¿Por qué nuestros hijos crecen demasiado rápido?

Transcripción

¿Por qué nuestros hijos crecen demasiado rápido?
¿POR QUÉ NUESTROS HIJOS CRECEN DEMASIADO RÁPIDO?
Elena Dompé de la revista “Vita dell’infanzia” de la Obra Nacional Montessori entrevista a
Anna Oliverio Ferraris, psícologa, psicoterapeuta y autora de varios libros.
Apenas se publicó su libro “el síndrome Lolita”. Leyéndolo me he dado
cuenta que, como siempre, logra explicar de manera clara, eficaz y
documentada temas de gran interés.
Por un lado, las dificultades sociales ligadas a terminar los estudios
universitarios y a la búsqueda de un trabajo hacen que cada vez más la
edad de la realización personal esté más lejana. Por otro lado, se presenta
a nuestros ojos la tendencia de hacer crecer a los niños demasiado rápido.
Cuáles son, según usted, los factores que han determinado la fuerte
aceleración del fenómeno que lleva a los niños a anticipar sus
comportamientos siguiendo los modelos de adulto que no van en armonía
con su propia fase de desarrollo?
Un factor importante está relacionado con los estímulos que cotidianamente los
chicos, desde los primeros años de vida, reciben a través de la pantalla de
televisión, en particular el enorme número de comerciales que desde un primer
nivel (explícito) anuncian los productos e inducen los deseos, y en un segundo
nivel (implícito e inconsciente) difunden visiones del mundo, filosofías de vida,
modas, formas de comportamiento. Hoy la moda para los niños es más atractiva
que la de los adultos y los diseñadores producen servicios fotográficos en los que
aparecen niños de cinco o siete años como si fueran adultos en miniatura,
preocupados por la apariencia y por ir de compras, con comportamientos de
grandes, en poses ambiguas; como si fueran hombres y mujeres que ya han vivido
y no niños despreocupados para quien la principal ocupación debería ser el juego.
Todo les es presentado en modo seductor de tal forma que los niños y sus madres
se sientan anulados si no pueden seguir esa moda. Otro factor importante está
relacionado con el estilo educativo, (demasiado permisivo) y con el rol que
desarrollan los padres en la familia: mas atentos a la seducción de las modas que
a las verdaderas necesidades de crecimiento de los hijos.
Existe un clima
alrededor de los niños que mueve su atención de la actividad típica de la infancia
hacia oros intereses relacionados al consumismo y que pueden dar la impresión
de que sean más maduros de lo que en verdad son.
Muchos consideran
sinónimos de inteligencia - madurez, aprendizaje - comprensión, pero un niño
puede ser muy inteligente para su edad y estar informado, pero ser inmaduro. La
madurez es sin algo que caparece e con el tiempo y con la experiencia. Aprender
puede ir relacionado con la comprensión, pero puede dar también lugar a
comportamientos imitativos privados de un conocimiento consciente, de una
comprensión reflexiva. Si a esto se le suman padres distraídos, afectivamente
negligentes, incapaces de direccionar a los hijos hacia objetivos sanos y
constructivos, los chicos están expuestos a modelos propuestos por el
consumismo sobre los cuales construyen su personalidad.
En su libro, usted habla de las necesidades esenciales de los niños,
distinguiéndolas de los deseos: “Necesidad de alimento y de calor,
necesidad de amor y de protección, necesidad de conocimiento, de
reconocimiento, de autonomía y de juego” y a menudo nos da ejemplos de
cómo los padres podrían satisfacer las necesidades de los niños
ayudándoles a crecer en modo autónomo y equilibrado. ¿Puede darnos
algún ejemplo de los consejos que ofrece a los padres en su libro para
ayudarlos a ser más conscientes?
Es necesario diferenciar las necesidades de los deseos. Un niño necesita lácteos
para crecer pero no tiene necesidad del último yogur de fresa con cereales
adornado con crema chantilly.
Un niño necesita zapatos deportivos cómodos,
pero no un par de zapatos de la marca más cara que hay en el mercado. Un niño
necesita de la presencia de los padres, pero eso no significa que necesite que la
mamá se quede sentada al lado de su cama hasta que se quede dormido. Y así
puede haber mil ejemplos. Hay que distinguir entre necesidades y deseos. Las
necesidades de los niños son esenciales y tenemos que hacer todo lo posible para
satisfacerlas; afortunadamente las necesidades son limitadas.
Necesidad de
alimento, calor, amor, protección, conocimiento, reconocimiento y autonomía:
todos los padres dignos de ser llamados padres satisfacen naturalmente las
necesidades de sus niños sin particulares problemas. Los deseos son otra cosa.
Los deseos en sí no son malos. El niño que desea algo hace el esfuerzo de
expresarse y busca la forma de obtener lo que quiere. Pero cuando sus deseos
son satisfechos sistemáticamente, anticipados por los adultos, el niño ya no tiene
que hacer ningún esfuerzo para expresarse, explicarse, imaginar. El deseo es una
tensión que impulsa hacia adelante y obliga a superarse, a dar lo mejor de sí. Si
desea un juguete determinado, ¡enseñémosle a ahorrar de su dinero para
obtenerlo! Un deseo es un proyecto que se inscribe en el tiempo. El deseo se
hizo para ser soñado, imaginado, descrito. En algunas ocasiones se pueden
satisfacer, pero no rápidemente o en la forma en la que se expresa. Dosificar la
respuesta de los deseos es el método ideal para ayudar a los niños a pasar –como
diría Freud- del principio del placer al principio de la realidad.
¿Retiene que la educación montessoriana que no se basa en las
prohibiciones y castigos, sino que busca comprender las necesidades de
las diversas fases del desarrollo podría ayudarnos?
Sí, definitivamente.
El método Montessori se basa en la actividad, en la
búsqueda, en la independencia, en la libertad y en empeño y el esfuerzo
personales. Todas las condiciones que permitan a los niños volverse dueños de
sus propias experiencias y de comprenderlas. Si María Montessori viviera en
estos días, se iría de espaldas al constatar como la vida de los niños
contemporáneos está llena de experiencias pasivas (si piensas a las horas que
pasa frente a la televisión) y constantemente dirigida por los adultos. Ella creía
que los niños tenían una motivación innata para aprender a superar los
obstáculos, instruía por lo tanto a las maestras que trabajaban en las “casas” que
fundó a no interferir con la actividad espontanea de los jóvenes alumnos y de tener
la paciencia de esperar a que fueran ellos quienes pidieran ayuda o alguna
aclaración cuando lo necesitaran. Hoy está sucediendo exactamente lo contrario:
se les ofrece todo antes de que tengan el tiempo de darse cuenta de qué cosa
quieren verdaderamente;
sus
deseos
son
anticipados
por
un mercado
sobreabundante y por una publicidad que los martilla constantemente; no se les da
el tiempo de vivir sus experiencias de acuerdo a sus propios ritmos ni se les da el
espacio para inventar y crearse la fantasía. El “ruido” que los rodea no les permite
escucharse a sí mismos. Hasta los juguetes son invasivos, irrespetuosos de la
autonomía de los niños. Un ejemplo que me deja perpleja es el de la línea de
juguetes “Harry Potter”. Según la sociedad que produce las películas del famoso
mago, parece que los niños no puedan jugar sin los artículos autorizados y
diseñados precisa y específicamente para eso: no pueden jugar con una capa
confeccionada en casa, sino con una adquirida en una tienda autorizada, no
pueden utilizar una escoba de las que hay en casa sino que tiene que ser una
especial de quidditch que vibra accionada por pilas; no pueden utilizar un palito
que encuentren en el jardín sino que tiene que ser una vara de plástico que tenga
la magia oficial de Harry Potter.
¿Estos son nuestros niños? ¡Sí! Desafortunadamente, sí.
Traducción del italiano, Tita Llerandi.

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