Autor - hypertexta

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Julio Calvo Drago
Hyperediciones
Primera edición
2010
Diseño de cubierta, diagramación y fotomontajes:
Julio Calvo Drago
Corrección de estilo:
Julio Calvo Drago
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«Hay más cosas en el cielo y en la tierra
que las que puede soñar tu filosofía».
Lisa Simpson, citando a su vez a William
Shakespeare
«Llévame con tu líder».
Un extraterrestre en la Tierra hablándole a una escultura cubista
«¿Vos creés que fue fácil para el primer
hombre bajar del árbol, poner un pie en
la tierra y decir unga bunga?».
M aría Luisa Lemus
Mapa de 0,0
Libro Primero
Ese horrible rostro de troglodita alienófago marciano o Colección de nanoficciones y otros textos
breves . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
11
Libro Segundo
Palabras tratando de correr a la velocidad del
pensamiento o El libro de los conceptos imagen . .
121
Libro Tercero
Todo ese caos allá en la estratosfera o Breve muestra de colaboraciones, artículos, encargos y otros
escritos contextuales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
155
Lo digo y lo digo / lo digo otra vez / y tanto lo afirmo / que digo lo mismo / al derecho y revés o Breve colección de palindromas . . . . . . . . . . . . . . . . . .
201
Del viejo y trillado mito de que los personajes presentados en esta obra son ficticios y de que cualquier semejanza con personas vivas o muertas es
pura coincidencia o Breve colección de fábulas . .
219
Disertaciones tangenciales
253
Libro Cuarto
Libro Quinto
Absolución de la televisión en «on»
como responsable
de la identidad en «off»
Yo te absuelvo,
caja idiota,
de todas tus incongruencias.
¿Acaso vos tenés la culpa
de que tu pantalla
jamás me enseñe lo mismo
que me enseña el espejo?
¿Tuya es la culpa acaso
de que mis sueños
hayan sido creados
a tu imagen —de treinta y seis pulgadas full color stereo surround—
y desemejanza?
Si es uno —y nadie más que uno—
quien pierde el control
y busca el tuyo
entre los cojines del sofá.
Si es uno quien engruesa tus rankings
y programa tus franjas prime time
a fuerza de zap, zap
on/off y on/off.
No fuiste vos
quien mató a la estrella de la radio
ni se hizo ilusiones
audiovisuales.
Por eso te absuelvo, nada me debes.
Conque ve en paz, hija mía.
No guardo rencor.
No vuelvo a llamarte más la caja idiota
si al hablar de idiotas
quien lleva las de perder es otro.
Aplicación de la famosa paradoja
del filósofo griego
como perífrasis
para convencer a los muchachos
de que ya es muy tarde
y ya es hora de irse para la casa
A estas alturas
yo solo sé que no sé nada.
Ando bien sócrates1.
Apología
del aprendiz lento,
pero seguro
Bebé,
si yo siguiera tus pasos,
serían tropezones y caídas a cada rato,
pero siempre volvería a ponerme de pie.
Si vos siguieras los míos,
no te levantarías
sin antes pensarlo dos veces.
Por eso es que yo mejor sigo tus pasos, nene:
despacio,
contento,
siempre avanzando en pos de algo,
como aprendiendo a caminar todos los días
—que así es como se camina, bebé—.
Y vos,
pues vos seguí siguiendo los tuyos.
Mirá que los pasos de gigante
vaticinan tropiezos descomunales,
mientras que cada uno de tus pasitos
es un presagio de vuelo.
Apólogo-imagen de ave diva
aspirante a icono de «mass media»
Cierto Pavo Real paseaba por un centro comercial, cuando se topó con
un gentío frente a la vitrina de una
tienda de electrodomésticos. Todas aquellas personas veían maravilladas, en una gigantesca pantalla
de plasma, cierto cortometraje que
mostraba en cámara rápida el proceso de florecimiento de una rosa.
Nuestro pavo real también se puso
a admirar la flor eclosionada, pero
lo que más le llamó la atención fueron los «oh» de asombro de los demás espectadores. «Vamos a ver»,
analizó el pavo real. «Ese botón de
flor solo se abrió, desplegó sus pétalos y a todos dejó maravillados.
¡Yo también puedo hacer eso con
mi cola!», se dijo el ave a sí misma
con entusiasmo incontenible. «Puedo
abrirla, desplegar sus plumas como
si fuesen pétalos de rosa y dejar encantado a mi público». De inmediato fue a pararse delante de la muchedumbre para luego sacar el pecho, levantar el trasero, desplegar el
abanico de su cola y empezar a lucirla de una manera por demás vanidosa. Pero los espectadores, lejos
de aplaudir, comenzaron a proferir
insultos y abucheos, pues sintieron
que aquello no era más que un vulgar acto de exhibicionismo. Y es que
el ingenuo pavo real estaba cometiendo el mismo error que muchos
escritores cuando ejercemos el oficio: estaba confundiendo universalidad con complacencia.
Apólogo-imagen
de camello con sueños
nanotecnológicos
Un Camello estaba empecinado con
pasar a través del ojo de una aguja,
pero la obvia diferencia de tamaños
naturalmente se lo impedía. Sin embargo, no cejaba en su propósito. Fue
así como un día conoció a otro camello —parece que pastor de alguna secta— que le ofreció pastillas Nanorreduxol, «¡macrorreducción para
un microtamaño!», a cambio de cómodos diezmos semanales. Nuestro camello aceptó la oferta. Desde
entonces, cada semana compra las
pastillas sin falta y no hay día que
no tome su respectiva dosis. Todo
el tiempo está midiéndose para ver
si su masa corporal ha sufrido alguna reducción, pero el animal no ha
visto resultados satisfactorios hasta
el día de hoy. No obstante, el cercano pariente del dromedario continúa
firme en su propósito. Y como esta
historia aún no termina, no nos queda más que exhortar al cuadrúpedo
a perseverar en su empeño. Vamos
todos a desearle suerte. ¡Ánimo, valiente y determinado camello! ¡Ojalá
un día alcances el microscópico tamaño que requieres para lograr tu
osada empresa!
Apólogo-imagen
de elefante quitándose
un peso de encima
L a Elefanta, luego de haber logrado ponerse aquel apretado corsé,
miraba su imagen en el espejo una
y otra vez, aún no convencida. Pero
al fin, ya conforme, se dijo a sí misma: «La mona se viste de seda y nadie le dice nada». Terminó de arreglarse y se fue a su fiesta.
Apólogo-imagen
de perro-conejillo de Indias
teniendo un dulce encuentro
con el «ESPN»
Un Día, como ya era habitual, el perro de Pavlov oyó la campana y comenzó a segregar saliva. Solo que
esta vez no recibió su terrón de azúcar. Así que el pobre comenzó a po-
nerse muy ansioso. Pero el conserje
de aquel laboratorio tenía prendido
su televisor durante la transmisión de
un partido de futbol. El can se puso a
ver el juego y así se olvidó del azúcar.
Apóstrofe alegórico
a profeta islámico
en dos proposiciones adversativas,
una desiderativo-interjectiva
y tres dubitativo-interrogantes
La montaña se movió, Mahoma,
pero no vino a mí.
Dime qué hice mal, oh profeta.
¿No será que yo
de repente
—se me ocurre, no sé—
confundí la fe
con el amor?
Bella ilusión de amor
o
Veinte mil leguas
de viaje subcapilar
al interior del cabello afro
de un proxeneta «funky»
¡Oh Jardín de las verdes delicias!
¡Paraíso exquisito del florecer perpetuo! Quién poda y engalana tus
frondosas encinas di. ¡Pero si es el
noble y altivo jardinero del Castillo Real, de la bella Princesa el favorito! Del vasto encinal embellece
las excelsas frondas una por una.
Tijera por aquí. Tijera por allá. Ra-
mitas secas caen por aquí. Hojitas
mustias vuelan por allá. Pero ¡buscar la flor más bella para tu Princesa, oh jardinero, no has de olvidar! Tan pronto como floreciente
fin des a tu noble tarea con el último de los encinos: aquel de grisácea fronda que en el ulterior extremo del jardín altivo se eleva. Nues-
tro jardinero, presto a terminar la
poda, soberbio avanza en pos de
la última fronda. Con mano firme,
cual guerrero valiente que dispónese a darle una victoria a la Patria
o su vida al Creador, toma la tijera,
silba una feliz tonada y llega al encino. Ya allí, con decisión inexorable, por el amor que a su Princesa
un día le ha de confesar, da un firme tijeretazo y «WHAT DA FUCK
YOU DOIN’, MAN! GO FUCK YOU’
MAMMA, YOU MOTHAFUCKIN’
ASSHOLE SANAFABITCH!» es el
terrible improperio que lacera sus
oídos cuando, sin querer, con una
encina confunde el desmesurado
cabello afro de un funky brother.
Breve ejercicio metanarrativo
con la célebre metáfora
visual magritteana
del hombre que se para frente al espejo
y ve su propia espalda
Cierta Vez, un individuo se sentó
en una silla a pensar en la manera más efectiva de levantarse de
una silla. Dibujó bosquejos en su
mente y ensayó con su imaginación los pasos de aquella acción.
Entonces, ya mareado de tanto
pensar, se recostó bruscamente en
el respaldo, quebró la silla, cayó
al suelo y se golpeó. Pero aquel
hombre, de corazón tenaz y propósitos irreductibles, se negó a
lamentarse del dolor. Fue de inmediato por otra silla y se sentó a
seguir buscando intelectualmente la solución.
Breve imagen ecológica
para explicar por qué
los cartógrafos antiguos, en sus mapamundis,
representaban los trópicos terrestres
con bestias fabulosas
De Pronto, ya para anochecer, por
todo el pantano resonó un chillido
agudo. Cierto cazador, que navegaba de regreso a casa, no pudo resistirse al hechizo, de modo que preparó el arpón, enfiló a babor y se
dirigió al manatí. Lo divisó a lo lejos. Sus ojos no podían engañarlo:
cuerpo redondo, piel color carne
y cola de pez. Por lo tanto se acercó, preparó el arma y, cuando estaba por disparar la flecha mortal,
la sorpresa le propinó a él un saetazo más duro. Lo que estaba frente a sus ojos no era un manatí, sino
una sirena.
Canción de amor
a chica plástico-«transformer»
capaz de convertirse
en cualquier parte del cuerpo,
menos el corazón,
en tres antonomasias absurdas
y dos metáforas cursis
No seás pie
y dejá de huir.
No seás mano
y dejá de taparte la cara.
Solo quiero que seás toda oídos
para que veás
lo que te voy a decir:
tu corazón
está hecho para sentir,
lo mismo que el mío
no está hecho para ser roto.
Cómo decir gracias
sin matar amor en el intento
Aquí es donde abro la bocota para darte las gracias.
Entonces vos me decís
que cómo va a ser eso, que te caigo mal, que te haga el favor,
que tus manos son colectivas,
que también tus pies
andan los pasos del mundo,
que si el ser humano alguna vez ha logrado un clon perfecto
ese ha sido el del amor,
que las gracias dejan cierto sabor a despedida
y son el protocolo de quien, por cierto, no ama.
Y entonces yo
voy a estar a punto de decir
que me vas a disculpar,
pero que el pecho me explota de gracias, gracias, mil gracias,
que la gratitud
se me ha subido a los cien grados centígrados
y que su ebullición es inevitable.
Pero no.
Aquí es donde mejor me callo la boca
y te abrazo.
Permuto un decir te quiero
por un mejor cerrar los ojos.
Aquí es donde tomo tu mano,
miro tu horizonte
y me pongo a andar tus pasos.
Consejos de una alcancía
para ahorrarte grandes
molestias
Aquella A lcancía estaba harta de
que la otra alcancía, su interlocutora, le hablara solo de superficialidades estúpidas. Tanto así que la
interrumpió, le pidió amablemen-
te que la excusara, pues se tenía
que ir, y se marchó diciéndose a sí
misma: «¡Qué cochinito tan vacío!
¡Se nota que en su interior no hay
nada de valor!».
De aquella pava
chiquitita y voladora
que resultó ser
un dodo terrestre y grandotote
o
Dificultades de correspondencia
entre realidad y pensamiento
I
Cuando me reclamés algo,
no me digás que soy un aquí y un allá.
No me digás qué soy.
Mejor decime qué dije
o qué hice.
Lo que soy
es una verdad muy relativa
—que presenta el riesgo de ser tomada como absoluta—
y hasta una verdad muy subjetiva
—que presenta el riesgo de ser tomada como objetiva—.
Lo que soy
es algo que vos pensás.
En cambio lo que hice y dije
es algo que vos viste y oíste.
Y ahí sí no hay para dónde.
Es más objetivo
y menos relativo.
II
Si lo pienso yo
y nadie más que yo,
es subjetivo.
Si lo piensan todos,
incluso varios
—y ya no digamos muchos—,
resulta que es objetivo.
Pero la verdad
no necesariamente es cómplice
de la comunidad.
Vos podés pensar
que dos y dos son cuatro
y todos nosotros creer
que dos y dos suman veintisiete.
No sé si entendés lo que te quiero decir:
a veces
la objetividad
no es más
que una subjetividad colectiva.
De cómo Buda cerraba los ojos
para ver realmente y no ser deslumbrado
por la «maya» externa
o
Ezra Pound, fotografiado
por Richard Avedon
«Cerré Los Ojos únicamente para que
el flash de la cámara no me deslumbrara. No hay otra razón», respondió
Ezra Pound, sonriente, cuando le preguntaron en qué estaba pensando
mientras posaba con los ojos cerrados para el lente de Richard Avedon,
fotógrafo, durante la producción de
una de las imágenes quizá más célebres de aquel poeta.
De cómo el entomólogo
clasifica insectos
clavándolos con alfileres
en tablas taxonómicas
o
Dime dónde te perforas
y te diré quién eres
Arete en la oreja derecha,
gay pasivo.
Arete en la oreja izquierda,
gay activo.
Arete en el pecho,
sadomasoquista.
Arete en la nariz,
grunge.
Arete en el labio inferior,
surfer.
Arete en el ombligo,
disco babe.
Ningún arete,
cuadrado.
Para todos aquellos
con quienes no se queda bien con nada
habrá que abrir
de urgencia
un prejudice piercing parlor.
De cómo
el placer y el dolor
apenas están separados
por unas cuantas gotas
de «hot sauce»
Cierta Vez, el filósofo estoico Zenón
y un productor japonés de anime
almorzaban juntos en un restaurante de comida mexicana. La plática de pronto fue monopolizada
por el japonés, quien le comentaba al chipriota lo feliz que se sentía en su trabajo. Se complacía en
contar cómo el televidente adoraba
sus producciones animadas gracias
a esa exuberancia de elementos hipertecnológicos, situaciones melodramáticas y personajes femeninos
que conjugaban inocencia infantil con el más deleitoso erotismo.
Zenón lo interrumpió para proponerle, ya que hablaban de placer intenso, que por qué no le ponía chile verde a aquel condimentado caldo tlalpeño. Pero subrayó que de-
bía echarle bastante, para intensificar la sensación. El asiático accedió.
Siguió el consejo de su compañero
de mesa y, como era de esperar, se
pegó la enchilada de su vida. La cara
se le puso roja, la escandalosa tos
se le escuchaba a media cuadra de
distancia y no sentía la lengua por
más agua que le daban a beber. El
estoico se sonrió con satisfacción y
cantó victoria. Pero no contaba con
que el tiro resultaría saliéndole por
la culata. Nuestro creador de anime, ya recuperado, pensó inmediatamente en un nuevo eslogan publicitario para su última serie animada de televisión, el cual diría: «¡Sufre placer intenso!».
De cómo el ansia desmedida
de imponerle «copyright»
al bien gratuito
puede nublarnos la vista
y ocultarnos horizontes
El Horizonte no siempre fue esa delgada línea dividiendo cielos y mares
que nosotros vemos en la actualidad.
Se cuenta que antaño los dos azules
estaban verdaderamente separados,
por lo que nuestros ancestros, cuando se paraban en la playa a ver a la
distancia, lo que divisaban era un inmenso espacio negro entre el cielo y
el océano. También cuentan que en
dicho espacio estaban todas las res-
puestas. Por eso es que antes, cuando una persona se veía asaltada por
una duda o mortificada por un problema, todo lo que tenía que hacer
era dirigir la vista al horizonte y enseguida encontraba la respuesta que
buscaba. Pero dicen que un día vinieron los malos y dijeron: «Apropiémonos de las respuestas. Así, cuando alguien tenga un problema, por fuerza
tendrá que acudir a nosotros y de-
berá pagarnos una alta suma de dinero por la solución que busca». No
contaban con que el cielo y el mar
se habían enterado de toda la confabulación. Para proteger el precioso
caudal de respuestas, estos decidieron acercarse hasta tocar sus bordes
y anular el espacio entre ambos. Por
lo tanto, se besaron, escondieron las
respuestas y truncaron los planes de
los malos. Así fue como el horizonte
se convirtió en esa tenue línea que
hoy vemos separando océanos de
firmamentos. Y es por eso que ahora, cuando alguien tiene un problema y se para en la playa a ver el horizonte, no encuentra la solución que
busca. Pero si la persona cierra los
ojos y pone atención, escucha algo
así como el rumor de una respuesta.
De cómo lo blanco
trae consigo
el germen de lo negro
y viceversa, tal como lo plantea
la metonimia gráfica
del «yin-yang»
Hubo Una Vez un lejano país donde se prohibió el arte y la poesía.
Pero los opresores de aquel país no
eran cualesquier tontos. Para sofocar
el más mínimo conato de inspiración artística, vedaron bajo pena de
muerte el uso de las figuras y el lenguaje figurado. Los agentes de la PAF
—Policía AntiFiguras— recorrían las
calles y vigilaban a todo transeúnte
en espera de que a alguno se le escapara la más leve metáfora, la más
elemental comparación, incluso el
más inocente metaplasmo —no se
perdonaba ni siquiera el mami con
que el niño se dirigía a su progenitora—, para aprehenderlo y conducirlo a la jefatura. Cierta vez, el capitán de la PAF, hombre honesto y severo, le aconsejaba a su rebelde hija
adolescente que solo usara lenguaje
plano, pues de lo contrario se vería
en la penosa obligación de arrestarla. «Pero, papá, ¿qué es exactamente el lenguaje plano?», preguntó la
joven. El papá comenzó a explicarle
que el lenguaje plano era uno plenamente objetivo y referencial. Lo
que se ve es lo que se dice y punto. Se ve un árbol y se dice «veo un
árbol», y no «mis pupilas se inundan de verde», «una rama levantó
el velo a la niña de mi ojo» o similares, pues giros como los dos anteriores pervierten la acción de ver
convirtiéndola en partes y características del órgano de la vista, deforman el árbol tomando solo partes y
características de dicha planta y hasta degeneran la comunicación objetiva añadiendo ideas ajenas al acto
de ver el árbol, como inundación y
sensualidad. Estos giros constituyen
construcciones en lenguaje figurado y, como tales, son antipatrióticos
y antisociales e impiden el desarrollo de la nación. El lenguaje plano,
en cambio, no permite valoraciones
subjetivas, por lo que es progresista
y es el que la patria necesita para salir adelante. Pero es la ausencia de
ornamentos la razón por la cual a
este lenguaje se le llama plano, porque es liso, llano, como una mese-
ta regular, carente de montañas y
barrancos. Precisamente de ahí su
nombre. «Ya entiendo», dijo la adolescente. «El lenguaje plano recibe su nombre por su comparación
con una superficie plana, sin accidentes». «Así es, hija», prosiguió el
papá. «Del mismo modo que la palabra lenguaje viene de lengua, órgano físico que junto con los dientes, los labios, el paladar y las cuerdas vocales utilizamos para pronunciar sonidos y articular palabras. En
otras palabras, hija mía, lenguaje es
una traslación metonímica de lengua, de la misma manera que plano es una traslación metafórica de
la meseta plana, de la misma manera que policía es una traslación
metonímica del antiguo griego polis, que significa ciudad o pueblo,
del mismo modo que… PERO ¡QUÉ
CHINGADOS ESTOY DICIENDO!».
«Sí, mi capitán, igual que qué chingados es una metáfora por qué cosas malas, inadecuadas o incon-
venientes», dijo un guardaespaldas
del capitán. «Queda usted arrestado». «No tan rápido, cabo», dijo otro
guardia. «La palabra arrestado es
una traslación metafórica del verbo
restar, es decir, disminuir, rebajar
o cercenar. Además, la frase queda
usted arrestado califica como una
figura retórica denominada apóstrofe, por la forma antagónica y fogosa en que se dirigió al jefe. Es mi
deber detenerlos a usted y al capitán». «Pues los tres quedan detenidos», gritó un tercer guardia. «La
palabra fogoso que usted acaba de
usar en su explicación es también
una traslación metafórica de la palabra fuego». «Igual que la palabra explicación», dijo otro guardia, «que
es traslación metafórica de extender
los pliegos. Los cuatro quedan de-
tenidos». «Igual que la palabra palabra», interrumpió otro, «que es
traslación metafórica de una lanza
o flecha por arrojar. Acompáñenme los cinco a la comisaría». Y así,
como deja entrever la imaginación,
el número de personas arrestando
a todas las anteriores fue creciendo en progresión geométrica hasta
abarcar a la población completa del
país. El caos fue devastador. La crisis y la ingobernabilidad llegaron a
un extremo jamás alcanzado antes
en la historia de aquella nación. No
obstante, la gente no tardó en darse
cuenta de que el lenguaje plano era
una falsedad desde el origen etimológico de prácticamente cualquier
término. Se desató la revolución y
en tan solo días aquel gobierno totalitario fue derrocado.
De cómo el diablo
sabe más por mediático
que por diablo
Cierto Día al final de los tiempos advino el demonio, la bestia, Satanás.
Para dominar a las naciones, el anticristo siguió la infame estrategia de
predicar a las multitudes que todo
en esta vida era fácil. Por supuesto, las grandes masas en el ámbito
mundial se sintieron atraídas por
esta nueva filosofía, de modo que
muy pronto legiones enteras de almas encontraron su perdición. Pero
hubo unos cuantos seres humanos
que rechazaron aquel pensamiento.
Comprendieron que fácil no necesariamente era sinónimo de sencillo, característica primordial de lo
que verdaderamente sirve y funciona. Por lo tanto, dejaron de perseguir lo fácil y comenzaron a buscar,
en su lugar, lo sencillo y funcional.
Así fue como estas almas elegidas
alcanzaron su salvación.
De cómo entre dos sinónimos equivalentes
puede haber diferencias no solo fonéticas,
sino también determinantes
en cuanto a echar o no echar la ficha
en la rocola de los talegazos
Tuve Un Cuate al que le decíamos de
apodo el Mierda. Por qué el apodo,
sepa putas. Pero aquel nunca aceptó que le dijéramos de otro modo.
Si hasta se molestaba cuando le decíamos su verdadero nombre. Mierda decime, decía aquel. Mierda me
han dicho mis cuates toda la vida y
solo por Mierda entiendo, decía después. Me costó un cacho al principio
porque qué feo que te digan Mierda, pienso yo. Pero poco a poco me
fui acostumbrando a decirle así. Vos
Mierda aquí, vos Mierda allá. Qué si
una vez, cuando todavía no éramos
cuates cuates, nos estábamos echando las chelas con toda la mara cuando no sé por qué me confundí y le
dije Caca en lugar de Mierda. Cómo
me dijiste, preguntó aquel, emputado. Nada, vos, le contesté yo, tratando de evitar. Caca me dijiste, vaá cerote, dijo aquel. Y si oíste bien, para
qué preguntás, pisado, contesté yo,
también ya como la gran puta. Para
qué. Nos paramos agarrando a ver-
gazos. Aquel me sacó sangre de nariz y yo le abrí el labio. Después de
eso paramos siendo grandes cuates. Íbamos a chingar la pita y todo,
pero yo siempre estaba con la onda
de por qué putas se había mascado
aquel conmigo. Por qué le había caído tan mal que le dijera Caca en lugar de Mierda, si mierda y caca son
lo mismo al final de cuentas. Un par
de años después nos juntamos otra
vez con toda la mancha a discutirnos las chelas. Vos, Mierda, por qué
te mascaste conmigo aquella vez que
te dije Caca, pregunté yo. Porque eso
de Caca es ofensivo, cerote, contestó
aquel. Pero Mierda también es ofensivo, imbécil, dije yo. Pero es diferente, estúpido, dijo aquel. Y por qué es
diferente, maldito, pregunté yo. Porque Mierda me han dicho mis cuates toda la vida y solo por Mierda entiendo, contestó aquel. Ah vaya, dije
yo nada más. Nos seguimos echando las chelas y ya nunca más le volví a preguntar al Mierda ni mierda.
De demagogias
y otras lluvias
que nunca llegan
Hubo Una Vez una nube que quiso
nublar el cielo y llover. Claro que
esto no podía hacerlo ella sola, por
lo que trató de convencer a las demás nubes de que la ayudaran. Para
tal efecto, se detuvo en el centro
del firmamento y comenzó a hablar. Hizo una arenga al trabajo en
equipo y se valió de argumentos
como la sinergia, la unión que hace
la fuerza, remar todos en la misma
dirección y demás metáforas del ingenuo y trillado discurso del voluntarismo colectivo. Sin embargo, nadie le hizo caso. La nube se enfureció y, luego de arrojar uno o dos
relámpagos a la tierra, pronunció
una feroz diatriba contra la nube
presidenta del firmamento, quien
fue acusada de impopular y totalitarista por no favorecer climas de
participación ni espacios democrá-
ticos. Cuál fue su sorpresa cuando
vio que este discurso sí llamaba la
atención de las demás nubes, que
de inmediato se unieron a la nuestra, la aclamaron y vitorearon. Aun
así la nube no logró convencer a nadie de que la ayudara ni, por tan-
to, su propósito original de nublar
y llover. Obtuvo, eso sí, los votos de
la mayoría y se convirtió en la nueva presidenta del firmamento. Moraleja: si quieres llegar a las nubes,
vete con la oposición, siempre con
la oposición.
De juventudes contestatarias
y otras lecturas clásicas
Un Adolescente recorría los anaqueles de una librería en busca de una
lectura incendiaria. Frenéticamente
ansioso de rebeldías con causa, leía
uno por uno los títulos en los lomos
cuando de pronto, buscando en el estante de los libros más calientes del
momento, divisó una carterita de cerillos. Al muchacho se le iluminaron
los ojos. Tomó la carterita, levantó la
solapa y arrancó un cerillo. Por prenderlo estaba cuando un adulto, que
andaba por allí cerca en busca de una
lectura clásica —y que según cuentan era bombero—, se le acercó y le
dijo: «Vas a provocar un incendio».
«No veo nada inflamable cerca», respondió el joven, con algún tono desafiante. «La cabeza», se apresuró a
objetar el adulto, «la cabeza es material altamente inflamable». «Pero una
cabeza no sirve de nada si nunca se
enciende», fue la respuesta lapidaria
del adolescente, quien luego solo le
dio la espalda al adulto, cerró la carterita y encendió el cerillo.
De la excelsa, maravillosa, magnífica,
enjundiosa, global y cibernética aventura
de aquel gallito «hacker» que,
seguramente confundido
entre «Kentucky Fried Chicken»
y «Wye-Two-Kay Fried World»,
libera al mundo del pérfido mal
de la confusión informática del año 2000,
y de otros hechos y hazañas de sobresaliente
y magna valía que le acontecieron entretanto
y que debieran ser globalizados
—mas no neoliberalizados—
en un «site» de la WWW2
Esta es lä épica aventura, bravo,
de aquel valiente pollo que, burlón,
burla al temible ye dos ka en misión
que al cibermundo librará de un clavo.
Gallo es, que no has de confundir con pavo,
quien a Internet acceso obtuvo en clon.
PC maniobra con astuto don
y al software da, de chance, ni un octavo.
Siglo veintiuno ha de venir en paz,
pues este gallo no es ningún gallina
y al doble cero descubrió la faz.
Mil novecientos no será dos mil,
pues con el meollo nuestro gallo atina.
Bien, ave audaz, a ti doy gracias mil.
De la cotidianidad
y otros atentados
contra la inocencia
El Futuro Gran Escritor jugaba en
su corral entre osos de peluche, móviles musicales, chinchines y otros
númenes de la musa Fisher-Price,
cuando de pronto, por un arrebato de inspiración, tomó tres o cuatro cubos de madera, de esos con
letras en cada uno de sus lados, los
apiló uno encima de otro y formó
«KDSFA». Y allí estaba. «KDSFA». Su
primera obra maestra. Sus prime-
ras letras. Su primer juego lingüístico. Pero entonces vino el prosaísmo
cotidiano a cortar la inspiración de
aquel literato novel, a derrumbar la
columna de cubos y a sacar al poeta de su espacio creativo mientras
esgrimía argumentos como «te hiciste popis, mijito», «vamos a cambiarte de pañal», «hora de hacer
shushu» y otros tan obtusos como
antiartísticos.
De la felicidad
como concepto opuesto
a la longevidad
o
Sugerencia de Rimbaud
Sigue mi consejo: no llegues a viejo.
De la puntuación
como recurso ineludible
para llevar
una vida sexual activa
Hagamos el amor
y punto.
Y seguido.
De la universalidad literaria
y otras improbabilidades
matemáticas
Hubo Una Vez un escritor tan obsesionado con alcanzar la universalidad que
terminó dejando las letras y convirtiéndose en un matemático.
De la verdad
confundida
con una «verdad»
Un Girasol se movía con inquietud
en busca de luz solar. Por fin halló el
brillo de un potente reflector y, como
no logró diferenciar entre este y el Sol,
se quedó allí, conforme en apariencia, pero siempre con la quisquillosidad del escepticismo, de que algo no
estaba del todo bien.
De las increíbles ventajas
de la tecnología informática
de la actualidad3
De leyes físicas
y otros dolores de cabeza
En Un Universo Paralelo, a otro Isaac
Newton le cayó en la cabeza no una
manzana, sino un coco. Y en lugar
de que él descubriera la Ley de Gravedad, a él le descubrieron una contusión de gravedad.
De lo que suele acechar
a la vuelta de un pensamiento
El otro día
me asaltó una duda.
Se me acercó sigilosamente,
me puso una interrogante cargada en la sien
y me dijo:
«Una respuesta
o la vida».
De los prodigios insospechados
que a veces subyacen
en la vida simple
de los suburbios citadinos
En Su Patio Trasero, cierto vecino
tenía una verja divisoria de tablas
de madera, como las que suele haber en aquel tipo de casa de colonia
periférica. Pero la de este señor no
era una verja común y corriente. En
una de sus tablas había un pequeño
agujero por el cual, pegando el ojo
y mirando al otro lado, se descubría
el secreto de la felicidad. Tal prodigio suburbano llegó a oídos de un
pariente que, suspicaz pero curioso, decidió visitar al vecino para ver
de qué se trataba todo aquel asunto. Llegó entonces a la casa de la barda en cuestión, saludó a su primo lejano y le comunicó de inmediato el
motivo de su visita. Sin más demoras, el vecino lo llevó al patio trasero y le mostró el extraordinario orificio en la cerca. «Conque asomándome a ver por este hoyo descubro
el secreto de la felicidad, ¿no?», dijo
el pariente, con una ironía que destilaba incredulidad. «Así es», le contestó el dueño, con la calma propia
de quien está seguro de lo que dice.
«Muy bien», dijo el pariente. «Veamos
de qué se trata entonces», y de inmediato se agachó, pegó el ojo al orificio y vio a través. Pero al otro lado
ya lo estaba esperando el niño de la
vecindad, quien solo vino y le puyó
el ojo con el dedo. «Ay», gritó el visitante, mientras el niño se reía de
su travesura al otro lado de la cerca.
«Pero ¿qué clase de broma es esta,
primo?», gritó el enfadado pariente.
«No es ninguna broma», repuso el vecino. «¿Dónde está entonces el bendi-
to secreto de la felicidad que tanto dices, si me está doliendo el ojo?», preguntó el visitante. «Pues justamente
en el dolor, ya que el dolor es lo que
nos permite reconocer, comprender
y apreciar la felicidad», contestó el vecino. Por supuesto que la respuesta
no fue para nada del agrado del pariente, quien de inmediato se marchó para no volver a poner nunca un
pie en aquella casa. No obstante, lo
dicho por aquel vecino era la verdad,
aunque su pariente —y a veces uno
mismo— se niegue a reconocerlo.
De los problemas legales
del lenguaje figurado
Cierta Vez, el agua puso una millonaria demanda contra las casas editoras de textos de Ciencias Naturales,
pues ya estaba harta de ser calificada con el denigrante epíteto de inodora. Ya no soportaba que los niños
de primaria se burlaran de ella cada
vez que leían la palabreja y la asociaban con el excusado. La demandante
anotó además, en el documento legal, que los calificativos insabora e
incolora desvirtuaban su imagen y
la hacían parecer «papa sin sal». No
cabe duda de que el agua contaba
con muy mala asesoría legal. De haber contratado a un mejor abogado,
este le habría advertido de los inconvenientes de usar tal símil y aquella
se habría abstenido de hacerlo. Pero
ya era demasiado tarde cuando, a su
vez, al agua le cayó una fuerte demanda por parte de la papa.
De médicos malévolos
y otros tragos amargos
Aquel M alvado Cirujano llamó a la
empleada doméstica y le entregó una
pastilla de chocolate. «Prepáreme
una taza de chocolate bien espeso,
por favor», la instruyó. Mientras esperaba, comenzó a reírse con lúdica perversidad de todos los cónyuges a quienes había dejado viudos,
de todos los niños a quienes había
dejado huérfanos y de otras maldades cometidas a sabiendas mediante su práctica médica. Así consumió
su tiempo de espera, en tan retorcidos pensamientos, cuando al fin le
llevaron su chocolate. El médico se
lo bebió de un par de tragos y, pa-
sados unos minutos, palideció, comenzó a temblar, perdió la respiración y cayó muerto. El maligno galeno había confundido la pastilla
buena con una envenenada que justo aquella mañana habría de darle
a una de sus víctimas. Y aunque el
desenlace del anterior relato nos parezca fortuito, con justicia podemos
afirmar que, por todas sus iniquidades, a este perverso doctor le dieron
de su propio chocolate.
De mocedades gloriosas
y otras sepias borrosas
El Viejo Elefante vio la foto que su
hija le puso en las patas. El revelado
en sepia café y su papel amarillento,
casi del color de la fotografía misma,
delataban su antigüedad. Y el elefante se sentía familiarizado con aque-
lla imagen de antaño, pero «¿quién
es ese proboscidio tan joven y buen
mozo, hija?» preguntó. La joven elefanta simplemente respondió «tú,
papá», resignada al inminente alzhéimer de su progenitor.
De por qué el tan criticado
abstencionismo electoral
es a veces, más que una opción,
una forma de supervivencia
Había Una Vez un padre de familia
tan extravagante como desnaturalizado. Vino y les pidió a sus hijos que
escogieran como mascota doméstica
entre un escorpión, una cobra y una
tarántula venenosa. Como era de esperarse, los niños se sintieron desconcertados ante semejantes opcio-
nes. Se preguntaron —a sí mismos,
porque no se atrevían a preguntarle
al papá— si era en serio aquel disparate. Pero ante la vacilación de los infantes el progenitor insistió. «Niños,
no se abstengan de elegir. Háganlo
por su propio bien, el de la casa y el
de la familia. El deber los llama. Les
ofrezco además una gama de posibilidades para que ejerzan su poder
de elección. Y si no les agrada ninguno de los tres bichos, váyanse por
el que menos les disguste». De ese
modo, los niños se sintieron coaccionados y no tuvieron más reme-
dio que escoger. Para efectos de esta
historia no importa saber a cuál de
los tres animales eligieron. Confórmese el lector con saber que, poco
después, todos en aquella casa fueron picados o mordidos y estuvieron a punto de morir envenenados.
De promesas desorbitadas
y otros satélites inalcanzables
«Te Prometo la Luna», le decía a su amada un cohete espacial enamorado.
De purismos lingüísticos
y otros mitos
Cierta Vez, un purista radical de la
lengua estaba escribiendo, para un
diario local, un artículo sobre lo mal
que hablamos y escribimos el idioma. Pero su postura, llevada a irreductible ultranza, lo hizo reflexionar a medio ensayo. «Si he de pedirle al mundo que hable correctamente, he de hacerlo bien», determinó. Por consiguiente, comenzó a
reescribir el ensayo, pero ahora en
el español de Cervantes. Ni siquiera había terminado el primer párra-
fo, cuando una segunda reflexión lo
hizo reiniciar la escritura del artículo, solo que ahora en el español de
Alfonso X. Pero entonces una tercera reflexión lo motivó a reescribir en
latín clásico. La cuarta reflexión, en
griego antiguo. La quinta, en sánscrito. Ya a la sexta reflexión, nuestro
purista dejó de escribir. Decidió que
mejor dedicaría su vida a buscar la
Atlántida y el idioma de sus legendarios habitantes antes que ponerse
a comunicar cualquier cosa.
De sinsabores,
vicios, vergüenzas
y otros conejos
de sombrero de mago
que ahora ves, ahora no
La Obra había culminado. La ovacionada actriz estaba en su camerino,
frente al espejo, desmaquillándose.
Mientras frotaba cada parte de su
rostro con un algodón humedecido, la estrella pensaba en su ajetreada vida artística, en sus constantes
desengaños amorosos, en sus arrugas delatoras de un envejecimiento inexorable, en su ya incontrola-
ble compulsión por la bebida, en
su próxima cita con el psiquiatra,
en el próximo juicio legal que le podría costar la patria potestad de sus
hijos, etcétera. Poco a poco el algodón fue borrando el rostro de la diva
de cine y teatro hasta hacerlo desaparecer completamente. Luego, la
actriz sin rostro se quitó el vestido,
la ropa interior y, de último, la piel
—que era de látex—. De ese modo
quedó al descubierto lo que aquella famosa era en realidad: una mujer invisible. Decenas de fotógrafos
y columnistas de revistas de chismes esperaban a la actriz en el co-
rredor, pero ella no estaba para frivolidades. Por tanto, valiéndose de
su invisibilidad, salió del camerino,
evadió a los periodistas, buscó la salida de aquel teatro y sin que nadie
se diera cuenta se fue a casa.
Declaración del autor
sobre la calidad del vocabulario
empleado en sus textos,
en una alegoría absurda
que también puede ser leída
como un ensayo sobre acartonamientos
y otras formas hipócritas
de esconder la caja de lustre
Por Este Medio informo a la opinión
pública que, como escritor serio, medido y respetuoso de mis lectoras y
lectores, evito en todo momento el
ineficaz y grotesco uso de palabrotas. «No hagas a los demás lo que
no quieres que te hagan a ti», reza
alguno de esos sabios aforismos de
la coloquial, cotidiana y no por eso
inculta vox pópuli. Y este servidor,
al igual que cualquier otra persona
lectora, jamás quisiera verse abrumado por esas horribles y fáciles palabrotas de escritor novato cuya audacia causa, las más veces, más escándalo que eficacia comunicativa. Por
qué habría yo de someter entonces
a mis lectores y lectoras a semejante ultraje. Dado lo anterior, y ante
mi público lector como testigo, de
mis textos destierro oficialmente palabrotas como inverosimilitud, inconmensurabilidad, descontextualización, sociopsicoantropológico,
políticamenteincorrecto y otras de
igual o mayor tamaño cuya obscenidad, malsonancia y ridiculez afean
la sonoridad del discurso literario,
vilipendian el fino gusto de la persona lectora, menoscaban la imagen del autor y, como consecuencia, reafirman esa justa y clara noción de que todo escritor que recurre a palabrotas es un malnacido hijo de puta de mierda. Gracias
por tomar nota.
Deconstrucción de la metáfora
tao-cinematográfica
de aquel luchador de artes marciales
que anda en busca del libro de la verdad
y que, cuando por fin lo encuentra,
lo toma con ansia y lo abre,
solo para experimentar desconcierto
al toparse con espejos en todas
y cada una de sus páginas
A lguna Vez estaban doblando las
campanas y vos tratabas de averiguar por qué, ¿te acordás? Le preguntabas a medio mundo y nadie te
daba razón. Pero un día escuchaste
por ahí el aforismo ese de «no preguntes por quién doblan las campanas…». Y como que la frase te
comunicó algo. Ya estabas por descubrir cómo estaba eso de que vos
mismo eras la razón del tañer de las
campanas cuando, justo en ese punto, como que te dio miedo y ya no
quisiste seguir indagando. Preferiste quedarte con la incertidumbre y
diste por concluida tu averiguación.
Desde entonces que ya no escuchás
campanas, aunque a veces tenés la
fea sensación de que todo el mundo te echa el muerto a vos. Y es que
las campanas siguen doblando, aunque vos digás que no.
Del amor
y otros envases
retornables
«¿Y A hora Qué Hago con esto?», se
preguntaba el hombre de hojalata,
sentado a la orilla del mar, mientras
sostenía en sus manos un corazón
que le habían regalado y lo veía con
duda. Su introspección fue interrumpida por una pequeña ola que se le
acercó, le acarició los pies y le habló
con el suave murmullo del roce de
la sal contra la arena. «Jamás se me
había acercado nadie con tanta dul-
zura», lloró el hombre de hojalata. Y
mientras aquella ola se replegaba a
la mar, nuestro amigo, por un impulso que no pudo contener, le arrojó
su corazón. La ola simplemente se
lo tragó y desapareció en el horizonte. Fracciones de segundo bastaron para que el hombre plateado
entendiera que nunca más volvería a
ver aquella ola. Pronto comenzaron
a rodar las lágrimas por sus metáli-
cas mejillas. No paraba de recriminarse cuán tonto había sido por regalarle su corazón a una ola efímera. Desconsolado, se volvió a sentar, recostó la cara en los brazos y
rompió en amargo llanto. Pero entonces una nueva ola acarició sus
pies. El hombre de hojalata levantó
la vista y, para su sorpresa, allí esta-
ba de regreso el corazón. Nuestro
metálico amigo se puso de pie, incapaz de contener sentado tanta felicidad, y su cerebro electrónico rápidamente computó: a) el corazón,
a pesar de su forma poco aerodinámica, resulta un búmeran efectivo;
y b) cuando se ama una ola, quien
ama de vuelta es la mar.
Dos o tres
palabras firmes
sobre una palabra
insegura
Busco una palabra
que no diga nada
sin antes estar segura
de lo que va a decir.
El arte como sufijo
de infinitivo
más pronombre enclítico
I. A rte Para Desnudarte
«Vengan A Ver», gritó alguno de los
concurrentes a aquella convención
de artistas conceptuales. Curadores,
intelectuales, artistas, esnobs y demás asistentes al evento salieron a la
calle. Lo que vieron fue el siguiente
happening: una atractiva chica desnuda hacía las de Lady Godiva, solo
que no sobre un caballo, sino sobre
un burro. La amazona en traje de Eva
cabalgó un rato frente a sus espectadores dejando ver un cartel, sugestivamente colocado atrás, en su espalda baja, que recitaba: «Intelectualízame, soy tuya». El clamor y los aplausos fueron arrolladores.
II. A rte Para Sexualizarte
Bien Entrada La Noche, por una esquina del centro de la ciudad, un fulano detuvo su auto a la par de un
travesti, bajó el vidrio eléctrico y le
preguntó a este cuánto cobraba. El
travesti le contestó que nada, que
por esa única noche él y su virgen
culo iban a ser del primero que pasara sin costo alguno. El del automóvil, sospechando que en todo aque-
llo había gato encerrado, le preguntó que por qué iba a hacerlo de gratis, que qué tenía de especial aquella
noche. El travesti contestó que aquella noche de especial no tenía nada,
que lo que pasaba era lo siguiente:
que él en realidad no era un travesti, sino un artista conceptual haciendo un performance sobre los extremos y abusos del enfoque de género.
El extra terrestre
y un actor marciano
en otro espeluznante drama
sobre la verdadera verdad
de la mentira
del secreto de la vida
El Extraterrestre se acostó en el diván. El psiquiatra, desde su sillón,
preparó la libreta de notas. «Me siento un extraño, doctor. A veces creo
que no pertenezco a este mundo»,
se quejaba el alienígena. «Tonterías»,
dijo el doctor. «Usted sabe muy bien
que eso no es cierto. Lo que veo aquí
son los síntomas típicos de un TDPM:
trastorno depresivo posedípico megahipotalámico. Tómese una de estas pastillas después de cada comida y lo quiero ver aquí en una semana». «Gracias, doctor», contestó
el extraterrestre. «No sé qué haría
sin usted», terminó de decir para
luego levantarse del diván, despedirse y marcharse del consultorio.
El psiquiatra, ya en soledad, se llevó
las manos a la nuca, desabrochó un
par de botones y bajó un zíper. Entonces se quitó la convincente máscara de humano que llevaba puesta, se acarició ese horrible rostro de
troglodita alienófago marciano que
en realidad tenía y, con los ojos iluminados por un brillo psicótico, vomitó una carcajada macabra.
El sur
y otros nortes4
Hubo Una Vez un viajero que siempre quiso llegar al sur. Así que se
embarcó en Alaska y emprendió la
travesía. Navegando por el océano
Pacífico recorrió las costas de Columbia Británica, Estados Unidos,
Baja California, México, Guatemala, El Salvador… y así hasta que re-
basó Tierra del Fuego. Luego cruzó
el océano glacial y se internó en la
Antártida. Cuando por fin alcanzó
el polo, vio hacia adelante y se dio
cuenta de que todavía le quedaba
mucho sur por recorrer. Hubo una
vez un viajero que siempre quiso
llegar al norte.
Epopeya-imagen
de ave americana
soñando vida
en su lecho de muerte
Tecún Umán, príncipe quiché, recibe un golpe de espada en el pecho
y cae al suelo herido de gravedad.
Tonatiú, el advenedizo barbado y rubio, ni siquiera se molesta en propinarle el golpe de gracia a su oponente y opta mejor por envainar su
espada. Fatal equivocación. Aunque
el príncipe ya empieza a sentir el
abrazo frío de la muerte, logra todavía reunir algunas fuerzas para
gritar una feroz imprecación, alzar
la maza, lanzarla e impactarla contra el rostro del español. La boca de
don Pedro expulsa un denso vómito de sangre que lo salpica todo alrededor, y el escupitajo alcanza el
pecho del quetzal, quien luego de
percatarse de la agonía de Tecún,
su protegido, se acerca volando a
la escena. También agonizante, el
quetzal se desploma sobre el cuerpo del príncipe. Y mientras don Pedro se sobrepone al dolor y apresura
su retirada, el ave indiana le dice a
Tecún: «Aquí muere un grito y nace
una patria», y expira al mismo tiempo que su protegido.
Fenomenología de aquel caso
tan común —y sin embargo irónico
y por supuesto embarazoso—
del fortachón que no puede abrir
la tapa del frasco
por más fuerza que haga,
solo para que después venga el debilucho
a lograrlo al primer intento
Todas Aquellas Copas de vidrio, desde sus asientos en aquel teatro, se estremecieron ante la voz de la soprano interpretando una ópera. Cuando la diva emitió un agudo falsete,
las copas comenzaron a vibrar ligeramente. Pero el falsete se prolongó, de modo que la leve vibración
se convirtió en un desaforado temblor. Sin embargo, cuando la cantan-
te por fin bajó el tono de su voz, las
copas habían resistido y estaban intactas, de una pieza. Fue al final de
la ópera, cuando ya todas las copas
habían desalojado la sala y estaban
en el lobby comentando la obra, rememorando la tragedia y bebiendo
champaña, cuando muchas de ellas
se rajaron, otras se quebraron y algunas hasta explotaron.
Fenomenología
de la indecisión de Hamlet
o
Cómo evitar
ser petrificado por el beso
de una «femme fatale»
Rodeado De Médicos y enfermeros,
un desahuciado esperaba su hora en
una cama de hospital. Todos, incluso él mismo, ya estaban resignados
a que el monitor con los signos vitales arrojaría pronto la temida línea
plana. Pero él aún no quería morir.
Y eso precisamente hacía más desesperante la idea de que por aque-
lla puerta entraría, de un momento
a otro, la temible calavera de capa y
guadaña. Y el momento fatal no se
hizo esperar. De pronto cesó todo
movimiento alrededor. Médicos y
enfermeros quedaron paralizados
como estatuas de cera, como si Dios
hubiese oprimido el botón de pausa en el dispositivo audiovisual del
mundo. Solo la puerta de la habitación se abrió y, para sorpresa del
enfermo, hizo su ingreso una guapa
mujer de ataché, saco formal y falda muy muy corta. Sin dejar de sonreírle al paciente, la mujer se sentó a
la par de él, cruzó las piernas —de
modo que el enfermo se las viera—,
le dio una tarjeta de presentación,
abrió su portafolio y, hablando a mil
por hora, le dio las buenas tardes y
le dijo que la disculpara por la interrupción y que por ser esa una ocasión especial se le había encomendado que llegara aquella tarde a la
comodidad de su habitación a ofrecerle unos paquetes irresistibles y
que él por sus créditos terrenales
aplicaba para un lugar privilegiado
en el cielo y que por una nada podía tramitarle un lugar cerca de algún querubín o serafín y que debería aprovechar y que si aprovechaba aquella oferta única le reubicaba
en el cielo a sus familiares ya fallecidos y que mire no deje pasar esta
oportunidad y que usted se la está
perdiendo y que si así lo prefería podía tramitarle hoy mismo una reencarnación dentro de medio siglo en
el seno de una familia adinerada de
un país del primer mundo y que…
El enfermo terminal, aun mareado
por aquella verborrea, se sorprendió y le preguntó a la mujer dónde
estaba su guadaña. «Los mortales y
sus estereotipos», contestó la mujer.
«Hasta cuándo van a entender ustedes que yo no soy más que una mujer de negocios». «Entonces usted no
corta hilos vitales», preguntó el enfermo. «Le confieso que muchas veces
me dan ganas de hacerlo», respondió la mujer, «pero no puedo sin el
consentimiento de ustedes, indecisos mortales terrícolas». «Pero acaso
no es su misión segar vidas y llevar
almas al cielo, purgatorio o infierno según corresponda». «No», contestó la mujer, fastidiada. «No, no,
no y mil veces no. Por qué les cuesta
tanto entender que la decisión es de
ustedes, no mía. Yo no soy más que
una edecán y facilitadora y no hago
otra cosa que promocionar una infinita y eterna felicidad en el mundo de ultratumba, pero quienes deciden morir o no son ustedes», ter-
minó de decir. Una sonrisa brilló en
el rostro del enfermo, los signos vitales regresaron al monitor, la mujer
desapareció como por arte de magia y el mundo alrededor reanudó
su movimiento incesante.
Golpe
a la sensiblería
mundial
El Fotógrafo preparó su cámara tan
rápido como pudo y corrió y corrió,
pero ya no alcanzó a fotografiar el
globo aerostático, que finalmente se
perdió en el horizonte. Menos mal.
Por poquito el globo no se salva de
convertirse en otra portada de disco de Air Supply.
Hasta que la muerte
—la mía, la tuya
o la de un tercero—
nos separe
Drama en un acto
Acto I (Versión I)
Quién Es El Padre
Aquella Tarde llegó a casa mucho antes de la hora habitual. Entró sigilosamente. Se dirigió a la cocina y vio
a su esposa, que estaba de espaldas.
Se le acercó sin hacer ruido. Cuando
estuvo aproximadamente a un metro de distancia, sacó un revólver de
su saco, lo apuntó a la cabeza de la
mujer y estiró el percutor. El sonido generado por esta última acción
hizo que ella volteara a ver. Ante el
sobresalto de su esposa y sin darle
tiempo a asimilar la situación, el marido habló. Tienes dos oportunidades de salvar tu vida, le dijo. Quién
es el padre de tu hijo, preguntó. Pero,
qué pasa, por qué me preguntas eso,
dijo la mujer. Quién es el padre, volvió a preguntar el hombre, levantando la voz. Pero, tú eres el padre, mi
amor, lo sabes muy bien, respondió
ella. Perdiste tu primera oportuni-
dad, dijo el cónyuge y avanzó dos o
tres pasos hasta poner el cañón del
revólver en la frente de su esposa.
Preguntó por tercera vez, quién es el
padre de tu hijo. La mujer se echó a
llorar. Perdóname, nunca fue mi intención hacerte daño, respondió. El
verdadero padre de mi hijo es, es, el
lechero, reveló. Respuesta incorrecta, dijo el hombre. Los perros del vecindario ladraron, los pájaros huyeron dispersos de las frondas de los
árboles, los bebés de toda la cuadra
lloraron a gritos. En aquella cocina,
la estufa, la refrigeradora y los gabinetes quedaron manchados de san-
gre. El cuerpo sin vida de una mujer, con un orificio de bala en la frente, se desplomó al suelo. Tu hijo tiene diez años de edad, nosotros casi
veinte de tomar leche en polvo y de
comprarla en el súper, fueron las
palabras, entrecortadas por el llanto, de aquel hombre ofuscado, celoso y ahora asesino. Pero el basurero, pensó ahora, en voz alta. Ese sí
que tiene más de diez años de venir
a esta casa con regularidad, terminó
de decir. Entonces vio el arma y pensó por un momento en otro homicidio, pero lo reconsideró y ejecutó
mejor el suicidio.
Acto I (Versión II)
Lo Sabía
Aquella Tarde llegó a casa mucho
antes de la hora habitual. Entró sigilosamente. Se dirigió a la cocina
y vio a su esposa, que estaba de espaldas. Se le acercó sin hacer ruido.
Cuando estuvo aproximadamente a
un metro de distancia, sacó un revólver de su saco, lo apuntó a la cabeza de la mujer y estiró el percutor. El sonido generado por esta última acción hizo que ella volteara
a ver. Ante el sobresalto de su esposa y sin darle tiempo a asimilar
la situación, el marido habló. Tienes dos oportunidades de salvar tu
vida, le dijo. Quién es el padre de tu
hijo, preguntó. Pero, qué pasa, por
qué me preguntas eso, dijo la mujer. Quién es el padre, volvió a preguntar el hombre, levantando la voz.
Pero, tú eres el padre, mi amor, lo
sabes muy bien, respondió ella. Perdiste tu primera oportunidad, dijo
el cónyuge y avanzó dos o tres pasos hasta poner el cañón del revólver en la frente de su esposa. Preguntó por tercera vez, quién es el padre
de tu hijo. La mujer se echó a llorar.
Perdóname, nunca fue mi intención
hacerte daño, respondió. El verda-
dero padre de mi hijo es, es, el lechero, reveló. Respuesta incorrecta,
dijo el hombre. Los perros del vecindario ladraron, los pájaros huyeron
dispersos de las frondas de los árboles, los bebés de toda la cuadra
lloraron a gritos. El hombre abrió
los ojos. Su esposa, parada enfrente de él, tenía la ropa y la cara salpicadas de sangre. Detrás de él estaba un hombre de vestimenta rota y
sucia, con una escuadra apuntándole a él. El basurero, lo sabía, dijo el
marido con palabras entrecortadas
y vomitando sangre. No podía ser el
lechero. Tu hijo tiene diez años de
edad, y nosotros veinte de tomar leche en polvo y de comprarla en el
súper. En cambio el basurero, él sí
que tiene más de diez años de venir a esta casa con regularidad, terminó de decir para luego exhalar su
último aliento, soltar el arma y desplomarse al suelo.
Acto I (Versión III)
Lázaro, Levántate
Aquella Tarde llegó a casa mucho
antes de la hora habitual. Entró sigilosamente. Se dirigió a la cocina
y vio a su esposa, que estaba de espaldas. Se le acercó sin hacer ruido.
Cuando estuvo aproximadamente a
un metro de distancia, sacó un revólver de su saco, lo apuntó a la cabeza de la mujer y estiró el percutor.
El sonido generado por esta última
acción hizo que ella volteara a ver.
Ante el sobresalto de su esposa y sin
darle tiempo a asimilar la situación,
el marido habló. Tienes dos oportunidades de salvar tu vida, le dijo.
Quién es el padre de tu hijo, preguntó. Pero, qué pasa, por qué me
preguntas eso, dijo la mujer. Quién
es el padre, volvió a preguntar el
hombre, levantando la voz. Pero,
tú eres el padre, mi amor, lo sabes
muy bien, respondió ella. Perdiste
tu primera oportunidad, dijo el cónyuge y avanzó dos o tres pasos has-
ta poner el cañón del revólver en la
frente de su esposa. Preguntó por
tercera vez, quién es el padre de tu
hijo. La mujer se echó a llorar. Perdóname, nunca fue mi intención hacerte daño, respondió. El verdadero
padre de mi hijo es, es, el lechero,
reveló. Respuesta incorrecta, dijo el
hombre. Los perros del vecindario
ladraron, los pájaros huyeron dispersos de las frondas de los árboles, los bebés de toda la cuadra lloraron a gritos. El hombre abrió los
ojos. Su esposa, parada enfrente de
él, sostenía una pistola con las dos
manos. Sin dejar de apuntarle a su
esposa con el revólver, el marido inmediatamente se palpó el pecho y
el vientre con la mano libre. Se resignaba a verla empapada en sangre.
Para su sorpresa, la bala no lo había
tocado. Fue entonces cuando volteó
a ver. Detrás de él yacía el cuerpo
de un hombre de vestimenta rota y
sucia, con un orificio de bala en el
pecho. El basurero, lo sabía, dijo el
marido. Cuando vio más detenidamente la escena, se percató de que
aquel hombre traía una pistola. Rápidamente comprendió que su esposa le había salvado la vida. Miró
entonces a la mujer, bajó el arma y
le dijo, mientras guardaba el revólver en su saco, puedo perdonarte la
vida, pero no la ofensa que me hiciste. Luego se dio la media vuelta,
subió al segundo nivel, entró en la
habitación matrimonial y empacó
sus cosas. Unos diez minutos más
tarde bajó las escaleras y se dirigió
a la entrada principal de la sala. Desde allí volteó a ver a la cocina. Su esposa lloraba amargamente, y el señor de la basura yacía en el suelo,
sobre un charco de sangre. Sin decir
nada más, el hombre abrió la puerta y se fue para siempre de aquella
casa. Llegó a su auto. Libres al fin,
y sin necesidad de disparar una
bala, dijo el hombre con una clara
sonrisa mientras entraba en el vehículo. Su amante, que venía en el
asiento de copiloto, le preguntó, y
el disparo que escuché. Te cuento
en el camino, respondió él, a la vez
que arrancaba el automóvil y lo ponía en marcha. Mientras tanto, dentro de la casa, la esposa se enjugó
las lágrimas, se acercó al basurero
y se postró a su lado. Lázaro, levántate, dijo, para luego reírse a carcajadas. No pudiste idear un plan menos arriesgado, preguntó el basurero, entre asustado y molesto, mientras se incorporaba y se limpiaba la
sangre de utilería. Pudimos haber
muerto, añadió. Pero funcionó, verdad. Así que no te quejes, le respondió ella mientras terminaba de limpiarse las lágrimas falsas.
Homenaje a Ridley Scott
—por supuesto extensible
a Philip K. Dick—
o
Yo, androide,
confieso que he soñado
—y no precisamente
con ovejas eléctricas—5
Un A ndroide modelo Nexus 7 ProGenerator —ahora con capacidad
de procreación— trataba por todos
los medios de hacer que su hijo se
durmiera, pero el inquieto y ciberorgánico infante no se dejaba vencer por Morfeo. La pequeña maravilla robótica le pedía a su papá que
le contara un cuento más. El pro-
genitor le replicaba que no, que ya
era hora de dormir, que cerrara los
ojos y que se pusiera a contar ovejas eléctricas. Pero el niño insistió
tanto que el papá, ya en el colmo
de la desesperación, se puso de pie
y le gritó: «Mijo, duérmase ya o va a
venir la Nueva Ola Biocibernética a
dejarlo obsoleto».
Infierno
en el paraíso
Aquella M añana, justo al salir el sol,
un grito desgarrador estremeció a
todos los animales que habitaban
el paraíso terrenal. Adán había confundido su hoja de parra con una
de chichicaste.
La ecología
como recurso geométrico
para concebir
la Tierra como una esfera
Uno De Aquellos Días que la historia no logra clasificar como del Medievo o del Renacimiento, cuando
empezaban a surgir nociones —que
más bien deberíamos llamar sospechas— de la redondez del planeta,
cierto niño se afanaba en arrancar
una mata del suelo. Jalaba y jalaba
con todas sus fuerzas, pero la planta
no cedía. Se decidió entonces a probar otra estrategia: tensó la mata lo
más que pudo y sin dejar de tirar comenzó a girar alrededor de ella. Dio
dos vueltas que pronto se volvieron
cuatro, ocho, dieciséis, y así sucesiva y geométricamente. Mientras el
niño daba vueltas, los pies de este
dibujaban en la tierra una circunferencia cuyo radio era el largo de la
mata tensa. Justo cuando el chico ya
había olvidado su propósito de arrancar la planta y se divertía como nunca dando vueltas, la mata súbitamente cedió a la fuerza que la jalaba, salió de la tierra con todo y raíz e hizo
que el infante, por acción de la fuerza centrífuga, saliera disparado como
proyectil para ir a estrellarse de es-
paldas contra un matorral adyacente. Cuando el niño se levantó y vio la
raíz muerta y la circunferencia trazada con sus pies, se puso muy triste.
Quién sabe con certeza qué asociaciones hizo en su mente —quizá interpretó que aquel era el círculo de
la muerte, cuyo centro era la raíz de
la planta, o algo similar—. Lo cierto
es que se sintió muy mal, a pesar de
que arrancar la planta era su propósito original, y algo cambió en él para
siempre. Este niño creció para convertirse en aquel famoso geodesta,
cuyo nombre no recuerdo, que se refería a las plantas y a su imprescindible función diciendo, con gran sabiduría y no con menos poesía: «La
raíz será siempre el compás que dibuje la redondez de la Tierra».
La irresistible tentación de hacer,
tratándose de un cuento que habla de viajes
y vueltas, una alusión paródica al título
de la famosa novela de Julio Verne «La vuelta
al mundo en ochenta días», pero que resistí porque
otro Julio, cierto argentino de apellido Cortázar, hizo
también una parodia
con este mismo título en una de sus obras
más reconocidas, con lo cual yo digo ahora
qué bueno que no lo hice yo también,
porque imagínense: no solo sería un lugar común,
sino además ¡un tercer Julio hablando de vueltas,
días y mundos!, como que no, ¿verdad?,
pero bueno, decía que dicha tentación era
irresistible porque el texto a continuación,
además de referirse a un viaje, por cierto
a través del tiempo, trata sobre crecimiento
y madurez, al igual que sobre las vueltas
alrededor del propio mundo para finalmente
llegar al mismo punto, justo como lo sugiere
la metáfora de la vuelta al globo,
que por su circularidad es imposible recorrer
sin que final e inexorablemente el punto B
(es decir, el destino) sea el mismo punto A
(el origen) y exprese con ello la imposibilidad
de alejarse de uno mismo, pues todo camino
emprendido con el afán de distanciarse
de uno mismo termina, de manera paradójica,
en el corazón de uno mismo, como sugiere
el nombre de la novela clásica de Verne,
cuya parodia trato de evitar aquí por la razón
que expongo más o menos a la mitad de este título
Estaba Un Joven Escritor revisando sus escritos en la computadora,
cuando de pronto se sintió cegado
por un resplandor. El joven —en
cuyo caso el adjetivo no alude solo
a su mocedad literaria—, luego de
recuperar el aplomo, naturalmente perdido por aquella visión, se
restregó los ojos para ver mejor lo
que creía ver y a la vez no creía ver:
él mismo, pero con una mirada serena, radiante, que solo puede ser
producto de la madurez. «Saludos,
joven escritor», dijo el ser de la visión. «No temas. Yo soy tú dentro de
diez años, he inventado una máquina para viajar en el tiempo y he querido visitarme, o acaso debo decir visitarte porque, ya lo veo, somos dos
personas diferentes». El joven, que
no entendió la paradoja de las dos
personas iguales pero distintas porque ni siquiera reparó en ella, pasó
a expresar su asombro por aquella
visión con frases tan comunes que
es mejor no registrarlas en esta narración. Mejor pasemos al hecho de
que, luego de unos minutos de plática insulsa, nuestro joven le pidió
al escritor que sería dentro de una
década que le enseñara algunos de
sus textos más recientes para ver el
cambio y, acaso, el progreso que había tenido. Pero el escritor que sería
en diez años le objetó aquella petición: le dijo que no era oportuno,
pues, conociéndolo tan bien como
lo conocía, no sería capaz de entender el estilo que adquiriría en diez
años, de modo que empezaría a imitarlo sin ninguna reflexión previa,
como lo haría con cualquier otro
autor. Y el joven le objetó a su vez
que ese miedo era infundado, que
complacer tal petición sería encenderle una luz, mostrarle el camino.
Nuestro visitante del futuro, que
en este sentido no era tan maduro
como el joven suponía —el narcisismo se ciega a verdades, ya lo sa-
bemos—, se dejó convencer por estos argumentos y, luego de confesarle que justamente por eso había
decidido viajar al pasado, su pasado, pero que en el trayecto lo había reconsiderado y había cambiado
de parecer por la razón que acababa de exponer, sacó de su mochila
un fólder. Todavía indeciso, extrajo de este algunas hojas impresas
en computadora y se las mostró a
sí mismo hace diez años. Y allí estaba lo que el joven escritor tanto había buscado por años. El giro perfecto, la sintaxis concisa, la imagen
que liberaba. La palabra, la maldita
palabra que lo decía todo en pocas
palabras. La imagen que no solo hablaba de agua, sino que mojaba. La
alegoría que no solo simbolizaba,
sino que materializaba. La montaña movida con palabras, sin sacrificio de fluidez, eufonía o estilo, allí
estaba. «Tienes que decirme cuál
es el secreto», le dijo el joven escritor a él mismo dentro de diez años.
«Averígualo tú», fue la escueta respuesta que recibió del escritor que
sería en el futuro, quien luego solo
resplandeció de nuevo y desapareció sin despedida alguna y con la inquietud de que la respuesta acertada, la que debió haberse dado a sí
mismo hace diez años, era «experiméntalo tú». Veinte años después, el
joven escritor se había convertido en
el reconocido autor de varios libros
ya publicados. Además era el presidente de la asociación de escritores
de su país, miembro honorario de la
Real Academia y escritor nominado
al Nobel de Literatura. Sin embargo estaba esperando que él mismo
hace diez años —el mismo que lo
había visitado hacía veinte— llegara
a visitarlo apareciendo de en medio
de un resplandor. Pero se quedó esperando y preguntándose cómo, en
lugar de visitarse en el pasado, no
se le ocurrió en cambio visitarse en
el futuro. Aquella noche, en su estudio, mientras revisaba sus nuevos
escritos en una computadora de última generación, el escritor volteó a
ver su máquina del tiempo, refundida en un rincón de la habitación. La
miró con algo así como nostalgia y
se dijo a sí mismo, hoy por hoy, no
hace veinte años ni dentro de veinte años, «uno nunca termina de madurar». Apagó la computadora y se
fue a dormir.
Lamento amoroso
de usuario
de computadora
Versión M acintosh
¡Si Tan Solo pudiera enmendar mi error presionando comando zeta!
Versión PC
¡Si Tan Solo pudiera enmendar mi error presionando control zeta!
Las pruebas no reveladas
del FBI y la CIA —por fin y en primicia—
que señalan a Bin Laden
como autor intelectual de los atentados
del 11 de septiembre
Documentos Desclasificados del FBI
y la CIA revelan que Osama bin Laden maquinó así su diabólico plan:
coordinó la salida simultánea de cuatro vuelos comerciales desde el este
de los Estados Unidos hacia el oeste
del mismo país, preparó sus kamikazes y, después, por un conducto secreto que comunica Afganistán con
la Antártida, llegó a la base del mundo, donde estaba Atlas sosteniendo
el planeta sobre sus hombros. Lue-
go de haber planeado el acto y de
haberlo ensayado varios cientos de
veces —un plan perfectamente concertado en el que su perverso ingenio logró coordinar muchas e intrincadas operaciones logísticas, físicas
y matemáticas—, Bin Laden se colocó de modo que quedara atrás y a la
izquierda del gigante griego —en un
ángulo con respecto a este muy bien
estudiado—. El terrorista, por supuesto, fue suficientemente sigiloso para
que Atlas no advirtiera su presencia.
Ya en posición y en silencio, no hizo
más que observar su reloj, sincronizado con los de sus secuaces en los
aviones. A la hora, minuto y segundo cero, Bin Laden simplemente gritó «Atlas». Y el titán, ignorante del ardid por completo, contestó asustado
«qué» al mismo tiempo que se volteaba súbitamente a su izquierda para ver
quién le hablaba y con su giro brusco movía severamente el planeta a la
izquierda, de modo que el Norte se
hiciera al Oeste, y el Pentágono y las
torres gemelas del World Trade Center quedaran enfrente de los aviones
suicidas. El único mal cálculo del árabe fue el del avión de Pittsburgh. Sin
embargo, con este plan que haría enrojecer de envidia el rostro del mismo Maquiavelo, Bin Laden logró, en
palabras del FBI, «voltear el mundo
de tal modo que se cayeran las torres gemelas, parte del Pentágono y,
de paso, las posturas tibias y los paradigmas mundiales».
Lo que diría tu conciencia
si pusieras los ojos
más en vos mismo
y menos en el culo de la vecina
Criticás a las anoréxicas,
pero volteás a ver a las mamaítas delgadas que pasan a la par tuya.
Despreciás a las mucas de pueblo,
pero les metés mano siempre que podés.
Te burlás de las fresas,
pero no podés quitarles los ojos de encima a sus escotes.
Te encachimbás cuando tu mujer se fija en otro,
pero solo vos acabás cuando le hacés el amor.
Hacés de menos a las putas,
pero corriendo vas los fines de semana a dejarles tu sueldo.
Molestás a los travestis cuando vas con los cuates,
pero después pasás vos solo para preguntarles cuánto cobran.
Le ofrecés vergazos al que se fija en tu hermana,
pero vos te andás fijando en las hermanas de medio mundo.
Decís que aquel culito te la pone dura,
pero si te pusieras en los tacones de ese culo
y vieras la cara de imbécil que ponés
cada vez que mirás un par de chiches,
te la aguadarías a vos mismo.
Lo sentencioso
de la obscenidad
machista
y homofóbica
Vos Sí Que De Una Vez. Uno te da
la mano y vos agarrás la verga. Por
estar viendo la paja en el chile ajeno, dejás de ver la viga que tenés
metida en el ojo —de atrás—. Pero
está bueno. Me pela el rifle porque,
en lo que vos vas —poniéndote de
culo—, yo ya me vine.
Oda oblicua
al absurdo aspiracional
de la intelectualidad
clasemediera
Un Hombre caminaba por la playa,
cuando encontró una concha cerrada en la arena. Probablemente
influenciado por la célebre pintura de Botticelli, nuestro caminante
la recogió y abrió con la esperanza
de encontrar una Venus adentro.
Lo que encontró fue una perla. Su
decepción fue tal que arrojó perla
y concha al mar y siguió su camino.
Paradoja gramatical
que se volvió
lugar común sociocultural
Cómo los del Verbo se vuelven objeto directo del pastor6.
Prevengamos accidentes
con humildad
«Soy Tan Hábil con las palabras que
podría vender refrigeradoras en el
Polo Norte. ¡Y hasta podría lograr
que una compañía me vendiera un
seguro contra accidentes automovilísticos con cobertura total!», decía, con tan poca modestia, cierto
crash test dummy.
Realidad virtual
y chica-póster 1
Estaba El Filósofo Platón en su
cama contemplando a la rubia de
un póster de repuestos para carro, cuando la modelo cobró vida
y salió del afiche. La diva de cabellos de oro se metió en la cama del
griego, se sentó en el abdomen de
este, se quitó lentamente el brasier,
le puso los pechos —esos magníficos y macizos pechos— a un par
de centímetros del rostro y le dijo,
con voz sensual, «soy tu sueño hecho realidad». Pero Platón se des-
ilusionó tanto que tomó a la modelo de los brazos y se la quitó
de encima. Luego se levantó de la
cama, quitó el afiche de la pared y
lo hizo pedazos. Y mientras la rubia se desvanecía de la realidad, el
filósofo abrió una gaveta de su armario y sacó otro póster. Este, con
una despampanante mulata en bikini atigrado. Lo engrapó inmediatamente en la pared y con ilusión
recuperada se puso a contemplar a
su nueva pin-up girl.
Realidad virtual
y chica-póster 2
My pin-up girl
is a blonde babe in red
and she’s neither dancing
nor making love.
She’s there
in the wall
to be dreamed of
and nothing else.
For the moment she becomes real,
material girl
in a material world,
my white Anglo-Saxon girl in red
will not
be
a dream
anymore.
Oh pin-up girl,
my beautiful blonde babe in red,
may one day you come out from the poster
and become true, my dream come true,
don’t wear out that pose.
My pin-up girl, por favor,
nunca te salgas del póster.
No te muevas de ahí
ni cambies de pose
ni te quites el vestido rojo.
No te despintes el cabello, mi rubia oxigenada.
Quiero, de hecho, que no te muevas.
Quédate ahí,
estática
y estética,
inamovible y eterna,
como dios,
como diosa,
como idea
del mundo inmaterial.
Yo, Platón, solo te quiero soñar,
pues sé
que si un día te has de volver realidad,
mi sueño hecho realidad,
ya no será lo mismo
—sí, eso mismo: un sueño—,
quintaesencia-chica de rojo,
verdad absoluta revelada a tamaño tabloide,
mi musa tonta y rubia,
Marilyn Monroe inmortal.
Reflexión alegórica
de bicho de jardín
equiparándose con bípedo terrestre,
en una canción de cuatro versos
decasílabos y hexasílabos
que incluye: a) símil visual
entre gesto facial y fruta tropical;
b) prosopopeya zoológica;
y c) monólogo autoconsciente
de pluricelular irracional
«Ando con sonrisa de banano,
como la que tiene el ser humano»,
dice la lombriz
cuando está feliz.
Subtexto en cliché de ejecutiva
de puesto medio que fantasea con obrero
musculoso y sudoroso a quien, sin embargo,
desprecia con desdén fingido cada vez
que se topa con él en la calle, se escandaliza
de sus requiebros quizá no groseros,
pero sí explícitos, y voltea la cara a la vez
que lo tacha de ordinario
o
Pornoimagen 1:
«Eve in Paradise»
Eva Coge la manzana de la boca de
la serpiente. Mientras observa con
duda la fruta prohibida, la víbora se
le enrosca en el brazo y comienza a
recorrerle todo el cuerpo con suavidad y lentitud. Le acaricia el cuello,
le susurra hipnóticos ceceos al oído,
se desliza por el pecho, le oprime
suavemente los senos, le lame los
pezones, desciende por su vientre,
se le mete entre las piernas, le acaricia el clítoris y se abre camino por
la entrepierna hasta llegar al trasero, que luego recorre causándole
violentos espasmos de placer. Eva,
con la serpiente entre las piernas,
aprieta los muslos: quiere intensificar aquella sensación extática que la
invade en su región corporal más íntima, la cual ocultará después tras
la hoja de parra. La víbora continúa
deslizándose hasta envolver todo el
cuerpo de la mujer. Ya enrollada, la
culebra empieza a oprimir y a oprimir, cada vez apretando más y más,
y todavía más, hasta que Eva, luego
de proferir el más eufórico de los
gritos, se desploma al suelo, totalmente extenuada por aquel encuen-
tro erótico que allí culmina. La serpiente se desenrosca y se marcha.
La mujer se queda allí, tirada en la
hierba, cansada, con un agradable
calor entre las piernas y una manzana en la mano. Por un momento
se pregunta por qué no fue Adán,
en lugar de la serpiente, quien llegó con todo el embuste de la fruta
para hacerla suya. Pero entonces,
aún acostada en la hierba, la mujer
ve la manzana, curva las cejas con
gesto pícaro y sonríe.
Topografía-imagen
del altiplano guatemalteco
y de la maravilla
que puede provocar su impacto
con el ojo humano
Allá en el occidente,
las nubes,
por no ir viendo su camino,
viven chocándose con las montañas.
Por eso
por allá
se ve
tanto accidente
geográfico.
Viaje al centro de la oscuridad
—es decir, al interior del casillero
de una estudiante norteamericana
de nivel medio—
o
Recreación de arquetipo cinematográfico
de coronel enloquecido susurrando «el horror,
el horror» en el momento de su agonía
y taladrando con dichas palabras el corazón
de su perturbado verdugo, cierto capitán
de infantería que no puede evitar sentir
que con aquel homicidio comisionado también
está asesinando algo en sí mismo7
Pandora Lo Sabía. Sin embargo, se
empecinaba en querer abrir el lóquer donde estaban encerrados los
males del mundo. Por lo tanto esperó. Por fin resonó el timbre en todos
los rincones del high school, alum-
nos y maestros entraron en las aulas, los corredores se quedaron vacíos. Pandora, con la soledad como
su cómplice, quitó el diminuto candado del lóquer, cerró los ojos, respiró profundo, pensó una vez más
si de verdad quería hacerlo y, por
fin, ya decidida, abrió la pequeña
puerta de metal. Allí dentro había
un frasco de pastillas para su trastorno de hiperactividad, la foto de
su exnovio —a quien días atrás había descubierto besándose con una
cheerleader— y un arma de fuego.
La adolescente se tomó una pastilla,
vio la foto del muchacho, dijo «malditos, los odio a todos», tomó el arma,
la cargó, cerró el casillero y, con pistola en mano, se dirigió al salón de
clases dispuesta a todo.
A
Amarillismo
Lo que sucede cuando los medios se van a los extremos.
Amor
Un sapo y una sapa besándose, cada uno esperando a que el otro se convierta en príncipe o princesa.
Antropología y sociología
No termino de entender la diferencia entre una y otra, pero tengo la impresión de que la antropología estudia al ser humano desnudo, mientras que la
sociología lo estudia vestido.
Arte
Ese rotulito con las palabras incoherentes y rebuscadas de algún curador, mediante el cual se justifica el precio de miles de dólares de un cachivache sacado del basurero y luego expuesto en una galería.
C
Ceviche
Interpretación literal de la frase: «En el mar, la vida es más sabrosa».
Charla motivacional
La que se les da a los empleados desmotivados para que entiendan lo gratificante y placentero que es trabajar doce horas diarias, ganar una porquería y
sonreír, siempre sonreír, todo ello en pro de una noble misión: enriquecer a
los dueños de la empresa.
Colofón
El epitafio de la lectura.
Comunicación
Eso de lo que hablan los lingüistas y semiólogos en un lenguaje que lo que
menos hace es comunicar.
Contabilidad
Espectáculo en el que las cifras rojas hacen un mal número.
Culpa
La noche era fría y lluviosa. Los pasillos de la morgue estaban desiertos. Él esperaba el papeleo de rutina, cuando un desconocido se le acercó. «¿Es usted
el yerno de la difunta?», preguntó el extraño. «Sí, ¿quién es usted?», contestó
y preguntó él. «Quién soy yo es irrelevante. Lo importante aquí es quién es
usted», respondió el recién llegado en un tono y con una mirada que le sacudieron el interior a su interlocutor. «¿Cómo así, señor? ¿Está tratando de recriminarme algo?», preguntó él. «¿Hay algo que deba recriminarle?», repuso el
desconocido. «Pero ¡solo esto me faltaba! No me diga que también usted vie-
ne a acusarme de que yo trataba mal a mi suegra, de que yo la regañaba y le
pegaba, de que yo me aprovechaba de ella por su retraso mental, de que yo
le quitaba el dinero que ganaba haciendo oficio en casas ajenas y de que yo
la estaba insultando y golpeando cuando ella, por huir de mí, salió corriendo
a la calle, solo para que un carro la pasara atropellando», se descargó él, con
enfado y hastío notorios y levantando mucho la voz. «Usted lo dijo, no yo»,
contestó el extraño, justo cuando otro individuo, uno de chumpa y corbata
recién llegado a la morgue y parado a unos diez metros de allí, volteó a ver al
yerno. Sin quitarle de encima los ojos, el nuevo desconocido caminó hacia él
y le dijo: «Buenas noches, caballero. Soy del Ministerio Público. Lo escuché
hablar y quiero hacerle unas preguntas». El yerno de la difunta palideció. Titubeando, sin saber qué responder, tembló mientras decía: «Yo, yo… solo estaba hablando con él», señalando al primer desconocido. «¿Con quién, señor?
Ahí no hay nadie», replicó el investigador. El yerno casi muere de un susto
cuando voltea a ver a su lado y se percata de que, en efecto, allí no hay nadie.
D
Democracia
Idea que, mientras los pueblos estén sumidos en la pobreza, no pasa de ser
esa pretensión pseudoaristocrática de que una mayoría analfabeta piense, decida y actúe como una minoría educada.
Destrucción
Las cosas vistas con ojo de huracán.
E
Eclipse
Alguna vez, el día quiso saber qué se sentía ser noche. Pero se empecinó a
tal punto con esto que la Luna, cansada ya de aquel capricho, se fue a parar
delante del Sol hasta ocultarlo completamente y le dijo al día: «Bueno, querido, tenés tres minutos».
Ejecutivo
Un traje con una persona adentro.
Enfoque de género
Baño unisex cuya entrada está rotulada con un ambiguo símbolo de arroba y
cuyos incluyentes inodoros suelen atascarse con la mierda de todos y todas.
Ensayo
Producto que ya es el definitivo, cuando entonces se logra algo mejor.
Especial
Lo que todos somos —según algunas reinas de belleza recién coronadas, en
sus discursos de agradecimiento—.
Existir
Decir más «sí» y menos «si».
F
Fundamentalismo
Algo que suena a eslogan publicitario de guía telefónica: «Si no está en nuestras páginas, no existe»; «Lo que buscas, lo encuentras en nuestras páginas»;
«Si está aquí adentro, está allá afuera»; etcétera.
G
Globalización
I
El big bang del Big Mac.
II
Esa mariposa en Tokio que, resuelta a desencadenar un maremoto en Nueva
York, envía un video de ella misma batiendo sus alas en el adjunto de un correo electrónico masivo.
Guatemala
Término de probable origen mexicano usado por personas de origen español para nombrar una realidad maya, pero que resultó nombrando una ilusión ladina.
H
Humanismo
Ese obsesivo empeño de vestir a la mona de seda.
Hundimiento en el barrio San Antonio8
Prueba de que en Guatemala uno ya no puede estar seguro ni del suelo que pisa.
I
Identidad sexual
Me gustan las mujeres, pero con eso de la diversidad sexual ya no sé si es
porque soy un varón heterosexual o una lesbiana atrapada en el cuerpo de
un hombre.
Imagen (literaria)
La palabra es la materialización del pensamiento. Pero el pensamiento suele
ser más rápido que la palabra. La imagen es el resultado: palabras tratando
de correr a la velocidad del pensamiento.
Imagen (relaciones públicas)
Unos fans estaban ansiosos por ver a su estrella favorita. Por lo tanto, se congregaron en multitud a la orilla del mar y esperaron el atardecer. El Sol se
ocultó, la bóveda celeste se oscureció y, por fin, en la parte más boreal del
firmamento, la amada estrella brilló con una luz espectacular. «Miren, miren,
allí está», gritó alguien. De inmediato se desató una conmoción de paparazis,
luces de cámaras, alaridos histéricos, manos extendidas al cielo, desmayos,
aclamaciones, gritos, silbidos, olas, porras, etcétera. Pero nadie había notado
que, desde un banco de rocas, oculto entre estas, un francotirador apuntaba
su rifle a las alturas. El arma tenía silenciador y el astro ya estaba posicionado
en el centro de la mira telescópica. Finalmente el gatillo fue jalado. No obstante, para sorpresa del sicario, la estrella siguió brillando en el firmamento
y la conmoción de los fanáticos y la prensa no cesó. Y es que el francotirador
se estaba olvidando de dos o tres pequeños detalles: que el universo es inconmensurable, que la luz es mucho más veloz de lo que podemos imaginar
y que aquel era el brillo de una estrella que había dejado de existir 3 000 000
000 000 000 000 años atrás.
Inteligencia
Conjunto de habilidades que nos permiten razonar, entender, crear y resolver problemas, y que alcanzan su máxima expresión en aquellas personas que
nunca sirven de fiadoras en préstamos, hipotecas y compras a plazos.
L
Leyenda
Mentira que alcanzó el estatus de expresión folclórica.
Lluvia
En ocasiones los pájaros no quieren cantar. Prefieren reunirse en masa para
bailar tap sobre las láminas de los techos.
M
Mecenas
Padrote de las bellas artes.
Moda
Inspiración de pronta expiración.
N
«New Age» (música)
Género musical de formato electrónico que busca estimular estados de armonía, relajación, paz interior, meditación y unidad con el todo, y que a menudo termina como presentación de telenoticiero.
Norte
El lugar de donde nos viene todo, literal y figuradamente hablando.
O
ONG
Esos once expertos que se necesitan para cambiar un bombillo: uno lo cambia; los otros diez preparan el documento escrito y la presentación en hotel de lujo para convencer a todos de que aquel cambio de bombillo fue, de
hecho, la implementación de una planta eléctrica en equis o ye comunidad.
Otro
Esa segunda persona que la primera persona quisiera ver siempre como tercera persona.
P
Palabra
Espacio que sí puede ser ocupado simultáneamente por dos o más cuerpos.
Panteísmo
El discípulo se acercó al maestro y le preguntó: «Maestro, si yo hiciera lo mismo que el niño de san Agustín, que cavó un hoyo en la arena de la playa y trató de meter todo el mar allí dentro, lógicamente no lograría nunca tan descabellado propósito. Sin embargo, si lo intentara, ¿cuánta mar lograría reunir?».
El maestro respondió: «¿Qué necesidad hay de meter el océano en el agujero
si tú, yo y todo lo que nos rodea somos parte de dicho océano?». «Comprendo», respondió el discípulo, quien luego se despidió con una reverencia, desplegó sus aletas, abrió sus branquias y se marchó moviendo cadenciosamente su cuerpo escamado.
Poeta
Semidiós para quienes lo aman, hombre elefante para quienes lo odian, ser
humano para quienes lo entienden.
Posmodernidad
En algún lugar de la India de antaño, vino el primer ciego, palpó la nariz del
elefante y rápidamente emitió su opinión. «El elefante es un ser rugoso y alargado, con hendiduras leves y equidistantes a lo largo de su cuerpo». Pero el
segundo ciego, mientras tanto, ya había investigado un muslo del animal con
el tacto. Llegado su turno, comunicó la siguiente conclusión: «Estoy de acuerdo con lo de rugoso, pero, según lo que he constatado, no es alargado. Más
bien posee un cuerpo abultado y prominente». El tercer ciego, cuyas palmas
y yemas digitales ya habían inspeccionado una oreja del proboscidio, pronunció: «¡Es que están ustedes tan ciegos que no se dan cuenta de que el elefante es un ser de espesor fino y contextura irregular y accidentada, como un
harapo viejo y maltratado!». El cuarto ciego, alejado del elefante, solo tuvo
oportunidad de escuchar el bramido del animal. Según su experiencia, aseveró: «Pero ¡qué les pasa a ustedes! El elefante no es un ser corpóreo. Es un
sonido estridente, ni grave ni agudo, pero intenso». Hasta aquí ya todos nos
sabemos la historia. Lo que olvidaron contarnos es que hubo un último ciego que, demostrando más sabiduría que todos los demás, dijo: «Ya lo tengo.
El elefante, como muchas otras cosas de este mundo ilusorio que llamamos
maya, es un ser que presenta todos los aspectos táctiles y sonoros que ustedes han mencionado, más los visuales, que nos están vedados. Y eso es lo
objetivo. Pero presiento que hay mucho más acerca del elefante que no hemos percibido, porque —y no lo olvidemos— lo objetivo es solo una diminuta porción de lo verdadero». Los demás ciegos se dieron cuenta de su error,
asintieron a lo dicho por el quinto compañero y dieron fin, de ese modo, a
uno de los ejercicios de deconstrucción quizá más antiguos que la humanidad histórica haya emprendido.
Pruebas de laboratorio
La ducentésima vigésima cuarta es la vencida.
Publicidad
Si público es lo contrario de privado, ¿publicidad será lo contrario de privacidad?
R
Realidad
Ella no podía creerlo. Sin embargo, lo inverosímil era una verdad ineluctable.
Su compañero de tantos años había resultado ser un traidor. Y allí estaba ella
ahora, apuntándole con un revólver. A su lado estaba aquel amigo extraño,
previamente desacreditado por paranoico, gritando «dispara». La mujer, con
lágrimas en los ojos, continuaba indecisa entre jalar el gatillo o no, como queriendo darle una oportunidad a la verdad que por tantos años había creído.
Pero entonces el traidor hizo un mal movimiento. La mujer, en un reflejo automático, disparó el arma. El cuerpo cayó al suelo y empezó a convulsionar.
Mientras temblaba, comenzó a emanar una luz brillante y rojiza que a cada
segundo se hacía más intensa. Por fin el ser emitió un chillido desgarrador,
seguramente de dolor, y luego se desintegró hasta desaparecer sin dejar rastro alguno. «¿Me crees ahora?», le preguntó el paranoico a la mujer, cuya confusión era inmensa. Y ante su profundo desconcierto —y ante la seguridad
que su extraño amigo demostraba—, la mujer por fin terminó de creer lo que
este ya le había dicho en alguna ocasión anterior: que aquel ser era miembro
de una cruenta secta de extraterrestres que planeaban conquistar el mundo.
Simplemente aceptó la explicación y jamás se detuvo a pensar que aquel raro
incidente pudo haberse debido también a un experimento científico fuera de
control, a una coincidencia en espacio y tiempo con un portal a otra dimensión, a una nueva clase de pandemia, a un poltergeist, a una posesión demoníaca, a un visitante de otra época, a un holograma, a una ilusión óptica, a un
ser de la antigua civilización atlántica y mil posibilidades más.
Relaciones públicas
El brillo de lo que no es oro.
Rito religioso
La mañana había amanecido nublada y hacía un frío insoportable. Cierto fulano acababa de despertarse, pero no se animaba a levantarse de la cama a
causa del mal tiempo. Tiritaba aun envuelto en las sábanas. Pero entonces se
coló por la ventana un rayo de sol. El fulano se levantó y se fue a parar debajo
del haz de luz. Poco a poco fue sintiendo cómo una leve tibieza lo confortaba
de la piel a los huesos. Una vez aliviado del frío, decidió ir a buscar su cámara fotográfica. «Voy a tomarle una foto a este rayo de sol», se dijo. «Porque así,
cuando vuelva a tener frío, solo miro la foto y vuelvo a sentir este calorcito».
Fue entonces por la cámara y tomó la foto. Pero él nunca se detuvo a pensar
que la vivencia suele ser más poderosa que la evocación, que los recuerdos
se deterioran. Hoy, años después de aquel momento casi glorioso, el frío está
peor y el sol no sale. Y por más que el hombre ve la foto de aquel rayo de luz,
no entiende por qué sigue muriéndose de frío.
S
Sartén
Utensilio con el que, si te pegan, te dejan frito.
Servicio
Ese 200 % que un cliente paga de más y que le da derecho a tomarse un café
recalentado, leer la memoria de labores del año antepasado y escuchar que
tiene la razón en todo, mientras espera dos o tres horas a que lo atiendan.
Soledad
Un güisquil colocho yendo al salón de belleza a hacerse un alisado.
Soñar
Despertar.
T
Telenovelas
Esas que los latinoamericanos transmitimos al mundo entero como «muestras de nuestra identidad» —y después nos quejamos de que nos tachan de
subdesarrollados—.
Torre de Babel
Dos hablantes de esperanto conversan en un café sobre las extraordinarias
ventajas de un idioma universal. Hablan de comprensión entre los seres humanos, del advenimiento de una cultura mundial equitativa y justa, de paz y
armonía alcanzadas a partir de morfemas griegos y latinos, etcétera. Llegan
siempre a las mismas conclusiones: «La Esperanto estas la universala lingvo»
(El esperanto es la lengua universal) y «La tuta mondo devus paroli Esperanton» (Todo el mundo debería hablar esperanto). Pero entonces comienzan a
hablar de religión, política y deportes. Resulta que uno es ateo y el otro creyente, este es hincha de un club deportivo y aquel del rival, y el primero simpatiza con la izquierda progresista mientras que el segundo aboga por una
economía de mercado libre. La amena plática se convierte, pues, en una acalorada discusión. El alegato sube tanto de tono que uno de los interlocutores
por fin se levanta de la silla, arroja su servilleta a la mesa, le grita al otro «Vi
kaj mi ne parolas la saman lingvon!» (¡Tú y yo no hablamos el mismo idioma!) y se marcha del establecimiento muy molesto.
V
Vida
Algunos años después de que los astrónomos descubrieran fuera del Sistema
Solar un planeta con características muy similares a las del nuestro, se decidió enviar una nave de reconocimiento con un astronauta. Su misión: validar
o refutar la hipótesis de que en aquel mundo había vida inteligente. La nave
llegó entonces al planeta y aterrizó en alguna de sus planicies. El astronauta
descendió del vehículo interplanetario y caminó por largo rato sobre aquel
suelo. Todo lo que pudo ver fue un infinito paraje rocoso sobre el que un
viento perenne soplaba y esparcía arena. De inmediato cogió su radiotransmisor y comunicó a la Tierra lo siguiente: «Explorador a planeta Tierra, cambio. He recorrido la superficie de este mundo y lo único que hay a mi alrede-
dor son rocas, colinas áridas, un cielo rojo y un viento perpetuo difundiendo
arena. Los análisis del suelo revelan un continuo desplazamiento de partículas inestables de hidrógeno, oxígeno y xenón. Cabe mencionar que un grupo especial de partículas radiactivas interactúa con la materia circundante y
le da nueva forma. No, definitivamente no hay vida en este planeta. Cambio y
fuera». Mientras tanto, los habitantes de un evolucionadísimo planeta de una
galaxia lejana, que eran seres inmateriales, etéreos, energía pura que virtualmente movía montañas, que solo con pensar ya materializaban y que no necesitaban moverse del punto a al punto be, pues ya estaban en a y be simultáneamente, descubrieron el planeta Tierra y también tuvieron la duda de si
en él había vida inteligente. Decidieron enviar un emisario para constatarlo.
El etéreo astronauta solo pensó en el punto be —es decir, la Tierra— y en un
abrir y cerrar de ojos se teletransportó a nuestro mundo. Comenzó a observar
y lo primero que vio fueron océanos. Voló sobre ellos, se sumergió en estos y
vio peces, delfines, tiburones, algas, protistas, barcos encallados, submarinos
atómicos y uno que otro buzo explorando. Salió del agua y llegó a la tierra.
Vio árboles, animales, carreteras. El invisible extraterrestre llegó entonces a
la ciudad. El autor no sabría precisar si se trataba de Nueva York, Tokio, París,
México o alguna otra de esas populosísimas urbes. Lo cierto es que se detuvo
en medio de ella y observó edificios, vehículos, aviones, hombres y mujeres
yendo y viniendo, entrando y saliendo de las construcciones y conduciendo
automóviles. De inmediato, con solo su pensamiento —pues todo él era pensamiento y, por tanto, como ya se dijo, podía estar en a y be simultáneamente— estableció contacto con sus congéneres y les transmitió por vía telepática lo siguiente: «Explorador a planeta Etéreo, cambio. He recorrido la superficie de este planeta y lo único que hay a mi alrededor son dos terceras par-
tes líquidas y una sólida, un cielo azul lleno de nubes que en ocasiones llueven o nievan y, poco más arriba de este, satélites girando alrededor del planeta: uno de ellos, redondo y grande —la Luna—; y el resto, muy pequeños y
de formas geométricas —satélites artificiales—. Los análisis del suelo revelan
la presencia de partículas inestables —los animales—, tanto en el agua como
en la tierra, desplazándose de un lugar a otro. Cabe mencionar, en particular, un grupo de partículas radiactivas en la tierra —los humanos— que interactúa con la materia circundante y le da nueva forma. No, definitivamente
no hay vida en este planeta. Cambio y fuera». Más de alguien podrá concluir
que la moraleja de este cuento es el conocido apotegma ese de que con la
misma vara con que midiereis seréis medidos, pero una cosa se saca en claro: para aquel astronauta intergaláctico, los seres humanos yendo y viniendo
en sus vehículos y construyendo sus edificios eran tan inorgánicos y anodinos como, para el astronauta de nuestro planeta azul, aquel viento perenne
soplando y esparciendo arena.
Videograbadora VHS
La que inaugura un mal rato cortando la cinta.
Crédito merecido
a un héroe moderno
Aquella M añana, Sísifo se sentó a la
mesa del comedor, abrió el periódico y buscó la sección de clasificados
con cierta inevitable angustia —dentro de una semana cumpliría cuatro meses de estar desempleado—.
Con un lapicero estaba marcando
las ofertas de trabajo que le interesaban, cuando sonó el teléfono. Sísifo pulsó el botón del inalámbrico,
se lo llevó a la oreja y dijo aló. La
voz al otro lado de la línea preguntó por él. Sísifo contestó que con
él hablaba. Caballero, buenos días.
Aquí lo llamamos nuevamente de
Créditos La Cima, S. A., respecto a
los cinco pagos atrasados de su tarjeta de crédito. Su deuda asciende
hoy a quinimil sopotocientos quetzales con cuarenta y siete centavos,
por lo que le rogamos que acuda a
cualquiera de nuestras agencias a
abonar por lo menos el pago mínimo para evitar recargos por mora,
que los intereses se sigan acumulando, que comencemos a llamar a
las personas que usted puso como
referencias y que el asunto pase a
manos de nuestro departamento legal. ¿Cuándo podemos contar con
su pago, que usted debe efectuar a
más tardar el día de hoy? Sísifo se
quedó en silencio un par de eternos segundos en los que pensó y
recordó que sus cuentas bancarias
estaban casi a cero, que su esposa
ya no iba a poder seguir ayudándolo porque a la pobre ya no le alcanzaba con lo que ganaba, que la deuda no disminuía por más que tratara de estar al día con los pagos, que
con esos intereses no se podía, que
la deuda original no era tan grande,
que con todo lo que había pagado
a la fecha ya hasta habría comprado un carro nuevo de agencia o pagado el enganche de una casa propia, que dentro de un mes la deuda ya habría subido a la misma cantidad aunque hoy abonara el pago
mínimo, que por más que empujara la roca a la cima siempre se despeñaría de vuelta al suelo, que todo
su capital era prácticamente lo que
cargaba en la billetera, que las mensualidades del colegio de los patojos, que la comida, que el alquiler,
que las otras deudas, que el agua,
que la luz, que el teléfono, que las
otras cuentas, que qué iba a hacer,
que era una eme, que para qué se
había metido a tener tarjeta de crédito, que al final de cuentas él tenía la culpa por baboso, que para
qué le había dicho que sí a aquella
señorita de minifalda que había llegado a venderle la tarjeta de crédito, que ahora estaba desempleado
y no encontraba trabajo, que qué
hacía, que iba a llamar a este lugar —viendo uno de los clasificados—, que allí miraba posibilidades, que igual no le iban a dar el
trabajo de hoy para mañana, que
tal vez Fulano le prestaba, que no
porque Fulano ya le había prestado el mes pasado, que a lo mejor
Zutano sí, que sí por qué no de repente Zutano sí, y entonces contestó mire deme chance para la otra
semana. La voz al otro lado respondió que así había dicho las últimas
cuatro semanas, que no podía esperarlo más porque ese mismo día
era la fecha de corte, que le encargaba que por favor hiciera sus pagos con puntualidad y que no fuera irresponsable. ¡Irresponsable me
dijo!, pensó Sísifo. También pensó
decirle que ya quería verlo sin trabajo, comiéndose las uñas de pensar qué le iba a dar de comer a su
familia mañana, subiendo bultos a
una cumbre traicionera que siem-
pre se los tira de regreso al fondo
del barranco, jalando esta maldita
carreta que nunca llega a ningún
lado y, sobre todo, recibiendo molestas llamadas de ineptos que no
saben tratar a la gente, que ni lo conocen a usted ni saben las penas
por las que está pasando y que sin
embargo se atreven a humillarlo y
a llamarlo irresponsable. Pero en
lo que pensaba si se lo decía o no,
la voz al otro lado le dio las gracias
de antemano por su pago puntual,
le deseó buen día y colgó.
Sección dominical Letras de cierre
Siglo Veintiuno
26 de marzo de 2006
De cómo
ciertos sueños de grandeza
también están sujetos
a la Ley de Gravedad
o
Santa
y el insólito regalo
de Navidad
Aquella Noche, mientras todo el
mundo dormía, Santa Claus se deslizó con mucha dificultad a través de
la angosta chimenea de una casa. Ya
en la sala, después de sacudirse el
polvo y la ceniza del traje rojo y los
ribetes blancos, ennegrecidos por el
carbón, tomó su costal de regalos y
juguetes y buscó el arbolito. Se dirigió a este salvando los múltiples obstáculos de aquella sala, toda desor-
denada por la reunión familiar que
tan solo unas horas antes había tenido lugar allí. Desató su costal, buscó en el interior, extrajo algunos regalos y los colocó al pie del árbol,
a un lado del nacimiento. Luego regresó a la chimenea y vio las calcetas navideñas colgadas de la cornisa, cada una con un breve rótulo
que rezaba el nombre de pila de su
dueño. Comenzó a llenar aquellas
prendas personales con obsequios
adicionales una por una, comenzando con la calceta de la izquierda para luego seguir con la contigua
de la derecha, y así sucesivamente.
Por el momento nuestro polar amigo de barba blanca y traje rojo cumplía con su tarea sin inconvenientes
y sin que se topase con nada que le
llamara la atención. Pero entonces
llegó a la última prenda. Vaya sorpresa la que se llevó el señor Claus.
En el extremo derecho de la chimenea, en lugar de calceta o calcetín,
alguien había colocado un brasier.
Se trataba de uno de talla generosa, por no decir inmensa —calificativo que mejor usaremos para intensificar el desconcierto que Santa se
llevó al descubrir aquella prenda femenina y preguntarse quién diablos
había tenido la disparatada ocurrencia de ponerlo sobre la cornisa de
una chimenea para hacer las veces
de calceta navideña—. Pero el brasier también estaba rotulado con
un nombre de pila. Uno de mujer,
como era de esperar. Así que buscó
en su costal el regalo que coincidiera
con aquel nombre. Lo encontró. Más
bien los encontró. Se trataba de dos
objetos esféricos muy duros y pesados. ¿Qué eran? El papel para regalo que los envolvía no permitía saberlo. Por su peso y textura se podría haber pensado que se trataba
de algo así como dos bolas de boliche, pero aquella era una hipótesis que de inmediato debía descartarse porque los susodichos objetos
no llegaban ni a la mitad del tamaño de tales pelotas. ¿Se trataría entonces de dos de esas bolas plateadas de acero que tan de moda están hoy en día y que se usan para
dar masajes corporales y lograr así
un reparador y delicioso stress management? Santa las juzgó demasiado grandes y pesadas para ello. De
cualquier manera, al señor Claus no
le interesaba en realidad saber qué
eran aquellos objetos. Tenía la men-
te más puesta en lo tarde que era
ya, en el poco tiempo que le quedaba y en esos cuantos millares de
hogares que todavía le faltaba visitar. Además, el asunto no era de su
incumbencia. Por lo tanto, se apresuró a colocar las dos pelotas sobre
el sostén, cada una en cada copa.
Lo hizo, eso sí, con mucho cuidado. Para su sorpresa, las pelotas casaban con exactitud milimétrica en
las copas de la prenda. Sin embargo,
como ya se dijo, los objetos aquellos
eran muy pesados. Así que ocurrió
lo que tenía que ocurrir. Cuando
Santa comenzaba a darse la vuelta
para retirarse, oyó un sonido extraño, como de tela rasgándose. De inmediato volteó a ver el brasier. Todo
estaba en orden. Observó la prenda
unos segundos más y, luego, tranquilizado, respiró con alivio y de nuevo
se dispuso a retirarse. Pero entonces el tirante que unía las copas se
rompió y los extraños objetos esféricos se precipitaron al suelo. Milé-
simas de segundo antes de que estos impactaran contra el piso, la joven que estaba soñando todo esto
despertó sobresaltada y se sentó en
la cama. Varios segundos fueron necesarios para que la mujer terminara de darse cuenta de que todo había sido una pesadilla. Sin embargo, se puso a observar a su alrededor para confirmar que en su entorno inmediato no había ni santacloses ni brasieres en cornisas de chimeneas ni objetos esféricos envueltos en papel para regalo, sino únicamente los ítems usuales de su habitación. Esta acción la calmó bastante. Luego de un respiro, posó su
vista en la ventana y hasta entonces
se percató de que ya era de día. La
mujer dio un segundo respiro para
terminar de recuperar el aplomo y
entonces, solo entonces, se acordó.
Aquella mañana la joven debía internarse en el hospital. Como un regalo de Navidad para sí misma, había decidido someterse a una ope-
ración de aumento de busto. La ilusión y el nerviosismo empezaron a
asaltar alternadamente el ánimo de
aquella mujer. Pero entonces recordó momentos e imágenes de su pesadilla y tuvo un mal presentimiento. Se quedó viendo a su alrededor
unos minutos más, tratando de racionalizar aquella mala sensación,
pero no lo consiguió. Fue entonces
cuando decidió ya no darle más largas al asunto. Se levantó de la cama,
cogió el teléfono e hizo una llamada
para cancelar la operación.
Siete visiones navideñas
Magazine 21 (edición especial)
19 de diciembre de 2004
De la terrible
y paradójica noción
de la vida
matando a la muerte
o
Jesús en el desierto
en su sexto día de ayuno
Jesús Comienza a sentirse débil por
la falta de alimento, de modo que
se recuesta y se dispone a dormir
una siesta para ahorrar energías.
Ya está conciliando el sueño, cuando un mosquito empieza a importunarlo con su insistente zumbido.
Jesús intenta espantarlo de mil maneras, pero el volador persiste en su
incómodo aleteo. Decide entonces
probar otra estrategia. Contiene la
respiración, permanece inmóvil, si-
gue el vuelo del mosquito con un
ojo abierto y zas, lo coge de un violento manotazo. Luego sostiene el
insecto con dos dedos y se sienta a
observarlo. Justo entonces, ante la
mirada estupefacta del hijo de Dios,
el mínimo irracional empieza a llorar
y a implorar por su vida. «Misericordia, señor mío», solloza el mosquito.
«Si me perdonas la vida, te prometo
que me devuelvo al mismo infierno
del que vine y no te molesto más».
Jesús comprende inmediatamente
que aquel bicho aprisionado entre
sus dedos no es otro que el mismísimo demonio. «Piedad», sigue
implorando el mosquito, pero Jesús también entiende que con solo
aplastar aquel insecto destruirá el
mal para siempre, de manera que
borrará el pecado y la muerte de la
faz de la Tierra, liberará al ser humano de todo sufrimiento y erigirá el reino de felicidad eterna que
todas las naciones anhelan. Comprende que ha recibido la oportu-
nidad de construir un mundo perfecto con solo matar un mosquito.
«Qué es el mal a la par de Dios sino
un insecto en la mano de un hombre», sentencia el Nazareno en un
arrebato de intuición y se dispone
a exterminar al bicho. Le lanza una
mirada cortante, sonríe con deleite y está por aplastarlo con los dedos, cuando una súbita luz ilumina
su entendimiento. «No me tientes,
Satanás», grita entonces el hijo de
María y libera al insecto, que solo
se aleja volando.
Texto escrito en ocasión del 40 aniversario del músico Paulo Alvarado, quien
decidió realizar un espectáculo de música, drama y literatura en el que se haría
una analogía entre sus cuarenta años como músico y los cuarenta días de ayuno
de Jesús en el desierto. Por lo tanto, Paulo contactó a cuarenta escritores, les
asignó un día y les pidió que elaboraran un texto breve recreando los eventos
vividos por Jesús ese día. A este servidor le fue asignado el día sexto.
De mamarrachos gelatinosos,
amorfos y anodinos
—como aquel camello
que en realidad es un caballo
disfrazado de dromedario por un comité—
como única solución viable
a la creación literaria
en la era de la corrección política
Muy Preocupado por la falta de respeto que algunos escritores infligen,
más por descuido que por maldad, a
ciertos grupos de intereses, hoy me
siento motivado a brindarte, narrador novato o falto de experiencia, varios consejos eficaces para que tus
relatos dejen de carecer de una vez
por todas del enfoque adecuado y,
de ese modo, no hieran las suscep-
tibilidades de nadie ni sean rechazados por políticamente incorrectos. Como primer punto, a la hora
de idear una historia, novela o cuento, el sexo de tu protagonista es un
aspecto muy importante de observar. Procura siempre que tu personaje principal no sea hombre. Pero
cuidado también con volverlo mujer. Recuerda que tanto machistas
como feministas pueden sentirse
menospreciados y menospreciadas.
Es mejor que tu protagonista sea, en
todos los casos, hermafrodita. De
ese modo también salvarás tu relato de la crítica y condena de grupos gay y lésbicos, que no se sentirán ofendidos al no encontrar en
tu relato ninguna connotación que
favorezca tal o cual preferencia sexual. Pero la consideración no termina con el género. Recuerda que
también raza, ideología, edad y condición física son aspectos que, pasados por alto, pueden provocar el
malestar de tu lector o lectora. Procura entonces que tu protagonista
esté descontextualizado de cualquier
facción, etnia, secta o grupo de intereses que pueda causar controversia.
No es muy buena idea que tu personaje hermafrodita sea, por ejemplo,
caucásico. Pero no por eso piénsese que negro, judío, gitano, mestizo o indígena son buenas opciones
de origen étnico. No. Tu protagonis-
ta, además de hermafrodita, debería ser atlante, lemuriano, elfo, hiperbóreo o de cualquier otra etnia
que, sin duda alguna, evitará connotaciones de discriminación por motivos étnicos. Asimismo, tu protagonista hermafrodita y atlante debería
ser, además, una persona de tercera edad y con síndrome de Down,
de modo que las connotaciones de
discriminación por edad y discapacidad no sean el talón de Aquiles de
tu relato. De igual manera, debería
ser druida de religión y ermitaño
de estilo de vida, de modo que ningún interés socioeconómico o sectario se sienta aludido. Y materialidealista prearistotélico neoliberosocialista poskeynesiano es, a mi
juicio, la postura política y filosófica que quedaría bien con todos. Si
a estas características puedes agregar la preocupación por el ambiente, así como la militancia en algún
grupo ecológico, tu personaje estará destinado a la plena aceptación
de cualquier público. Por lo tanto,
a tu personaje, que ya quedó definido como un atlante hermafrodita retrasado mental y ambientalista
de tercera edad, no le faltaría más
que consumir productos biodegradables, que no dañen la capa de ozono y que no procedan de maquila.
Puedes tener la seguridad, dilecta o
dilecto aprendiz, que con estas características adicionales tu personaje
adquirirá esa sazón que todo lector
o lectora desea degustar en un relato. Por último, también el contexto geográfico de tu narración es un
aspecto de suma importancia. Procura que la trama se desarrolle en
un lugar cuya población no esté envuelta en conflictos raciales, ideológicos y religiosos, como por ejemplo la Antártida. O los atolones de
Waikaraikirikimoa, perdidos en algún paralelo o meridiano de la vasta y dispersa Oceanía. Lo importante es que le procures a tu protagonista un ámbito geográfico donde
no tenga ninguna interacción social. Mejor desarrolla con tu personaje un monólogo sobre la blancura de la nieve, la intemperancia del
frío antártico o la inmortalidad del
cangrejo, y evita así entrar a cuestionar paradigmas sociales, políticos e
ideológicos. Ten en cuenta siempre
que esto de cuestionar es un problema inherente a la narrativa, género
de por sí políticamente incorrecto.
Pero, con un personaje como el que
hemos confeccionado, ningún interés se verá aludido ni mucho menos
afectado. No está de más enfatizar
que, para ser políticamente correcto, muchas veces debes abstenerte
de observar, describir y analizar, y
en su lugar debes pintar una caricatura de la realidad. Joven escritor o
escritora que empiezas a recorrer el
fascinante pero por momentos espinoso mundo de la narración, una
plena y cuidadosa observancia de los
consejos antes expuestos, sumada a
tu sensibilidad y a ese fértil talento
en ciernes que Natura te ha dado,
logrará relatos completamente desprovistos de controversia y agradables, me atrevo a decir, a cualquier
género o clase de lectoras y lectores. Así pues, y por consideración
a todo grupo autominusvalorado
para el que una omisión de género
o un punto de vista ajeno a su realidad es imperdonable, haz caso omi-
so de lo que verdaderamente sientes y piensas. Cállatelo y complace,
por el amor de Dios, a la intelectualidad de tu país, tan ocupada en forjar esa anhelada utopía en la que todos y todas viviremos en paz y armonía, pues todas y todos hablaremos el mismo idioma de eufemismos grises y asexuados, pero afirmativos y complacientes.
Ponencia leída en el foro
Crítica a la corrección política,
Instituto de Cultura Italiana,
circa 2005
Del poder
y otros dolores de muela
Un General descansaba en el jardín de su residencia, cuando vio
una guayaba en la rama de un árbol. Era una fruta madura, del tamaño de un puño y de un amarillo limón tan apetitoso que haría agua la
boca del más estricto monje tibetano. Pero aquel hombre, que estaba
muy lejos del Tíbet —y aún más lejos del oficio de monje—, no pudo
evitar la tentación. Se levantó de la
silla plegadiza, caminó hacia el árbol y cortó la guayaba. La primera
mordida le supo a gloria, con aquel
zumo dulce y frío refrescándole el
paladar en aquella tarde de calor. Las
mordidas segunda y tercera fueron
igual de placenteras. Pero entonces,
a la cuarta mordida, al general le sucedió lo que a todos, me atrevería
a decir, cuando hemos probado la
guayaba: que una diminuta pepita,
¡maldita pepita!, se le quedó atascada entre dos dientes. Al principio el
militar no le puso mucho asunto al
asunto y siguió comiendo, pero la
molesta pepita atenuaba el disfrute
de aquel manjar. Así que entró en
la casa, buscó un palillo de dientes
y se lo llevó a la boca. La pepita estaba tan incrustada en la encía que
aquel y otros tres o cuatro mondadientes fueron inútiles. El general,
desesperado, igualmente intentó
con un quinto o sexto. Lo metió entre los dientes y lo sacudió con tanta violencia que se quebró. Nuestro
militar, además de la pepita de guayaba, ahora también tenía una punta de madera clavada en la encía y
una leve herida sangrante. Pero el
hombre, cuyo honor de soldado le
impedía capitular, fue entonces al
baño y probó a desembarazarse de
la pepita y la punta del palillo con
hilo dental. De nuevo el intento fue
contraproducente: metió el hilo entre los dientes con mucha dificultad, jaló de este y se reventó. Ahora, una pepita de guayaba, una astilla de madera y un segmento de
hilo dental, todos ellos atascados
entre los mismos dos dientes, no
solo hacían que la herida sangrara
más, sino también provocaban un
dolor escandaloso. La esposa, que
oyó los gemidos del militar y vio la
fruta mordida sobre un mueble de
la cocina, se acercó a la puerta del
baño y le preguntó a su marido,
casi con sarcasmo, «mi amor, ¿estaba buena la guayaba?». «Deliciosa»,
repuso el general, tratando de fingir deleite, mientras contenía sus
quejas de dolor y seguía escupiendo sangre en el lavamanos.
Columna Texto en contexto
Magazine 21
27 de junio de 2004
Dulces dieciséis
o
Fábula del vaso
que contenía un océano
Desde Niña aprendió a caminar con
un vaso de agua sobre la cabeza.
«Porque una señorita que camina
con rectitud, obra con rectitud», solía
decirle su institutriz. Por eso aprendió a desplazarse, girar, sentarse e
incorporarse sosteniendo un vaso de
agua sobre la cabeza, sin derramar
una sola gota. Por eso no es extraño que hoy, a sus dieciséis, ella sea
una señorita recatada, modelo de
elegancia y discreción, a quien nada
se le puede tachar. Ni siquiera, literalmente, la manera de andar. Porque se desplaza con mucho cuidado,
como si llevara algo sumamente frágil e inestable en la cabeza. Como un
vaso de agua, por ejemplo. Como si
llevara un vaso de agua en la cabeza
desciende del carro de su papá, entra en el colegio católico de señoritas, camina hacia el salón de clases,
se sienta, recibe todas las clases, se
incorpora, sale del colegio, entra
en el carro de su papá y se marcha.
Y así todos los días. Pero hubo una
tarde que su papá no pudo llegar a
recogerla. Dispuso entonces llamar
al taxista de confianza de la familia.
«Mejor vámonos en camioneta», le
dijo su mejor amiga y compañera de
clases. El vaso de agua se tambaleó
un poco, varias gotas de agua cayeron sobre la cabeza de la colegiala y
lo frío le dio escalofrío a la muchacha. «Pero», fue todo lo que pudo decir unas cuantas veces antes de que
su amiga la tomara de la mano y la
trajera consigo. Cuando reaccionó,
ya estaba en la parada de camioneta. Subieron a un bus que venía sin
un solo pasajero y se fueron a los
asientos de atrás. La amiga cogió el
asiento con ventana, y ella el de a la
par. Entonces divisaron una mariposa revoloteando en los asientos contiguos. «Quiere salir, pero la ventana
está cerrada», dijo la amiga. El vaso
de agua se agitó una vez más, aunque ahora no derramó nada. «Pero
ya no tarda en encontrar la ventana
de al lado —que sí estaba abierta— y
entonces ya va a poder salir», siguió
diciendo la amiga. Mientras ambas
observaban el vuelo de la mariposa,
el piloto estacionó el bus, descendió
de este y se dirigió a un chiclero. «Pobre mariposa», dijo entonces la colegiala. «¿Y si le abrimos la ventana
para que se pueda ir?». «Con acercarte lo único que vas a hacer es asustarla», respondió la amiga. Breve silencio. Larga espera. «Llevás la blusa de fuera, componétela», mandó
nuestra colegiala a su amiga, con cierto nerviosismo. Pero la amiga simplemente puso su mano en la pierna de la colegiala y, sin más preámbulos, la besó en la boca. El vaso se
desplomó al suelo y el agua empapó a la turbada colegiala. El piloto,
que no vio nada, por fin regresó y
reanudó la marcha. La mariposa ya
no estaba.
Columna Texto en contexto
Magazine 21
13 de marzo de 2005
Los hombres
mueren de pie
—salvo cuando están sentados
a la par de un maniquí parlante—
Aquella Noche era más oscura que
de costumbre. Las manecillas del reloj marcaban las doce. Todas las luces del perímetro estaban apagadas,
excepto las de cierto restaurante de
comida rápida cuya ubicación exacta las fuentes no atinan a dar. En el
lugar solo estaban un empleado, el
guardia de seguridad y, en el jardín
exterior, un maniquí del payaso icono de aquella cadena de restaurantes, sentado en una banca de madera
con la pierna cruzada9. El joven em-
pleado, con la fatiga de las horas extras, por fin se aflojó la corbata, salió al jardín y se sentó a la par del
payaso. «Hoy sí estoy cansado», se
quejó. Y la estatua, por un extraño
artilugio del más allá, volteó a verlo
y le dijo, «calculá como estaré yo,
sentado aquí todos los días», mientras bajaba una pierna para cruzar la
otra. Se sabe que el joven sufrió un
infarto allí mismo, pero nadie da razón de si sobrevivió o no. Sin embargo, pese a que las fuentes no lo acla-
ran, se puede suponer que el guardia vio todo el incidente y llamó a
los paramédicos, así como que gracias a él estamos enterados hoy de
tan inusitada noticia. Pero ¿no habrá
sido todo un invento de aquel policía? ¿Puede ser cierto acaso un evento de tan extraña naturaleza? Al respecto yo no puedo más que decir,
como Hamlet a su caro amigo, que
hay en el cielo y en la tierra mucho
más que lo que sueña la propia filosofía. Porque, fuera de la explicación fantasmagórica, también caben
otras posibilidades, unas verosímiles, otras extraordinarias, todas infinitas: una persona disfrazada, un
joven alucinando —ya por extremo
cansancio, ya por drogas—, un robot
experimental, un compuesto químico animador de materias inertes, una
metempsicosis inusual, etcétera. Sea
cual fuere la explicación, este cuento urbano deja, como toda leyenda
de su especie, una moraleja que yo
resumo así: lectores y lectoras que
me acompañáis en esta extraña relación, la próxima vez que visitéis
uno de esos restaurantes con muñeco sentado en banca de madera,
poned atención a qué pierna tiene
cruzada y luego comparad ese maniquí con los de otros restaurantes de
la misma cadena. Uno habrá con diferente pierna cruzada. Y en ello reconoceréis aquel lugar como el del
trágico incidente aquí narrado. No
os sentéis, pues, a la par de ese muñeco. No sea que sufráis un infarto y
no viváis para contar, como lo contó
ayer aquel atónito policía o lo cuenta hoy este desocupado redactor, el
maravilloso y terrible cuento de la
estatua que hablaba como cristiano.
Columna Texto en contexto
Magazine 21
14 de marzo de 2004
May ombilívabol bilivs
A rísanobol explaneishon
of guay sombari elses láingüich
cant bicom may oun
Ay Biliv in Yísuscraist. Ay biliv in Meri
as di móder of God. Ay biliv in de
cros an de suord as de mins tu crúcifay de Niu Vuorld. Ay biliv in Cristóbal Colón, Hernán Cortés, di French
Revolushon an di indipéndens of di
Américan Steits. Ay biliv in Yorsh Vuáshinton, Éibrajam Líncoln an évritin
áfter. Ay biliv in de Bírols, Pol Macarni an Yon Lenon, bot, as a máter of
fact, ay dont biliv in mi. Ay ráder biliv in Buda, Tarot, Elvis, Yoga or eni
óder god meid in di ímach an laicnes
of sombari els bot mi. Ay biliv in de
Yu Es Ei, El Ei, Em Ti Vi, Jólivud an
di Cartún Nétvuorc. Ay biliv in Clinton an in jis niu soup ópera fíchurin
Mónica Legüinski an Pola Yons. Ay
biliv in ol de stúpid, vírtual an delúshonal riálitis Únquel Sam provaids
mi wid tu avoid de stúpid an delúshonal, bot néver vírtual riálitis of Píter of Alvarado. Ay gues ay shud biliv nau in Yan Ajnó e tus quil pas o
Guatemalá avec Minuguá, di ex guerrilas, feminísem, Grimpis, Che Guevara stámped in may Liváis tíshert an
in dat bran niu miúsic dey col «nuevo trabe» —sorri, ay min «nueva trova»—. Ay biliv in tornin mayself intu
a súvenir for ol di foráiners ju vísit
may contri, tu teic dem tu La Bodeguita and olvueis imprés dem —as
vuel as evribari els— bay javin a Milán Cunderas buc ónder may arm
or intu may morral, güich ay bot
in Pana —or el Mercado Central, ay
dont rimémber—. And sins am bilivin in ol dis niu tings, of cors, ay biliv in Cuba, Silvio, Sabina, Santa Sabina, Rony an Gad performin Cuba,
Silvio, Sabina, Santa Sabina. Ay firmli
biliv in ol dis tings. Bot, guivin it a
secon tot, ay stil biliv in Globaliseishon, Neoliberalísem, tecnoindústrial
miúsic, Heich Bi O an Cínemax —bot
onli fraideis at nait, güen Vángar Cínema trits may confiusd breins tu a
stúpid french muvi—. Ay biliv in ol
dis, an ol dats abaut tu com. Bot, as
yu can si, ay biliv in dem may vuey,
bicós ay tróed ol dis gárbach intu
de trashcan of may jed vuidaut risaiclin. An nau, di seim vuey Seint
Yon eit de buc in di présens of di
Lamb, ay eit ol dis séicred bilivs an
may stómac jorts veri bad. An iven
do ay quénot stop bilivin, nau ay si
et clirli: no mara jau moch ay pritén
tu spic de láingüich of may niúest an
jótest cóncueror, ay vuil olvueis end
op espiquin laic dis.
Texto en inglés con pronunciación en español
Escrito originalmente para ser leído en voz alta
Circa 1999
Plástico fin del mundo
y perra suerte
Aquella Noche, mientras todos dormían, una bolita flotante de luz iba
y venía por los corredores y dormitorios de una casa. La partícula brillante entró en el cuarto de la niña,
se dirigió a la casita de muñecas y se
posesionó del cuerpo de una Barbie.
Se trataba de un minúsculo y etéreo
visitante de otro mundo que había
venido al nuestro en una misión de
exploración. La Barbie, por acción
del extraterrestre, cobró vida, se incorporó y caminó hacia el jardín. Ya
allí, la muñeca extrajo de su boca
un insólito dispositivo plateado con
una abertura brillante en uno de sus
extremos. Apuntó el dispositivo a la
grama, disparó un haz de luz continua y empezó a labrar una serie
de trazos circulares entrelazados,
muy similares a los extraños agroglifos avistados en sembradíos del
sur de Inglaterra. Pero estos dibujos, lejos de ser mapas estelares y
planetarios, constituían un diagrama de flujo con todos los pasos y
mecanismos para urdir la invasión,
conquista y colonización del planeta
Tierra. La perversa muñeca estaba
a punto de terminar su tarea, cuando los ladridos del cachorro de la
casa la alertaron de que no estaba
sola en el jardín. La Barbie, convencida de su superioridad sobre cualquier especie de este planeta, se le
acercó al perro, lo vio a los ojos y
le dijo: «Ríndete, terrícola. Resistirte es inútil. Humíllate ante tu nuevo líder». El cachorro le arrancó un
brazo de una mordida. La muñeca
empezó a correr por todo el jardín,
y el perro a perseguirla. Pero el extraterrestre no se había percatado
de que su aparato de luz delineadora seguía encendido. Por lo tanto,
mientras huía del animal, el alienígena labró nuevos trazos encima del
glifo y confundió todo el diagrama
sin darse cuenta. Sin embargo, logró dejar el cuerpo de la Barbie y
escapar. El perro cogió la muñeca y
la despedazó en un santiamén. A la
mañana siguiente, cuando los congéneres de aquel extraterrestre vinieron a la Tierra en sus naves espaciales y trataron de seguir las instrucciones plasmadas en aquel glifo, los pasos estaban tan confundidos que los ovnis terminaron colisionando, disparándose unos a otros
y destruyéndose entre sí. Y mientras
todo ese caos ocurría allá en la estratosfera, acá en tierra firme todo
era como de ordinario: los niños desayunaban, los mayores se preparaban para ir a trabajar, los voceadores de periódicos anunciaban la noticia matinal, una señora se enfurecía al ver su jardín hecho trizas, una
niña regañaba a su perro por haber
destruido una de sus muñecas, y la
humanidad se salvaba una vez más
de ser aniquilada por cruentos seres de otra galaxia.
Columna Texto en contexto
Magazine 21
15 de mayo de 2005
Posmetrosexualidad:
usted puede ser
el próximo símbolo sexual
Apenas Estamos Terminando el primer
lustro del tercer milenio, y la belleza
masculina ya experimenta un auge
extraordinario. Primero, las chicas
suspiraron por el hombre adicto a
cremas de sábila y mascarillas de
pepino que algún periodista denominó metrosexual. Entonces vino el
chico hi-tech que rompe corazones
con lo último en dispositivos electrónicos: el tecnosexual. Pero ¿qué hay
de aquellos que no llevan ni las uñas
pulidas ni la última palm en el bolsillo? Por fortuna no todas las mujeres
se sienten atraídas a muchachos refinados o tecnómanos excéntricos. De
hecho, el boom de prototipos masculinos apenas empieza. Mencionemos, por ejemplo, al retrosexual, que
añora la moda de los años cincuenta
y lleva en los ojos una nostalgia que
enloquece a muchas. No menos interesante encuentran algunas al autosexual —que no debe confundirse
con el asiduo practicante del onanismo—, varón que maneja pasiones a
mil por hora con su veloz deportivo último modelo. Pero las intelectuales seguramente se apasionarán
más por el artesexual, inspirado
creador que las seduce por amor al
arte; el cultosexual, caballero de la-
bia intrincada y grandilocuente que
deambula por galerías, conferencias
y eventos culturales rompiendo más
de un corazón; o, por supuesto, el
textosexual, chico de intensa creatividad literaria que las vuelve locas
con sus narraciones, poemas y columnas de periódico. Las más teóricas seguramente se abstraerán a
la esencia del cognosexual o gnoseosexual, que ama el conocimiento,
la ciencia y la filosofía. Pero no olvidemos a las mujeres que han hallado su media naranja en tipos como
el dipsosexual, bebedor empedernido en quien algunas ven un compañero de mucho más que copas;
el balonsexual, hincha de club deportivo a quien más de una le pasa
balón; y hasta ese rebelde incorregible, de francas tendencias antisociales, que no a pocas fascina y que
los medios comienzan a denominar
psicopatosexual. Imperdonable sería
no hablar de las mujeres que sienten
haber muerto e ido al cielo cada vez
que se topan con un religiosexual,
seductor hombre de morado que
carga en procesiones. Y así podríamos seguir enumerando tantas formas de sexualidad, pero en lugar de
ello enfaticemos que lo importante
es contar con una virtud, perversión,
condición o profesión muy susceptible de ser destacada. Si el varón heterosexual de hoy quiere triunfar en
el terreno amoroso, desde ya debe
empezar a explotar su atributo más
sobresaliente —tenga o no que ver
con lo sexual— y convertirlo en fetiche, pues uno nunca sabe cuándo va a venir un escritor, periodista
o columnista a ponerle prefijo a la
sexualidad de cada quien.
Columna Texto en contexto
Magazine 21
17 de abril de 2005
Respuestas prácticas
a tus preguntas existenciales
—Versión original—
En Enero venís y te hacés nuevos
propósitos para el año que empieza.
Muchas veces también te preguntás
sobre el sentido de tu existencia, lo
cual por supuesto no tiene nada de
malo. Pero resulta que te ponés a
buscarle tres pies al gato y, cuando
no encontrás respuestas, te ofuscás
y mejor te refugiás en la literatura
de autoayuda. Ya que tanto te gusta
complicarte la existencia —o tanto
miedo le tenés a la verdad, una de
dos—, te dejo aquí con algunas de
las respuestas que tanto buscabas.
¿Quién sos? Casi siempre alguien
más —o menos— que vos mismo.
¿De dónde venís? De un allá que
no querés ni voltear a ver. ¿Dónde estás? En el lugar hacia el cual
vos caminaste por tu gusto y cuenta. ¿Adónde vas? A un allá que va
a ser cualquier cosa, menos lo que
querías, si no empezás a ver el aquí
y ahora con objetividad. ¿Cuál es
tu misión en la vida? Dejar de
preguntarte babosadas como cuál
es tu misión en la vida, tener el coraje de hacer lo que querés y tener
todavía más coraje para no hacer
lo que no querés. ¿Por qué a vos?
Porque la viste venir y no te hiciste
a un lado. ¿Por qué a vos no y a
fulano sí? Porque siempre querés
lo que no tenés, rara vez querés lo
que tenés y, sobre todo, nunca hacés lo que debés para tener lo que
querés. ¿Por qué el dolor? Porque si no existiera el dolor tendrías
en las manos una plasta de mierda
y no te importaría, te sentarías en
un hormiguero y no lo notarías, y,
cuando por fin te dieran a probar la
ambrosía de los dioses, aquella delicia te sabría a tortitas de carne molida. ¿Cómo evitar que te afecten
las crisis? No volviéndolas pretexto para sacar a ese mediocre que todos llevamos dentro. ¿Por qué no
te alcanza el tiempo? Porque al-
guna vez te creíste eso de que el
tiempo era oro y desde entonces
no parás de perseguirlo. ¿Por qué
no bajás de peso? Porque tu vocecita interior se venga cuando no
la escuchás decir que cerrés esa
estúpida revista de modas, que no
te dejés embaucar con esos sistemas de reducción de peso y que
comás, porque la anorexia no es el
camino al amor de los demás, y sí
el camino al hospital. ¿Por qué no
encontrás al amor de tu vida?
Porque nunca te dignás a besar sapos. ¿Cuál es la religión verdadera? La que te enseñe a no dejarle la responsabilidad a alguien allá
arriba, ni tu sueldo y ahorros a alguien acá abajo. ¿Dónde está la felicidad? En alguno de esos lugares
donde no te has atrevido a buscar.
¿Cuál es el secreto del éxito?
Que no es oro todo lo que reluce,
que los armarios más vistosos suelen esconder uno que otro esqueleto y que el sombrero lucido muchas veces es ajeno o cuando me-
nos compartido. ¿Cuál es la verdad? Que esta pregunta (que a veces sospecho capciosa) es lo último
que te pasa por la mente cuando estás feliz. ¿Cuál es el sentido de la
vida? El que vos le des; y si te descuidás, el que otras personas y cosas terminen dándole. ¿Para qué
existís? Para hacer lo que querás,
menos quedarte sentado en la silla
—¿sabés que la palabra existir significa etimológicamente dejar el asien-
to, la silla; y por extensión, la quietud, la inmovilidad?—: esa silla en la
que te sentás a preguntarte babosadas, a quejarte de por qué no te va
tan bien como quisieras, y con frecuencia también a leer esos absurdos libros de autoayuda que tanto
te gustan, muchos de ellos escritos
por filosofastros que saben cuánto
te gusta comprar y leer sus irrealidades, así como cuán poco dispuesto estás a ponerte de pie y andar.
Una versión ligeramente reducida de este texto fue publicada en la columna
Texto en contexto, Magazine 21, el 18 de enero de 2004.
Retrato de quijote
viendo el mundo
desde el interior de un clóset
En Un Lugar de la urbe, de cuyo
nombre nadie quiere acordarse, no
ha mucho vivía un burócrata de los
de corbata en cuello, camisa blanca,
portafolio negro y zapatos de cuero.
Varias sillas atiborradas de libros y
papeles, un pequeño comedor desbordante de platos sucios, un sofá
cama con una mesita de noche ajena al conjunto y dos sillones forrados con plástico transparente conformaban su mobiliario en aquel piso
alquilado de cuatro por diez. El resto de sus pertenencias consistía en
fotos antiguas de la familia, dos vajillas de porcelana heredadas de su
mamá, decenas de vinilos de música
disco de los años setenta y un ordenador perennemente encendido, con
una imagen de Marlene Dietrich en
la pantalla. Vivía con un gato persa
de nombre Óscar que pasaba de los
diez años, una gata siamesa llamada
Greta que no pasaba de los diez me-
ses, y un maniquí femenino al que
apodaba Federica y mantenía vestido con no más ropa que una estola
de vedette. Frisaba la edad de nuestro caballero con los cuarenta años.
Era alto de estatura, seco de carnes,
enjuto de rostro, gran madrugador y
amigo de la soledad. Cuentan que se
hacía llamar Alessandro, o Álex, que
en esto hay diferencia entre quienes
sobre él rumoran, pero por conjeturas obvias se deja entender que su
nombre verdadero era Alejandro. Lo
cierto es que el sobredicho burócrata, durante sus tardes de ocio —que
eran las más del año, pues trabajaba
en horario matutino—, se daba a navegar sitios web sobre modas y vestidos con tanta afición y gusto que olvidaba por completo los oficios domésticos, las compras en el supermercado y hasta los pagos puntuales
del alquiler. Y llegó a tanto su desatino en esto que excedió el límite
de su tarjeta de crédito comprando por Internet un centenar de ac-
cesorios, joyas, perfumes y cosméticos femeninos, los más finos que
pudo encontrar. Con estas transacciones e interacciones informáticas
perdía noción de la realidad, y desvelábase por entender y desentrañar
el sentido de su rara afición por la
ropa de mujer, que no la entendieran
el mismo Sigmund Freud ni demás
pioneros del psicoanálisis si resucitaran para solo ello. Pero al final se
enfrascó tanto en su búsqueda virtual de prendas femeninas que se le
pasaban las noches de claro en claro
y los días de turbio en turbio. Y así,
del poco dormir y mucho navegar,
llegó a perder la cabeza. Llenósele
de fantasía de todo cuanto veía en
Internet, así de vestidos con lentejuelas como de lencería fina, zapatos de tacón, modelos de pasarela,
divas de cine, princesas encantadas
y disparates imposibles. Rematado ya
su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco
en el mundo: que dentro de aquel
mal conformado cuerpo de hombre
habitaba una donna divina y glamorosa, que aquella tosca y maltrecha
figura viril no era sino crisálida en
cuyo interior se gestaba una grácil
y bella mariposa. Por lo tanto se le
hizo conveniente y necesario, tanto
para el aumento de su honra como
para el recuerdo de su difunta madre, convertirse en la diva más despampanante que nadie jamás hubiese visto y recorrer el mundo en busca de aventuras en las que ejercitar
y poner a prueba su glamour y encanto fatal. Así, con estos agradables
pensamientos y llevado del extraño
gusto que en ellos sentía, se dio prisa a poner en efecto lo que deseaba.
Primero se puso a limpiar un ajustadísimo vestido negro de tubo que le
había robado a una de sus vecinas de
edificio y que, ya empolvado y enmohecido, largos meses había permanecido oculto en un rincón de su
armario. Quiso entonces probárselo, pero algunos resabios de cordu-
ra le impidieron hacerlo a plena luz
del día. De ese modo se encerró en
el clóset, donde pasó un par de horas a oscuras ajustándose el estrecho
vestido lo mejor que pudo y tratando de vencer el bochorno. Cuando
por fin se animó a abrir la puerta,
la súbita exposición a la claridad del
día le lastimó los ojos. Pero esto plugo sobremanera a nuestro empleado
público, pues tuvo la ocurrencia de
que tal dolor era el propio de una
mariposa abandonando la crisálida,
de una criatura saliendo del vientre
materno y viendo por primera vez
la luz del mundo. Sentía, pues, que
había renacido como fémina. Por
lo tanto, corrió a un lado todos los
colgadores de ropa y, sin más reparo, salió del clóset. Se miró en el
espejo y quedó encantada de cuán
joven, esbelta y maja se veía metida en aquel mínimo vestido. Pero
luego quiso ponerse a sí misma un
nombre sensual y evocador, excelso y voluptuoso, uno que dijera su
condición de beldad avasalladora,
de geisha misteriosa cuya sola mirada fulmina, de tigresa insaciable a
cuya hambre de conquista no le basta el mundo entero, y en este pensamiento duró ocho días. Y al cabo se
vino a llamar Alexandra Magnabella, mote de cuya sonoridad y gracia
quedó enamorada en el acto. Puesto
un nombre tan a su gusto, no quiso aguardar más tiempo a poner en
efecto su pensamiento, apretándole
a ello la falta que hacía en el mundo
su tardanza, según eran los admiradores que pensaba fascinar, corazones que romper, deseos que des-
pertar, aplausos que suscitar y miradas que atraer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención
y sin que nadie la viese, una noche
se armó de todo su garbo y preparó su primera salida triunfal: se depiló cejas y piernas, se acomodó los
genitales en el periné, se atavió con
su vestido negro de tubo y se puso
unos zapatos de tacón alto y una peluca de bucles dorados. Entonces terminó de maquillarse, cogió su bolso, vio su imagen una vez más en el
espejo y, luego de tirarle un beso a
la foto de la Dietrich en el ordenador, partió en busca de aventuras.
Una imagen en mil palabras10
Antología
Asociación Cultural Ars Creatio y Ayuntamiento de Torrevieja
España, 2007
Seres de la mitología
posmoderna I
El petrífico fantasma
de los baños públicos
Cuentan Que Cierto Fulano estaba
orinando en un baño público, cuando otro individuo llegó a usar el mingitorio de a la par. El fulano, que según dicen era un hombre de pequeñas proporciones, no pudo evitar la
curiosidad y volteó a ver al recién llegado. Tanto lo que vio como su asombro fueron enormes. El extraño, luego de percatarse de la humillación
que había infligido en nuestro amigo, le preguntó: «¿Sabes quién soy?».
Ante la negativa de su interlocutor, el
extraño se presentó como el diablo.
Después le dijo que podía solucionar
aquel pequeño problema anatómico
si nuestro amigo así lo deseaba. Pero
le advirtió que el aumento de virilidad tendría un precio: mantenerlo
requeriría generosas cantidades de
testosterona, las cuales, por fortuna,
conseguiría únicamente con ver a los
ojos a cuantos hombres pudiera, pues
el solo contacto visual bastaba para
robarles un poco de la ansiada hormona. Y si lograba que algún hombre le viera los genitales, ¡ello aseguraría una doble o triple dosis! El fu-
lano aceptó sin vacilar, por lo que el
diablo cumplió su parte y desapareció. Nuestro amigo quedó tan feliz
que no cupo en sí —ni en sus pantalones, casi literalmente—. Pero el
júbilo duró muy poco. El diablo, que
no por nada es diablo, jamás le dijo
que cada hombre que lo viera a los
ojos o a las partes pudendas, además
de perder testosterona, perdería la
vida. Al instante quedaría convertido
en estatua de piedra. Y así fue como
aquel individuo se quedó sin parientes y amigos en pocos días, pues a
todos los dejó petrificados con su
horrible mirada o tremendo pene.
Desesperado, regresó a aquel baño
con la esperanza de encontrar al diablo y convencerlo de que lo liberara
de tan terrible maldición. Nunca lo
encontró. Pero el desdichado conti-
núa buscándolo hasta el día de hoy
no solo en aquel, sino en todos los
baños públicos del mundo. Con el
pretexto de orinar, se para a la par
de quien esté usando un mingitorio
e intenta verle el rostro para constatar si es el del diablo o no. Y si el incauto voltea a verlo, queda petrificado allí mismo —quién sabe si por
susto o por envidia—. Por eso, lector
del sexo masculino, cuando uses un
urinario de baño público, jamás voltees a ver a quien orina a la par tuya.
No te lleve tu malsana curiosidad a
toparte con el horripilante vampiro
de testosterona de petrífica mirada
que merodea por los baños públicos y, mediante contacto visual con
él, no solo pierdas tu virilidad, sino
también te quedes en estado de perenne parálisis pétrea.
Columna Texto en contexto
Magazine 21
10 de diciembre de 2004
Seres de la mitología
posmoderna II
Bestias del imaginario actual,
sus orígenes y recomendaciones
a la ciudadanía
Vacas, Pollos y cabras sin vida. Los
cuerpos, sin una gota de sangre.
Los órganos internos, como evaporados. En el cuello, tres orificios
equidistantes formando un triángulo perfecto. ¿Y el autor de tan espeluznantes matanzas? Los testimonios de los horrorizados lugareños
coinciden siempre en una misma
descripción: un monstruo gris de
un metro veinte de alto, ojos rojos,
cuerpo de canguro, garras de dinosaurio, olor a azufre y tres colmillos
huecos mediante los cuales succiona
las vísceras de su víctima. La bestia
fue bautizada con el sugestivo nombre de chupacabras. Pero ¿de qué
se trata? ¿De un visitante de otra
galaxia? ¿De un experimento genético? Nada de eso. Recientes investigaciones han aportado evidencias
que aclaran el enigma del misterioso goat sucker. No estamos hablando ni de un extraterrestre ni de un
fantasma, sino —preparaos, perplejos lectores, para conocer la horrible
realidad— se trata de un abstemio de
sexo. Rigurosos experimentos científicos han demostrado que la privación de sexo por períodos muy pro-
longados conduce a las personas no
solo a la neurosis, sino a la demencia misma y, mediante la acumulación de estrés, hormonas y toxinas
en cantidades excesivas, a mutaciones que las transforman en bestias
sanguinarias. De hecho, y a la luz
de los nuevos informes científicos,
se cree que el abominable hombre
de las nieves, el diablo de Jersey y el
monstruo del lago Ness fueron antes hombres y mujeres que no llevaron una vida sexual activa. He aquí,
pues, por qué los medios de comunicación y los sexólogos se han dado
a la tarea de difundir el sano hábito de pensar en sexo todo el tiempo: para que las personas hagan el
amor frecuentemente y se descarguen así de todos esos venenos psíquicos y fisicoquímicos que, de per-
manecer en el organismo, terminarán por convertirlas en monstruos.
Por lo tanto, no escuchéis a esos insidiosos detractores y francos terroristas que critican tan encomiable labor mediática —a la que acusan de
fomentar, según ellos, el hedonismo
y el consumismo—. Ellos no entienden que la constante connotación y
denotación de sexo en el cine, la televisión, los medios escritos y la publicidad obedece a un fin, a una cruzada. No les creáis, pues, y acatad lo
que os prescriben los medios masivos. ¡Pensad siempre en sexo, por todos los cielos! ¡Sexo, sexo, sexo! ¿O
acaso queréis veros convertidos en
psicópatas, antisociales y maleantes,
o, peor aún, en monstruos, ogros,
cucos y demás engendros de vil y
terrible fauna?
Columna Texto en contexto
Magazine 21
14 de noviembre de 2004
Seres de la mitología
posmoderna III
Insólitas criaturas
de la noche
Sabemos Que La Noche es refugio de
bandidos, lunáticos y malandros en
general. Pero ¿son estos los únicos
peligros que la oscuridad les depara a los incautos noctámbulos? Según múltiples testimonios recogidos,
hay una razón para no salir de noche
que, por su carácter paranormal, eriza los pelos, hiela la sangre y rebasa
toda lógica. Si no, que el lector juzgue por sí mismo la insólita historia
de un joven a quien en adelante llamaremos Equis. Equis era un muchacho de clase media de veintitantos años, responsable y trabajador,
ejecutivo de nivel medio en una importante empresa, comprometido
con una muchacha de buenos sentimientos e ilusionado con adquirir
una casita en un suburbio decente,
casarse, formar un hogar y obtener
ascensos en la empresa donde laboraba. Hasta aquí, Equis era un joven
común y corriente. Pero lo que nadie sabía era que, todas las noches
de luna llena, por un extraño artilugio del más allá, nuestro joven dejaba de ser ese buen muchacho que todos conocían y apreciaban: de pronto su voz emitía un grito desgarrador,
su cuerpo convulsionaba frenéticamente, sus rasgos faciales se transfiguraban por completo y el joven terminaba convertido —¡oh cielos, dadme fuerzas para decirlo!— en Andrés
Bello, celebérrimo erudito sudamericano del siglo XIX y académico de
la lengua española. Ya transformado
en el insigne venezolano y vestido a
la usanza decimonónica, Equis merodeaba por la ciudad, se acercaba a
los despreocupados transeúntes y los
atormentaba con sus doctos y eminentes discursos sobre lengua castellana en América, validez lógica y validez gramatical, suficiencia metalingüística del idioma español, etcétera. Y si la víctima hacía uso de barbarismos o incurría en leísmo, dequeísmo y otros vicios del habla, entonces la ira se apoderaba de aquel
ser. Sus ojos se encendían con un
rojo tan aterrador que las víctimas,
presas del pánico, huían despavoridas para despeñarse en precipicios
o morir atropelladas en la vía vehicular. Hasta la fecha, mediante sus intrincadas alocuciones sobre gramática, lengua y temas afines, el joven
Equis convertido en Bello sigue horrorizando y manteniendo en zozobra a los habitantes de las urbes latinoamericanas. Y cualquiera de vosotros puede ser la siguiente víctima
de este monstruo sediento de corrección gramatical. ¿Os atrevéis por tanto a salir de noche y exponeros a la
furia del terrible hombre Andrés Bello? Si optáis por lo opuesto, enhorabuena. Pero si elegís salir, entonces precaveos. Dejad en casa dineros, joyas, objetos de valor y, desde
hoy, también malos usos lingüísticos,
y que el Señor os ampare.
Columna Texto en contexto
Magazine 21
2 de enero de 2005
Seres de la mitología
posmoderna IV
Sobre el origen de los bebés
Decirle A Su Niño que los bebés surgen del interior de un repollo o vienen a bordo de una cigüeña no solo
resulta falso, sino también confuso.
Pero no se piense que la visión del
espermatozoide fecundando el óvulo después del amoroso juego interactivo de papá y mamá le aclarará el panorama. No. El niño simplemente formulará nuevas preguntas
como «¿qué es un espermatozoide?»,
«¿qué es un óvulo?» o «como yo quiero mucho a mi primita, ¿quiere decir eso que vamos a tener un bebé?».
Además, usted arriesga otro factor
esencial en el desarrollo de su hijo:
la imaginación. El hecho de que algo
sea real no es razón válida para sacrificar mitos y fantasías —el mundo no necesariamente será un mejor
lugar sin Santa Claus y sin iraquíes
ocultando armas de destrucción masiva—. Pero entonces, ¿qué decirle
a un niño que pregunta por su origen? Los mitos del repollo y la cigüeña son claramente obsoletos. Y los
niños modernos, cuyo mundo está
signado por el anime y los videojuegos, exigen una explicación más relevante y verosímil. Es por eso que al
impúber no hay que decirle que los
bebés vienen de París vía la cigüeña. Hay que decirle —escuche bien—
que vienen del Japón a través de Internet. «Mirá, mijito», dígale al crío.
«Vos viniste en el documento adjunto de un correo electrónico. Gracias
al amor que tu papá y yo nos profesamos, los hackers, que de todo se
dan cuenta con sus virus, webcams
y programas espías, nos concedieron el deseo de tenerte. Así que te
programaron, te comprimieron en
formato EHB —Encapsulated Human Baby— y te enviaron a nuestra
cuenta de correo». Solo tenga cuidado de no decirle que fue descargado de tal o cual página web porque
puede que el niño se ponga a buscarla y, además de que no la encontrará, se llevará tamaña sorpresa cuando descubra que muchos sitios rela-
cionados con la palabra baby son de
pornografía. Y si pregunta por qué
no tiene ojos rasgados como la mayoría de japoneses, la explicación es
fácil: los personajes de las caricaturas también son japoneses y sin embargo tienen ojos muy occidentales.
¿Y cómo se extrae el bebé del disco duro? Dígale que el archivo con
el bebé comprimido se graba en un
disco compacto y se lleva a la CDB
—Central de Descompresión de Bebés— o algo similar. Lo importante es que su hijo quede satisfecho
y deje de hacer preguntas. Recuerde que cuestionar atenta contra el
confort —a menudo mal entendido
como facilismo— sobre el cual descansa nuestra civilización moderna.
Por consiguiente, desde ya debemos
erradicar ese mal hábito en él. Su felicidad futura lo amerita.
Columna Texto en contexto
Magazine 21
6 de febrero de 2005
Sobre el cuento corto11
que se volvió cuento de nunca acabar
Primero Se Dijo que era el cuento
más corto. Luego, Monterroso mismo se extrañó de tanta alharaca con
eso de que su breve dinosaurio era
cuento cuando en realidad, según él,
era novela. ¿Novela o cuento? El problema rebasa una vez más nuestros
confundidos cánones taxonómicos
y evade toda clasificación satisfactoria. Resulta lógico pensar que El
dinosaurio sea cuento —tesis más
aceptada—, pues su brevedad y énfasis en las acciones de los personajes dan pie a ello. Pero no es error especular que podría ser novela, pues
hay en la obra un complejo desarrollo psicológico de personajes: un dinosaurio empecinado en no extinguirse y un observador desconcertado. Sin embargo, no debemos desdeñar la hipótesis de que se trata de un
ensayo, pues el autor expresa en dicho texto, de manera breve y didáctica, sus pensamientos respecto a la
obsolescencia, el pasado persistente,
etcétera. También resulta imposible
invalidar la hipótesis de que el texto en cuestión sea un poema, pues
hay en él una clara imagen alegórica. No obstante, también es posible
identificarlo con un aforismo por su
ingenio, concisión y tono sentencioso. Y no es descabellado pensar que
podría tratarse de una tragedia: hay
en la obra un virtuoso protagonista
que despierta —despertar es siempre una virtud heroica— y un trágico desenlace —el dinosaurio sigue
allí—. Pero aún no agotamos las posibilidades. Como sabemos, no hubo
seres humanos en la era de los dinosaurios. Esto nos lleva a descubrir un
claro elemento mítico en el escrito,
razón que nos hace pensar que tal
vez se trate de una antiquísima tradición oral. Pero las dataciones de fósiles siempre encierran algún margen de error. Es posible, pues, que
los primeros homínidos hayan visto dinosaurios al despertar cada mañana en un acto por demás cotidia-
no, lo que nos hace pensar que a lo
mejor el escrito es un cuadro de costumbres. Y hay razones más que obvias para creer que El dinosaurio, de
Tito Monterroso, puede ser romance, cantar de gesta, poema místico,
epigrama amoroso, eslogan publicitario, discurso motivacional, memoria de labores, instrucciones de uso
de algún dispositivo, mapa en clave
de un tesoro perdido… En fin, estamos ante una obra de siete palabras que han generado mil lecturas.
¿Podrá resolverse la cuestión algún
día? El beneficio de la duda a los incansables estudiosos. A fin de cuentas, el problema es retórico; las opciones, infinitas; el empeño de clasificar, jurásico y persistente como
el dinosaurio; y la vida, breve como
cuento de Monterroso.
Columna Texto en contexto
Magazine 21
18 de abril de 2004
Un cuento de caballería
de la posmodernidad
No Ha Mucho, por una pradera cabalgaban el Tío Sam de la Mancha y
su fiel escudero Occidente, sobre su
flaco rocín el primero, sobre su craso jumento el postrero, cuando en el
vasto descampado fueron a dar con
muchos y tamaños molinos de viento. «La aventura guía nuestros pasos,
Occidente amigo», dijo el Tío. «¿Ves
aquellos horribles y descomunales
osos de Medio Oriente; comunistas, musulmanes y terroristas a todas luces? He de batirme en duelo con ellos y vencer, todo para servicio de mi dama Libertad y eterno
fulgor de la llama que arde en su an-
torcha». «Mire su merced», respondió
el escudero, «que aquellos que tiene
por monstruos no son sino molinos
de viento, y estas que tiene por palabras cuerdas no son sino disparates: el oso, de tierra fría, difícilmente
prospera en los suelos cálidos y desérticos de Arabia; semítico y terrorista no son adjetivos que deban calificar a una misma persona; y la enseñanza de Mahoma no es afín a la
de Marx». Pero el Tío, sordo a las objeciones de su escudero, puso lanza
en ristre, dio espuelas al rocín y partió con toda intención de acometer.
«Non fuyades, enemigos de la liber-
tad y la democracia», vociferó. «Voto
al cielo que hoy vuestra guerra fría
os la hago caliente». Pero había mucho viento y las aspas de los molinos
giraban con rapidez y fuerza endemoniadas. El caballero, sin dejar de
proferir desatinos e insultos políticamente incorrectos, cabalgó hasta un molino y atinó a clavar la punta de su lanza en uno de los brazos
del aspa. Pero esta, con su giro vertiginoso, levantó al Tío de su caballo,
lo hizo dar tres o cuatro vueltas en
el aire y lo lanzó al cielo. Allá volaba
el caballero de la triste figura, directo a las alturas, cuando se le atravesó un avión secuestrado por auténticos miembros de un grupo islámico radical. El ingenioso hidalgo fue a
dar de bruces contra el fuselaje con
tal fuerza que la nave se desvió de
su curso inicial, enfiló a Nueva York
y colisionó, el día onceno de un mes
noveno, para horror de miles de observadores, contra una de las torres
gemelas del World Trade Center. No
tardaron otros aviones en seguir el
ejemplo del primero y colisionar con
otros blancos de la periferia, suceso
por el cual veríamos luego dos guerras e inestabilidad mundial. Y aunque tan particular aventura tuvo mal
desenlace, no por ello despreciéis la
bizarría de nuestro caballero y la fuerza de su brazo. No olvidéis que algunos quijotes, en esas cuitas de enderezar tuertos y desfacer agravios, a veces resultan —seguro que por obra
de algún encantador— agravando lo
leve y torciendo lo derecho.
Columna Texto en contexto
Magazine 21
5 de septiembre de 2004
Sobre la polarización
ideológica
Así, vida, le divide la divisa.
Instrucciones de cacería
Aparta lámina y animal atrapa.
Sobre las relaciones
por interés
La tipa caza capital.
Sobre madamas que exhortan
a sexoservidoras con problemas de sobrepeso
a consumir estupefacientes
¡A drogar, Ema, ramera gorda!
Sobre obsequios de índole ornitológica
provenientes de una religiosa
Oíd: el albatros sor Tabla le dio.
Sobre la distribución equitativa
del botín entre piratas
Al reparto otra perla.
Otra perla al reparto.
Sobre subordinados imprescindibles
O lo trabaja Bartolo o lo trabaja Bartolo.
Sobre la necesidad de joven turista guatemalteco
en Inglaterra de reivindicar los propios
conocimientos geográficos de la región ante lugareño
de tercera edad que, a su vez, insiste en que
el joven se encuentra perdido
¡Nel13! A su Támesis reconocer sí sé, Matusalén.
Sobre los naturales defectos de ciertos colores y letras
Añil asedia, la «I» desaliña.
Sobre obras
literarias pretenciosas
Ralo volumen emuló volar.
Sobre el hurto
de medios publicitarios
Allá va la valla.
Sobre los malentendidos generados
por problemas de audición
¿Oí «lujos» o «Julio»?
Sobre la necesidad de atribuirle
nacionalidad centroamericana
a determinados alimentos de origen celestial
A maná pedido, di: «De Panamá».
Sobre las exigencias impositivas
del príncipe de las tinieblas
A Satanás dad sana tasa.
Sobre jornadas de vacunación masiva
La purga grupal.
Sobre maridos necesitados
de reconstituyentes de la potencia sexual
¡La tiramos, palo! ¡Colapso marital!
Sobre las dramáticas carencias afectivas
de quienes no tienen madre
A la madre imitará para ti, mierda mala.
Sobre la ampliación correlativa
Añádela a la aledaña.
Sobre lo deleitoso que resulta añadir
ciertos entremeses a banquetes de cocina iraní
¿Haba, Baksís? Añádela a la aledaña sis kabab. ¡Ah!
Sobre la apremiante necesidad de que ciertas ciudades
asiáticas licencien el uso de dispositivos automotores
para que algunos empleados del sector alimentario
puedan resolver sus conflictos existenciales
—palindroma-ensayo que también puede servir
como código secreto entre espías—
Hanói, si cede motor, ese mesero tome decisión. ¡Ah!
Sobre líderes religiosos amantes del buen comer
A ti, rabísimo, mi sibarita.
Sobre personas de diferente sexo
y ocupación exhortadas a poner dispositivos
audiovisuales en movimiento giratorio
¡Ani! ¡Cobrador! ¡A rodar bocina!
Sobre la diferencia entre conocer
de literatura y crear literatura
¡Sam Ord ni la pasa! ¡Con reconocer no casa palindromas!
Sobre la necesidad de mantener relaciones
diplomáticas sinceras con país del Lejano Oriente
No pajas a Japón.
Sobre la afición de ciertas personas
a tener relaciones sexuales con guías de turismo
La Kity ama cama y Tikal.
Sobre el efecto estético
del ornato citadino
Bella calle «B».
Sobre lo desconcertante que resulta inquirir
por exenciones tributarias a dispositivos electrónicos
de tecnología reciente en ciudad del antiguo Egipto
Ya sé si Luxor exime mi Xerox, Ulises. ¡Ay!
Sobre la necesidad de vocales
más reales y significativas
La «U», trivial. La «I», virtual.
Sobre el temperamento
de ciertas consonantes
Pacífica «P».
La cínica «L».
Sobre la necesidad de abrigo de ciertas ciudades
de reconocido clima caluroso
Dad gabán a Bagdad.
Sobre la obvia y lógica disyuntiva entre bebidas
alcohólicas y zapatos deportivos a la hora de ofrecer
presentes a mujer de origen anglosajón
¿Te doy Reebok o beer, Yodet?
Sobre lo heroico que resulta poder identificar
determinadas ubicaciones geográficas
Dice U. que reconoce Reu14. ¡Qué cid!
Sobre dedicatorias literarias
a mujeres de armas tomar
A la renegada generala.
Sobre personas de tendencia ideológica
de izquierda que aman una buena lectura durante
un viaje en avión
Red aero-reader.
Sobre el carácter punitivo que en ocasiones
pueden adquirir las relaciones sexuales
Sex: all axes!
Diálogo parco entre matones de la mafia
−Did it? −I did!
Sobre la mala costumbre de ciertas letras
de cobijarse al abrigo de frutas de posible credo
ideológico de izquierda
«T» under red nut.
Sobre poderes decadentes
Drowsy sword.
Sobre instructores asiáticos de artes marciales
exhortados a interpretar ritmos afroamericanos
de mediados del siglo XX
Po, bebop!
Sobre la imperiosa necesidad de especificar
algunos tipos de tejido sintético
No, Lynn! Nylon!
Sobre mujeres anglosajonas excepcionales
Elba Kramer’s remarkable.
Sobre el poderío tecnológico de los países
desarrollados del Norte —palindroma-ensayo
que también puede servir como nombre
para corporación multinacional dedicada a la
investigación y al desarrollo de la robótica—
Sci-North-Tronics.
Sobre hombres concupiscentes
en aprietos con sus cónyuges
Deny gross orgy, Ned.
Sobre expresiones coartadas
Drown word.
Sobre deidades poco aplicadas
en sus clases de idioma
Do Grammar, god!
Sobre los comentarios ácidos y corrosivos
de algunos críticos que infaman a determinados
escritores por publicar palindromas imperfectos
¡O, crítico cítrico!
(Lástima que no sale el palindroma).
El as que se convirtió
en el rey de la partida
La Partida estaba confusa, pues hacía falta una carta. Pero entonces alguien sacó
el as que tenía bajo la manga y así se pusieron todas las cartas sobre la mesa.
El conejo que tomó Viagra
Cierto Conejo deambulaba cabizbajo
por su vergel, pues acababa de descubrir que padecía de disfunción eréctil. Se decidió entonces a usar un reconstituyente de la potencia sexual.
Compró un frasco de pastillas y resolvió probarlas esa misma noche
con su compañera. Todo lo hizo de
acuerdo con lo planeado y los resultados fueron espectaculares. Aquella noche hizo el amor con su coneja tres o cuatro veces hasta que des-
falleció. Pero al cabo de una media
hora despertó con apetito de placeres carnales aún, por lo que se fue
a buscar a la vecina, con quien tuvo
sexo hasta el amanecer. Y como la
potencia no menguaba, se puso a tener relaciones sexuales con todas las
conejas del prado, que pronto quedó
convertido en un auténtico jardín de
las delicias. Para su asombro, todas
quedaban complacidas. «Qué pastillas tan maravillosas», dijo entonces
el conejo, que no paraba de ingerirlas y coger. Pero muy pronto sucedió
lo inexorable. Todas aquellas conejas, preñadas por tanto sexo sin protección, comenzaron a parir. Miles
y miles de nuevos conejitos abarrotaron pronto el prado y empezaron
a comerse todo a su paso. Legiones
de dientecitos devoraban la vegetación y sus frutos en un furor alimenticio sin precedentes y en un santiamén devastaron aquel campo en su
totalidad. Sobrevino así el hambre
y la crisis. Y ante la mirada estupefacta del conejo, sus descendientes
se violentaron unos contra otros y
comenzaron a despedazarse a mordidas y a devorarse entre sí. Nuestro conejo, que ahora se sentía impotente frente a aquel macabro es-
pectáculo, solo observó con horror
cómo uno de sus hambrientos engendros se le acercaba, le lanzaba una
mirada endemoniada y le decía, con
voz de ultratumba: «Tengo hambre,
papá. Tengo hambre. Dame de comer», para luego arrojarse contra él
con las fauces abiertas y comenzar
a devorarlo. «No, no», gritó el conejo, que en ese mismo instante despertó. Se dio cuenta de que estaba
en la cama con su compañera y de
que todo había sido una horrible pesadilla. Cuando al fin se repuso del
sobresalto, vio que su miembro continuaba erecto y que su apetito sexual no mermaba. Pensó entonces
en hacerle el amor a su compañera,
pero se acordó del sueño y optó mejor por la masturbación.
El delfín que se infiltró
en los archivos secretos de la CIA
Cierto Delfín hacker estaba nadando en el mar informático de la Web,
cuando burló el sistema de seguridad de un famoso servicio de inteligencia. Consiguió acceder a la
computadora central de la institución, tomó el control de un satélite espía y comenzó a escudriñar el
orbe desde la pantalla de su monitor. Hizo innumerables visitas virtuales a los siete continentes y a
los siete mares y se enteró de los
secretos grandes y pequeños de
medio mundo. Pero entonces decidió dar un paseo por su vecindario acuático. Divisó la región marítima en la que habitaba y comenzó
a hacer zum y más zum hasta que
reconoció las aguas, bancos y corales de su barrio. Siguió haciendo
zum y llegó a su propia casa. La curiosidad lo motivó a seguir haciendo acercamientos de cámara hasta
que vio su propio cuarto, luego su
propio escritorio y, finalmente, su
propia imagen. Allí estaba entonces el delfín, en la pantalla del monitor, como si esta se hubiese convertido en un espejo. «Pero ¿será
posible que ese sea yo?», dijo nuestro amigo cuando se dio cuenta de
que el delfín en la pantalla, su imagen, tenía una marca roja en forma de equis en uno de sus costados. Posó la vista inmediatamente
en su propio costado y, para su ho-
rror, allí estaba la equis roja, dibujada en su piel con tinta indeleble a
prueba de agua. «¿Qué es esto? ¿Qué
está pasando aquí?», se preguntó entonces, presa del terror. El cetáceo
ya era consciente de sí mismo y de
su propio Truman Show, pero no
de que participaba en un experimento científico realizado por humanos para determinar la capacidad de autorreconocimiento de algunos animales acuáticos.
El imán que dejó
de ser atractivo
Había Una Vez un imán que estaba
muy triste porque las guapas piezas
de metal a su alrededor ya no se sentían atraídas a él. Y a causa de tanto
rechazo estaba comenzando a sentirse feo. Se sumió entonces en una
depresión profunda y, desesperado,
cometió la terrible equivocación de
creer que su falta de magnetismo se
debía a su apariencia externa. Deci-
dió entonces someterse a una cirugía plástica para reconstruir su imagen. Muy pronto quedó transformado en un vistoso imán de refrigerador, cuyo colorido llamaba la atención y era el deleite de quien lo admiraba. Pero el cambio de imagen
resultó efectivo y contraproducente a la vez: el imán, que solo quería
recuperar la confianza en sí mismo,
resultó yéndose al extremo del polo
y convirtiéndose en un engreído de
mierda. Ahora era increíblemente
atractivo, pero también insufriblemente narcisista, por lo que repelía a todos con su egolatría y vanidad. Sin embargo, todo esto lo tuvo
sin cuidado. Cierto día se topó con
un espejo imantado, se vio en él y,
tan enamorado de sí mismo como
estaba, se sintió fatalmente atraído
a su propia imagen. Se adhirió entonces al espejo y se quedó atascado allí por el resto de su existencia.
El insecto que tenía un optimismo
del tamaño de un elefante
«¡L a Vida es una mierda!», gritaba una mosca embargada por la felicidad.
El león que sí era
como lo pintaban
Lo Pintaban como perro, meneaba
la cola. Lo pintaban como mono, se
desvivía en monerías. Lo pintaban
como cordero, se hacía el inocente. Lo pintaban como lobo, perseguía caperucitas. Lo pintaban como
león, se decía auténtico. Lo pintaban como camaleón, se decía polifacético. Lo pintaban como pájaro, se sentía en las nubes. Lo pintaban como cucaracha, todo mundo se paraba en él.
El libro que fue juzgado
por su portada
«Soy Inocente», dijo aquella novela policíaca titulada ¡Culpable!, pero el jurado no le creyó y la halló culpable.
El original descubrimiento
del agua azucarada —y los mil y un
originales descubrimientos
del agua azucarada que le siguieron—
Hubo Una Vez un fulano que, deseoso de ganar notoriedad y fama en
su pueblo, vino y descubrió el agua
azucarada. La dio a probar a familiares, amigos y demás habitantes del
pueblo. Toda la gente, cansada ya
del agua insabora, inodora e incolora, fue de la opinión de que el agua
azucarada sabía muy bien —téngase
en cuenta que aquella era realmente la primera vez que se descubría—.
Así que el fulano causó sensación,
logró la notoriedad que buscaba y
en poco tiempo fue alabado y querido y respetado y todo eso. Pero
aquel hombre no era el único que
ansiaba notoriedad y fama. No tardó, pues, en aparecer un segundo,
tercero, cuarto, enésimo fulano en
venir, aplicar la estrategia del primero y descubrir otra vez el agua
azucarada. Se desató una fiebre de
descubridores del vital líquido endulzado. Sin embargo, ninguno lo-
gró el impacto que había causado
el primero. Por tanto, los posteriores descubridores no tuvieron más
remedio que irse de aquel pueblo y
probar suerte en otros lugares. Así
fue como se propagó por todos los
pueblos del mundo la manía esa de
andar descubriendo el agua azucarada. Pero no tardó la humanidad
en hartarse del agua endulzada y
de las pretensiones de originalidad
de sus presuntos descubridores. Así
que estos muy pronto encontraron
detractores que advertían a los demás del engaño. «No le hagan caso
a ese», decían. «Está descubriendo el
agua azucarada». Y la gente se daba
la vuelta y se marchaba. No obstante, como las ansias de notoriedad
eran muchas y los escrúpulos pocos, los descubridores del agua azucarada se las ingeniaron para ganar
notoriedad y fama y ser alabados y
queridos y respetados y todo eso.
Vertieron el agua azucarada en una
olla, le agregaron masa de haba, plátano, maíz o algún otro menjurje y
la pusieron a hervir. Luego dejaron
que se enfriara un poco, se embarraron la yema del índice de tal preparado y, desde entonces, dan atole con el dedo.
El trece que quiso
sacarse la lotería
Había Una Vez un trece que ya estaba harto de que todos lo asociaran con la mala suerte, por lo que
decidió un buen día sacarse la lotería. Se puso entonces a comprar
billetes enteros. Todos los fines de
semana leía sin falta los listados de
premios en los diarios, pero nunca
le pegaba a ninguno. «No seas necio», le decían los demás números.
«Eres de mal agüero y dondequie-
ra que estés únicamente habrá infortunios y tragedias. Convéncete
de ello. Si no, date cuenta de cómo
a muchos edificios, por ejemplo,
no les asignan nivel decimotercero —sobre todo en sociedades del
primer mundo, presuntamente las
más desarrolladas y menos supersticiosas—. ¿No te das cuenta? No insistas». Pero con comentarios como
este solamente conseguían que el
trece se obstinara más en su empresa. Nuestro número seguía comprando billetes, pero nunca tenía suerte.
Llegó a desesperarse tanto que comenzó a buscar la ayuda de amuletos como patas de conejo, herraduras de caballo, cabezas de ajo y lociones de Ven a Mí, pero ni así lo lograba. Y hasta fue con brujos para
que le hicieran curas y chilqueadas,
pero así solo consiguió endeudarse
y quedarse sin dinero para comprar
más números de la lotería. De ese
modo, nuestro desventurado trece
ya no tuvo más opción que buscar
trabajo. Por alguna razón que nadie
se explica, fue contratado por una
compañía de seguros. El trece aprovechó la oportunidad y trabajó duro.
Pronto se hizo de muchos clientes
y mucho dinero. Tanto así que hasta renunció y fundó su propia aseguradora, con la que además le fue
muy bien. Y ahora que es muy importante, los demás números le dicen «don Trece». Por supuesto que
olvidó el asunto aquel de la lotería,
pues ahora cree en el esfuerzo personal, el trabajo duro, la competitividad y esas cosas. Y cada vez que
alguien viene a hablarle de buena o
mala suerte, nuestro trece solo se ríe.
El vampiro que se volvió escritor
Hubo Una Vez un joven vampiro que
se apasionó por las letras. En lugar
de salir por las noches a cazar sangre
humana, como todos los de su especie, se quedaba encerrado en su cripta escribiendo. Pero así como muchos
escritores humanos encuentran más
inspiradora la noche, nuestro vampiro
descubrió que el día era el momento
más propicio para su labor literaria.
De ese modo, se desvelaba trabajando hasta muy entrada la mañana, si
no es que pasaba del mediodía y seguía de largo hasta el atardecer. Muy
pronto, y ante la preocupación de sus
más allegados, el vampiro escritor terminó durmiendo de noche y trabajando de día, con lo que también empezó a desarrollar un retorcido y malsano gusto por la claridad diurna. Su
fascinación por lo prohibido lo llevó
incluso a rechazar lo gótico, macabro
y oscuro, tan vital para los vampiros,
para luego abrazar una morbosa afi-
ción por el estilo feliz, humano, diáfano y cálido, que se marcaba muy notoriamente en sus escritos. Dicen que
hasta llegó a profesar un amor tierno
y desinteresado por la humanidad y
que lloraba al ver una flor o la sonrisa de un niño. Pero lo más alarmante es que desarrolló una fuerte adicción a la luz solar. Por supuesto que
dicha luz es letal para cualquier vampiro. Sin embargo se sabe que los rayos de sol, en cantidades mínimas y
controladas, generan estados alterados de conciencia en aquellos seres,
por lo que resultan un alucinógeno
natural para ellos. El asunto es que
el vampiro escritor terminó convertido en un ser diámbulo y helioadicto: dormía de noche, se inyectaba luz
diurna en las venas y escribía de día.
Cuentan que murió de una sobredosis de sol y que se convirtió en una leyenda entre sus congéneres, en una
suerte de poeta maldito.
La berenjena que se creía huevo
Quizá Por Tomarse demasiado en serio su nombre en inglés, una joven
berenjena creía con todo su ser que
era un huevo y que en su interior
se gestaba un ave voladora. Cometió la imprudencia de contarle esto
a medio huerto. Sus amigos se rieron. Su novia le dijo que madurara. Su párroco le dijo que dejara de
creerse tan especial, pues con ello
incurría en soberbia, y que buscara que hacer para mantener ocupada la mente, pues la pereza también era pecado capital. Su psiquiatra le dijo que esos pensamientos
eran producto de un conflicto irresoluto de sus días de semilla, que
tendría que medicarla, que toma-
ra las cosas con calma y que fueran un paso a la vez. La confundida verdura comenzó con su tratamiento y poco a poco se fue convenciendo de que era una berenjena
común y corriente. Pero una mañana, justo al levantarse, vio una fisura en su cáscara. La berenjena solo
observó con espanto cómo la grieta
se abría más y más y cómo de esta
emergía un ala emplumada. La pobre se asustó tanto que allí mismo
se tomó una doble dosis de su medicamento, cerró los ojos e imploró al cielo que al abrirlos ya hubiesen desaparecido el ala y la fisura y
que todo aquello no hubiese sido
más que una alucinación.
La Coca-Cola que quiso ser
la última del estadio
En Todo Aquel coliseo deportivo
solo había un dispensador de gaseosas en lata. Y en ese dispensador vivía una Coca-Cola que tenía sed de
popularidad. Quería que todos los
visitantes del estadio se fijaran únicamente en ella. Pero pronto se dio
cuenta de que no estaba sola en la
máquina. Junto a ella había por lo
menos un par de docenas de enlatadas igualitas. Determinó entonces
eliminar a la competencia y convertirse en la última Coca-Cola del estadio. Para ello se valió de tácticas
arteras y despreciables. A esta lata
le metió zancadilla. A aquella otra
le puso cascarita. A unas las empujó para que cayeran al suelo, se lastimaran y fueran retiradas del dispensador. A otras las agitó para que
explotaran. En fin, en poco tiempo
las eliminó a todas y logró así su
maquiavélico objetivo: tras el vidrio
protector quedó únicamente nuestra Coca-Cola y su apetitoso envase rojo bañado en helada escarcha,
que brillaba en todo el dispensador
cual oasis en el desierto. «Qué deseada voy a ser. Todos van a tener
sed de mí. Soy la última Coca-Cola del estadio», se decía a sí misma
la carbonatada en lata con regocijo
incontenible. Pero entonces hubo
un partido importante y el estadio se llenó a reventar. Muy pronto
les dio sed a los visitantes y fueron
por una bebida. Cuál fue la sorpresa de nuestra Coca-Cola cuando vio
que todos pasaban de largo, pues al
otro lado del pasillo había un nuevo y flamante dispensador de cervezas frías en lata. La Coca-Cola observó esto con amargura y se quedó
allí, despreciada y triste, pero sobre
todo sola. No había en todo el dispensador una amiga con quien desahogar su dolor y enjugar sus lágrimas, pues a todas las había hecho
lata. La susodicha tuvo que soportar
el resto de su vida útil en la más abyecta soledad. Y cuando alcanzó la
fecha de vencimiento, simplemente
fue retirada del dispensador y arrojada al bote de basura.
La fábula que no tenía moraleja
Cierta Fábula estaba preocupada
porque no conseguía dejar una moraleja. Le pidió ayuda a su fabulista, pero este atravesaba por un
fuerte bloqueo literario. Buscó inspiración en densos tratados de ética y filosofía, pero se metió demasiada teoría en la cabeza y terminó más confundida. Por último se
puso a releer a Esopo, La Fontaine,
Samaniego y demás clásicos, y por
fin se dio cuenta de que no había
nada más aleccionador que el defecto. Comprendió que dejar moralejas era cuestión de algún burro
que hiciera burradas, de algún zorro que fuera un zorro o de alguna
liebre que se durmiera en sus laureles. Decidió entonces ser imperfecta. Se puso a cometer errores, a
meter la pata a granel, y así consiguió dejar muchas moralejas.
La fresa que quiso
ser «underground»
Érase Una Vez una fresa adolescente tan trivial que escuchaba la música de moda, leía las revistas de chismes de los famosos y se iba de shopping los fines de semana con otras
fresas de su edad. Todo era color de
rosa en su vida hasta que un día se
le atravesó un limón que empezó a
molestarla, a decirle cosas y a proponerle indecencias. La fresa se asustaba al principio. Luego fingía indiferencia. Pero el limón era ingenioso y siempre lograba sacarle sonrisas. Pasaba que, muy en el fondo,
la fresa sentía una gran admiración
—muy cercana a la atracción— por
aquel limón irreverente e impulsivo,
que además era artista, oía música
alternativa, anhelaba andar de mochilero por el mundo, había probado uno que otro alucinógeno, tenía
una banda de música ska y manejaba
una Harley. Pero aquel sentimiento
quedó oficialmente definido como
atracción el día que el limón, imitando a Jim Morrison, se metió por la
ventana al cuarto de ella, la vio fijamente a las pepitas y le dijo: «Tú vas
a ser mi chica». Comenzaron a salir.
El limón, que era bien ácido, se la
llevaba a fiestas clandestinas. Nuestra fresita muy pronto dejó el mainstream y empezó a escuchar música
underground, a fumar marihuana y
a hacerse tatuajes. Después ya sacaba
el carro a escondidas de sus papás,
les contestaba mal a estos y se enmotelaba con su novio. Durante algún tiempo fue alegre toda esta vida
de inconsciencia y libertinaje, pero
entonces la fresa comenzó a hastiarse de todo y a preguntarse si no había algo más. Fue así como una noche, durante un rave, nuestra fresa
conoció a un extraño kiwi quien, al
estilo de aquel iluminado de la matriz, la llevó a un lugar solitario y le
ofreció la verdad que tanto anhelaba. Le mostró dos píldoras: una azul
y una roja. Le explicó que la azul la
haría regresar a su mundo de fantasía frívola, mientras que la roja le
abriría los ojos a la realidad. Luego
le pidió que escogiera una. La fresa
naturalmente eligió la píldora roja
—tal vez porque la sintió más afín
a ella por ser del mismo color—, la
ingirió y descubrió que todo lo que
había vivido hasta ahora había sido
un sueño: que ella y las demás frutas, incluido su limón, en realidad
vivían apiladas en uno de los compartimentos de la refrigeradora de
una casa y que el destino final de todas era ser consumidas por los humanos que allí vivían. Por supuesto
que este conocimiento fue perturbador, pero después la fresa se enteró de que había maneras de escapar
del refrigerador y librarse de aquel
fatídico desenlace. De lo que nunca podría escapar, eso sí, era de su
calidad de fruta perecedera. Y todo
esto la hizo madurar. Desde aquel
instante, nuestra pequeña fruta comenzó a militar en el Frente Unido
para la Liberación de las Hortalizas
Domésticas, pero sobre todo se aferró a la vida y tomó esta más en serio. Todo lo vio diferente en su en-
torno y, de esa cuenta, comenzó a
ver a su limón como un niño insolente, rebelde sin causa, que solo
quería llamar la atención y llevarles
la contraria a las frutas adultas. Sin
más ni más cortó la relación y, gracias a la conciencia adquirida, supo
desconfiar de cierto banano que un
día llegó a tratar de enamorarla e invitarla a un brunch. La fresa intuyó
malas intenciones y se negó. Menos
mal porque el banano, que era un
espía de los humanos, quería llevarla directo al plato de un morador de
aquella casa: cierto joven influenciado por la publicidad gringa que un
día decidió probar los Corn Flakes
con fresas en lugar de banano. De
la que se salvó nuestra fresa por dejar de ser fresa, ¿verdad?
La hiena que tomaba Prozac
Había Una Vez una hiena que, por
culpa de una severa depresión, había
perdido la sonrisa que tanto la caracterizaba. Comenzó entonces a tomar
antidepresivos y, cuando vino a sentir, en su rostro brillaba una vez más
una sonrisa de oreja a oreja. Pero había un pequeño problema: su nueva
sonrisa no era más que un gesto superficial. En el fondo nuestra carroñera amiga era un ser abatido por la
tristeza y la desolación. Acudió entonces a la literatura de autoayuda y
a una que otra religión de la nueva
era en busca de consuelo, pero nada
parecía aliviar su dolor. No obstante,
cierta mañana en que estaba a punto
de deprimirse y no encontraba por
ningún lado sus pastillas, la hiena por
fin se dio cuenta de que toda su infelicidad radicaba en su terror a ser
infeliz. «¿Cómo?», se dijo a sí misma
en un momento de insight. «¿Perdí
mi sonrisa por miedo a perder mi
sonrisa?». La hiena estalló en sonora carcajada y se hizo la promesa de
no volver a deprimirse por francas
estupideces.
La manzana que estudió semiótica
Érase Una Vez una manzana que
encontró interesante eso de ser el
símbolo de la tentación, el pecado,
la sensualidad y otros conceptos
relacionados. Así que empezó a investigar acerca de los simbolismos
y las connotaciones y convirtió en
su pasión el desentrañar los misterios de la comunicación, la semiótica y la lingüística. Muy pronto aquella afición se extendió a cálculo proposicional, lógica, sistemas de numeración binaria, cibernética, pro-
gramas, autómatas, etcétera. Cuando vino a sentir, ya estaba inscrita
en la Universidad de los Vegetales
y de la noche a la mañana se estaba graduando con honores de doctora en Semiótica. Ya con su título y
sus conocimientos, la manzana empezó a comprender por qué simbolizaba seducción y lascivia para los
seres humanos y cómo todo había
comenzado con Adán y Eva, la fruta prohibida y demás. Pero lo irónico del asunto es que, pese a que
nuestra fruta ya comprendía su naturaleza y este conocimiento la hacía
muy poderosa, ella misma no pudo
evitar la tentación de ser mordida
—quiero decir literalmente mordida, no sobornada, si bien la confusión es lógica y aceptable— por un
brillante hombre de negocios que
sin más ni más se la ganó para siempre. Y no podía ser de otro modo. El
hombre de negocios era nada más y
nada menos que Steve Jobs, cofundador de Apple Macintosh, marca
de la cual nuestra manzana mordida se convirtió en logotipo y, después, en el icono de una de las revoluciones más importantes de la
era de la informática con los lemas
aquellos del «power to be your best»
y el «think different», tan tentadores como la manzana misma para
el consumidor objetivo.
La página web poco interactiva
Había Una Vez una página web tan,
pero tan tímida que se asustaba solo
de pensar en salir al encuentro del
navegante de Internet e interactuar
con él. Se horrorizaba cada vez que
alguien tecleaba su URL y oprimía enter. La pobre página web comenzaba
a sudar y a comerse las uñas. Siempre buscaba pretextos para no verse
con el usuario, pero nunca halló otro
más eficaz y valedero que el viejo truco de no aparecerse y desplegar, en
su lugar, el maldito rótulo ese de «site
under construction».
La pera que estaba en boca de todos
A L a Pobre Pera le ardían las orejas,
pues un grupo de humanos hablaba
pestes de ella. Que esa pera tal por
cual. Que qué se cree. Que quién
le dijo que era tan apetecida. Que
su color tan ordinario aquí. Que su
sabor tan desabrido allá. «Por qué
me odiarán tanto», se preguntaba
la pera, que no paraba de llorar.
«Qué les habré hecho yo de malo».
Primero pensó que tal vez ella era
la amarga, pero averiguó por fuen-
tes fiables que la pera es una fruta
dulce y jugosa, muy apetecida por
su alto valor nutricional y exquisito
sabor. Conjeturó entonces que a lo
mejor su sufrimiento era producto
del karma, pues una leyenda familiar contaba que la fruta mordida por
Adán y Eva no había sido una manzana, sino una pera, que además resultaba ser su tataratataratatarabuela. Pensaba, pues, que tal vez por eso
la odiaban tanto: porque gracias a
su pariente la humanidad había sido
desterrada a este valle de lágrimas.
Pero no. Descubrió que los seres humanos no veían como fruta prohibida a la pera, sino a la manzana, que
era tan apreciada y consumida a pesar de ello. Finalmente se le ocurrió
que a lo mejor el problema no era
ella, sino aquellos hombres y mujeres que tanto hablaban de ella. Se
puso a hacer averiguaciones y, para
su sorpresa, descubrió que esta era
la hipótesis correcta. Resulta que
todos aquellos habladores estaban
tan obsesionados con lucir una figura esbelta que se habían sometido a dietas tan irracionales como rigurosas. Por tal razón tenían hambre y, como no podían degustar la
pera, la habían agarrado contra ella.
«Retahíla de anoréxicos», dijo entonces la pera. «Como no pueden morderme ni saborearme, pues usan la
boca para pelarme. Con qué razón
dicen que quien habla de la pera comérsela quiere».
Disertaciones tangenciales
(1) En Guatemala, variación coloquial de zocado: borracho, ebrio —teniendo en
cuenta que la zeta se pronuncia igual que la ese en América—.
(2) Soneto escrito por diciembre de 1999.
(3) Lamento informar que el texto referido por este título se hallaba almacenado
en una memoria portátil que resultó infectada por un virus, de manera que el
archivo se dañó irremediablemente y, por lo tanto, ya no pudo ser incluido en
esta obra. Mis más sinceras disculpas.
(4) Inspirado en el cuento El sur, de Edy Behar.
(5) Referencia a la película de ciencia ficción Blade Runner, de Ridley Scott, basada en la novela Do Androids Dream of Electric Sheep? (¿Sueñan los androides
con ovejas eléctricas?), de Philip K. Dick. Aunque con sus obvias diferencias,
tanto la novela como la película ofrecen una reflexión sobre la posible humanidad de los androides autoconscientes y sensibles.
(6) Alusión al expresidente de facto Efraín Ríos Montt, también pastor evangélico.
(7) Referencia a la película Apocalypse Now (1979), de Francis Ford Coppola.
(8) Tragedia acaecida el 22 de febrero de 2007 en dicho barrio, zona 6 de la capital
de Guatemala, cuando el suelo colapsó por defectos de la infraestructura sub-
terránea de drenajes, lo que produjo un agujero de cincuenta metros de diámetro por sesenta de profundidad y provocó la destrucción de algunas viviendas y la muerte de varias personas.
(9) Alusión a los restaurantes McDonald’s de Guatemala, que en su mayoría cuentan, en la entrada, con una réplica de fibra de vidrio del payaso Ronald McDonald en tamaño natural, sentado en una banca de madera. La historia aquí narrada fue muy popular aproximadamente entre los años 2002 y 2004, cuando
los habitantes de Antigua Guatemala la contaban como realmente acaecida
en el restaurante de esa ciudad.
(10) Esta antología recopila una serie de textos cuyo objetivo era, literalmente, reproducir una imagen —fotográfica— en mil palabras. De ese modo, las palabras que componen esta narración, incluidas las del título, suman exactamente el millar y están inspiradas en una fotografía del artista español Justo Gil.
(11) El dinosaurio, de Augusto Monterroso, considerado por muchos como el cuento más corto en la historia de la literatura. El cuento completo dice: «Cuando
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí».
(12) El término registrado en el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española es «palíndromo». Sin embargo, «palindroma» —sustantivo masculino—
también es usual y es el nombre con que yo, particularmente, conocí este subgénero literario. Se trata de una palabra o frase que se lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. Algunos ejemplos —no de mi autoría—: Ojo
rojo, Reconocer y Dábale arroz a la zorra el abad.
(13) No, en algunos contextos informales de Guatemala.
(14) Abreviación coloquial de Retalhuléu —usualmente escrito sin tilde—, nombre
de un departamento de Guatemala y de la cabecera de este.

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