzan
tenazmente por retenerlo.
4. Debiéramos interesarnos en que el hogar y la iglesia local ofrezcan un ambiente
propicio para el despertar de nobles vocaciones en la niñez y en la juventud, sin
tratar de impedir la vocación política. Martín Lutero enseñó que toda vocación
digna puede seguirse para la gloria de Dios.
Generalmente nos complace hablar del crecimiento numérico de la comunidad
evangélica guatemalteca, y planificamos para que el ritmo de crecimiento se
acelere en los años venideros. Pero pocas veces hacemos un alto en el camino
para pensar en cuanto más crezcamos más visibles seremos en la nación y mayor
será nuestra responsabilidad social. Pero ¿será posible que una comunidad
evangélica que representa por lo menos el 25% de la población total del país no
ejerza ninguna influencia para que se efectúen cambios sociales que beneficien a
las mayorías?
Se escucha esta pregunta especialmente entre evangélicos de otras latitudes. Un
intento de respuesta nos llevaría a discutir otros temas, como el de la
fragmentación del pueblo evangélico, además de lo ya dicho sobre historia,
teología y praxis, y la naturaleza de nuestro contexto social.
Que nos baste por ahora con reflexionar sobre que a mayor número de
evangélicos de Guatemala mayor será el de los que se sentirán atraídos al campo
político, con nuestra anuencia o sin ella. El crecimiento del número de
estudiantes universitarios y profesionales evangélicos es evidente.
Ellos
pertenecen a una clase media pensante que en general parece haber estado
dedicada a mantener y mejorar sus logros en la sociedad; pero que un día
acicateada quizá por la amenaza del empobrecimiento, puede abandonar su
pasividad política y a lanzarse a la lucha por el cambio social. Suceda o no esto
en la clase media evangélica, queda todavía el hecho de que el número de
políticos evangélicos puede crecer en proporción al crecimiento de nuestra
comunidad eclesiástica.
5. Debiéramos preguntarnos si estamos en verdad preparando a nivel universitario
dirigentes evangélicos para la nación. En la teología social católica se ha dicho
que la iglesia tiene que colocar gente en los lugares donde se hacen las
decisiones para toda la nación. Nosotros necesitamos un grupo numeroso de
hombres y mujeres seriamente comprometidos con el Señor Jesucristo,
verdaderamente compenetrados de lo que significa ser evangélico, en el sentido
amplio y profundo de este término, y sólidamente educados para la participación
política.
6. Todo lo dicho hasta aquí subraya la participación de personas evangélicas en la
política partidaria. La iglesia como Iglesia no es llamada a luchar por el poder
político. No es una su misión, sin ola de vivir conforme a los valores del Reino
de Dios, comunicar esos valores y prefigurar, ser paradigma, del Reino glorioso
que está por venir. La opción de la Iglesia como Iglesia es ser la comunidad del
Reino de Dios en un mundo donde operan también las fuerzas del anti-Reino, o
sea del reino que está sin Dios, en contra de Dios.
Si la iglesia es fiel a su Señor podrá actuar como la conciencia de la nación. Tendrá
autoridad moral para hablar como Iglesia, porque ante los ojos del pueblo se habrá
ganado el derecho a hablar. No será sal que ha perdido su sabor.
La misión de la Iglesia es mucho más que lograr “decisiones de fe”. Consiste en hacer
discípulos (Mt. 28:18-20). No es fácil la tarea que el Maestro le asignó a los suyos, y en
ellos por medio de ellos, en la auténtica tradición cristiana consignada en el Nuevo
Testamento, a todos nosotros que vivimos a principios del siglo veintiuno para
testimonio fiel del Evangelio a las presentes generaciones; para transformación del
individuo y la sociedad.
Dr. Emilio Antonio Núñez
Guatemala, 25 de octubre de 2004

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