HARVILLE HENDRIX COMO DESARROLLAR UNA RELACIÓN

Transcripción

HARVILLE HENDRIX COMO DESARROLLAR UNA RELACIÓN
HARVILLE HENDRIX
COMO
DESARROLLAR
UNA RELACIÓN
CONSCIENTE
No se trata de trucos para ligar... el libro está lleno de ejercicios destinados
a descubrir las minas ocultas que colocamos en las relaciones de pareja,
Dallas Morning News
Si sueña con encontrar una pareja amorosa totalmente compatible, debe
saber que ese deseo brota de los aspectos humanos más sanos y plenos de
su propia naturaleza. Sea cual fuere su historia y las veces que haya
pasado por una decepción amorosa, se encuentra usted, que en este
momento está solo, en una posición ideal para aprender lo que necesita
saber para encontrar y mantener el amor de su vida.
Con calidez, sabiduría y profe-sionalidad, Harville Hendrix señala los
cambios positivos que puede introducir en su vida para lograr el amor
duradero que busca. Con CÓMO DESARROLLAR UNA RELACIÓN
CONSCIENTE aprenderá a:
• Identificar su Imago, es decir, la pareja de fantasía que ha elegido para
usted en su mente inconsciente.
•Romper con las pautas de matrimonio que heredó de sus padres y que ha
interiorizado inconscientemente como el único modelo aceptable de
relación.
•Reconocer los asuntos inacabados de su infancia, que pueden ser
transformados en una relación consciente.
•Aprender y beneficiarse de las relaciones del pasado.
•Practicar nuevas habilidades de relación.
•Lograr el amor maduro, nutritivo y duradero capaz de enriquecer inconmensurablemente su vida.
El Dr. Harville Hendrix, autor del bestseller CONSEGUIR EL AMOR DE
TU VIDA, UNA GUÍA PARA PAREJAS, tiene más de 25 años de
experiencia como terapeuta y educador. Especializado en el trabajo con
parejas y terapia matrimonial es fundador y director del Institute for
Relationship Therapy de Dallas y Nueva York.
COMO DESARROLLAR UNA RELACION
CONSCIENTE. Harville Hendrix.
Introducción
No conozco su historia personal, pero sospecho que, como la mayoría
de los adultos solteros de Estados Unidos, no le resulta extraño el dolor
y la desilusión causados por el amor fracasado. Quizá sienta muchos
deseos de enamorarse y casarse, pero no parece encontrar nunca a la
persona adecuada. O, cuando da con ella la relación no dura: su amor no se
ve correspondido, o la persona a la que ama no desea comprometerse. Tal
vez usted se haya divorciado, y quizá no lo haya hecho sólo una vez. O
está usted separado, y se ve atrapado en la enrevesada angustia
emocional y financiera de tener que dividir los despojos... y los hijos de
un matrimonio que no consiguió salir adelante. Como gay o como
lesbiana, quizá le resulte difícil crear y mantener una relación
comprometida en una sociedad que no reconoce el matrimonio no
heterosexual. Si es usted viudo, no consigue imaginar cómo encontrar el
amor de nuevo si eso significa acudir a bares de solteros o poner
anuncios en la sección de anuncios personales.
Quizá su vida amorosa ha sido una serie de situaciones de una sola noche, o de tres noches en las que el otro no es el correcto o usted no lo es,
aunque el resultado de ambas situaciones sea el mismo: continuar
buscando al siguiente. A lo mejor ha llegado al punto en el que sale con
otra persona simplemente para tener a alguien con quien ir al cine, o con
quien dormir, pero nunca parece enamorarse de otro, o se aburre
rápidamente y le asusta la idea de mantenerse en una relación. Si se halla
relacionado ahora mismo con alguien, quizá se pregunte si eso durará,
pero ya se da cuenta de que su pareja actual no es la persona que usted
creía que era, comprende que la relación terminará pronto y que volverá a
encontrarse solo.
Para las personas solteras actuales, el espectro de la experiencia es
amplio, pero la confusión y la desesperación acerca de encontrar un amor
duradero es profunda. Tanto el matrimonio como el compromiso le
parecen elusivos y peligrosos, plagados de un gran potencial para causar
daño y desgarrarle el corazón. No es nada sorprendente que haya tantas
personas solteras que se sienten frenéticas al buscar a un compañero o
compañera, a cualquiera. Otros, demasiado desanimados incluso para buscar
de nuevo, abandonan esa búsqueda de un amor duradero y, como animales
heridos, se retiran a sus cuevas para lamerse las heridas. Dirigen entonces la
atención hacia sacar el mayor partido posible de sus vidas de solteros, su
trabajo y sus amigos, sus hogares y aficiones, y se resignan a mantener
relaciones casuales, ocasionales, o a no tener ninguna relación. Simpatizo
con ellos, porque es comprensible tener la sensación de que la próxima vez
no será muy diferente a la anterior, y porque quizá sientan que es mejor estar
solo. Y, sin embargo..., la mayoría de nosotros seguimos abrigando el sueño
de encontrar un amor duradero. Todavía confiamos en que eso nos sucede
precisamente a nosotros.
Estoy convencido de que ese sueño es posible para prácticamente todo
aquel que elija perseguirlo, tanto si no ha estado nunca casado, es divorciado o ha enviudado, como si es gay o lesbiana, joven o viejo, y también estoy
convencido de que la realización de ese sueño es vital para nuestra plenitud.
El objetivo de Cómo desarrollar una relación consciente consiste en mostrarle cómo realizar ese sueño. (Nota: Deseo reconocer que aun cuando la
mayor parte del material de este libro puede aplicarse también a solteros
homosexuales, y abrigo la esperanza de que sea útil tanto para gays como
para lesbianas, está dirigido más directamente a los solteros
heterosexuales.)
UNA NOTA PERSONAL
Durante más de diez años, he trabajado con parejas enfrascadas en problemas matrimoniales. Es un trabajo frecuentemente descorazonador y conmovedor. Las parejas llegan a la consulta sintiéndose coléricas, decepcionadas y sumidas en el sufrimiento. Se sienten traicionados por el otro, y hasta
por el mismo amor. Atrapadas en el vértice de emociones intensas y de un
comportamiento atrincherado, no pueden comprender cómo se evaporó su
alegría inicial, cómo se hizo añicos su amor hasta convertirse en polvo. Yo
mismo me siento desanimado con frecuencia, porque sé que para que esas
personas salven su matrimonio, tienen muchas cosas que aprender, tanto
sobre sí mismas como sobre sus relaciones. Pero sucede con demasiada
frecuencia que se sienten abrumadas por sus conflictos cotidianos, y a
menudo es demasiado tarde y demasiado duro seguir el prolongado y arduo
proceso de reeducación y de volverse a amar, por mucho que ellas mismas
deseen enderezar las cosas de nuevo.
Observé que sucedía eso en mi propio primer matrimonio. Aunque yo
mismo era un asesor pastoral, varios años de terapia y la mejor de las intenciones no parecieron ser suficientes para que los dos volviéramos a estar
juntos. Ahora reconozco que los ingredientes del amor duradero siguieron
siendo un misterio para nosotros y para los profesionales con los que
trabajamos; simplemente, no disponíamos de la información y las
habilidades precisas para la supervivencia de nuestra asociación. La
sensación de devastación que experimenté ante el fracaso de aquel
matrimonio, que con tan duros esfuerzos tratamos de rescatar, me
condujo a dedicar mis estudios y mi vida profesional al descubrimiento
de la verdadera naturaleza y del propósito más profundo de las
relaciones. Fue durante ese período cuando desarrollé las teorías y la
práctica de la Terapia Relacional de la Imago, que constituye el
fundamento de este libro. Ahora, felizmente, tengo un matrimonio que
funciona de un modo muy diferente, pero en ocasiones no dejo de
preguntarme qué habría sucedido si hubiera sabido entonces lo que sé
ahora sobre las relaciones, no sólo por lo que se refiere a mí mismo, sino
también a las parejas a las que asesoré con unos resultados tan
frustrantes.
Es ese sentimiento de «si hubiera sabido...» lo que me inspiró a
escribir Cómo desarrollar una relación consciente. Sea cual fuere su
historia, lo que ha causado su desconsuelo, estoy convencido de que,
como persona soltera, cuenta usted con una ventaja en relación con
aquellos que están casados y tratan de solucionar sus problemas en medio
de la crisis y el dolor cotidianos. Se encuentra usted en una posición ideal
para aprender lo que necesita, y saber lo que puede hacer para mejorar
mucho sus oportunidades de encontrar y mantener el amor. No persigo
con ello la intención de restarle importancia a sus dudas y angustias, pero
creo que es usted afortunado al estar solo en una cultura que le ofrece los
recursos y la oportunidad para conocerse a sí mismo y sus propias
necesidades, para aprender a vivir por su propia cuenta, para experimentar
con el sexo, las relaciones y las carreras antes de casarse. Y no sólo eso,
sino que, si no acierta la primera vez, le permite una segunda, e incluso
una tercera o una cuarta oportunidad de acertar.
Este libro no es como otros libros destinados a personas solteras. No
se habla aquí de cómo encontrar al compañero o la compañera perfectos,
porque el compañero perfecto es un mito. Tampoco trata, desde luego,
de las alegrías de estar soltero, pues aunque respeto a quienes eligen
permanecer en ese estado civil en estos tiempos difíciles, no creo que
pueda usted crecer plenamente y convertirse en una persona entera
mientras no lo haga dentro de una relación comprometida. Este libro trata
de relaciones y, en particular, de lo que puede hacer ahora, como persona
soltera, de cara a conseguir prepararse para un amor duradero.
Creo en el poder transformador del amor. Y creo que prácticamente
cualquiera, por desanimado que se sienta ante los fracasos del pasado, o
por muy problemática que sea su historia personal, puede encontrar y
mantener el amor. En 1988 escribí un libro titulado Conseguir el amor de
su vida: Una guía para parejas, en el que se trataba de cómo reparar las
relaciones dañadas. Cómo desarrollar una relación consciente trata
sobre cómo prevenir esas situaciones. Se podría evitar mucho
desconsuelo si fuéramos capaces
de retrasar el matrimonio hasta que hubiéramos aprendido que supone
mantener relaciones, y hasta que hubiéramos descubierto las minas
ocultas que les colocamos a nuestras parejas. Estoy convencido de que
encontrará que el programa perfilado en este libro le abre la puerta al
crecimiento y al cambio, así como a una toma de conciencia del tremendo
potencial para la curación y la felicidad que son inherentes en el
matrimonio moderno por amor.
No obstante, no dispongo de curas rápidas para sus depresiones en las
relaciones. Quizá perciba que, en ocasiones, el mensaje de este libro le
resulta descorazonador porque, aunque soy idealista en lo que concierne
al amor, también soy muy realista con respecto a aquello que lo hace
funcionar. Le aseguro, no obstante, que si realiza el trabajo, verá los
resultados. Se conocerá mejor a sí mismo, comprenderá cómo son las
relaciones, y podrá trabajar en aquellas cosas de sí mismo que necesita
cambiar para tener la pareja que anhela. Podrá romper con aquellas
pautas repetitivas de las relaciones pasadas, cambiará la clase de persona
hacia la que se siente atraída (y que termina por frustrarle), y se
encontrará situado en una mejor posición para atraer a alguien que esté
dispuesto y sea capaz de trabajar para alcanzar un amor profundo y
duradero. Disminuirá la gravedad de los conflictos de su asociación, y
dispondrá de las herramientas necesarias para afrontar con mayor
efectividad todo aquello que pueda surgir.
CÓMO FUNCIONA EL LIBRO
Cómo desarrollar una relación consciente se presenta en cinco
partes. La primera considera lo que somos cuando estamos solteros, y
como seres humanos, qué es aquello que esperamos de la vida y cómo
nuestras relaciones pueden ser el camino hacia la plena realización de
nuestros anhelos más profundos.
El propósito de la segunda y tercera partes consiste en reeducarnos
acerca de nosotros mismos, mostrar cómo las experiencias de la
infancia nos han llevado hasta donde nos encontramos ahora. En la
segunda parte se habla acerca de cómo fuimos nutridos, mientras que en la
tercera profundizamos en nuestra socialización. Como quiera que la forma
en que fuimos educados en relación con el género y la sexualidad ejerce
una influencia poderosa sobre nuestras relaciones, le he dedicado todo un
capítulo a este tema. Al leer estas partes y realizar los ejercicios quedará
claro cómo sus experiencias infantiles particulares marcaron el rumbo
que ahora sigue. Verá que las personas de las que nos enamoramos y
cómo nos comportamos en nuestras relaciones son un resultado directo
de lo que nos sucedió antes.
El tema de la cuarta parte es la dinámica de la asociación con otra
persona; se inicia con el descubrimiento de qué clase de pareja le ha
preparado su infancia para enamorarse. Con toda probabilidad, descubrirá
que la descripción de lo que llamo la relación «inconsciente» le resulta
demasiado familiar, desde sus inicios románticos envueltos en el misterio
y la alegría, a través del prolongado asedio de decepción y cólera, esfuerzo
y desilusión, hasta su final, envuelto también en el misterio, pero ahora
con dolor. En una nota más esperanzadora, analizaremos el curso de la
clase de relación intencional, verdaderamente íntima que deseamos, es
decir, de una relación «consciente» en la que las parejas comprenden y
aceptan el desafío de mantener el amor que encuentran.
La quinta parte es la dedicada a los aspectos prácticos, y se trata de un
curso de formación intensiva en el que puede practicar las habilidades y
trabajar sobre los cambios de comportamiento necesarios para
convertirse en un «soltero consciente», en preparación para la asociación
consciente con otro. En el capítulo final le ofreceré una visión previa del
premio que puede alcanzar por el duro trabajo que supone alcanzar una
relación consciente: el verdadero amor.
El amor es duro, la vida es dura, pero es el único juego real del que
disponemos. Se trata de un juego en el que se cruzan fuertes apuestas,
porque lo bien que juegue en él determinará cómo progresará y crecerá.
Será mejor que aprenda a jugarlo todo lo bien de lo que sea capaz y lo más
pronto posible. Creo que Cómo desarrollar una relación consciente le
indica lo que necesita saber para conseguirlo así.
PRIMERA PARTE
SER HUMANO, SER SOLTERO
¿Qué hay de malo en estar soltero?
Todo aquello que vive, no vive solo ni por sí mismo.
WILLIAM BLAKE
Por primera vez en nuestra historia cultural, algunos consideran que estar
soltero es el estilo de vida ideal. Resulta fácil comprender por qué. Los
solteros despreocupados aparecen en los anuncios comerciales
acompañados por parejas adorables, vestidos con magníficas ropas y
pasándoselo fabulosamente bien. No cabe la menor duda de que tienen
carreras profesionales interesantes, apartamentos llenos de los últimos
artilugios y equipos de sonido de alta tecnología. Después de cenar en
restaurantes elegantes, regresan a casa y mantienen relaciones sexuales
desenfrenadas (¡desde luego!), y no hay por medio niños, ni ropa sucia de
la que ocuparse.
Es un escenario atractivo..., pero no es esa toda la imagen. Escucho contar una historia muy diferente a las personas solteras que acuden a mis
talleres, muchas de las cuales se han reciclado en diversas ocasiones a
través de períodos de soltería. Acudieron a esos talleres porque la vida de
soltero, aunque incluya las ropas elegantes y las citas de ensueño, no les
hacía felices y se preguntaban si acaso no habría algo más en la vida, si
iban a encontrar alguna vez a alguien a quien realmente amaran, que les
correspondiera a su amor y con el que pudieran vivir felices para siempre.
Pero ¿qué es esto? ¿Es cierto que la mayoría de los solteros desean casarse, precisamente en nuestra sociedad en la que, finalmente, es posible
llevar una buena vida a solas, vivir con un amante, tener relaciones
sexuales con numerosas parejas, o incluso tener hijos fuera del
matrimonio, en la que éste parece ser a menudo nada más que el primer
paso hacia el divorcio? ¿Cómo es que quienes se han divorciado o han
enviudado se muestran tan ansiosos por volver a repetir? Para mí, la
respuesta es muy sencilla: tenemos un anhelo inconsciente por establecer
una convivencia con otro, que es algo esencial para nuestra propia
realización; sin eso, nunca podemos llegar a sentirnos completos. En este
libro quiero mostrarle por qué es tan poderoso nuestro deseo de disfrutar
de una relación comprometida. Explicaré porqué no ha tenido usted una
relación así (o por qué han fracasado los intentos que ha realizado hasta
ahora), y cómo puede conseguirlo. Pero antes quiero hablar de los temas a
los que actualmente se enfrentan las personas solteras. Deseo abordar en
particular la difundida falta de comprensión acerca del propósito más
profundo de las relaciones que, en mi opinión, se encuentra en el núcleo
mismo de la confusión y el dolor experimentados tan agudamente por los
solteros actuales.
Soltería: un descuidado rito de paso
Se pueden decir muchas cosas en favor de la vida de soltero, como bien
indica este escritor de treinta años de Nueva York:
«Me lo he pasado en grande desde que he llegado a la ciudad, tras acabar
mis estudios. Empecé por alojarme en una pensión del Greenwich
Villa-ge, junto con mi antiguo compañero de cuarto; apenas nos las
arreglábamos con nuestros salarios de principiantes. Aprendimos a
plancharnos las camisas y preparábamos la comida en una cocina de dos
fogones. Por las noches, recorríamos los locales de espectáculo gratuito,
asistíamos a las sesiones de lecturas poéticas y aprovechábamos la comida
gratuita que ofrecían los bares locales durante la «hora feliz». Conocí a
toda clase de personas, muchas de las cuales resultaban bastante extrañas
para un recién licenciado en una universidad del Medio Oeste. Ahora
dispongo de mi propio apartamento en un rascacielos del Upper East Side,
dotado de una cocina moderna y tengo incluso un microondas. He salido
de manera esporádica con muchas mujeres con las que habitualmente no
entablaba ninguna relación seria, a excepción de una, con la que viví
durante casi dos años (y que me rompió el corazón). He estado dos veces
en Europa y el año pasado hice camping y recorrí Canadá en autoestop. He
estudiado tai chi durante dos años y asistido a sesiones de terapia durante
un año. Me aterroriza la idea de casarme, pero he observado que empiezo
a perder interés por contar simplemente con alguien con quien salir el
sábado por la noche, o tener otra aventura sexual más, y jamás pensé que
llegaría a decir esto. Mi amiga y yo estamos a punto de empezar a vivir
juntos, y tengo la sensación de que ha llegado el momento de sentar la
cabeza.»
Yo diría que este joven ha tenido la vida ideal de soltero. Su período de
soltería ha sido una fase, no un fin en sí mismo. Aunque ha sido una etapa
de independencia relativamente libre, ha tenido que ocuparse de su vida
cotidiana y ser responsable de su propio bienestar. Su tiempo y su dinero
le pertenecen, y ha tomado sus propias decisiones en cuanto a carrera
profesional, amigos y viajes. Ha experimentado con diferentes estilos de
vida, con el sexo y citas con mujeres, y ha seguido intereses y aficiones
recién descubiertos. Se ha corrido sus juergas y, a lo largo del camino, ha
mantenido diversas relaciones con mujeres, con una de las cuales ha
tenido una convivencia relativamente seria. Ha habido momentos buenos
y malos en su vida. Ha establecido una identidad separada con respecto a
la matriz colectiva/familiar de la que surgió. A través de todo esto ha
desarrollado un fuerte sentido de quién es, de lo que desea y de cómo
conseguirlo. A mí me parece que sus años de soltería le han proporcionado
una educación, cierta experiencia y una ampliada conciencia del mundo.
Está preparado para seguir adelante sin lamentaciones.
Desearía decir que la historia de este hombre es típica. Desgraciadamente,
muchas personas solteras se las arreglan para desperdiciar esta valiosa
oportunidad de vivir con independencia y conocerse a sí mismas. No es
nada sorprendente pues, a pesar de las libertades, alternativas y recursos
de que disponen actualmente los solteros, que muchos de ellos no sepan
cómo sacar el mejor partido posible de sus años de soltería. Pero, por otra
parte, ¿cómo iban a saberlo? Hasta hace muy poco no existía la soltería tal
como la conocemos ahora; se trataba simplemente de un puente entre la
cama de la infancia y la cama matrimonial, que había que cruzar con la
mayor rapidez posible y sin que se produjeran acontecimientos
destacables. No es nada extraño que, libres para vivir de formas nuevas,
exploratorias y auto-definidoras, muchos jóvenes -tanto hombres como
mujeres- representen papeles de acuerdo con los guiones tradicionales, o
se enreden en la confusión con turbios y nuevos papeles de género y
dinámicas de relaciones.
Por regla general, las historias que oigo contar a las mujeres durante sus
años de solteras sólo se han centrado en encontrar una pareja y no sólo un
compañero, sino alguien que satisfaga una lista exhaustiva de
especificaciones concretas. Predeciblemente, terminan por sentirse
desilusionadas ante ese dechado de virtudes que nunca ha aparecido o, si
lo ha hecho, no ha estado dispuesto a atar el nudo. Hablo con hombres
jóvenes, formados para seguir un camino paralelo (¡los mismos maestros,
pero con lecciones diferentes!), que han dedicado esos años de soltería a
pasárselo lo mejor posible, a anotar sus conquistas sexuales mientras
ascendían a través de las filas profesionales con la mayor rapidez posible.
Al mismo tiempo que se quejan de que todas las mujeres con las que salen
desean obtener de ellos una propuesta de matrimonio, evitan durante todo
el tiempo que pueden la clase de intimidad que tendrán que afrontar
cuando la presión aumente en ellos y sientan la necesidad de plegarse bajo
las exigencias de sus mayores. Casi podría decirse que los hombres y las
mujeres proceden de planetas diferentes, de tan opuestos como son sus
propósitos.
Quienes van en contra de la corriente social tienen su propio conjunto de
problemas. Las mujeres jóvenes que pretenden establecer sus carreras profesionales experimentan la sensación de correr un riesgo al retrasar el
matrimonio, conscientes de que sus oportunidades estadísticas de casarse
disminuyen espectacularmente cuanto más tiempo esperen. Las mujeres
todavía tienen que enfrentarse al viejo estigma de quedarse solteronas. En
un artículo publicado en la sección Op-Ed del New York Times, Mary
Arme Meyer se lamenta: «¿Ha observado alguien la paradoja de una
sociedad que considera que una mujer no ha conseguido nada hasta que
dice "Sí, quiero", por muchos éxitos personales que haya tenido?». 1 Los
hombres jóvenes que no tienen centrada su atención en hacer progresar
sus carreras profesionales, ó que prueban a explorar caminos de género no
tradicionales, también tienen la sensación de pagar un precio; les preocupa
comprometer su elegibilidad y deseabilidad.
En contra de lo que indican las apariencias, estos son tiempos difíciles
para los solteros, como podemos comprender en cuanto echamos un
vistazo a la gran riqueza de ofertas específicas para ellos que aparecen en
distintos periódicos y revistas. En primer lugar, están todos los productos
y servicios destinados a procurar que los solteros se reúnan: las vacaciones
del Club Med, los clubes de gourmets solteros, los apartamentos sólo para
solteros, la gran cantidad de libros publicados sobre cómo conocer a
hombres o elegir a mujeres, acerca del aprendizaje de cómo es realmente
el sexo opuesto y qué desea; los anuncios personales en los que los
solteros enumeran las cualidades que desean encontrar y que ofrecen a una
posible pareja. Luego están las ofertas destinadas a solteros para los que
nada de lo anterior parece funcionar: terapeutas especializados en tratar la
depresión y la soledad de los solteros, grupos de apoyo para el
«temporalmente soltero», servicios de citas que prometen ofrecer lo que
otros no han logrado encontrar, libros sobre mujeres que aman demasiado,
y sobre hombres que detestan a las mujeres. Los solteros se sienten
atrapados entre una roca y un lugar muy duro, y no parecen dispuestos a
retroceder hacia una relación tradicional, pero tampoco parecen
preparados para seguir adelante, hacia lo nuevo, sintiendo la presión doble
de sentar la cabeza por un lado y de vivir la vida. ¿Qué hay de malo en esta
imagen?
REDEFINIR LA SOLTERÍA
En Infancia y soledad,2 el famoso psicoanalista Erik Erikson habla
acerca del período de moratoria observado en la mayoría de las sociedades
primitivas, durante el que se permite al individuo, e incluso se espera, que
tenga un período de dependencia irresponsable, antes de entablar
relaciones sólidas con una pareja, tener hijos y convertirse en un miembro
de la sociedad que aporta su contribución a la comunidad.
En nuestra cultura, quienes son lo bastante afortunados para estudiar en la
universidad experimentan, por defecto, esa clase de moratoria. Aun así,
muchos estudiantes universitarios se casan poco después de terminar sus
estudios, antes de haber tenido la oportunidad de probar sus alas. Aunque
el creciente número de estudiantes universitarios ha aumentado la edad
media del primer matrimonio en los años recientes, son muchos los
jóvenes que se siguen casando inmediatamente después de terminar los
estudios en la escuela superior. Quienes tienen la oportunidad de volar
solos durante un tiempo, lo hacen sin disponer de un mapa que les indique
con claridad hacia dónde se dirigen, o dónde pueden aterrizar.
UNA MEJOR FORMA
Necesitamos redefinir la soltería, actualizar las reglas y educar a los solteros en cuanto al propósito y los beneficios de esta transición vital.
Sugiero que la mejor forma de conseguirlo sería la de institucionalizar una
versión modernizada de la moratoria de la que habla Erikson. En nuestra
sociedad, mantenemos ante los jóvenes un modelo de decisión y
compromiso tempranos acerca del camino a seguir en la vida, y luego
terminamos convertidos en ejecutivos quemados y en familias
desplazadas treinta años más tarde.
Eso no quiere decir que todos los matrimonios prematuros sean desastrosos, ni mucho menos. Quienes han tenido una vida familiar saludable,
quienes han utilizado la universidad o sus primeros años de trabajo para
explorar y establecer un sentido de sí mismo, y quienes han elegido bien a
su pareja, tienen lo que se necesita para un matrimonio con éxito, a pesar
de su juventud. Pero eso no son más que circunstancias afortunadas. En mi
opinión, la mayoría de la gente debería esperar a casarse hasta que se
hayan adentrado bastante en su tercera década de vida. Durante ese
período que media entre la infancia/escuela y el matrimonio, cabría
esperar que los solteros se dedicaran a experimentar el mundo, sus bienes
y servicios. No debería existir presión para que se casaran; de hecho, se
ejercería una cierta presión para que no se casaran. También debería haber
presión para que no determinaran tan pronto su carrera, sino que se
dedicaran más bien a explorar todos los ámbitos de la vida. La soltería se
reconocería así como una fase vital en el viaje hacia la maduración, como
un tiempo para darse cuenta de quién se es, para aprender responsabilidad
y autosuficiencia, para identificar los verdaderos deseos propios y para
afrontar nuestras fortalezas y demonios interiores; un tiempo para efectuar
cambios en las cosas que estimulan nuestro placer y para progresar en la
vida, para aprender a conectarse y a comunicarse a todos los niveles. Se
trataría, exclusivamente, de una muy necesaria formación sobre
relaciones.
Si los solteros se tomaran como norma el retrasar el matrimonio hasta
después de haber efectuado este viaje, no surgirían muchos de los problemas que luego sabotean las relaciones. Claro que ciertos temas profundos
sólo aparecen y pueden resolverse en una asociación comprometida y
cotidiana con otra persona. Pero de ese modo se podrían despejar algunos
de los obstáculos. Así, se habrían afrontado ya los temas fundamentales
del sí mismo, de modo que no constituyeran una carga adicional para el
matrimonio. Las parejas se conocerían mejor, se sentirían más cómodas en
situaciones de intimidad y estarían más preparadas para asumir las
responsabilidades del matrimonio. Al saber mejor lo que desean realmente
de la vida, no se encontrarían más tarde con tantas sorpresas. Estos
solteros serían más capaces de afrontar las poderosas confrontaciones
psicológicas que son intrínsecas del matrimonio, y serían más conscientes
de su tremendo potencial espiritual. Además, ¿a qué tanta precipitación?
A los veintiocho, a los treinta o a los treinta y dos años todavía queda
mucho tiempo para que una pareja pueda tener hijos, y para seguir
adelante con una carrera profesional libremente elegida.
NUNCA ES DEMASIADO TARDE PARA SER SOLTERO
Dada la limitada expectativa de vida del matrimonio actual, estar soltero
no es sólo algo para los jóvenes. La soltería a los treinta, los cuarenta o incluso los sesenta y algo puede ser particularmente difícil para quienes se
han casado pronto e inocentemente, para quienes creyeron que
conseguirían evitar el enfrentarse a su soledad y dependencia. Sucede con
demasiada frecuencia que la soltería en la etapa madura de la vida se ve
complicada por los temores al envejecimiento, o de entrar por primera vez
en el mercado de trabajo, o por las dificultades de educar a los hijos en
soledad y por las estrecheces financieras.
Pero una moratoria en la búsqueda y captura del compañero puede ser
una oportunidad muy valiosa para el autodescubrimiento a cualquier edad.
Hasta la soltería forzada y no deseada puede ser una bendición camuflada,
un tiempo para la curación y el restablecimiento de las propias prioridades
y del sentido de uno mismo. He escuchado contar numerosas historias a
personas divorciadas que temían quedarse solas, a pesar de que en sus
propios matrimonios no había amor y eran dolorosos, que temían
«citarse» y reanudar sus carreras profesionales, pero que descubrieron con
alivio que sus nuevas vidas eran un bálsamo maravilloso, un tiempo para
curar y para volverse a conectar consigo mismos.
Una mujer de mediana edad, que abrigaba muchos presagios sobre la soledad y el cambio de estilo de vida que traería consigo el dejar su matrimonio, se mostró agradablemente sorprendida:
«Me asombraba al ponerme a cantar por la casa; disfrutaba de las cosas
más elementales, como comer a solas (y comer exactamente lo que
deseaba y cuando deseaba, sin que importara lo poco ortodoxo que fuera).
Tomaba baños, repasaba revistas, me quedaba trabajando hasta altas horas
de la madrugada. Durante mucho tiempo no experimenté el menor deseo o
necesidad de encontrar a un compañero; fue como si tuviera que
recomponerme a mí misma, como si tuviera que descubrir quién era yo en
realidad y qué me gustaba verdaderamente en todos los aspectos. En
algunas cosas fue tremendamente doloroso, pero mi creciente sentido de
mí misma y mi capacidad para salir adelante yo sola fue toda una
revelación para mí. Naturalmente, llegó un momento en que las cosas me
parecieron tan fáciles al vivir por mi propia cuenta, que temí que cualquier
relación con un hombre pudiera alterar mi equilibrio. Y ahora me
preocupa que, a mi edad, no pueda encontrar a un compañero. Pero esa es
otra historia.»
Brian, un hombre con empuje y determinación, que se divorció
cumplidos ya los cincuenta años, me dijo que, después del regocijo inicial
de salir con otras mujeres y hacer todo lo posible por no regresar a su
apartamento vacío, descubrió que lo que realmente le gustaba era el pan
horneado, quedarse despierto hasta tarde y tocar el piano (que no había
tocado desde que tenía veinte años), llegar tarde a la oficina y efectuar
excursiones de camping a zonas de pesca remotas, todo lo cual suponía
haber introducido cambios radicales acerca de lo que él creía que era la
vida. «¿Por qué tardé tanto tiempo en descubrir esto? -se preguntó-. ¿No
podría haber tenido todo esto y también mi matrimonio?» Muchas
personas divorciadas o enviudadas, especialmente aquellas que han
podido dejar atrás lo que un hombre caracterizó como un período de
«pánico y promiscuidad», hacen con su soltería lo que deberían haber
hecho antes de casarse: vivir solos, encontrar su propio ritmo, salir con
una amplia variedad de personas, acudir a las sesiones de terapia,
desarrollar nuevos amigos e intereses, aprender a ser independientes y a
cuidar de sí mismos.
SOLTERO PARA SIEMPRE
Para un creciente número de personas, sin embargo, la soltería no es
sólo un interludio entre relaciones, sino una elección permanente en la
vida. Algunos la consideran como un sacrificio necesario para perseguir
exigentes objetivos creativos o profesionales, mientras que para otros es
una rebelión contra los papeles de género esperados o contra las
responsabilidades, y para otros es simplemente una decisión de evitar el
dolor o la intimidad que han experimentado en relaciones pasadas. (En
una categoría aparte se encuentran aquellos para quienes la soltería
constituye una parte de sus votos religiosos y su devoción a una vida de
servicio a los demás. En este caso, existe una convalidación cultural de la
soltería. Pero hasta las monjas católico-romanas, que han elegido la
soltería y el celibato, toman votos de «casarse» con Jesús.)
Tengo un amigo que ha elegido permanecer soltero. Es un compositor totalmente entregado a su trabajo, una especie de ermitaño que trabaja en
horarios extravagantes y lleva una vida sencilla, satisfecho con los 15.000
a 20.000 dólares de ingresos anuales que le genera su trabajo. Teme que el
matrimonio le obligue no sólo a aumentar sus ingresos, sino también a
cambiar sus hábitos y todo su estilo de vida, a expensas de su verdadero
amor, la música. «Vivo en una cabana destartalada con un techo que hace
aguas. No hay televisión, no tengo seguro médico, y no he salido del
estado donde vivo desde hace tres años. ¿Te parece que soy un soltero
apetecible?»
Ingrid, una investigadora química igualmente entregada a su trabajo,
dice sentirse feliz con su vida, pero le molesta que la sociedad todavía no
haya aceptado su elección.
«En mi posición, los hombres tienen esposas que cuidan de ellos, que se
ocupan de las tareas diarias y de la logística y las distracciones, y que están
ahí, a su lado, para apoyarles. Para una mujer como yo no sólo es duro
encontrar a un hombre capaz de comprender o tolerar mi inmersión en mi
trabajo, sino que en la mayoría de los casos se esperaría de mí que lo
abandonara todo para tener los privilegios del matrimonio. Al menos
actualmente, puedo tener un amante sin causar demasiados problemas,
aunque algunas personas consideran un handicap que mi amante actual
sea mucho más joven que yo, lo que constituye, una vez más, una elección
que pasaría desapercibida si yo fuera un hombre.»
En una categoría algo diferente se encuentran quienes permanecen
solteros por defecto. Quizá se hayan reconciliado con la idea de llevar una
vida de solteros a la que procuran sacarle el mejor partido posible, algo
que muchos saben hacer muy bien. Pero, a un cierto nivel, al elegir
permanecer en ese estado civil han tenido que abandonar su sueño de
mantener una relación, debido a menudo a que se han sentido gravemente
heridos en el pasado. Según dijo Edna Ferber: «Ser una solterona es como
morir ahogada, no es una sensación tan desagradable una vez que deja una
de forcejear».
Para algunos, naturalmente, la elección de permanecer solteros no es
más que una racionalización de su incapacidad para afrontar las
exigencias de una relación: «Necesito mi propio espacio», «Nunca
encuentro a la persona adecuada», «Mi trabajo consume toda mi energía».
Sucede con frecuencia que, quienes han elegido la soltería, se han
encontrado repetidamente con los mismos problemas y dolores. Tienen la
sensación de que sus infancias problemáticas les dejaron con cicatrices
que provocaron la devastación en cada relación sucesiva. Las heridas se
reabrieron y no curaron; se encuentran una y otra vez en el mismo lugar de
partida, empantanados. Así pues, toman la decisión, quizá correctamente,
de que están mejor a solas. Eligen sacarle el mejor provecho posible a la
situación, dentro de un clima cultural que, por lo menos, tolera su soltería.
Veo los próximos años como más felices para aquellos que elijan
permanecer solteros, y como más productivos para aquellos que vean la
soltería como una etapa de su crecimiento, como un pasaje en ruta hacia el
matrimonio. Aplaudo la creciente aceptación de la soltería, y espero que
sea todavía menos estigmatizada. Pero, como sin duda habrá podido
imaginar, veo la soltería como una estructura limitada, como una
oportunidad para encontrarse y establecerse uno mismo en cualquier
período de la vida. Pero, dada mi propia experiencia, mi visión de la
naturaleza humana y mis conocimientos prácticos con los solteros,
comprendo lo que hay de malo en permanecer en ese estado civil.
Presumiblemente, usted está leyendo este libro porque tampoco ve que las
cosas sean tan claras, a pesar de que disfrute actualmente de su vida de
soltero. Seguramente, su deseo es establecer una relación duradera y es
posible que eso no haya sucedido todavía en su vida.
TENEMOS QUE ENCONTRARLO
Los solteros me dicen a menudo que tienen la sensación de que hay algo
en ellos que no está bien porque experimentan una fuerte necesidad de
tener una relación. En ocasiones, dicen, llegan hasta el punto en que,
simplemente, aparecerá alguien, prácticamente cualquiera, que se
enamorará de ellos y terminarán por casarse y todo funcionará
perfectamente bien. Eso parece una actitud inmadura y desesperada, pero
esa clase de matrimonios en los que se piensa que «esta es mi única
oportunidad» ocurren con excesiva frecuencia, y con resultados
desastrosos. La gente que se casa sin hacer honor al mandato de su soltería
no hace sino posponer en cierto modo sus años de soltería hasta después
del divorcio, a menos que tengan suerte, o trabajen muy duro para sacar
adelante sus matrimonios, o bien terminan en relaciones que se encuentran
en un callejón sin salida.
No obstante, no deseo juzgar con demasiada dureza ya que, en la
mayoría de los casos, aquí sucede algo mucho más complejo, y no se trata
únicamente de desesperación por casarse, o de un ansia por llenar una vida
vacía. Esa necesidad es sintomática de un profundo pero no reconocido
deseo del inconsciente, es una manifestación del menester humano de
totalidad y de conexión y, específicamente, de encontrar una asociación
segura, íntima y vivificadora. Lo que quiero decir con ello es que para
sentirnos completos, para sentirnos absolutamente vivos, plenamente
humanos, y para curar las heridas que llevamos con nosotros desde la
infancia, «tenemos que encontrarlo». Esto parece bastante dramático, pero
estoy convencido de que es fundamentalmente cierto. No se trata
únicamente de una cuestión de solteros Desesperados. No podemos negar
nuestra naturaleza y nuestras necesidades humanas, por mucho que
racionalicemos o nos adaptemos.
Sólo tenemos que pensar en cómo utilizamos el término «soltero»; no
significa en modo alguno lo que da a entender la palabra. Definimos a los
solteros en términos de relación con sus estados civiles: divorciados, viudos, separados, comprometidos, solteros o solteronas; es decir, como
alguna versión de «no estar casado». Superficialmente, puede parecer que
esto refleja el sesgo de nuestra sociedad hacia el matrimonio, pero lo que
revela de hecho es nuestro reconocimiento inconsciente de nuestra
naturaleza esencialmente relacional. Para comprender la verdad que
encierra esta idea, sólo tenemos que recordar lo vivos y en paz con el
mundo que nos sentimos cuando estamos enamorados y conectados con
otro, y lo insatisfechos y desplazados que nos sentimos cuando nos falta
esa conexión.
Las estadísticas sanitarias revelan nuestra necesidad innata de tener una
relación. La gente que permanece soltera durante prolongados períodos de
tiempo tiende a sufrir depresión en uno u otro grado; tienen sistemas
inmunológicos debilitados y, por lo tanto, son más proclives a la
enfermedad y tienen una expectativa de vida más corta. También son
menos eficientes en el trabajo y menos capaces de capear las crisis o las
decepciones. Es prácticamente común que una persona inicie un declive al
enviudar, enferme y hasta muera en el término de aproximadamente un
año tras el fallecimiento del cónyuge, tanto si el matrimonio fue feliz
como si no. Y numerosos estudios han demostrado el gran efecto que tiene
la falta de atención y de afecto sobre los bebés. 3
En resumen, necesitamos de las relaciones y, en particular,
necesitamos de la clase de relaciones amorosas comprometidas y a largo
plazo que nos permiten curarnos y crecer. Para mi forma de pensar, la
soltería perpetua obstaculiza el crecimiento, pues niega las necesidades
fundamentales del inconsciente. Estoy convencido de que la soltería sólo
debe ser una fase, no una forma permanente de vida. Hay ciertas cosas que
sólo podemos conseguir espiritual y psicológicamente en una relación
diádica comprometida. No deseo criticar a los solteros. Han sido dejados a
su aire en la brisa de una cultura que no comprende o apoya los propósitos
de la soltería en los tiempos modernos. Los solteros se enfrentan con
graves problemas sin disponer de las herramientas para afrontarlos. Deseo
que la soltería sea aceptada y, más aún, que sea comprendida y animada en
su contexto adecuado. Al mismo tiempo, deseo contribuir a acabar con la
idea de que se trata de una elección que tiene el mismo valor que el
matrimonio. No lo tiene. Al elegir el permanecer solteros, aceptamos una
limitación a nuestro desarrollo e ignoramos las directrices del
inconsciente, lo que hacemos por nuestra cuenta y riesgo. Estamos
destinados a vivir emparejados.
EL PROBLEMA CON LOS SOLTEROS
Así pues, simpatizo con quienes desean tan fervientemente encontrar y
mantener el amor. Pero puede ser frustrante tratar con solteros, pues con
frecuencia me parecen lastimosamente ignorantes de sus propias
expectativas y comportamiento por lo que se refiere a las relaciones.
Educados según las viejas reglas y al tener que jugar según las nuevas,
desean intimar con otros antes de comprender qué es la intimidad y antes
incluso de que hayan intimado consigo mismos.
Durante años, cuando era un ministro religioso, trabajé con solteros en
grupos de la iglesia. Nunca dejaba de asombrarme el hecho de que,
durante e: transcurso de cualquier reunión de varios cientos de personas,
cada una de ellas rodeada por cien a doscientos compañeros potenciales y
atractivos, hubiera algunos que se quejaran de que allí fuera, en el mundo,
no había nadie para ellos o de que nunca iban a lograr encontrar a la
persona adecuada. Nadie parecía cumplir los requisitos exigidos.
Flanqueados por candidatos aparentemente elegibles, no encontraban a
nadie que les interesara lo suficiente.
Otra pauta recurrente fue que se me hacían preguntas que empezaban diciendo: «¿Y si la persona a la que conozco no...?», seguida por una
variedad de quejas apenas veladas: «... es abierta»,«... me vuelve a
llamar»,«... quiere tener relaciones sexuales conmigo», «... es honesta»,
«... se quiere casar conmigo», «... paga la cena». Se me ocurrió pensar
entonces que a esas personas les faltaban habilidades de comunicación
básicas y capacidad para relacionarse, ya que, si no fuera así, ¿por qué
hacían aquellas preguntas? Tampoco les ayudaría mucho el que yo les
diera las respuestas: «Fred no se casará contigo porque se lo pasa muy
bien como soltero», «Mona no querrá tener relaciones sexuales contigo
porque está convencida de que eso es lo único que quieres de ella», «Irwin
percibe lo necesitada que estás, se siente amenazado por eso y no te
volverá a llamar», «Alan no quiere pagar la cena porque no le gusta que le
consideren como un "primo", y tienes que asegurarle antes que realmente
te importa».
Durante mucho tiempo, me extrañó por qué estas personas atractivas experimentaban una falta tan inexplicable de éxito en sus vidas amorosas,
hasta que un día hablé con el ministro religioso que dirigía el programa de
solteros de una gran congregación cercana. Admitió que él también se
encontraba con el mismo problema. «¿Sabe una cosa? -me dijo-: He
llegado a la conclusión de que muchos solteros no son maduros, no están
conectados con la realidad, no se conocen a sí mismos, no tienen
capacidad para asumir responsabilidades y comparten ideas sobre el amor
que pertenecen más bien a un mundo de fantasía. Echan a correr hacia el
matrimonio, o bien se alejan de él a la misma velocidad, pero se
encuentran sumidos en la oscuridad y no saben de qué se trata. Tienen
privilegios y posesiones de adultos, pero no han llegado todavía a la edad
adulta, y esa es la razón por la que se mantienen crónicamente Solteros.»
Al principio, me resistí a admitir lo que me decía, pero me impresionó
aquel término de «crónicamente solteros» que empleó. Es difícil
generalizar sobre la soltería, pero en la actualidad existe un grupo masivo
que podría ser clasificado ciertamente como crónicamente solteros: el
solterón que nunca acaba de sentar la cabeza, la mujer que sale con
hombres que nunca la vuelven a llamar, o que nunca encuentra al Señor
Don Perfecto, o el soltero o la soltera que tiene objetivos profesionales que
le exigen retrasar el matrimonio. Incluso aquellos que han pasado por una
serie de matrimonios fracasados son, en cierto modo, crónicamente
solteros, con escapadas intermitentes al mundo de las relaciones, dentro de
una situación de soltería fundamental.
Cuando yo hacía talleres con los solteros, descubrí que la mayoría de
ellos esperaban encontrar una respuesta mágica a su detestada falta de
pareja, y abrigaban la esperanza de que yo les dijera qué debían hacer,
adonde tenían que ir, qué debían decir para poder encontrar una pareja...
rápidamente. O confiaban en que Don Perfecto estaría sentado justo a su
lado, cuando a mí me parecía evidente que eran incapaces de reconocer el
verdadero amor aunque lo tuvieran sentado sobre sus regazos. Seguirían
preguntándose si no existiría alguien mejor, y de ese modo no sabrían
cómo pasar a las siguientes fases de la intimidad y el compromiso. Una
mujer joven llegó a decirme: «Bueno, amo a Joel, pero sólo es un
empleado administrativo en el banco y no le interesa el teatro o visitar los
museos. ¿Qué ocurrirá si le digo a Joel que me casaré con él y luego
resulta que conozco a alguien mejor?».
Son muchos los solteros que concentran todos sus esfuerzos en perfeccionar las trampas y estrategias exteriores de la soltería para superar el
escrutinio del juego de encontrar pareja, mientras que su personalidad
interior permanece descuidada y sin examinar. Quieren encontrar a la
pareja perfecta, casarse y luego preocuparse por estar felizmente casados.
Rechazan a parejas posibles, encontrándoles defectos de uno u otro tipo,
sin darse cuenta de que el fallo está en ellos mismos, los que rechazan. La
ironía es que casi el cincuenta por ciento de los que se casan antes de
deshacer y examinar el equipaje que llevan consigo desde su niñez, antes
de conseguir alguna formación en las relaciones de pareja, están
condenados a unirse a las filas de los solteros por el camino más duro: por
la vía del divorcio. Lo que no acaban de comprender es que nada variará
hasta que no cambien ellos mismos. No conocerán a un amante más sano,
más maduro hasta que ellos mismos no sean más sanos y maduros, hasta
que no hayan hecho los deberes en casa y se hayan preparado
debidamente.
ENCONTRAR UN AMOR QUE MANTENER
Aunque este libro no trata acerca de cómo encontrar una pareja, soy muy
consciente de los problemas que afrontan los solteros a la hora de conocer
a posibles parejas. La timidez, el temor, la ambivalencia y los desastres del
pasado pueden ser inhibidores muy poderosos cuando se sale a buscar
pareja. Créame, he oído contar a solteros decepcionados historias
terroríficas de rechazo, situaciones muy embarazosas, e incluso de
peligro, y comprendo e', impulso que sienten de quedarse en casa leyendo
un libro, confiados en :ue encontrarán a la persona deseada mientras van y
vienen al trabajo. Pero .a verdad ineludible es que, para tener una relación,
tiene que situarse usted ín una posición que le permita conocer a más
gente. Eso significa que tiene que exponerse. No quiero decir con ello que
tenga que desfilar con sus mejores galas por la plaza central en pleno
mediodía, sino que tiene que darse a sí mismo tantas opciones como pueda
para aumentar su grupo de aquellos con quienes pueda formar
potencialmente una pareja. Nadie ha conocido a su pareja quedándose
tranquilamente en casa, a la espera de que un servicio de mensajería le
haga llegar a la persona de sus sueños hasta la puerta de su casa. Necesita
explorar cada una de las posibles vías, desde reuniones de solteros, hasta
grupos religiosos y clubes para solteros con intereses especiales, clases y
actividades destinadas a solteros, patrocinadas por diversas
organizaciones. No descarte tampoco las mejores agencias matrimoniales,
o colocar anuncios en publicaciones que, en su opinión, puedan atraer a la
clase de persona a la que busca.
Además de salir físicamente al mundo exterior, le animo a aumentar su red
de conocidos, ampliando para ello los criterios mediante los que juzga a
los demás. Cuanto más estrecha y detallada sea su lista de especificaciones, cuanto tanto más circunscrita sea su idea de una pareja aceptable,
tanto más limitadas serán sus alternativas. De ese modo estará rechazando
sin quererlo a miles de parejas potenciales antes de que hayan tenido la
oportunidad de ganarse su corazón. Expóngase a aquellas personas que le
parezcan, actúen y piensen de modo diferente a lo que usted solía
parecer, actuar y pensar. Aunque no crea en la posibilidad de encontrar
pareja de este modo, ampliará sus propias perspectivas, y eso aumentará a
su vez su red de personas conocidas.
También desearía hablar un poco sobre el tema del autosabotaje, que he
observado en muchos solteros. Eso es algo que se manifiesta en parte en
no útil para conocer a otras personas, o en limitar gravemente los criterios
para elegir a una pareja potencial. Pero también se extiende con frecuencia
u comportamiento mediante el que se asegura «espantar» a las parejas
potenciales. Un amigo mío que se casó recientemente, me comentó que
muchas mujeres con las que había salido durante sus años de soltero «se
ataron los pies a sí mismas». Al pedirle que se explicara, me enumeró
diversos comportamientos: hablar negativamente de sus citas o relaciones
previas; despreciar su propio aspecto o inteligencia; expresar, en general,
actitudes negativas ya desde el principio, sobre todo acerca del sexo
opuesto; encontrar en él algo que criticar ya durante los primeros minutos
de conversación; .legar tarde e inventarse una excusa en la primera cita;
achacar a sus parejas anteriores toda la responsabilidad por el fracaso de
las relaciones; enviar mensajes demasiado evidentes de disponibilidad,
tanto sexual como de otro tipo, para luego reaccionar con vergüenza o
alejándose cuando él respondía a ese mensaje evidente. Mi amigo terminó
por comentar: «Me pregunto si yo no estaría haciendo lo mismo».
Vigile el comportamiento autoderrotador. La mejor receta para conocer
a su pareja es la de ser positivo, ser honesto, estar disponible, mostrarse
dispuesto a conocer a gente nueva y ser uno mismo con toda la seguridad
que pueda reunir.
La razón por la que no tengo nada más que añadir a este tema es que eso
es todo lo que necesita hacer. No sirve de nada tratar de sujetar a la
persona «correcta». Eso es algo que sólo puede hacer su inconsciente, y
probablemente no se sentiría muy entusiasmado con lo que resultara. Lo
único que puede hacer conscientemente acerca de su elección de pareja
consiste en elegir a alguien que sea muy consciente de sí mismo y que esté
dispuesto a realizar el trabajo necesario para mantener un amor duradero.
SU MISIÓN: ESTAR PREPARADO
Quizá se pregunte ahora: ¿Cómo me va a ayudar este libro a encontrar
ese amor duradero? Permítame contestarle con una metáfora. Me gusta
comparar el matrimonio con un descenso por las aguas bravas del río
Colorado. Tiene usted la alternativa de elegir si quiere hacer el viaje, pero
no podrá evitar los rápidos a lo largo del trayecto. Lo que sí puede hacer,
sin embargo, es aprender qué puede esperar, y si practica en los rápidos
más pequeños, no se ahogará cuando llegue a los más grandes. Lo que
quiero presentarle aquí es un mapa, para que no se pierda en el camino ni
se sienta conmocionado cuando aparezcan las aguas realmente bravas.
También quisiera proporcionarle el equipo adecuado para la aventura:
algunas habilidades especiales que le ayudarán a salvar los rápidos.
En otras palabras, lo que hace es prepararse para un viaje, el viaje del
matrimonio. La buena preparación es una condición previa para realizar
con éxito cualquier viaje, y sus años de soltero son el período adecuado
para prepararse. No obstante, también quiero ser muy claro y decirle que
su seguridad y bienestar durante el viaje dependerán por completo de la
dureza de su preparación, porque no puede evitar sus peligros.
Todos poseemos lo que somos capaces de tener ahora, dado quienes
somos inherentemente y nuestra propia historia personal.
Paradójicamente, aquello en lo que nos hemos convertido como resultado
de la respuesta ambiental ante nosotros mismos, y viceversa, es la razón
por la que no tenemos lo que deseamos e imaginamos como derecho de
nacimiento. Con una actitud tozuda, deseamos lo que necesitamos sin
tener que cambiar lo que somos, pero eso es imposible porque lo que
necesitamos es a nosotros mismos, nuestra totalidad perdida, que sólo
podremos alcanzar a través del cambio de aquello en lo que nos hemos
convertido.
No deseo prometer mucho. Esta preparación, su toma de conciencia y su
voluntad para educarse y cambiar, es todo lo que puede hacer como
persona soltera. Puede iniciar el proceso de convertirse en alguien
completo mientras todavía es soltero, pero no podrá curar por completo
sus heridas o recuperar plenamente su totalidad sin una pareja. Sólo puede
recuperar la parte de sí mismo que le falta a través del viaje de la relación
íntima, que activa su originalidad perdida, y sólo puede prepararse para
ese viaje cambiando las defensas de su carácter y el comportamiento mal
adaptado.
En otras palabras, no puede obtener el premio, que es el verdadero amor,
sin realizar antes el viaje. Incluso en tal caso, el viaje del matrimonio no
son unas vacaciones, con un guía que se ocupa de realizar todo el trabajo
molesto. Tendrá que viajar usted por su cuenta y riesgo, pues cada
asociación de pareja es única. Pero lo que sí puede hacer ahora es estudiar
el terreno y adquirir el material adecuado, para que luego pueda
improvisar con éxito ante casi cualquier situación que se le presente.
Olvídese del juego de la pareja
No es defecto suyo que no haya encontrado un amor duradero, pero sí es
su responsabilidad el hacer lo que sea necesario para encontrarlo. Si ha
tenido problemas repetidos con las relaciones, eso no es algo por lo que
deba sentirse mal, sino algo que hay que comprender y acerca de lo cual
debe hacer algo constructivo. Las respuestas a sus problemas no están «ahí
fuera», con el apartamento adecuado, el coche o el vestido, sino en el
reconocimiento de su propia libertad y poder para crecer dentro de sí
mismo, en su intención de efectuar cambios, de asumir responsabilidad
por lo que ocurra en su vida .. en resumen, en emprender el viaje hacia su
propia maduración.
Si desea buscar seriamente una relación amorosa plena y duradera, tiene
que ser serio acerca de su soltería. Debe hacer esencialmente cuatro cosas
para prepararse antes de que aparezca su pareja y se embarque en el viaje
del matrimonio:
1. Instruirse a sí mismo acerca de lo que son las relaciones.
2. Educarse acerca de sí mismo.
3. Entrenarse en la práctica de las habilidades de relaciones.
4. Hacer lo que pueda por cambiar los comportamientos y las defensas
de la personalidad, que le impiden conservar y mantener el amor que
encuentre.
Esa es su misión como persona soltera. Créame que, si lo hace así, no
tendrá problema alguno para encontrar pareja y, con toda probabilidad,
esa pareja será más capaz de asumir un compromiso y tendrá menos
probabilidades de frustrarle que la persona que usted elegiría (o que le
elegiría usted) antes de realizar sus deberes en casa.
Lo que le propongo es que se imponga a sí mismo una moratoria sobre
asumir un compromiso en una relación durante el tiempo que necesite
para realizar el trabajo que se explica en este libro. Le animo a renunciar a
partir de ahora a la búsqueda de pareja. Eso no quiere decir que no deba
salir con nadie o convivir con alguien. Antes al contrario, las relaciones
que mantenga actualmente constituyen el terreno ideal para la formación
que le preparará para la situación real. Pero retrase el matrimonio y tenga
sus propios «amoríos» antes de casarse. Enderece esta vez su soltería, no
después de otra ruptura o divorcio desconsolante. Convertirse en un
«soltero consciente» es la preparación para emprender el viaje del
matrimonio.
Notas
1. Mary Anne Meyer, «Success and the Single Woman», The New York
Times, 22 de marzo de 1990.
2. Erik Erikson, Childhood and Society, W. W. Norton and Co., Nueva
York, 1950; véase el capítulo 8, «The Eight Ages of Man».
3. Robert Karen, «Becoming Attached», Atlantic Monthly, febrero de
1990, págs. 35 y ss.
2. ¿Qué ocurre realmente en sus relaciones?
El matrimonio se busca y se mantiene vivo gracias al profundo anhelo
de conocer al otro y ser conocido por el otro.
JOHN PIERRAKOS
Al prepararse para emprender cualquier viaje, ayuda conocer la configuración del terreno por el que se dispone a viajar. En el contexto que nos
ocupa, eso significa aprender sobre sí mismo y sobre las relaciones, las
suyas y las relaciones en general. La mayor parte de este capítulo está
dedicada al cuestionario de autoconocimiento, y a una serie de ejercicios
que persiguen el propósito de destacar las pautas de sus relaciones
pasadas. Pero antes quiero hablar brevemente sobre la dinámica
subyacente de las relaciones, haciéndolo desde una perspectiva
psicológica e histórica. Muchos de estos temas se analizarán con mayor
detalle a lo largo del libro, pero deseo tocarlos aquí aunque sólo sea de
pasada porque, por detrás de buena parte de nuestra confusión actual se
encuentra nuestro fracaso para comprender lo que sucede realmente
cuando los solteros no pueden encontrar pareja, o cuando las relaciones
experimentan problemas.
Muchos solteros se aferran a fantasías sobre el amor y el matrimonio.
Pero las fantasías son devastadoras, tanto individual como socialmente.
Los solteros confusos e infelices se convierten en casados confusos e
infelices, sólo que los problemas de dos personas constituyen algo más
que una simple duplicación de los problemas, y las apuestas son más altas.
Eso es algo que me preocupa, especialmente si hay niños de por medio,
porque el daño se transmite a las víctimas inocentes. El tejido social de
una sociedad moderna se despliega ante nuestros ojos y la desintegración
se remonta directamente a la crisis de la familia y específicamente a la
calidad del matrimonio, el nido del que surgen los niños. Por debajo de la
crisis existe un hecho crítico que a menudo se pasa por alto: la institución
del matrimonio, estancada desde hace mucho tiempo ha experimentado
una revolución durante el último siglo. Pero nuestras mentes y corazones
no se han mantenido al unísono con este cambio. Al no habernos
reorientado ante la agenda revisada del matrimonio, lo estamos
convirtiendo en un verdadero lío. Veamos ahora cómo se han producido
estos cambios.
¿QUÉ
OCURRE
RELACIONES?
REALMENTE
EN
LAS
Lo que tenemos que comprender es que el matrimonio no es o, para ser
más exactos, ya no es una institución rígida, sino un proceso psicológico
que se correlaciona con la evolución de la psique humana colectiva.
Quiero dar a entender con ello que los cambios ocurridos en el matrimonio
y nuestras propias expectativas ante el mismo, tienen que ver con las
modificaciones evolutivas que se han producido en nosotros mismos,
como cultura y como especie.
La combinación de amor y matrimonio es un fenómeno que pertenece a
la historia más reciente, y es una mezcla volátil. En el pasado, lo que iba
junto era el amor y el adulterio, «como un caballo y un carruaje». Los
matrimonios se acordaban; las esposas se compraban o cambiaban. 1
Típicamente, en tales matrimonios no había pasión alguna, pero eran
estables; su principal misión consistía en la continuidad de la familia y de
la comunidad, en la perpetuación de los derechos de propiedad. Sólo de
modo infrecuente y, en general, de forma accidental, aparecía un amor
romántico conectado con el otro miembro de la pareja matrimonial.
El primer cambio que se produjo en esta pauta ocurrió hacia el siglo xvi,
cuando los eruditos europeos redescubrieron la literatura de la antigua
Grecia, que describía un sistema democrático en el que el individuo tenía
derechos, un concepto radical en un mundo en el que lo individual no
había existido más que como parte de lo colectivo. No obstante, la
difusión de ese concepto en el ámbito del matrimonio fue más bien ligera
hasta el siglo xvm, cuando surgió la democracia en Estados Unidos y se
produjo la destrucción del sistema monárquico en Inglaterra y Francia.
Esos cambios políticos trajeron consigo el surgimiento de la idea de que el
individuo podía decidir su propio destino. Los derechos del individuo
terminaron por incluir el derecho a casarse con la persona que cada cual
eligiera, lo que transformó radicalmente el matrimonio, que pasó de ser
una institución sociopolítica a convertirse en un proceso psicológico y
espiritual. Por primera vez en la historia, la energía de atracción entre
hombres y mujeres se dirigió hacia la estructura del matrimonio y quedó
contenida en ella. Esta idea radical precipitó una tremenda alteración en la
institución del matrimonio. Pues aunque el propósito y el proceso de éste
había cambiado, no sucedió lo mismo con su estructura: el matrimonio
tradicional seguía siendo el hogar en el que vivía la pareja romántica.
Además, como quiera que los derechos individuales se referían a los
hombres y no a las mujeres, seguía faltando el fundamento de igualdad
necesario para un matrimonio transformador.
ENTRAR EN EL INCONSCIENTE
El matrimonio «nuevo» tuvo también una complicación adicional.
Coincidiendo con el reconocimiento de los derechos individuales apareció
la convicción de que los seres humanos eran inherentemente racionales,
podían tomar decisiones lógicas y eran los responsables de su propio
destino. Pero esa elevada suposición pronto se vio desafiada por el
descubrimiento de Sigmund Freud de que, por debajo de nuestra aparente
pero ilusoria racionalidad, existía todo un océano de instintos caóticos que
influían y a menudo socavaban nuestras decisiones. Aquello produjo una
gran conmoción. Aquí estaba el nuevo individuo, que disfrutaba de su
libertad con respecto a lo colectivo y de su visión de sí mismo como un ser
fundamentalmente racional y autónomo y que, sin embargo, se veía
confrontado con la idea de que una buena parte de esa libertad tan
duramente ganada era ilusoria. Empezó por comprender que las
decisiones tomadas presumiblemente sobre la base de la lógica se hallaban
influidas de hecho por la emoción y por las predisposiciones y directrices
inconscientes. De ese modo, se abrió una puerta a la comprensión de la
transición de un matrimonio estable y sin pasión hacia un matrimonio de
pasión y volatilidad.
Lo fundamental es que la elección de una pareja amorosa, aunque sea algo
enteramente personal, se efectúa de hecho por una parte del individuo que
en realidad no está en su mente correcta. Aunque ahora podemos elegir a
nuestra pareja, sigue existiendo un cierto paralelismo con el matrimonio
previamente acordado, en el sentido de que, del mismo modo que el matrimonio acordado tenía un propósito específico, también nuestro
inconsciente selecciona a una pareja adecuada para sus necesidades
particulares. El problema es que la mayoría de nosotros no lo
reconocemos así, y nos comportamos como si estuviéramos tomando una
decisión lógica y analítica que nos conducirá a un matrimonio lógico y
directo. ¡Qué equivocados estamos! Es cierto que ahora nos casamos por
amor y que esperamos encontrar la satisfacción romántica en el
matrimonio. Y es correcto que nos casemos por amor. Pero el amor, o el
matrimonio, no es lo que creemos que es. Al margen de lo que pensemos y
por muy cuidadosamente que hayamos preparado nuestra lista, lo que
sucede en la selección de pareja no tiene nada que ver con el amor, sino
con la necesidad. El amor, si es que llega a aparecer, surge en el
matrimonio, como resultado de nuestro compromiso para curar a nuestra
pareja.2
La imago: nuestra pareja fantasma
Llegamos ahora al núcleo de la cuestión. Nuestra «libre» elección de pareja es, en último término, un producto de nuestro inconsciente, que tiene
una agenda propia. Y lo que desea el inconsciente es ser completo, y curar
las heridas de la infancia. Con ese propósito, lleva consigo su propia y
detallada imagen de una pareja apropiada, que busca no por las posiciones
correctas, sino por la química adecuada. ¿Y qué es esa química? Nada más
que la atracción inconsciente que experimentamos hacia alguien que
tenemos la sensación de que satisfará nuestras propias necesidades
emocionales. Específicamente, esa necesidad consiste en cubrir la
«deficiencia» de la infancia, logrando que el otro miembro de la pareja
llene los vacíos psicológicos dejados por quienes nos cuidaron en la
infancia, que fueron, por definición, personas imperfectas. ¿Cómo nos las
arreglamos con eso? Enamorándonos locamente de alguien que tiene
rasgos tanto positivos como negativos de nuestros padres imperfectos,
alguien que encaja en una imagen que llevamos en lo más profundo de
nosotros mismos y cuya personificación buscamos inconscientemente.
A esta imagen de los padres, que llevamos profundamente enterrada en
nosotros mismos, la llamo Imago, que procede de la palabra latina que significa «imagen». Eso se forja en la interacción entre cómo intentamos que
se satisficieran nuestras necesidades infantiles y cómo respondieron las
personas que nos cuidaron ante esas necesidades, algo que quedó grabado
al temple en nuestro inconsciente. Lo que deseamos inconscientemente es
conseguir lo que no pudimos conseguir durante nuestra infancia por parte
de alguien que es como las personas que no nos ofrecieron aquello que
más necesitábamos. Cuando encontramos a una pareja Imago se produce
esa reacción química y se enciende la llama del amor. Todas las demás
apuestas, todas las demás ideas sobre lo que deseamos encontrar en una
pareja, quedan descartadas. Nos sentimos vivos y enteros, seguros de
haber encontrado a la persona adecuada que lo enderezará todo.
Desgraciadamente, y puesto que casi con toda seguridad habremos
elegido a alguien con rasgos negativos similares a los de los padres que
nos hirieron, son bastante reducidas las posibilidades de que en esta
ocasión logremos un resultado más positivo. De hecho, la mayoría de la
gente que ha tenido relaciones en serie afirma que, a pesar de sus mejores
intenciones, se las arreglaron para encontrarse cada vez con los mismos
problemas.
Estamos condenados al fracaso, tanto a la hora de encontrar como a la de
mantener el amor, si no conseguimos situar la conducta de nuestra búsqueda de pareja en consonancia con las realidades de nuestras necesidades
inconscientes y de nuestra herencia evolutiva. Pero la mayoría de nosotros
no sabemos cómo hacer eso porque nuestra sociedad no ha reconocido el
tremendo cambio psíquico inherente en el matrimonio moderno por amor.
Los matrimonios y las relaciones han cambiado porque nosotros hemos
cambiado. Pero como todavía no hemos articulado y codificado ese
cambio, seguimos jugando de acuerdo con las antiguas reglas. Se trata de
un descuido grave. El fracaso de nuestra sociedad a la hora de reconocer el
problema y actualizar nuestra comprensión para que esté a la altura de
nuestra evolución psíquica, presagia graves problemas para nuestra
civilización.
EL PRECIO DE LA IGNORANCIA
Nuestra ignorancia ya ha tenido consecuencias drásticas. Puesto que
funcionábamos en la oscuridad, sin saber qué cabía esperar o en qué se
podía confiar, al no estar entrenados ni preparados para el nuevo
matrimonio, resulta que la intensa energía del amor romántico empezó a
descomponer la estructura rígida y nada acomodaticia del matrimonio. Sin
embargo, hasta la década de 1950, tras el gran cataclismo que supuso la
Segunda Guerra Mundial, el divorcio no se decidía a la ligera y se
consideraba esencialmente como una decisión moral (término que debería
leerse más bien como inmoral). Debido a la gran vergüenza y censura que
conllevaba, muchos matrimonios desgraciados se mantuvieron juntos, y el
amor romántico desapareció de nuevo de los matrimonios para encontrar
refugio en las relaciones extramatrimoniales.
Años después, sin embargo, la difundida frustración con el matrimonio
condujo a disminuir el poder de la moralidad o de la religión para
mantenerse juntos. El divorcio se convirtió entonces en una salida
permitida de un matrimonio desgraciado. Aunque antiguamente los
divorcios sólo se concedían por motivos de infidelidad o maltrato, la
incompatibilidad se convirtió ahora en un motivo aceptable.
La terapia matrimonial ni siquiera apareció hasta aproximadamente la
década de 1930, pero ni siquiera los profesionales de entonces eran conscientes de las razones psicológicas subyacentes en los matrimonios con
problemas, de modo que la terapia no contribuyó lo suficiente para
contener la oleada de divorcios. Hasta hace bien poco, la mayoría de los
terapeutas
matrimoniales
actuaban
fundamentalmente
como
«intermediarios de acuerdos», que animaban a las parejas a solucionar sus
problemas relativos a los parientes, el sexo, el dinero, la infidelidad y la
educación de los hijos (de cuyos problemas subyacentes sólo ellos mismos
eran responsables), algo que hacían sobre una base puramente contractual:
«Tú haces esto por mí y yo hago tal otra cosa por ti».3
La difusión del divorcio tras la Segunda Guerra Mundial produjo
verdaderos estragos. La estructura de la familia empezó a resquebrajarse
bajo el aplastante aumento de divorcios. Con el creciente número de
segundos y terceros matrimonios, que no eran más que respuestas mal
guiadas ante la crisis matrimonial, surgió la familia de adopción. Ahora,
las familias monoparentales y las familias «mezcladas» de todo tipo se
consideran incluso como la norma, debido fundamentalmente a que nos
sentimos decepcionados con la posibilidad de un matrimonio feliz. Todo
eso no son más que adaptaciones al problema del fracaso matrimonial, un
intento por normalizar las realidades culturales que han surgido debido a
nuestra falta de comprensión de la agenda subyacente en el matrimonio.
Hemos admitido la idea de que las personas desgraciadas no deberían
permanecer en matrimonios desgraciados. Hemos dado crédito a la idea
de que cuando surgen problemas se debe cambiar de pareja, cuando lo
cierto es que debe cambiar la forma de vivir con esa persona concreta.
Todo es retroceso. En lugar de librarse de la pareja y mantener el
problema, lo que debería hacer es librarse del problema para mantener la
pareja. Lo que ha ocurrido es que al tratar de facilitar las cosas y de ser
más tolerantes, hemos perdido de vista nuestras propias necesidades y
deseos reales. Mantengo una actitud muy tolerante hacia las «familias de
elección», pero en último término eso no resulta muy útil.
Mientras no reconozcamos la agenda inconsciente que interviene en la
selección de pareja y en el matrimonio, y cooperemos con ella en la forma
de conducir nuestras relaciones, nuestros problemas sociales seguirán
escapándosenos de las manos y, como consecuencia de ello, sufrirán
nuestras vidas individuales. Si pudiéramos llegar a controlar esta
situación, si se produjera un reconocimiento general de la necesidad de
reeducarnos por lo que se refiere a las relaciones, los matrimonios
sobrevivirían y prosperarían, nuestros hijos serían más sanos y no
necesitaríamos el 80 por ciento de los programas de atención que ahora
tienen que ocuparse de los productos finales de hijos no queridos, tanto si
se trata de las drogas como de violencia, incesto, maltrato infantil, altos
índices de abandono escolar, robo, alcoholismo o embarazo de
adolescentes.
Sólo el cielo sabe que el divorcio no es la respuesta. Tenemos ahora a
toda una generación de personas que lo han descubierto así, pero por el camino más duro. También estamos aprendiendo que, por muy fácil que intentemos hacérselo, lo cierto es que los hijos de un divorcio llevan consigo
cicatrices duraderas que pasan desapercibidas. 4 El divorcio quizá permita
a la gente escapar de un mal matrimonio, pero mientras no demos los
pasos adecuados para asegurarnos buenos matrimonios, para facilitar la
felicidad y la autorrealización individual, mientras no aprendamos qué es
todo eso, seguiremos teniendo solteros desesperados, matrimonios sin
alegría, hijos problemáticos y una sociedad cuya disfuncionalidad
aumenta con cada década que pasa.
HACERLO DE MODO DIFERENTE
La ironía es que las cosas no tienen por qué ser de ese modo. Tenemos
todas las oportunidades, tanto individual como socialmente, para disfrutar
de matrimonios poderosos y transformadores y lograr que esos
matrimonios transformen nuestra sociedad. El moderno matrimonio
romántico es un regalo evolutivo para la psique, con un potencial singular
para la curación de nuestras heridas infantiles y capaz de facilitar nuestro
crecimiento espiritual. Hemos obtenido de algún modo la idea errónea de
que se tiene que de-ar un matrimonio para crecer y cambiar. Pero estamos
descubriendo ahora que es posible lograr una sanación poderosa
precisamente a través del matrimonio, que el matrimonio no es tanto una
institución rígida como una estructura en la que tiene lugar un proceso
dinámico. El matrimonio en sí mismo, entendido adecuadamente, es la
terapia que necesitamos para crecer y ser completos, para regresar a
nuestro estado gozoso innato.
Tenemos que aprender a enderezar nuestras relaciones. Y no se llame a
engaño, porque cuando hablo de relaciones, hablo de matrimonio. Tal y
como yo lo veo, las relaciones comprometidas, las relaciones de
convivencia, todas I as numerosas variantes de soltería actuales
constituyen un excelente campo de entrenamiento para el matrimonio,
pero no son un sustituto del mismo. > o lo en el matrimonio se encuentran
los ingredientes necesarios para alcanzar un pleno crecimiento y curación:
atención, concentración, seguridad, tiempo, la más profunda intimidad y
el pleno reflejo de nosotros mismos a través del otro. Sólo en el
matrimonio aparecen los elementos que activan la química del
crecimiento: la tensión de las defensas complementarias del carácter, las
heridas simétricas, la atracción inconsciente. Sólo a través del compromiso de aceptar y curar las heridas del otro, de proporcionarle un puerto
seguro para que experimente su plenitud durante el resto de su vida,
podemos volver a captar nuestra totalidad original. No podemos curarnos
a nosotros mismos, y tampoco podemos curar en relaciones precarias,
abiertas por un extremo. Así pues, tenemos que educarnos, prepararnos y
entrenarnos para el viaje que supone un matrimonio consciente.
EIERCICIO 2A
Inventario de autoconocimiento
Antes de que podamos conocer íntimamente a otro, tenemos que conocernos a nosotros mismos. Muchos de nosotros nunca dejamos de
descodificar quiénes somos, qué pensamos y sentimos. El propósito del
siguiente cuestionario consiste no en determinar cualquier respuesta dura
y rápida, sino en proporcionarle la oportunidad para articular y ver por
escrito su punto de vista sobre usted mismo y algunos de los temas críticos
en su vida.
Puesto que el objetivo de este ejercicio es el de probar a captar las cosas
subconscientes y descubrir qué hay realmente en su mente, procure no
analizar sus respuestas. Escriba lo primero que se le ocurra y con la mayor
rapidez posible. Concédase libertad para escribir todo lo que quiera;
utilice estas preguntas simplemente para poner en marcha otros
pensamientos y sentimientos que quizá desee explorar.
Nota: los ejercicios de las partes 1 a 4 persiguen la intención de acumular
información sobre sí mismo que pueda utilizar para efectuar los cambios
de los que se habla en la quinta parte. Verá que exigen un compromiso
sustancial de tiempo y energía para realizarlos de manera adecuada.
Evidentemente, cuanto más cuidadosa sea la atención y el pensamiento
que les dedique, tanto más aprenderá sobre sí mismo. La información
exacta y específica le ayudará a desarrollar un programa de autocambios,
que se afronta en la quinta parte. Estos ejercicios constituyen algo
importante en la preparación para mantener el amor que encuentre.
Aunque quizá prefiera leer todo el libro antes de hacer los ejercicios, hay
dos razones por las que le recomiendo hacer los ejercicios de este capítulo
antes de continuar. Una es que la información que desentierre enriquecerá
su lectura a lo largo del resto del libro; dos, que sus respuestas le serán más
útiles para el trabajo posterior si son espontáneas y no se ven influidas por
lo que va a aprender sobre las relaciones.
COMPLETE LAS SIGUIENTES FRASES CON LO PRIMERO QUE SE
LE OCURRA:
1. Mi objetivo en la vida es…….
2. Lo que me produce más satisfacción es
3. Mi infancia fue.
4. Creo que el sexo es
5. Cuando hago el amor, prefiero6. Mi temor más profundo es ____
7. Mi necesidad más profunda es__
8. Mi sentimiento más profundo es
9. Lo que más detesto es ________
10. Lo que más me preocupa es_________________
11. Mis objetivos para una relación fundamental son
12. Mis razones para desear una relación fundamental son
13. Creo que mis relaciones han sido 14. Tres de las cosas sobre mí mismo que deseo cambiar son:
15. Fantaseo sobre ------16. Siento cólera cuando,
17. Creo que soy---------18. Mi valor más elevado es
------------------------------------------------------19. Creo que gastar dinero en ____________es estúpido y un
despilfarro.
20. Un cuerpo desnudo es
_______________________________________
21. Mi placer más frecuente es
---------------------------------------------------22. Soy más feliz cuando
23 Cuando un hombre hace el amor, debería
24. Su cuerpo debería ser siempre------------25 Para mí, el trabajo es _______________
26 En general, veo la vida como ----------------------27 Cuando voy a una fiesta, yo-------------------------28 Los cuerpos de las mujeres son -------------------29 Mi idea de una carrera profesional de ensueño es
30. La persona a la que más admiro es ___________
31 Para mí, la muerte
--------------------------------32 Creo que la guerra es ____________________
33 No me sirven de nada las personas que _______
34. Tengo miedo de
-------------------------------------35 Cuando alguien es grosero conmigo, yo -"
36 No puedo comprender a la gente que cree .
37 Los cuerpos de los hombres son ----------38 En general, creo que mis puntos fuertes son
39 Después de hacer el amor, un hombre
40. Mis debilidades son
41. Mi visión del dinero es
42. Para mí, los niños son .
43. Los padres son---------44. La vida de casado es
45. Siento envidia de __
46. Deseo ---------------47. Mis vacaciones de ensueño son
48. Me divierto más cuando ------49. Experimento un gran placer al
50. Mi deporte favorito es ______
51. Lo que me asquea es
--------52. Creo que la jubilación --------53. Muchos de mis sueños se refieren a
54. Cuando tengo miedo, yo _________
55. Cuando veo a parejas besarse en público, yo ______
56. En relación con el orgasmo de un hombre, una mujer
57. Cuando me enamoro, yo ---------------------------------58. Cuando tengo tiempo libre, me gusta
59. No puedo soportar que un hombre —
60. Me parece conmovedor --------------
61. La religión es para mí ____________
62. En mi opinión, la educación de los niños es
63. Creo que Dios ---------------------------------64. Lo que deseo cuando estoy enfermo es
65. No puedo soportar que una mujer _—
66. La disciplina es
_________________
67. Lo que más me molesta de mi cuerpo es
68. Cuando esté moribundo, yo--------------69. Lo que más me duele ______________
70. Mis padres ______________________
71. Nunca le he dicho a nadie que me gusta
72. En un matrimonio prolongado, el sexo
73. Me gusta el sexo cuando
-------------74. La política es ---------------------------75. Los orgasmos son ----------------------76. La peor cosa en la vida es -------------77. Lo mejor de la vida es ----------------78. Lo que siento acerca de vacaciones por separado es
79. Lo primero que observo en alguien es __________
80. Creo que el matrimonio es----------------------------81. Mi secreto más vergonzoso es _______________
82. En una discusión, yo ----------------------------------83. Para mí, la intimidad significa
84. El divorcio es------------------85. Cuando estoy en desacuerdo con alguien, yo
86. Lo que más temo del matrimonio es --------87. Los parientes políticos deberían
-----------88. Lo que más detesto es
-----------------------89. Lo que más me gusta de mí mismo es
90. El sexo opuesto es ---------------------91. Cuando alguien se enoja, yo
92. Las mujeres son-------------93. Los hombres son
----------94. Lo mejor del sexo opuesto es
95. Cuando me enojo, yo--------96. Hablar de sexo hace que me sienta 97. Lo peor del sexo opuesto es ____
98. Lo que más detesto en cualquier persona es
99. Lo que más admiro en otra persona es ___
100. En mis mejores momentos soy _________
101. En mis peores momentos soy___________
102. La gente debería-------------------------------103. Cuando me haga viejo
104. Mi peor experiencia en la vida fue
105. El amor es
106. Para mí, una cita es-------------------------------------107. Para mí, «Hasta que la muerte nos separe» significa 108. Enamorarse es_____________________________
Como una forma de digerir y organizar la información que acaba de revelarse a sí mismo, utilice sus respuestas para escribir un ensayo sobre sí
mismo, agrupando la información por temas como «objetivos», «sexo»,
«temores», «relaciones», etcétera. Ese artículo le servirá como valiosa
información básica acerca de sus convicciones actuales una vez que
empiece a realizar los ejercicios de autocambio de la quinta parte.
Aprender de las relaciones pasadas
La segunda fase de la recopilación de información tiene que ver con sus
relaciones hasta ahora. Las relaciones del pasado, aunque le recuerden el
dolor y el fracaso, constituyen una valiosa ventana abierta a temas, heridas
y conflictos que tenemos que afrontar si queremos elegir adecuadamente a
nuestra pareja y afrontar mejor los problemas de relación en el futuro.
Cada relación pasada se inició con amor y esperanza. Si podemos
contemplar el pasado sin pestañear, y reconocer con honestidad lo que
salió mal, cuáles fueron nuestras expectativas insatisfechas, y si podemos
ser objetivos acerca de la naturaleza de nuestras parejas del pasado,
dispondremos de una oportunidad ideal para ver quiénes somos, por qué
elegimos como elegimos, y cómo nos comportamos en las relaciones.
Armados con este conocimiento, podemos empezar a ver las pautas que se
repiten una y otra vez de forma tan devastadora, comprenderemos dónde
es necesario el crecimiento y el cambio, cuál es la naturaleza de la herida
que necesita curación, y de ese modo estaremos preparados para hacer
mejor las cosas la próxima vez.
A continuación se indican una serie de ejercicios diseñados a escudriñar
las relaciones del pasado, para descubrir en ellas el oro que podamos
desenterrar acerca de nuestras necesidades y de la dinámica existente en la
convivencia. En mis talleres destinados a parejas, pido que se hagan
variaciones de estos ejercicios. Pero para ellas hay inconvenientes. Las
parejas se encuentran sumidas a menudo en lo más espeso de un conflicto,
y les resulta difícil ser objetivos. Aunque sus recuerdos son frescos, sus
problemas son actuales y les están afectando; también se encuentran más
sumidos en la cólera y la confusión. Usted, en cambio, tiene la ventaja de
poseer un cierto grado de distancia emocional (aunque eso no quiere decir
que no guarde recuerdos dolorosos y en carne viva), y puede evaluar y
comparar los datos acumulados a partir de múltiples relaciones, así como
considerar su propia situación durante un tiempo más prolongado.
Procure realizar este trabajo cuando disponga de tiempo para relajarse y
permitirse a sí mismo el volver a experimentar lo que sucedió. Lo que
quiero que haga antes que nada es identificar todas las relaciones
importantes que hubo en su pasado. Con ello me refiero a todas aquellas
que fueron realmente poderosas, tanto si se trató de un enamoramiento de
estudiante de escuela superior, como de un novio o una novia
universitarios, de un amante con el que convivió, de una situación de
noviazgo a largo plazo o de un matrimonio. No cuentan aquí las relaciones
que fueron casuales o que, por la razón que fuese, no llegaron a
emocionarle. Por otro lado, quizá desee incluir una relación que no fue
romántica, con un colaborador, un amigo, un maestro, siempre que
estuviera emocionalmente cargada o fuera conflictiva para usted. Es
posible que haya habido muchas relaciones de este tipo en su vida, o que
sólo hayan existido una o dos (para los propósitos que perseguimos aquí,
le sugiero que se limite a cuatro o cinco).
EJERCICIO 2B
Visión previa de la Imago
1. Utilice una hoja de papel apaisada. Prepare una columna para cada una
de sus relaciones del pasado, colocando el nombre de la persona de que se
trate en la parte superior de cada columna.
Cierre los ojos, respire profundamente varias veces, relájese y piense en la
primera relación. Quiero que, durante unos pocos minutos, piense en la
ocasión en que conoció por primera vez a esa persona, cómo le pareció,
qué se dijeron el uno al otro, qué hicieron. Procure situarse mentalmente
en aquellas mismas situaciones del pasado. Permítase a sí mismo sentir
profundamente sus efectos, y recuerde su impacto emocional. Procure
recordar cómo fueron las primeras fases de su romance, cómo pasaban el
tiempo juntos, cómo fueron las cosas la primera vez que hicieron el amor.
Ahora quiero que piense en la primera vez que observó que algo andaba
mal, o en algo que no le gustó del otro. ¿Qué fue y qué hizo usted? ¿Lo
ignoró, negó lo que estaba sucediendo o se sintió conmocionado? ¿Recuerda la transición desde el intenso amor romántico hasta el «establecimiento» en la relación cotidiana? ¿Puede usted identificar los problemas y
las cosas que salieron mal? ¿Recuerda cómo intentó solucionar sus
problemas o restaurar sus sentimientos iniciales? ¿Y cómo terminó la relación? Quizá sólo desee pensar en lo que ocurrió, o quizá quiera escribir
algo sobre lo ocurrido. La idea consiste en recordar aquella situación
pasada del modo más vivido posible.
2. Contando ahora con todos estos recuerdos, introduzca en la primera
columna una lista de los rasgos que utilizaría para describir a esa persona,
tanto positivos como negativos. Utilice adjetivos como amable, mezquino, cálido, manipulador, generoso, tacaño, aburrido, carismático, etcétera.
3. Una vez que haya terminado, vuelva sobre sus pasos» e introduzca un
signo más (+) junto a cada rasgo que considere positivo, y un signo menos
(-) junto a cada rasgo negativo.
4. Estudie de nuevo la lista y, en la parte izquierda de la columna, clasifique los rasgos positivos por orden, colocando un «1» junto a los rasgos
que más le gustaron, un «2» junto a los rasgos que le gustaron igualmente
aunque algo menos, y así sucesivamente. En el lado derecho de la columna, clasifique los rasgos negativos de la misma manera, calificando
con un «1» los peores rasgos, con un «2» los que no eran tan peores, y así
sucesivamente.
5. Repita los pasos 1, 2 y 3 para cada una de sus ex parejas,
6. Retroceda y trace un círculo alrededor de los rasgos positivos que son
comunes a todas sus ex parejas (o a la mayoría, si tuvo muchas). Subraye
los rasgos negativos que tienen en común.
7.
En una nueva hoja de papel, trace un círculo y divídalo
horizontalmente por la mitad. En la mitad superior del círculo anote todos
los rasgos positivos que calificó con 1 o 2 para sus ex amantes. Trace un
círculo alrededor de cualquiera sobre el que ya trazó un círculo en el paso
6. En la mitad inferior del círculo, introduzca los rasgos negativos
calificados como 1 y 2, y subraye aquellos que ya subrayó en el paso 6.
Ahora debería disponer de una imagen previa de su propia Imago, es decir, de la clase de persona hacia la que se siente atraído inconscientemente.
EIERCICIO 2C
Frustraciones en las relaciones
1. En la parte superior de la hoja horizontal de papel escriba el nombre de
una de sus ex parejas. Divida el espacio en cinco columnas, encabezadas
con: Frustraciones, Sentimientos, Pensamientos, Reacciones y, en la
quinta columna, Temores.
2. Anote en la primera columna las frustraciones que tuvo con esa
persona en concreto. Una frustración es un comportamiento que le causó
alguna incomodidad, dolor o frustración. Por ejemplo: «Ella/él acordaba
una cita conmigo y siempre llegaba tarde sin avisarme», «Cuando me
abrazaba, no me apretaba fuerte», «Cuando le hacía una pregunta, solía
darme respuestas indirectas», «A veces me criticaba delante de mis
amigos», «A menudo me hablaba en un tono de voz colérico». Al escribir,
debería evitar adjetivos peyorativos como «perezoso», «tacaño»,
«mezquino», «colérico», «reservado», «informal». En lugar de eso, utilice
frases que describan los comportamientos que le indujeron a formarse esa
opinión.
3. Indique en la segunda columna el sentimiento que experimentó con
cada frustración. Los sentimientos deberían anotarse empleando una sola
palabra, como «cólera», «temor», «vergüenza», etc. Si escribe una frase,
estará describiendo su proceso de pensamiento. Por ejemplo, comentarios
como «Tengo la sensación de que él no me apreciaba», o «Me sentía como
si ella me utilizara» analizan sus pensamientos acerca de estar con esa
persona. Lo que se trata de indicar en esta segunda columna es el
sentimiento que experimentó cuando tuvo usted ese pensamiento. Por
ejemplo: «Cuando ella/él no me llamaba al llegar tarde, pensaba que no
era respetado y eso hacía que sintiera cólera».
4. La tercera columna es el lugar adecuado para registrar sus
pensamientos. En la primera columna, por ejemplo, podría haber escrito:
«Ella/él acordaba una cita conmigo y siempre llegaba tarde sin avisarme»,
en la segunda columna puede haber anotado que ese comportamiento le
hacía experimentar «cólera», mientras que en la tercera columna puede
haber escrito: «No se me respeta», o «No me siento querido». El
pensamiento completo es, por lo tanto: «Ella/él acordaba una cita conmigo
y siempre llegaba tarde sin avisarme, y yo experimentaba cólera y pensaba
que no me respetaba».
5. En la cuarta columna anote su reacción. Se trata de una descripción de
su comportamiento al sentirse «colérico y no respetado». Un ejemplo
podría ser: «Me ponía de mal humor», o «Llamaba a mi madre y le decía
lo desconsiderada que era», o «Empezaba a sentirme deprimido y tomaba
una copa».
6. La quinta columna, la del «Temor», es la más difícil. Quizá necesite
pensar sobre el temor oculto que despierta la «frustración» anotada en la
primera columna. Su «reacción» oculta ese temor ante sí mismo; esa es,
después de todo, la función de una reacción. Por ejemplo, la tardanza del
otro podía despertar el temor a ser «abandonado». O quizá experimentara
el temor de que el otro estuviera con otra persona. La frase completa que
llena todas las columnas podría ser algo similar a lo siguiente: «Ella/él
acordaba una cita conmigo y siempre llegaba tarde sin avisarme, y yo
experimentaba cólera y pensaba que no me respetaba. Entonces, reaccionaba sintiéndome deprimido y tomaba una copa porque temía verme
abandonado».
7. Repita los pasos 1-6 con cada una de sus ex parejas.
8. Tome una nueva hoja de papel, divídala horizontalmente en seis
columnas. Encabece las cinco primeras igual que hizo en el paso 1.
Encabece la sexta columna con «Deseo».
9. Estudie la lista de frustración que preparó para cada ex pareja, e
identifique frustraciones similares recurrentes. Puede encontrarse, por
ejemplo, con que experimentó diversas frustraciones respecto al tema de
la tardanza, o de no mantener los acuerdos, o de sentirse criticado. Tome
cada grupo de frustraciones similares y sintetícelas en una sola frase que
incluya la esencia de cada una de ellas. Por ejemplo, si experimenta frustraciones recurrentes ante la tardanza, podría sintetizarlas afirmando:
«Cuando mis parejas no son formales por lo que se refiere al tiempo, me
siento colérico». De modo similar, agrupe las respuestas alrededor de cada
tema en el resto de las columnas, de la segunda a la quinta. La frase final
podría ser parecida a la siguiente: «Cuando mis parejas no son formales
por lo que se refiere al tiempo, me siento colérico, pienso que no soy
respetado o importante, y suelo reaccionar con depresión y con la bebida
para ocultar mi temor al abandono». Finalmente, en la columna
encabezada por «Deseo», anote lo que desea, algo que, si lo tuviera, eliminaría la frustración de la primera columna. Por ejemplo: «Me gustaría
que mi pareja hiciera mayores esfuerzos por llegar a tiempo y si va a llegar
con más de diez minutos de retraso, me gustaría que me llamara para
avisarme». Repita este mismo proceso de síntesis para cada frustración
recurrente.
Ahora dispone usted de una imagen de los problemas y frustraciones que
suelen aparecer de modo recurrente en sus relaciones, y tendrá una idea de
qué es lo que remediaría esas frustraciones.
EJERCICIO 2D
Su relación inconsciente
Complete ahora las siguientes frases, utilizando para ello el material recopilado en los ejercicios anteriores. (Quizá prefiera copiar esas frases en
una hoja de papel, o hacerse una fotocopia de las páginas para poder
rellenar la información que se le pide aquí.)
Suelo sentirme atraído hacia una persona que es____________________
(Complete la frase con los rasgos negativos de la mitad inferior del círculo
del ejercicio 2B, número 7, página 50)
... con la que me sienta ______
Aquí el resumen de los sentimientos negativos del ejercicio 2C, número
9, segunda columna, página 52)
Porque ella/él me frustra con___________________________
Indique aquí el resumen de frustraciones del ejercicio 2C, número 9,
primera columna, página 52).
Desearía que esa persona fuera siempre______________
Indique aquí los rasgos positivos incluidos en la mitad superior del círculo
del ejercicio 2B, número 7, página 50)
.. de modo que yo pudiera tener --------------------------------------------Complete esta frase con la lista de deseos del ejercicio 2C, número 9,
quinta columna, de la página 52).
Cuando no obtengo satisfacción a esos deseos, pienso _______________
Indique aquí la síntesis de pensamientos del ejercicio 2C, número 9,
tercera columna, página 52)
v reacciono con
Introduzca aquí el resumen de reacciones del ejercicio 2C, número 9,
cuarta columna, página 52)
…..y experimento mis más profundos temores, que son___________
Termine la frase con el resumen de sus temores indicados en el ejercicio
número 9, quinta columna, página 52. Esos temores describen la herida
infantil que vuelve a experimentar en sus relaciones.)
Ahora cuenta usted con una imagen de su «relación inconsciente».
Dispone ahora de información vital para su elección de pareja y para los
temas de relación. Más adelante trabajaremos de nuevo con esta información. Pero tenga en cuenta lo que ha aprendido a partir de estos ejercicios,
a medida que lea los capítulos siguientes, donde sin duda alguna
reconocerá algunas de las raíces de la historia de sus relaciones.
Notas
1. En un reciente viaje a Jaya vi una versión de la Edad de Piedra de la
práctica del matrimonio acordado, cuyas reliquias persistieron en los
matrimonios occidentales hasta el siglo xix. El pueblo dani ha vivido en
las altiplanicies de Irían Java durante casi siete mil años. Las esposas se
compran, y se pueden revender a cambio de cinco cerdos, a menos que
estén embarazadas, o que sean trabajadoras excepcionalmente buenas, en
cuyo caso cuestan más. La atracción no es un factor de elección; las
principales virtudes son los cuerpos fuertes y la fertilidad.
Durante miles de años han existido distintas variaciones de propiedad de
la esposa. En muchas partes de Europa, las esposas llegaban con una dote.
Todos los matrimonios acordados se basan en factores sociales y
económicos, como la riqueza, el estatus social y la fertilidad. El amor
juega un papel muy escaso, si es que juega alguno. Eso ha cambiado en la
mayoría de las sociedades modernas, y más visiblemente en aquellas que
han avanzado hacia un sistema político democrático que permite la libre
elección por lo que respecta al destino personal, y que abarca también la
selección de la pareja matrimonial.
2. Estoy convencido de que esta evolución en el matrimonio se produce
paralelamente a la evolución de la psique colectiva, que sigue a su vez el
mismo camino que el desarrollo psíquico individual, desde la fusión con
la madre (la conexión del individuo con lo colectivo) hasta la
diferenciación de la madre (diferenciación del individuo con respecto a lo
colectivo), la identidad personal con la familia (identidad del sí mismo
dentro del colectivo), hasta la competencia, la preocupación y la intimidad
(fases de la psique colectiva todavía por evolucionar). La democracia es el
fin de la monarquía o el final de la dependencia del padre colectivo, y el
desarrollo de una identidad separada y de igualdad. Parece que nos
encontramos en este punto dentro de la evolución de la psique colectiva.
En consecuencia, los sistemas políticos del futuro tendrán una forma
diferente a la democracia para «alojar» la evolución de la psique colectiva.
Puesto que estamos incrustados en la naturaleza y somos, de hecho, la
naturaleza que se expresa a sí misma, creo que la evolución de la psique es
una expresión de la evolución psíquica en la naturaleza. Más
específicamente, creo que la naturaleza se halla comprometida en su
propia autorreparación y culminación, y que el surgimiento del
matrimonio por amor y el potencial de curación y de evolución espiritual
inherente al mismo son los medios por los que la naturaleza realiza su
autorreparación y culminación. Durante miles de años, en una sociedad
patriarcal y con un gobierno monárquico, los matrimonios estuvieron
desprovistos de amor y afecto, no se valoró a las mujeres como iguales, y
los niños eran una propiedad. El resultado fue mucho dolor emocional, y
ocultación del carácter que luego se expresaba en los conflictos de grupo
y, finalmente, en nuestro tiempo, en el daño causado al planeta mismo.
Desde mi perspectiva, la naturaleza trabaja debido a nuestro dolor
colectivo y busca la manera de curarse a sí misma a través de nuestra
curación. Al trabajar a través de nuestro inconsciente, creó la democracia
para «albergar» la psique colectiva emergente y, a través de este sistema
político, liberó al inconsciente para que seleccionara a una pareja para el
matrimonio, de modo que se pudiera crear así un sistema de curación que,
en último término, tendría como resultado la curación de la propia
naturaleza.
3.
En Estados Unidos, la primera organización de terapeutas
matrimoniales no surgió hasta 1942, cuando se organizó la ahora extinta
Asociación Americana de Terapia Matrimonial. Con anterioridad ya
habían existido una serie de centros de asesoramiento matrimonial: el
Marriage Consultation Center, fundado por Abraham y Hannah Stone; el
Marriage Concil of Philadelphía, fundado por Emily Mudd, y el American
Institute of Family Relations, fundado por Paul Popenoe. La literatura de
apoyo sobre la terapia matrimonial no apareció hasta 1938, con un artículo
de Oben-forf sobre el psicoanálisis de las parejas casadas, seguido en 1948
por otro artículo de Mittleman sobre «el análisis concurrente de las parejas
casadas».
Aun así, el asesoramiento matrimonial se ha centrado en ayudar a los
individuos con sus patologías personales, no al matrimonio en sí, y la
mayor parte del asesoramiento se basó en el psicoanálisis, una psicología
de lo individual. El centro de atención sobre la pareja y el matrimonio no
apareció hasta principios de la década de 1970, con el surgimiento de un
método llamado «terapia matrimonial conjunta», una estructura de
asesoramiento en la que se veía juntos a ambos miembros de la pareja. Eso
constituyó una innovación radical, cuyo ímpetu se derivó de la ruptura de
tantos matrimonios jóvenes después de la Segunda Guerra Mundial.
4. Judith S. Wallerstein y Sandra Blakeslee, Second Chances: Men,
Women and Children After Divorce, Ticknor and Fields, Nueva York,
1989. En este importante estudio, Wallerstein no encontró ningún caso de
divorcio que no hubiera producido heridas emocionales en los niños, que
afectaron a su adaptación en la vida como adulto y a sus relaciones
íntimas.
3. El viaje humano
Hay un flujo común, un aliento común. Todas las cosas están en simpatía.
HIPÓCRATES
La mayor parte de este libro está dedicado a nuestro viaje psicosocial: de
qué modo afectan nuestras experiencias infantiles a nuestra elección de
pareja, cómo estamos volviendo a representar, en nuestro amor
fundamental, las heridas arcaicas de la infancia, y cómo podemos iniciar,
mientras estamos solteros, el proceso de cambio que acelerará el proceso
de curación después del matrimonio. Pero en este capítulo deseo hablar de
las dos fases del viaje humano que tienen lugar antes de que hayamos
nacido, lo que yo denomino nuestros orígenes cósmicos y nuestra herencia
evolutiva. Quizá el lector se pregunte cómo le va a ayudar esto en su
preparación para el amor duradero, pero le puedo asegurar que así será. Es
usted mucho más grande que su propia experiencia personal, y su contexto
es mucho más amplio que la red de sus relaciones.
Para comprender perfectamente lo que sucede en sus relaciones es importante captar qué clase de criatura es usted, y qué ha heredado de sus antepasados. Nuestra vida desde el nacimiento y nuestra conciencia no son
más que una parte de la historia.
Para captar plenamente quiénes somos y qué nos motiva, tenemos que
viajar por debajo de la superficie y mirar el inconsciente, nuestra
naturaleza instintiva, la forma en que funciona nuestro cerebro y nuestras
conexiones subterráneas con otros seres.
Para sacarle sentido a las intensas emociones oceánicas del amor, para
comprender nuestros sueños, a menudo extraños e inimaginables, nuestros
latidos y anhelos, tenemos que retroceder desde nuestra existencia
cotidiana y situar nuestra comprensión de las relaciones en el más amplio
contexto de nuestra naturaleza humana.
El viaje cósmico: anhelo de conexión
¿Le hace sonar algo si le digo que todos compartimos un anhelo inarticulado de algo a lo que no podemos echar mano del todo? ¿Ha experimentado alguna vez un momento, en medio de su actividad cotidiana, en el que
de pronto, inexplicablemente, se ha sentido inundado por una oleada de
felicidad o alegría, por la sensación de que todo en el mundo está bien?
Esos momentos llegan sin previo aviso, quizá mientras conducimos por
una carretera oscura en plena noche, o cuando levantamos la mirada para
ver la puesta de sol sobre el perfil de una ciudad. Algo «se apodera de
nosotros» mientras permanecemos sentados, contemplando la puesta de
sol, o cuando captamos el aroma de la hierba recién cortada, o incluso
cuando nos encontramos enfrascados en alguna tarea mundana. En esos
momentos experimentamos a menudo una pérdida de fronteras, una
intemporalidad en la que escapamos por un momento de las rígidas
estructuras de nuestro cerebro y nuestro cuerpo. Ese momento pasa,
enloquecedoramente inexplicable e irreproducible, y nos quedamos
perplejos. Y, sin embargo, hay algo oscuramente familiar en tales
situaciones, una sensación de hallarnos en contacto con nosotros mismos
que imparte a esos momentos transitorios una intensidad especial y nos
hace anhelar el volver a captar los sentimientos que evocan.
Por muy misteriosos y elusivos que sean esos instantes, creo que nos comunican algo importante acerca de quiénes somos como seres humanos y
acerca de aquellas partes de nosotros que se encuentran ocultas tras el velo
de nuestra realidad cotidiana, algo que tiene un impacto profundo sobre
nuestras relaciones. Pues del mismo modo que nuestros problemas de
relación no tienen su origen en nuestra dificultad para encontrar a la pareja
correcta o con el momento de nuestro primer vagido, nada de lo que nos
pasa de niños puede explicar plenamente las emociones incompletas y
abrumadoras que experimentamos al enamorarnos, o el dolor que
sentimos ante su pérdida. Para encontrar una explicación tenemos que
mirar hacia otra parte.
Creo que la calidad de esos momentos intemporales nos ofrece una
valiosa ventana a la comprensión de nuestra esperanza oculta en las
relaciones ¿De qué pozo surgen esos sentimientos que tanto nos
sorprenden con su intensidad? ¿Qué recuerdos se esfuerzan por revivir en
nosotros? Estoy convencido de que esos sentimientos surgen de nuestra
conexión olvidada con recuerdos de un tiempo anterior al nacimiento, del
período que pasamos en U matriz de nuestra madre, e incluso antes,
cuando nos sentíamos total y seguramente conectados no sólo con una
madre que nos lo daba todo sino, más allá de eso, con todo y con todos.
Estoy convencido de que ese recuerdo es una fuente del anhelo humano
fundamental y universal que constituye la esperanza inexpresada del
amor.
Esta idea encaja bien con lo que sabemos sobre la experiencia fetal.
Mientras flota tranquilamente en el útero de la madre, el feto es
alimentado, protegido y suavizado por el latido del corazón materno;
todo aquello que necesita lo obtiene sin esfuerzo, instantáneamente. El
feto no posee un concepto de sí mismo, del pasado o del futuro, no tiene
conciencia de lo que le separa de los demás. Incluso durante un tiempo
después del nacimiento, el niño sigue viviendo idílicamente en un mundo
en el que no reconoce la diferencia entre sí mismo y quienes le rodean.
Pero ¿no será un poco exagerada esta idea de nuestra conexión intemporal
con todo? ¿No estaremos introduciéndonos aquí en un territorio fetichista? Yo no lo creo así.
CLAVES PARA NUESTRA CONEXIÓN
La cuestión de nuestra conexión esencial con el amplio universo ha encabezado el interés de los investigadores en muchos campos, desde la
ciencia y la religión hasta la psicología y la filosofía. La física moderna
plantea la idea de que todo en el universo es esencialmente energía
pulsante que parece reconstituirse a sí misma como configuraciones
particulares de materia en momentos concretos y, específicamente, en el
momento de la observación, es decir, en aquel en que nuestra conciencia
parece concretarla. En este sentido, la materia no es sino un medio a través
del cual observamos pautas y densidades de energía. Por debajo de la
apariencia de un mundo material, todos estamos unidos en una especie de
danza energética.
La ampliamente acreditada teoría «Gaia» de James Lovelock lleva más
allá la analogía al afirmar que toda la tierra no es más que un gran organismo pulsante y vivo, del que los océanos, los árboles, los seres humanos y
los teléfonos, por ejemplo, sólo son células más pequeñas e
interdependientes, como la carne y la sangre, los órganos y las
terminaciones nerviosas de las que todos juntos formamos la vida pulsante
del conjunto, contribuyendo a la salud y buen funcionamiento de cada
parte. William James lo expresó del siguiente modo:
«Nosotros, con nuestras vidas, somos como islas en el mar, como árboles
en el bosque. El arce y el pino pueden susurrarse el uno al otro con sus
hojas... Pero los árboles también entrelazan sus raíces en la profundidad de
la tierra, y las islas también están unidas a través del fondo oceánico. Del
mismo modo, existe un continuum de conciencia cósmica contra el cual
nuestra individualidad construye verjas accidentales... Nuestro estado de
conciencia normal se halla circunscrito por motivos de adaptación a
nuestro ambiente externo, pero la verja tiene sus puntos débiles y las
influencias espasmódicas de más allá se filtran y muestran la conexión
humana que de otro modo es inverificable.» 1
Las formas alternativas de la medicina, como la acupuntura, la homeopatía, la retroalimentación y la imposición de manos terapéutica asumen el
acceso a campos de energía, eléctrico, magnético, mental, psíquico, más
allá de los límites aparentemente arbitrarios de nuestros cuerpos. Que
estamos inextricablemente entrelazados con el universo lo ponen de
manifiesto los estudios que demuestran cómo se ven afectados nuestros
relojes «internos» por los ciclos circadianos: ¿qué es, después de todo, el
desfase aéreo, sino el haber perdido la sincronía con el reloj planetario?
Los ritmos de nuestros cuerpos (compuestos, como la Tierra, por más de
un 70 por ciento de agua), se hallan influidos por la Luna y las mareas, y
son sensibles a los campos magnéticos, tanto locales como globales.
Los fenómenos aparentemente paranormales, como la telepatía, la clarividencia y la precognición parecen confirmar nuestra unión intemporal.
Muchos de nosotros, racionalistas como somos, rechazamos con desdén
los poderes psíquicos, recelosos ante los que se dedican a encontrar
mensajes en las hojas de té o ante el dogma de la nueva Era. Y, sin
embargo, somos pocos los que no hemos tenido experiencias
inexplicables propias, sabiendo por ejemplo, de manera repentina y con
toda seguridad, quién estaba al otro lado de la línea telefónica antes de
atender la llamada, o habiendo tenido un sueño que predecía la realidad de
lo que más tarde iba a ocurrir. Los zahones que encuentran agua con
ramitas bifurcadas, los clarividentes que predicen los terremotos, o que
conducen a la policía hasta las personas desaparecidas, guiados por una
pieza de su ropa o por una joya, y los psíquicos que indican a los
arqueólogos dónde excavar en busca de civilizaciones perdidas, no hacen
sino sintonizar con una conciencia colectiva intemporal en la que todos
somos siempre uno. El historiador Arnold Toynbee experimentó varios y
asombrosos episodios retrocognitivos durante los que «vio» el suicidio de
un rebelde romano en el año 80 a. de C. y compartió la experiencia de los
primeros españoles que vieron la capital azteca de Tenochtitlán. En un
momento, escribió, se encontró él mismo «en comunión, y no sólo con tal
o cual episodio de la historia, sino con todo lo que había sido y era y había
de suceder. En ese instante, fui directamente consciente del paso de la
historia, que fluía suavemente a través de mí, como una poderosa
corriente, y de mi propia vida hinchándose como una ola en el flujo de esta
vasta marea».
El psicólogo Cari Jung añade claves a la naturaleza de nuestra
conexión mediante su teoría de que todos compartimos un inconsciente
colectivo. En esta visión, nuestras experiencias humanas acumuladas se
funden sobre el tiempo alrededor de ciertos arquetipos o pautas repetidas
de esfuerzo y comportamiento humano. Los arquetipos son la materia del
mito por el cual vivimos: héroe y villano, tierra madre y seductora. Estos
arquetipos universales, que forman una parte de nosotros mismos igual a
la que heredamos como nuestros instintos animales o el color del cabello,
ejercen una influencia inconsciente sobre nuestro comportamiento y
nuestras respuestas, incluso cuando nuestros propios pensamientos y
acciones influyen sobre su mutación y contribuyen a su fuerza colectiva.
El concepto de un estado original de gozo relajado cruza las líneas religiosas y culturales en la descripción del paraíso, ya sea como Cielo, como
Campos Elíseos, Nirvana, El Dorado o Jardín del Edén. Todo simboliza la
perfección primordial, una edad dorada de paz y gozo, una comunión
perfecta con la naturaleza entre el hombre y la bestia, el ave. y el bosque,
una imagen idílica de inmortalidad intemporal. Y entonces, según el mito,
se produce una perturbación, una caída en desgracia, un cataclismo.
Somos expulsados del jardín y después buscamos en vano el paraíso y
nuestra unidad espiritual.
Pero no tenemos que remontarnos al mito, la magia o la ciencia para
encontrar pruebas de que anhelamos la paz, el gozo relajado. Las
manifestaciones modernas de ese anhelo me las encuentro a diario sobre
mi mesa de despacho, en forma de artículos, talleres, píldoras, procesos y
productos que prometen alivio del estrés. A juzgar por la verdadera
inundación de libros y cintas de autoayuda sobre cómo encontrar el gozo y
la felicidad, sobre la reducción del estrés y la producción de «experiencias
cumbre», sobre el masaje y la meditación, tengo que llegar a la conclusión
de que este es un impulso profundo y que por detrás del expreso deseo de
aliviar el estrés hay algo que nos falta, y que todos deseamos encontrar.
QUEREMOS RECUPERARLO
Todo esto se reduce a que nuestro anhelo rudimentario de conexión, y
esos momentos en los que atravesamos el velo de nuestra existencia
cotidiana, procede de un nebuloso recuerdo de que en un tiempo no
estuvimos separados, sino conectados con todo, y particularmente con
todos los demás humanos, de una forma que nos hacía sentirnos seguros y
apoyados. Y nuestro anhelo fundamental es el de trascender las barreras
que ahora nos separan de nuestra conciencia de esa conexión.
En la psique hay algo que sabe que las cosas no son como deberían ser. No
esperamos o anhelamos algo imaginario. Cuando conseguimos contactar
con esa insinuación profundamente enterrada de una esencia humana
panexistente, nos parece absolutamente normal y objetivamente real.
Anhelamos nuestra totalidad original, ese estado oscuramente recordado
de gozo relajado, porque lo experimentamos, aunque sólo fuera
brevemente, en el útero de nuestra madre. No podemos identificar su
fuente. El teólogo Martin Buber lo expresó bien cuando dijo que «el
nacimiento es el momento a partir del cual empezamos a olvidar».
A mí me parece muy correcto pensar que toda la vida no es más que un
esfuerzo por recordar ese estado idílico preexistente. Somos en esencia
energía pulsante que ha sido perturbada; nuestro deseo es superar esa
perturbación y restaurar la pulsación natural que es nuestra esencia. No
tratamos de encontrar algo que no hemos tenido nunca, sino que queremos
conseguir algo que tuvimos, intentamos recuperar lo que perdimos.
Aunque no seamos conscientes de ello, el objetivo secreto que
perseguimos en nuestras relaciones no es una fantasía amorosa propia de
las pantallas de cine, sino más bien un impulso por recuperar el estado de
gozo relajado que es nuestro derecho de nacimiento.
El viaje evolutivo: anhelo de estar vivos
He dedicado buena cantidad de tiempo a presentar pruebas de nuestro
estado original de gozo relajado y de conexión porque deseo que sea usted
plenamente consciente de la existencia de esa poderosa influencia oculta
en sus relaciones. Pero en nuestro viaje, aquí en la Tierra, hay también
otros impulsos igualmente poderosos. Mientras que nuestros orígenes
cósmicos están presentes en el nacimiento, en forma de intuiciones de
nuestra totalidad original, también llegamos con la historia de nuestra
especie codificada en nuestros genes, como el botín acumulativo de
nuestro viaje evolutivo. Se trata de una herencia que se remonta a los
primeros seres que caminaron en posición erecta y que culmina en el color
de los ojos y la aptitud matemática transmitida por nuestros padres.
Impresos en nuestros genes, entrelazados a través de nuestro inconsciente,
están los impulsos, los instintos y la memoria genética formada a lo largo
de eones. Treinta años de vida en Manhattan o en Milán pueden atemperar
u oscurecer nuestra naturaleza humana intrínseca, pero no pueden
erradicarla del todo.
NUEVA MENTE, CEREBRO ANTIGUO
Es nuestro cerebro, grande y altamente evolucionado, lo que nos separa
a los humanoides erectos de las especies inferiores. Nos gusta pensar en
nuestro cerebro como una parte de nosotros que digiere, organiza y analiza
las montañas de información diversa que absorbemos. Utilizamos nuestro
cerebro para planificar, crear estrategias, inventar, crear, tomar
decisiones. No es nada sorprendente que nos identifiquemos con nuestro
cerebro, porque lo vemos como quien somos, como nuestra conciencia,
como nuestro centro. Pues bien, eso es cierto. El córtex cerebral, al que yo
llamo cerebro «nuevo», hace, en efecto, todas esas cqsas maravillosas.
Pero eso sólo es, literalmente, la mitad de la cuestión. Por debajo de la
cúpula convolucionada que nos resulta familiar a partir de los dibujos
anatómicos, se encuentra lo que denomino el cerebro «antiguo», que
ejerce un impacto profundo sobre nuestro comportamiento en las
relaciones, y esa es ya una historia muy diferente.
El cerebro antiguo tiene dos partes. El tallo cerebral, denominado a
veces cerebro «reptiliano» (lo que indica ya hasta dónde se remonta), es el
núcleo interior primitivo del cerebro. Controla los sistemas físicos vitales,
desde la reproducción y el sueño hasta la circulación de la sangre y la
respuesta muscular. Aquí es donde radica la acción. Colgando del tallo
cerebral se encuentra el sistema límbico, un añadido mamífero, sede de
emociones primitivas y poderosas que enlazan las funciones autónomas
del tallo cerebral y el córtex cerebral. El cerebro antiguo (el tallo cerebral
y el sistema límbico) es nuestro cerebro de supervivencia.
A diferencia del cerebro nuevo, que absorbe y procesa la información
que nos llega del mundo exterior, el instintivo cerebro antiguo sólo es
consciente de lo que hay más allá de los límites a través de la sensación y
el sentimiento. Sencillo y primitivo, establece amplias distinciones
relacionadas con su seguridad y supervivencia, y lo hace principalmente a
través de imágenes, símbolos y pensamientos que le llegan por medio del
cerebro nuevo. Eternamente preocupado por la supervivencia, el cerebro
antiguo reconoce ciertas pautas que ha aprendido a asociar con «amor»,
«pérdida», «cólera» o «peligro». Es incapaz de establecer las sutiles
distinciones que se corresponden con las circunstancias; sus reacciones
automáticas se hallan profundamente enraizadas y responden de manera
desproporcionada al estímulo. Todas las amenazas son amenazas para la
vida; el más ligero fruncimiento de cejas es una señal de rechazo total.
Lo más importante que debemos comprender acerca del cerebro antiguo
es que existe fuera del tiempo; no hace distinciones sobre por qué, dónde o
cuándo ocurrió algo. Su cerebro antiguo no puede saber la diferencia entre
el estímulo que recibió hace treinta años, cuando su madre no acudió
cuando usted lloraba en la cuna, y el que recibió hoy mismo, cuando su
pareja le llamó con una hora de retraso para decirle que cancelaba la cita
que ambos tenían para esta noche. De bebé, quizá respondió usted a
sentirse abandonado chupándose el dedo gordo y emitiendo arrullos
dirigidos a sí mismo; hoy respondió usted ante la situación comiéndose
una docena de pastas y, para desconectar de su ansiedad, vio una estúpida
película en la televisión hasta que su pareja enmendara la situación. En
ambos casos, los sentimientos y la respuesta son la misma. La respuesta es
instintiva; el cerebro antiguo está haciendo aquello para lo que ha sido
condicionado para poder sobrevivir.
Cuando vivimos en rascacielos, conducimos coches rápidos,
compramos la ropa y la comida preparadas y «elegimos» a la persona con
la que queremos casarnos, resulta fácil creer que somos los dueños de
nuestras naturalezas primigenias e instintivas. Nos engañamos a nosotros
mismos, por muy racionales o intelectuales que creamos ser, por muy
exquisitamente sintonizados que estemos con nuestros córtex cerebrales.
El cerebro antiguo y el nuevo interactúan en un complejo sistema de
comprobaciones y equilibrios, en una danza de instintos y emociones que
atemperan el intelecto y la razón. Después de todo, sólo somos humanos.
El cerebro nuevo no puede esperar el poder superar al cerebro antiguo; es
su sirviente.
Pero los humanos somos únicos en nuestra conciencia de nosotros mismos; sabemos que pensamos. Nuestro prosencéfalo, parte del cerebro
«nuevo», es consciente del contenido del córtex. Es el medio a través del
cual nos observamos a nosotros mismos (e incluso nos observamos
observándonos a nosotros mismos), lo que nos permite ver la
interactuación de imágenes, pensamientos y símbolos. Es el medio del
autocambio, a través del cual podemos reconocer el poder del cerebro
antiguo y cooperar con él.
LOS IMPULSOS BÁSICOS: LO PRIMERO ES LA
SEGURIDAD
Ahora quiero dirigir la atención hacia el tema de nuestros impulsos básicos. Parece ser que el instinto fundamental de la conciencia humana en su
forma biológica consiste en distinguir entre seguridad y peligro. Esa
distinción es tan importante, que los científicos postulan ahora que hemos
desarrollado una vía neural adicional que nos advierte del peligro, como
una especie de atajo que soslaya el córtex cerebral.2
El trauma del nacimiento es para todo ser sensible la primera indicación
de peligro, la primera señal de que se ha perdido el paraíso. Durante un
breve período de tiempo después del nacimiento, seguimos adaptándonos
al cambio de escenario, sin haber llegado a comprender todavía que la
fiesta ha terminado. Eso representa un descubrimiento conmocionante; a
partir de entonces, todo estímulo se juzga en términos de supervivencia.
¿Es peligroso? ¿Moriré? Cualquier perturbación de nuestro estado de
gozo relajado es una amenaza potencial, ya se trate de una pequeña rama
que se rompe en el bosque, de la aparición de un depredador potencial, o
de una tormenta. O, más cerca de nosotros mismos, de un grito no
contestado, de un juguete que no podemos tener, de una mirada dura por
parte del jefe, de una crítica casual hecha por nuestro amante. Sea cual
fuere la provocación respuesta asume siempre cuatro formas: luchar, huir,
quedarnos pasivamente petrificados o someternos defensivamente. En
otras palabras, o explotamos o reprimimos nuestra energía. Estas cuatro
adaptaciones a la percepción de peligro, legado de nuestro cerebro
reptiliano primitivo, se hallan codificadas en nuestro sistema psiconeural,
que es inmune a la lógica. Piense en cómo responde usted cuando algo
sale mal en sus asociaciones con los demás: recela del peligro, se prepara
para defenderse de una u otra forma, planta cara, o echa a correr, se
acobarda tranquilamente y confía en que el problema terminará por
desaparecer, o se entrega impotente a aquello que no puede controlar.
Una vez garantizado un sentido de la seguridad, de la supervivencia, la
actividad mamífera puede clasificarse en seis categorías. Nos apareamos,
cuidamos de la descendencia de nuestro apareamiento, trabajamos,
comemos, dormimos y jugamos.3 Aunque los humanos embellecemos
considerablemente todas estas actividades, lo cierto es que eso es en buena
medida lo que hacemos, y hasta esos impulsos instintivos se hallan
fuertemente influidos por nuestro sentido de la seguridad o del peligro.
EXPRESIÓN DE UNA VITALIDAD PLENA
A pesar de todo, nosotros, los humanos, somos criaturas complejas,
muy alejadas de la salamandra, o incluso del mono. A juzgar por nuestra
desesperada búsqueda de bienes y objetivos, de fama y fortuna, de amor y
risas, para nosotros no es suficiente con estar vivos y seguros; queremos
más. Para mí, Joseph Campbell definió qué es lo que buscamos tan
intensamente cuando dijo que, aun cuando siempre se ha creído que la
búsqueda fundamental de los seres humanos ha sido la del significado de
la vida, lo que en realidad estamos buscando, lo que anhelamos de verdad
es la sensación de estar vivos. Fue una de esas ideas que catalizó mis
propias reflexiones e intuiciones. He expandido el pensamiento de
Campbell para llegar a la hipótesis de que nacemos con tres directrices
instintivas: deseamos, en primer lugar, estar vivos, pero, aparte de eso,
deseamos sentirnos plenamente vivos, y queremos expresar esa sensación
de vitalidad.
Antes de que se instale la conciencia de sí mismo, cada niño actúa
espontáneamente, con un total abandono y la más plena participación. Si
pasa algún tiempo rodeado de niños, se habrá dado cuenta de ello. Todo
les interesa: giran sobre sí mismos hasta marearse, corren hasta caerse,
pintan alocadamente, cantan a toda voz. Todos nos sentimos así alguna
vez: nos sentimos vivos y lo expresamos. Pero entonces, inevitablemente,
surgieron las realidades de la vida: nuestros padres no siempre
respondieron a nuestro llanto, el biberón estaba demasiado caliente o
demasiado frío, nos caímos de la cama, hubo gritos, nunca había abrazos
suficientes, llegó demasiado pronto una nueva hermanita, alguien se burló
de nosotros. Empezamos a sentir miedo y perdimos nuestro sentido de
estar plenamente vivos, algo que sólo podemos experimentar cuando nos
sentimos seguros, no cuando estamos asustados, cuando somos
vulnerables, nos vemos amenazados, nos ponemos a la defensiva, nos
sentimos inadecuados. Y esos mismos sentimientos, y nuestras formas de
afrontarlos, son los que llevamos a nuestras relaciones.
La sensación de estar vivos es lo que buscamos con nuestros coches,
apartamentos, yates y comida exquisita, nuestras ropas de marca, sexo
recreativo, masajes, música ensordecedora, ejercicios de jogging, paseos
por la playa, sesiones de televisión y de cine. El materialismo, el
hedonismo, la avaricia, el egoísmo, todos ellos características del estilo de
vida estadounidense, tienen mala prensa en estos tiempos. Bueno, sólo el
cielo sabe que no es nada para fanfarronear, pero no puedo dejar de sentir
simpatía por lo que representa realmente toda esa actividad compulsiva, y
lo que eso simboliza es que vivimos en un mundo, en unas relaciones, que
no nos permiten sentirnos verdaderamente vivos. Y si no nos sentimos
vivos, tenemos la sensación de que nos estamos muriendo. De modo que
hacemos algo, compramos algo, nos regalamos con algo, tomamos
drogas, bebemos, corremos cuarenta kilómetros, tenemos relaciones
sexuales o ponemos música.
La mayoría de nosotros no reconocemos lo vulnerables que somos a los
sentimientos de que nuestra seguridad o supervivencia está amenazada.
Después de todo, somos seres sofisticados, ya no vivimos en cavernas.
Pero la naturaleza primitiva de esos sentimientos se pone
deslumbrantemente de manifiesto en la aparente trivialidad de las
reacciones que nos ponen los pelos de punta. Apenas una sonrisa, o un
ceño fruncido pueden cambiar nuestra percepción de que el mundo es
seguro o peligroso. Piense en lo seguro y confiado que se siente en
presencia de alguien a quien le gusta y que afirma quién es usted, en
contraposición con alguien que le muestra una actitud desaprobadora o
crítica, y comprenderá el tremendo poder que tienen nuestros instintos
primitivos, y por tanto nuestras relaciones amorosas, para apoyarnos o
destruirnos. Sólo tengo que considerar mi propio matrimonio para ser
consciente del poder del cerebro antiguo. Cuando Helen y yo tenemos una
discusión y las cosas no andan bien, me siento pequeño y aplastado. El
mundo me parece amenazador, mi cerebro se siente nublado, las tareas
más sencillas me parecen abrumadoras. En cambio, cuando las cosas van
bien, me siento natural, como yo mismo. La vida es buena y todas las
criaturas del mundo son mis amigos. Por el amor de Dios, y eso que soy un
hombre maduro, un hombre supuestamente racional, un profesional de la
salud mental.
El impulso de expresar nuestra plena vitalidad no es simplemente una
idea bonita, sino algo verdaderamente poderoso y fundamental en
nosotros. Deseamos relajarnos, ir de un lado a otro sin tener que mantener
en alto nuestras defensas, ser nosotros mismos. Pasamos buena parte de
nuestras vidas tratando de encontrar, o de crear un significado para esas
mismas vidas, cuando lo que realmente deseamos es sentir la plenitud de
nuestra experiencia, experimentar la pulsación de nuestra vitalidad.
Durante muchos años me hice a menudo preguntas intelectualmente
planteadas sobre el significado de la vida, y ahora me doy cuenta de que
eso mismo es lo que hace usted cuando no se siente plenamente vivo.
Nuestros propósitos y objetivos no son más que un sustituto, una
sublimación del sentimiento de estar vivo y sentirse gozoso. Ahora que
experimento más ese sentimiento en mi vida, me doy cuenta de lo que se
trata.
Hemos visto en Rusia y en la Europa oriental lo que ocurre cuando a la
gente se le da seguridad, la oportunidad de hacer algo más que
simplemente existir. Las puertas se abren de repente, la gente se siente
otra vez viva y lo expresan. (Naturalmente que, lo mismo que sucede con
el enamorarse, esos sentimientos se pueden mantener sólo con un duro
trabajo y confianza y se encontrarán inevitablemente decepciones y
desilusiones a lo largo del camino.) Allí donde se permite el florecimiento
de la seguridad y la libertad para expresar la propia vitalidad, la reacción
es siempre la misma, ya sea en la clase del jardín de infancia, en una gran
empresa, en un país o en un matrimonio. Todo el arte y la poesía del amor,
un corpus de trabajo que llenaría cien Taj Manáis, consiste en expresar ese
sentimiento de vitalidad o en lamentarse por su pérdida.
A la búsqueda de la plena sensación de estar vivos
Lo que buscamos en las relaciones es volver a captar nuestro sentido de
gozo relajado y la sensación de estar vivos. Al enamorarnos, volvemos a
despertar recuerdos de ese estado idílico de conexión y alegría con el que
hemos perdido el contacto. Nos vemos inundados entonces por los
recuerdos de nuestra totalidad original y de nuestra conexión esencial, y
achacamos esa vitalidad recién despertada a nuestro ser amado. Es él
quien hace que nos sintamos como si bailáramos, es ella quien nos inspira
la poesía, la responsable de nuestro amor por el mundo, por nuestra salida
repentina del aburrimiento, de la depresión o de la cólera.
Relacionamos nuestros sentimientos recién despertados con el ser querido
porque él o ella nos recuerda inconscientemente a las primeras personas
con las que asociamos esos sentimientos: aquellas que nos cuidaron de pequeños. Y esa es precisamente la razón por la que la decepción es
inevitable, pues es una mera coincidencia que asociemos a nuestros padres
con ese estado de vitalidad relajada; ellos, simplemente, estaban ahí
cuando, en el momento de nacer y durante un tiempo después, todavía
teníamos esa sensación oceánica de gozosa conexión. El objeto amado,
nuestros padres en aquel entonces, nuestro ser querido ahora, tanto si nos
nutrieron como si nos descuidaron, no es la fuente de la que proceden esos
sentimientos. De hecho, fueron las deficiencias en nuestra nutrición las
que originalmente apagaron nuestra sensación de vitalidad gozosa y de
unión cósmica, del mismo modo que son las deficiencias de nuestro ser
querido las que amortiguan ahora esos sentimientos.
Lo que sucede es que, como vivimos asociacionalmente, el cerebro antiguo no reconoce que la persona que nos cuidó entonces, y el ser querido
ahora, no fueron nunca la razón por la que existieron esos sentimientos.
Lo único que reconoce el cerebro antiguo es una pauta, un conjunto de
coordenadas que correlaciona con aquel estado original en el que nacimos.
El dolor subyacente con nuestros cuidadores de entonces, y con nuestro
ser querido ahora, es que no prolongan o facilitan la recuperación de
nuestro estado original de gozo relajado. Esa es una tarea imposible, tanto
más en cuanto que ellos no son conscientes de nuestras expectativas (y
ellos mismos tienen, inconscientemente, las mismas expectativas
imposibles de usted). Encolerizados, críticos, desesperados, echamos la
culpa a nuestros amantes porque no logran mantener nuestro recién
encontrado estado de vitalidad gozosa, al mismo tiempo que
permanecemos vinculados a ellos con la esperanza de que lo conseguirán
de algún modo. El forcejeo que entablamos con nuestra pareja es en parte
un intento disfuncional por restaurar un estado original que es a la vez
personal y cósmico.
Este escenario deprimente parecería presagiar un mal desenlace para las
relaciones. De hecho, cuando me di cuenta por primera vez de que esa era
la razón por la que la gente se sentía tan fuertemente decepcionada en el
amor y tan colérica con sus parejas, empecé a desconfiar, no sólo del
matrimonio sino de la terapia matrimonial como una vocación sensata.
Pero entonces me di cuenta de que la situación no era tan sombría. El
hecho de que enamorarse permita restaurar nuestros sentimientos de estar
vivos y de unión, parece constituir la prueba misma de que las relaciones
son la clave para volver a captar nuestra totalidad. Al comprender lo que
buscamos inconscientemente podemos utilizar a nuestras parejas para
facilitar la reclamación de nuestra vitalidad y nuestra conexión perdidas.
Estoy convencido de que este proceso de recuperación de nuestra totalidad
a través del viaje de la relación, forma parte del gran diseño de la naturaleza: para completarse y restaurarse a través de nosotros. Al haber permiti-
do la evolución del lóbulo frontal, quizá la naturaleza perseguía el
propósito de permitirnos observaros a vosotros mismos y corregir los
desequilibrios que nos están destruyendo, a nosotros y al planeta en el que
vivimos. Sólo los humanos podemos ver el lugar que ocupamos en el tapiz
sin costuras del ser. Nuestra conciencia de ser un nódulo de conciencia en
un campo de conciencia que abarca todas las formas vitales y todo el
cosmos, es el fundamento de nuestra espiritualidad innata.
NO LO PODEMOS HACER SOLOS
Para sentirnos plenamente vivos y para volver a captar nuestro gozo, tenemos que reintegrar el cerebro antiguo, inconsciente, instintivo y
asociacional, con nuestro cerebro nuevo más inteligente. Pero no podemos
pensar para abrirnos paso hacia la vitalidad. No podemos volver a captar
el gozo a través de nuestro córtex cerebral, por inteligente que sea; el
cerebro antiguo no se ve alterado por el proceso cognitivo. Sólo se ve
perturbado por la experiencia concreta. Tenemos que restaurar las partes
desgajadas y negadas de nosotros mismos, que perdimos en nuestra
infancia, y curar la insensibilidad, el dolor y las amenazas percibidas de
nuestra conexión con los demás y con el cosmos. La forma más efectiva
que conozco de lograrlo es a través de las relaciones amorosas.
Las personas decepcionadas en el amor no desean escuchar que necesitan
una relación para curar. A lo que aspiran es a sentir que pueden ser autónomas y restaurar su totalidad espiritual por su propia cuenta si las
personas que les cuidaron de niños o sus parejas no están por la tarea. Pero
eso es una ilusión. Aunque la persona puede conseguir muchas cosas por
su propia cuenta, especialmente por lo que se refiere a la modificación de
las defensas de su carácter, no se puede recorrer todo el camino hacia la
curación sin un compañero.
La idea de que necesitamos de la ayuda de los demás para nuestra realización no es popular porque desafía la primacía del individuo. 4 La
soberanía del individuo es, correctamente, un aspecto fundamental de la
democracia. La tensión entre lo individual y lo colectivo, entre lo
individual y la diada, la familia y la sociedad, produce la química del
proceso evolutivo en términos de crecimiento, así como en términos del
desarrollo de nuevos sistemas sociales y políticos. Pero no hay individuo
en un contexto, no lo hay en una relación de algún tipo y no lo hay en una
relación dependiente.
Abrigamos la querida idea de que somos individuos con cualidades fijas.
Pero hasta la personalidad es en buena medida una función del contexto,
con un núcleo fluido y fundido. No quiero decir con ello que seamos
camaleónicos, sino que nos adaptamos a nuestras circunstancias y
ambiente. Eso es algo que también vemos claramente en la danza que
realizan las parejas, moviéndose y alejándose el uno del otro, exagerando
y modificando sus rasgos supuestamente fijos a la vista de las propias
mutaciones del otro.
COMPROMISO CON LA TOTALIDAD
Descubrir y mantener el amor no es sólo una idea romántica, sino que se
trata de algo crucial para mantener intacta nuestra supervivencia. Estamos
irrevocablemente comprometidos con las relaciones como el contexto en
el que experimentar nuestra verdadera naturaleza. Las relaciones nos
allanan el camino para que volvamos a captar nuestra totalidad, corriendo
para ello las distorsiones producidas por las personas que nos cuidaron de
niños y por la socialización, y que nos distanciaron de lo que fuimos
originalmente. Es el amor incondicional dirigido hacia nuestra pareja, en
hacerlo seguro para que el otro pueda abrirse al amor, permitiendo que ese
amor lo impregne todo con el tiempo, para que pueda brotar la confianza,
lo que permite que su totalidad regrese al ser, para que ambos puedan
experimentar su unicidad, su totalidad. La posición radical que asumo es
que el amor es la respuesta. Es el amor que ofrecemos lo que cura a
nuestra pareja, y el amor que recibimos lo que nos cura a nosotros. Pero es
sólo en el amor donde podemos cambiar las partes rígidas de nosotros
mismos. Precisamente gracias a la existencia de una asociación
comprometida (mucho más efectivamente que los caminos tradicionales
de la religión o la psicoterapia), mediante la que podemos volver a nuestra
conexión original, es por lo que digo que el matrimonio constituye un
camino espiritual. Es el proceso de reparación de la naturaleza.
Ahora va a seguir usted adelante, para escudriñar atentamente su infancia,
para identificar aquello que funcionó mal, aquello que fue deficiente y qué
repercusiones tiene sobre sus relaciones, y para reajustar sus convicciones
y comportamiento. Pero, al hacerlo así, deseo que tenga en cuenta esta
imagen más amplia: que el impulso fundamental en sus relaciones, aunque
inconsciente e instintivo, es el de restaurar su sentido original del gozo
relajado, y sentir y expresar la vitalidad. Considerados en este contexto,
los incidentes y temas aparentemente triviales que le hacen subirse por las
paredes, adquirirán un colorido superior. Sus heridas profundas y sus
anhelos tendrán entonces mayor sentido. Los detalles concretos de su
infancia, de sus relaciones, han dejado heridas igualmente concretas que
tienen que curarse para volver a captar su totalidad, y esa es la tarea de la
relación. Pero los detalles son los árboles; este es el bosque del que surgen.
Usted anhela volver a sentirse conectado; su impulso le lleva a sentirse
plenamente vivo. En consecuencia, su objetivo no es mantener una
relación consciente. En absoluto; eso sólo es el camino.
Notas
1. William James, The Varieties ofReligious Experience: A Study in
Human Na-ture, Modern Library, Nueva York, 1936, pág. 469.
2. El neurocientífico Joseph LeDoux y sus colegas, de la Universidad de
Nueva York, han identificado en los animales una vía nerviosa que lleva
los impulsos directamente entre el tálamo (una primitiva estación de
procesado de la información sensorial) y la amígdala del cerebro antiguo.
La información enviada por esta vía llega a la amígdala dos o tres veces
más rápidamente que la enviada primero al córtex. Eso permite a la
amígdala efectuar un análisis casi instantáneo de si un sonido es algo de lo
que hay que tener miedo, incluso antes de que se lo escuche o identifique
conscientemente. Esto contrasta con el punto de vista anterior y más
tradicional según el cual la información sensorial viajaba primero al
córtex cerebral, donde se percibe el sonido, y luego era el córtex el que
enviaba las señales a las zonas subcorti-cales del cerebro, como la
amígdala, que evaluaba la importancia emocional del estímulo. Estas
«regiones más bajas» enviaban después mensajes de contestación al
córtex y ponían en marcha el sistema nervioso autónomo, produciendo, si
el mensaje era de «peligro», la aceleración de IQ.S latidos del corazón, la
respiración rápida y el aumento de la presión sanguínea que suelen
acompañar al temor. U. S. News & World Report, 24 de junio de 1991,
página 56.
3. En la mayoría de las discusiones sobre nuestra herencia evolutiva, se
hace poca mención del juego. Esta omisión me llamó la atención mientras
estaba en el zoológico del Bronx, donde observé a dos leopardos que
estuvieron jugando durante dos horas. El juego es observado a menudo
por quienes estudian a monos y orangutanes, y puede verse en cualquier
hogar donde haya animales de compañía pequeños. Es más evidente en la
vida de los niños. Estoy convencido de que el juego es una adaptación
evolutiva básica. Quizá se haya omitido en el estudio del comportamiento
humano adulto (histórica y evolutivamente) debido a nuestra mentalidad
apolónica, a nuestro rechazo cultural de los mitos dionisiacos, como
consecuencia de su degradación en las orgías báquicas, los motivos de
sufrimiento de las tradiciones religiosas y el trabajo ético de una
civilización puritana. El juego, sin embargo, sigue siendo el dominio de
los niños, no el de los adultos. Además, la idea de que el juego constituye
una parte de nuestra herencia humana se halla curiosamente ausente no
sólo de la historia de nuestra evolución, sino también de las literaturas
clásicas sobre el amor, en las que la asociación mencionada con mayor
frecuencia es la existente entre el amor y la muerte. De hecho, el mensaje
que transmiten estas literaturas es que la vitalidad y las maravillas del
amor están destinadas a terminar, no a producir una transformación en la
fase de la bendición sostenible, sino en la catástrofe. Véase Tristán e
Isolda como la historia prototípica del amor en el mundo occidental.
4. Esta ilusión se ve apoyada por la profesión de la salud mental, en la
ortodoxia de la existencia del individuo separado, autónomo y
autosuficiente, y en la idea de que tenemos que corregir los conflictos
intrapsíquicos antes de que podamos esperar funcionar bien en una
relación. Aunque en la literatura científica ya empiezan a aparecer la
influencia y la importancia de las relaciones íntimas sobre el individuo
como factores para la curación de éste, la atención principal sigue
focalizada en la autorre-paración solitaria.
SEGUNDA PARTE
LA IMAGO
ROMPECABEZAS:
EN LA INFANCIA
EDUCACION
Dolores crecientes: Desvelar las heridas de la infancia
Quienes olvidan el pasado, están condenados a repetirlo.
CARLOS SANTAYANA
Un día, mientras me dirigía caminando al trabajo, fascinado como siempre
por las gentes que pueblan las calles de Nueva York, quedé impresionado
al observar qué pocas personas parecen felices o relajadas. Casi todo el
mundo parecía soportar una carga que se reflejaba en su expresión, en el
paso, en el lenguaje del cuerpo: ancianas agobiadas por la pérdida y la
soledad; hombres de edad mediana, con expresiones hoscas y cautelosas
dirigiéndose al trabajo, con carteras de mano o fiambreras; adolescentes
melancólicos, desafiantes, sin propósito alguno en una mañana de verano;
madres agotadas, ansiosas que llevan a sus hijos al colegio, y hasta los
propios niños muestran ya señales de las pérdidas y las tragedias que han
tenido que afrontar en sus vidas. El viandante ocasional de aspecto
vibrante y satisfecho no era más que la excepción que confirma la regla.
Me pregunté qué se observaría en mi propio rostro.
Desconcertado por el aparente dolor y sufrimiento que me rodeaban,
pensé en cómo llegamos todos a este momento de la vida, mostrando en
nuestras actitudes el tributo impuesto por la decepción y la pena, el
desgarro de la cólera, la pérdida y el temor. Y, sin embargo, cada uno de
nosotros empezó la vida como un ser relajado, completo y gozoso. Sin
darme cuenta de lo que hacía, empecé a imaginarme a cada persona con la
que me encontraba como un niño, traté de penetrar en aquella concha de
derrota, depresión o, simplemente, cólera reprimida, para llegar hasta el
niño intacto y completo. Al ver el niño interior enterrado en cada uno de
ellos, al comprender por qué nos construimos una armadura defensiva,
experimenté empatia hasta por el más repulsivo y colérico de ellos y por
mí mismo.
Tras haber hablado de nuestros orígenes cósmicos y del legado de nuestro
pasado evolutivo, nos acercamos ahora más al hogar, a nuestras historias
psicosociales. Es su propio niño perdido y herido el que buscaremos en los
siguientes capítulos. Prepararnos para el viaje de una relación íntima
supone buscar primero las claves en nuestros pasados personales. Al mirar
hacia atrás y recordar la niñez, podemos contestar preguntas ciertamente
críticas: ¿Qué deseamos de una relación? ¿Por qué elegimos a una pareja
en particular? ¿Qué clase de relación tendremos con mayor probabilidad?
¿Por qué la mayoría de nosotros experimentamos tanta frustración, dolor y
fracaso en nuestras relaciones, en contraste con la alegría, el placer y la
satisfacción que esperábamos encontrar? Las respuestas a estas preguntas
constituyen el material en bruto del que podemos forjar comprensión y
cambio, y esas respuestas se encuentran ocultas en los recuerdos de la
infancia.
El resto del libro trata sobre el impacto que tienen esos recuerdos sobre
nuestras relaciones, así como sobre todo nuestro viaje psicosocial aquí, en
la Tierra, que se inicia con el nacimiento. Tanto esta parte como la tercera
tratan sobre la niñez, el crisol de nuestras circunstancias actuales. Cada
capítulo examina algún aspecto de cómo fuimos educados, cómo fuimos
socializados y cómo nos vimos afectados por el ambiente de nuestra vida
en el hogar y del matrimonio de nuestros padres. Quiero mostrarle cómo
esas experiencias producen una «herida» específica para cada uno de
nosotros (y para usted en particular), y cómo tratamos de reparar
torpemente el daño. Volvemos a tejer una tela enmarañada, un falso sí
mismo que llena el vacío, que cubre nuestra verdadera naturaleza con
instrumentos defensivos que nos protegen de más daño. Comprender la
naturaleza de su herida es la clave para su curación, pues ella ha afectado a
su comportamiento, sus decisiones y sus elecciones en la vida,
especialmente en el ámbito de las relaciones íntimas. Lo que buscamos en
las relaciones comprometidas, conscientemente o no, es la curación de
nuestras heridas.
LA BÚSQUEDA DE LA TOTALIDAD DURANTE
TODA LA VIDA
Volver a captar nuestra totalidad y nuestro sentido de estar plenamente
vivos no es una cuestión trivial. Nuestras heridas, el resultado de necesidades insatisfechas, amenazan nuestra supervivencia. Con la tensión
provocada por el nacimiento y con cada situación posterior en la que no se
satisfizo una necesidad en nuestra primera infancia, perdemos otra
partícula de nuestra totalidad esencial; el tejido sin costuras de la
existencia se ve desgarrado. El cerebro antiguo experimenta esta
perturbación como un «peligro» para nuestra existencia y hace sonar la
alarma. Como quiera que su única preocupación es la de mantenernos
vivos, emprende una misión compulsiva, que dura toda la vida, con el
propósito de restaurar el sentido perdido del gozo relajado... para poder
apagar la alarma.
Los primeros años de la infancia, desde el nacimiento hasta los seis años,
son los más críticos, pues es entonces, de una forma apropiada para la
edad, cuando tenemos que realizar las tareas necesarias para sentirnos
como seres seguros, competentes y completos. Examinaremos esos
primeros años, así como la infancia media y la adolescencia, para ver
cómo nos fue durante ese período crucial, y para determinar el
comportamiento adaptativo que luego nos acompañaría hasta la edad
adulta. La triste verdad es que la mayoría de nosotros, aunque en grados
diversos, no obtenemos en nuestros años de formación lo que necesitamos
en materia de amor, seguridad y autoconocimiento. Lo que no haya
quedado resuelto en una fase, sin embargo, se transmite a la siguiente,
para su curación. Durante toda nuestra vida, la psique presenta sus temas
una y otra vez, para que sean resueltos.
Inevitablemente, el proyecto de autorrealización se transmite a nuestras
relaciones de adultos. Presentamos nuestras cargas y heridas a las otras
personas con las que entablamos relaciones íntimas, y esperamos de ellas
que reparen el daño creado por una educación deficiente. Es como si le
dijéramos al otro: «Hola, cariño. Estoy en casa. Tu tarea ahora consiste en
enderezarlo todo». Si comprendemos lo que sucede aquí, tendremos una
oportunidad de encontrar alegría y totalidad. Pero la mayoría de nosotros
no sabemos cómo hacerlo y nos sentimos más desgraciados que nunca. Al
no compartir los temas que nos agobian en nuestras relaciones, toda
nuestra frustración y decepción alcanza un momento culminante en
nuestra crisis de la edad media, que representa un último y desesperado
intento neoadolescente por lograr que la psique se restaure a sí misma. El
hombre de cincuenta años tiene una relación extramatrimonial con su
secretaria, o deja su trabajo y abandona a su suerte a dos hijos cuando
estos se encontraban ya estudiando en la universidad. Su esposa declara su
independencia con respecto a las tareas del hogar, empieza a ponerse
minifaldas y se matricula en la facultad de Derecho. Pero, en tales casos,
los cambios son tan inapropiados para la edad y tan perturbadores que
terminan por quebrar los mundos de la gente y sus familias. Los niños
saludables no pasan por crisis en la mitad de su vida.
CONVERTIRSE EN UN DETECTIVE
Quizá piense usted que, al hablar de heridas de la niñez, me estoy refiriendo a graves daños psicológicos, como maltrato físico o emocional,
alcoholismo, incesto o al trauma de la muerte de un progenitor.
Actualmente, esa es la desgraciada realidad de la vida familiar para
demasiadas personas, y analizaré esos temas en el capítulo 8. Pero, en
realidad, todos nosotros hemos sido heridos, por muy estables y
educativas que hayan sido nuestras vidas en el hogar, pues nacemos como
criaturas dependientes, insaciables y complicadas, de padres falibles, que
tienen también sus propias necesidades y problemas. Incluso con la mejor
de las intenciones hay una miríada de oportunidades para que las cosas
salgan mal. Y, como todos sabemos, las cosas que salen mal tienen sobre
nuestro desarrollo mucho más impacto que aquellas que salen bien. Lo
que recordamos intensamente es aquella única ocasión entre mil en la que
perdimos el tren, la única vez que se nos quemó el asado en el horno, la
ocasión en que nuestra pareja se olvidó de besarnos para despedirse, la vez
en que el bebé se cayó cuando habíamos distraído la atención por un
momento.
El potencial para cometer errores, para realizar movimientos equivocados,
es realmente infinito. Después de todo, resulta bastante difícil de imitar
nuestra estancia perfecta y pacífica en el útero, donde se nos
proporcionaba de todo de una forma rápida, perfecta y natural. El fallo es,
hasta cierto punto, inevitable. Pero es precisamente el grado y el tipo de
fallo lo que constituye los detalles idiosincrásicos de nuestra herida. No
estoy hablando, sin embargo, de acontecimientos traumáticos, sino de lo
que puede salir mal al responder a las necesidades ordinarias, cotidianas y
permanentes del niño. Puesto que, como niños, no podemos comprender o
controlar lo que nos sucede, cada pequeña cosa que sale mal se ve
experimentada a nivel del cerebro antiguo primitivo como algo que tiene
importancia absoluta en términos de supervivencia.
Desarrollamos defensas contra las inadecuaciones de nuestra infancia,
sobre las que no tenemos ningún control, y las arrastramos con nosotros
allí donde vayamos y con quien estemos. Constituyen nuestros
mecanismos de defensa que, a través de la repetición, se endurecen hasta
formar las defensas del carácter que continúan obedeciendo el mandato
original durante toda la vida: asegurar nuestra supervivencia. Son el único
modo que conocemos de protegernos en lo que percibimos como
situaciones amenazadoras. Si nos aferramos a nuestra pareja, si nos
mostramos retraídos ante el afecto, si nos metemos en nuestra concha ante
la primera señal de crítica, si montamos una escena para llamar la
atención, puede estar seguro de que ese comportamiento se remonta
directamente a nuestras débiles defensas contra las heridas sufridas en los
primeros años de nuestras vidas. Mientras no seamos conscientes de
nuestros mecanismos de defensa y sus causas, nuestra frustración
continuará. Sólo cuando podamos hacer remontar las heridas de la
infancia hasta su fuente, y ver el efecto que han producido en el presente,
podremos efectuar el cambio en el futuro.
Le animo a enfocar estos capítulos sobre la educación y la socialización
como si fuera un detective que tratara de desvelar un misterio. Lo que hace
es seguir la pista que conduce hacia sus propias heridas, los detalles del
tiempo, el lugar y las circunstancias, de quién dijo qué o hizo qué a quién.
Trata de localizar su verdadero sí mismo en la maraña de sus adaptaciones
y diagnosticar el problema. Si consigue seguir la pista desde su infancia
hasta su situación actual o, más probablemente, desde el presente hacia
atrás, remontándose hasta su infancia, dispondrá de los ingredientes
necesarios para la comprensión y el cambio que le servirán en sus
relaciones actuales o futuras.
A lo largo de esta segunda parte, describiré diversas respuestas categóricas que desarrollan los niños ante su ambiente inicial. También describiré
cómo cada una de esas respuestas se traduce en un comportamiento
adulto, de modo que pueda ver la relación existente entre causa y efecto, lo
que le permitirá identificarse a sí mismo en un nivel profundo en relación
con sus heridas y la estructura de su carácter. Quiero que vea por sí mismo
cómo funciona el sistema, para poder desvelar el misterio de una forma
gráfica, como resultado de este proceso. Quiero que llegue a exclamar:
«¡Aja! De modo que esta es la razón por la que me resulta tan difícil decir
no», «Esta es la razón por la que las lágrimas de Alice me encolerizan
tanto», o «De modo que esa es la razón por la que elegí a Kevin». Quiero
que sea consciente de cómo la repetición constante de ciertas pautas o
mensajes terminó por reforzar sus convicciones acerca de sí mismo, de sus
pautas y del mundo en el que vive. Mientras lee esta segunda parte, tenga
en cuenta que la información que está recopilando va a proporcionarle
percepciones sobre sus relaciones pasadas, y los materiales en bruto para
la reforma y la reparación, en preparación para la relación más completa y
autoconsciente que tendrá en el futuro.
En este momento quizá se diga a sí mismo que eso es duro, tedioso y doloroso. En efecto, es todo eso. El camino es largo y encontrará demonios a
lo largo del mismo, y sería muy agradable que pudiera tomarse una
pastilla para solucionarlo todo o lavarse la psique en la lavadora. Pero
resulta que no hay curas milagrosas. No obstante, le aseguro que tiene
usted control sobre su propia curación, y que el dolor y el esfuerzo de
realizar esta tarea no será seguramente peor de lo que ha sufrido en
relaciones difíciles, que le han conducido a un callejón sin salida. Su
psique desea sobrevivir y vivir plenamente; desea saber que no va a morir
o sufrir innecesariamente. Lo único que pide es que se le muestre el
camino y lo seguirá contenta. Este trabajo es el camino.
A lo largo de la segunda y la tercera partes, encontrará a intervalos ejercicios que le ayudarán a clarificar dónde y cómo fue herido en cuanto a la
forma en que fue educado y socializado, y con respecto a cualquier disfunción grave que hubiera en su familia. Al principio de la cuarta parte, una
vez que haya recopilado todos sus datos en bruto, vamos a resolver este
caso. Formaremos entonces una imagen de su Imago, ese producto
secundario inconsciente de sus experiencias infantiles, la imagen interior
formada por la confluencia de la experiencia infantil que tan
poderosamente influye sobre su elección de pareja. Con una pareja Imago,
alguien cuya estructura caracteriológica se aproxima a su imagen interior
del otro significativo, vuelve a encontrarse con el ambiente de su infancia
y recrea el contexto en el que fue herido, con la esperanza de que, en esta
ocasión, con esta persona que es la misma pero diferente, pueda encontrar
la curación. Por otro lado, saber de antemano qué clase de pareja elegirá,
le preparará para los conflictos que se avecinan, y le permitirá disponer de
claves sobre los temas personales con los que puede empezar a trabajar
antes de que aparezca esa pareja.
PINCELADAS
EDUCACIÓN
DIFERENTES:
NATURALEZA
VERSUS
Como ya he mencionado, la mente no es una pizarra en blanco cuando
llegamos a este planeta. Ya está impresa, codificada con los instintos
genéticos y los impulsos que nos unen a todas partes, con nuestra
naturaleza humana. Cada niño sigue el mismo camino a través de las fases
del desarrollo, siguiendo una pauta temporal predecible, con tolerancias
por lo que se refiere a las idiosincrasias de las circunstancias individuales,
la composición genética y el temperamento. Hay variaciones y
parámetros, pero la mayoría de nosotros no nos desviamos mucho con
respecto a la norma. Todos procedemos de la misma carnada; nuestros
cerebros antiguos, especialmente, se hallan cortados por el mismo patrón.
No se forjó usted un nuevo rasgo en la forma de responder a su ambiente;
es usted, en el sentido más literal, una criatura de hábito, forjada a lo largo
de milenios. En su existencia personal, ha reaccionado ante sus
circunstancias de modo muy similar a como lo hacen todos los bebés y los
niños. Si tuvo suerte, heredó temperamento y unos padres que procuraron
ahorrarle toda clase de heridas devastadoras.
Claro que en este análisis del desarrollo infantil estoy haciendo generalizaciones sobre el comportamiento humano, cuando en realidad cada uno
de nosotros damos nuestras propias «revoluciones» a lo que la vida nos
presenta. Hay una miríada de variables en la forma en que los niños
individuales responden a sus circunstancias; resulta peligroso hacer
afirmaciones tan generalizadas sobre causa y efecto. Y eso nos lleva al
tema de «la naturaleza versus la educación», a la permanente controversia
sobre el impacto de nuestra herencia genética en relación con nuestro
ambiente. Algunos teóricos tienen la fuerte sensación de que lo que
domina es el temperamento heredado, para lo cual citan estudios de
gemelos idénticos que, separados tras el momento de nacer, demostraron
en cierta manera un comportamiento notablemente similar cuando se les
comparó más tarde en la vida, a pesar de las diversas circunstancias que
afectaron a cada uno de ellos. Estudios recientes han demostrado la
existencia de inesperados vínculos genéticos con el comportamiento,
considerados desde hacía tiempo como inducidos medioambientalmente,
como por ejemplo la timidez, o la tendencia a ser conservador en la
política y en el vestir. Estudios contradictorios aseguran que somos
abrumadoramente un producto de nuestro ambiente. Pero las cosas raras
veces son tan claras y nítidas. La mayoría de nosotros conocemos
situaciones en las que un niño sobrevivió relativamente intacto a una
familia alcohólica o abusiva, o a un niño de una familia de cinco que
nunca llegó a recuperarse del divorcio de sus padres. Para mí, esto es un
argumento discutible.
La herencia y el ambiente no son dualidades, no son líneas paralelas distintas de entidades no relacionadas. Son más bien dos extremos de una
misma polaridad, una unidad, como lo son la mente y el cuerpo; todos
encajamos en alguna parte del continuum.1 Todos somos cerrados y
abiertos a un tiempo. Hay ventanas en la mente, y el tamaño de esas
ventanas determina la influencia del ambiente sobre la estructura
inherente. Tal como yo veo las cosas, la mente es un organismo permeable
dotado de una estructura interna, como un disquette de ordenador. Lo que
entra en ese disco tiene que ser formateado en el lenguaje del software
antes de que podamos «leerlo». Cada uno de nosotros nace con diferentes
niveles de sensibilidad, de resistencia a los golpes de la vida, una cualidad
citada en algunos estudios como «dureza».
Eso también queda descrito por el término fortaleza del ego, como la capacidad para mantener los puntos de vista sobre uno mismo ante las influencias y los mensajes exteriores, especialmente de aquellos que entran
en conflicto (o que, por utilizar el término psicológico, son egodistónicos).
La fortaleza del ego es siempre una función de una disposición inherente,
amplificada o amortiguada por el ambiente.
Observo tales discrepancias en mis propios hijos, Hunter y Leah, que sólo
se llevan dos años de diferencia. Hunter no es terriblemente sensible o
reactivo. No ve el mundo exterior con la misma claridad y detalle con que
lo ve Leah. Ella camina por la calle y lo observa todo, se siente afectada
por todo. En cambio, si se le pregunta a Hunter: «¿Cómo te ha ido el paseo?», contestará hablando de aquello en lo que estaba pensando. Es
contenido e introvertido, no reacciona de modo desmesurado ante los
sonidos, no da un salto asustado cuando algo cae al suelo. Se le podría
situar en un ambiente psicológicamente tóxico y saldría del mismo como
un neurótico, pero se las arreglaría. Leah, en cambio, es mucho más
vulnerable y reactiva a todo aquello que le rodea, posee un sistema
sensorial mucho más volátil, por lo que se siente mucho más fácilmente
herida y asustada, es más sensible a las tensiones. En un ambiente duro o
de privaciones, desarrollaría un trastorno de la personalidad mucho más
grave que su hermano.
El siguiente es un ejemplo sencillo. La otra noche regresé a casa después
de hacer un recado. Hunter estaba en el salón y le dije que me alegraba de
haber vuelto a tiempo para verlo antes de que se acostara. «¡Oh! ¿Te
habías marchado?», fue su respuesta. Ni siquiera se había dado cuenta de
mi ausencia. Leah, en cambio, acudió corriendo hacia mí, llena de preocupación: «¡Papá! ¿Dónde estabas? No te oí salir». En cierto modo, el cómo
le vayan las cosas como resultado de su infancia es una cuestión de suerte,
de su tolerancia innata o de su resistencia a los estresantes ambientales.
Aun así, todo el mundo necesita de un ambiente seguro y cariñoso; todo
crece mucho mejor en un clima cálido, donde haya mucha agua.
Las fases del desarrollo: encontrar el eslabón débil
La figura A muestra las seis fases del desarrollo del niño y del adolescente
que nos ocupan aquí: Apego, Exploración, Identidad^ Competencia,
Preocupación e Intimidad, así como el período aproximado en el que se
producen. Cada fase tiene su propia agenda, sus propias tareas a realizar. 2
Aunque todo en la vida es, en cierto modo, un proceso de desarrollo, los
primeros cuatro a seis años, cuando somos más dependientes, receptivos y
maleables, ejercen un efecto profundo sobre el resto de nuestras vidas. 3
Tal como demuestra la figura A, cada fase se construye sobre la precedente; cada una de ellas constituye el fundamento para realizar la tarea en
la etapa siguiente. Cada fase tiene también su propia progresión temporal.
Al final de cada período surge otra tarea, tanto si se ha realizado la
precedente como si no. Así pues, la forma de superar los obstáculos de
cada fase determina la libertad y la capacidad con la que pasamos a la
siguiente.
En cada fase hay una norma con un resultado sano. Pero si en algún punto
del camino sale algo mal en la forma como somos educados, encontramos
instintivamente una manera de compensar lo que nos ha faltado con objeto
de sobrevivir. Se trata entonces, sin embargo, de un movimiento defensivo
y, en nuestra desesperación e ignorancia, desarrollamos una forma mal
adaptada de enfrentarnos con la tarea que debemos realizar. Eso deja un
lugar débil en nuestro desarrollo. Al faltarnos habilidades vitales y al tener
debilitada la confianza en nosotros mismos, recurrimos a respuestas
inadecuadas que se acumulan como un tejido cicatricial alrededor del núcleo central de nuestra herida. Lo mismo que Sísifo, terminamos por empujar una gran piedra montaña arriba, limitando así nuestra capacidad para
vivir y relacionarnos en la vida adulta.
Puesto que, inevitablemente, las personas que nos cuidaron de niños fueron en algún grado menos que perfectas en todas y cada una de las fases
(¡recuerde ese estándar de bendición perfecta del que disfrutamos en el
útero!), todos llevamos con nosotros algún grado de respuesta mal
adaptada en todas y cada una de las fases. Todos nos sentimos heridos, en
mayor o menor grado, en cada una de las etapas del desarrollo. Pero casi
siempre hay alguna fase en la que nos quedamos «empantanados». Es
posible que esto tenga que ver con nuestro temperamento inherente y con
nuestra forma de responder a un problema concreto; más probablemente,
será el resultado de la manera como las personas que nos cuidaron
manejaron una fase en particular. Sus propias necesidades y adaptaciones
puede que hicieran que algunas fases les resultaran más duras de superar
que otras: padres que adoran a su hijo recién nacido pueden sentirse
amenazados cuando éste empieza a abrirse al mundo, o pueden mostrarse
demasiado rígidos a la hora de reflejar las fantasías del niño cuando éste
intenta establecer su propia identidad. Es posible que se sientan
incómodos con el apego juvenil a su grupo de
Figura A.
El viaje psicosocial de sí mismo
compañeros o ante el proceso de aventura adolescente hacia la sexualidad.
Puede suceder que los padres se encuentren menos disponibles en una fase
concreta del desarrollo: discuten entre sí, llega un hermano recién nacido,
surge una enfermedad o se produce un traslado a otra parte del país.
Sea cual fuere el caso, la tarea principal queda sin terminar, o se termina
de modo incompleto, y esa fase inacabada nos seguirá durante toda la vida
y se convertirá en el tema principal alrededor del cual giran nuestros
problemas actuales. Esas adaptaciones del cerebro antiguo primitivo
seguirán con nosotros mientras la experiencia de la vida posterior no
rompa con esa pauta de mala adaptación, como mediante un cambio
drástico en las vidas de los padres logrado a través de una nueva relación
positiva (en el caso de una familia monoparental), un aumento
significativo del tiempo y la energía dedicados al niño, o un gran cambio
en la forma en que los padres tratan al niño durante la adolescencia.
Además, los mecanismos acumulativos de afrontar las situaciones tienen
un efecto de «bola de nieve». Cuanto antes nos quedemos
«empantanados» en la vida, tanto más inadecuadamente manejaremos las
fases subsiguientes, y tantos más desechos y comportamientos mal
adaptados se acumularán alrededor del problema nuclear.
EL NIÑO ADULTO: POR QUÉ ES IMPORTANTE
SABER DÓNDE HEMOS ENCALLADO
¿Cómo se traduce en la vida adulta nuestro comportamiento para afrontar
las situaciones, y cómo aparece en las relaciones? Aquí es donde entra
enjuego la Imago. En primer lugar, y sobre todo, como si fuéramos misiles
atraídos por una fuente de calor, encontraremos casi con toda seguridad a
parejas que nos traten, en formas críticas, de modo muy similar a como
nos trataron las personas que nos cuidaron, y utilizaremos las mismas
estratagemas infantiles para tratar con ellas..., con lo que terminaremos
por sentirnos igualmente frustrados. Volveremos a representar esos viejos
escenarios de la infancia y a reabrir las viejas heridas que habíamos
vendado con nuestras defensas, que habíamos esperado curar cuando nos
enamoramos. Alternativamente, cuando nuestra pareja nos falle, como
nos fallaron nuestros padres, y si nuestras reacciones infantiles no
producen efecto alguno, al no tener otro modelo de afrontar la vida
excepto el ejemplo que nos dieron nuestros padres, trataremos a nuestras
parejas tal y como nuestros padres nos trataron a nosotros. Eso reabrirá las
heridas infantiles del otro, que responderá tal y como reaccionó ante sus
padres cuando era niño o niña.
Digamos, por ejemplo, que sus padres le criticaron por cometer un error
cuando era usted pequeño, como al derramar la leche o no conseguir
buenas notas en la escuela, ante lo que usted se sintió culpable, lloró y
tuvo el pensamiento recurrente de que «no puedo hacer nada bien».
Tenderá a reaccionar del mismo modo si a su pareja le parece mal que deje
la ropa tirada en el suelo o no gane dinero suficiente. Por otro lado, cuando
su pareja «arma un lío» o rinde a un nivel inferior al que usted esperaba,
tenderá usted a criticarla del mismo modo que sus padres le criticaron a
usted.
Además, tal y como parecen funcionar las cosas, tendemos a elegir parejas
que quedan encalladas en la misma fase en que nos quedamos empantanados nosotros, o en una adyacente. No obstante, nuestras parejas se
habrán adaptado a esas primeras frustraciones con mecanismos opuestos,
o con formas de manejar la situación contrarias a la nuestra. Por ejemplo,
si ante una situación en la que era ignorado respondió poniéndose a dar
saltos para llamar la atención, es posible que su pareja «solucionara» el
mismo problema mostrándose como una persona solitaria que no necesita
de los demás.
Gabriel recuerda a una madre cariñosa, cuya sobreprotección sentía como
sofocante. Puesto que a cada intento que hacía por separarse de ella se
encontraba con restricciones, desarrolló un mundo privado de fantasía al
que se entregaba a solas en su dormitorio. Su madre podía impedirle que
explorara el mundo físicamente, pero no podía controlar su vida interna.
En contraste, Marión, con quien Gabriel se hallaba prometido, tuvo la
sensación de que sus padres nunca estuvieron allí para ella: a su madre le
preocupaba más el hermano pequeño, y su padre salía con frecuencia de
viaje por razones de trabajo. Parecía como si, hiciera lo que hiciese, nunca
lograra su atención. Si quería salir a jugar su madre estaba siempre
colgada del teléfono o «cansada», o tenía que alimentar a Timmy cuando
regresaba de hacer cualquier otra tarea. Marión recuerda vivamente lo
mucho que le gustaba pintar imágenes en su habitación, pero cuando se las
llevaba a su madre, ésta se limitaba a decirle: «Ahora no, Marión. ¿No ves
que estoy ocupada?». Tanto Gabriel como Marión se sintieron heridos en
la fase de la exploración, pero en formas opuestas. Gabriel no podía
separarse de su madre porque ésta era demasiado posesiva, mientras que
Marión no podía separarse de la suya porque temía que no hubiera nadie
allí cuando regresara a casa. Cuando Gabriel se acercaba a su madre, tenía
que satisfacer las necesidades que ella le planteaba; cuando Marión lo
hacía con respecto a la suya, no podía conseguir que satisfaciera sus
propias necesidades.
Los rasgos dominantes en un miembro de la pareja son recesivos en el
otro, pero se trata de situaciones fluidas. Si un miembro de la pareja
cambia y aparece su carácter recesivo, el otro responde en consonancia.
En la situación arriba descrita, si Marión descubría que no necesitaba ser
tan exigente para atraer la atención de Gabriel, éste necesitaba salir de su
cascarón y buscarla. Cada miembro de la pareja anhela las adaptaciones
caracterio-lógicas que puede proporcionarle el otro. Marión teme el
abandono, pero anhela desesperadamente la clase de intimidad e
independencia que ve en Gabriel. Gabriel, por su parte, teme la intimidad
y el contacto que tan fervientemente anhela.
Puede comprender ahora lo importante que es reconocer sus propias arenas movedizas personales si quiere abrigar la esperanza de cambiar el
resultado de sus relaciones futuras. Ahora examinaremos cada fase del
desarrollo. A medida que describa qué aspecto tiene cada fase, cómo se
comportaron las personas que nos cuidaron de niños, y cómo se
manifiestan las repercusiones en forma del llamado comportamiento
adulto, verá con claridad cómo desarrollamos defensas adaptativas, y cuál
es el potencial para provocar daños. Podrá señalar entonces la fase en la
que quedó usted «encallado» y podrá utilizar por lo tanto esa información
como un modelo, como un elemento capaz de predecir lo que sale mal en
sus relaciones, y como base para el cambio de comportamiento.
(Nota: Pido por adelantado disculpas por utilizar la mayoría de las veces el
término masculino al referirme al «niño», y los términos «ella» y «madre»
para .evitar el molesto término de «cuidadora principal». Desearía haber
podido encontrar una mejor forma de indicarlo.)
Notas
1. Esta dualidad entre mente y cuerpo es conocida como dualismo
cartesiano, por el filósofo francés Rene Descartes. Desde mi perspectiva,
la división mente/cuerpo es una función del pensamiento, antes que de la
realidad. La mente y el cuerpo son un continuum, como ha quedado
demostrado por los nuevos descubrimientos en neu-ropsicobiología y
psiconeuroinmunología, que han encontrado correlaciones entre los
estados mentales y las funciones del cuerpo, como por ejemplo las
correlaciones entre el sistema inmunológico y el estrés.
2. La tarea de desarrollo en cada fase no queda confinada a la edad en la
que aparece, sino más bien a aquella en la que reaparece en diferentes
formas y circunstancias, formando ciclos a lo largo de toda la vida.
Siempre necesitamos de apegos seguros, siempre estamos diferenciando y
explorando, y nuestra identidad cambia con las nuevas experiencias al
mismo tiempo que refleja el mundo. Lograr competencia es una tarea que
desarrollamos a lo largo de nuestra existencia, y las oportunidades para
desarrollar preocupación e intimidad se acumulan en nuevos contextos a
lo largo de toda la vida. Digo esto para subrayar que centrar la atención
sobre una tarea concreta en una fase posterior de la vida no significa
necesariamente una regresión a esa misma fase de la infancia (aunque en
algunos casos lo sea), sino una evolución posterior de esa tarea de la vida
en respuesta a un nuevo desafio o contexto.
3. Margaret Mahler, On Human Symbiosis and the Vicissitudes
oflndividuation: Infantile Psychosis, International Universities Presses,
Nueva York, 1968; Erik Erik-son, Childhood and Society, W. W. Norton
Company, Nueva York, 1963; véase especialmente el capítulo 8, «The
Eight Ages of Man». La visión de que la infancia influye sobre la edad
adulta es un tema común de la psicología del desarrollo, del psicoanálisis,
de la teoría de las relaciones con el objeto y de la autopsicología.
84
5. Apego y exploración: Conectarse con seguridad
La libertad para llevar a la relación adulta los elementos más profundos de
las relaciones-objeto infantiles es una condición para el crecimiento.
H. V. DICKS
Apego: la lucha por la existencia
El nacimiento es, dicho suavemente, un violento despertar, lleno de ruido,
dolor, luz brillante, calor y frío, separación del útero cálido y seguro. No
es nada extraño que los recién nacidos emitan vagidos. Durante un tiempo,
el bebé permanece en un estado semiautista, medio consciente del cambio
que se ha producido en su ambiente, respondiendo intermitentemente a
todo lo nuevo que le rodea, corno si se encontrara atrapado entre el sueño
y la vigilia. Si el viaje hacia el parto y la expulsión fue relativamente
suave, el bebé existe en su estado original y primordial de relajación y
placer totales. El tejido de la existencia se mantiene sin costuras ni
rasgaduras.
La sensación de que las cosas han cambiado se adquiere lentamente. Se
han cortado de pronto todas las líneas de suministros, y el bebé emite sus
primeras señales de angustia acerca de este nuevo estado, y empieza a buscar, extendiendo las manos para establecer contacto. Al encontrar a su madre y conseguir introducirse el pezón en la boca, la sensación de alarma se
amortigua y se restaura el estado relajado original. Se ha iniciado así la
primera y más importante fase del ser humano: el apego. 1
Cuando el recién nacido emite su primer vagido y extiende las manos en
busca del calor y el pezón de la madre, se activa el viaje psicosocial. El
bebé tiene una agenda vital que cumplir: salvar ese abismo de separación
que se abrió tan amenazadoramente en el momento de nacer, y volverse a
apegar con toda seguridad a la fuente nutritiva y protectora de su
supervivencia. De ese modo, responde a su mandato interno de existir.
Es una situación que plantea numerosas exigencias, como bien puede
atestiguar cualquier progenitor agotado y aturdido. Todas aquellas
variadas y constantes necesidades que se satisfacían automáticamente en
el útero, tienen que atenderse ahora manualmente: se le tiene que
proporcionar el alimento, cambiar los pañales, mantener un cierto nivel de
contacto físico, y todo ello en un ambiente calmado, exigente y
permanente. Mientras todo se desarrolle perfectamente y se satisfagan
todas las necesidades de modo inmediato y apropiado, todo estará bien y
el bebé parece tan feliz como una almeja, regodeándose con el calor y el
consuelo de un ambiente que le parece tan agradable como aquel otro del
que procedió. Extiende las manos para agarrar, mama y llora mientras
haya alguien que sepa lo que debe hacerse, y con ello restablece su
sensación de que el mundo es un lugar seguro, de que no existe peligro en
este territorio extraño. No obstante, el tejido sin costuras de la existencia
se vio temporalmente perturbado y esa perturbación ha dejado secuelas.
Se va dando cuenta lentamente de que es una criatura aparte, y ahora
conoce la diferencia entre placer y dolor.2
A partir de sus acciones de mamar, agarrar y llorar, resulta fácil suponer
que lo que más necesita el bebé para sobrevivir es alimento, y que si se le
alimenta con regularidad, todo estará bien. Pero no es ese el caso. Lo que
los bebés necesitan más para sobrevivir es el contacto físico y emocional;
necesitan de una fuente fiable de amor y consuelo. Un estudio ya famoso
realizado por el psicólogo Harry Harlow tomó a monos recién nacidos y
los situó junto a dos «madres sustituías», una construida de alambre y la
otra de suave tela de toalla. Los pequeños monos se apegaron más a la
«madre» de tela, junto a la que se acurrucaban, hacia la que corrían cuando
se sentían asustados, incluso a pesar de que la «madre» de alambre era la
única que podía proporcionarles alimento.3
Permanecer apegado constituye la principal agenda del bebé durante
aproximadamente los primeros dieciocho meses. Si todo sale bien y se
reciben y responden adecuadamente las señales enviadas por el recién
nacido, se le alimenta y se le sostiene en brazos, se le cambia y se le habla,
desarrolla la sensación de que es un ser aparte en un mundo seguro, con el
poder y los recursos para conseguir lo que necesita. Se encuentra
«apegado con seguridad». Eso no parece mucho, pero para él es algo
crítico. El sentido de seguridad establecido durante esta fase marca el tono
del resto de nuestro viaje por la vida. Es el fundamento de nuestra
respuesta a los peligros y placeres de la vida.4
Afortunadamente, así es como suele suceder para aproximadamente la
mitad de nosotros. El amor y las buenas intenciones de muchos padres
prevalecen de algún modo, a pesar de todas las exigencias, de las señales
no captadas, de los problemas personales y las distracciones y crisis, de la
semana de gripe y de los deseos imperfectamente satisfechos. Sus hijos se
sienten conectados con seguridad. Su cuidado cotidiano es lo «bastante
bueno», según expresión del psicólogo D. H. Winnicott.
ADAPTARSE A UNOS CUIDADOS DEFICIENTES: MECANISMOS
DE SUPERACIÓN
Pero ¿qué sucede con todos esos niños cuyos padres «no fueron lo bastante buenos», emocional o físicamente, con la suficiente calidez y consistencia como para procurar que se produjera el apego? Los cálculos
estimativos sugieren que entre un tercio y la mitad de todos los niños
pueden quedar clasificados dentro de esta categoría. Para ellos, no existe
la seguridad de una respuesta cuando surgen sus necesidades. El tejido sin
costuras de su existencia se ha desgarrado, y han perdido el contacto con
su estado gozoso original.5
Es aquí donde echan raíces los problemas, es decir, donde aparecen los
mecanismos de superación mal adaptados. Los bebés anhelan ese estado
esencial de gozo relajado que han perdido, y tratan de restaurarlo mediante
el procedimiento de adaptarse lo mejor que pueden a sus cuidados inadecuados. En respuesta a la efectividad nutritiva de quienes le cuidan, el
bebé se crea una imagen interna del cuidador, que yo llamo Imago, y una
autoimagen, que incluye su visión de sí mismo en el contexto de la
situación en que se encuentra o del «mundo». Esta imagen interna de su
mundo interior y exterior, dividida a menudo entre rasgos «buenos» y
«malos» de sí mismo y del otro, influye por lo tanto sobre el
comportamiento del niño hacia sus padres, y determina qué mecanismo de
superación terminará por desarrollar. Dependiendo de cómo respondan
sus cuidadores ante sus necesidades, ese mecanismo de superación se
polarizará en cada fase del desarrollo, asumiendo una de entre dos formas.
Un bebé supera la situación disminuyendo su afecto en el mundo,
mientras que otro lo hace exagerando sus respuestas, replicando así el
antiguo legado evolutivo de constreñir o hacer explotar la energía en
respuesta a estímulos amenazadores. A estas dos clases de respuestas las
caracterizo como minimizadora y maximizador, con lo que se trata de
describir dos polos de la organización del carácter que encontramos en la
mayoría de los emparejamientos hombre/mujer. Quiero hablar más de este
fenómeno, pues describe algo que es importante que cada uno de nosotros
identifiquemos en nosotros mismos. Pero antes veamos cómo se
manifiesta esta respuesta en la fase del apego.
EL NIÑO QUE SE AFERRA: TEMOR AL ABANDONO
En respuesta a un déficit de nutrición durante la fase del apego, el bebé se
adapta aferrándose o desvinculándose.
Si el cuidador no es consistente (apropiadamente cálido a veces, pero
emocionalmente frío o ausente en otras ocasiones), el niño desarrollará
una respuesta compulsiva de aferramiento. Esa clase de cuidadores
pueden sentirse preocupados, egoístas, enojados o estar ocupados; sus
estados de ánimo y sus horarios fluctúan. Son impredecibles. Quizá se
sientan incómodos con su papel como cuidadores y traten de seguir alguna
fórmula rígida que hayan podido leer tal vez en los libros, ofreciendo al
niño los servicios necesarios, pero según su propio programa o capricho.
Quizá tomen al bebé en sus brazos y lo alimenten con regularidad, pero no
cuando éste llora o trata de llamar su atención. Está claro que las
necesidades del niño constituyen una carga para esta clase de progenitor.
Incapaz de establecer la seguridad básica de que sus necesidades se verán
satisfechas, el bebé percibe que sólo sus exigencias incesantes le
permitirán mantenerse vivo.
En respuesta a una nutrición poco fiable o inconsistente, el cerebro antiguo del recién nacido hace sonar la alarma, indicándole que está en
peligro. Como quiera que su madre no acude a veces, el bebé continúa
intentándolo, con la sensación de que todo funcionará si logra imaginar
qué hacer (llorar lo bastante fuerte o durante el tiempo suficiente, o
responder de una forma determinada). De ese modo se establece la pauta
del estrés, de la respuesta inconsistente, de la exageración y la duda que
termina por crear un bebé ansioso. Un niño que se aferra mantiene una
relación muy ambivalente con su
I madre. Atormentado por su accesibilidad impredecible, se hace
simultáneamente adicto a llamar su atención y a descubrir una forma de
lograr que ella le responda; al mismo tiempo, se siente colérico por el
hecho de que no se satisfagan sus necesidades. Se pasa la mitad del tiempo
llorando y agarrado a su impredecible madre con tal de mantenerla a su
lado, mientras que la otra mitad del tiempo la rechaza, la aleja, incluso
cuando ella se muestra afectuosa. El pequeño se encuentra sumido en un
dilema porque, para él, el objeto de dolor y placer es el mismo. La primera
capa de su Imago incluye ahora elementos buenos y malos, colocándose
así los cimientos para una imagen dividida de la persona que le cuida.
Experimenta rabia, terror y dolor, que se alternan con una impredecible
satisfacción. Como no puede vivir en un ambiente cuyo apoyo sea
inconsistente, y como no puede tolerar durante mucho tiempo los
consecuentes sentimientos negativos que estimula su inseguridad,
desarrolla una estructura defensiva ambivalente, en la que
alternativamente se aferra y se aleja para protegerse de esos sentimientos
in-capacitadores. Al tener la experiencia de que algunas de sus
necesidades se satisfacen mientras que otras se frustran, también empieza
a desarrollar una actitud ambivalente hacia sí mismo (bueno/malo).
EL ADULTO QUE SE AFERRA
Como sucede con las heridas que se sufren en todas las fases, si su situación no cambia en un período posterior de la niñez o la adolescencia, el
niño experimentará una interrupción en su desarrollo. Sus defensas se
cimentarán en su carácter y surgirán en la vida adulta como su
personalidad básica. Se convierte entonces en lo que denomino un adulto
que se aferra. Ocultas por detrás del sí mismo que se ha fabricado, todavía
continúan vivas sus necesidades infantiles que, junto con las protecciones
que ha aprendido, influirán sobre su elección de pareja, sus expectativas
con respecto a esa misma pareja, y la forma en que se relacionará para
lograr satisfacer sus necesidades. La queja fundamental de este tipo de
relaciones será: «Nunca estás ahí cuando te necesito».
Alma, la madre de dos niños de un matrimonio anterior, acudió a verme
junto con su nuevo prometido, Will, un empresario en el negocio del
software de informático. Durante los fines de semana, cuando ambos
estaban constantemente juntos, ella se sentía feliz y contenta, y describía a
Will como un hombre que se mostraba cálido y cariñoso la mayor parte
del tiempo. Pero él a menudo se sentía preocupado por los problemas que
le planteaba un negocio muy competitivo, especialmente los domingos
por la noche, antes de que se iniciara el trabajo de la semana siguiente.
Extremadamente sensible a los sentimientos de abandono, Alma percibía
la reclusión de Will dentro de sí mismo, y se hundía en una suave
depresión en cuanto él volvía a dirigir su atención al trabajo. «Cada vez
que las cosas van bien entre nosotros, te marchas», se quejaba, reflejando
así el recuerdo del «mal» o inconsistente cuidado que había recibido de
niña. O bien se ponía a llorar y acudía a él para que le reafirmara su amor,
y le preguntaba si deseaba casarse realmente con ella. Cuando Will no
podía consolarla tal como ella pretendía, Alma retrocedía a su sí misma
sexual y feliz y sugería que se acostaran e hicieran el amor, para volver a
captar así, al menos momentáneamente, los aspectos «buenos» de la
persona que la había cuidado en su niñez. En otras ocasiones se mostraba
inconsolable, experimentaba una rabieta y gritaba su queja constante:
«Nunca estás por mí cuando te necesito». Temeroso de los sentimientos
intensos, tanto los propios como los de ella, Will se recluía todavía más en
sí mismo, y Alma terminaba por levantarse repentinamente de la cama
para pedirle que se fuera a dormir a otra habitación. Al día siguiente,
cuando Will se marchaba a trabajar, Alma experimentaba verdadero pánico y lo llamaba a la oficina a las diez y media para preguntarle qué
estaba haciendo. Si él disponía de tiempo para hablar, ella se sentía
gratificada, pero si estaba ocupado o se mostraba emocionalmente
inaccesible, ella terminaba por colgarle el teléfono. Entonces, él la
llamaba y la consolaba hasta que Alma se calmaba, pero antes de dejarlo
por teléfono siempre le pedía que la llamara a la hora del almuerzo.
Cuando él lo hacía así, Abría se mostraba emocionalmente distante o decía
estar demasiado ocupada para hablar, lo que dejaba a Will en un constante
estado de confusión acerca de qué era lo que ella deseaba realmente de él.
Este es un comportamiento clásico de la persona que se aferra (o
maximizador). Alma, atrapada en un ahora eterno, utiliza soluciones que
apenas si fueron efectivas cuando tenía dieciocho meses de edad, aunque
le permitieron sobrevivir. Todavía se dice a sí misma: «No puedo confiar
en que se satisfagan mis propias necesidades. Yo soy buena, pero el otro
(la persona que me cuida, o mi pareja) es malo. Le haré daño a mi pareja
hasta que satisfaga mis necesidades». Pero a un nivel todavía más
profundo del subconsciente quedó otra convicción procedente de su niñez:
«Soy mala por tener estas necesidades. No puedo permitir que él las
satisfaga». No es nada extraño, pues, que Will se sienta confundido.
Naturalmente, tal y como funcionan las cosas, resulta que Alma ha elegido
a una pareja que, como la persona que la cuidó de niña, es
emocionalmente .distante, es decir, lo que yo llamo un evitador (o
minimizador).
EL NIÑO DISTANCIADO: TEMOR AL RECHAZO
Otros cuidadores, en cambio, son emocionalmente fríos de un modo consistente y físicamente accesibles de un modo inconsistente. Para ellos, la
cuestión no es que las necesidades del niño constituyan una carga, sino
que perciben la misma presencia del pequeño como tal. Esa clase de
cuidadores dan lugar al niño distanciado. A diferencia del que se aferra, el
distanciado teme el mismo apego que busca tan desesperadamente, ya que
todos los intentos que hace por apegarse al cuidador tienen como resultado
un dolor emocional. A diferencia del que se aferra, para quien no tener
contacto con el cuidador es algo aterrador, lo que le resulta doloroso es el
contacto mismo. En consecuencia, su defensa consiste en «no
aproximarse» a su madre porque, si ella está presente, se mostrará
habitualmente deprimida, desinteresada y emocionalmente distante.
Aterrorizada ante la responsabilidad que supone cuidar de un niño,
atrapada de algún modo en sus propios problemas y prioridades
personales, le demuestra una actitud de rechazo emocional. Como quiera
que el contacto no produce entonces el resultado del placer de la
aceptación o la satisfacción que necesita, sino, antes al contrario, un dolor
emocional, el niño toma una decisión fatídica: evitar el contacto a toda
costa. «Yo soy malo, el objeto (el cuidador) es malo, mis necesidades son
malas», razona, grabando así sobre la plantilla de su Imago la impresión
del cuidador como alguien malo, mientras que, por el otro lado, allí donde
se registra la imagen del sí mismo, se graba la impresión de que las
necesidades del sí mismo son malas. Este razonamiento conduce a una
defensa primitiva, pero efectiva: «No tengo necesidades». La persona que
le cuida lo ha rechazado, de modo que él rechaza al cuidador y finalmente
rechaza su misma fuerza vital. No llora, parece contentarse con ser
alimentado cuando llega el alimento, no parece importarle que lo tomen en
brazos o que le hablen. Pero aunque sus necesidades hayan sido
desterradas de la conciencia, el cerebro antiguo permanece en un estado
constante de alarma porque las necesidades denegadas son esenciales para
la supervivencia. Para acallar la alarma, el niño distanciado insensibiliza
su cuerpo y evita sus sentimientos, de tal modo que limita mucho su vida,
es decir, la minimiza. Para contenerla totalmente, se construye un falso sí
mismo que parece independiente, pero que es en realidad
contradependiente. El mundo admira su independencia, pero él vive
virtualmente solo, recluido en su fortaleza, decidido a evitar el dolor de ser
vulnerable al rechazo.6
Los niños distanciados no lloran mucho, y no parecen tener muchas
necesidades; aceptan lo que pueden conseguir y no piden más. A menudo,
la madre se muestra orgullosa de su «buen» bebé, puesto que la
dependencia le parece algo desagradable e incómodo. El niño distanciado,
motivado por el temor al contacto, está diciendo: «En realidad, no te
necesito y soy perfectamente capaz de cuidar de mí mismo». Lo que está
sucediendo en realidad es que se deja arrastrar por la desesperación.
EL ADULTO: UN EVITADOR
Tal como sucede con el niño compulsivamente dependiente, si estas pautas no se corrigen más tarde, en la infancia o la adolescencia (cosa bastante
improbable, puesto que los cuidadores no suelen evolucionar), aparecerán
en las relaciones adultas íntimas. El niño se convierte entonces en lo que
yo llamo un evitador. Will, comprometido con una Alma que se aferra a
él, tal como se ha descrito antes, es un buen ejemplo de ello. Como ya he
comentado, los evitadores tienden a relacionarse con personas que se
aferran, y ello es así por razones predecibles. No es que los evitadores no
tengan necesidades, sino que más bien abandonaron hace mucho tiempo
los esfuerzos por satisfacerlas, y perdieron el contacto con sus propios
deseos. Han enterrado grandes fragmentos de sí mismos, y especialmente
su lado sensible y sentimental, su capacidad para la alegría emocional y el
placer físico. Sus necesidades ocultas de contacto influyen en su selección
de parejas con excesivas necesidades de contacto, lo que proporciona al
evitador precisamente el contacto que conscientemente niega desear. En
consecuencia, nunca tienen la necesidad de aproximarse a su pareja,
porque las intensas necesidades de ésta por permanecer en contacto
satisfacen las necesidades de contacto del evitador, que éste niega. Pero el
contacto sigue siendo doloroso. Tal como se pone de manifiesto en el caso
de Will, la necesidad de intimidad de Alma le atrae, al mismo tiempo que
le hace sentirse desesperado por escapar.
En la primera sesión que mantuvieron conmigo, Alma se mostró prácticamente histérica de rabia: «Tú nunca te acercas a mí. Parece como si no
quisieras tocarme. Si yo no te llamara, o te pidiera que me llamaras, haría
frío en el infierno antes de que tuviera noticias tuyas. Si yo no hiciera
planes para los dos durante los fines de semana, no haríamos nada, y te
quedarías sentado delante de tu ordenador, dedicado a jugar o a trabajar en
problemas de trabajo. No creo que tengas sentimientos o necesidades, y
nunca estás ahí cuando te necesito».
La respuesta de Will fue predecible: «No sé de qué me estás hablando. Yo
estoy ahí. Lo que sucede es que tú te muestras demasiado necesitada
(proyecta sus propias necesidades negadas sobre ella al dar a entender que
él no necesita nada). Nada de lo que hago te complace. Cuando estamos
juntos, no haces más que quejarte. ¿Quién quiere estar sumido en esa
situación todo el tiempo? (reflejando así al cuidador frío y distanciado de
su niñez)». Dijo todo esto sin emoción y luego, con una actitud muy
racional, continuó: «¿Por qué tienes todos esos problemas? ¿Por qué no
podemos estar juntos sin tanto conflicto? Además, no tenemos que estar
juntos continuamente. Todo el mundo necesita estar a solas a veces. ¿Por
qué no te puedes sentir cómoda a solas contigo misma?». Y todo eso dicho
con un tono monótono.
La necesidad de un apego fiable nunca desaparece, pero la agudeza de esa
necesidad depende del grado en el que fue negada en la infancia. El médico de cabecera sabe que la parte más efectiva de su tratamiento es la
palmadita en la espalda y las palabras de ánimo para terminar diciendo:
«Llámeme por la mañana». Yo veo las implicaciones que tiene una
accesibilidad fiable en mis propios clientes terapéuticos. Recibo muy
pocas llamadas de emergencia, y creo que ello se debe a que saber que
tienen mi número de teléfono particular y pueden llamarme si lo necesitan,
hace que mis pacientes se sientan seguros.
Para el evitador, la necesidad de apego es un apetito secreto; para el que se
aferra es una exigencia siempre presente. La persona ambivalente que se
aferra y el evitador distanciado han encontrado una forma de compensar la
informalidad de las personas que les cuidaron, pero con ello pusieron en
marcha una pauta muy poderosa que dura toda la vida. Si no surge nada
que mitigue su experiencia, ese comportamiento termina por hacerse fijo,
los niños se convierten en adultos, petrificados en una pauta de
aferramiento o distanciamiento.
Interludio: el minimizador y el maximizador
Parece, pues, que la naturaleza, con su pasión compulsiva por la supervivencia, nos ha equipado neurológicamente para adaptarnos de una de dos
formas a las frustraciones amenazadoras para la vida en cada una de las fases de nuestro desarrollo. Minimizamos o maximizamos nuestro afecto.
Dependiendo de nuestra composición genética y de nuestra interacción
con las formas específicas en que nos trataron nuestros cuidadores,
elegimos una de esas dos respuestas si no se satisfacen nuestras
necesidades. Esta pauta complementaria tiene una simetría poética que
aparece en todas las fases.
Antes de pasar a la siguiente fase del desarrollo, que llamo exploración,
quiero detenerme aquí un momento para analizar esta pauta dual de
adaptación que parece funcionar en un continuum, a lo largo de nuestro
desarrollo y socialización. Parece ser que, al margen de la frustración o de
la fase de desarrollo en que esta se produzca, algunos de nosotros
exageramos nuestra respuesta a ella, mientras que el resto la disminuimos.
En este caso, minimizar o maximizar describe la forma en la que
expresamos nuestra energía cuando amenaza el peligro. Disminuir o
exagerar nuestro afecto es una expresión de nuestro instinto evolutivo de
supervivencia a limitar nuestra energía o hacerla explotar ante el peligro,
traducido aquí como comportamiento relacional.
El maximizador es el activo, que se muestra a menudo expresivo y
explosivo, que descarga su alto nivel de energía y lucha por conseguir lo
que necesita. El minimizador es pasivo, permanece casi inmóvil, huye
hacia su propio interior para evitar el peligro de ser abandonado
emocional o físicamente.
Si observamos a la persona que se aferra, vemos que en la infancia
aprendió a tratar y conseguir lo que necesitaba mediante el llanto, el
aferrarse con las manos, los gritos y el aferrarse físicamente al cuidador, y
que nunca abandonaba sus intentos. Ampliaba y exageraba activamente su
afecto, con la esperanza de obtener una respuesta, por muy incierta e
inconsistente que ésta fuera. Alma es un ejemplo de la forma que puede
adoptar esta actitud en la vida adulta. El evitador, por su parte, abandonó
sus intentos en la niñez, se recluyó dentro de sí mismo, apenas lloró y negó
sus necesidades. Disminuyó su afecto, contuvo sus emociones, con la
sensación de que sus esfuerzos no servían para nada. Will es un buen
ejemplo de evitador.
En cada una de las fases del desarrollo, el niño maximizará o minimizará
su afecto, aunque la motivación (y el grado) difiere en cada fase. Recuerde
el efecto de bola de nieve: cuanto más pronto se produzca algo en la vida,
cuanto más primitiva sea la fase en la que se sufrió la herida primaria,
tanto mayor será el grado de exageración o disminución. Así, un niño herido en la fase de apego será mucho más volátil, o pasivo, que aquel que sufrió la herida en la fase posterior de la exploración o la preocupación.
Observé por primera vez la intensidad relativa de la adaptación
minimizador/maximizador cuando mostraba en la clase de formación mis
vídeos de parejas que trabajaban en cambiar sus frustraciones por
Peticiones de Cambio de Comportamiento. En el ejercicio, un miembro de
una pareja expresa una frustración y le pide al otro que efectúe un cambio
en el comportamiento que le molesta, y entre los dos elaboran una forma,
un programa temporal para que se efectúe el cambio. La cinta tiene la
intención de mostrar a los alumnos lo duro que puede ser conseguir que
algunas parejas elaboren juntos las cosas. (Aprenderá usted esta habilidad
en la página 288.)
La primera pareja se mostró desbocada y descontrolada: ella gritó y acusó,
llena de veneno y vitriolo; él se mostró cada vez más tozudo, se negó a
hablar y estuvo a punto de abandonar la consulta. No pudieron realizar el
trabajo. No obstante, la otra pareja que mostré mantuvo una actitud calmada y racional; pudieron cooperar, aceptaron sugerencias, controlaron su
cólera y sus acusaciones, y aprendieron y practicaron la habilidad en
cuestión.
Mientras observaba la cinta, me di cuenta de que las dos mujeres eran
maximizadoras, mientras que los dos hombres eran minimizadores. Pero
mientras que la primera mujer descargaba su veneno
desconsideradamente y el marido se mostraba cada vez más y más
encerrado en sí mismo y silencioso, hasta el punto de que fueron incapaces
de realizar la tarea propuesta, la segunda pareja seguía la misma dinámica,
aunque en un grado inferior y más funcional. Ella se mostraba habladora,
emocional y directa al grano, y él tendía a hablar de una manera tranquila
y excesivamente controlada. Pero lograron realizar su tarea; fueron
corteses el uno con el otro y al final obtuvieron buenos resultados.
La diferencia estriba en que, en el caso de la primera pareja, las heridas
ocurrieron en la fase de apego (aunque con adaptaciones
complementarias) y tenían que enfrentarse por lo tanto a cuestiones
ocurridas cuando tenían un año de edad. La segunda pareja se sintió herida
en la fase de la competencia, alrededor de los seis años de edad. En la
mayoría de las parejas, uno se muestra desbocado y el otro contenido; todo
es relativo.
Deseo indicar aquí que no todas las mujeres son maximizadoras, del
mismo modo que no todos los hombres son minimizadores, aunque si la
cuestión se mide estadísticamente, todo parece ser una cuestión de género.
Se trata más bien de una función de la socialización, y tiene que ver con la
forma en que se educa a los hombres y a las mujeres para expresarse en
nuestra cultura. Pero he visto en mi consulta varios casos en que los
papeles aparecieron invertidos. También es cierto que, en nuestra cultura,
que valora a las personas racionales, moderadas y reservadas, el
minimizador, que ha enterrado sus sentimientos y necesidades, parece el
bueno y es más aceptable. El maximizador, exagerado, emocional y fuera
de control, parece malo aunque en realidad está mejor dotado, pues si bien
su comportamiento pueda ser inaceptable y probablemente no le permitirá
conseguir lo que desea, es al menos consciente de sus sentimientos y
deseos. El minimizador tiene a veces más éxito en el mundo, pero está tan
alejado de sus propias emociones, que ha reprimido tanto, que ha perdido
la conciencia de sus propios deseos. Antes de poder resolver sus
problemas tiene que ser consciente de sus sentimientos. 7
Otro componente de la respuesta minimizador/maximizador a los elementos estresantes que existen en el ambiente, se halla relacionada con el
tema de la rigidez o fluidez de nuestros límites, de saber dónde
terminamos nosotros y empiezan los demás. El maximizador tiene límites
internos y externos mínimos: le resulta difícil separar sus propios
pensamientos, deseos y opiniones de los de aquellas personas que le
rodean. Maleable e impresionable, no conoce su propia mente. Es
entrometido y la intrusión de los demás en su propia vida se produce con
facilidad. Alma, por ejemplo, interrumpía constantemente a Will cuando
éste estaba hablando, y no le importaba interrumpirle con llamadas
telefónicas a su trabajo. Le enderezaba la corbata y le decía lo que Will
sentía en el mismo movimiento. El minimiza-dor, por contra, tiene límites
estrechos y rígidos y todo lo relaciona consigo mismo; no puede ponerse
en la piel del otro o ver el punto de vista del otro. A pesar de las elaboradas
expresiones de angustia de Alma, Will no manifestó en ningún momento
la menor empatía por su dolor o mostró comprensión por su angustia.
Tampoco podía expresarle ningún afecto, o decirle con sentimiento: «Me
preocupan tus temores», o «Te amo». Lo máximo que parecía capaz de
decir era: «Sabes que te amo. ¿Acaso no tienes todo lo que necesitas?».
Disminuía repetidamente la validez de los sentimientos de Alma y le decía
que necesitaba ayuda, y no que estuviera dispuesto a ofrecérsela él mismo.
Establecer límites personales adecuados es una tarea crucial en cada una
de las fases del desarrollo, pero es particularmente crítica en la fase de
identidad, cuando nuestra tarea consiste en establecer un claro sentido del
sí mismo.
EJERCICIO 5A
¿Fui herido en la fase del apego?
Puede ser difícil descubrir hasta dónde se remontan nuestras heridas a
través de los recuerdos de la infancia, que son a menudo débiles y poco
fiables. Con frecuencia tenemos que deducir nuestras heridas de la niñez a
partir de nuestras circunstancias presentes y de las relaciones pasadas. El
cuadro que sigue sintetiza la respuesta al déficit de cuidados ocurrido en la
fase de apego y las resultantes adaptaciones del carácter, con referencia
especial a cómo se tradujeron en la elección de pareja y en los problemas
de relación.
Aunque lo que haya leído en este capítulo esté fresco en su memoria, tómese unos pocos minutos para valorar cómo encaja usted en las
descripciones del cuadro y clasifíquese en una escala del 1 («ese no soy yo
en modo alguno») al 5 («así son exactamente las cosas para mí»).
Recuerde que la mayoría de nosotros fuimos heridos en algún grado en
todas las fases, aunque, también para la mayoría de nosotros, una de las
fases será aquella en la que fuimos más heridos, precisamente aquella en
la que quedamos empantanados, y que necesitamos curar en nuestra
convivencia de pareja. Quizá piense que sus experiencias con diferentes
parejas puede nublar un tanto las distinciones, pues tendemos a ser
diferentes con cada pareja.
Adaptaciones de la herida en el apego
El evitador: minimizador, límites rígidos
Temor básico (herida): El contacto puede
conducir al rechazo emocional y físico, y a la
pérdida del sí mismo a través del contacto
1
2
3
4
5
con el progenitor (pareja).
Mensaje interno: No ser.
Convicción fundamental: No tengo derecho a
existir.
Convicción de la relación: Seré herido si inicio
el contacto contigo.
Imagen del otro: Exigente y consumidora.
Relación con el otro: Distanciada, evitadora.
Tema fundamental: Demasiado tiempo
juntos, demasiados sentimientos, demasiado
caos.
Frustración tiplea: Me odias; sientes
demasiado.
Sentimiento recurrente: Terror y rabia.
Gestión del conflicto: Hiperracional, evitador,
retirada pasiva/agresiva y frialdad.
Desafío de crecimiento: Afirmar el derecho a ser, iniciar el
contacto emocional y físico, expresar sentimientos, aumentar la
conciencia del cuerpo y el contacto sensorial con el medio
ambiente.
Pero si se analiza a sí mismo en todos los cuadros, verá que surge una
pauta. No trate de vincularse a ninguna fase en particular, sino obtenga
más bien una visión general de su herida y de las defensas que ha elegido
para afrontarla.
Habrá un cuadro como éste para cada fase del desarrollo, y al final se indicará un ejercicio general. Como preparación para realizar este trabajo,
vuelva a pensar en todo lo que ha leído sobre la fase del apego. Antes de
abordar el ejercicio, tómese unos pocos minutos para cerrar los ojos,
relajarse y respirar profundamente varias veces. Procure volver a captar
los sentimientos, tanto en su mente como en su cuerpo, de ese período de
su niñez y de sus relaciones pasadas.
Exploración: relación amorosa con el mundo
Ahora nos adentramos en lo que probablemente sea la fase peor entendida
del desarrollo de un niño. Una vez que éste ha estabilizado su fuente de
suministros, se muestra ansioso por explorar el mundo que está
descubriendo.
El que se aferra: maximizador, límites difusos 1
Temor básico (herida): Separación y
abandono, pérdida del sí mismo a través de
la pérdida del contacto con el progenitor
(pareja).
Mensaje Interno: No me necesitas.
Convicción fundamental: No logro satisfacer
mis necesidades.
Convicción de la relación: Estoy a salvo si me
aferró a ti.
Imagen del otro: Inalcanzable, no tiene
sentimientos, es una pared de roca.
2
3
4
5
Relación con el otro: Aferrarse, exigir,
intentos de fusionarse.
Tema fundamental: Separación.
Frustración típica: Nunca estás ahí para mí.
Sentimiento recurrente: Rabia voraz y terror.
Gestión del conflicto: Hiperemocional, sin
aceptar compromisos, exigente para luego
aceptar.
Desafío de crecimiento: Dejarse ir, hacer cosas por su propia
cuenta, negociar.
En la fase de exploración, que dura aproximadamente desde los dieciocho
a los treinta y seis meses, la tarea del niño consiste en ser capaz de alejarse
con seguridad del lado de su madre y empezar a funcionar por su propia
cuenta, con la confianza de que después siempre puede regresar a una base
segura y cariñosa. En otras palabras, el objetivo del apego realizado con
éxito es, paradójicamente, la capacidad para separarse.
A esta fase se la suele denominar como de separación y autonomía, porque
se ha creído que el deseo del niño es el de apartarse de su madre, y que su
rebelde «no» es una señal de que desea hacer las cosas por su propia
cuenta, libre de la dominación de la madre. Creo que esta idea es
equivocada. El impulso del niño no es el de ser autónomo o estar separado,
sino el de explorar el mundo. Se está diferenciando del cuidador, pero no
busca autonomía. En realidad, se siente desgarrado entre su recién
descubierta fascinación con el mundo y su conflictiva necesidad de que la
continua accesibilidad de su madre le proporcione seguridad. Desea
alejarse, pero sólo si está seguro de que todo seguirá igual cuando regrese.
Aunque se diferencia de la fuente que le nutre, no se separa de ella.
Todavía necesita sentirse apegado; mirará por encima del hombro para
asegurarse de que su madre está cerca, o regresará de vez en cuando para
comprobar que ella no ha desaparecido en su ausencia. Puede
comprenderse, por lo tanto, que un cuidado inadecuado en la fase de
apego dificulta la capacidad del niño para explorar el mundo con
confianza en sí mismo.
En este punto el pequeño mantiene una relación amorosa con el mundo,
donde todo es nuevo e interesante. Él es el héroe que emprende su viaje.
Introduce los dedos en el enchufe eléctrico, se come la pasta dentífrica,
juega con sus heces, y lo hace sin juicios ni inhibiciones. Cuando el
progenitor restringe sus actividades, la rebelión del niño, los funestos
«terribles dos años», no es tanto un desafío como la expresión de la
frustración que experimenta al ver que se le ponen limitaciones a sus
exploraciones. Se hace entonces sigiloso y doble. Se le dice que no se
coma la comida del perro, pero se regala con ella en cuanto le da usted la
espalda; se sube a la verja del patio trasero en cuanto se ha dado usted la
vuelta y encuentra una forma de abrir el armario prohibido. Como todos
los niños, se niega a acostarse pacíficamente. Desea más experiencias,
más diversión, que le cuenten otro cuento. No quiere perderse nada. Lo
que parece desafío no es más que un indicativo del poderoso impulso que
le lleva a explorar y experimentar, y el grado de frustración que siente
cuando se obstaculiza ese impulso.
Considerar bajo esta luz este difícil período de iniciación cambia toda
nuestra imagen del niño en crecimiento. Está explorando, no rebelándose.
Aunque se resiste al estrechamiento de sus límites y a la expresión de su
curiosidad, no es en modo alguno independiente o autónomo; tiene que
repostar con frecuencia. Necesita poder alejarse por su propia cuenta, pero
nunca perderá su deseo de apego. Somos relaciónales por naturaleza y
nuestras necesidades de apego duran toda la vida. No desaparecen nunca.
Sería más exacto decir que aparece una segunda necesidad, la de alejarse y
regresar hasta las cosas tal como estaban cuando se marchó. Hasta el
ejecutivo de Wall Street desea regresar por la noche al hogar seguro y
protector. Tal como dicen algunos: «Me marcho para regresar».
En el momento en que el niño trata de explorar su mundo, cuando de repente y de un modo aparentemente arbitrario dice «no» a todo, la madre
astuta le anima a explorar, mientras sepa que el niño está seguro.
Establece límites protectores, pero no restricciones arbitrarias e
innecesarias. Ella no se siente amenazada por la recién encontrada
seguridad en sí mismo y la determinación de su hijo de alejarse de su lado,
y tampoco le molesta su aparente terquedad. Comprende que esa actitud
autoafirmativa es necesaria para su crecimiento. Sabiendo que el niño se
siente a pesar de todo un tanto nervioso ante el alejamiento, procura
hacerle saber que estará ahí y contenta de verle, y escuchará las historias
de sus aventuras, que el pequeño le cuenta cuando regresa.
Nunca olvidaré a mi hijo Hunter cuando tenía unos dos años y un día
abandonó mi regazo, en el salón de casa, para tomar un juguete que estaba
en su habitación. Antes de marcharse, se volvió para ver si yo seguía allí.
Puesto que yo me había movido para recoger algo de mi despacho, él
corrió hacia mí y me hizo sentar de nuevo en el sofá. Luego, se marchó de
nuevo, y miró otra vez para ver si yo seguía sentado. Apenas había
desaparecido de la vista, por el vestíbulo, cuando regresó. Asomó la
cabeza por la puerta y sonrió: «Quédate ahí», me ordenó.
Lo que desean los niños en la fase de la exploración puede sintetizarse en
dos frases: «No te preocupes por mí mientras estoy fuera» (es decir, no
restrinjas mi exploración) y «No hagas que me preocupe por ti» (es decir,
quédate donde estás hasta que regrese). Lo que quieren los niños es marcharse y regresar para encontrar a sus cuidadores exactamente allí donde
los dejaron, no en el patio o en el cuarto de baño, y tampoco perdidos en
sus propias ensoñaciones. Pero, incluso con las mejores intenciones, las
cosas pueden salir mal, como demuestra una experiencia que tuve
recientemente con Leah y Hunter. Los había llevado a Central Park para
dar un paseo en bicicleta por un largo camino que bordea un campo de
juego. En lugar de sentarme al lado del camino, como suelo hacer, decidí
hacer algo de ejercicio caminando a paso vivo alrededor del campo de
juego, por detrás de ellos. Naturalmente, no pude mantener la misma
velocidad que mis hijos con sus bicicletas. Ellos recorrieron el camino en
círculo un par de veces, y yo había desaparecido, pero no se preocuparon y
emprendieron de nuevo la marcha. En ese momento, yo estaba a unos
veinte metros por detrás de ellos, pero no me vieron. Pocos minutos más
tarde escuché los gritos y llantos más desamparados, di la vuelta a la
esquina y los vi pedaleando en sus bicicletas, mirando de un lado a otro,
llenos de pánico y llorando, así que eché a correr hacia ellos. «¿Dónde
estabas? -gimieron-. Nos has dejado.» Se habían marchado a explorar y
cuando regresaron vieron que yo me había ido, y yo no les había dicho a
donde iba. Tuve que tranquilizarlos, asegurándoles que nunca los dejaría,
que aunque no me vieran yo estaba en alguna parte, cerca de ellos, y que
lamentaba no haberles dicho que iba a dar un paseo.
«Pero ¿dónde estabas? No te encontramos y no nos dijiste nada». Continuaron expresando su temor y su cólera, buscando seguridad. «La
próxima vez nos lo dirás, ¿vale?»
«Desde luego -les contesté-, y si me canso me sentaré en el camino para
que podáis verme y os gritaré cuando paséis, para que sepáis que estoy
ahí.»
Todo se produjo en cuestión de tres o cuatro minutos y luego estuvieron
bien, porque saben que, normalmente, Helen y yo somos fiables. Se
volvieron a marchar en sus bicicletas y se lo pasaron en grande.
Ellos podrían haber encontrado el camino de regreso a casa, puesto que
habían estado muchas veces en el parque, y sabían lo suficiente como para
encontrar a un policía y decirle cuál era su dirección... una vez que
hubieran dejado de llorar. Sin embargo, y por un momento, regresaron a
su dependencia de los dos años de edad, y un niño de dos años no tiene
esas opciones, no dispone de recursos. Si regresa adonde dejó a su padre y
el padre se ha marchado al cuarto de baño, se pone a llorar, y si papá no
regresa muy pronto, experimenta una aguda angustia. La necesidad de
explorar y regresar para encontrar las cosas tal como se dejaron es la
misma, tanto si se tienen dos, como seis o cuarenta y seis años.
EL NIÑO DISTANCIADO: TEMOR A LA ABSORCIÓN
Cuando se maneja mal la fase de la exploración, los niños tienden a distanciarse de sus padres o a ser ambivalentes. Si el cuidador se muestra
excesivamente protector, e impone límites a las exploraciones del niño,
controlándolo en cuanto se aleja, si lo mantiene sobre su regazo,
bloqueándole su acceso al mundo, el pequeño se siente sofocado y se
muestra reservado. Eso puede suceder con padres que se sienten
preocupados de modo natural o inseguros de sí mismos, pero ocurre con
mayor frecuencia con el progenitor que se siente abandonado y necesita
que el niño permanezca conectado. Si la madre toma al niño y éste trata de
alejarse, el niño distanciado permanecerá alejado y no querrá regresar,
temeroso de verse absorbido de nuevo dentro de la órbita de la madre.
O su respuesta puede consistir en adaptarse externamente a las necesidades de su madre, regresando físicamente a su lado (porque, de hecho, la
necesita), al mismo tiempo que se separa emocionalmente de ella. Aunque
necesita de la seguridad de la presencia de quien le cuida, y todavía no está
preparado para alejarse mucho, juega en el punto más alejado posible, a
distancia suficiente para no hallarse al alcance del abrazo de su madre. Se
acercará a ella, pero se mostrará receloso ante las restricciones que su
madre le impone. En su mente, ella es un objeto bueno y malo al mismo
tiempo. A esta edad, no puede reconciliar estos dos rasgos opuestos de
modo que, como la persona que se aferra, la ve como «mala» cuando ella
le restringe, y como «buena» cuando le permite alejarse, grabando así una
imagen dividida del cuidador en la plancha de su Imago. Al ver el rechazo
de ella ante su desafío, empieza a rechazar ese aspecto de sí mismo.
Temeroso de perderla y de sus consecuencias, la única estrategia que
puede imaginar para no perder a su cuidadora y, al mismo tiempo, impedir
que sea controlado y absorbido, consiste en aparentar que cumple con sus
deseos, al mismo tiempo que protesta interiormente ante sus restricciones.
Aquí encontramos el síndrome pasivo/agresivo. Este es el niño que le
permite a su madre tomarlo en brazos, al mismo tiempo que aparta la cara
para evitar su beso. El niño distanciado es la forma idiosincrática de la
respuesta del minimizador a la fase exploratoria. Reduce su afecto para
desviar las atenciones de su madre, que lo consumen. En un movimiento
autoprotector para evitar verse absorbido, sus límites se hacen cerrados y
rígidos.
Superficialmente, el niño distante se parece al niño apegado de la fase del
apego, pero hay aquí una gran diferencia. Mientras que el primero nunca
se aproxima, nunca pide nada para sí mismo y mantiene su experiencia en
privado, pues el contacto le resulta doloroso e invita al rechazo, es decir, el
segundo niño distanciado, pasó bien por la fase del apego, pero sus problemas empezaron cuando quiso marcharse. No le tiene miedo al contacto,
sino que necesita mantener cuidadosamente sus límites debido a su temor
de que, si se acerca demasiado, quedará atrapado y será incapaz de escapar
para explorar por su propia cuenta.
EL ADULTO: UN AISLANTE
En la edad adulta, el niño distanciado se convierte en lo que yo llamo un
aislante. Se muestra física y emocionalmente alejado. Dispone de muchas
formas para evitar el pasar tiempo con la persona con la que se relaciona,
tanto si se trata de un trabajo que le supone largas horas de actividad,
como si tiene que viajar mucho, tiene compromisos en clubes y
organizaciones caritativas fuera del hogar, mantiene siempre la cabeza
enterrada en un libro, o la vista pegada a la televisión. Se pasa los fines de
semana en el jardín, o en el taller del garaje o del sótano, y pasar las
vacaciones por separado le parece una gran idea. El aislante necesita de su
«espacio» y tiene la sensación de verse amenazado si se le plantean
exigencias sobre su presencia o sus emociones. «Me pides demasiado», es
su queja habitual, o «Tratas de controlarme», o «Necesito algo de espacio
para mí mismo». Aunque tiene necesidades enterradas relativas a sentirse
cercano, teme verse sofocado, de modo que se las guarda para sí y
mantiene su distancia a través de la cólera, al tiempo que establece límites
estrictos acerca de su accesibilidad. Tiene la sensación de que si se acerca
demasiado puede quedar pegado como el conejo Br'er al bebé de alquitrán
y nunca podrá liberarse de nuevo.
Si la libertad aparece y desaparece, el aislante adulto se siente bien, pero
en cuanto percibe que los otros tienen necesidades, se retira, temeroso de
inmiscuirse demasiado, pues fueron las necesidades de sus cuidadores las
que lo traumatizaron en la infancia. Sólo la culpabilidad, el deseo de
complacer o su propio temor al abandono, le impiden huir. Si tiene la
sensación de que su pareja trata de aferrarse a él, contrarresta la presencia
del otro con su cólera, para conseguir que lo dejen a solas, o se retira y
permanece alejado hasta que ha logrado rodearse con su propia armadura.
Pero cuando regresa, ignora la pelea entre ambos y se pregunta por qué se
muestra el otro tan enojado. Trata de inducir en el otro un buen estado de
ánimo, y lo critica por no querer estar con él, ahora que se halla disponible.
Al comprobar que el ambiente no ha cambiado, vuelve a retirarse.
Peter, un hombre de negocios de éxito, con un traje a rayas, acudió a
verme con su prometida, Julie, para que «la ayudara con su depresión».
Pronto quedó claro que el trastorno de Julie tenía que ver con el hecho de
que se sentía excluida de buena parte de la vida y los pensamientos de
Peter. «Cada minuto en el que no estamos comiendo o durmiendo, resulta
que tienes programado algo. Lo primero que haces por la mañana es
correr, los fines de semana te dedicas a ir en bicicleta o en kayak. Por la
noche tienes documentos de que ocuparte, o necesitas tiempo para
"pensar", y actúas con irritación si te interrumpo. No sé por qué quieres
estar conmigo.»
La respuesta serena y recelosa de Peter fue que Julie se sentía sencillamente celosa de cualquier período de tiempo que él pasara separado de
ella. «Me gusta hacer ejercicio. Tengo muchos intereses de que ocuparme.
No comprendo por qué ella no es feliz.»
«Pero siempre dispones de tiempo para pasarlo con tu ayudante. Si deseo
que salgamos a almorzar juntos, resulta que estás demasiado ocupado.
Quién no se sentiría celosa. Parece como si mantuvieras una relación con
ella.»
Ahora, Peter se puso furioso, aunque actuó de un modo sereno y frío. «No
tengo ninguna relación. Cada vez que miro a otra mujer, piensas que sólo
deseo acostarme con ella. Lo único que recibo son críticas. No estoy
haciendo nada malo. Sólo necesito algo de paz.»
Dirigí la conversación hacia lo que funcionaba bien en la relación entre
ambos. Julie se apresuró a señalar que habían pasado juntos momentos
muy buenos, que Peter era un hombre divertido e interesante con quien
estar. Sin embargo, incapaz de aferrarse a las buenas experiencias,
continuó quejándose. «Pero a menudo planifica las cosas, o dice que va a
hacer algo y luego se arrepiente o surge algún compromiso más
importante. Prometes muchas cosas, pero la verdad es que haces muy
poco. Parece como si cuanto más te pidiera, menos estuvieras dispuesto a
hacer.»
Para entonces, Peter se había dado la vuelta y miraba por la ventana, sin
prestar apenas atención, conteniendo su furia. «Deseas demasiado», dijo,
alejando inconscientemente a la mujer mala y sofocante y distanciándose
de Julie.
Incapaz de estar cerca de su pareja, pero temeroso de retirarse hasta el
punto en el que tuviera que abandonarla, el comportamiento de Peter es un
caso típico de agresión pasiva. La agresión pasiva es lo que sucede cuando
decimos que vamos a hacer algo, como pasar el sábado con nuestra pareja
en lugar de dedicarnos a jugar al póquer, o limpiar la casa, y luego no lo
hacemos. Temerosos de decir directamente lo que deseamos o sentimos,
mostramos nuestra aquiescencia o hacemos promesas que luego no
cumplimos. Continuamos dando largas a lo que no deseamos, o
planteamos excusas porque nos sentimos enojados o simplemente no
deseamos hacer lo que se nos ha pedido. Eso es lo que sucede cuando
abrazamos a nuestra pareja, pero nuestros cuerpos se mantienen rígidos o
nuestra mente está pensando en la cena. De ese modo, estamos diciendo:
«Lo haré cuando sea bueno y esté preparado», o «No me atosigues», o
«No puedes obligarme a hacerlo».
EL NIÑO AMBIVALENTE: TEMOR A LA PÉRDIDA
El niño ambivalente es el producto de un cuidador que está ansioso por
librarse de las necesidades del niño dependiente. Le anima a emprender su
viaje exploratorio antes de que el pequeño esté preparado, o no está ahí
cuando regresa, haciendo añicos el vínculo que mantuvo su sentido
original de la totalidad a través de la fase del apego. Su modo de animarlo
a separarse puede asumir la forma de ignorarlo o de empujarlo lejos de sí,
o de trivializar sus temores, o mostrar irritación ante los intentos del
pequeño por estar con ella y mantener su atención. «Compórtate como un
niño mayor -le dice-. Vete a jugar tú solo.» Con ello le está pidiendo en
realidad que sea más maduro de lo que corresponde a sus años, antes de
que esté preparado. El niño quizá se aleje y se lo pase bien, pero cuando
regresa, ve que su madre ha desaparecido, ya sea física o emocionalmente,
y entonces experimenta pánico. Así queda grabada en su Imago la madre
«mala» no emocional.
El resultado es un niño temeroso y dependiente. «¿Dónde estabas? No te
pude encontrar», es el lamento del niño ambivalente. Ahora teme apartarse del lado de su madre y necesita la seguridad constante de que ella no
se marchará en cuanto él se aleje. Se convierte así en un maximizador, con
límites difusos. Al temer el abandono, exagera su afecto mediante cual-
quier estratagema, ya sean lágrimas, amenazas, historias que se inventa,
preguntas o cualquier cosa que mantenga la atención de su madre y le proporcione la seguridad de que si se aleja de su lado, seguirá siendo
accesible si él la necesita. Al ver que ella está ahí cuando él regresa, o que
le tranquiliza asegurándole que no se marchará, ella se convierte en un
«buen» objeto en la mente del niño, equilibrando así a la madre que lo
abandona y a la que teme perder.
La historia de un cliente ilustra en qué medida se desarrolla el comportamiento ambivalente. «Mi madre siempre estaba ocupándome con juegos,
lápices de dibujo y cosas para comer, diciéndome: "Ahora compórtate
como un niño mayor. Mamá tiene que descansar". Al cabo de unos pocos
minutos, yo entraba sin hacer ruido en su habitación, para ver si ella seguía
allí. Ella nunca parecía contenta de verme. "¿No ves que estoy ocupada?",
me decía. Pero yo seguía intentándolo, pensando siempre en algo que
pareciera una buena razón para molestarla. "He perdido el lápiz rojo", o
"¿Por qué está tan caliente el radiador?"».
EL ADULTO: UN PERSEGUIDOR
En la edad adulta, el niño ambivalente se convierte en lo que yo llamo un
perseguidor. Emplea toda clase de tácticas para mantener a su pareja
cerca. En cierto modo, es como la persona que se aferra, con la que
comparte un temor común al abandono. Pero los perseguidores realizan
bastante bien la tarea del apego; el tema que tienen pendiente es
permanecer apegados. Mientras que el aislante teme que se le mantenga a
distancia, el perseguidor teme alejarse demasiado del hogar, si es que es
capaz de abandonarlo. Vive con el recuerdo infantil del terror a descubrir
que no haya nadie cuando regrese de sus exploraciones. Para impedir que
ese terror vuelva, el perseguidor siempre se muestra amable y animado,
tratando de que las cosas sean
EJERCICIO 5B
¿Fui herido en la fase de la exploración?
Adaptaciones a la herida en la exploración
El aislante: minimizador, límites rígidos
1
Temor básico (herida): Sentirse sofocado,
absorbido, humillado, pérdida del progenitor
(pareja).
Mensaje interno: No estés separado.
Convicción fundamental: No puedo decir que
no, y ser querido.
Convicción de la relación: Seré absorbido si
me acerco demasiado.
Imagen del otro: Inseguro,
dependiente, necesitado.
demasiado
2
3
4
5
Relación con el otro: Establece límites al
estar juntos, es pasivo/agresivo, actúa
distanciándose ante los temores de
absorción.
Tema fundamental:
autonomía.
Libertad
personal,
Frustración típica: Tú necesitas demasiado.
Sentimiento
impotente.
recurrente:
Gestión del conflicto:
distanciación.
Temor
De
y
furia
oposición
y
Desafío de crecimiento: Iniciar el proceso de estar cerca del otro,
compartir los sentimientos, aumentar el tiempo que ambos pasan
juntos, integrar los rasgos negativos y positivos en el otro.
cómodas y entretenidas, mostrándose siempre dispuesto a prestar un servicio, temeroso de la cólera o el conflicto que pueda conducir al otro a
marcharse o a recrear los terrores de la infancia conectados con el
descuido o el abandono de la persona que lo cuidó. Aterrorizado ante la
idea de estar solo, o de ser abandonado, siempre hay planes para hacer
cosas juntos: aficiones, tareas, películas, vacaciones. El perseguidor tiene
necesidades, pero no les presta atención porque antes tiene que complacer
a su pareja. Prolonga cada abrazo y llama a su pareja al trabajo. Quiere que
el otro permanezca despierto y hable después de hacer el amor. Un cliente
le dijo a su pareja: «Cuando me despierto por la mañana y estás en la
ducha, me asusto. Quiero que me despiertes y me abraces antes de
levantarte de la cama».
Mié, la pareja perseguidora de Peter, el aislante, era adepta a vigilar a
Peter y a encontrar formas de mantenerlo en casa. Para empezar, sufría de
una depresión continua que exigía indirectamente la atención y la
comprensión de Peter. Si eso no funcionaba, siempre podía ponerse
enferma; eso siempre le había funcionado bien en la infancia. Cuando
Peter le sugirió que encontrara amigas con las que salir, o que realizara un
trabajo, ella replicaba: «Pero entonces quizá no esté en casa cuando tú
regreses y todavía
El perseguidor: maximizador, límites difusos 1
Temor básico (herida): Se fía poco de los
demás, abandono, pérdida del progenitor
(pareja).
Mensaje interno: No seas dependiente.
Convicción fundamental: No puedo contar
con nadie.
Convicción de la relación: Si actúo de modo
independiente, me abandonarás.
2
3
4
5
Imagen del otro: Distante, como alguien que
no tiene necesidades.
Relación
con
el
otro:
ambivalente y retirada.
Persecución
Tema fundamental: Habilidad del otro, apoyo,
posición.
Frustración típica: Nunca estás cuando te
necesito.
Sentimiento recurrente: Pánico y cólera.
Gestión del conflicto: Acusar,
perseguir, quejarse, devaluar.
exigir,
Desafío de crecimiento: Iniciar la separación, desarrollar intereses
externos, interiorizar al otro, integrar los rasgos positivos y
negativos del otro.
pasaríamos menos tiempo juntos». En una sesión, le dijo a Peter que no se
veía con su amiga «porque eso te daría la oportunidad de salir y conocer a
otra mujer, y no estarías en casa cuando yo regresara». El temor al abandono se expresa a menudo como celos. Incluso cuando Julie tenía algo que
hacer, comprobaba que Peter seguía en casa y le preguntaba qué estaba naciendo. Si él contestaba que estaba viendo la televisión, a Julie le enojaba
que no pensara en ella y que no deseara que estuviera en casa.
A partir de estos ejemplos comprenderá por qué los aislantes y los perseguidores tienden a emparejarse; cada uno de ellos ofrece lo que le falta al
otro. Desde luego, cada pareja tiene su propio sistema de empujar y tirar
del otro. Uno desea más intimidad que el otro, pero cambian de opinión en
cuanto consiguen lo que desean. Puede ser una situación casi cómica. El
aislante contiene los sentimientos y los temores de que si se abre, aunque
sólo sea un poco, el perseguidor saldrá inmediatamente por la puerta (lo
que es cierto). El perseguidor tiene la sensación de que si no se libra de la
presión para establecer contacto, no habrá ninguno. No hace mucho
tiempo vi a una mujer en mi taller cuya queja era que su prometido no la
abra/aba... ¡después de quedarse dormido! La relajación del cuerpo de su
pareja, cuando se quedaba dormido, hacía que ella se despertara, y a
continuación lo despertaba a él y se lo echaba en cara. Se sentía
abandonada por el otro. Al tener que afrontar los temas pendientes de su
niñez, incluso cuando duerme, el resultado es que no consigue descansar.
Notas
1. La mayoría de las teorías del desarrollo plantean una fase «autista»
durante los primeros meses de la vida. Margaret Mahler, la teórica más
influyente sobre el tema de las relaciones-objeto, la sitúa en los tres
primeros meses. No obstante, hay también puntos de vista contrarios que
interpretan el llamado «autismo» como un aspecto no esencial de las
influencias ambientales sobre la experiencia prenatal y natal. Yo
simpatizo con este último enfoque. En consecuencia, considero el primer
vagido del recién nacido como un impulso por extenderse y reconectarse
con la madre de la que se ha visto separado. Esto ocurriría no sólo si el
bebé estuviera todavía físicamente fusionado con la madre, es decir, no
existe en realidad una fase autista y la separación del parto es lo que activa
el impulso del apego. Desde mi perspectiva, cuando se produce el
autismo, éste viene inducido por el trauma, ya sea antes del nacimiento o
en el parto.
2. La nueva investigación sugiere que la vida en el útero no siempre es
idílica. Algunos niños desgraciados llegan al mundo ya heridos. Estamos
descubriendo ahora las repercusiones de la depresión prenatal de la madre,
el alcoholismo, la drogode-pendencia y el aumento de partos inducidos
por medicamentos y otros problemas físicos y psicológicos. Tales heridas
natales pueden explicar algunas características del temperamento,
trastornos del carácter y el autismo.
3. Harry Harlow, Learning to Lave, Jason Aronson, Nueva York, 1974.
4. Las secuencias de tiempo de las fases del desarrollo que se perfilan aquí
(véase la figura A) son un compuesto de acuerdo general entre los psicólogos del desarrollo, pero no constituyen una teoría en particular. Quizá la
teórica más influyente sea Margaret Mahler, cuyas secuencias son las
siguientes: desde el nacimiento hasta los seis meses es la fase del autismo;
de los seis a los diez meses se inicia la fase de la diferenciación; de los diez
a los quince meses incluye una fase que ella llama de prácticas; de los
quince a los veinticuatro meses es una fase llamada de acercamiento; de
los veinticuatro a los treinta meses se produce la edad de la constancia del
objeto. Combinando las observaciones de Mahler con las de otros
teóricos, principalmente John Bowlby y Mary Ainsworth, Sigmund Freud
y Erik Erikson, sitúo el proceso del apego entre el nacimiento y los
dieciocho meses, el de diferenciación y exploración entre los dieciocho y
los treinta y seis meses, el de individuación e identidad entre los tres y los
cuatro años de edad, el de la competencia entre los cuatro años y los siete,
el de la preocupación desde los siete a los trece años, y el de la intimidad
desde los trece a los diecinueve años. Puesto que se ha llevado a cabo muy
poca investigación sobre la fase postedípica de la preocupación, hay pocas
guías en la disciplina que documenten el surgimiento de esta tarea. A
partir del trabajo de Harry Stack Sullivan y de mis propias observaciones,
parece emerger entre las edades de siete y doce años, el llamado período
latente identificado por Freud, quien consideró estos años como un hiatus
entre la obsesión edípica y el inicio de la pubertad, y puesto que estaba
convencido de la motivación sexual como base del comportamiento, no
encontró aquí nada de interés. No obstante, pasó por alto el desarrollo más
importante de la vida del niño: el movimiento que va desde la
egocentricidad al cuidado de los demás.
5. Estos términos y la posición expresada aquí se basan en los estudios
sobre el apego realizados por John Bowlby y Mary Ainsworth. Se han
integrado también con las aportaciones sobre el desarrollo de Margaret
Mahler y David Stern. La síntesis de estos estudios amplía la visión del
niño como impulsado principalmente por objetivos intrapsíquicos,
contrarrestados primero por las inhibiciones externas, que más tarde se
transforman en prohibiciones interiorizadas, en un sistema esencialmente
cerrado que incluye lo que, siguiendo a Bowlby/Ainsworth/Stern,
considero como el componente esencial de la experiencia interpersonal,
como conjuntamente formativa del mundo del niño y determinante de los
apegos posteriores, de manera especial para las personas íntimas más
importantes para él. En otras palabras, considero el organismo humano
como un sistema abierto, esencialmente interpersonal antes que
in-trapsíquico; así pues, las primeras experiencias son recuerdos
selectivos, antes que fantasías. Los problemas emocionales, por tanto, no
sólo son el resultado de objetivos inhibidos o de esfuerzos instintivos, sino
de una educación deficiente y de una socialización demasiado restrictiva o
en la que se permite un excesivo laissez-faire. John Bowlby, A Secure
Base: Parent-Child Attachment and Healthy Human Deve-lopment, Basic
Books, Inc., Nueva York, 1988; David N. Stern, The Interpersonal World
ofthe Infant, Basic Books, Inc., Nueva York, 1985; M. D. Ainsworth, M.
C. Blehar, E. Waters, y S. Wall, Patterns of Attachment: assessed in the
strange situa-tion and at home, Lawrence Erlbaum, Hillsdale, N. J., 1978.
6. Al estudiar a los niños despegados/evitadores, Ainsworth observó que
cuando el cuidador entra en una habitación donde está jugando el
pequeño, éste no mantiene en ningún momento el contacto visual con el
padre o la madre, y nunca corre hacia él para recibir consuelo, incluso
cuando se encuentra en una situación de estrés, mientras que el niño sano
observará la llegada del padre o de la -madre y parecerá contento de verlo
y, si no está demasiado enfrascado en lo que hace, dejará el juego y
acudirá a su lado en poco tiempo. En contraste, el pequeño que se aferra
rompe a menudo a llorar y vuela hacia los brazos de su madre para recibir
su consuelo. En lugar de eso, el niño despegado continúa con lo que está
haciendo, como si no fuera consciente de la ausencia de su madre o no
necesitara de su seguridad, y ni siquiera se da cuenta del momento en el
que el cuidador abandona la habitación. Estos comportamientos dan al
niño el aspecto de independencia y autosuficiencia. Aunque parecen
buenos y seguros, se trata en realidad de comportamientos de «evitación»,
que protegen al pequeño de los sentimientos negativos del rechazo
despertado por la frialdad del cuidador cuando éste se halla presente, así
como a su frecuente ausencia física. M. D. Ainsworth, antes citada.
7. La polaridad maximizador/minimizador es una adaptación
complementaria que parece caracterizar a las parejas con temas
pendientes de resolver a lo largo de todas las fases del desarrollo. El
minimizador muestra un comportamiento evitador o esquizoide en la fase
del apego, un comportamiento distanciado o narcisista en la fase de la
diferenciación o en la fase de exploración, un comportamiento obsesivo/
compulsivo o rígido en la fase de identidad, y un comportamiento
competitivo o agresivo en la fase de la competencia. En la fase de la
preocupación tiende a ser un solitario o un cuidador compulsivo, y en la
fase de la intimidad suele ser un rebelde o un conformista. El maximizador
muestra un comportamiento de aferramiento o simbiótico en la fase del
apego, un comportamiento de fusión o de rondar los límites en la fase de
exploración, un comportamiento difuso/sumiso o histérico en la fase de la
identidad, un comportamiento manipulador o pasivo-agresivo en la fase
de la competencia, un comportamiento adaptativo o conformista en la fase
de la intimidad de la adolescencia. Dada la complementariedad de
adaptación en la elección de pareja, vemos que la pareja evitador
(esquizoide)/aferramiento (simbiótica) afronta los temas pendientes del
apego, la pareja aislante (narcisista)/el que arma jaleo (bordea los límites)
afronta los temas de la diferenciación, la pareja rígido
(obsesivo/compulsivo)/difu-so afronta los temas de la individualización,
la pareja competitivo (agresivo)/condes-cendiente (pasivo-agresivo)
afronta los temas de la competencia y el poder, y la compuesta por el
solitario (poco implicado)/cuidador (demasiado implicado) afronta los
temas del cuidado, mientras que la pareja rebelde (agresivo)/conformista
(pasivo-agresivo) afronta los temas de la intimidad y la responsabilidad.
6. Identidad y competencia: ser uno mismo
La identidad expresa una relación mutua en la medida en que tiene la
connotación de una igualdad consigo mismo y compartir de modo
persistente alguna clase de carácter esencial con los demás.
ERIK ERIKSON
Identidad: «Este soy yo»
Ahora, el niño experimenta una realidad nueva y complicada. Desea saber
quién es como persona separada en relación con el resto del mundo; se
embarca así en el proceso de ser un «sí mismo». Para hacerlo así, tiene que
realizar dos tareas importantes que afectarán a su relación consigo mismo
y con los demás durante el resto de su vida: tiene que desarrollar una
imagen interna estable y consistente de sí mismo, y una imagen interna
adecuadamente firme y constante de las otras personas significativas que
hay en su vida.
Durante las primeras fases de su vida, el niño se siente perdido y ansioso
cuando sus cuidadores no están físicamente presentes. Ahora, con su creciente movilidad y la ausencia más frecuente de sus cuidadores, sigue
necesitando sentirse seguro. Lo consigue al instalar una imagen de sus
cuidadores en su mente, algo que realiza con tanta claridad que puede
evocar esa imagen y sentirse seguro y conectado, aun cuando se halle
separado de ellos. Esta imagen es como una instantánea que se lleva
consigo en la cartera y se puede sacar, contemplar y recordar la escena que
representa, incluidas las emociones. Eso permite al niño separarse
físicamente, al mismo tiempo que permanece conectado psíquicamente.
Esta fase de la identidad (llamada a menudo individualización) tiene lugar, aproximadamente, entre los tres y los cuatro años. En el transcurso
normal de los acontecimientos, lo que hace el niño para crearse una
imagen firme de sí mismo es establecer una serie de identificaciones
transitorias que pone a prueba por tamaños, con animales, personajes de
dibujos animados, cosas y personas (especialmente sus padres), que más
tarde quedarán sintetizados en una imagen singular de sí mismo. También
existe aquí un elemento de poner a prueba; el niño desea ver quién es y
quién no es, cómo es él mismo y cómo es diferente a los demás. Observé
cómo sucedía esto, no hace mucho, con Hunter. Durante un tiempo,
estuvo en la «fase reptiliana», emparentado con lagartos y serpientes, con
un personaje llamado «Sharptooth» («Diente afilado») y, naturalmente,
con las mutantes tortugas Ninja. (Y, a propósito, tengo una teoría medio
en serio según la cual todos los niños se identifican primero con reptiles;
mi hija Leah pasó por la misma fase, y los niños tienen reptiles pequeños
en su jardín de infancia y clases de primaria, porque nuestro cerebro basal
es el cerebro reptiliano, de modo que esas primeras conexiones parecen
establecerse con la fase reptiliana del ciclo evolutivo. En cualquier caso, y
volviendo a nuestra historia...) En un momento determinado, Hunter fue
«Mefistófeles», su personaje homónimo del musical Cats; se vestía como
Mefistófeles y cantaba todas las canciones, palabra por palabra. Esta fue
una de toda una serie de identificaciones con personajes animales y de
dibujos animados en la que él representaba todos los papeles. También se
identificó conmigo. Seguía siendo el niño pequeño de mamá, pero deseaba
ser como yo. Un día íbamos caminando hacia la iglesia, con abrigos y
corbatas similares y él comentó: «Somos iguales. Llevamos el mismo
abrigo».
«Bueno. Somos padre e hijo», le dije.
«No -me corrigió-, somos padres.» (Naturalmente, puede que en esto haya
un cierto elemento edípico al desear competir conmigo por la atención de
Helen.)
En este punto, la importante tarea del progenitor consiste en observar y
convalidar los cambios que se producen en la persona, a medida que el
niño experimenta con identidades y comportamientos diferentes,
reflejándole la imagen que él ha elegido proyectar. «Ah, hola,
Mefistófeles, ¿puedes cantarme una canción?», o «¿Qué tal, Barman?
Seguro que eres fuerte». Si el niño sólo se ve parcialmente reflejado en la
identificación que está buscando, presentará otras facetas para ver si
obtiene una reacción. De modo que el progenitor tiene que decir: «Bueno,
eres un monstruo feroz, pero también eres un pequeño gatito peludo». Si
se le permite al niño identificarse con todo aquello que elija,
especialmente si hay suficientes objetos y personas en su vida de entre los
que elegir, integrará todas las identificaciones en un sí mismo singular y
altamente individualizado.
La fase de identidad se caracteriza por la autoafirmación obsesiva, en la
que el niño dice continuamente: «Yo», «Quiero», «Creo», «Este soy yo» y
«No me gusta». Una vez más, se trata de una autoafirmación saludable, no
de una rebelión. El niño desea ser visible, desea estar seguro de que usted
se da cuenta de su presencia. También expresa sus opiniones personales
cuando trata de explicarle tanto a usted como a sí mismo, cómo es distinto
de los demás. Hunter está decidido a que se le reconozca como un individuo, algo que, como saben todos los padres, puede ser bastante
exasperante. Al establecer un claro sentido de sí mismo, se pone a
decirnos no sólo cómo es y qué desea, sino cómo se siente y qué piensa.
También nos instruye acerca de cómo deberíamos tratarle, lo que le gusta
más para cenar, qué clase de cuento quiere que se le cuente al acostarse y
quién debe leérselo.
Recientemente parece haberse producido una instalación final en esta
clase de consolidación de la identidad. Un invitado en casa no hacía más
que preguntarle: «¿Eres un tigre?».
«No», contestó Hunter con un tono de consternación.
«Bueno, entonces ¿eres una tortuga?», insistió nuestro invitado.
Después de varios intentos más por sugerir objetos de identificación, que
llegaron a incluir la pregunta: «¿Eres Hunter?», Hunter lo interrumpió y
declaró: «Yo soy yo».
Si los cuidadores del niño se muestran a la altura de las circunstancias y
reflejan con exactitud todas las variadas opciones de la autoimagen
presentada por el niño, sin emitir juicios o críticas, éste se verá a sí mismo
en sus respuestas reflejadas, seleccionará aquellas que le parezcan
congruentes con sus sentimientos internos, y se construirá una autoimagen
positiva, una identidad firme. Además, integrará los rasgos buenos y
malos de los cuidadores que lo reflejan, curando las divisiones anteriores y
grabándose en la plantilla de la Imago una imagen de la otra persona
significativa como alguien imperfecto pero constante, lo que garantizará
su seguridad emocional.
EL NIÑO RÍGIDO:
AVERGONZADO
EL
TEMOR
A
SER
Una vez más, hay dos adaptaciones posibles cuando las cosas salen mal en
la fase de identidad. Ambas se centran alrededor del tema de la
invisibilidad y ambas tienen que ver con la forma en que el niño es
reflejado y cómo ese reflejo afecta a su sentido de los límites personales.
Muchos padres, incluso aquellos que se sintieron cómodos en la fase de
apego o en la de exploración, no reciben con gusto este «nacimiento del sí
mismo». Se sienten amenazados por las identificaciones del niño que no
encajan en sus bases culturales, y reprimen la identidad emergente del
pequeño al rechazar o negarse a reflejar esas autoafirmaciones que no
encajan en sus nociones preconcebidas de lo que ellos desean que sea su
hijo. Aquí es donde el proceso de socialización empieza a efectuar sus
incursiones.
El niño, que teme sentirse avergonzado, o incluso peor, la pérdida del
amor de sus padres si expresa las partes nucleares de sí mismo que sus
padres rechazan, reprime los aspectos rechazados y se convierte de un
modo resentido en aquello que sus padres aprueban. En lugar de curar la
experimentación polar de las fases precedentes, ahora que está
consolidando su identidad, termina con un «sí mismo dividido», en el que
oculta las partes desaprobadas por los otros, incluso ante sí mismo.
Como veremos en la tercera parte, sucede con demasiada frecuencia que
esta clase de reflejo selectivo tiene que ver con el género, de modo que se
alaba a los chicos por su afirmación y estoicismo, y a las chicas por su
agudeza y disposición para ayudar. El resultado es que el niño, que anhela
ser entero, desarrolla un sí mismo falso al identificarse únicamente con los
rasgos aprobados por sus padres y por la sociedad. Se convierte sólo en un
sí mismo parcial, en una persona monocromática fuertemente contenida,
en una réplica de estereotipos aprobados socialmente, en alguien típica y
excesivamente afirmativo, con opiniones dogmáticas. Su energía está
limitada por los rasgos que refleja, y aquellos otros rasgos no reflejados se
convierten en su recesivo «sí mismo perdido» (véase el capítulo 10), en un
aspecto de su «sombra». Este compromiso le permite salvar el amor de sus
padres a expensas de toda su vitalidad.
El reflejo pleno y positivo es esencial para el sentido del niño de que todo
lo que hay en él es válido y aceptable, tanto si se muestra sensible y
afirmativo, como tonto o listo, como Peter Calabaza o como el vecino
señor Jones. Si yo le hubiera dicho a Hunter: «Eso es una tontería, tú no
eres un dinosaurio», habría interferido en su experimentación transitoria
con un nuevo rasgo, y él ya no se habría sentido tan seguro de sí mismo
acerca de quién era. Experimentaría la aterradora sensación de que se
estaban riendo de él y se sentiría avergonzado por ello. Eso activaría un
temor a «No soy correcto del todo», o «Hay algo malo en mí». Necesitaría
dividir entonces aquellas partes de él que le son reflejadas como buenas,
con respecto a los aspectos que parecieran inaceptables. También se
sentiría impulsado a dividir al cuidado que lo afirma, del cuidador que lo
rechaza. Así, podría terminar teniendo en la cabeza la imagen de un buen
padre y de un mal padre, es decir, un objetivo dividido que logra el
objetivo de la constancia del objeto, pero que no realiza la tarea de la
autointegración. A partir de entonces, se vería siempre como bueno y
malo, y reprimiría el sí mismo perdido como malo, considerando la parte
buena de sí mismo como un absoluto. Comprenderá ahora por qué es
vitalmente importante que los padres reflejen todas las identificaciones
del hijo, y que confíen en su proceso interno de síntesis para forjarlas hasta
alcanzar un sí mismo unitario.
Es en la fase de identidad cuando se trazan más poderosamente los límites
del niño. No es sorprendente que el pequeño selectivamente reflejado
defina estrictamente dónde termina él mismo y dónde empiezan los
demás. Para impedir cualquier filtración se mantienen estrechamente los
límites alrededor del núcleo rechazado de su sí mismo natural. Por otro
lado, el límite de su autoconcepto exagerado es tan global que incluye a
todos los demás como una extensión de sí mismo. Se convierte así en un
niño rígido, en un minimizador dotado de una personalidad controladora.
EL ADULTO: UN CONTROL ADOR RÍGIDO
En la edad adulta, el niño rígido se convierte en lo que yo llamo un
controlador que es a menudo tan terco que llega a ser grosero, lo que le
conduce a una vida estrechamente centrada y a menudo egoísta. Tiene
poco acceso a los sentimientos, y le falta empatía con los demás. Elegirá a
una pareja que tenga los rasgos de su sí mismo perdido y luego le
encontrará defectos, como sus padres se los encontraron a él, negando en
todo momento sus acciones. No puede soportar la incertidumbre, la
espontaneidad o la suavidad, ni en sí mismo ni en los demás. Se involucra
en una gran cantidad de pensamientos obsesivos y de comportamientos
compulsivos. En su vida, todo es predecible y está planificado con
antelación, de modo que queda poco espacio para el error o la
espontaneidad. Dominante y crítica, su queja principal es: «No pareces
saber lo que deseas», o «Decídete de una vez». No ve a los demás por sí
mismos, sino como objetos que deben ser controlados, a menudo para su
propia gratificación personal e instantánea.
Jacob era una persona con la que resultaba difícil estar, incluso en la sesión terapéutica. Se quejaba constantemente de que su prometida, Susan,
no llegaba nunca a tiempo y andaba siempre cambiando de opinión. Su solución consistió en preparar un programa en el que estaba planificado cada
minuto del día, incluido el momento para las relaciones sexuales, hablar,
vestirse, etcétera. Estaba convencido de que si Susan seguía su plan,
podría organizar su vida y conseguir un ascenso en su trabajo. La
sugerencia de ella de que tomaran un domingo el coche y salieran de
excursión, sin mapas ni reservas, le hacía subirse por las paredes. También
estaba convencido de saber lo que debía hacer el presidente de Estados
Unidos con respecto a Irak y le conmocionó ver que Susan no tenía
formada una opinión al respecto; sin embargo, negaba ser terco y rígido.
«Sólo soy racional -afirmaba-. Hay una forma lógica de hacer las cosas, y
sólo me preocupa el bienestar de Susan.» Para él, era inimaginable e
incluso vergonzoso demostrar blandura o indecisión, e incluso empatía.
En cierta ocasión le mostré mi conmiseración acerca de las presiones a
que le sometía su trabajo, y la carga de decisiones que tenía que soportar,
observando lo duro que tenía que haber sido vivir de acuerdo con las
expectativas de todos, especialmente en su infancia. De repente, brotó la
tristeza de Jacob y abandonó rápidamente la habitación, con las lágrimas
abultándole en los ojos. Al sentirse avergonzado por las emociones
prohibidas que habían brotado a través de su defensa, dio un paseo
alrededor de la manzana durante treinta minutos antes de regresar, pedir
disculpas por su «debilidad» y regañarme por haberle alterado. Susan
quedó conmocionada, pues nunca le había visto derramar una sola
lágrima.
EL NIÑO INVISIBLE : EL TEMOR A SER ÉL MISMO
Aunque algunos padres reflejan inconsistentemente a sus hijos, otros,
partiendo de su propia necesidad, mantienen al niño dependiente o, debido
a su intensa preocupación por sí mismos o por otras cosas, muestran una
falta casi completa de respuestas de reflejo que liberen la química de la individualización y la autointegración. A los padres les preocupa su propia
necesidad de ser tratados como hijos, o necesitan sentirse necesitados,
como aquellos padres que temen que los impulsos exploratorios del niño
tengan como resultado un abandono del pequeño.
Al no encontrar reflejo a su autoexpresión, el niño se perderá de vista a sí
mismo y permanecerá amorfo e indefinido. Al no poder integrar y sintetizar sus identificaciones transitorias por falta de un reflejo consistente,
éstas flotan sueltas y desordenadamente en su inconsciente, produciendo
un sí mismo fragmentado. Con unos límites tan difusos e indefinidos, es
incapaz de distinguir entre sí mismo y los otros. Al faltarle la necesaria
delineación, no puede formar y almacenar una imagen consistente de sí
mismo. Oscila entre sus partes de sí mismo, sin conciencia, y parece tener
más de una personalidad. Es feliz y, de repente, se siente triste, luego
colérico, sin tener una clara conexión entre sus experiencias. Se queda
emocionalmente petrificado y sufre el terror de no ser visto, abrumado por
una sensación de invisibilidad. Se experimenta a sí mismo como «no
existente». Su queja es: «Ni siquiera te das cuenta de mi presencia».
Si sus padres no le dicen: «Oh, qué agradable verte, Gran Pájaro», o
«Ciertamente, eres un chico mayor», entonces el niño no tiene forma de
saber quién es y es cuando desarrolla una identidad nebulosa, indistinta e
insegura. No sabe dónde termina él mismo y empiezan los demás. Abriga
el temor de ser ignorado, de modo que procura estar siempre sobre el
escenario, tratando de llamar la atención, y es por tanto un maximizador
con límites difusos. Al no ver su reflejo en el espejo de sus padres, sin una
respuesta reflexiva, su energía es ilimitada y sin dirección, parlotea de
modo incesante y sus asociaciones mentales son aleatorias y caóticas. Se
encuentra como en una habitación sin paredes, como en un cañón sin eco.
Sin la retroinformación de un «otro», no puede establecer límites para el sí
mismo. Y al no tener un sentido de dónde están los límites, resulta difícil,
si no imposible, ser consciente de los límites de los demás. Está
invadiendo continuamente el territorio de los otros, y es incapaz de
prevenir que éstos invadan el suyo.
Tampoco puede formarse una imagen consistente de las personas que lo
cuidan. Al haber introyectado sus rasgos buenos y malos sin sintetizarlos,
proyecta aleatoriamente los rasgos malos sobre los demás o, cuando se
siente frustrado, se identifica transitoriamente con los rasgos negativos de
los padres «malos» interiorizados, y trata a los otros como él mismo fue
maltratado por sus cuidadores.
EL ADULTO: UN DIFUSOR QUEJOSO
El niño invisible se convierte en la edad adulta en lo que llamo un difusor,
cuya queja es: «No sé quién soy» o «No sé qué deseo» o «Me siento invisible ante ti». Lo mismo que un camaleón, adopta el color de aquello o
de la persona que le rodea, experimenta sus sentimientos, se deja arrastrar
por sus opiniones, inseguro de lo que él mismo siente o piensa, y temeroso
de ser él mismo. Al no conocerse a sí mismo, escudriña continuamente los
rostros de los demás para encontrar claves que le permitan averiguar cómo
debería ser, continuamente dependiente del otro para su propia
autodefinición. Cuando no se busca a sí mismo en el reflejo de los demás,
su energía se dedica a llamar la atención colérica o seductoramente hacia
sí mismo, para procurar ser observado. Es un maximizador.
Muchos hombres han tenido experiencia con la mujer difusora, la seductora que tiene un aspecto sexual y está tan llena de energía flirteadora que
se supone que será fantástica en la cama, y que produce finalmente un
gran chasco. Ella trata de ser lo que cree que su pareja quiere que sea, pero
al mismo tiempo está amargamente resentida porque no la ven por sí
misma, y temerosa del sí misma que desea ser. Su pareja, que no sospecha
nada, termina en la cama con una persona emocionalmente voluble, con
un sí mismo sumiso y falso que trata de llegar a ser entero siendo lo que el
otro espera que sea. Entonces, efectuando un cambio con respecto al
experimentarse a sí misma como la niña invisible de la identificación con
el progenitor «malo» interiorizado, critica la sexualidad de su pareja, la
devalúa tal como ella fue devaluada por sus padres. Convertida en un
cañón sin gobierno, lleno de una rabia sin límites por no ser valorada
como persona, hace invisible a su pareja. Dirige coléricamente la mayor
parte de su energía hacia el exterior, con la intención de ser visible, aunque
pagando el precio de no ser nadie, con lo que logra la desviación de sus
temores y desvía a su vez al otro. Lo mismo que la pareja controladora,
que la réplica en el dominio de que fue objeto por parte de sus padres, ella
lo hace invisible del mismo modo que sus padres la hicieron invisible.
Susan, la prometida del controlador Jacob, es una difusora. Se mostró feliz
de seguirle la corriente a Jacob, con sus planes, programas y opiniones.
«Jacob tiene razón -me dijo-. Soy demasiado desorganizada y él es muy
brillante. Pero -añadió con la mirada furibunda-, él nunca ve las cosas en
las que soy buena.» Sumisa y deseosa de llegar a un compromiso por un
lado, Susan expresó el clásico sentimiento del difusor quejoso: «Seré
amada si te complazco». Sintiéndose herida y colérica por el otro lado,
dice: «Seré vista aunque eso te mate».
Naturalmente, el controlador y el difusor terminan con frecuencia juntos,
y su lucha por el poder se centra en la dominación y la sumisión. Uno se
siente atraído por la expansión y la apertura; al otro le parece atractiva la
EJERCICIO 6A
¿Fui herido en la fase de la identidad?
Adaptaciones de la herida en la identidad
El evitador: minimizador, límites rígidos
1
Temor
básico
(herida):
Sentirse
avergonzado, perder el control, quedar
desprestigiado, pérdida del amor del
progenitor (pareja).
Mensaje Interno: No seas lo que quieres ser,
sino lo que queremos que seas.
Convicción fundamental: No puedo ser yo
mismo y sentirme aceptado y querido.
Convicción de la relación: Estaré a salvo si
mantengo el control.
Imagen del otro: Desorganizado, ligero de
cascos, excesivamente emocional.
Relación con el otro: Dominante, crítica,
invasiva, retraída en la ayuda.
Tema fundamental: volubilidad emocional de
la pareja, caos y pasividad.
Frustración típica: Deseas que sea alguien
más, no sabes lo que quieres.
Sentimiento recurrente: Vergüenza y cólera.
2
3
4
5
Gestión del conflicto: Voluntad impuesta
rígidamente, superracional con explosiones
coléricas ocasionales, se hace cargo de la
situación, castiga.
Desafío de crecimiento: Control de la relajación, reflejar los
pensamiento y sentimientos de la pareja, desarrollar flexibilidad y
sensibilidad.
decisión y la claridad. Uno dirige, y el otro lo sigue. Uno es excesivamente
dependiente y no sólo permite, sino que busca la definición por medio de
los otros, mientras que la rechaza con resentimiento; el otro es rígidamente
independiente, y se niega compulsiva y coléricamente a aceptar nada de lo
que dicen los demás.
Una pareja a la que asesoré constituye un buen ejemplo de esta polaridad.
Ella es una asesora financiera de unos cincuenta años, atractiva y conocida
a nivel nacional. Sin embargo, tiene un sentido de sí misma muy
116
El difusor: maximizador, límites difusos
1 2 3 4 5
Temor básico (herida): Ser invisible,
autoafirmación, pérdida del amor del
progenitor (pareja).
Mensaje interno: No te afirmes.
Convicción fundamental: Nunca me verán,
valorarán y aceptarán.
Convicción de la relación: Seré amado si
consiento y complazco a los demás.
Imagen del otro: Insensible, controladora.
Relación
con
el
otro:
pasivo-agresiva, manipuladora.
sumisa,
Tema fundamental: Rigidez y dominación del
otro.
Frustración típica: Nunca me ves, quieres que
todo se haga a tu modo.
Sentimiento
confusión.
recurrente:
Vergüenza
y
Gestión del conflicto: Confuso, alterna entre
la condescendencia y el desafío, exagera las
emociones, hace pocas sugerencias,
humilde.
Desafío de crecimiento: Afirmarse a sí mismo, establecer límites
para sí mismo, respetar los límites de los demás.
pobremente integrado y durante toda su vida se ha sentido invadida por las
exigencias constantes de su marido, sus hijos y colaboradores. Su esposo
es un hombre brillante y controlado, del tipo filósofo, acostumbrado a
considerarse como el centro del mundo. Para él, todo está contenido
dentro de su órbita, y considera a su esposa como una extensión de sí
mismo, no como una persona aparte. Ella empezaba a hartarse de la forma
en que él le decía que hiciera las cosas, con la suposición de que debía
estar disponible para él en todo momento, de que podía llegar y utilizar su
teléfono o interrumpirla en medio de la redacción de un texto o de una
llamada telefónica. En su presencia, ella no podía mantener sus límites.
Propuse que ella se creara una imagen de sí misma viviendo en una casita
de campo, con un jardín rodeado por una verja, con una cerradura en la
puerta de entrada. Le dije que debía insistir en que todo aquel que deseara
entrar tenía que llamar antes y pedirle permiso. La respuesta inmediata del
hombre fue: «Quiero que pienses en eso como nuestra casita de campo»;
en otras palabras: «Quiero que continúes incluyendo tus límites dentro de
los míos». Ahora, él iba a tener que pedirle permiso para utilizar el
teléfono, o preguntarle si estaba dispuesta a acompañarle a una cena. Al
principio, él ni siquiera podía comprender el concepto de un límite y sólo
el cielo sabe que no deseaba abandonar una extensión tan agradable de sí
mismo. Pero finalmente asintió, diciendo: «Está bien, lo entiendo, pero no
me gusta lo más mínimo».
Competencia: «Puedo hacerlo»
La primera parada en el viaje hacia el sí mismo es imaginar a quién se
pertenece y apegarse a esas personas. Una vez lograda esa tarea, se empieza a diferenciar a partir de ellas y se mira alrededor para ver cómo es el
mundo. Para permanecer conectado con los padres se los instala en la
propia mente, de modo que se los tiene consigo continuamente. Una vez
lograda esa seguridad, se prueba diferentes trajes y se comprueban las
reacciones del otro hasta que encuentre uno que le siente bien. Cuando
tiene la mayor parte de todo eso en su lugar correspondiente, lo que ocurre
aproximadamente a la edad de cuatro años, se ha logrado convertir en un
sí mismo integrado. Entonces empieza a competir con los demás,
especialmente con los padres y hermanos (o con los compañeros si no se
tienen hermanos) para descubrir así su poder personal y sus límites, así
como para determinar qué le pertenece y qué no. La competencia es la
última de las grandes tareas del desarrollo de la primera infancia, aunque
el ciclo de desarrollo y crecimiento personal se repite en configuraciones
cada vez más complejas a lo largo de toda la vida. Freud calificó a ésta
como la fase edípica, pero yo la llamo la fase de la «competencia», porque
alrededor de la competencia suceden cosas más importantes que competir
con el progenitor del mismo sexo por la atención del progenitor del sexo
opuesto.1
En esta fase, el niño trata de ser competente en la gestión de sí mismo en el
mundo de los demás y de las cosas. Experimenta con el efecto que puede
producir sobre su mundo, impactándolo con toda su fuerza y en cualquier
forma que sea capaz de imaginar, en contra de todos los que se le acercan.
El propósito de esta iniciativa agresiva consiste en experimentar la extensión y los límites de su poder en el mundo social. El grado en el que tenga
éxito determinará la forma como se valore a sí mismo.
Hunter se encuentra absorbido ahora en la tarea de construir con piezas, en
dibujar interminablemente, en cambiar su imagen hasta que le parece correcta. Trata de completar las tareas, de jugar y de ganar. Su hermana Leah
le incordia demasiado y él se siente frustrado. Si encuentra una palabra
que no puede leer, se enoja y tiene que saberla inmediatamente, y luego se
siente orgulloso por haberlo conseguido. Cuando toca el piano, se enoja
consigo mismo si toca mal las teclas. Se ata los zapatos y se presenta ante
nuestra inspección con una sonrisa de orgullo en la cara. También tiene la
costumbre realmente molesta de golpear a la gente para probar su fuerza.
Pero mira para ver si ha ido demasiado lejos, y si Leah se pone a llorar
cuando ambos forcejean, se disculpa. Como padres, le enseñamos límites
estableciéndolos, así como formas apropiadas de utilizar su poder. Puede
desagradarnos, pero no puede desobedecernos y tampoco golpearnos.
En este punto, la tarea de los padres es básicamente una continuación del
proceso de reflejo, de afirmación, convalidación y alabanza por las cosas
hechas y logradas con efectividad, y en enseñarle los límites adecuados
del comportamiento. El niño desea aprender y tener éxito. Los padres nunca se deben cansar de decirle: «Qué torre más grande has construido», o
«Has escrito la letra "A" realmente clara», o «Vaya, has leído la página entera», o «Me gusta tu forma de resolver los problemas con Janie», o «Eso
no funcionó; ¿por qué no lo pruebas de este otro modo?».
El material edípico de Hunter se pone de manifiesto en el hecho de que
desea sentarse entre Helen y yo, o acurrucarse en la cama entre los dos, en
negarse a permitir que sea yo quien le lea o lo lleve a la escuela y en
sonreír satisfecho, victoriosamente, cuando se sale con la suya. El mensaje
que transmite es: «Quiero ser para ella más especial de lo que lo eres tú».
Tácitamente, está preguntando: «Ella me pertenece..., ¿verdad?». La tarea
de Helen consiste en mostrarse accesible en formas apropiadas, en
permitir que Hunter sepa lo valioso que es para ella, pero que nuestra
relación es fundamental, y en establecer límites apropiados. Si yo ocupo
mi lugar con Helen sin castigarlo, él terminará por identificarse conmigo,
lo que cimentará la identidad de género y despejará el camino para que
desplace más tarde su interés y su afecto hacia otra mujer. Es claramente
competitivo, pero la competencia no se establece sólo por Helen, sino que
se trata de un sentido de la competencia y del impacto personal.
Si todo esto se hace bien, el niño se experimenta a sí mismo como capaz
de controlar su ambiente y, como un producto secundario de sentirse competente, tendrá un elevado nivel de autoestima. Además, interiorizará los
valores de sus padres como hizo con sus rasgos, y desarrollará una
conciencia autónoma que guiará su comportamiento con los demás en el
ancho mundo. Según el aforismo clásico de Freud, será capaz de «amar y
trabajar».
EL
NIÑO
COMPETITIVO :
TEMOR
AL
FRACASO/DESAPROBACIÓN
Algunos padres se sienten amenazados por la iniciativa y competitividad
del pequeño. Como los padres de los niños despegados, distanciados y rígidos de las fases precedentes, recompensan y castigan selectivamente la
expresión de competencia de su hijo.
«Recuerdo cómo mis padres fanfarroneaban acerca de mis intentos por
tocar el piano, y cómo mi madre se mostraba infinitamente paciente con
mis intentos de preparar tortas o de ayudarla con los platos», dijo una
mujer joven. «Pero cuando me empezó a gustar el jugar a juegos de
"chicos", me gritaba, se burlaba de mis amigos y se quejaba por mis ropas
sucias. Y cuando le pedí componentes Lego para el día de mi cumpleaños,
se negó en redondo a regalármelos.»
El niño que no recibe un reflejo suficiente, consistente y fiable se encuentra atado. Puesto que sus esfuerzos se encuentran a veces con la
aprobación de sus padres, sigue intentándolo, sin saber nunca cuándo
producirán resultados. Impulsado por el sentimiento de que nada de lo que
haga es lo bastante bueno y que si lo intenta con un poco más de ahínco lo
conseguirá, se queda «empantanado» en realizar y competir, tratando de
ganar, para que se observe su presencia, para producir un efecto.
Agobiado por la culpabilidad y el temor al fracaso, amortigua su
conciencia para aliviar su dolor. Abandona todo intento de intimidad y
lucha por el éxito como una forma indirecta de alcanzar aprobación.
Cuando las cosas salen bien, si gana o consigue aprobación, se siente
eufórico, pero cuando pierde o teme haber decepcionado a los demás, cae
en la depresión. Alternando entre la cólera y la desesperación,
desesperado por evitar el fracaso o la desaprobación, se somete todavía
más. Pero, por mucho éxito que alcance, es incapaz de disfrutar de su vida,
porque siente que nunca ha alcanzado éxito suficiente. El niño
competitivo se convierte en un minimizador, con límites rígidos, que es
compulsivo en sus propios esfuerzos, mientras que desprecia los esfuerzos
de los demás.
EL ADULTO: UN COMPETIDOR COMPULSIVO
No es nada sorprendente que el niño competitivo, que en la vida adulta se
convierte en lo que llamo un competidor compulsivo, alcance a menudo
éxito exterior como adulto, pero sin empatia por los demás;
ocasionalmente, llega a soslayar los valores morales. Competitivo y
combativo, termina por dirigir una gran empresa, o se convierte en uno de
los grandes personajes de Wall Street. Se siente preocupado por ganar y
disfruta sacándoles las entrañas a los otros para que lo hagan. «Ni siquiera
lo intentas», se queja, o «¿Es que no puedes hacer nada bien?». Lo que
sucede es que a menudo termina por presionar demasiado, incapaz de
emplear tácticas más sutiles cuando son necesarias, o bien alcanza su
objetivo y no acaba de comprender por qué se sigue sintiendo tan vacío.
Paul es un buen ejemplo de competidor. Su ambición ha sido la de ganar
un millón de dólares, pero en cuanto lo consiguió, se sintió impulsado a
ganar su segundo millón. Su plan inicial de jubilarse cuando se hiciera rico
se desvaneció en el vacío del éxito. Renunció a su puesto de trabajo,
montó su propia empresa y se construyó un imperio de cincuenta millones
de dólares en cinco años, un proceso que le supuso comprometer sus
propios valores y explotar impersonalmente a otros en interés de alcanzar
su grandioso plan.
Cuando acudió a la terapia, en compañía de su prometida, Amy, se sentía
deprimido. Durante las sesiones terminó por comprender que su padre
permanecía vivo en su cabeza y le decía que nada sería nunca suficiente.
Así pues, Paul se había pasado la vida tratando de silenciar aquella voz y
finalmente se ganó la aprobación de su padre, aunque éste había muerto
veinte años antes. Amy había asumido el papel de su padre con su deseo
de tener una casa más grande, nuevos coches, vacaciones en lugares
exóticos, joyas exquisitas, es decir, las mismas cosas que había tenido de
niña, en lugar del amor y el afecto que necesitaba. Ambos estaban
hambrientos, el uno de alabanzas, y la otra de calor emocional.
EL NIÑO IMPOTENTE/MANIPULADOR:
AGRESIVIDAD/ÉXITO
TEMOR
A
LA
A diferencia de los padres precedentes, que alternativamente alabaron y
criticaron las iniciativas de su hijo, algunos padres son consistentes en su
falta de apoyo ante los intentos del niño por alcanzar un sentido de poder
personal. Su constante crítica confunde al niño acerca de cómo
expresarse; alterna entonces entre sentimientos de impotencia y
resentimiento. La forma que encuentra el niño de ganar es una especie de
postura manipuladora pasiva/agresiva. Nunca compite abiertamente; gana
pareciendo no competir, o procurando que los demás fracasen. Lo mismo
que su figura contrapuesta, el controlador, en esta fase también le falta
empatía y experimenta lapsus de conciencia.
Si un niño es habitualmente criticado o no afirmado («Eso no lo has hecho
bien», o «Eso no me parece que sea un árbol», o «¿Por qué no puedes leer
con la misma rapidez que Sally?»), termina por abandonar sus esfuerzos,
con la sensación de que no puede salirle bien, haga lo que haga. Es como
el niño que se aferra, ambivalente e invisible. Evita la autoafirmación
debido al dolor de la desviación repetida, la desaprobación, y el temor al
fracaso. Se siente impotente para encontrar una forma de causar un
impacto sobre el mundo y de complacer a sus padres. Se retira de la
competencia, quejándose de no ser apreciado, o de que nunca se le
proporciona una oportunidad justa para ganar. Lleno de resentimiento, se
siente a merced de su ambiente. Para combatir el dolor emocional de la
desviación constante, se identifica con los padres que lo desvían y trata a
los demás como incompetentes. Es un minimizador con límites muy
constreñidos, es manipulador y, a veces, un saboteador.
EL ADULTO: UN ACOMODATICIO MANIPULADOR
El acomodaticio adulto nunca desea participar en juegos o hacer nada en
lo que pueda ser comparado con los demás. Cuando se encuentra en una
situación competitiva se comporta de un modo que hará que la otra
persona parezca mal, y raras veces experimentará remordimiento por la
incomodidad del otro. En el trabajo procura no llamar la atención y ocupa
puestos que suelen estar por debajo de sus capacidades, pudiendo llegar a
socavar sutilmente los esfuerzos de sus colegas. Nunca persigue
abiertamente a la pareja que parece «demasiado buena» para él, pero se las
arregla para ser perseguido por ella, al mismo tiempo que niega cualquier
interés por verse cortejado. Su queja es: «No valoras nada de lo que hago»,
o «¿No podemos jugar sólo para divertirnos?». Por detrás de estas quejas
hay un resentimiento oculto: «Me las pagarás».
EJERCICIO 6B
¿Fui herido en la fase de la competencia?
Adaptaciones de la herida en la competencia
El competidor: minimizador, límites rígidos
1
Temor básico (herida): Ser un fracasado,
culpabilidad y desaprobación, temor a la
desaprobación del progenitor (pareja).
Mensaje interno: No cometas errores.
Convicción fundamental: Tengo que ser
perfecto.
Convicción de la relación: Seré amado si soy
el mejor.
Imagen del otro: Manipulador, incompetente.
2
3
4
5
Relación con el otro: Competitiva, agresiva,
menosprecia al otro.
Tema fundamental: Control,
determinar quién es el jefe.
Frustración
satisfecho.
típica:
Nunca
lucha
te
por
sientes
Sentimiento recurrente: Cólera y culpabilidad.
Gestión del conflicto: Compite por tener el
control.
Desafío de crecimiento: Aceptar la competencia, ser cooperativo,
reflejar y valorar los esfuerzos del otro.
Durante su terapia, aprendí algo sobre el período de noviazgo de Paul y
Amy. Ella había flirteado con él, pero rechazó sus intentos por salir con
ella hasta que finalmente «consintió» y aceptó su invitación a cenar.
Después de varias citas, Paul, de acuerdo con su actitud altamente
competitiva, trató de completar su conquista seduciéndola. Pero cometió
el error de fanfarronear sobre su impulso sexual. Amy «consintió» de
nuevo, pero durante la relación amorosa se puso muy agresiva e hizo que
él eyaculara prematuramente, y en el proceso de sus forcejeos se quejó de
que él le había hecho daño. En un solo acto de exquisita manipulación,
había avergonzado al sí mismo sexual de Paul, acertándole en su talón de
Aquiles de culpabilidad. Amy, con su comportamiento acomodaticio
pasivo/agresivo, es una pareja perfecta para Paul, el competidor.
La pareja acomodaticio/competidor que se encuentra en la pista de tenis es
un caso típico de comportamiento adaptativo. Ella admite participar en el
juego, a pesar de que no tiene verdaderos deseos de jugar. Él juega cada
pelota como si su vida dependiera de ello, cuenta cada punto, suda y
maldice. «¿Por qué has dejado pasar esa pelota? Podrías haberla
devuelto.»
El acomodaticio: maximizador, límites difusos 1
Temor básico (herida): Ser agresivo, tener
éxito, ser competente y poderoso, perder la
aprobación del progenitor (pareja).
Mensaje Interno: No seas poderoso.
Convicción fundamental: No sé qué hacer; no
puedo ser agresivo o expresar cólera.
Convicción de la relación: Seré amado si soy
bueno y me muestro cooperativo.
2
3
4
5
Imagen del otro: Nunca está satisfecho,
siempre tiene que ganar.
Relación con el otro:
acomodaticia, saboteadora.
Manipuladora,
Tema fundamental: Sentirse controlado y que
no se valoren sus esfuerzos.
Frustración típica: Siempre tienes que ganar.
Sentimiento recurrente:
resentimiento.
Gestión del
manipula.
conflicto:
Impotencia
Se
acomoda
y
y
Desafío de crecimiento: Ser directo, expresar poder, desarrollar
competencia, alabar el éxito del otro.
Ella se acobarda y agacha la cabeza, pegándole a la pelota cuando le llega,
sintiéndose menospreciada. «¿Es que no puedes jugar sólo por
diversión?» gime, y sale de la pista. Él se enfada y se siente culpable; ella
se pone mohína y dice: «Hago las cosas lo mejor que puedo», y él se
disculpa. Una variación de esta escena se repite prácticamente en cada
tema. Acuden juntos a una fiesta; el objetivo de él es conocer a todo el
mundo, mientras que ella se sienta en un rincón y sólo habla con una
persona en toda la noche. Él se enfada porque se comporta como una
panfila, y ella se enfada porque no le presta atención. Ambos aprietan
alternativamente los botones de impotencia y culpabilidad del otro.
Tenga en cuenta que las repercusiones que puede tener en la edad adulta
un mal funcionamiento en la fase de la competencia no son tan
devastadoras como lo ocurrido anteriormente. El maximizador
(acomodaticio) no es tan volátil y entrometido, y el minimizador
(competidor) no es tan cerrado y rígido como pudieran serlo ambos si sus
heridas ocurrieron en un período anterior de su infancia. El minimizador
herido en esta fase puede parecer y actuar directamente como un histérico
ante alguien aún más contenido. El maximizador puede parecer dócil, casi
pasivo, cuando se trata de un maximizador herido en la fase del apego. En
algunas situaciones, el competidor puede relajarse y disfrutar sin tener que
ganar; el acomodaticio puede afirmarse a sí mismo en una situación que le
resulta cómoda. La fluidez y la rigidez son relativas, dependen de las
situaciones, y se ven afectadas por la inte-rrelación con los demás.
Notas
1. Freud consideró que todas las neurosis tenían su origen en la fase
edípica; al material preedipico se le considera «primitivo» y, por tanto,
presumiblemente intratable. Junto con la mayoría de los terapeutas, estoy
de acuerdo en que la fijación edípica o el fracaso de los niños pequeños
para identificarse con sus padres y de las niñas pequeñas para identificarse
con sus madres, constituye el núcleo de las neurosis, pero estoy en
desacuerdo con la opinión de que esta lucha queda confinada a la competencia con el progenitor del mismo sexo para atraer la atención del
progenitor del sexo opuesto. También estoy en desacuerdo con la idea de
que tales casos representan a la mayoría de los pacientes que buscan la
terapia. Raras veces veo a un paciente con un tema edípico pendiente, a
menos que haya existido una relación extra matrimonial. En las relaciones
amorosas fundamentales, casi todo lo que veo es material «primitivo», y
eso es tratable.
7. Preocupación e intimidad: salir al mundo
El verdadero compromiso con los demás es el resultado y la prueba de una
firme autodelineación.
ERIK ERIKSON
Aproximadamente a la edad de siete años, tiene lugar un cambio importante. Disminuye un tanto la egocentricidad que caracterizó el impulso del
niño por establecer una competencia segura, debido en parte a su
«pérdida» en la lucha edípica. Esa pérdida, que constituye una más en una
serie de experiencias vitales en las que nos enfrentamos a nuestra
insignificancia, demuestra que no somos el personaje principal en el
espectáculo de la vida. Al tomar conciencia de ello, se reactiva el impulso
por la supervivencia y se inicia una nueva fase. Necesitado de ser
significativo en un nuevo ámbito, el niño cambia la agenda de su búsqueda
de curación y totalidad, y va más allá de la familia para abrirse al ancho
mundo, a los adultos con los que no está familiarizado y a sus compañeros.
Deseo hablar brevemente sobre el surgimiento de otros dos impulsos y sus
fases de desarrollo: el impulso de cuidado por los demás, que se expresa
como preocupación por los compañeros y se extiende desde aproximadamente los siete a los trece años, y el esfuerzo por lograr intimidad, que
aparece en la adolescencia, entre los trece y los diecinueve años. Puede suceder que un niño que haya superado con éxito las tareas de desarrollo del
ego, sufra su mayor herida durante este período, que constituye el fundamento que establece el precedente para sus relaciones con sus iguales. Y
aunque su sano autodesarrollo hasta ese punto mitigará la gravedad de esta
herida en fases posteriores de la vida, puede llegar a ser, a pesar de todo, el
núcleo alrededor del cual giren más tarde los problemas de relación.
El resultado sano de los primeros años es un niño seguro y competente
dotado de una conciencia. Su base emocional se ha consolidado gracias al
proceso ingenioso de interiorización de sus cuidadores, mediante el que
los instala en esencia en su propia memoria, de modo que estarán con él
siempre que los necesite, un logro denominado constancia del objeto. Ha
integrado sus identificaciones con una variedad de modelos para lograr un
sentido de la identidad personal que tiene cierta continuidad, y que
evolucionará y cambiará a lo largo de su vida. Ha logrado un sentido de la
competencia personal y ha interiorizado las directrices sociales de sus
cuidadores. Y se ha sometido a la prueba de la batalla edípica, en la que ha
perdido.
Su comportamiento se desplaza ahora desde el control externo al interno,
desde la moralidad de la restricción hasta la moralidad de la cooperación.
Tras haber pasado la iniciación de la niñez, está preparado para el más
ancho mundo social. Busca pertenecer e intimar con su grupo de compañeros. Tanto en la fase de la preocupación como en la de la intimidad, la
tarea del ciclo del primer desarrollo infantil se repetirá a sí misma, como
sucederá en cada fase posterior a lo largo de toda su vida. Tendrá que
sentirse apegado a sus compañeros y, en particular, a un «compinche»
especial, diferenciarse de ellos, establecer su propia identidad entre ellos y
desarrollar competencia en sus tratos con ellos, de modo que surja de este
proceso como un niño seguro y confiado en sus tratos con los demás.
Además, en cada una de las fases tenderá a quedar «empantanado» en la
misma etapa del ciclo en la que quedó empantanado en la niñez. En la fase
de preocupación, por ejemplo, quizá no tenga problema alguno en
apegarse a sus compañeros, pero puede tener problemas para encontrar su
propia identidad dentro del grupo. Durante la fase de intimidad, quizá
consiga apegarse fácilmente a una novia o un novio, pero puede tener
problemas para mantener su identidad dentro de la pareja.
Es importante observar que estas fases ofrecen una oportunidad para corregir los temas no resueltos de sus experiencias anteriores con la familia,
puesto que ahora dispone de cierta libertad y distancia emocional con
respecto a ella. En circunstancias afortunadas, los padres lo apoyarán de
un modo constructivo; el adolescente resolverá los viejos conflictos o
reducirá su intensidad en la medida en que tome decisiones de adulto más
sanas, y la alarma interior disminuirá. Desgraciadamente, los viejos
problemas suelen verse exacerbados, puesto que se presentan a los
mismos cuidadores (que con toda probabilidad habrán cambiado poco en
sus propias actitudes o comportamiento) y en la misma comunidad en la
que imperan estándares sociales nocivos.
Estoy convencido de que el sturm und drang de la adolescencia no es natural. Si se ha tenido una infancia en la que quedaron satisfechas las propias necesidades, utilizará la intensa energía de la pubertad y su creciente
sentido del sí mismo para realizar cosas apropiadas para los adolescentes.
En la adolescencia, los jóvenes saludables consolidan su sentido del sí
mismo, solidifican las relaciones con los compañeros, se enamoran por
primera vez, integran su sexualidad y pasan a establecer su ámbito de
competencia. Pero como quiera que habitualmente quedan asuntos
infantiles por resolver, alcanzan el mismo impasse y tienen que afrontar
los mismos problemas. La única diferencia es que ahora tienen poder e
independencia (y unas hormonas desatadas). Pueden escaparse de casa,
tomar drogas, robar coches, quedar embarazadas y hacer toda clase de
cosas para distraerse de su dolor (y llamar la atención), en un esfuerzo por
conseguir que sus padres les proporcionen el amor y la seguridad que no
obtuvieron en la infancia.
Preocupación: «Pertenezco»
Aproximadamente a la edad de siete años, la atención del niño se dirige
por primera vez hacia el mundo situado fuera de sí mismo y del hogar. A
partir de su perdida batalla edípica aprendió que no puede tener una
relación mediante la conquista, ni apoderándose de otro que pertenece a
alguien, de modo que pasa a establecer amistades con sus compañeros.
Luego, su tarea consiste en formar un vínculo especial con una persona del
mismo sexo, dentro de su nuevo grupo, una persona que se convierte en su
«compinche».
La relación con su mejor amigo es intensa, seria y exclusiva, basada no en
la competencia, sino en la cooperación. El niño aprende que la relación
con su compinche no está garantizada, sino que tiene que ser alimentada y
desarrollada. Al convertirse el compinche en un objeto de cuidado y
preocupación, el niño aprende que el interés por el bienestar de su amigo
es la mejor estrategia para el éxito; se trata de una respuesta adaptativa,
necesaria para la supervivencia. Puesto que el compinche es también un
reflejo de sí mismo, el niño es más autoconsciente, autocompasivo y
empático. Aquí se encuentran los rudimentos del altruismo, los
fundamentos sobre los que más tarde aprenderá lo que es el verdadero
amor.
Durante este período, parte de la tarea de los padres consiste en enseñar al
niño habilidades sociales. Los padres sanos estimulan las incursiones del
pequeño por el mundo, permaneciendo disponibles pero manteniendo su
distancia, según se necesite. Apoyan las relaciones del niño con sus
compañeros y demuestran en particular aprobación hacia sus amigos y su
«compinche». «Me gusta tu amigo Aaron», le dicen. «Parece ser muy vivo
y es un buen compañero. Quizá quiera venir con todos nosotros de picnic
el próximo fin de semana. Eso sería divertido para nosotros.»
Los padres dispuestos a apoyar a su hijo reconocen que los amigos de éste
son un reflejo en el que se ve a sí mismo, y también objetos para sus
nuevas identificaciones. Su aprobación estimula la autoestima del niño;
cualquier rechazo se convierte en un rechazo personal. Si los padres
expresan cumplidos dirigidos a él o a sus amigos, los invitan a compartir
las comidas de la familia, los incluyen en las salidas de ésta, animan las
visitas en las que un niño se queda a dormir en casa de otra familia, el
pequeño se dará cuenta de que lo que él es en el mundo es algo de valor. :
EL NIÑO SOLITARIO : TEMOR A LOS OTROS/OSTRACISMO
Algunos niños no logran hacer amigos y se ven frustrados en sus intentos
por ser incluidos en el grupo. Tales reveses producen un modelo de
adaptación que yo llamo del «niño solitario». Suele haber tres
explicaciones posibles para esto. A menudo, los padres se muestran
sobreprotectores y excesivamente restrictivos, y temen perder al niño.
Expresan con demasiada rapidez desaprobación hacia sus amigos, que
reprueban, junto con la crítica del comportamiento social del pequeño. El
fracaso puede deberse también a la falta de habilidades sociales en su
propio hogar; sus padres son incapaces de guiarlo en esta nueva tarea de
desarrollar amistades y resolver conflictos. Ahora que el niño ha salido al
ancho mundo y que se ve sometido a sus juicios, también puede verse
sometido al ostracismo porque es diferente: demasiado inteligente o no lo
bastante listo, demasiado hombruna en el caso de una niña, o demasiado
afeminado en el caso de un niño. Su religión, nacionalidad, raza o
ambiente económico pueden contribuir a aislarlo. Aunque es posible que
tenga un compinche cercano, probablemente un solitario, como él mismo,
tiene pocos amigos. Rechazado, socialmente inepto, dirige su energía de
nuevo hacia sí mismo, se preocupa por sí mismo y se sumerge en un
mundo autoconstruido de fantasía de relaciones que en la realidad están
excluidas de su vida real. Aunque parece independiente, niega que necesite o quiera tener amigos, pero se siente intensamente solo.
Amy, una mujer dolorosamente tímida, me dijo que se pasaba las tardes,
después de la escuela, escribiendo poemas y guiones con su mejor amiga,
que era tan obesa como Amy era alta. «Escribíamos sobre personas que
eran "diferentes" y que algún día podían ser famosas. Soñábamos que
alguien encontraría alguna vez nuestros guiones (aunque nunca dejamos
que nadie los viera), seríamos descubiertas y nos trasladaríamos a vivir a
Nueva York.» Al preguntarle a Amy si alguna vez pidió ayuda a sus
padres, me contestó que sus propios padres tenían pocos amigos y que su
madre siempre trataba de comprarle ropas que la hicieran parecer «más
pequeña».
EL ADULTO: UN SOLITARIO
El niño solitario se convierte a su vez en un solitario en la edad adulta, en
un minimizador rígido, en una persona reservada a quien le resulta duro
compartir sus sentimientos. En el núcleo de su ser hay un vacío, pues no
ha logrado satisfacer sus necesidades de una dependencia y una
interdependencia sanas. Está lleno de intensos sentimientos, a menudo
dolorosos, entre los que se incluye la poderosa convicción de que es
antipático. Esto puede tener un valor positivo como fuente de la
producción creativa, pero también es vulnerable a la adicción, ya se trate
de las drogas, el alcohol o el trabajo.
Para compensar lo que le falta, se siente atraído hacia alguien gregario, entrometido y capaz de autosacrificarse, alguien que le servirá como punta
de lanza para establecer y mantener amistades y que le sacará, a patadas y
a gritos, de su reserva, al mismo tiempo que él hace todo lo que puede por
excluir al otro de su vida interna.
Martin había logrado evitar bastante bien el mundo al dedicar su vida a la
investigación microbiológica, y se pasaba el tiempo recluido en el
laboratorio, a menos que se le preparara un «lugar» específico para que
presentara sus descubrimientos en reuniones y convenciones. Se sintió
abrumado por el amor y el alivio cuando Monica, una escritora científica
que le hizo una entrevista, lo tomó bajo su protección y lo hizo salir al
mundo del cine, los museos y las reuniones con los demás. Pero ahora,
seis meses más tarde, Martin se resiente ante las intrusiones de Monica:
«Nunca me deja a solas. Siempre incluye a sus amigos en nuestras veladas
juntos. Yo no sé qué decirles, y ellos no me conocen ni les importo mucho.
Ella cree que yo debería contarle todo lo que pienso al respecto. ¿Es que
no comprende que no soy como ella?».
EL NIÑO GREGARIO : TEMOR A LA NECESIDAD/ESTAR SOLO
El niño gregario, en cambio, se muestra excesivamente interesado en el
bienestar y el cuidado de los demás. Pide poco para sí mismo y parece asumir prematuramente el papel de sus padres. Extravertido y acomodaticio,
tiene muchos amigos casuales, pero sólo su compinche está cerca de él.
Sus cuidadores pueden centrar la atención en sus compañeros de clase, su
familia, su compinche o su animal de compañía. El problema consiste en
que el sí mismo del niño viene definido por la aprobación de los demás y
se sacrifica a los puntos de vista y las necesidades de los demás. Definido
por cómo le ven los demás, no puede verse a sí mismo. En consecuencia,
le aterroriza estar solo, pues tiene la sensación de ser invisible para sí
mismo, de no estar seguro de su propia existencia excepto en los ojos de
los demás. Se encuentra atrapado tratando de complacer a los otros para
que convaliden su propia vida. Sumiso, con tendencia al autosacrificio,
necesitado de verse necesitado, influido por las opiniones de los demás,
sus límites son difusos y es fácilmente dominado, convirtiéndose a
menudo en chivo expiatorio. Esta pauta constituye la base de la
codependencia que se instalará más adelante.
Los padres del niño gregario le transmiten su convicción de que el cuidado
de sí mismo y la autovaloración son malas y de que los sentimientos y
preocupaciones personales tienen poca importancia. Al niño se le forma
para dar, para sentirse mal cuando no da, y para apreciar en exceso todo
aquello que recibe. Los padres alaban la responsabilidad social del
pequeño y sus habilidades de liderazgo, y reflejan selectivamente y
apoyan únicamente los comportamientos aprobados de atención a los
demás, al mismo tiempo que disminuyen el deseo del niño de alcanzar
autonomía y de cuidar de sí mismo.
Un caso de este tipo lo encontré en una reciente visita que me hicieron
unos amigos a los que no había visto desde mis estudios del seminario.
Fanfarronearon delante de mí acerca de su hija Emily, que no perdió
tiempo en ayudar a mis hijos con sus deberes escolares y en limpiar la
mesa después de la comida. En un momento determinado de la visita,
Emily acudió entusiasmada porque Helen le había ofrecido llevarla a dar
un paseo en carruaje por Central Park. «Oh, no, cariño, no puedes hacer
eso -le dijeron sus padres con evidente desaprobación-. No es correcto
ocupar el valioso tiempo de Helen.»
Una vez que el niño se relaciona con sus compañeros, los padres del niño
gregario le retiran a menudo su apoyo, aliviados al no tener que asumir
tanta responsabilidad, y dirigen su atención hacia otra parte. Al empujar al
pequeño lejos de ellos, hacen que éste sienta que tiene que hacerse valioso
para lograr su aprobación. Se olvida entonces de sus propias necesidades,
o se regaña a sí mismo por tenerlas.
EL ADULTO: UN CUIDADOR SACRIFICADO
El cuidador adulto sacrificado obtiene su reconocimiento, en el trabajo, en
su comunidad y en sus relaciones, haciéndose indispensable. Descubre lo
que necesitan los otros y se lo proporciona. A menudo, es un líder de la
comunidad, de organizaciones deportivas comunitarias o de instituciones
de caridad locales. Es respetado y admirado; los demás lo ven como
autosuficiente, y se dirigen a él en busca de consejo y ayuda. Se
compadece de su secretaria por la vida de ésta, es capaz de renunciar a una
tarde de golf para dedicarse a registrar a los votantes, ayuda a su
prometida con su gato enfermo. Es un imán para la gente necesitada, a los
que apoya incluso en aquellas ocasiones en que las personas deberían salir
adelante por sí mismas. Si no se siente necesitado, si no puede hacer algo,
no sabe cómo encajar. Pero a menudo, bajo su alegre imagen exterior de
«resuelvelotodo», se siente deprimido y tiene la sensación de que le falta
algo. En ocasiones, agotado y exhausto, le encoleriza que nadie lo cuide, o
le demuestre aprecio por lo que hace.
El solitario y extraño Martin fue un objetivo probable de la cuidadora
Mónica. Él pareció recibir con agrado sus esfuerzos por mejorar su vida,
así que aprobó en un principio todo lo que ella hizo. Pero Mónica empezó
a darse cuenta de que él seguía muy metido en sí mismo y que no estaba
tan dispuesto a permitirle que entrara en su vida, a pesar de todo lo que
había hecho por él. «Martin es un hombre bueno y amable -me dijo al
tiempo que le daba a Martin unas cariñosas palmaditas en el muslo-. Y yo
trato de comprender lo duro que le resulta abrirse a los demás. Pero él no
parece apreciar lo mucho que me importa y todo lo que he hecho por él.
¿Por qué no me permite acercarme más? ¿Por qué no puede decirme que
me ama? Después de todo, no pido mucho.»
Intimidad: «Puedo estar cerca y ser cariñoso»
La tarea del adolescente consiste en separarse más definitivamente de la
familia, solidificar el lugar que ocupa en el orden social de sus
compañeros, y establecer una intimidad sexual y emocional satisfactoria
con alguien del sexo opuesto. En este punto, los padres tienen la
responsabilidad de aceptar la naciente sexualidad del adulto en ciernes, al
mismo tiempo que le proporcionan un modelo de comportamiento
apropiado por lo que se refiere a los límites de la intimidad. El mensaje
que desean transmitir es: «Estamos cerca y somos cariñosos el uno con el
otro, y deseamos lo mismo para ti. Vamos a apoyarte. Esperamos que
encuentres una novia agradable. Estamos ilusionados con que nos la
presentes y podamos conocerla».
Es posible que el adolescente haya podido evitar heridas graves en su infancia, pero si los padres mantienen una dinámica problemática entre sí, si
él permanece enmarañado en la confusión edípica o ha sido apropiado por
cualquiera de los dos progenitores para su propia gratificación tendrá que
llevar inevitablemente ese equipaje a sus primeros intentos relacionados
con la intimidad. Además del ejemplo de sus padres, también necesita de
su apoyo. Si puede llevar al hogar a su nuevo amor y presentarlo a sus
progenitores con su aprobación, si los jóvenes no se sienten amenazados,
celosos o en una situación embarazosa ante la sexualidad emergente de su
hijo, y si éste puede integrar su nueva relación con el resto de su vida, en el
hogar y en la escuela, el impulso hacia la intimidad será correcto y natural.
EL NIÑO REBELDE: TEMOR A SER CONTROLADO
Algunos padres, temerosos y envidiosos del poder, la libertad y la sexualidad de su hijo, tiran de las riendas en este punto. Con ello, le están
diciendo: «No crezcas. No estás preparado para el mundo, y nosotros
tampoco estamos preparados para dejarte marchar». Al niño le encoleriza
cualquier restricción a su libertad en un momento en que está poniendo a
prueba sus alas, y le encoleriza que sus padres no confíen en que él sabrá
tomar las decisiones adecuadas. Su única defensa consiste en romper las
reglas si le parecen demasiado limitadoras, pues teme verse atrapado si
consiente y perder su frágil sentido de sí mismo.
EJERCICIO 7
A
¿Fui herido en la fase de la preocupación?
Adaptaciones de la herida en la fase de preocupación
El solitario: minimizador, límites rígidos
1 2
Temor básico (herida): Ostracismo por parte
de los compañeros, rechazo de los
progenitores (pareja).
Mensaje interno: No te acerques.
Convicción fundamental: No soy simpático.
Convicción de la relación: Me harán daño si
me acerco demasiado.
Imagen del otro: Gregario y entrometido.
Relación con el otro: Excluye a la pareja de
su mundo interior, hace planes unilaterales y
es contradependiente.
3
4
5
Tema fundamental: Entrometimiento de la
pareja.
Frustración típica: No te gusto, no me dejas
solo.
Sentimiento
depresión.
recurrente: Resentimiento y
Gestión del conflicto: Evita el conflicto,
malhumorado.
Desafío de crecimiento: Desarrollar amigos del mismo sexo,
unirse a la pareja en actividades sociales, compartir sentimientos
y pensamientos con la pareja, ser inclusivo.
La mayoría de los adolescentes ponen a prueba sus límites, desafían la
autoridad en un intento por ver hasta dónde pueden llegar antes de que les
tiren de las riendas, y para comprobar hasta qué punto está el ancho
mundo abierto ante ellos. También desean comprobar si sus padres se
encuentran ahí para apoyarlos y protegerlos, es decir, si todavía disponen
de un nido seguro al que regresar en el caso de ir demasiado lejos. Pero el
rebelde es más extremo; tiene la sensibilidad a flor de piel ante todos, sus
padres, sus profesores, su novia, que le dicen lo que tiene que hacer. Su
forma de vestir y las palabras que emplea no sólo son indicadores de su
individualidad, sino que también tienen la intención de provocar.
Cualquier respuesta negativa le da una excusa para rebelarse más y
confirma su convicción de que toda figura de autoridad es rígida y
reaccionaria, por lo que tiene que estar vigilante contra cualquier otro que
trate de aplastar sus derechos.
El cuidador: maximizador, límites difusos
Temor básico (herida): Tener o expresar
necesidades, ser excluido, rechazo de los
progenitores (pareja).
Mensaje interno:
necesidad propia.
No
tengas
ninguna
Convicción fundamental: Los demás me
necesitan.
Convicción de la relación: Seré amado si
satisfago tus necesidades.
Imagen del otro: Poco apreciativo.
1
2
3
4
5
Relación con el
entrometimiento.
otro:
Autosacrificio,
Tema fundamental: Exclusión de la pareja.
Frustración típica: No me aprecias a mí ni mis
esfuerzos.
Sentimiento
depresión.
recurrente:
Gestión del conflicto:
comprensivo y amable.
Resentimiento,
Trata
de
ser
Desafío de crecimiento: Expresar las propias necesidades ante la
pareja y los demás, cuidar de sí mismo, respetar la intimidad del
otro, tomarse tiempo para estar a solas.
EL ADULTO: UN REBELDE
En la edad adulta, el niño rebelde se convierte en un rebelde militante, que
actúa contra las reglas y el comportamiento social, y que nada compulsivamente contra corriente, a pesar de que ya nadie le dice lo que tiene que
hacer. Está lleno de opiniones contradictorias y hace lo imposible por establecerse como un ser aparte. Recela de las motivaciones de los demás,
teme que traten de controlarlo o de imponerle el status quo. En cierto
modo, no crece. Experimenta de nuevo la rebelión de los «terribles dos
años», desafía todos los límites y sigue actuando como si la gente tratara
de gobernarlo. Sus relaciones tienden a ser adversarias y teme que su
pareja llegue a dominarlo si no permanece en guardia. Necesita de su
libertad y de su «espacio», pero se le puede hacer sentir culpable con
facilidad.
Por otro lado, el rebelde que no ha sido demasiado herido en la niñez,
puede convertirse en un reformador social. Luchará en favor de las ballenas, participará en marchas de protesta, se negará a comer carne y
defenderá cualquier causa que garantice la libertad o amplíe los límites del
comportamiento social. Si sus heridas son profundas, se convertirá en un
marginado o en un delincuente.
No es nada sorprendente que suela sentirse atraído hacia un conformista,
un ciudadano modelo comprometido compulsivamente con las reglas del
juego social. Necesita desesperadamente de la misma estructura y orden
que desafía, y proyecta esta necesidad sobre su pareja modelo. Al mismo
tiempo, la critica por ser tan correcta, por formar parte de la multitud a la
que él mismo anhela pertenecer en secreto.
Tony tenía tanto miedo de que su novia, Gail, consiguiera ascendiente
sobre él que la puso continuamente a prueba, para estar seguro de que ella
no iba a intentar mantenerlo «sujeto por la correa» después de su boda.
Ella parecía «demasiado amable» con él; Tony estaba convencido de que
no hacía sino representar un papel que cambiaría drásticamente una vez
que se casaran. De algún modo, ella le recordaba a su madre, que siempre
parecía desear lo mejor para él, pero a quien le importaba más lo que
pensaran los vecinos que lo que él deseara hacer realmente. Desafió a Gail
con el sexo experimental y trató de llevarla a fiestas orgiásticas. A la
madre de Tony le gustaba Gail y eso también hacía que él se mostrara
receloso. Con un tono de voz cargado de significado oculto, informó: «La
semana pasada, cuando visitamos a mis padres, Gail pareció estar de
acuerdo con todos los puntos de vista fascistas de mi padre, incluso
cuando yo me mostraba en desacuerdo con él. Ella dice que sólo trataba de
ser amable y evitar una discusión, pero a veces tengo la sensación de que
no está de mi parte».
EJERCICIO 7B
¿Fui herido en la fase de la intimidad?
Adaptaciones de la herida en la fase de intimidad
El rebelde: minimizador, límites rígidos
1 2 3
Temor básico (herida): Ser controlado por los
demás (padres/pareja).
Mensaje interno: No crezcas.
Convicción fundamental: No se confía en mí.
Convicción de la relación: Seré controlado si
dejo de disentir.
Imagen del otro: Demasiado agradable,
contracontrolador,
culpabilidad,
figura
paternal o maternal.
Relación con el otro: Rebelde, controlador,
devalúa al otro.
Tema fundamental: Libertad para transgredir
las reglas.
Frustración típica: Nunca te pones de mi
parte.
Sentimiento recurrente: Cólera y decepción.
Gestión del conflicto: Rebeldía, suspicacia
acerca de las motivaciones.
4
5
Desafío de crecimiento: Mantener la autoidentidad, ser
responsable ante los otros, aprender a confiar en los demás.
EL NIÑO MODELO: TEMOR A SER DIFERENTE
Los cuidadores conservadores y rígidos, temerosos de ser diferentes,
educan a menudo a un niño modelo. Los padres nunca dejan de señalar
todo aquello que encuentren de extraño, de raro, de insólito en los amigos
o ropas de su hijo, en sus intereses o gustos, enviándole el inconfundible
mensaje: «No seas diferente». Su gama de aceptabilidad se encuentra
constreñida a una banda muy estrecha. De algún modo, le advierten: «Si
tratas de ser diferente nunca tendrás amigos. No serás aceptado a menos
que te lleves bien con los demás. Si destacas, te convertirás en un
objetivo». Además, le advierten, «te meterás en problemas». El niño
acepta la idea de que la única forma de ser querido es comportarse como
todos los demás y «hacer lo correcto». Aunque es posible que el pequeño
tenga anhelos, opiniones o intereses secretos, teme perder el cariño y la
aceptación de sus compañeros, de sus padres y de otros adultos si se atreve
a ser diferente. Así nace el niño modelo, el que se comporta bien, el
parangón acicalado de los anuncios televisivos y las reuniones familiares.
Es el que se presenta voluntario como monitor de la escuela, el que
prepara el salón de baile para la fiesta escolar, y es a menudo el confidente
al que sus compañeros cuentan sus problemas.
El conformista: maximizador, límites difusos 1
Temor básico (herida): Ser diferente a los
demás; desaprobación por parte de los
padres (pareja).
Mensaje interno: No causes problemas.
Convicción fundamental: Tengo que ser
bueno.
Convicción de la relación: Tengo que
mantener la unidad.
Imagen del otro: Es un niño rebelde.
Relación con el otro: Condescendiente,
crítica, controladora.
Tema
fundamental:
cooperación.
Estabilidad
y
Frustración típica: No crecerás, siempre
quieres ser diferente.
Sentimiento recurrente: Abnegación colérica.
2
3
4
5
Gestión del conflicto: Trata de imponer
reglas.
Desafío de crecimiento: Experimentar con ser diferente, asumir
riesgos, desarrollar la identidad.
EL ADULTO: UN CONFORMISTA
El niño modelo se convierte en un conformista en la edad adulta, y vive en
un mundo de ciudadanos modelo, luchando por mantener el status quo. Es
abnegado con respecto a lo que hay de erróneo en la sociedad, está lleno
de certidumbres acerca de cómo deberían ser las cosas, convencido de la
decadencia de la nueva generación, y defensor de los «buenos y viejos
tiempos». Los conformistas no causan problemas y se sienten ofendidos
por los problemas causados por los demás. Se ven a sí mismos como los
conservadores del bien común, de los valores tradicionales y de los
estándares morales.
Críticos con los «individualistas» y con quienes transgreden las reglas, se
sienten atraídos a pesar de todo hacia parejas rebeldes e infantiles que
llevan consigo su rebeldía oculta, su resentimiento por una adolescencia
fracasada, por las oportunidades perdidas y por la libertad perdida. A
menudo tienen ricas fantasías de sexualidad aberrante, con sueños de
asesinatos o de volar. Anhelan en secreto verse libres de las reglas que los
constriñen y que a menudo transgreden en privado. Por detrás de la
fachada de vidas correctas se encuentra con frecuencia a un niño
deprimido o a un delincuente camuflado. Los conformistas, sin embargo,
son condescendientes con las parejas rebeldes a las que tratan de controlar,
procurando que el otro se comporte correctamente, con la sensación de
que tienen que ser buenos y mantener la unión en beneficio de su pareja
inmadura y poco cooperativa.
Los recelos de Tony acerca de Gay no andaban tan descaminados. Aunque
ella se sentía evidentemente fascinada con la personalidad de «mal chico»
de Tony, también le desconcertaba que él fuera tan diferente a sus amigos
y colaboradores, y que él ganara su dinero haciendo demostraciones de
artículos electrodomésticos en unos grandes almacenes, realizara trabajos
voluntarios en el comedor social, y fuera vegetariano. Gay también
disponía de formas sutiles para conseguir que Tony se comportara
correctamente, ya fuera ocupándose de la logística de su vida, que él era
demasiado «irresponsable» para manejar, o mostrándose de acuerdo con
las opiniones pedantes del padre de su novio. Pero cuando Tony no hacía
lo que a ella le parecía que debería hacer, se mostraba indignada,
convencida de que él la había ofendido, al mismo tiempo que
condescendiente hacia él, como si se tratara de un adolescente
recalcitrante. «Si no mantengo la unión entre los dos, nadie se ocupa de
nada. Es como vivir con un niño», se quejaba.
Resulta interesante observar que esta dinámica de tira y afloja de las parejas cuyas heridas ocurrieron en estas últimas fases de la preocupación o
de la intimidad, sean más fluidas. La estructura de su carácter es más
suelta y las parejas tienden a alternar sus papeles con mayor facilidad que
aquellas otras que han sido heridas en fases anteriores, cuando la
estructura del carácter era más rígida. La estructura del carácter siempre es
relativa con respecto a la persona con la que nos relacionamos: cuando el
distanciador se acerca o empieza a perseguir, el perseguidor se hace
repentinamente distante. Pero las cosas aquí son mucho más maleables.
Así pues, en aproximadamente un treinta por ciento de los casos, he visto
parejas en las que el rebelde es el maximizador y el conformista el
minimizador.
EJERCICIO 7C
¿Soy un minimizador o un maximizador?
Si no tiene claro si es un minimizador o un maximizador, consulte el
gráfico siguiente. A la izquierda hay una lista de los rasgos que describen
al minimizador, mientras que los rasgos del maximizador se encuentran a
la derecha. Trace un círculo alrededor de las frases que mejor le describan.
Minimizador
Implosión de sentimientos hacia dentro
Afecto disminuido Niega la dependencia (contradependencia)
Generalmente, niega las necesidades
Comparte poco de su mundo interior
Tiende a excluir a los demás de su espacio psíquico
Contiene sentimientos, pensamientos y comportamientos Tiene
autolimitaciones rígidas Dirigido hacia el interior; sigue directrices
principalmente por sí mismo
Piensa principalmente sobre sí mismo
Actúa y piensa compulsivamente Trata de dominar a los demás
Tiende a ser pasivo/agresivo
MAXIMIZADOR
Explosión de sentimientos hacia fuera
Afecto exagerado
Tiende a depender de los demás
Generalmente, exagera las necesidades
Es compulsivamente abierto; subjetivo
Tiende a incluir abiertamente a los demás en su espacio psíquico
Tiende a aferrarse y muestra una generosidad excesiva
Tiene autolimitaciones difusas Dirigido hacia el exterior;
generalmente, pregunta las directrices a los demás; desconfía de
sus propias directrices
Centra la atención en los demás
Actúa impulsivamente
Es habitualmente sumiso y manipulador
Alterna entre la agresividad y la pasividad
EJERCICIO 7D
Identificar al niño herido en el adulto
Tómese ahora unos pocos minutos para completar el siguiente resumen.
Vea cuáles fueron sus respuestas a los cuestionarios de los tres capítulos
precedentes, para determinar en qué fase se situaron sus respuestas en el
ámbito de la puntuación 4 a 5, y compruebe si hubo alguna otra fase en la
que sus respuestas estuvieron situadas consistentemente en el extremo alto
de la escala.
Yo soy un…………………. (minimizador o maximizador) con límites
(rígidos o difusos), que se sintió profundamente herido en la fase de
(ejemplo: identidad). En consecuencia, soy un ___________
(respuesta de afrontamiento. Ejemplo: controlador). Mi temor básico (herida) es …
cuadro de la fase pertinente). También parezco tener
problemas en el ámbito de______________ (cualquier fase o fases
adicionales en las que sus respuestas se situaron de modo consistente en el
ámbito de 3 a 5). Mi temor básico (herida) es ——.
Así pues, mi desafío para el crecimiento es ———————————
Bueno, todo esto es bastante deprimente, ¿verdad? Es un verdadero milagro que podamos levantarnos de la cama cada mañana, vestirnos y alimentarnos con todo el equipaje que llevamos a cuestas, con todas las
directrices y actitudes defensivas. Estoy de acuerdo en que esta es la parte
más difícil, pero también es la más esperanzadora. Afortunadamente,
podemos reparar el daño si trabajamos para enmendarlo. De hecho, al
hacerlo así estaremos alineándonos con nuestro ferviente deseo
inconsciente de ser enteros.
Notas
1. Harry Stack Sulliven, The Interpersonal Theory of Psychiatry, W.
W. Norton Inc., Nueva York, 1953, páginas 245 y ss.
8. Relaciones traumatizadas: legado de la familia
disfuncional
Todas las familias felices se parecen unas a otras; en cambio, cada familia
desgraciada lo es a su propio modo.
LEO TOLSTOI, Ana Karenina
Acabamos de ver cómo los detalles concretos de la educación en la primera infancia tienen como resultado la producción de heridas específicas
que afectan a nuestras relaciones de pareja. Pero muchas personas han
sufrido heridas que son mucho más profundas de lo que hemos explorado
hasta ahora, y tienen que afrontar las repercusiones de una posible historia
de maltratos. Son víctimas de padres adicionalmente afectados por el
abuso del alcohol y las drogas, los golpes físicos y emocionales, el incesto,
la violencia y el trauma que afecta a más de la mitad de las familias
estadounidenses. Quizá pertenezca usted a este gran grupo de la
población, que se ha hecho muy visible durante esta última década del
siglo XX. En tal caso, tendrá que afrontar dificultades y complicaciones
más graves en sus intentos por establecer una relación duradera.
No es mi intención entrar en detalles sobre disfunciones específicas. Esta
clase de problemas graves y desgraciadamente comunes, se abordan en
cientos de libros fácilmente asequibles, así como en talleres y programas
que ofrecen consejo, consuelo y estrategias de recuperación. Pero como
quiera que, una vez convertidos en adultos, los niños con ambientes
tóxicos están destinados a repetir los problemas de su infancia, deseo
introducir aquí algunas observaciones sobre la dinámica de la familia
disfuncional, con particular atención al devastador impacto que tiene
sobre las relaciones, y añadir mi voz al actual diálogo acerca de cómo
reparar el daño causado.
Una cuestión de grado
A veces parece como si las familias desgarradas por la violencia o el abuso
se hallen muy lejos de aquellas consideradas «normales». Si la suya
pertenece a este último grupo, posiblemente haya sentido que la familia
aparentemente feliz de la casa de al lado vivía en un planeta diferente. En
cierto modo, tenía usted razón, pues la disfunción grave tiene un impacto
de gran alcance sobre los niños.
Pero por extraordinarias que puedan parecer, las dinámicas de las familias
disfuncionales sólo difieren en una cuestión de grado con respecto a las
consideradas como «normales» y funcionales. El proceso causante de las
heridas es el mismo. Los problemas de todo el mundo son el resultado de
la privación del placer, de infligir daño y de la falta de seguridad
emocional; ese es el núcleo de la condición humana. Lo que sucede es que,
en la familia traumatizada, el daño es extremo. Todos los niños son
heridos a través del fracaso de sus cuidadores por satisfacer sus
necesidades de apego fiable, de que se les permita explorar el mundo y
regresar a un ambiente seguro, de encontrar reflejo en su búsqueda de
identidad, de verse alabados en sus esfuerzos por ser competentes, de
sentirse apoyados cuando se aventuran por el mundo de sus compañeros y,
en la adolescencia, de encontrar el apoyo necesario para integrar su
sexualidad y entrar en el mundo de los adultos. Pero resulta que los
cuidadores de la familia perturbada se encuentran mortalmente heridos
ellos mismos y son por lo tanto incapaces de proporcionar apoyo y
gratificación a los demás, aunque sólo sea marginalmente.
Los padres arrastran consigo la carga de su propia historia de privación y
negligencia, y los niños sufren las consecuencias. Tales padres no tienen
nada que dar, no disponen de recursos en los que apoyarse ellos mismos.
En muchos casos, están tan necesitados, y sus recursos son tan escasos,
que se vuelven hacia el niño para procurarse su propia sustentación. Esta
pauta poderosa, que no suele ser ampliamente reconocida, es lo que el
psicólogo Pat Love llama incesto emocional, y ocurre cuando los padres
se apoyan en sus hijos para la satisfacción de unas necesidades que
deberían ser satisfechas por otro adulto.1 Es fácil desviar la cólera hacia un
niño impotente; no hay desafío alguno en ganarse el amor de un niño, no
hay ninguna amenaza en pedir ayuda al niño.
Debido a que el ambiente nocivo ya existe en el momento de nacer, el niño
de la familia disfuncional se ve profundamente herido, privado, maltratado, descuidado durante las primeras fases cruciales del apego y la
exploración, en formas que el cerebro antiguo no olvidará nunca. Las
pautas de respuestas inefectivas, las respuestas débiles, nada sofisticadas y
rudimentarias de un niño desesperado, se establecen entonces, quedan
impresas y se llevan consigo durante toda la vida, en un desesperado
intento por desviar más dolor. Ni siquiera se registra el hecho de que esas
defensas sean destructivas, improductivas e innecesarias en un mundo
más funcional, y de que esas mismas defensas sirvan para distanciar al
niño de los demás (y más tarde al adulto). Aplicarlas es lo único que el
niño sabe hacer.
Sucede con demasiada frecuencia que la amplificación de la dinámica
disfuncional viene determinada por una sustancia, como el alcohol o las
drogas. La sustancia es el medio a través del cual se filtra el
comportamiento disfuncional. Exagera el distanciamiento de la madre, su
depresión e inaccesibilidad. Intensifica la cólera del padre y disminuye las
barreras psicológicas que de otro modo le impedirían abusar de su hija.
La cuestión que quiero establecer aquí es que toda dinámica familiar,
desde la familia sana y funcional hasta la desgarrada por las peleas y el
abuso, debería verse como un continuum, no como una polaridad. La gran
diferencia es el grado de amplificación de los mismos problemas, como
una consecuencia del nivel funcional de los padres, es decir, de su grado
de auto-absorción, de sus adicciones, de sus actitudes abusivas, de sus
necesidades y nivel de competencia. En una familia sana, la madre
agotada y estresada encuentra alguna forma de estar con su hijo, aunque
sólo sea para llevarlo a dormir a la cama; la madre agotada de la familia
disfuncional, en cambio, ignora al niño, se encoleriza cuando éste llora, o
lo atiende erráticamente cuando logra salir del estupor producido por la
ebriedad. El padre colérico y frustrado de una familia sana puede perder la
paciencia y gritarle a su hija, mientras que el padre problemático la
golpea.
La adaptación minimizador/maximizador también funciona aquí, pero a
una escala mucho mayor. El padre maximizador siente demasiado; bebe
para apagar el dolor, la cólera y la impotencia. El minimizador utiliza las
drogas para impulsar sentimientos muertos, para superar una sensación de
desapego y aislamiento, para sentirse vivo. En cierta ocasión le pregunté a
un amigo que había permanecido sobrio durante cinco años, cuál creía él
que eran las razones para entregarse a la bebida. Me respondió
inmediatamente: «Hacía que me sintiera vivo. Entre una borrachera y otra
sentía como si mi cuerpo fuera de cemento, y vivía sumido en un estado de
estupor mental».
En la fase del apego, por ejemplo, el padre minimizador que busca evitar
las cosas, se recluye en el alcohol o en una depresión grave, en una situación de abandono casi total del niño. Al verse rechazado en cada uno de
sus intentos por recibir nutrición, el niño se retrae a su vez dentro de su
propio cascarón, del que ya no saldrá nunca, ni siquiera en la edad adulta.
En la fase de la exploración, el padre maximizador que se aferra, se
alimenta a menudo con su propia necesidad y depresión y puede llegar a
sofocar y controlar al niño con exigencias cada vez mayores de afecto,
amistad, favores o tiempo, disminuyendo así las oportunidades del
pequeño para explorar el mundo y ganar su independencia. Y así sucede
en cada fase, con los problemas intensificados por la gravedad del déficit
de los padres.
Quisiera exponer un par de casos extraídos de mi consulta para ilustrar la
gravedad a la que puede llegar el déficit extremo de los padres.
Ann se sentía atraída hacia hombres muy sexuales, a pesar de lo cual
encontraba muy poco placer en las relaciones sexuales. No recordaba
haber experimentado deseo sexual. Todas sus relaciones terminaban del
mismo modo, con sus parejas abandonándola, coléricas y frustradas, ante
lo que sentían era un doble mensaje por su parte: «Me gusta tu sexualidad,
pero no trates de mantener relaciones sexuales conmigo». Durante el
transcurso de su terapia, soñó mantener relaciones sexuales con un
extraño cuyo rostro no podía ver. Eso rompió su estado de amnesia, que le
impedía recordar haber sido molestada por su padre hacia el final de su
niñez, para verse posteriormente rechazada por él en los primeros años de
su adolescencia. Había terminado por considerar su propio cuerpo como
algo malvado, se ponía ropas abultadas para ocultar los pechos y se
cerraba ante toda sensación sexual. Al identificarse inconscientemente
con su sí misma sexual reprimido, afirmaba ante todos los pretendientes:
«Te deseo, pero no soy una persona sexual». En las profundidades de su
negativa sexual, Ann se ponía histérica ante la sola mención del sexo en
los libros o en la televisión. Si un hombre la miraba, pensaba que deseaba
violarla. Acudía a las sesiones terapéuticas para contar historias de
hombres que trataban de tocarla, de las miradas lascivas que le había
dirigido un hombre en un McDonald's, o de la pareja «sucia» a la que vio
besándose y acariciándose en plena calle.
Víctor sufría de un destino muy diferente. Tras haber representado el
papel de esposo sustituto para su madre alcohólica, tenía un cuerpo
erotiza-do, pero no lograba acceder a sus sentimientos. Al desviar toda su
energía nuclear hacia su mente y su cuerpo, se convirtió en abogado y en
una especie de semental. Era compulsivo en su búsqueda de parejas, y
siempre se hallaba necesitado de encontrar un suministro inagotable.
Mantenía relaciones sexuales dos veces al día, afirmaba necesitar el sexo
dos veces al día, pero no podía expresar ternura o empatia con sus parejas,
ni podía comprender por qué a las mujeres no les gustaba la clase de sexo
instrumental y sin complicaciones, como a él. Al utilizar su mente
altamente desarrollada con precisión legal, terminaba por acostarse con
cada mujer que trataba de derrotar su racionalidad, que no estaba a la
altura de sus hazañas sexuales, o que se ponía emocional durante una
discusión. Su madre seguía siendo la única mujer en su vida.
Todo es un trauma
La segunda cuestión que quiero exponer es que, aun cuando los detalles
del abuso o la disfunción difieren de una familia a otra, y de un niño a otro,
existe a pesar de todo una gran similitud en la propia herida. Y, en consecuencia, hay un aspecto común en el impacto que ésta tiene sobre las
relaciones adultas y en el camino de la curación y la recuperación. La
similitud de muchos de los programas de rehabilitación y de los doce
pasos que han surgido en respuesta a la necesidad de curar estas heridas
tan difundidas, no hace sino corroborar este punto de vista. Como quiera
que las heridas afectan de modo similar y tienen consecuencias similares,
también es el mismo el camino que conduce hacia la totalidad (ya se trate
del alcohol, de las drogas, el incesto, los golpes físicos, los excesos en la
comida, en el gasto, el juego o el abuso emocional). Y es lo mismo para el
alcohólico y el codependiente, para el que abusa como para el que ha sido
maltratado. Las similitudes en el curso de la curación y el tratamiento de
heridas tan diversas puede compararse con las dietas especiales que se
anuncian periódicamente para el tratamiento de la enfermedad cardíaca, el
cáncer, la apoplejía o la artritis. Aunque cada una de ellas tiene sus
refinamientos específicos, todas abordan las necesidades fisiológicas del
cuerpo, de modo que son básicamente las mismas: los cuerpos humanos
necesitan una dieta baja en grasas, moderada en proteínas, alta en fibra e
hidratos de carbono complejos, y libre de alcohol, tabaco y cafeína. En
otras palabras, aunque la situación principal de cada caso sea diferente, y
no quiero minimizar con ello los detalles de su dolor y sufrimiento, el
fondo de temor, negligencia, abandono y abuso es similar en todas las
familias problemáticas.
NIÑOS CONMOCIONADOS ENCERRADOS EN SU CONCHA
La influencia aparentemente ineludible y tenaz que el abuso de la infancia
sigue ejerciendo sobre el adulto, incluso sobre aquel adulto consciente que
trata de escapar del pasado, queda ilustrada por la reciente investigación
del trastorno del estrés postraumático (PTSD). 2 El PTSD suele asociarse
con los soldados que sufren efectos duraderos de los terrores del combate.
Los nuevos descubrimientos demuestran que hasta un solo incidente
traumático o terrorífico y, desde luego, mucho más los incidentes
repetidos, puede llegar a alterar la química del cerebro, de tal modo que las
víctimas responden a acontecimientos normales como si se tratara de
repeticiones del trauma original, con pesadillas, sudoraciones, cólera,
insomnio, irritabilidad y recuerdos fugaces del terror original, incluso
aunque hayan transcurrido años o décadas. Y esta respuesta es la misma
tanto si el trauma original fue el resultado del combate, la tortura, un
terremoto... o el abuso sexual durante la infancia. Todas las personas que
sufren el PTSD responden a una experiencia percibida como amenazadora
para la vida, sobre la que no tuvieron control alguno. No cabe la menor
duda de que un niño sin habilidades, sin recursos o medios de escapar no
tiene control alguno sobre sus circunstancias. Y aquello a lo que responde
es la amenaza de la muerte, ya se trate del trauma original o del
acontecimiento cotidiano inofensivo que hace resurgir el recuerdo
original.
¿POR QUÉ SÓLO SE VEN AFECTADOS ALGUNOS
NIÑOS?
Aunque los científicos han podido identificar el circuito cerebral que
funciona mal en el caso del PTSD, y están desarrollando medicamentos
que confían podrán ayudar al cerebro a reprogramarse correctamente a sí
mismo, todos ellos se siguen sintiendo atónitos ante el hecho de que
algunas personas manifiesten efectos nocivos duraderos en respuesta al
combate, por ejemplo, mientras que otras no, y en cuanto a por qué
algunas personas se recuperan de una experiencia traumática en un corto
espacio de tiempo, mientras que otras se sienten agobiadas durante años y
probablemente durante toda su vida.
Pero hay algunas pistas que sugieren paralelismos con el legado de la
disfunción familiar. Los estudios efectuados con animales han
demostrado que aquellos sometidos repetidamente a situaciones de estrés
suave al principio de su vida tienen una mayor probabilidad de sufrir
cambios en la química cerebral como resultado de una situación de gran
estrés en el período posterior de la vida, en comparación con aquellos
otros animales que no se vieron estresados de pequeños. Parece ser, por lo
tanto, que si recibimos un amor y una guía adecuadas en las primeras fases
de la vida, somos capaces de tolerar mejor el estrés y los reveses en la vida
de adultos. Eso explicaría por qué una persona se recupera tan
rápidamente de un vuelo aéreo en el que se produjo un aterrizaje de
emergencia después del incendio de un motor, por ejemplo, mientras que
otra se ve agobiada por el incidente durante mucho tiempo después. Este
fenómeno se conoce como «efecto de encendido», en el que la
sensibilidad ante un estímulo aumenta con el transcurso del tiempo hasta
alcanzar un nivel incendiario, de modo que la persona se convierte en una
especie de haz de leña, preparado para encenderse en cuanto la más ligera
brisa hace llegar una llama hasta ella. Se puede comparar a frotar ligeramente una zona de la piel con papel de estraza. Al cabo de un tiempo, la
zona está tan enrojecida y sensible que hasta el más mínimo contacto
produce una respuesta máxima. No es nada sorprendente que una niña
pequeña, cuya madre la dejó en casa a solas para irse a beber, se convierta
en una mujer adulta que experimenta un pánico histérico cuando su novio
no la llama exactamente cuando dijo que lo haría. Un muchacho que fue
golpeado por cada ligera trasgresión de las reglas pasará por la vida
reaccionando a cada mirada de soslayo o ligera crítica, como si lo
hubieran golpeado.
Sam tenía dos años cuando murió su padre y seis cuando se quedó
huérfano de su madre deprimida. Al analizar sus relaciones con las
mujeres, informó que experimentaba pánico ante la más ligera alusión de
rechazo o negatividad. Mira compulsivamente las expresiones de las
mujeres con las que sale, expectante ante la esperanza de detectar una
sonrisa, temeroso ante un fruncimiento del ceño o la más mínima
indicación de falta de interés. No soporta estar con alguien que se sienta
triste. Tras la muerte de su madre, fue llevado a un orfanato donde lo
golpearon y le gritaron. Ahora, hasta la más leve demostración de cólera
por parte de alguien que le importe, induce en él una vorágine de temor y
autorecriminación. En el orfanato echaba a correr y se encerraba en un
armario. Ahora, huye de la habitación y abandona incluso la relación si su
pareja le demuestra cualquier actitud de molestia o la más ligera señal de
frustración. Finalmente, sus parejas lo dejan, convencidas de que nada de
lo que hagan podrá convencerle de su amor, puesto que lo único que él ve
son pruebas de traición.
Evelyn, cuyos padres bebían y tenían relaciones extramatrimoniales evidentes, tiende a relacionarse sexualmente con todo aquel hombre con
quien pueda salir inmediatamente. No discrimina en sus elecciones y
parece tener la sensación de que se acostaría con cualquier hombre que se
comporte con ella de un modo civilizado. Su sexualidad es, según su
propia opinión, lo único que tiene para ofrecer. Pero en cuanto se ha
acostado con alguien, tiene la impresión de haber cumplido con su parte
del trato y sus necesidades emocionales son entonces abrumadoras. En
cuanto sus amantes se marchan de casa o van al trabajo, ya está tomando el
teléfono para preguntarles si pueden almorzar con ella o cuándo volverán
a verse. Si le transmiten la menor señal de mala gana o de distancia, como
es inevitable que hagan pues son como los padres de Evelyn, ella se echa a
llorar, se pone histérica y punitiva, y hasta amenaza con el suicidio.
Luego, se niega a verlos de nuevo o a contestar el teléfono.
EXPERIENCIA NO EXPERIMENTADA
¿Por qué el trauma infantil ejerce tanto poder sobre nuestras vidas y por
qué es tan difícil romper la pauta de respuesta tan exagerada e irracional?
Estoy convencido de que ello se debe a que, de niños, al no disponer de
medios para comprender el trauma o hacer algo para detenerlo, lo
reprimimos. Al no poder conectar nuestro dolor emocional con la
devastación que lo causó, no sabemos que está ahí. Negamos las
profundidades de nuestro dolor, la desesperanza de nuestra situación. Al
fin y al cabo, tenemos poca alternativa; no tenemos otro hogar adonde ir,
ni otros padres a los que volvernos para que nos den amor y consuelo, de
modo que tenemos que fingir que todo está bien. La verdad es
inadmisible, así que la ocultamos a nosotros mismos. Sin embargo,
nuestro cerebro antiguo y nuestro cuerpo llevan la verdad dentro de
nosotros mismos, separada de nuestra conciencia. Respondemos
instintivamente a todas las situaciones de la vida como si la amenaza
original a nuestra existencia continuara existiendo. Para un soldado
conmocionado por un bombardeo, una puerta cerrada de golpe o un ruido
extraño en la noche le hace recordar con toda su fuerza el terror de la batalla. Para el adulto traumatizado en la niñez, la novia que llega a casa una
hora tarde hace surgir con toda su potencia el temor al abandono. Un comentario sarcástico o una mirada colérica de su novio pone en marcha una
vehemente rabia o ansiedad en la mujer, que responde con cólera, o
abandona compulsivamente el restaurante o incluso la relación.
Para algunos, el trauma infantil es tan devastador, o tan prolongado, que
nunca pueden permitirse sacar a la luz ninguno de los sentimientos
asociados con el trastorno. Viven en un mundo continuamente
amenazador, con sus recuerdos como suspendidos fuera del tiempo. Esta
experiencia no experimentada, como la califica el psiquiatra Ivor Browne,
es
literalmente
«impensable».3
Acontecimientos
cotidianos
aparentemente inocuos ponen en marcha la fuga de emociones bloqueadas
en el inconsciente sensibilizado sobre recuerdos demasiado dolorosos de
afrontar, pero que producen los síntomas de pánico, ansiedad, cólera y
recuerdos fugaces. Cuanto mayor sea la frecuencia con la que esto suceda,
con la que se vuelvan a revivir los acontecimientos de la infancia, incluso
en su forma actual aparentemente inofensiva, tanto más se endurece la
pauta de respuesta en el sistema límbico.
En cierta ocasión, cuando yo tenía unos diecinueve años, un grupo de
seminaristas regresábamos al colegio un domingo por la noche y el conductor del coche tuvo que efectuar un giro rápido para evitar un camión
que se le echaba encima. Nos metimos en una zanja, dimos una vuelta de
campana y salimos por el otro lado de la carretera. Después de la conmoción inicial y el alivio que siguió, continuamos nuestro viaje de regreso y
no hablamos mucho. Pero unas tres horas más tarde me puse a temblar y a
llorar incontrolablemente. Experimentaba el trauma de haberme
enfrentado con la muerte, pero eso me sucedía varias horas más tarde.
Durante un tiempo, mi cerebro antiguo había quedado demasiado
paralizado para experimentar el contenido emocional del suceso. Eso es lo
que les sucede a los soldados, y también a los niños traumatizados, sólo
que su trauma queda enterrado en ellos durante años, en lugar de unas
horas. Incapaces de enfrentarse con sus demonios interiores, ni siquiera
pueden empezar a permitir que la experiencia salga a la luz, de modo que
llevan su maldición en sus cuerpos y sistemas nerviosos, desde donde
ejerce un poderoso control sobre sus vidas.
Visto desde esta perspectiva, todo abuso es un trauma, y la reacción será la
asociada con el trauma: continua, instintiva, repetitiva, exagerada e
ina-propiada. Las heridas sufridas mientras se estuvo en el útero, causadas
por una madre deprimida o adictiva, o de un hombre que pegó a su esposa
embarazada, e incluso el trauma sufrido durante o antes del parto, también
tienen consecuencias a largo plazo si permanecen fuera de nuestra
conciencia y si la experiencia de la vida no se encarga de corregirlas.
TODA PÉRDIDA ES ABUSIVA
Hay otros traumas que no proceden del fracaso de los padres, sino de algún desastre imprevisto: la muerte de un progenitor, la pérdida de un
hogar a causa de un incendio, los graves reveses financieros, la
enfermedad incapacitadora de un progenitor cuando el niño es muy
pequeño. En cierto modo, el resultado es el mismo, pues el niño sufre
como consecuencia de la inaccesibilidad o distracción de los padres. No
obstante, que esta pérdida tenga como consecuencia un trauma duradero
depende del contexto en que se haya producido. Los factores que rodean la
tragedia, la edad y la fortaleza del ego del niño, el amor y la disponibilidad
de otras personas que lo cuiden (en el caso de la muerte o la enfermedad de
un progenitor), la previsión para proteger al niño afectado, constituyen
toda una gran diferencia. Estudios recientes han demostrado que el
divorcio es mucho más devastador para los niños de lo que se había
pensado en un principio. Pero lo que hace que un niño sea más resistente
que otro es su edad, la preocupación de los padres por su bienestar, y la
volatilidad del ambiente del hogar durante la primera infancia. 4
Toda pérdida es abusiva, ya se trate del resultado de una dinámica emocional disfuncional en el hogar o de un acto de Dios. Afortunadamente,
muchos niños golpeados por la tragedia imprevista, a diferencia de los que
proceden de hogares caóticos, son guiados a través de la pérdida y
compensados emocionalmente. Cuando el acontecimiento traumático se
ve mitigado por un ambiente lleno de cuidados y atenciones, sus efectos
no son tan profundos o duraderos.
Ahora sé, por mis propios años de terapia, que la pérdida que experimenté
durante mis primeros años como consecuencia de la depresión de mi
madre, fue mucho más devastadora que mi dolor por su muerte cuando
sólo tenía seis años. El primero fue un dolor constante que me roía las
entrañas y que yo no podía comprender y mucho menos hacer nada al
respecto. Ella estaba ahí, pero no parecía tener energía ni interés por mí.
¿Había acaso algo erróneo en mí? Pero cuando ella murió fui cuidado por
mis hermanos mayores, que me mimaron y me ofrecieron una tremenda
atención y simpatía. Exteriormente, fue un trauma mayor que el primero.
Pero ahora contaba al menos con amor y apoyo que suavizaron su
impacto.
Abuso emocional
El abuso emocional no suele mencionarse en la misma categoría que las
palizas o el incesto. Menos evidente o dramático, es más difícil de reconocer. Pero merece una atención especial por dos razones. Una es que se
trata probablemente de la forma más extendida de trauma infantil. La otra
es que, como se enmascara a menudo como cuidados y parece benigno,
puede ser particularmente devastador. Un padre al que jamás se le
ocurriría pegarle a su hijo, es capaz de hacerlo trizas con palabras; eso es
crítica elevada al nivel de violencia. Luego está «la pequeña hija de papá»,
el producto de un padre que le dice a su hija que es alguien especial y
hermoso, que la inunda de regalos y la lleva a almorzar a su club mientras
mamá se queda en casa. Eso es una violación emocional. Está también la
madre soltera que depende de su hijo para obtener la compañía que no
tiene de un compañero, que le dice lo grande y mayor que es, privándolo
así de la oportunidad de ser simplemente lo que es, un niño. O la hija que
cuida de su padre alcohólico, procurando que coma lo suficiente y llegue a
su hora al trabajo, que lo busca en los bares del barrio cuando no regresa a
casa. Eso hace brotar en el niño el sentimiento de cuidado latente por los
demás, que es inapropiado para su edad y que priva a la hija de los
cuidados que necesita para ser ella misma.
Charlotte recuerda vivamente cómo protegía a su padre alcohólico de la
rabia de su madre codependiente. Al faltarle todo sentido de sí misma y
ser dependiente del apoyo de su esposo inalcanzable, la madre de
Charlotte sólo sabía emplear la crítica y las quejas para estar en contacto
con su marido. En la vida de adulta, Charlotte descubrió que se sentía
atraída hacia una serie de hombres que no disponían de recursos para ella.
Se convirtió en su cuidadora, y ellos fueron la espina en su carne. Al
alternar entre la niña necesitada que llevaba dentro y su identificación con
la madre, llena de cólera, se ocupaba de los hombres que aparecían en su
vida, y los castigaba al mismo tiempo por su dependencia. Llegó a decir,
con tono despreciativo: «Cada hombre con el que salgo me acusa en algún
momento de humillarlo como hombre. Son todos tan pusilánimes». En un
nivel más profundo, era incapaz de comprometerse con ninguno de sus
pretendientes, debido a la lealtad inconsciente que sentía por su padre.
Walker se vio atrapado en un círculo vicioso de fracaso en el trabajo y con
las mujeres. Al recordar a su padre, implacablemente crítico, con sus
«inspecciones» cotidianas de las tareas de casa y preparación de las
comidas realizadas por su esposa, y de la habitación y los deberes
escolares de Walker, así como a su madre quejosa, adicta a las pastillas,
que nunca le protegía del abuso de su padre, se sintió incapaz de acercarse
a las mujeres «porque son muy débiles». A pesar de todo, atraído
inevitablemente hacia mujeres débiles, las cuidaba inicialmente de un
modo muy romántico. Inevitablemente, sin embargo, ellas terminaban por
«revelar» su impotencia e incapacidad para tomar decisiones, y entonces
él las criticaba brutalmente. Al principio, se guardaba sus opiniones para
sí mismo, al tiempo que mantenía un continuo diálogo interno acerca de
qué aspecto tenían, cómo se vestían, cuál era el tono quejoso de sus voces,
su falta de inteligencia y de gracia social, sus gustos chabacanos.
Lentamente, sus críticas rezumaban al exterior y entonces abusaba
verbalmente de ellas.
Un día, por ejemplo, realizó un viaje en coche con una mujer que, según
descubrió, era incapaz de leer un mapa de carreteras. Se sintió tan furioso
y criticó tanto los «débiles esfuerzos» de la mujer por orientarse, que ella
quedó en un estado de la más completa confusión y rompió a llorar. Sintiéndose culpable, él se volvió para consolarla y sólo se encontró «arañado
por una tigresa».
El abuso emocional es particularmente desconcertante porque la persona
que lo sufre se siente a menudo bien. El niño disfruta con las atenciones y
la confianza del padre, se siente de algún modo mayor y especial por haber
sido singularizado por mamá, papá o los hermanos. Situado en el papel de
compañero por el padre, el niño se siente halagado y culpable a la vez. Es
el único modo que conoce de sentirse querido y valorado, y de no verse
abandonado. Pero su desarrollo emocional quedará detenido en la infancia
y más tarde no será capaz de mantener una relación de igual a igual con
una persona adulta, sin sentir que está violando la lealtad hacia el
progenitor.
Por muy horrible que pueda parecer, a veces me parece preferible para la
recuperación del niño que haya sido golpeado o pateado. Muchos adultos
de los que se abusó emocionalmente no pueden y no quieren admitir que
lo que les sucedió fue abusivo, a pesar de que la repetición de esa misma
pauta en sus relaciones adultas les haga sentirse miserables. Este es el
abuso que parece indulgencia, en el que el progenitor se halla tan envuelto
en sus propias necesidades, que llega a sacrificar al niño con tal de
satisfacerlas.
¿A quién echarle la culpa?
En mi consulta veo a parejas procedentes de familias disfuncionales, que
representan sus traumas no experimentados, sometidas con frecuencia a
los mismos dolores, y reaccionando de la misma manera ante las heridas
de su infancia. Veo a la pareja adicta y codependiente, al que abusa tanto
como a la persona de la que se ha abusado.
En muchas familias abusivas parece haber una víctima y un torturador.
Quizá eso adquiera la forma de una alcohólica y su esposo que lo sufre
todo. O es el hombre el que golpea a su esposa y luego a sus hijos,
mientras ella se acobarda en un rincón y consuela en silencio a los niños
una vez que ha pasado todo. Parece fácil achacar la culpa de estas
situaciones, pero esa sería una actitud peligrosamente equivocada. Se
necesitan dos para crear este ballet pervertido. Lo que raras veces se
admite es que la esposa golpeada sólo conoce una forma de conseguir la
atención, la forma que aprendió de su propia madre, y que consiste en
provocar a su esposo distante y silencioso con una crítica implacable,
aunque quizá sutil, con quejas y rechazos hasta que éste termina por
explotar. Esa es la única estrategia que conoce la mujer para llamar su
atención, para que él esté accesible. La violencia del hombre es el único
comportamiento que ella reconoce como amoroso y cariñoso. Lo que está
sucediendo aquí es una reposición del progenitor inalcanzable y del niño
necesitado, de la dinámica de la persona que se aferra y del evitador,
llevada, eso sí, hasta su límite más disfuncional; es el comportamiento
definitivo entre maximizador y minimizador. Se trata de un sistema
intacto en el que ambas partes tienen algo que ganar de su intercambio. Lo
que tratamos como problemas sociales suelen ser a menudo dinámicas
psicológicas que se representan en el escenario del mundo.
Para solucionar los problemas es crucial considerar la dinámica de la pareja desde una perspectiva sin culpabilidades. El surgimiento de una
comprensión de la codependencia es un paso importante para reconocer la
responsabilidad compartida, en lugar de achacar la parte del león de la
culpa sobre el que golpea a la esposa o abusa de una sustancia. Abordar la
complicidad de la mujer pasiva/agresiva que provoca la cólera de quien la
golpea, la mujer sufrida que no abandona a su pareja ni defiende a sus
hijos, por muy poco simpático que nos parezca, supone recorrer un largo
camino hacia la reevaluación de la improductiva «pobre víctima» y del
«terrible torturador».
Una pareja a la que veía demostró la situación de víctima/atormentador en
que se encontraban. Ella estaba furiosa, llena de heridas, culpa y vituperación porque su esposo había tenido una relación extramatrimonial. Lo
que no podía ver era que, durante dos años, él le había estado diciendo,
como ella misma admitió, que se sentía herido y solo, poco querido, y que
ella no parecía desear sus insinuaciones sexuales. Mientras la mujer
continuaba conteniendo sus afectos, él se mostraba más y más exigente.
Pero por mucho que rogara, engatusara y amenazara, el hombre no
lograba llamar su atención; al ponerse más agresivo, ella sintió más
repugnancia y se apartó todavía más.
Un día, la mujer lo encontró en la cama con su mejor amiga. Eso fue un
acto de desesperación por parte del hombre, y ciertamente se equivocó al
dejarse arrastrar por sus propias frustraciones, pero logró transmitir por fin
su mensaje. Si sólo hubiera deseado sexo o compañía, podría haber mantenido una relación discreta sin ningún problema. Pero su inconsciente le
impulsó a un acto precipitado que ella misma provocó. Más tarde, él se
mostró profundamente apenado y arrepentido, y pidió disculpas, pero no
era más que un hombre desesperado que ya había agotado todas sus
estrategias. Ella tenía derecho a sentirse furiosa, pero prefirió representar
el papel de víctima y todavía no puede comprender cuál es el papel que ha
jugado en todo este drama. No logra admitir que su propia inaccesibilidad
emocional ante su esposo se hallaba relacionada de alguna forma con el
hecho de que él mantuviera una relación extra matrimonial.
Para alcanzar una verdadera comprensión del comportamiento
disfuncional, tenemos que considerar más profundamente lo que está
sucediendo cuando un hombre golpea a su esposa, o cuando ella conspira
para provocarlo. Quiero volver a introducir aquí mi vieja frase: lo que
todos queremos es sentirnos plenamente vivos. Deseamos recuperar
nuestros sí mismos perdidos, volver a encontrar la alegría y el placer, ser
enteros. Nuestro objetivo es recuperarnos a nosotros mismos. La pareja de
la que he hablado anteriormente intenta, aunque de una forma mutilada y
contraproducente, conseguir lo que cada uno necesita para ser él mismo,
para empezar a poner en marcha sus baterías amortiguadas.
La violencia, el abuso de sustancias, la provocación, el retraimiento depresivo, son todos reacciones frustradas, coléricas e inapropiadas ante la
impotencia. La gente que tiene la sensación de haber causado un impacto,
de que se le escucha, de que dispone de los medios para conseguir lo que
desea, no tiene necesidad de recurrir a la violencia, ni se siente deprimida.
Los estudios demuestran que la hiperagresividad no se halla conectada
con el poder, sino con la ausencia del mismo, y que el logro del verdadero
poder hace que la persona sea menos combativa. Los adolescentes
delincuentes y los criminales violentos proceden casi sin excepción de
hogares problemáticos.
La privación del amor es igualmente devastadora. La privación del placer
físico, la falta de amor y de afecto, la inhibición de la sexualidad, también
conduce a la violencia. Las culturas sexualmente represivas reverencian a
menudo la gloria militar. Típicamente, quienes maltratan a los niños han
tenido vidas notablemente privadas de placer. Un estudio efectuado en la
Universidad de Colorado demostró que sólo unas pocas de entre cien
madres que maltrataban a sus hijos habían experimentado alguna vez el
orgasmo y que los padres, en general, informaban de tener vidas sexuales
empobrecidas.5
¿TIENE CULPA EL NIÑO?
Sólo el niño es inocente de toda culpa. Él no tiene ninguna necesidad de
mantener contacto sexual con su padre, de que le golpeen para
experimentar placer, o de enfrentarse a su autoimagen. Lo único que hace
es adaptarse a un sistema del que tiene la sensación de que le protege de la
muerte, que le mantiene conectado con el padre, y al que no ve ninguna
otra alternativa. Pero eso es un acto inconsciente de autotraición por el que
pagará más tarde. Su comportamiento pasa a formar parte de una respuesta
de supervivencia a la que se habitúa, petrificada en la adaptación del
carácter y en la rígida convicción de que no se ve fácilmente alterada por
la experiencia contradictoria de la vida. Percibe cualquier nuevo ambiente
de idéntica forma que aquel del que procedió. Robóticamente, responderá
a la nueva situación con el comportamiento que le permitió sobrevivir en
el hogar. Quizá eso signifique someterse al abuso, porque observó que esa
era la mejor manera de sobrevivir. O se convierte en el que abusa por esa
misma razón. El niño suele identificarse con el comportamiento de uno u
otro de sus progenitores que le parece tiene un mayor valor para la
supervivencia. Puede llegar a la conclusión de que «si replicas, te matan»;
con la misma facilidad, puede razonar que «si no replicas, te matan».
Ninguno de esos dos comportamientos cambia con efectividad su
situación, pero no tiene gran cosa donde elegir.
Adicionalmente, vemos implicado a menudo un componente de género.
La hija observa que la condescendencia sumisa de su madre parece
disminuir la gravedad del comportamiento abusivo del padre. Llega
inconscientemente a la conclusión de que ese es el papel de la mujer;
imagina que su madre sobrevive porque es más inteligente para protegerse
a sí misma de nuevos daños. El hijo quizá piense que su padre es
mezquino y horrible por pegarle a su madre, pero para él está claro que se
sale con la suya y que no es herido.
Los papeles, sin embargo, también pueden cambiar en un contexto alterado. Una mujer a la que se maltrató puede hacer hasta lo imposible por
elegir a un compañero plácido y pasivo. Pero entonces se comporta
agresiva y abusivamente con él, ya que la pasividad del hombre le parece
tan frustrante como lo fue la suya propia ante su padre. En la dinámica
familiar existe con frecuencia un triángulo: el torturador, la víctima y el
rescatador. Pero los personajes pueden intercambiar sus papeles,
moviendo el triángulo en relación con el comportamiento de los demás.
Por muy inocente que sea el niño, sin embargo, el adulto que asume la
responsabilidad de una pareja o de la educación de unos niños, tiene que
dominar su propio comportamiento, por muy enraizado que se halle el
trauma infantil sobre el que no tuvo control alguno. Y el primer paso
consiste en reconocer la disfunción familiar y su impacto sobre sus
relaciones actuales.
¿Procede usted de una familia disfuncional?
Son muchos los niños de familias problemáticas que crecen con alguna
conciencia de que algo andaba gravemente mal en el hogar. Algunos se
pasan años tratando de comprender lo que les ocurrió, y de deshacer el
entuerto. Los hay que no pueden afrontar el dolor de enfrentarse cara a
cara con su pasado, y prefieren evitar toda intimidad que pueda volver a
ponerles en peligro. Otros, sin embargo, pasan por la vida situados en el
extremo de dar o recibir dolor, con su vivacidad subvertida en un
comportamiento limitado y unos hábitos que confían en que prevendrán la
crisis, sin darse cuenta de que sus pasados han emponzoñado sus
presentes.
Pero la ignorancia no es una bendición. El alcohol y las drogas, o el
comportamiento compulsivo como el trabajo o el juego obsesivos sólo
enmascaran el dolor, y eso es algo que no pueden hacer sino
temporalmente, hasta que el castillo de naipes se derrumba y quedan
destrozadas la propia vida y las relaciones. La única forma de salir del
atolladero es cruzándolo. No se puede encontrar curación posible mientras
la verdad no salga a la luz. Veamos algunas de las características que
comparten las familias disfuncionales.
1. Hubo reserva y negación
No es sólo el dolor de una infancia disfuncional lo que hace difícil
afrontarlo. A menos que el problema fuera tan grave que llegara a hacerse
público, como en un caso de asesinato, de un padre que se cae de borracho,
o de un altercado físico que hizo necesaria la presencia de la policía, la
reserva, la negativa y la desviación son características de un ambiente
hogareño tóxico. Esto tiene varias implicaciones. Significa que aquello
que andaba mal, el incesto, la violencia, el alcohol, era algo de lo que no se
hablaba, y el niño no estaba seguro acerca de la validez de su propia
experiencia. Prisionero del encubrimiento familiar, terminó por participar
en la mentira. Si trataba de llegar a la verdad, de articular lo que estaba
sucediendo, se convertía en un marginado.
Los adultos de las familias disfuncionales se enfrentan a menudo con una
barrera amnésica en todo lo relativo a sus infancias; se hallan separados de
una conciencia interior de su propio trauma. Si no puede usted recordar su
infancia, probablemente tuvo una niñez que no puede soportar el recordar.
Y, a la inversa, es posible que idealice su infancia, aunque sus recuerdos
entran en conflicto con las pruebas que demuestran que su vida y sus
relaciones actuales no funcionan; su infancia fue tan mala que sólo puede
recordar lo bueno. Si sólo recuerda lo malo de su infancia, eso es también
una defensa. Los niños de hogares totalmente tóxicos se encuentran en su
mayoría encerrados en instituciones, ya se trate de cárceles o de bares, o
bien han muerto. Si ha permanecido usted lo bastante intacto como para
comprar este libro, quiere decir que hubo un cierto nivel de funcionalidad.
En mi familia, la excesiva funcionalidad formó parte de nuestra disfunción. Mi padre había muerto y al morir mi madre cuando yo tenía seis
años, dejando a nueve huérfanos, no hablamos mucho al respecto. No es
que se tratara de un secreto, pero nadie hablaba del tema, ni lloraba por lo
ocurrido. Nos limitamos a trabajar desde la salida hasta la puesta del sol, a
rezar y a ocupar nuestro tiempo. No nos permitimos llorar la pérdida de
nuestros seres queridos, ni reconocimos el dolor de nuestra pérdida. Yo
pagué esa negativa con una serie de relaciones con mujeres deprimidas
que «encubrieron» mi propia depresión no reconocida, mientras que las
criticaba por su propia infelicidad.
2. Tiene un sentido distorsionado de sí mismo
Privados de su infancia, no vistos por quienes son, los niños de familias
disfuncionales experimentan extremos de abandono o de sobreprotección.
Al no verse nunca reflejados, al ver subordinadas sus necesidades a las de
la familia, negándoseles así la habilidad para desarrollar una identidad
característica, forjan en su lugar personajes o papeles que les ayudan a
afrontar la situación.
La moderación y las actitudes apropiadas son extrañas para el niño traumatizado: el efecto minimizador/maximizador funciona a pleno
rendimiento. El adulto siente que no tiene valor alguno, o tiene un sentido
exagerado de su propia importancia. Sus límites son demasiado sueltos o
tan constreñidos que llegan al punto del ahogo. O se adapta en exceso,
admitiéndolo todo y a todos, o se rebela contra cada una de las exigencias
que se le plantean. Al niño traumatizado le faltan modalidades para
solucionar problemas porque reacciona antes que actúa. El impulso y el
instinto se superponen al pensamiento y a la planificación. Incapaz de
experimentarse a sí mismo con exactitud, sin exageración o disminución,
no sabe lo que quiere y tampoco cuenta con las herramientas para
conseguirlo.
Aquí también actúa un componente de género que complica las cosas. La
presión que se ejerce sobre un muchacho para que sea fuerte va unida a la
negativa, lo que intensifica su retraimiento. La cultura también refuerza su
tendencia a ser un abusador. La formación de una mujer, tendente a que
tenga sentimientos, exacerba su hipersensibilidad ante lo que la rodea. Y
la cultura estimula su tendencia hacia la codependencia.
Las pautas vitales se ven restringidas e inhibidas, gobernadas por reglas y
temores no reconocidos, por convicciones rígidas, por pensamientos
mágicos y sentimientos de separación. El niño interior fue abandonado a
la causa de la supervivencia, pero ese mismo niño grita para llamar la
atención.
En cierta ocasión le pregunté a una dienta por qué continuaba explotando
ante su pareja. Al principio, ella acusaba al otro por su comportamiento y
afirmaba que merecía el abuso al que lo sometía. Al presionarla más, le
pregunté en qué medida le servían aquellos episodios de conflicto, pero la
mujer seguía sintiéndose perdida. Le indiqué entonces que todo comportamiento tiene un propósito: impide enfrentarse con una realidad que es más
terrorífica que la terrible situación que se crea. «Si acude usted a la tienda,
por mucho que le disguste hacerlo, eso impide que se muera de hambre.»
Dije esa frase sólo a modo de ilustración. Entonces, ella comprendió de
qué se trataba. «Es la única manera que encuentro de mantener su
atención. Si soy amable y no le molesto, me ignora. Cuando me altero y
estoy llena de culpa, él se me enfrenta y tengo la sensación de que
participa. El dolor del enfrentamiento es más soportable que el verme
ignorada. En esa última situación tengo la sensación de que voy a morir.
No conozco ninguna otra forma de acercarme a él.»
3. En sus relaciones se ha visto obsesionado por el espectro de los
problemas de su hogar infantil
La fuerza de atracción que conduce a repetir las pautas de la infancia en
sus relaciones es especialmente irresistible para el niño traumatizado,
cuya rigidez y sistema de convicciones fijas condicionan la visión acerca
de lo que puede esperar en una relación. Por defectuosos que sean nuestros
modelos de relación, son los únicos que conocemos. La experiencia tiene
que corregirse con la experiencia y es inevitable que gravitemos hacia el
ambiente de la infancia, en un intento por curarnos. Pero puesto que nos
faltan las herramientas para la intimidad, ya sea porque somos
excesivamente dependientes o excesivamente distanciados, y puesto que
nuestros circuitos internos se hallan enraizados en el pasado, no estamos
en condiciones de afrontar las realidades del presente o de encontrar
soluciones.
4. Raras veces experimenta alegría o placer
Por muy difícil, estresada o complicada que sea la vida, la mayoría de la
gente puede reírse ante un chiste, disfrutar con un buen baño o escuchando
contar una historia a un amigo, sentir placer al observar la puesta de sol o
al hacer el amor. No obstante, la anhedonia (la incapacidad para sentir
placer) no es nada insólita en quienes proceden de familias disfuncionales.
El padre de Timothy era un alcohólico y un adicto al trabajo, y su madre,
aunque ataviada siempre en sus ropas de «persona» y con el maquillaje
para mantener el «buen nombre» de la familia en la comunidad, se sentía
crónicamente deprimida. El propio Timothy se convirtió en un adicto al
trabajo y hacia los veinticinco años se entregó a las drogas, después de su
estancia en Vietnam. Acudió a la terapia en respuesta a la queja de su
novia de que nunca le pedía relaciones sexuales. Timothy dijo no tener
nunca ninguna sensación placentera durante el coito, de modo que no se
sentía muy interesado. Afirmaba que desde que dejó las drogas no
disfrutaba de nada, ni la comida, ni la bebida, el sexo o el juego. Su única
pasión era el trabajo, de modo que llegó a la conclusión de que su
compulsión había sustituido a las drogas como una forma de anestesia.
Timothy y otros como él han perdido el contacto con su propia energía
vital, que nos proporciona el placer más exquisito de todos. Para el adulto
traumatizado no hay placeres «sencillos». Obstaculizado en su capacidad
para sentir placer, así como pánico, sólo el ejercicio intenso y compulsivo,
la bebida, el ir de compras, la comida, el sexo o el peligro, acompañado a
menudo por la bebida o las drogas, despierta los dormidos receptores del
placer.
5. Es usted un adicto
Si bebe o toma drogas, juega, trabaja dieciséis horas al día, hace ejercicio
o come de modo compulsivo, está llenando un vacío agujero negro que
amenaza con tragarle, y lo hace de la única forma que sabe hacerlo. Lo
más probable es que proceda usted de un hogar disfuncional.
¿Cómo puedo romper la pauta?
El camino que conduce a una relación amorosa y consciente no es diferente para alguien que procede de una familia disfuncional que para
alguien menos gravemente herido. Tiene que examinar con valentía su
niñez, utilizando para ello los cuestionarios de los capítulos 5 a 7. Los
ejercicios de la quinta parte, dirigidos hacia el cambio de las pautas de
comportamiento, también le vendrán bien.
Pero el proceso será más prolongado, duro y doloroso. Hay muchas más
cosas que curar, y el niño perdido se halla más profundamente enterrado.
La negativa del pasado es más fuerte y el temor de afrontarlo es mucho
mayor. Las convicciones y el comportamiento son más rígidos. La cólera
y la tendencia a desviar las culpas son mucho mayores. La vergüenza
puede experimentarse como algo paralizante. Pero usted, especialmente,
tiene que reconocer el daño que se le ha hecho, expresar su cólera y ser
capaz de desprenderse de la culpa... de sí mismo y de sus cuidadores.
Rendirse al proceso es esencial.
No hay forma de soslayar esto. No puede evitar el elegir parejas con los
problemas devastadores que experimentó en su hogar de la infancia.
Después de mis conferencias, sucede muchas veces que se me acercan
personas angustiadas porque he dicho que están destinadas a repetir los
devastadores problemas de su niñez. «¿No existe alguna forma de evitar
que me case con un alcohólico (o con alguien físicamente abusivo o
emocionalmente frígida)? ¿No es suficiente con haber acudido a la
terapia, con haber asistido fielmente a las reuniones de alcohólicos
anónimos?». Me resulta desgarrador decirles que el trabajo que realizan
tiene un tremendo beneficio para ellos, pero que no pueden evitar los
problemas y que, de hecho, necesitan afrontar esas mismas dificultades
como adultos para poder curarse. Tengo que decirles: «Lo único que
pueden esperar es encontrar a alguien que sea consciente de sus problemas
y esté dispuesto a hacer, junto con usted, el duro trabajo necesario para
curar».
Me he encontrado con clientes que me han dicho que en sus reuniones de
alcohólicos anónimos se han sentido tentados a abandonar a sus cónyuges
crónicamente ebrios. Eso supone una apabullante ignorancia. La idea de
usar y tirar al cónyuge problematizado es peligrosa y destructiva. Los
problemas de relación presentan una dinámica entre dos personas:
mientras no se sea perfecto, no se encontrará a un cónyuge perfecto. Si no
se corrige el propio comportamiento codependiente, se elegirá a una
pareja abusiva. Mientras se sea un adicto, la única pareja que encontrará
será a alguien codependiente.
El deseo de escapar de una relación problematizada es un impulso humano
comprensible. Hay muchas ocasiones en las que yo mismo deseé alejarme,
estar simplemente solo durante un tiempo, disponer de un respiro en el
enfrentamiento con el conflicto, la mala voluntad y las riñas cotidianas
que surgen en cualquier relación. Pero la relación, en sí misma, siempre
constituye una parte vital de la cura. Es el ambiente en el que se puede
experimentar el trauma inicial, afrontarlo e integrarlo, de modo que pierda
su poder para causar dolor. Echar a correr no soluciona nada; finalmente,
los mismos problemas terminan por aparecer a lo largo del camino. Desde
mi punto de vista, los criterios para abandonar a un cónyuge son pocos,
independientemente de la gravedad del conflicto. Cuando está claro que el
otro no es consciente de sus inquietudes, o no está dispuesto a hacer nada
al respecto, no existe probablemente ninguna forma de salvar la relación.
Sé que ese es a menudo el caso allí donde existe un abuso crónico o una
adicción. No obstante, cuando el adicto o el que abusa está dispuesto a
reconocer el problema y trabajar para solucionarlo, creo que debería
hacerse el intento por salvar la relación.
Su conciencia y su intención supondrán toda una gran diferencia. Tiene
usted que rendirse al proceso, y tener fe en que sus esfuerzos le permitirán
avanzar hacia la plenitud. Le animo a hacer todo lo que pueda ahora por
ser consciente de su pasado, por encontrar un ambiente de apoyo en el que
pueda abrir sus heridas, por horribles que sean, y empezar a sentir la
experiencia que ha estado reprimida durante tanto tiempo. Efectúe todos
los cambios propios que pueda, a través de la terapia, de un programa de
doce pasos y de algunos de los ejercicios indicados en la quinta parte.
Como quiera que el trauma se encuentra tan a menudo encerrado en el
cuerpo, las personas que proceden de familias disfuncionales se
benefician a veces del trabajo físico terapéutico, como un masaje
profundo o cualquier otro tipo de terapia física. A juzgar por la
experiencia que he tenido con parejas problematizadas, también es posible
que les prescriban una medicación a corto plazo, bajo la supervisión de un
médico. He visto parejas tan atrincheradas en su comportamiento que ha
sido imposible hacer progreso alguno en la terapia hasta que uno, o a
veces los dos toman la medicación adecuada para desescalar su
exageración y atemperar sus respuestas que ponen los pelos de punta, de
modo que puedan hallarse emocionalmente accesibles al trabajo sobre sus
relaciones. El trabajo se tiene que hacer de todos modos; la medicación no
hace que desaparezcan los problemas. La paranoia sigue instalada ahí, lo
mismo que las ilusiones y los temores al abandono, pero se reduce la
intensidad del «nivel de combate», que es paralizante y amenazadora para
la vida. Los dos miembros de la pareja pueden sentirse entonces normales
y disponer de un espacio de respiro para mirar hacia dentro, sin tener la
sensación de que se ahogan.
Aunque quizá exija un gran esfuerzo y valor, todo lo que consiga ahora le
situará en posición de atraer a una pareja más sana, a alguien que también
tiene graves problemas que afrontar, pero que está disponible para trabajar
sobre esos temas.
Notas
1. Patricia Love, The Emotional Incest Syndrome: What to Do When a
Parent's Lave Rules Your Life, Bantam Books, Nueva York, 1990.
2. Daniel Goleman, «A Key to Post-Traumatic Stress Lies in Brain
Chemistry, Scientists Find», The New York Times, 12 de junio de 1990,
pág. Cl.
3. Ivor Browne, «Psychological Trauma, or Unexperienced Experience»,
Re-Vision, vol. 12, núm. 4, primavera de 1990, págs. 21 y ss.
4. Judith S. Wallerstein y Sandra Blakeslee, Second Chances: Men,
Women and Children a Decade After Divorce, Ticknor & Fields, Nueva
York, 1989.
5. Judith Hooper y Dick Teresi, «Sex and Violence», Penthouse, febrero
de 1987, págs. 41 y ss.
Muchos estudios han establecido la relación entre la privación del placer y
la violencia, con la sugerencia concomitante de que la intensificación de lo
primero o la satisfacción de la necesidad disminuirá lo segundo. Aunque
es cierto que la frustración de la necesidad conduce a menudo a la
violencia, hay pocos estudios que demuestren la correlación entre la
privación del placer y la apatía/desesperación. La correlación entre la
privación del placer y la violencia es la polaridad con respecto a la
correlación entre privación del placer y apatía. Una vez más, vemos las
dos respuestas como deficitarias: el maximi/ador que responde
recluyéndose en sí mismo, con enfermedad y depresión; el minimizador
que explota con violencia y rebelión. No oímos hablar tanto de la
correlación entre privación y apatía porque la violencia ocupa más
titulares en los medios de comunicación y provoca estragos más
evidentes, mientras que la apatía y la desesperación son más fáciles de
ignorar. Considero esto como desafortunado ya que, estadísticamente, la
relación entre privación del placer y apatía afecta a muchas más personas,
implica a muchas más instituciones y tiene un impacto económico mucho
mayor que su polaridad.
También estoy en desacuerdo con la premisa de que el placer/satisfacción
de la necesidad es la cura adecuada para la violencia o la apatía. ¿Por qué
tiene que ser así? A partir de mis estudios con las parejas, he aprendido
que no existe una correlación sencilla entre la privación de la necesidad
que se produjo en la infancia y su satisfacción en la edad adulta. Ello se
debe a que cuando una necesidad se ha visto frustrada durante mucho
tiempo, es la necesidad misma, y no la privación lo que se convierte en un
peligro psíquico para el individuo. La persona sólo sabe cómo vivir sin la
necesidad. En consecuencia, la psique se defiende a sí misma a través de la
violencia o la apatía, como reacción ante la frustración de la necesidad.
Perversamente, la violencia o la apatía sirven para proteger la psique
contra la gratificación de las necesidades que considera como peligrosas o
aborrecibles.
Estas defensas se convierten en parte de la estructura del carácter, y están
diseñadas para mantener la homeostasis del sistema. La propia necesidad,
si permanece consciente, se convierte en aversiva y detestada, o puede
llegar a ser negada por completo, eliminada de la conciencia. En cualquier
caso, se evita y se sabotea su gratificación directa. (Véase la referencia al
odio contra sí mismo, en la página 287).
Adicionalmente, tanto la violencia como la apatía pueden ser reacciones
modeladas según los comportamientos observados de las personas
significativas en la infancia, incorporados después a la estructura del
carácter como respuestas aprendidas. Tanto si tienen una base dinámica
como si son aprendidas de otros, se trata de mecanismos de adaptación
que sólo se pueden cambiar mediante la conciencia y la intencionalidad.
No conducen al paradigma de estímulo/respuesta.
Tercera parte
La Imago
Rompecabezas
infantil
II:
Socialización
9. «Por tu propio bien»
Los mensajes de la socialización
Esto por encima de todo: sé fiel a ti mismo.
POLONIO, en Hamlet
Acabamos de hablar sobre las necesidades insatisfechas de la infancia,
que surgen a partir de una educación inadecuada en nuestros primeros
años, y de cómo influye eso sobre el tipo de persona hacia la que nos
sentimos atraídos. Saber esto es una preparación importante para el viaje
del amor, pero hay otro aspecto importante de nuestra infancia que debe
usted comprender para que el conocimiento de su sí mismo sea más
completo y para profundizar en sus preparativos.
La forma en que hayamos sido nutridos o educados no es más que un ingrediente en la compleja receta de nuestra Imago, esa imagen interior del
sexo opuesto que nos guía como un instrumento propio hacia nuestra pareja futura. Pues aunque fuimos alimentados, acunados y protegidos del
peligro, nuestros cuidadores también se hallaban enfrascados en otras actividades adicionales que tendrán un peso igual sobre nuestra elección de
pareja. Nuestros padres nos educaron según las normas del mundo en que
vivimos, para que podamos estar seguros fuera de las paredes del hogar.
Así, fuimos socializados.
Como ya habrá podido comprenderse a estas alturas, la distinción entre
educación y socialización es a menudo difusa, ya que se trata de procesos
paralelos, pero superpuestos. Aunque la educación es un proceso interno,
privado y personal, relativo al calor y la disponibilidad de nuestros
cuidadores, la socialización es externa, y se ocupa de nuestra interacción
con el mundo exterior. Al empezar a responder a nuestro ambiente, al
caminar, hablar y explorar, nos vimos bombardeados por mensajes, a
través de la enseñanza y el ejemplo, la alabanza y el castigo, las reglas y
los modelos de rol. Esos mensajes nos indicaban con exactitud lo que
debíamos hacer y decir, hasta dónde y con qué rapidez podíamos caminar,
qué era y qué no era permisible sentir, pensar y hacer. Se nos dijo incluso
cómo relacionarnos con nuestros propios cuerpos. Se trazaron así las
líneas de la aceptabilidad.
En los tres capítulos que siguen examinaremos cómo se vieron moldeadas
nuestras personalidades por esos mensajes de socialización, de modo que
reprimimos ciertos aspectos esenciales de nosotros mismos y desarrollamos una apariencia falsa que esperamos sea aceptada y querida por los
demás. Veremos cómo, del mismo modo que elegimos parejas que tienen
similares heridas y defensas complementarias, también escogemos parejas
que son capaces de expresar aquellos rasgos que nosotros reprimimos.
EL NIÑO SOCIAL
Este proceso de ser configurados en seres sociales se lleva a cabo bajo la
directriz de la supervivencia. Pero mientras que las habilidades de la supervivencia biológica parecen ser instintivas, como un legado genético de
nuestra historia evolutiva, la supervivencia social es algo aprendido. Las
madres y los padres son los representantes de la sociedad, encargados de
la responsabilidad de procurar que sus hijos acepten y sean aceptados por
su medio ambiente. Sus objetivos e intenciones son honorables: proteger
al niño de las fuerzas exteriores que puedan causarle daño. La premisa de
la socialización es doble: por un lado, que la sociedad es peligrosa para el
niño y, por otro, que el propio niño constituye un peligro para la sociedad
si no es configurado de una manera adecuada. Sólo a través de la
institucionalización de medidas limitadoras puede protegerse la sociedad
del salvajismo natural, de la libre expresión de la energía vital del niño.
Como criatura salvaje de la naturaleza que es, tiene que ser domesticado
para vivir en el zoo. Con ello se nos dice: «Los animales de ahí fuera están
entrenados, y tú no lo estás. Si no aprendes a llevarte bien con ellos, te
matarán o, en el mejor de los casos, te marginarán».
Todos los sistemas sociales ven al individuo como peligroso y lo constriñen como les parece necesario. No obstante, el método utilizado para
constreñirlos difiere según la filosofía cultural, ya se trate de la creencia en
una teología del mal inherente, una teoría del individuo como egoísta, o
una ideología política que designa a algunas personas como desiguales en
virtud de su raza, sexo o clase. Sea cual fuere la justificación, todos esos
puntos de vista confluyen en la conclusión de que tenemos que ser
domesticados si deseamos encajar en la sociedad y no al contrario. Puesto
que esa domesticación exige una modificación de nuestro sí mismo
original, nos sentimos inevitablemente heridos en el proceso.
Pero la configuración del individuo no es necesariamente maligna.
Nuestra fuerza vital es moralmente neutral y se halla entregada a su propia
supervivencia; no sabemos inherentemente cómo vivir con los demás y
permitir que los demás vivan con nosotros. Todas las criaturas, desde los
arrendajos azules hasta los chimpancés, viven en un colectivo; la
socialización es responsabilidad de los progenitores a todos los niveles.
Debido a nuestra plasticidad y complejidad, los humanos tenemos que ser
dirigidos y moldeados para convertirnos en seres sociales constructivos,
para preocuparnos por los demás y por el colectivo del que formamos
parte. Es necesario para nuestra supervivencia.
El daño se produce como resultado del método y de la ideología que lo
informa. Desgraciadamente, ninguna sociedad ha imaginado todavía una
forma de preservar la totalidad de cada persona e integrarla al mismo
tiempo en el colectivo, sin reprimir aspectos esenciales del sí mismo y sin
disminuir su plena vitalidad. Hasta que no lleguemos a ese nivel de
evolución ilustrada, seguirá siendo grande el potencial para causar
heridas.
Irónicamente, buena parte del daño lo causan precisamente aquellos que
más desean protegernos. Nuestros padres son los hilos conductores de las
normas sociales imperantes. Pero ellos mismos llevan consigo las heridas
de su propia socialización, como productos secundarios de una vida
repleta de toda clase de peligros, creencias y decepciones, que son, con
frecuencia, los restos de una educación rígida o difícil. En consecuencia, y
de un modo consciente o inconsciente, nos transmiten inevitablemente sus
propias heridas, y sufrimos el destino de sus limitaciones. Al actuar según
su propia creencia inculcada de que la conformidad redunda en el mejor
interés del niño, es raro el progenitor que se da cuenta de los peligros
potenciales y lo protege activamente contra la pérdida del sí mismo;
todavía más difícil es que se estimule la singularidad del pequeño. Por otra
parte, nuestra sociedad, que hace un flaco servicio a la autonomía y
dignidad del individuo, no es precisamente un dechado de tolerancia,
flexibilidad y paciencia para la idiosincrasia. La naturaleza se halla
sesgada por naturaleza hacia la protección del bien colectivo, y valora la
aceptabilidad y la conformidad como valores para la mayoría.
EL PRECIO DE LA SOCIALIZACIÓN.
«Por tu propio bien» es el grito de batalla de la socialización. Pero la
conformidad se cobra un precio alto. La naturaleza, y la tragedia de la
socialización es que empequeñece nuestra individualidad al servicio de la
supervivencia, censura y propone nuestros pensamientos, acciones y
sentimientos. En su celo por homogeneizarnos, de modo que nos
adaptemos, nuestros cuidadores no logran mantenernos en nuestra
totalidad. Fuimos hechos para el éxtasis, pero nuestro sentido de estar
plenamente vivos tiene que ser atemperado, se tiene que controlar nuestra
energía desatada y amortiguar nuestra espontaneidad. «No puedes tener
todo de ti mismo y vivir en este mundo», nos dicen. Se trata de un
insidioso proceso de invalidación en el que entregamos fragmentos de
nosotros mismos para sobrevivir.
No obstante, y puesto que tenemos un impulso innato hacia la totalidad, la
compulsión por recuperar nuestro verdadero sí mismo nos persigue implacablemente a lo largo de toda nuestra vida. Así como el grado y tipo de
herida que llevamos con nosotros por la forma en que fuimos educados
varía según nuestras circunstancias, la forma en que somos socializados
también puede influir. Y, en un grado menor, pero no por ello menos
significativo, la forma en que fuimos socializados afecta a nuestra Imago.
Al comprender cómo se violó nuestra totalidad, cómo se nos podó y se nos
privó, y cómo afecta esa herida a nuestras relaciones, podemos empezar a
reparar el daño causado.
ACALLAR EL NÚCLEO ENERGÉTICO
Para comprender cómo funciona el proceso de socialización observe la
figura B. El círculo representa el «núcleo» energético de sí mismo y el
mundo «exterior»: naturaleza, sociedad, el inconsciente colectivo. Por el
bien de la simplicidad, prefiero dividir el sí mismo nuclear en cuatro
funciones. Esas funciones son los caminos de conexión con el mundo
exterior: pensamiento, sentimiento, percepción y actuación. Mientras
nuestros pensamientos sean libres, fluyan nuestros sentimientos, las
percepciones de nuestros sentidos físicos permanezcan intactas y nuestros
músculos sean flexibles, tenemos pleno acceso al mundo exterior y a
nuestra experimentación interna. Nuestras fronteras están abiertas, y la
energía puede fluir libremente para entrar y salir: somos enteros. Pero
todas estas funciones son objetivos de la socialización y en el proceso de
adoctrinamiento de la vida vemos desafiada nuestra totalidad a cada paso
que damos.
Para cuando llegamos a ser adultos, hemos hecho lo que se nos ha dicho y
erigido vallas en lugares estratégicos, destinadas a controlar el flujo de la
energía. Dependiendo de aquello que se estimuló en nosotros y de lo que
se nos prohibió, cerramos selectivamente nuestras fronteras, de modo que
la energía se ve dificultada en su flujo hacia algunos ámbitos de nuestra
psique. Nuestra conexión con el exterior se vio rota, distorsionada y
desvitalizada, y nuestras interacciones con el mundo se hicieron limitadas
y rígidas. En la medida en que nos veamos separados de aspectos de
nosotros mismos, en esa misma medida nos vemos separados de los
demás y del cosmos. La consecuencia es una percepción de separación o,
en un caso extremo, de alienación y soledad.
En mi consulta veo innumerables ejemplos de la censura selectiva de la
socialización. Alice es una cantante muy expresiva que lo siente profundamente todo, pero se arma un verdadero lío a la hora de equilibrar su cuenta
bancaria. Cuando su contable trata de explicarle qué son los impuestos, se
muestra agitada y confusa. Alice no puede pensar. Susan, hija de un profe-
sor universitario, ha alcanzado éxito como empleada de un banco de inversiones, pero no experimenta placer alguno en las relaciones sexuales y
nunca ha tenido un orgasmo. Para ella, un masaje es la cumbre de la
autoindulgencia. La anestesia que sufre su cuerpo es tan amplia que
apenas si nota el dolor cuando se hace daño a sí misma. Las funciones de
percepción de Susan están muy amortiguadas. George es un mago de las
computadoras, pero nunca puede relajarse y tiene dificultades para
demostrar afecto. Es tan frío como un témpano, nunca grita y se
enorgullece de que nada consigue alterarlo. No es nada extraño que las
mujeres que ha habido en su vida le consideren como un hombre frío, y
critiquen su sexualidad, tachándola de mecánica. George tiene
amortiguada la función de los sentimientos. Harry es un hombre fofo; dice
que detesta el ejercicio y resulta difícil hacerle caminar unas pocas
manzanas. Se muestra muy torpe y desanimado en la pista de baile, y
mueve su cuerpo como si fuera a romperse. Harry se halla separado de la
acción espontánea.
Mientras que la energía fluye más libremente en aquellos ámbitos en los
que nos vimos menos restringidos, el exceso de energía sobrante de las zonas bloqueadas, al no tener adonde ir, se desvía hacia las funciones más
accesibles, creando canales sobrecargados. Así, quedamos como
desfigurados. El resultado son ciertos tipos de personalidad muy comunes:
el pensador su-perdesarrollado siente poco, el que siente de una forma
dramática apenas si puede pensar lógicamente, el que practica deporte
compulsivamente no lee nunca, el muy intuitivo nunca puede hacer
planes.
Captar el mensaje
Los mensajes de la socialización se nos comunican de muchas formas,
tanto explícitas como implícitas. Hay cosas que pueden y no pueden
hacerse, cosas que se deberían hacer y cosas prohibidas, acompañadas por
elaboradas jerarquías de castigos y premios, invectivos y ánimos. En
algunos casos, y en algunas familias, la táctica que se sigue es bastante
evidente: se grita y se chilla, se lanzan amenazas directas, se castiga y se
imponen reglas rígidas. Pero, durante la mayor parte del tiempo, el
proceso mediante el que aprendemos lo que se espera de nosotros es
mucho más sutil y lo impregna todo. Es similar a la osmosis, en la medida
en que absorbemos nuestras lecciones simplemente porque somos
criaturas sensibles, escuchamos y vemos todo lo que hacen nuestros
padres y los demás, durante cada hora de cada día, tanto en público como
en la intimidad de nuestras casas. Observamos aquello que se aplaude, y
aquello que despierta críticas; somos testigos de quienes ganan en una
discusión y cómo lo hacen, quién agrada a los demás y quién es detestado
y por qué, aquello que se observa y aquello otro que pasa desapercibido.
Desarrollamos rápidamente estrategias para hacer amigos, para conseguir
un juguete nuevo, para que se nos permita quedarnos despiertos hasta más
tarde, para causar problemas a nuestra hermana mayor o ser el favorito de
la abuela.
EL MATRIMONIO MODELO
El matrimonio de nuestros padres es una poderosa herramienta de enseñanza siempre presente, especialmente cuando se trata de aprender cómo
conducirnos en una relación. ¿Hablan el uno con el otro, pasan tiempo
juntos, se divierten? ¿Son afectuosos el uno con el otro? ¿Lo son delante
de los niños? ¿Quién prepara el desayuno, se ocupa de que uno vaya a la
escuela, acude a la reunión con la maestra, le lleva a uno al dentista?
¿Quién aporta el dinero y cómo se toman las decisiones? Cuando hay
discusiones, ¿se producen en calma, en una situación de toma y daca, o
con gritos e insultos, lágrimas, silencios hostiles, miradas sucias,
acusaciones? ¿Se produce la discusión delante de los niños, o uno de los
progenitores habla mal del otro a los pequeños? Todo eso constituye una
lección interminable acerca de cómo vivir en el mundo. De una forma u
otra, absorbemos y evaluamos la forma que tienen nuestros padres de estar
juntos, tanto si la aprobamos como si la desaprobamos, tanto si la
adoptamos como si la rechazamos. «Haz lo que te digo, no lo que hago» es
una advertencia inútil, pues los niños imitan el comportamiento de sus
padres, a pesar de los mensajes verbales contradictorios. (Al final de este
capítulo encontrará un ejercicio que le ayudará a recordar lo que
«aprendió» usted del matrimonio de sus padres.)
Al alejarnos de nuestras familias vemos que hay más modelos de lo que
funciona en el mundo: los ejemplos de nuestros maestros, de la iglesia, la
policía, los libros y la música, las estrellas de cine y la televisión.
Ampliamos nuestro repertorio de posibles comportamientos, refinamos
nuestro lenguaje del cuerpo y giros de frases, aumentamos nuestra
retroalimentación procedente del mundo exterior, y adaptamos nuestras
ideas a lo que está bien y a lo que no lo está, modificando así los mensajes
de los padres.
La naturaleza imitadora de la modelación queda ilustrada humorísticamente en una de mis películas favoritas, El último Starfighter, en la que un
androide extraterrestre es enviado de regreso a la Tierra para sustituir a un
joven cuyas excepcionales habilidades para los videojuegos se necesitan
para luchar en una guerra intergaláctica. El androide se encuentra en un
picnic con «su» novia, y aunque es un clon exacto del terrestre al que ha
sustituido, le faltan por completo las habilidades y gracias sociales que
necesita para hacerse pasar por un terrestre. Cuando su novia le introduce
juguetonamente la lengua en la oreja, no sabe cómo reaccionar, y replica
introduciendo torpemente su propia lengua en la oreja de ella. Cuando ella
se enoja, ve í un hombre cercano cuya novia le ha dado también la espalda,
y le oye decir a él: «Oh, cariño, lo siento». Así que le dice lo mismo a su
novia, emplean do exactamente el mismo tono de voz. Al comprobar que
eso parece funcionar, continúa escuchando con su oído supersensible lo
que dice el otro hombre, y graba cada uno de sus gestos en su cerebro
supersensible. Es: estrategia funciona perfectamente hasta que prueba a
decir otra de las frase de su «modelo»: «Cariño, todas las demás chicas no
significan nada para mí. Sólo tú me importas».
Modelamos nuestro comportamiento en un proceso similar de prueba
error, eligiendo aquello que nos parece obtener buenos resultados en el
contexto de nuestro ambiente concreto. Si los gritos y chillidos le
mantuvieron a raya cuando era niño, lo más probable es que adopte la
misma táctica en la edad adulta, por mucho que usted la detestara y la
temiera. Si s madre lo acobardó con un silencio pétreo e hiriente,
terminará por creer que esa es la manera más efectiva de conseguir lo que
desea. Quizá aborrezca la forma como sus padres se trataban mutuamente,
pero descubra ante su consternación que cuando se siente irritado con su
pareja, le dirige una mirada aplastante que le da a entender que es un bruto
irreflexivo, imitando la misma mirada que le dirigía su madre a su padre
cuando éste se atrevía a enfrentársele.
Irónicamente, sucede a veces que cuanto más inteligentes y sensibles somos, tanto más rápida y completa es nuestra capitulación a lo que la sociedad tiene planeado para nosotros. Inteligentes para imaginar cómo
progresar en el mundo, sabemos muy bien cómo desembarazarnos de todo
aquello que no haga avanzar nuestra causa. Pronto hemos digerido los
mensajes que se nos envían de un modo tan completo que pasan a
convertirse en parte de nosotros. No sólo modelamos el comportamiento
que parece funcionar bien para nosotros, sino que interiorizamos y
creemos en las actitudes que sostienen ese comportamiento. Hemos
introyectado así las lecciones de la sociedad. Ya no necesitamos que
nuestra madre nos diga que no debemos llorar, o que los hombres no
sirven para nada, o que no vamos a conseguir el trabajo que queramos. A
partir de entonces existe dentro de nosotros una voz que se encarga de
realizar ese trabajo. Mi hija Leah me dijo un día: «Cuando me enfado con
Hunter, oigo tu voz en mi cabeza diciéndome que no le pegue». Después
de los cuatro o cinco años de edad, ya no necesitamos que esos mensajes
procedan del exterior, puesto que ya han quedado grabados en las
neuronas de nuestros cerebros. Y es entonces cuando nos encontramos
con el verdadero enemigo: nosotros mismos.
Intimidados por nuestras convicciones
Lo que nos lleva al sistema de creencias. Su autoconocimiento es incompleto y su preparación para el matrimonio es limitada si no logra
comprender cómo se vio afectado por lo que vio e imitó. Sin esa
comprensión, sus ideas sobre las relaciones pueden quedar tan fijadas que
no logra funcionar en una relación con otros que se desvía de sus ideas
acerca de cómo se supone que deben ser las cosas.
Recientemente, asesoré a María y Ted, una pareja comprometida que habían iniciado su relación planificando papeles característicos y
tradicionales. Pero María se sintió desgraciada con su papel sumiso y
acudió a sesiones de psicoterapia. Ahora insistía en que se produjeran
cambios antes de celebrar la boda, mientras que Ted continuaba hablando
de lo que se «suponía» que debía hacer una mujer. Traté de explicarle a
Ted que, en su experiencia, eso era lo que hacían las mujeres, pero que su
idea de un modelo de rol de esposa era antitética con respecto a la relación
que parecía desear. Le indiqué que María podía haber encajado en la
imagen que él tenía cuando la conoció, pero que ahora había cambiado, se
había hecho consciente de ser ante todo una persona, y no alguien
destinado a representar un papel, y que ya no podría volver a representar el
papel que se le había asignado, excepto bajo condiciones de extrema
dureza, a menos que sintiera amenazada su propia existencia. Pero Ted se
sintió amenazado y fue incapaz de elevarse por encima de su propio papel.
«O las cosas son como yo deseo, o lo dejamos», insistió. Ante lo que su
prometida se apresuró a replicar: «En ese caso, no hay matrimonio».
Es triste, pero nada sorprendente, que Ted no fuera capaz de efectuar los
cambios que le hubieran permitido permanecer con María y crecer en esta
relación. Sus ideas sobre los papeles que él mismo y su pareja deberían jugar formaban parte de su sistema de creencias, que constituyen una
especie de evangelio acerca de cómo es el mundo y cómo deberían actuar
las personas, como si fuera un catecismo que se le hubiera machacado en
la cabeza durante toda su vida.
En algunos aspectos, nuestros sistemas de creencias realizan un servicio
valioso para nosotros, puesto que atemperan nuestra naturaleza instintiva.
Los animales viven bastante en un ambiente de estímulo/respuesta, con
reacciones fijas y adaptaciones a la vida, realizando lo que les indica el
cerebro antiguo. Nuestro inteligente córtex cerebral nos permite
discriminar mucho más en nuestras respuestas. Y la forma de atemperar
las reacciones estúpidas del cerebro antiguo es desarrollar un conjunto de
creencias. Las creencias ofrecen orden y estabilidad en un mundo caótico.
Al conceptualizar nuestras repetidas experiencias en un canon codificado
que es fijo, estable y lógico, podemos decir: «Así es como se comporta mi
madre cuando...», «Si hago esto, ocurrirá tal cosa...», «Así es como actúa
mi familia cuando alguien está enfermo...», «A los hombres no les gusta
que...». Nuestro cerebro, formador de pautas, nos permite digerir multitud
de estímulos y formular lo que nos parecen respuestas adecuadas y
efectivas, de modo que no nos encontremos a merced de nuestro instinto
primitivo de luchar o huir, y no tengamos que empezar de cero a imaginar
cómo reaccionar ante cada pequeño fragmento de información.
Pero quedamos atrapados por nuestros sistemas de creencias. Empiezan a
funcionar en nosotros como hacen los instintos en los animales, convirtiéndose en fijos e inflexibles. Desarrollamos modelos acerca de cómo
actuar, qué hacer, cómo es la gente, y esos mismos modelos, antes que
cada experiencia concreta, son los que se convierten en la realidad.
Desgraciadamente, los estudios demuestran que cuanto más problemática
y disfuncional haya sido su familia, tanto más necesitamos de los sistemas
de creencias para que nos protejan del caos, para que aplaquen nuestros
temores, para afrontar la vida. El estrés diario y la impredecibilidad de
vivir con un padre ausente o abusivo, con una madre alcohólica o retraída,
sólo pueden tolerarse creando un sistema de creencias dentro del cual
encontrarle algún sentido a su comportamiento tan poco amoroso. Lo
fundamental del cerebro, dice Robert Ornstein en El cerebro curativo,2 es
que anhela estabilidad, sobre todo si nos encontramos en un ambiente
volátil y frágil. El cerebro necesita poder hacer predicciones y teme lo
desconocido (que es precisamente el comportamiento impredecible), de
modo que codifica y ritualiza su experiencia para encontrarle sentido.
Pero por muy útiles que sean las creencias en un ambiente estresante, su
rigidez tiene que atemperarse para que podamos encontrar y funcionar en
las relaciones con los demás. Si, a partir de su propia experiencia y de lo
que le dice la sociedad, se convierte en parte de su canon de creencias que
lo único que le importa a un hombre es el sexo, que todos los miembros de
la familia se gritan los unos a los otros, que la mejor respuesta a la crítica
es quedarse quieto, que a las mujeres sólo les importa el dinero que ganan
los hombres, o que tiene mala suerte con los hombres, le resultará difícil
distinguir las distintas situaciones caso por caso, y reaccionará de acuerdo
con lo que usted cree, y no de acuerdo con la realidad. Richard Pryor
cuenta una historia en la que su esposa regresa a casa y lo encuentra en la
cama con otra mujer. «¿Qué es lo que vas a creer? -le pregunta él,
desafiante-. ¿A mí o lo que ven tus ojos que mienten?» Eso es lo que son
capaces de hacer los sistemas de creencias.
Cada segundo de nuestras vidas, creamos nuestra realidad con nuestros
pensamientos y comportamientos, pero no podemos cambiar a voluntad
aquello en lo que creemos. No podemos pensar en la forma de salir del dolor, ni anular nuestras reacciones instintivas. Tenemos que ser conscientes
del precio que pagamos por nuestro pensamiento rígido, y nos vemos obligados a experimentar el dolor adscrito a nuestras viejas creencias. Como
persona soltera, parte de la preparación para el viaje de las relaciones
consiste en descubrir el mundo que lleva en su cabeza; no es aquel que
usted desea, y tiene que asumir la responsabilidad de cambiarlo. Pero para
modificar plenamente sus creencias necesita de nuevas experiencias que
contradigan las antiguas y cambiar esas creencias naturalmente, con el
transcurso del tiempo. Esa experiencia es lo que aporta una relación
consciente. (En la página 178 encontrará un ejercicio que le permitirá
identificar el sistema de creencias que desarrolló mientras vivió en el
matrimonio de sus padres.)
El llorón y la zorra
Quiero regresar ahora a los cuatro caminos de la socialización mostrados
en la figura B y darle algunos ejemplos de cómo determinan los valores
culturales aquello que es permitido, y aquello otro que no lo es. La norma
que deformamos para ajustamos a ella representa los valores colectivos de
nuestra sociedad, pero las cosas no se hallan precisamente en
un equilibrio perfecto dentro de nuestra sociedad. (Como contestó Gandhi
cuando se le preguntó qué pensaba de la civilización occidental: «Creo
que es una buena idea».) La «normalidad» es en sí misma muy bien
valorada, aunque lo que se considera como normal resulta que produce
una personalidad desequilibrada, y también entra en conflicto con
cualquier intento por ser uno mismo. En nuestra sociedad, normalidad
significa que podemos pensar, pero no sentir, actuar pero no percibir, con
ciertas tolerancias para el género y el ambiente. Si observamos cómo
somos socializados en cada ámbito de expresión, veremos cuál es la cruel
distorsión que se produce en nuestra propia integridad.
PENSAMIENTO
¿Qué sucede cuando enseñamos «tarjetas de aprendizaje» a los niños pequeños, a través de los barrotes de sus cunas, y rezamos para que aprendan
a controlar sus esfínteres a tiempo para ir al jardín de infancia... a la edad
de dos años? Lo que se produce aquí es pensamiento..., análisis,
racionalización, deducción, intelectualización, el ejercicio del poderoso
córtex cerebral. El pensamiento es aquello para lo que hemos sido
entrenados, aquello a lo que se nos anima y por lo que se nos recompensa,
el combustible de nuestra economía y de nuestro progreso tecnológico. Un
cliente me dijo: «Recuerdo que mi padre me ayudaba a menudo en mis
deberes escolares, y cuando recibía un juguete nuevo, me hacía leer las
instrucciones y averiguar cómo funcionaba. Pero él era un químico
investigador y creía que el deporte era rudo, intimidatorio y una pérdida de
tiempo. Así que nunca jugábamos y yo nunca aprendí a ir en patines o en
bicicleta. Crecí con la sensación de ser muy tímido por lo que se refiere a
mi cuerpo, y cualquier exigencia para la "acción" me paralizaba. He
tenido que superar tremendos sentimientos de torpeza y frivolidad, sólo
para ser capaz de bailar o jugar al voleibol».
La expectativa del logro intelectual, sin embargo, no es la misma para todos. Una dienta me dice: «Cuando llevábamos las notas escolares a casa, a
mis hermanos se les daban cincuenta centavos por cada sobresaliente, y
veinticinco centavos por cada notable. A mí no me daban nada, porque no
importaba que yo fuera inteligente. Por otro lado, la primera vez que recuerdo que mis padres armaron jaleo por mi causa fue cuando aparecí en
casa acompañada por un novio atractivo y empecé a ir al cine y a los
bailes. Creo que temían que me convirtiera en una intelectual y no llegara
a ser popular». No es nada sorprendente que esta mujer terminara por
pasarse la mayor parte de su vida tratando de ser popular y bonita,
ocultando su inteligencia, luchando contra enormes obstáculos en sus
empresas creativas.
SENTIMIENTO
Lo opuesto de pensar es sentir. Las emociones no suelen tenerse en muy
alta estima; se espera de nosotros que sepamos controlarlas mediante un
pensamiento sereno y racional. El pensamiento se convierte en la vía de
salida de los sentimientos reprimidos; pensamos en la forma de salir de la
tristeza y la cólera, el sentirnos heridos y el dolor por la pérdida de
alguien. «¿Qué sintió usted cuando le embargaron la casa?», le pregunté a
un cliente. «Nada -fue su respuesta-. Era un problema a resolver. Empecé
a trabajar más duramente. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Ponerme a
llorar por eso? ¿De qué me habría servido?»
A las mujeres se les tolera un poco más en este ámbito. Se les permite
llorar, sentir miedo o ponerse sentimentales. De hecho, tal
comportamiento parece preferible a una demostración de valentía o
estoicismo. Al hablar de su niñez, una mujer me contó su historia:
«Recuerdo que me aterrorizaba la perspectiva de actuar en un ballet. Mi
madre me tomaba en sus brazos y me animaba a llorar por ello,
diciéndome: "Está bien, derrama esas lágrimas"». Aunque se trata de una
buena actitud materna, la queja de la mujer era que su madre la sostenía y
la apoyaba sólo cuando ella se mostraba llorosa o necesitada. Para ella,
llorar se convirtió en la única forma de lograr su atención, una táctica que
luego también utilizó en sus relaciones.
Los chicos mayores, claro está, no lloran, sino que «actúan como un
hombre». Durante una sesión de terapia, le pedí a Charles que colocara al
padre que llevaba en la cabeza en la silla situada frente a él y le hablara de
la tristeza que había sentido durante toda su vida. (A esta táctica se la
conoce en la terapia de la Gestalt como un diálogo de dos sillas.) Al visitar
a su padre en su recuerdo, describió la escena del funeral de su padre,
viéndolo en su ataúd. Sintió cierta pesadez, pero no brotaron lágrimas. Al
pedirle que «derramara las lágrimas», se puso rígido y se atragantó,
reprimiendo sus emociones. Entonces admitió: «Veo a mi padre
diciéndome: "Deja de llorar. Eso es para los afeminados". La única vez
que lloro es cuando veo películas que tratan de padres e hijos, y entonces
lloro a solas».
Las reglas son diferentes para la cólera. En la mayoría de las familias, la
cólera no es «bien vista». Probablemente, se observaron y animaron sus
risas y sonrisas, pero no es probable que se le permitiera expresar su
cólera. Posiblemente se ignoraron sus demostraciones de sentimientos
coléricos; es posible que se le regañara por ello, o se le enviara a su
habitación; también puede ser que se le engatusara para sonreír («Oh,
vamos, ¿qué ocurre? No es nada por lo que alterarse. Vamos a jugar al
patio».) Son muy pocas las probabilidades de que se le permitiera expresar
sus sentimientos de enojo y frustración («Comprendo que estés enojado
porque no puedas ver la película, pero ya ha pasado tu hora de acostarte».)
¿Es acaso tan extraño que la televisión, las películas, los videojuegos, los
comics y la política exterior de nuestra «agradable» sociedad estén tan
llenas de violencia? Limpiamos, compartimentamos, intelectualizamos y
ritualizamos la emoción, como hacemos en menor medida con otras, como
el amor y el dolor por la pérdida de un ser querido, de modo que podamos
afrontarla de un modo seguro y aceptable.
La cólera también se convierte en una cuestión de género. Mientras que se
considera como una respuesta apropiada y masculina bajo ciertas circunstancias, una mujer colérica ha cruzado la línea de aceptabilidad
social. Es una zorra o una arpía. Se trata de una prohibición poderosa,
como pronto aprende cualquier mujer sonriente y condescendiente.
Felicia explicó: «Cuando yo era pequeña, se me enviaba a mi habitación
en cuanto demostraba sentimientos coléricos. Tenía que quedarme allí
hasta que fuera capaz de controlarme, y se me decía que no saliera hasta
que no pudiera sonreír y pedir disculpas. Eso me resultaba tan humillante,
que todavía me precipito hacia mi habitación cuando estoy colérica y
cierro la puerta para que nadie pueda verme. Me arrojo sobre la cama y
golpeo las almohadas hasta que me siento agotada. No estoy segura de que
mi madre no tuviera razón. Recientemente, mi amigo me dejó diciéndome
que le gusto cuando soy generosa y divertida, pero que no puede soportar
mi parte negativa».
ACTUACIÓN
Para una sociedad que valora la acción, el logro y la actitud del «puedo
hacerlo», hay a pesar de todo restricciones sustanciales en cuanto a lo que
podemos hacer y cuándo, como por ejemplo cómo podemos flexionar los
músculos. «Camina, no corras», «Aquí no hacemos eso», «Siéntate y
quédate quieto», «Mira antes de saltar»; para cuando hemos dejado atrás
la infancia, ya no cuestionamos estos mandatos. Recuerdo que a mí se me
dijo que no cantara en la mesa, y mi iglesia consideraba el baile como un
pecado. Pero, después de todo, ¿qué hay de malo en correr, en cantar en la
mesa, en girar de un lado a otro hasta marearse? Es tan grande la necesidad
que tiene la sociedad de que nos comportemos según las normas, de que
seamos tranquilos y no molestemos, de que planifiquemos con antelación,
esperemos nuestro turno y subordinemos nuestros deseos a los del grupo,
que perdemos el contacto con nuestra espontaneidad y la confianza en
nuestra capacidad para actuar.
No es nada sorprendente que aquello que podemos hacer se vea influido a
menudo por consideraciones de género. Hace un par de años, en un picnic
eclesiástico anual, asistí a un ejemplo clásico de esta clase de prejuicio de
género. Un colega mío, jugador competitivo de squash, no pudo ocultar su
irritación ante su hijo adolescente, que había estado ayudando a algunos
de los niños más pequeños a inflar globos, y que ahora se dedicaba a leer
SENTIMIENTO
Lo opuesto de pensar es sentir. Las emociones no suelen tenerse en muy
alta estima; se espera de nosotros que sepamos controlarlas mediante un
pensamiento sereno y racional. El pensamiento se convierte en la vía de
salida de los sentimientos reprimidos; pensamos en la forma de salir de la
tristeza y la cólera, el sentirnos heridos y el dolor por la pérdida de
alguien. «¿Qué sintió usted cuando le embargaron la casa?», le pregunté a
un cliente. «Nada -fue su respuesta-. Era un problema a resolver. Empecé
a trabajar más duramente. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Ponerme a
llorar por eso? ¿De qué me habría servido?»
A las mujeres se les tolera un poco más en este ámbito. Se les permite
llorar, sentir miedo o ponerse sentimentales. De hecho, tal
comportamiento parece preferible a una demostración de valentía o
estoicismo. Al hablar de su niñez, una mujer me contó su historia:
«Recuerdo que me aterrorizaba la perspectiva de actuar en un ballet. Mi
madre me tomaba en sus brazos y me animaba a llorar por ello,
diciéndome: "Está bien, derrama esas lágrimas"». Aunque se trata de una
buena actitud materna, la queja de la mujer era que su madre la sostenía y
la apoyaba sólo cuando ella se mostraba llorosa o necesitada. Para ella,
llorar se convirtió en la única forma de lograr su atención, una táctica que
luego también utilizó en sus relaciones.
Los chicos mayores, claro está, no lloran, sino que «actúan como un
hombre». Durante una sesión de terapia, le pedí a Charles que colocara al
padre que llevaba en la cabeza en la silla situada frente a él y le hablara de
la tristeza que había sentido durante toda su vida. (A esta táctica se la
conoce en la terapia de la Gestalt como un diálogo de dos sillas.) Al visitar
a su padre en su recuerdo, describió la escena del funeral de su padre,
viéndolo en su ataúd. Sintió cierta pesadez, pero no brotaron lágrimas. Al
pedirle que «derramara las lágrimas», se puso rígido y se atragantó,
reprimiendo sus emociones. Entonces admitió: «Veo a mi padre
diciéndome: "Deja de llorar. Eso es para los afeminados". La única vez
que lloro es cuando veo películas que tratan de padres e hijos, y entonces
lloro a solas».
Las reglas son diferentes para la cólera. En la mayoría de las familias, la
cólera no es «bien vista». Probablemente, se observaron y animaron sus
risas y sonrisas, pero no es probable que se le permitiera expresar su
cólera. Posiblemente se ignoraron sus demostraciones de sentimientos
coléricos; es posible que se le regañara por ello, o se le enviara a su
habitación; también puede ser que se le engatusara para sonreír («Oh,
vamos, ¿qué ocurre? No es nada por lo que alterarse. Vamos a jugar al
patio».) Son muy pocas las probabilidades de que se le permitiera expresar
sus sentimientos de enojo y frustración («Comprendo que estés enojado
porque no puedas ver la película, pero ya ha pasado tu hora de acostarte».)
¿Es acaso tan extraño que la televisión, las películas, los videojuegos, los
comics y la política exterior de nuestra «agradable» sociedad estén tan
llenas de violencia? Limpiamos, compartimentamos, intelectualizamos y
ritualizamos la emoción, como hacemos en menor medida con otras, como
el amor y el dolor por la pérdida de un ser querido, de modo que podamos
afrontarla de un modo seguro y aceptable.
La cólera también se convierte en una cuestión de género. Mientras que se
considera como una respuesta apropiada y masculina bajo ciertas circunstancias, una mujer colérica ha cruzado la línea de aceptabilidad
social. Es una zorra o una arpía. Se trata de una prohibición poderosa,
como pronto aprende cualquier mujer sonriente y condescendiente.
Felicia explicó: «Cuando yo era pequeña, se me enviaba a mi habitación
en cuanto demostraba sentimientos coléricos. Tenía que quedarme allí
hasta que fuera capaz de controlarme, y se me decía que no saliera hasta
que no pudiera sonreír y pedir disculpas. Eso me resultaba tan humillante,
que todavía me precipito hacia mi habitación cuando estoy colérica y
cierro la puerta para que nadie pueda verme. Me arrojo sobre la cama y
golpeo las almohadas hasta que me siento agotada. No estoy segura de que
mi madre no tuviera razón. Recientemente, mi amigo me dejó diciéndome
que le gusto cuando soy generosa y divertida, pero que no puede soportar
mi parte negativa».
ACTUACIÓN
Para una sociedad que valora la acción, el logro y la actitud del «puedo
hacerlo», hay a pesar de todo restricciones sustanciales en cuanto a lo que
podemos hacer y cuándo, como por ejemplo cómo podemos flexionar los
músculos. «Camina, no corras», «Aquí no hacemos eso», «Siéntate y
quédate quieto», «Mira antes de saltar»; para cuando hemos dejado atrás
la infancia, ya no cuestionamos estos mandatos. Recuerdo que a mí se me
dijo que no cantara en la mesa, y mi iglesia consideraba el baile como un
pecado. Pero, después de todo, ¿qué hay de malo en correr, en cantar en la
mesa, en girar de un lado a otro hasta marearse? Es tan grande la necesidad
que tiene la sociedad de que nos comportemos según las normas, de que
seamos tranquilos y no molestemos, de que planifiquemos con antelación,
esperemos nuestro turno y subordinemos nuestros deseos a los del grupo,
que perdemos el contacto con nuestra espontaneidad y la confianza en
nuestra capacidad para actuar.
No es nada sorprendente que aquello que podemos hacer se vea influido a
menudo por consideraciones de género. Hace un par de años, en un picnic
eclesiástico anual, asistí a un ejemplo clásico de esta clase de prejuicio de
género. Un colega mío, jugador competitivo de squash, no pudo ocultar su
irritación ante su hijo adolescente, que había estado ayudando a algunos
de los niños más pequeños a inflar globos, y que ahora se dedicaba a leer
un libro que se había traído. «¿Por qué no juegas al voleibol? Creía que te
gustaba. Allí, junto a la granja, se ha organizado un partido de
baloncesto...» Empezaba a mostrarse más y más exasperado, y sus
comentarios eran cada vez más enfáticos («¿Te ocurre algo?»). El
muchacho se recluía cada vez más dentro de sí mismo y hablaba menos.
Al llegar el momento en que el hombre estaba a punto de estallar, apareció
su hija de diez años, jadeante, sonriente y sucia, para anunciar que había
conseguido un gol en un partido de fútbol. El padre estalló: «Mira cómo te
has puesto. ¿Te parece que es así como debe comportarse una joven
señorita? ¿Por qué no estás con las otras niñas? Tu madre no te ha traído
ropa limpia para que te cambies». Aunque esta clase de situaciones se han
hecho cada vez más raras en esta época de feminismo, este tipo de
mensajes siguen siendo determinantes influyentes, aunque de formas más
sutiles, de nuestro comportamiento y au-toimagen.
PERCEPCIÓN
Es en el ámbito de los sentidos, en relación con nuestros cuerpos y nuestra
sexualidad, donde nos vemos más proscritos. Desde que San Agustín,
teólogo del s. v, decretó que el cuerpo era maligno y el sexo pecaminoso,
el cuerpo ha sufrido numerosos golpes en el mundo occidental. A juzgar
por la combinación de silencio y advertencias que recibimos la mayoría de
nosotros, cabría pensar que sería mejor que no tuviéramos cuerpos, o que
los cubriéramos por completo y sólo los utilizáramos cuando fuera estrictamente necesario, para caminar y comer, por ejemplo, pero nunca
para el sexo o cualquier otro placer físico.
Una dienta me contó una dolorosa historia sobre una visita muy esperada a
casa de su abuela, cuando ella tenía unos seis años. «Había terminado de
bañarme y corrí por el pasillo, desnuda, hasta su habitación, donde salté
sobre su cama. Mi abuela se quedó horrorizada. "Cubre tus vergüenzas,
jovencita", me gritó. "No permitas nunca que nadie vea tu cuerpo
desnudo". Ni siquiera hoy puedo hacer el amor con la luz encendida o
dormir desnuda. Todavía escucho la voz de mi abuela y veo la
consternación reflejada en su cara.» La historia de esta mujer no es nada
insólita. Uno de mis clientes, que no puede disfrutar del sexo, me contó
que sus padres le hacían ponerse guantes para acostarse, con la intención
de impedir que se masturbara.
Lo mismo que sucede con la violencia, la sexualidad reprimida rezuma
hacia el exterior en formas distorsionadas, desde el sadismo hasta el
celibato, desde la pornografía hasta la impotencia y la frigidez. En ningún
otro ámbito como en este es tan fuerte la polarización de la forma en que
son socializados los hombres y las mujeres. Como este tema es tan
fundamental para la relación, todo el capítulo 11 está dedicado al género y
a la sexualidad.
COSTUMBRE LOCAL
Si volvemos a trazar ahora nuestro diagrama (figura C) para reflejar los
mensajes que se nos han inculcado, vemos que el efecto acumulativo de
nuestro adoctrinamiento es que la energía que sostenía ciertos aspectos de
nosotros mismos fue bloqueada y se le impidió fluir libremente, tanto para
salir como para entrar. Partes de nosotros mismos quedaron amortiguadas
y desvitalizadas, cerradas al mundo exterior. Nuestra energía se desvió
hacia otras zonas que quedaron sin haber sufrido grandes daños, por
canales que todavía permitían que la energía se moviera libremente.
Cuando Woody Alien dice: «Estoy desunido con la naturaleza», está
hablando del filtro urbanizado e intelectual a través del cual no pueden
penetrar sus sentimientos y sentidos. Aunque todos nosotros hemos sido
restringidos de algún modo en todos los ámbitos, existen probablemente
uno o dos de ellos que son los más reprimidos. Y mientras que algunos de
nosotros hemos disfrutado de relativa libertad para ser nosotros mismos,
la socialización de otros se ha producido con mano dura, y se encuentran
sustancialmente bloqueados en todos los ámbitos, incapaces de expresar
pensamientos y sentimientos, cuyas acciones y sentidos son inhibidos y
están alienados de sí mismos, de la naturaleza y de los demás.
En el capítulo 10 veremos qué sucede con el sí mismo reprimido y fragmentado, y cómo intentamos reparar el daño causado por la socialización
a través de nuestras relaciones. Pero antes tomémonos tiempo para
realizar los ejercicios que se indican a continuación, que le ayudarán a
identificar sus sistemas de creencias, especialmente los mensajes que
recibió procedentes del matrimonio de sus padres.
Figura C
EJERCICIO 9A
El matrimonio de sus padres
1. Sobre una hoja de papel en blanco, trace un gran círculo. Divídalo
en mitades verticales. Marque el lado de la izquierda con un signo
más (+) para lo positivo, y el lado de la derecha con un signo
menos (-) para lo negativo. Utilizando adjetivos como «cálido»,
«sexual», «afectuoso», «frío», «distante», «tenso», «hostil»,
describa primero a su madre, luego a su padre, y finalmente el
matrimonio de sus padres tal como usted lo recuerda, desde la
infancia hasta la adolescencia, situando los adjetivos en la
apropiada columna positiva o negativa. Una vez que haya
terminado, subraye los rasgos que asocia particularmente con su
padre, y trace un círculo alrededor de los rasgos que asocia con su
madre.
2. Tome ahora otra hoja de papel y divídala verticalmente en dos columnas. Centrado en lo alto de la columna izquierda escriba
«Padre», y centrado en lo alto de la columna derecha escriba
«Madre».
En la columna de la izquierda, haga una lista de los comportamientos
positivos que observó que su padre iniciaba hacia su madre. En la columna
de la derecha haga una lista de los comportamientos positivos que observó
que su madre iniciaba hacia su padre. (Por ejemplo: «Papá rodeaba a
mamá con el brazo cuando estábamos conduciendo en el coche. La
escuchaba atentamente cuando ella le contaba lo que le había ocurrido
durante el día. El domingo por la mañana preparaba el desayuno para
todos. Llamaba por teléfono si iba a llegar tarde a casa».) Una vez que
haya terminado, trace una línea horizontal bajo las listas, a través de la
página.
Por debajo de los comportamientos positivos, en la columna del «Padre»,
haga una lista de los comportamientos negativos que observó iniciar a su
padre con respecto a su madre. (Por ejemplo: «Papá se quejaba si la cena
no estaba preparada a tiempo. Raras veces le vi besar a mamá o decirle
nada afectuoso. Papá estallaba si mamá hablaba durante demasiado
tiempo por teléfono. No ayudaba nunca a realizar las tareas de la casa,
aunque mamá estuviera enferma. Interrumpía con frecuencia a mamá».)
Cuando haya terminado, trace una línea bajo las dos columnas. Repita el
proceso anterior para su madre, en la columna de la derecha.
3. Tome otra hoja de papel y divídala horizontalmente por la mitad.
Escriba la palabra «Padre» en lo alto de la página, y la palabra
«Madre» centrada a mitad de la página. Divida ahora la parte
superior e inferior de la página en cuatro columnas, verticalmente.
Encabece las columnas como sigue: Columna 1, «Frustraciones»;
columna 2, «Sentimientos»; columna 3, «Reacciones», y columna
4, «Mis pensamientos». En la primera columna, haga una lista de
todas las frustraciones que observó, escuchó o creyó que tenía su
padre con su madre; en la columna siguiente, anote los
sentimientos que vio, escuchó o creyó que tenía su padre cuando
experimentaba esa frustración; en la siguiente columna anote la
reacción que vio, escuchó o creyó que tuvo su padre con respecto
a la frustración de la primera columna. En la última columna
escriba el pensamiento que tuvo usted entonces y ahora al
recordar la frustración de su padre y sus sentimientos, y la
reacción de su comportamiento ante sus frustraciones con su
madre. Repita el procedimiento con la mitad inferior de la página
encabezada con el título «Madre». (Por ejemplo: «Mi madre se
sentía frustrada porque papá regresaba a casa y se pasaba todo el
tiempo viendo la televisión. Creo que le hería que él la ignorara y
le encolerizaba que él lo diera todo por sentado. Ella reaccionaba
con un tratamiento de silencio y se quejaba a nosotros de su
comportamiento. Yo pensaba que papá era perezoso e
intimidatorio, pero detestaba que mamá se me quejara a mí y no se
enfrentara a él, aunque yo también le tenía miedo». O bien: «Mi
padre se sentía frustrado porque mamá solía rechazar sus
demostraciones de afecto diciendo que estaba demasiado ocupada, o que los niños no debían verlo. Y él se quejaba de que ella
nunca se vestía para él. Creo que él sentía que el sexo y el afecto la
parecían a ella un tabú, y que él la repelía a ella. La reacción de
papá era experimentar una breve explosión de cólera, "Por gritar
alto, Esther...", y luego bajaba al sótano o se marchaba a su
despacho. De niño, también pensé que él era malo y debía dejar a
mamá a solas; ahora comprendo que ella era colérica y
remilgada».)
4. RESUMEN. Complete las frases siguientes, utilizando para ello la información anotada anteriormente.
1. Crecí en un matrimonio que fue (algo/principalmente) [adjetivos
positivos de la mitad izquierda del círculo en el paso 1]
__________
2. Y también (algo/principalmente) [adjetivos negativos de la mitad derecha del círculo en el paso 1] ______________________
179
3. En su matrimonio, mi padre era (a veces/a menudo) [comportamientos
positivos del paso 2] __________________________
4. y mi madre era (a veces/a menudo) [comportamientos negativos del
paso 2] _________________________________
5. A veces/con frecuencia, mi padre se sentía [sentimientos negativos del
paso 3, columna 3] __________________________
6. porque mi madre lo frustraba al [las frustraciones del padre tomadas del
paso 3, columna 1] _________________________
7. y entonces él [reacciones del padre tomadas del paso 3, columna 3]
8. y [comportamientos negativos del padre, tomados del paso 1]
9. A veces/a menudo, mi madre se sentía [sentimientos de la madre
tomados del paso 3, columna 2] ______________________
10. porque mi padre (a menudo/a veces) [frustraciones de la madre tomadas
del
paso
3,
columna
1]
——————————————————————
11. Entonces ella [reacciones de la madre tomadas del paso 3, columna 3]
12. y [comportamientos negativos de la madre tomados del paso 2]
13. Debido a estas interacciones, decidí que mis padres eran [mis propios
pensamientos tomados del paso 3, columna 4]_____________
180
14. y que el matrimonio era (habitualmente/a veces).
15. También decidí que un esposo es
16. pero que debería ser
17. y una esposa es
18. pero que debería ser
19. Ahora siento que si me caso alguna vez (o me caso de nuevo) seré
20. También estoy convencido de que un matrimonio ideal es aquel que
EJERCICIO 9B ¿Qué creo?
Al principio de este capítulo hablé acerca de cómo nuestros sistemas de
creencias pueden hacerse tan poderosos que filtran nuestra experiencia
real. Necesitamos conocer nuestras creencias para ser conscientes de
cómo influyen sobre nuestro comportamiento. El inventario de
autoconocimiento (ejercicio 2A, página 43), y el ejercicio anterior revelan
información importante acerca de lo que usted cree, especialmente por lo
que se refiere al amor, el matrimonio y el sexo. Voy a incluir una lista de
las respuestas que sacan a la luz sus creencias por categoría, de modo que
pueda ser consciente de esas creencias en sus relaciones. Lea de nuevo lo
que escribió; creo que le sorprenderá observar la gran cantidad de
«creencias» atrincheradas que tiene. Hasta es posible que quiera escribir
sus respuestas y referirse a ellas cada vez que se encuentre
«empantanado» con la persona con la que sale o está casado.
Lo que creo sobre el matrimonio:
Ejercicio 2A (página 43): Respuestas 11,12,72,78, 80, 84, 86,107.
Ejercicio 9A (página 178) (arriba): 20.
Lo que creo sobre el amor:
Ejercicio 2A: 57, 83, 105,106,108.
Lo que creo sobre el sexo:
Ejercicio 2A: 4, 5, 24, 55, 56, 67,73,75.
Lo que creo sobre las mujeres:
Ejercicio 2A: 28,44, 63,90,92,94.
Ejercicio 9A: 17,18.
Lo que creo sobre los hombres:
Ejercicio 2A: 23, 37, 39, 59,90, 94,106.
Ejercicio 9 A: 15,16.
Lo que creo sobre las familias:
Ejercicio 2A: 42,43, 62,70, 87.
Ejercicio 9 A: 13.
Notas
1. La mayoría de los males personales y colectivos de la raza humana, que
tratan de mejorar la mayoría de los programas y organizaciones de ayuda,
son el resultado de siglos de fracaso en los cuidados paternos y maternos.
Las exigencias de supervivencia que se les plantearon a nuestros
antepasados prehomínidos cuando salieron de los bosques para llegar a las
llanuras, se hicieron todavía más complicadas cuando los primeros
humanos se organizaron en asentamientos, pueblos y, finalmente,
ciudades. A las reglas que hacían posible la supervivencia en la naturaleza
se les añadieron otras reglas y estructuras mucho más complejas, y
finalmente se necesitaron leyes, al tiempo que surgía la civilización. Cada
vez se sacrificó una parte más importante del sí mismo a medida que el
colectivo se hacía más organizado. Todavía no hemos aprendido a nutrir e
integrar al joven en el colectivo sin causarle heridas psíquicas.
Robert Ornstein, The Healing Brain, Simón & Schuster, Nueva York,
1987, pág. 36.
10. Recuperar el sí mismo perdido: la agenda del amor
Se gusta a sí misma, pero detesta a los demás por aquello que alaba en sí
misma. Y mientras se ríe de ellos, olvida que es lo mismo que desprecia.
WlLLIAM CONGREVE
¿Qué ocurre con aquellas partes de nosotros que se hallan enterradas o han
sido distorsionadas por el proceso de socialización? ¿A donde va a parar la
energía bloqueada, aquellas partes de nosotros mismos que son inaceptables, que están reprimidas, que son ridiculizadas o no reconocidas?
El sí mismo fugitivo pasa a la clandestinidad para, como veremos, resurgir
en nuestra Imago de la pareja y en los conflictos que tenemos con ellos.
EL SÍ MISMO OCULTO
Todos nosotros tenemos una «vida secreta», cosas que hacemos o creemos, que guardamos para nosotros mismos. De niños aprendimos a hablar
con nuestro compañero de juegos imaginario sólo cuando estábamos a
solas, porque eso les parecía infantil a mamá y a papá. Teníamos
problemas s nos pillaban jugando a los médicos, de modo que lo hacíamos
cuando mami no prestaba atención. El baile era para los afeminados, así
que bailábamos solas en nuestra habitación. A menos que nos sintiéramos
demasiado acosados por la culpabilidad, las amenazas y la propaganda no
lograban impedir que nos masturbáramos, y cabe imaginar que lo
disfrutábamos. En esto casos, arrollábamos las exigencias de la sociedad
(quizá a pesar de la culpabilidad o la vergüenza). Si tuvimos suerte,
aprendimos que nuestras propias normas podían desviarse de las
impuestas por el colectivo. Tuvimos perspectiva suficiente para
comprender qué deseábamos y necesitábamos para preservar nuestra
totalidad. Pasábamos simplemente a la clandestinidad cuando nos
encontrábamos con estas partes inaceptables de nosotros mismos, y las
privatizábamos conscientemente.
La estrella de baloncesto de la escuela superior escribe sus poemas en
secreto, temeroso de que sus compañeros se burlen de él sin piedad. Pero
de ese modo permite que emerja una parte de sí mismo que necesita para
sobrevivir. Una mujer joven cuenta los días que le faltan para poder
abandonar un ambiente hogareño rígido, sabiendo que existe otro mundo
en el que sus «actitudes extrañas» serán aceptadas.
Como adultos, actuando por nuestra propia cuenta, seguimos protegiendo
cuidadosamente nuestras vidas privadas, mantenemos algunos secretos
incluso hasta con nuestros mejores amigos, como nuestros hábitos en el
comer, el ducharnos dos veces a la semana, nuestra práctica de meditación
o la atracción que sentimos por el cartero. Eso constituye el sí mismo
oculto, reprimido conscientemente para poder vivir aceptablemente en el
mundo: nosotros lo sabemos, pero los demás no, y no lo contamos. Pero
anhelamos tener en nuestras vidas a alguien que pueda aceptar estas partes
ocultas de nosotros mismos.
EL SÍ MISMO PERDIDO
Otras partes se hallan ocultas no sólo ante los demás, sino incluso ante
nosotros mismos. Es tan fuerte su prohibición, hemos asumido tan
fuertemente los mensajes que nos han inculcado, y han sido partes tan
incómodas o dolorosas para nosotros mismos, que perdemos la conciencia
de ciertos aspectos de lo que somos, olvidando incluso que existieron
alguna vez. Si vuelve a repasar el diagrama de las «Cuatro funciones»
(figura B, página 167), probablemente podrá descubrir dónde se vieron
restringidas y criticadas sus energías, talentos e intereses.
Nuestro compañero de juegos imaginario ha quedado perdido para la memoria. Se nos desanimó para que no estudiáramos carpintería, o para que
no escribiéramos historias, o para que no nos pusiéramos los extraños
vestidos con los que aparecíamos a veces. Se nos olvidó que nos
encantaba bailar las canciones que nosotros mismos componíamos,
porque se nos ignoraba si lo hacíamos, o se reían de nosotros. En mi
propio caso, recuerdo que en el noveno grado escolar quería cantar y tocar
la trompeta. Pero el profesor de música de la escuela me aseguró que no
podía hacerlo y que debía limitarme a hablar, «algo que sabes hacer muy
bien». Jamás volví a tratar de cantar, excepto en la iglesia. Un día en que
vociferaba junto a una amiga que es músico, ella me dijo ante mi asombro:
«Tienes una bonita voz. ¿Has tomado lecciones alguna vez?».
Olvidamos lo bien que nos sentimos al tocarnos los genitales cuando nos
vamos a dormir, o nuestros sueños de escalar montañas en países lejanos.
Hundimos el vientre, bajamos la mirada y nos convencimos de que a las
chicas no les gustaban los chicos que tenían nuestro aspecto. Lo que solían
decirnos nuestros padres, es lo que nos decimos todavía a nosotros
mismos y estamos plenamente convencidos de ello: los que bailan son
afeminados, no tendré amigos si demuestro mi cólera, estoy demasiado
gordo, no le gusto a la gente porque soy un pusilánime. Ni siquiera
recordamos la época en la que lo que ahora rechazamos formaba parte de
nosotros mismos y no pasaba nada. Estas partes reprimidas y prohibidas
de nosotros mismos constituyen el sí mismo perdido. Mientras que en
algún nivel permanecemos conscientes de nuestro sí mismo oculto,
reprimido e inhibido, el sí mismo perdido es algo que está fuera de nuestra
vista y, por lo tanto, fuera de la mente.
Hay otro componente del sí mismo perdido que quiero mencionar. En el
capítulo 9 se analizaron los prejuicios de género de nuestra socialización.
Dadas las prohibiciones que se imponen a los hombres y a las mujeres
acerca de cómo se supone que deben parecer, hablar y actuar, es inevitable
que esa parte del sí mismo fugitivo sean nuestras energías e intereses de
género culturalmente inaceptables. Así, para los hombres, parte del sí
mismo perdido pueden ser sentimientos tales como la ternura, o un interés
por la cocina o la decoración; la feroz competitividad de una mujer, y su
amor por la aventura, pueden haber sido sacrificados en aras de la
propiedad, y han quedado ahora perdidos en la memoria. Esta parte del sí
mismo perdido, que yo llamo el sí mismo contrasexual, será analizada
extensamente en el capítulo 11.
EL SÍ MISMO NEGADO
Hay otra parte de nosotros mismos de la que no somos conscientes pero
que conocen los demás. Se trata de los rasgos que poseemos pero que
negamos tener. A veces, se trata de rasgos que mucha gente consideraría
como aceptables e incluso laudables... si se fuera un miembro del sexo
opuesto. Una joven, por ejemplo, puede negar sinceramente que es un
«cerebro» y puede llegar a fingir que es una «cabeza hueca», cuando, de
hecho, su mente analítica es evidente para quienes la conocen. Los rasgos
definidos por género, que negamos como inaceptables, pero que otros ven
en nosotros, también forman parte del sí mismo contrasexual del que se
habla en el capítulo 11.
Pero lo que negamos tener son los rasgos habitualmente negativos, demasiado dolorosos como para reconocerlos. Algunos de nosotros
negamos rasgos que son aspectos introyectados de nuestros padres, y que
despreciamos particularmente, como su cólera, mezquindad o petulancia.
Admitirlos equivaldría a reconocer que somos como ellos.
Nuestros rasgos negativos negados son a menudo compensatorios. Se trata
de adaptaciones que efectuamos a nuestro ambiente infantil y que tienen
valor para la supervivencia en la medida en que sustituyen a rasgos que
nuestros padres y la sociedad consideran como inaceptables. Una niña
pequeña a la que se le ha enseñado que el sexo es sucio decide más tarde
que la respuesta es el celibato, o se convierte en una mujer frígida. Un
exterior duro y combativo oculta los aspectos tiernos de un muchacho
cuyo llanto fue castigado o se encontró con la burla.
Pero esas adaptaciones nos causan problemas. Nuestra sexualidad infantil
pudo haber sido demasiado amenazadora como para convivir con ella,
pero la frigidez que la sustituye causa un tremendo conflicto en nuestras
relaciones. El exterior del tipo duro que parecía tan protector, nos impide
luego formar estrechas amistades. La tacañería que nos permitió acaparar
las escasas migajas de amor que se nos arrojaron, se ve criticada más tarde
por nuestros compañeros de trabajo.
Esto nos confunde, porque necesitamos que nuestras adaptaciones compensatorias cubran nuestras heridas y, sin embargo, también queremos
conservar nuestra buena autoimagen. La única defensa de que disponemos
consiste en negar las acusaciones. «¿Cómo puedes decir que soy frígida?
¿Qué eres tú? ¿Una especie de fanático del sexo?»; «Sólo soy frugal; si dejara las cosas en tus manos, no ahorraríamos un céntimo». Este es nuestro
sí mismo negado, las partes de nosotros mismos de las que son muy
conscientes quienes nos rodean, pero que nos negamos a reconocer.
EL FALSO SÍ MISMO: RELLENAR LOS VACÍOS
Todos los fragmentos rechazados, el sí mismo oculto, el sí mismo perdido
y el sí mismo negado, con sus aspectos del sí mismo contrasexual, forman
lo que yo llamo el sí mismo desaparecido, llamado a menudo la
«sombra».
Aquí han desaparecido en acción grandes fragmentos de nuestro sí mismo
original, y existe un vacío que tiene que llenar para sustituir al sí mismo
desaparecido. ¿Cómo compensamos el hecho de ser tan fragmentados e
incompletos? Necesariamente, nos construimos un nuevo sí mismo
sustituto que está más en línea con los deseos de la sociedad, convertido
en una persona pública que nos conseguirá el amor, el trabajo y la
aprobación que necesitamos para sobrevivir y que recanaliza nuestra
energía en direcciones aprobadas. Compensamos nuestra incapacidad
para pensar exagerando nuestros sentimientos, y a todo el mundo parece
gustarle nuestro entusiasmo y vértigo. Encubrimos nuestra tacañería
prestando dinero a los amigos y fanfarroneando sobre nuestra
generosidad. Una sonrisa crónica y un cuerpo rígido sustituyen a la
vitalidad natural del cuerpo del niño a quien se le dijo que no mostrara su
cólera o que no corriera por la casa. El pequeño cuyos anhelos espirituales
se vieron frustrados se convierte en un teólogo, de modo que puede
pensar, escribir y analizar lo que es incapaz de sentir y experimentar
directamente. Ese es nuestro sí mismo falso, aquella parte que encubre o
compensa lo que tuvimos que abandonar. El sí mismo falso mantiene la
ilusión de la totalidad.
¿HAY ALGUIEN EN CASA?
Entonces, ¿qué nos queda? Tenemos aquellas partes de nuestro original,
cuya naturaleza única fue alimentada y aceptada. Pero la mayor parte de lo
que nos queda es una fachada, compuesta por nuestro sí mismo falso y,
nos guste o no, por el sí mismo negado, que preferiríamos no tener que
reconocer. Juntos configuran nuestro sí mismo social, compuesto por el
conjunto de rasgos que presentamos ante el mundo. Pero buena parte de
nuestro verdadero sí mismo se ha perdido, está fragmentado y separado,
barrido bajo la alfombra de la conformidad al orden social.
MUTILADO, PERO VIVO
La socialización, pues, es esencialmente un proceso de mutilación, de
troceamiento de nuestra totalidad, de enmascaramiento o desprendimiento
de lo que es indeseable y no encaja, para añadirle después aquello que se
necesita para salvar los vacíos dejados por las partes arrojadas por la
borda. Durante el transcurso de ese proceso, perdemos el contacto con el
exquisito placer de nuestra propia energía vital pulsante, que nuestro
cerebro antiguo interpreta como peligrosa. Restringidos, advertidos,
aleccionados, rechazados y castigados por ser nosotros mismos, nuestra
unidad esencial se ve sacudida y nuestra espiritualidad genérica se
evapora. La propia energía vital, lo que los griegos llamaron eros, es
amenazadora y temible. Temerosos de nuestra vitalidad esencial, nos
convertimos en figuras atascadas, en sombras irreconocibles de nuestro sí
mismo singular y gozoso. Lo que queda es una mezcolanza remendada de
defensas y adaptaciones, entreverada con lo que queda de nuestro
verdadero sí mismo. Quizá no recordemos ya quiénes somos y tengamos
que mantener al abrigo los aspectos prohibidos de nosotros mismos, pero
hemos descubierto al menos una forma de que se nos permita vivir en el
jardín. Deprimidos, solitarios, mudos, ansiosos, embotados, coléricos,
alienados, antisociales, rebeldes, sociopáticos, psicopáticos... pero vivos.
Lo que nos hace retroceder de nuevo a nuestro anhelo humano innato.
Nuestra búsqueda de la totalidad es compulsiva e innegociable. Estamos
enganchados a la vida, y haremos lo que sea necesario para sentirnos
plenamente vivos. Como ya he observado, en nuestra cultura solemos
adquirir nuestra vitalidad en forma de bienes que representan amor, sexo o
éxito, desde la pasta dentífrica y un vino exquisito, hasta Porsches y
prostitutas. Nuestras represiones son aplacadas con orgías de sexo y
comida, con ejercicios de jogging e identificación por láser, con deportes
y películas violentas, con cambios de rumbo y tratos comerciales, o con
tratar de conseguir los mejores videojuegos bizantinos. Nuestra falta de
vitalidad se supera temporalmente con drogas y otros estimulantes
transitorios. Nos hacemos adictos a cualquier cosa que estimule nuestra
fuerza vital interna: trabajo, religión, gente, ejercicio y hasta el amor
mismo; en fin, todo aquello que sirva para embotar nuestro dolor o
estimular nuestros sentidos al coste que sea. Esa es nuestra forma peculiar
de buscar el santo grial, el equivalente moderno pero equivocado de las
cruzadas y las justas, de feroces monstruos y hazañas amenazadoras para
la vida. El grial nunca se encuentra en el viaje y el arte del trato nunca
aplaca nuestro anhelo. Finalmente, tenemos que regresar al hogar, a
nosotros mismos. Todos nuestros anhelos se hallan conectados con
nuestro sí mismo desaparecido, y eso es algo que no está «ahí fuera». Si
tenemos suerte, sin embargo, encontramos a alguien que nos aporta vida,
alguien que nos hace sentir que el viaje ha terminado. Nos enamoramos...
de nuestro sí mismo desaparecido.
Enamorarse: encuentro de lo perdido
Al enamorarnos, nos sentimos enteros de nuevo, pues adscribimos al ser
amado las cualidades dormidas y desaparecidas en nosotros mismos. En el
amor, el impulso interior hacia la totalidad rompe la pared de la prisión
social en la que vivimos. Rescatados de nuestro estupor, vibramos llenos
de vida. Regodeándonos en el resplandor de nuestro ser amado que todo lo
acepta, llegamos a ser ingeniosos allí donde antes éramos obtusos, nuestro
cuerpo insensibilizado se abre al placer sexual, nuestro mundo
monocromático titila con todo el color del espectro.
Nos sentimos afortunados por haber sido rescatados de nuestra apatía y
tristeza, de nuestra cólera y alienación. Pero no es cuestión de suerte; hay
un cierto método en esta locura. Lo que encontramos aquí es otra pieza del
rompecabezas del Imago: del mismo modo que los miembros de una
pareja se sienten atraídos el uno hacia el otro sobre la base de sus heridas
simétricas en la escala del desarrollo, también se sienten cautivados con la
base de sus adaptaciones complementarias al proceso de socialización. La
naturaleza vuelve a emplear sus viejos trucos, nos facilita una relación que
tiene el potencial para curar nuestras heridas. Con una astuta sabiduría, le
empareja con otra persona incompatible para crear la química para el
crecimiento.
Piense en las parejas que conoce, y descubrirá amplias pruebas de esta
colusión no reconocida. El amigo matemático, de cabeza fría, ha salido
con una serie de casos de baloncesto emocional. Una pareja a la que
conoce mantiene un conflicto constante acerca del sexo. Ella disfruta con
los masajes y todo aquello que atraiga a los sentidos, mientras que a él le
desconcierta demostrar afecto y parece retroceder cuando se le toca. Un
hombre con el que he trabajado le encanta el kayak y escalar montañas; le
gusta la acción y el desafío físico de cualquier tipo. Pero su nueva
prometida es una persona cómoda, a quien le encanta hacer punto y
escuchar música y que parece alérgica a las actividades al aire libre.
Lo más probable es que las personas por las que se sienta atraído y a las
que admira posean cualidades que usted anhela o que fueron despreciadas
o desdeñadas en su hogar de la infancia. Si se acerca a esas personas, se
sentirá bien consigo mismo, más completo a través de la asociación. Usted
quizá nunca llora en el cine, pero le encanta ir con su amiga que solloza en
las escenas sentimentales. Tal vez le encanta reír y bailar, pero se siente
atraído por parejas con mentes lógicas y apagadas.
Para demostrar cómo el sí mismo subterráneo aflora a la superficie en el
otro miembro de la pareja, voy a utilizar el ejemplo de Earl y Christine,
cada uno de los cuales parece hecho para compensar lo que le falta al otro.
En mi consulta, Earl se sienta recto en su silla, con su traje de tres piezas y
la obligada corbata, el cabello perfectamente peinado, las uñas cuidadas,
ofreciendo la imagen perfecta del ejecutivo de negocios. Christine se repantiga un poco, con las piernas cruzadas, con un vestido veraniego casual
y sin mangas, pasándose los dedos por entre una maraña de cabellos
oscuros. Se conocieron en la fiesta de Navidad de unos amigos. Earl
recuerda que se enamoró a primera vista del aspecto bohemio de
Christine, de su largo cabello enmarañado y de su risa contagiosa. La
invitó a bailar y se sintió elevado a un mundo nuevo de encanto sensual.
Christine recuerda que se sintió encantada con el intelecto de Earl, su
conocimiento de la filosofía y de la historia, su sentido de mando. Podría
haberle «escuchado hablar durante horas».
¿Qué deseaba Earl de Christine? La facilidad y naturalidad con la que
movía su cuerpo, su sexualidad abierta, su risa contagiosa, sus
sentimientos. Y consiguió todo eso. Pero ¿qué vio Christine en Earl?
Desorganizada e indecisa, se sintió atraída por la actitud de «tomar el
mando» de Earl, por la forma eficiente con la que se ocupa de los
negocios, por sus opiniones seguras, por su pensamiento. Y no quedó
decepcionada. Si vemos de nuevo nuestro diagrama (figura D)
descubrimos que Earl y Christine, al encontrar cada uno en el otro lo que
les falta a sí mismos, han creado una unidad con fronteras abiertas que les
permite expresar vitalidad en todos los ámbitos.
Entonces, ¿por qué están aquí, en mi consulta, incluso antes de haberse casado? Parece ser que consiguieron más de lo que quisieron. Earl se queja
de que Christine no piensa nada más que en el sexo, y sus «estallidos» de
entusiasmo por cada pequeña cosa que le sucede le hacen subirse por las
paredes. Christine dice que la forma lenta y laboriosa con la que Earl
enfoca todas sus tareas le hace sentir deseos de ponerse a gritar, y está
cansada de escuchar sus opiniones, barbotadas como si fueran la verdad
del evangelio. «Cada hombre al que he conocido -se quejó Christine-, ha
resultado ser un aburrimiento, una computadora sin sentimientos.» A lo
que Earl replicó: «Y tú pareces tener muchas hermanas que no hacen otra
cosa que regodearse en sus sentimientos y plantear exigencias que yo
parezco tener que satisfacer». y Lo que antes adoraron el uno en el otro
constituye ahora la fuente de sus quejas. Y lo que desean el uno del otro es
lo que cada cual parece menos dispuesto a dar, hasta que crezcan y
cambien. Es posible que no lleguen hasta el altar, a menos que se
reconcilien con lo que está sucediendo en realidad.
DESPERTAR A LA BESTIA DORMIDA
¿Qué está sucediendo aquí? Bueno, el simple hecho de enamorarse de
alguien que compensa aquello que falta en nosotros no constituye una cura
milagrosa. Al volver a captar esos rasgos perdidos, no hacemos sino despertar a una bestia dormida: aquella parte de nosotros mismos que, según
se nos dijo (y creímos inconscientemente), es peligroso tener. Lo que se
ama en el otro es lo que enterró en sí mismo para poder sobrevivir. Lo primero que le atrajo, y lo que le liberó momentáneamente, terminará por
agitar lo que ha estado prohibido, haciéndole sentirse incómodo. La
sexualidad de Christine despierta la sexualidad dormida de Earl; la mente
inquisitiva de Earl despierta el intelecto dormido de Christine. Recuerde
que ese bloqueo no fue arbitrario, sino que se produjo con un propósito y
con un mensaje específico de admonición transmitido por la sociedad a
través de sus padres, que usted asumió por completo. Su cerebro antiguo
reacciona con alarma, y le dice que es peligroso satisfacer esas
necesidades prohibidas, de modo que el otro le empuja más allá del límite
de seguridad. Replica entonces a su pareja para no tener que luchar contra
su propia bestia dormida.
La naturaleza de las relaciones es tal, que nuestra incomodidad aumenta a
medida que las apuestas son más elevadas. \Un compromiso de cualquier
tipo, ya se trate de la decisión de verse el uno al otro exclusivamente, de
convivir, de acordar un compromiso de boda, o del matrimonio, hace que
el cerebro antiguo experimente pánico. Pues el compromiso plantea
exigencias sobre partes del sí mismo que han estado bloqueadas. El temor
a afrontar el sí mismo perdido, ese resto de nuestro núcleo original,
explica por qué muchas parejas se rompen en cuanto empiezan a surgir los
problemas. Mientras la relación siga siendo casual, las cosas pueden ir
bien.
Pero la intensidad intensifica a su vez la ansiedad. Las explicaciones
habituales de la ruptura de una pareja (el temor al compromiso, la
incompatibilidad sexual) enmascaran a menudo tensiones subyacentes
más profundas: el miedo a abandonar la seguridad del sí mismo falso
aceptable, aunque limitado. Este terror despertado explica por qué muchas
parejas tienen sus primeras peleas serias a las cuarenta y ocho horas de
acordar su compromiso.
También es la fuente de las depresiones de la luna de miel, cuando de
repente se ponen de manifiesto la frigidez enterrada, la rigidez, la histeria,
el dogmatismo y la pasividad que nos habían servido tan bien, surgiendo
por entre las palmeras y en la suite nupcial.
Ellen y Jack coincidieron en que algo fundamental ocurrió en la joyería en
la que estaban comprando el anillo de compromiso. Ellen había presionado para que acordaran un compromiso, pero de repente sintió pánico,
que encubrió con cólera cuando Jack hizo un comentario chistoso sobre el
coste del anillo. De repente, ella vio a Jack como un tacaño, rígido y
emocional-mente insensible, rasgos muy similares a aspectos de su padre
a los que había estado ciega en Jack. Jack, que se había enamorado de la
facilidad de trato de Ellen, la vio de repente como exigente y aprovechada,
lo que le recordaba a su madre. Efectuaron la compra y abandonaron la
joyería sumidos en un pétreo silencio con el que enmascaraban el trauma
de su nueva toma de conciencia. ¿Qué había ocurrido? Se les habían caído
los anteojos. Su colusión en servir al sí mismo desaparecido del otro había
concluido, y se sentían conmocionados. Habían podido echar un vistazo
furtivo al trabajo que tenían que realizar por su totalidad mutua.
APROPIARSE DEL sí MISMO DESAPARECIDO
Comprender la naturaleza del sí mismo desaparecido no sólo le puede
permitir predecir la clase de pareja hacia la que se sentirá atraído, sino que
también preanuncia algunos de los problemas a los que tendrá que
enfrentarse. Pues aunque elegimos parejas que poseen los rasgos positivos
que hemos enterrado, también escogemos a las que tienen nuestros
propios rasgos negativos rechazados. Recuerde que el sí mismo negado no
es en realidad una parte de nuestra naturaleza nuclear original, sino una
interiorización de nuestra identificación con los rasgos de nuestros
cuidadores, que entran tanto en conflicto con nuestra autoimagen, que no
podemos admitirlos. El sí mismo negado representa la discrepancia entre
cómo necesitamos pensar sobre nosotros mismos y cómo somos en
realidad, un vacío de realidad que los psicólogos llaman egodistónico.
Puesto que no podemos vivir con una mala imagen de nosotros mismos,
proyectarnos nuestros rasgos negativos inadmisibles sobre nuestra pareja.
La horrible verdad es que lo más intolerable para usted de su pareja es, al
menos parcialmente, el reconocimiento en el otro precisamente de aquello
que no puede soportar el reconocer en sí mismo. El grado de reacción
emocional ante un determinado rasgo en el otro, es el grado en el que ese
mismo rasgo existe en usted, ya se trate de algo positivo o negativo. Ellen,
en el caso antes citado, se había encontrado en Jack con su propia
tacañería negada, mientras que él se encontraba en Ellen con su propia
cólera oculta. Desaparecidos de pronto los anteojos, la verdad resultó
demasiado dolorosa e insoportable para ambos. Podría decirse, casi con
seguridad, que si no soporta usted la pereza de su pareja, su apariencia de
gran actividad no es más que un encubrimiento de la propia pereza. La
cólera que experimenta ante el rencor de su pareja enmascara la propia,
por muy agradable que parezca ser de cara al exterior. '
Su sí mismo negado puede asomar la cabeza en el transcurso de la vida
cotidiana, o aparecer en los sueños. Un cliente clérigo soñó con una figura
política a la que percibía como fría, despiadada y manipuladora.
Confrontado con la interpretación proyectiva de los sueños, rechazó
vigorosamente la idea de que él pudiera ser de ese modo. «Al fin y al cabo
-protestó-, soy un hombre de Dios. Creo que tengo buen corazón.» A la
semana siguiente se presentó con un sueño sobre otra personalidad
política a la que todavía respetaba menos. Al escuchar el sueño le dije en
tono humorístico que debería haber prestado atención a lo que le indicaba
su primer sueño. Como no lo había hecho así, su inconsciente le enviaba
un mensaje todavía más fuerte acerca de la parte que negaba de sí mismo.
Claramente conmocionado por el sueño y la interpretación, empezó una
autoexploración en serio. En un grupo de terapia pidió a sus componentes
que le ofrecieran una retroinformación honesta sobre si habían observado
tales rasgos en él. Puesto que los miembros del grupo se habían comprometido previamente a decir la verdad, le indicaron varios casos en los que
le habían visto intentando manipular al grupo de una forma fría e
insensible.
Tanto si lo admitimos como si no, nuestros otros íntimos (parejas, colegas
y niños) conocen los rasgos que negamos en nosotros mismos. Ellos son
los «espejos» en los que podemos ver los aspectos ocultos de nosotros
mismos. En el capítulo 13 veremos cómo la proyección de nuestros rasgos
rechazados sobre el otro miembro de la pareja se convierte en el núcleo de
la lucha por el poder en nuestras relaciones, preparando de esta forma el
escenario para la representación de nuestro comportamiento infantil con
las personas que nos cuidaron.
AFRONTAR LA VERDAD
Los compromisos íntimos nos obligan a poseer lo que negamos en nosotros mismos; no podemos enmascarar indefinidamente los rasgos
indeseables que somos capaces de camuflar en público. Nos guste o no,
esas cualidades forman parte del sí mismo desaparecido y, para ser
enteros, tenemos que poseerlas e integrarlas. Nuestra totalidad (el sí
mismo total) incluye también a la sombra. En mi propio caso, hubo un
período de mi vida en el que no tenía paciencia con nadie que se sintiera
deprimido y triste. Y, sin embargo, no hacía más que relacionarme con
personas tristes y melancólicas. Durante una de mis sesiones de terapia en
la que hablaba de mi vida, en general, mi terapeuta me conmocionó al
preguntarme desde cuándo me sentía deprimido. Después de varias
semanas de negar mi depresión, e incluso de considerar la idea de
abandonar al terapeuta debido a su diagnóstico tan erróneo, decidí
explorar su teoría para demostrarle que estaba equivocado.
Al hablar sobre mi niñez, quedó claro que no me había lamentado por la
pérdida de mi madre cuando era pequeño. La depresión y la tristeza de los
demás agitaban esos sentimientos en mi interior, sentimientos demasiado
dolorosos como para permitir que afloraran a mi conciencia. Pero me había relacionado consistentemente con personas cuya depresión funcionaba
como un espejo de la mía, para, de ese modo, no tener que admitirla ante
mí mismo; luego, me libraba de esas personas para destruir el reflejo.
En el transcurso de la exploración de mis recuerdos de infancia, la depresión afloró en forma de una enorme tristeza. Al permitirme lamentar la
muerte de mi madre después de veintisiete años, la depresión oculta
desapareció y me sentí más vivo que nunca. Había conseguido restaurar el
aspecto sentimental de mí mismo.
Volvernos a recomponer
Las peleas que tendrá con su pareja son externalizaciones de los conflictos
que ocurren dentro de usted, f Aquello que idealice o desprecie en el otro
es probablemente cierto de sí mismo, hasta cierto punto. En mayor o
menor medida, su pareja personifica los rasgos negativos negados con los
que no puede vivir en sí mismo, y los rasgos positivos del sí mismo
desaparecido sin los que no puede vivir. En otras palabras, se produce de
hecho una traición a sí mismo; al proyectar sus propias cualidades
enterradas sobre el otro, para luego tratarlo en consecuencia, se está
negando a sí mismo. Eso es lo que sucede cuando adoramos a las estrellas
de cine: las idealizamos por las cualidades que hemos reprimido,
rechazándonos esencialmente a nosotros mismos en el proceso y
manteniéndonos como sí mismos parciales que viven experimentando las
cosas a través de los demás. Cuando admiramos a la Madre Teresa, o nos
apegamos a la buena fortuna de un héroe del deporte, lo que a menudo nos
atrae es la parte de nosotros mismos que ha desaparecido, que no se nos
permitió expresar.
¿Cómo romper esa situación sin solución? ¿Cómo reclamar nuestras
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partes perdidas, las buenas y las malas, y recomponernos? Volvemos a encontrarnos con la misma respuesta: a través del prolongado y exigente
trabajo de una relación consciente con una pareja Imago. Lo que parece
ser un truco sucio de la naturaleza es en realidad benevolente: existe una
hermosa simetría entre el proceso de curación y el que nos causó la herida.
Dicen que romper una relación es algo difícil de hacer, pero eso no es
cierto. Resulta fácil alejarse antes de que las cosas se pongan realmente
duras, para encontrar otro barco de ensueño, hasta que ese nuevo barco
empiece a hacer aguas de nuevo. Lo difícil es despertar.
Figura E
Efectos de los déficits de educación y de la represion social
LA GRAN IMAGEN
Acabamos de dedicar mucho tiempo a considerar los temas complejos de
nuestra educación y socialización. Comprender cómo funciona el proceso
de educación insana por parte de los padres puede ser confuso. Antes de
pasar a realizar una serie de ejercicios que le ayudarán a identificar su sí
mismo socializado, eche un vistazo a la figura E, en la que se sintetiza el
ciclo interactivo de los déficits de la educación y la socialización desde el
nacimiento hasta aproximadamente la edad de diecinueve años. La figura
ilustra gráficamente la progresión de las pérdidas y represiones que conducen a los temores y adaptaciones que surgen en cada fase.
EJERCICIO IO
A
Su sí mismo oculto
Para hacer este ejercicio, encuentre una hora relajada en la que no se vea
interrumpido. Cierre los ojos y respire profundamente varias veces. Piense
en aquellos rasgos y aspectos de sí mismo que mantenga ocultos ante los
demás, imágenes que no encajan en su persona pública o que, de
conocerse, le colocarían en una situación embarazosa. Algunos de esos
atributos pueden ser aceptables para usted, pero tiene la sensación de que
serían criticados o rechazados por los demás. Pregúntese: «¿Qué pensaría
la gente si supieran...». He aquí algunos ejemplos: «... que lloro en el
cine», «que guardo un montón de revistas de porno duro», «que escribo
poemas de amor», «que me atrae el cajero del banco», «que engaño a mi
novio», «que me masturbo mucho», «que suelo comprar regalos baratos»,
«que devuelvo a la tienda ropas que ya me he puesto», «que a menudo
ceno el contenido de una lata».
Ahora, hágase la misma pregunta, pero en relación particular con el sexo
opuesto. ¿Qué pensarían, o harían, si supieran, por ejemplo, que «tengo
experiencias místicas», «creo en los ovnis», «duermo desnudo», «robo en
el supermercado», «sueño con ser famoso», «a veces no cambio las sábanas de mi cama durante semanas»? A medida que surjan las imágenes,
escríbalas rápidamente en el orden por el que aparezcan.
Sobre una hoja de papel en blanco, trace un diagrama como el que se
muestra en la página siguiente. Anote cada uno de los rasgos del sí mismo
oculto en el sector apropiado del círculo y, al hacerlo, añada cualquier
cosa que se le ocurra. Todo aquel aspecto que no encaje en una de las
categorías debe introducirse en el círculo interior.
Ahora tiene una imagen de su sí mismo oculto. Mantener esos aspectos
ocultos exige emplear una energía y una vigilancia que agota su fuerza
vital. Algunos de esos rasgos son aspectos de su auténtico sí mismo
nuclear que necesitan quedar integrados en su concepto de sí mismo y
quizá también en sus relaciones interpersonales. Quizá tenga que superar
activamente su temor a permitir que otros conozcan la poesía que escribe,
o el hecho de que llora en el cine, o quizá tenga que buscar un ambiente en
el que esas cosas sean aceptables. Otras partes pueden ser compensaciones
por aspectos de sí mismo que tuvo que reprimir. Por ejemplo, la
pornografía puede ser un sustituto para la soledad o la privación sexual. Si
tal fuera el caso se tienen que identificar y satisfacer las verdaderas
necesidades, una vez más en provecho de su totalidad. Quizá descubra en
sus relaciones futuras que puede compartir estos rasgos ocultos con una
pareja, y que él o ella puede ayudarle a afrontarlas apropiadamente.
EIERCICIO 10B
Su sí mismo perdido
Para obtener la información necesaria para realizar este ejercicio tenemos
que utilizar un método indirecto, ya que lo que se solicita no se encuentra
en su mente consciente. Una vez más, necesita disponer de una hora de
intimidad y relajación. Quizá tenga que repetir este ejercicio para obtener
toda la información relevante.
1. Mientras se encuentra en un estado relajado, permítase
rememorar recuerdos de la infancia en los que sus padres le
transmitieron mensajes de «no lo hagas», «no deberías hacerlo» o
«basta» acerca de su cuerpo, pensamientos, sentimientos y
comportamientos, así como acerca de su «sí mismo». Por
ejemplo, sus cuidadores pueden haberle dicho: «No te toques
"ahí"», o «Ya basta de correr», o «No cantes en la mesa», o «Los
niños mayores no lloran», o «No deberías pensar eso», o «Eso no
lo hacemos en nuestra familia», o «Eres malo». Además, habrá
captado usted mensajes no ex-plicitados, como «Eres una
molestia», o «No perteneces aquí», o «Eres demasiado listo para
tu propio bien», o «No le gustas a nadie cuando estás triste», o
«No deberías existir». Otros mensajes puede haberlos captado a
través del grupo de compañeros de su infancia, el grupo de
adolescentes, los amigos, los maestros y otros adultos
importantes, e incluso de la televisión y las películas. Anote todo
aquello que se le ocurra.
2. A continuación, considere los mensajes que ha escuchado directa
o indirectamente de las parejas íntimas previas o actual. Esos
mensajes pueden ser de dos clases. Algunos de ellos pueden ser
mensajes que indican «basta» o «no lo hagas», similares a los que
escuchó en su hogar infantil. Por ejemplo: «No me molestes
cuando estoy leyendo», o «No deberías actuar así delante de los
vecinos», o «Basta de reír como si fueras un niño».
Por otro lado, los mensajes más significativos que ha recibido de
otra persona íntima son aquellos que le indican lo que esa otra
persona desea de usted, cómo desearía que fuera usted diferente o
que expresara algún aspecto de sí mismo que considera que no
«forma parte de usted». Por ejemplo, quizá recuerde que su pareja
le dijo: «Desearía que te pusieras algo más sexual para acostarte»,
o «¿Por qué no piensas más antes de abrir la boca?», o «Me
gustaría mucho que leyeras algunos de los libros que me
interesan», o «Nunca me dices cómo te sientes cuando yo...», o
«Nunca me llevas a bailar». Una vez más, anote todo lo que se le
ocurra. Tales mensajes son claves significativas para descubrir las
funciones del sí mismo perdido. Se trata de peticiones indirectas
para expresar lo que ha reprimido, que contiene información
acerca de lo que se ha perdido en usted.
3. Trace otro círculo idéntico al del ejercicio precedente, pero
cambie el círculo interior de modo que ahora ponga «Sí mismo
perdido». Coloque cada uno de los mensajes en una de las cuatro
categorías. Ponga en el círculo central aquellos que se apliquen a
su energía nuclear, como los mensajes relativos a «No existes».
Mientras los registra, es posible que se le ocurran otras funciones
específicas mientras se centra en esa parte de usted mismo.
Asegúrese de incluirlas también.
Ahora tiene una impresión de su sí mismo perdido. Las categorías
que contienen pocos mensajes sugieren que no tuvo usted que
reprimir esa función. Las categorías a las que se aplican la
mayoría de los mensajes identifican partes de su sí mismo
auténticos que han desaparecido. En su impulso hacia la totalidad,
gravitará hacia parejas que no tuvieron que reprimir las mismas
funciones que a usted se le pidió que reprimiera. Sin embargo, en
un momento posterior de la relación tenderá a criticar esas partes
«vivas» en su pareja que están «muertas» en usted. Necesitará
desarrollar las funciones reprimidas para llegar a ser una persona
entera y aparte como para no necesitar que el otro le «lleve» las
piezas desaparecidas. Sin duda alguna, su pareja le incordiará
para que desarrolle esas partes desaparecidas, criticándole por no
tenerlas. Estoy seguro de que ya habrá oído algunas de esas
quejas.
EJERCICIO IOC
Su sí mismo negado
Ahora va a mirar esa parte de sí mismo que tan difícil le resulta aceptar: su
sí mismo negado.
1. En una hoja de papel trace un gran círculo y divídalo horizontalmen-te
por la mitad. Marque un signo más en la parte superior del círculo y un
signo menos en la parte inferior. Utilizando adjetivos para describirse a sí
mismo, confeccione una lista de sus rasgos positivos en la parte superior
del círculo, y de los rasgos negativos en la parte inferior. Hágalo reflexiva
y meticulosamente.
2. Trace el diagrama circular antes indicado en cinco o más hojas de papel
adicionales. Pídale por lo menos a cinco personas a las que conozca,
incluyendo por lo menos dos con las que haya mantenido relaciones íntimas (es decir, un ex amante o ex pareja) que le describan utilizando el mismo método antes indicado.
3. Una vez que haya reunido todas las respuestas, subraye cada descripción, tanto positiva como negativa, que sea idéntica o similar a uno de los
adjetivos que utilizó usted para describirse a sí mismo. Dibuje un círculo
alrededor de las descripciones positivas o negativas que no se encuentran
en su lista.
4. Trace otro círculo idéntico a los anteriores, pero esta vez divídalo
también verticalmente, de modo que forme cuartos. Traslade los adjetivos
positivos subrayados que fueron mencionados más de una vez al
cuadrante superior izquierdo del círculo y anote al lado de cada uno
cuántas veces se mencionaron. Lleve los rasgos negativos subrayados que
se mencionaron más de una vez al cuadrante inferior izquierdo del círculo.
Traslade los adjetivos positivos alrededor de los cuales trazó un círculo, y
que se mencionaron más de una vez, al cuadrante superior derecho del
círculo grande, de la misma manera que hizo antes, y los adjetivos
negativos alrededor de los cuales trazó un círculo y que se repitieron más
de una vez al cuadrante inferior derecho.
5. Escriba «Rasgos conocidos por mí y otros» en el lado izquierdo del
círculo grande. Marque el lado derecho como «Rasgos conocidos por mí
pero desconocidos por otros». Los adjetivos de la mitad derecha del
círculo describen su sí mismo negado. Aunque la gente que le conoce bien
observa sus cualidades positivas, quizá usted se sienta desconcertado o
temeroso por tenerlas. Por ejemplo, tal vez amortigüe su mente aguda en
el caso de que sus padres crean que «las mujeres deben ser vistas pero no
escuchadas», o si usted cree inconscientemente que «los hombres raras
veces se fijan en las mujeres que llevan gafas». O quizá amortigüe la
naturaleza artística que sus amigos adolescentes consideraron como un
afeminamiento. No obstante, la parte más problemática de su sí mismo
negado son las cualidades negativas que rechaza pero que es muy
probable que proyecte sobre los demás. Puede haber experimentado estos
aspectos de sí mismo en ocasiones de estrés o crisis, y pensar: «Esto no es
propio de mí». Quizá ha explotado coléricamente de repente y ha pensado:
«No sé lo que me ha sucedido».
Ahora cuenta con una imagen bastante completa de su sí mismo desaparecido. En el capítulo 11 examinará más atentamente su sí mismo
contra-sexual, y en el capítulo 15 encontrará ejercicios que le ayudarán a
integrar todos los aspectos rechazados. Todos sus rasgos fugitivos tienen
que ser apropiados e integrados, y algunos de ellos cambiados, para que
pueda llegar a ser entero. En una relación íntima con otra persona,
cualquier parte no integrada del sí mismo tiende a proyectarse sobre el
otro y puede tener como resultado un conflicto destructivo. Podrá
mantener una relación mucho más constructiva si su mente consciente
dispone de este conocimiento, y no es la fuente de conflicto entre usted y
su pareja. Por otra parte, su futura pareja puede ayudarle a efectuar los
cambios que desea hacer para llegar a ser entero.
II. Género y sexualidad: haz el amor, no la guerra
¿Por qué una mujer no puede ser más como un hombre?
PROFESOR HIGGINS, en Pigmalión
- Uno de los ingredientes más problemáticos de los conflictos de relaciones es tan claramente evidente que a menudo se pasa por alto: el otro
miembro de la pareja pertenece al sexo opuesto. ¿Bromea?, se preguntará
usted. No necesitaba comprar este libro para que me dijera eso. Pero las
diferencias biológicas, mantenidas culturalmente entre los hombres y las
mujeres, constituyen una fuente fundamental de conflicto para la mayoría
de las parejas, debido particularmente a que esas divergencias, algunas de
las cuales son intercambiables, mientras que otras no lo son, se ignoran a
menudo cuando se trata de buscar la raíz de una situación difícil. Parte de
su misión como soltero consiste en comprender esas diferencias y, aparte
de eso, trascenderlas. (Nota: Deseo mencionar que aunque este capítulo
está dirigido específicamente a las parejas heterosexuales, ese mismo tira
y afloja de papeles y energías de género, y por lo tanto de conflictos
similares, funciona también en las parejas homosexuales.)
Cuando socializamos a los niños para que sean «hombres» y «mujeres»,
terminamos por encontrarnos con «la batalla de los sexos». En nuestra
sociedad, las relaciones entre los hombres y las mujeres se han polarizado
tanto, y están tan dominadas por la cólera y la desconfianza, que a menudo
se parecen a una verdadera guerra. Y, como sucede en la mayoría de las
guerras, nadie gana. Todos los hombres y mujeres enfrascados en este
conflicto en el que nadie gana, pierden la totalidad individual que sólo
puede alcanzarse cuando integramos nuestras energías masculinas y
femeninas innatas. Como soltero, en el juego de entablar relaciones de
pareja pierde usted la libertad de ser usted mismo; se ve presionado para
adaptarse a las ideas que tiene la sociedad acerca de cómo presentarse
como «un hombre» o «una mujer» si espera atraer a personas con las que
salir. Eso significa que, ya desde el principio, sus relaciones empiezan con
mal pie.
¿Existe alguna forma de evitar la guerra de los sexos, esa prolongada
historia de malentendidos entre los sexos? Los hombres y las mujeres
están enfrentados porque, literalmente, no se comprenden los unos a los
otros. Las interpretaciones mal construidas y la comunicación mal
desarrollada se encuentran a menudo por detrás de la confusión, el juicio y
la herida que caracterizan actualmente tantas relaciones entre hombres y
mujeres. La resolución, por tanto, exige primero ser conscientes de cómo
los hombres y las mujeres difieren biológica y psicológicamente, para
luego ver cómo se ven culturalmente ampliadas y distorsionadas esas
diferencias. Sólo a través de la conciencia de su herencia de género puede
comprender cómo surgen los conflictos y aprender a resolverlos con
aceptación y empatía, antes que con sentido de culpa. Sólo cuando
comprendemos y valoramos las energías y sensibilidades del sexo opuesto
podemos abrirnos a nuestras propias energías contrasexuales, aspectos de
nuestros sí mismos perdido y negado, que hemos sacrificado en aras de la
socialización. Sólo entonces podemos ser equilibrados y enteros.
Permítame clarificar mis términos. Quiero dejar bien claro que
«masculinidad» y «feminidad» no se refieren al género, sino que
describen rasgos y energías concretas. Biológicamente, todos los
embriones empiezan por ser femeninos y permanecen así hasta
aproximadamente la sexta semana de su desarrollo, cuando la existencia
de un cromosoma Y en el código genético inicia el desarrollo de las
características «masculinas» en aquellos embriones destinados a
convertirse en varones. Así pues, los hombres experimentan un cambio
transexual al principio de la vida. (La realidad biológica también
contradice el dictado bíblico de que la mujer fue creada a partir de la
costilla del hombre, que ha constituido la justificación para la
subordinación de las mujeres.) La esencia del ser humano es una polaridad
de varón y hembra: la unidad original del sí mismo es biofísiológica.
Cuando empezamos a disolver las barreras entre nuestras energías
masculinas y femeninas, regresamos adonde empezamos, a nuestra
totalidad y al relajado gozo con el que empezamos.
Después de las seis semanas el desarrollo embriónico masculino y femenino difiere en las formas previamente comentadas. Pero es en el
proceso de socialización donde tiene lugar la represión de la energía
contrasexual, lo que Cari Jung llama el «animus» en las mujeres, y el
«anima» en los hombres. Y es esa energía culturalmente inaceptable la
que se separa para convertirse en parte de los sí mismos perdido y negado.
Así pues, nuestro conflicto con el sexo opuesto es también un conflicto
con nuestro propio lado masculino y femenino negado.
Irónicamente, nos sentimos atraídos hacia las energías contrasexuales de
nuestra pareja porque no las hemos desarrollado en nosotros mismos, a
pesar de lo cual su misma «extrañeza» alimenta la ansiedad, el recelo y el
conflicto. Mientras continuemos negando y reprimiendo nuestra energía
contrasexual, seguiremos buscando la totalidad a través de aquel otro que
personifique lo que menospreciamos. Jung llama a esto «proyectar lo
opuesto»; las mujeres proyectan animus, sus energías masculinas negadas,
sobre los hombres que aparecen en sus vidas; éstos proyectan sus
sensibilidades femeninas negadas, o anima. Esperamos que nuestra pareja
del sexo opuesto cure el vacío creado por la represión de nuestra energía
contrasexual, y contamos con el otro para poder llenar la parte separada de
nosotros mismos y llevar la carga de las energías que han desaparecido en
nosotros mismos. Desgraciadamente, esperamos demasiado. Es inevitable
que nuestra pareja nos decepcione, como nosotros a ella. Si queremos
recuperar nuestra totalidad original, tenemos que despertar e integrar
nuestra oxidada energía del género opuesto. Tenemos que mirar a nuestra
pareja no para que compense nuestro sí mismo desaparecido, sino para
que nos ayude a refrescar nuestros recuerdos, a volver a familiarizarnos
con nuestros aspectos enterrados, a reclamar aquello a lo que tuvimos que
renunciar. Cuando los hombres reconocen y desarrollan las energías
femeninas separadas en sí mismos, y cuando las mujeres permiten que
surja su lado masculino, ya no necesitan obtener de sus parejas lo que se
ha perdido en ellos mismos, y ya no se ven el uno al otro como enemigos.
Los conflictos con el sexo opuesto se disuelven en la medida en que los
dos miembros de la pareja puedan integrar en sí mismos sus aspectos
polares dormidos.
«NO
HACES MÁS QUE QUEJARTE»
La lista de quejas que tienen las mujeres sobre los hombres, y los hombres
sobre las mujeres, es aparentemente interminable, y ha sido materia de
innumerables libros y artículos, series de televisión, estudios sociológicos
y sesiones de terapia. Lo que «anda mal» con el sexo opuesto es la lingua
franca de los vestuarios deportivos y de los salones de belleza.
Las mujeres acusan a los hombres de toda una serie de defectos percibidos: no escuchan, no se comunican, no expresan sus sentimientos, no
hacen las tareas que les corresponden, se dan aires de superioridad, son
dominantes y lo único que les importa es el aspecto. Además, son
sexualmente exigentes, descuidados, poco fiables e insensibles.
No es sorprendente que la mayoría de las quejas comunes que plantean los
hombres sobre las mujeres sean la cara opuesta de las quejas de las mujeres sobre los hombres; para ellos, las mujeres son demasiado
emocionales, hablan demasiado, no responden sexualmente, son
demasiado exigentes, demasiado sensibles y se muestran abiertamente
preocupadas por su aspecto.1
Probablemente, la mayoría de ustedes han escuchado estas o similares
críticas. Como terapeuta, las escucho en innumerables ocasiones,
expresadas de una u otra forma, produciéndose una escalada en la cólera y
la culpa a medida que transcurre el tiempo y «nada cambia». La cuestión
fundamental parece ser: ¿Por qué un hombre no puede ser más como una
mujer? ¿Por qué una mujer no puede ser más como un hombre? Implícito
en estas preguntas se encuentra el siguiente juicio de valor: las mujeres
son «mejores» que los hombres, o los hombres son «superiores» a las
mujeres. De ese modo, quedan trazadas las líneas de la batalla.
La desigualdad percibida en el valor atribuido a la masculinidad o la feminidad en nuestra cultura exacerba la polarización. En una sociedad patriarcal como ha sido la nuestra durante buena parte de la historia más
reciente, la energía masculina es dominante y valorada, mientras que se
produce una devaluación coincidente de la femenina. La subordinación de
las mujeres ha conducido a una visión limitada y distorsionada de toda la
humanidad. Nuestra sociedad valora la razón por encima de la intuición, la
competencia sobre la cooperación, el lugar de trabajo por encima del
frente hogareño, etcétera. Como quiera que han sido principalmente los
hombres los que han estudiado y definido el desarrollo y el
comportamiento humanos, la biología y la psicología masculinas se
consideraron hasta hace muy poco como la «norma» mediante la que se
medía el desarrollo y el comportamiento humanos. Juzgadas de acuerdo
con esos estándares, a menudo se consideraba que a las mujeres les faltaba
algo por defecto, que su desarrollo era «anormal» y su comportamiento
«desviado». Así, por ejemplo, el estoicismo es «bueno», mientras que
demostrar las emociones es «malo». La autonomía es «fuerte», mientras
que la dependencia es «débil». El pragmatismo es superior a la intuición.
Las recientes investigaciones feministas han desenmascarado
correctamente estos tópicos, no resaltando la igualdad de los sexos, sino
identificando esas diferencias entre hombres y mujeres y convirtiendo la
«norma» masculina en inaplicable a las féminas, desafiando al mismo
tiempo la estructura mental mediante la que se juzga a las mujeres.
PROFUNDIZAR EN LA PSIQUE: LO FEMENINO EMERGENTE
Lo cierto es que la psique humana, tanto masculina como femenina, no es
estática: evoluciona. Y a lo que estamos asistiendo actualmente es al surgimiento de lo femenino. Esta emergencia se produce paralelamente, y es
una continuación, de la evolución de nuestra sociedad desde la monarquía
a la democracia, y del surgimiento paralelo de lo individual con respecto a
lo colectivo, de lo que ya se trató en el capítulo 2. La libertad individual,
un concepto relativamente reciente en nuestra evolución psicohistórica,
sólo ha conducido en realidad a una liberación de lo masculino. La
204
historia de la creación, según la cual la mujer fue creada a partir de la
costilla del hombre, refleja la sociedad patriarcal de la que surgió; es una
realidad social, antes que biológica. Pero lo femenino ha permanecido
«incrustado» en lo masculino y está surgiendo ahora por derecho propio,
separado, pero igual.
Este surgimiento de lo femenino ha agitado una alarma y una incomodidad considerables, sobre todo por parte de los hombres, muy imbuidos de
su papel. La insatisfacción de las mujeres con el status quo ha encontrado
una voz poderosa y articulada en el movimiento feminista, que ha elevado
el nivel de cólera y desconfianza (así como el nivel de decibelios de los insultos), y desafía los ya inestables cimientos sobre los que se han basado
tradicionalmente las relaciones hombre-mujer. Los hombres están desorientados; se sienten acusados por los problemas de las mujeres y tienen la
impresión de ver amenazada su base de poder. No es nada extraño que
presenten batalla. Mientras la lucha por el poder se instala en un período
de espera, mientras el espacio que separa a hombres y mujeres se abre para
convertirse aparentemente en un abismo insalvable, unos y otras se retiran
a sus respectivos rincones.
Aunque ambos sexos cuentan con una historia de búsqueda de apoyo
dentro de grupos unisexuales, como por ejemplo cuando las mujeres se
reúnen en la cocina y los hombres en el bar local después del trabajo, los
grupos están ahora más polarizados y politizados, y son más exclusivos.
No es sorprendente que el movimiento de los hombres, actualmente
emergente, ejemplificado por el poeta y líder de talleres Robert Bly, se
centre en ayudar a los hombres a mantenerse en contacto con el
«guerrero» o el «salvaje» que hay en ellos, es decir, con su «masculinidad
profunda».
Mientras tanto, las mujeres se reúnen en grupos para adorar a «la diosa» y
realizar rituales que elevan los principios y sensibilidades femeninas.
Ahora nos encontramos con la superioridad femenina en la que se
denigran los rasgos masculinos antes tan ensalzados (poder, agresión,
pensamiento lineal), y se reverencia las cualidades de atención de las
mujeres, incluidas el pensamiento y el pacifismo. El nuevo pensamiento
proclama: «Si las mujeres gobernaran el mundo, no habría más guerras».
Recientemente, oí decir a una mujer política que las mujeres son, por
naturaleza, «cooperativas» e «inclusivas», mientras que los hombres son,
también por naturaleza, «competitivos» y «excluyentes». Esa es una
lógica antagónica y partidista de la que ya hemos tenido bastante. No es
posible efectuar ningún acercamiento cuando una facción es la «buena» y
la otra es la «mala». En estos tiempos que corren, los géneros están
cambiando de puesto, manteniendo la polaridad, precisamente cuando lo
que necesitamos es una síntesis. Aunque los hombres y las mujeres son
socializados para reflejar una dominación de los unos sobre las otras,
todos los aspectos se hallan presentes en ambos sexos. Los dos tienen
suficiente capacidad para ser tanto cooperativos como competitivos si la
cultura no fuera una variable que interviniera en la cuestión.
Aunque las «hermandades» de mujeres y hombres, por separado, pueden
aportar una educación y un apoyo positivos y saludables, y a pesar de que
simpatizo con la necesidad de buscar socorro para las guerras entre los
géneros, mi preocupación fundamental es que los ambientes del mismo
sexo no se conviertan en plataformas para una intensificada polarización
de género. Me parece que estamos haciendo las cosas al revés. Quizá haya
llegado el momento de que las mujeres celebren lo masculino que hay en
ellas, y de que los hombres se enorgullezcan de su feminidad.
Los movimientos, tanto de los hombres como de las mujeres, necesitan
imaginar roles diferentes para el futuro. El surgimiento de estos
movimientos por separado es análogo a lo que sucede con las parejas que
acuden juntas a la terapia, antes que al asesoramiento. Ambos pueden
evolucionar, pero su crecimiento se produce por separado y conduce a
menudo a un mayor extrañamiento. Si los hombres y las mujeres
continúan por este camino, tengo la sensación de que aumentará la
polarización. Lo que se necesita es diálogo, de modo que ambos sexos
puedan tener la oportunidad de llegar a «conocerse» los unos a los otros, al
igual que las partes recesivas que tienen en sí mismos.
Es urgente que cooperemos con la evolución de la psique, que en nuestro
tiempo implica el surgimiento de lo femenino, y no sólo por razones sociales y políticas, sino porque ese proceso contribuye en último término a
la totalidad de todos los seres humanos, hombres y mujeres. Cuando nos
resistimos a lo que, después de todo, es una progresión inevitable,
contribuimos a nuestra propia represión, a nuestro propio estancamiento.
El género es también una cuestión ética. La desigualdad no es ética y,
como seres humanos, tenemos un impulso innato hacia la igualdad que encuentra su paralelismo en el impulso hacia la libertad individual sobre el
que se fundamenta la democracia. Nuestro gobierno democrático no es
ninguna casualidad, sino una manifestación del estatus actual de nuestra
evolución hacia la igualdad. Puesto que las desigualdades son
inconsistentes con la libertad individual, el impulso hacia la igualdad de lo
femenino es un fenómeno natural. Entra dentro del espíritu humano el
expresarse a sí mismo, en lo que constituye el siguiente paso en el proceso
mediante el que la psique humana evoluciona hacia un nivel superior de
desarrollo y, en último término, hacia una asociación de iguales. Todos
participamos en este proceso psicohistórico en el que nos movemos hacia
la integración de lo masculino y lo femenino, de lo social y lo individual.
Aunque actualmente nos encontramos en una difícil fase de transición, se
trata de un proceso del que nosotros y nuestras relaciones tenemos mucho
que ganar.
Vive la différence
Entonces, ¿por qué una mujer no puede ser más como un hombre? Porque
los hombres y las mujeres son diferentes los unos de los otros, en algunas
formas significativas y fundamentales. Las diferencias de género, ya sean
una función de la biología o de la cultura, o de alguna combinación de las
dos, son reales y, para todas las intenciones y propósitos, inmutables. Más
adelante veremos si pueden transformarse con el tiempo, en respuesta a
los cambios que se produzcan en el ambiente o en la cultura, o a través de
esfuerzos directos. Por el momento será suficiente con decir que la
mayoría de las verdaderas diferencias de género, en oposición a los
papeles y estereotipos, persistirán sin que se produzca un cambio
significativo para la vida de una relación. En consecuencia, no podemos
ignorarlas. Al identificar las diferencias de género y aceptar su igual
validez, podemos trabajar con ellas, en lugar de hacerlo en contra, y
podemos desarrollar lo que ha desaparecido en nosotros mismos, al
margen de su «asignación» de género.
DIFERENCIAS FÍSICAS
Deseo enumerar algunas de las diferencias cuantificables entre mujer y
hombre, en el bien entendido de que esta simplificación sólo tiene la intención de que sirva como base para la discusión. Algunas diferencias
parecen ser una cuestión de simple fisiología: los hombres son, por
término medio, un diez por ciento más altos que las mujeres, tienen un
porcentaje significativamente mayor de músculos y un vello corporal más
abundante y áspero. Las mujeres tienen articulaciones más flexibles, un
porcentaje significativamente superior de grasa en el cuerpo (y una
distribución diferente de la misma) y una vida media superior (aunque el
60 por ciento de esta diferencia en la vida media es el resultado del
aumento de los riesgos sociales para los hombres). 3 Muchas de estas
diferencias, puramente físicas (y en particular la fortaleza física de los
hombres y la capacidad de las mujeres para tener hijos) tuvieron un
impacto mucho más significativo sobre los roles de sexo y la división del
trabajo antes de la industrialización y del control de la natalidad de lo que
tienen o deberían tener ahora. Pero otras diferencias parecen afectar
significativamente a cómo perciben los hombres y las mujeres,
inte-ractúan con el mundo y funcionan en él.
DIFERENCIAS DE DESARROLLO
Las diferencias de desarrollo en los niños y en las niñas aparecen ya en la
primera infancia y en cada una de las fases sucesivas. Por término medio,
las niñas se sientan, gatean, caminan y hablan antes que los niños. Hay
algunas pruebas que indican que ya son más «sensibles» al tacto, al olor y
a los sonidos. Las niñas muestran una ventaja inicial en las habilidades
verbales, que continúa floreciendo en la adolescencia, mientras que los
niños exhiben una superioridad inicial en la habilidad visual/espacial y
cuando llegan a la pubertad dejan atrás a las niñas en habilidades
matemáticas. Aunque nuestra cultura participa en resaltar o apagar estas
diferencias, a través de lo que espera, estimula o enseña, se han
identificado en demasiados estudios como para ignorarlas. «La lectura de
repaso», por ejemplo, parece ser una respuesta al hecho de que los niños
aprenden a leer más lentamente; y, sin embargo, no hay clases de
«matemáticas de repaso», probablemente porque la educación no se
considera tan vital para las niñas.4
HORMONAS EN EL CEREBRO
Otra diferencia crucial entre hombres y mujeres es la hormonal: la presencia de estrógeno en las mujeres y el nivel significativamente más alto
de testosterona en los hombres. Estas hormonas tienen un impacto sobre la
salud (el estrógeno, por ejemplo, protege las arterias; la testosterona
fortalece los músculos) y también sobre el desarrollo cerebral. Los
cerebros de hombres y mujeres se desarrollan de modo diferente, y esas
diferencias se están vinculando cada vez más con diferencias en la
percepción y en el comportamiento. La función cerebral en los hombres se
halla más localizada en el hemisferio izquierdo, lo que explica que sean
los primeros en lógica, razonamiento y pensamiento racional. Los
cerebros de las mujeres tienen un corpus callosum más espeso; se trata del
cable nervioso que conecta las mitades izquierda y derecha del cerebro, de
modo que sus habilidades se hallan más uniformemente divididas y son
más capaces de integrar el pensamiento del cerebro izquierdo y el
derecho.5 Puesto que entre las funciones del cerebro derecho se incluye el
pensamiento abstracto y las habilidades de comunicación, el canal abierto
entre los lados izquierdo y derecho de los cerebros de las mujeres explica
probablemente su mayor capacidad para comunicarse, y que sean mejores
a la hora de expresar sus propios sentimientos e intuiciones a los demás.
Todas estas diferencias biológicas, en combinación con el reforzamiento y
el estereotipo cultural, tienen como resultado formas divergentes de
percibir y enfocar el mundo.6 Y son precisamente estas diferencias, y no
las relativas a fortaleza, función reproductora, etcétera, las que juegan el
papel más importante en las relaciones hombre/mujer, incluso entre los
niños. Los estudios demuestran que las niñas se sienten atraídas desde
muy pequeñas hacia las personas antes que hacia los objetos (y lo inverso
puede decirse de los niños), y que las niñas poseen talento para leer otras
claves no verbales.
Los niños son más físicamente agresivos y más orientados hacia los
objetivos, debido probablemente a sus mayores niveles de testosterona. 7
Para ver estas disparidades sólo tenemos que observar a los niños que
juegan: los chicos tienden a hacerlo de un modo competitivo, en grupos
grandes y jerárquicamente estructurados, y en sus juegos hay ganadores y
perdedores. Las chicas tienden a jugar de modo cooperativo, en grupos pequeños e íntimos, y sus juegos exigen con menor frecuencia el tener un
resultado específico. Hasta sus pautas de lenguaje son notablemente
diferentes. Los investigadores que estudian a los pequeños preescolares
que juegan, han observado que los chicos pequeños hablan más
frecuentemente dando órdenes («Haz esto» y «Consigue eso»), mientras
que las niñas lo hacen mediante sugerencias y propuestas («Hagamos
esto» y «¿Por qué no conseguimos eso?»).
Estas marcadas diferencias en la interacción y la comunicación reflejan la
forma divergente mediante la que hombres y mujeres se aproximan al
mundo. Los hombres lo hacen, según la lingüista Deborah Tanner, «como
un individuo en un orden social jerárquico en el que está un escalón por
encima o un escalón por debajo. En este mundo, las conversaciones son
negociaciones en las que la gente trata de alcanzar y mantener la ventaja si
pueden, y protegerse de los intentos de los demás por disminuirlos o
apartarlos. La vida, pues, es una competición, una lucha por preservar la
independencia y evitar el fracaso». Las mujeres, por su parte, se acercan al
mundo «como un individuo en una red de conexiones. En este mundo, las
conversaciones son negociaciones para lograr cercanía en la que la gente
trata de buscar y dar confirmación y apoyo, y alcanzar un consenso.
Tratan de protegerse a sí mismas de los intentos de los otros por apartarlas.
La vida, pues, es una comunidad, una lucha por preservar la intimidad y
evitar el aislamiento».9
Estas diferencias de percepción y enfoque aparecen de modo cotidiano en
las relaciones entre hombres y mujeres y, en particular, en el ámbito de la
comunicación. Según mi experiencia, la mayoría de los hombres se
comunican para dar o recibir información o para resolver problemas. Para
las mujeres, la conversación es con mayor frecuencia un medio de
interactuar y expresar sus sentimientos.
Un caso típico es una pareja a la que llamaré George y Andrea. George
regresa a casa del trabajo y Andrea le cuenta los detalles de cómo le ha ido
el día: se estropeó la lavadora, se inundó el cuarto de lavar, el pequeño
George tiene fiebre. George responde entrando en acción: «Llamaré al
lampista», y «¿Por qué no llamaste al médico?». Andrea le explica que el
lampista ya ha arreglado la lavadora, y que ya ha hablado con el médico
acerca de la fiebre del pequeño George. Pero se siente dolida, porque lo
que está pidiendo en realidad es que la escuchen con comprensión, lo que
desea es la preocupación y el apoyo de su esposo. Para ella, es importante
airear sus frustraciones y permitir que George sepa cómo le han ido las
cosas durante el día. George se siente exasperado porque no puede
comprender por qué le molesta ella con estos problemas si ya los ha
resuelto; para él, Andrea está armando ruido por nada.
Luego, George se sienta como es habitual a leer el periódico. Andrea,
sintiéndose desconectada, continúa tratando de mantener una
conversación con él. Desea conectar con él, sentir que ambos están juntos
en esto al conversar con él. George no ve la ventaja de mantener una
conversación sólo por hablar. Se siente frustrado por lo que percibe como
«interrupciones» innecesarias; ella se siente frustrada por lo que percibe
como una falta de intimidad. Este conflicto demuestra lo que Joe
Tanenbaum llamó en Realidades masculinas y femeninas, la orientación
«exclusiva» de los hombres (sólo son capaces de enfocar la atención sobre
una cosa a la vez), mientras que las mujeres tienen una orientación
«inclusiva» (y no les parecería tan desorientador leer el periódico al
mismo tiempo que responden a las preguntas o comentarios de sus
parejas).
¿Es la cultura la culpable?
¿Hasta qué punto son genéticas (naturaleza) las diferencias de género, y
hasta qué punto son creadas por la cultura en la que los hombres y las
mujeres han sido educados y socializados? Observar a los niños pequeños
es una forma maravillosa de penetrar en los misteriosos orígenes del
comportamiento específico de género. ¿Ha observado alguna vez la
actitud de flirteo, la mirada baja, la afición que tienen por disfrazarse, que
exhiben las niñas muy pequeñas? ¿Se ha dado cuenta del tono de voz más
alto, de la actitud insolente de manos en los bolsillos, de la determinación
por terminar una tarea de los chicos muy pequeños? ¿Y ha observado eso
al margen del ambiente que reinara en el hogar? ¿Se ha sentido alguna vez
como una mosca en la pared en una fiesta de niñas pequeñas, en la que se
expresa el lenguaje adulto del cuerpo, los buenos modales en la mesa y la
conversación «adulta» de las niñas? Está claro que la biología establece
los fundamentos, pero su influencia se halla inextricablemente vinculada
con la de nuestro contexto cultural.
El cerebro humano evolucionó dentro del contexto de una sociedad de
cazadores/recolectores, en la que los hombres y las mujeres representaban
papeles que exigían habilidades netamente diferentes. Al recolectar y
preparar los alimentos, curtir las pieles y preparar las ropas, alimentar y
educar a los niños, las mujeres utilizaban regularmente funciones del
cerebro izquierdo y del cerebro derecho, realizando más de una tarea al
mismo tiempo, sintonizándolas y facilitando la satisfacción de las
necesidades de los demás. Los hombres, en cambio, cazaban en un mundo
más exclusivo, objetivo y orientado hacia metas en las que se exigía
fortaleza, agresión, estrategia y habilidades no verbales.
La revolución industrial, durante la que los padres abandonaron por primera vez el hogar para trabajar en las fábricas, mientras que las madres
permanecían en casa, definió poderosamente los roles de género. El
mensaje recibido por los niños no fue sólo el de que la madre (la mujer)
tenía la responsabilidad casi total por educarlos y criarlos, sino que el
padre (el hombre) necesitaba separarse de la familia para poder cumplir
con sus responsabilidades.
Bien puede ser que si los hombres hubieran compartido siempre la organización de la comunidad y las responsabilidades de educar y criar a los
niños, que tradicionalmente han descansado sobre los hombros de las
mujeres, el tamaño de su corpus callosum habría sido similar al de las
hembras, y ellos también tendrían más acceso a las funciones de su
cerebro derecho. En otras palabras, las pautas culturales quedaron
codificadas en nuestros genes con el transcurso del tiempo, del mismo
modo que nuestra postura erecta y nuestro vello corporal, en continua
disminución, evolucionó adaptándose a las circunstancias. Finalmente, la
cultura se expresó biológicamente como competitividad en los hombres y
como cooperación en las mujeres.
En la medida en que los hombres contemporáneos se impliquen más activamente en la educación y crianza de los niños, en la medida en que se
despierten sus instintos de cuidado, y en la medida en que las mujeres se
sientan más cómodas con autoridad, afirmación y habilidades de
estrategia, es posible que, en el transcurso de siglos de evolución, las
capacidades y los rasgos genéticos de los dos sexos se hagan más
similares. Hasta los estudios a corto plazo han demostrado que cuando los
chicos pequeños cuidan de sus hermanos, desarrollan habilidades
duraderas relativas al cuidado de los demás. 10 Es probable que la cultura
influya sobre la biología tanto como la biología lo hace sobre la cultura.
Tal como yo lo veo, las diferencias percibidas que suelen atribuirse a la
biología son de hecho un legado de la evolución tanto como de la cultura.
No obstante, queda abierto a la discusión dónde desaparece la biología y
empieza la cultura. Lo que sí está claro es que es aquí donde empiezan los
problemas, pues las diferencias biológicas se ven reforzadas por la socialización hasta el punto de que, en nuestra cultura, los chicos pequeños
aprenden a negar sus aspectos «femeninos», y las niñas pequeñas a negar
sus energías «masculinas». Los estudios demuestran, por ejemplo, que a
las niñas pequeñas se las anima a preocuparse por los problemas de los
demás y se las desanima a expresar cólera. A los chicos, por otra parte, se
les exhorta a ser duros e independientes y se les desanima a llorar. Ya no
somos cazadores/recolectores, sino que, simplemente, nos comportamos
de ese modo.
Ni siquiera los padres más conscientes y liberados pueden eliminar las
influencias culturales, como bien saben todos aquellos que han intentado
persuadir a su hija de renunciar a su deseo de tener una muñeca Barbie, o a
un hijo de su determinación de tener un arma de juguete. Los niños pequeños tienen una fuerte necesidad de definirse e identificarse por los papeles
que ven representados a su alrededor. Y no se pueden negar los aspectos
inconscientes y arquetípicos de nuestra herencia innata de género.
Además, tampoco podemos descontar el impacto del hecho de que la
mayoría de nosotros hemos sido criados por mujeres.
Comprensiblemente, las niñas permanecen conectadas y siguen
identificándose con su cuidadora principal, mientras que los chicos tienen
que separarse eventualmente de la mujer y convertirse en seres separados
e independientes. Esta necesidad masculina de la separación psíquica de la
madre perpetúa la división entre hombres y mujeres. Una vez más, el
efecto a largo plazo de compartir la educación del niño puede ser el de
atemperar la polarización de los papeles de género y obviar la necesidad
de que los chicos rechacen lo femenino.
Representar nuestros roles, perder nuestros sí mismos
Son los roles y estereotipos de sexo (y el valor que se les asigna), determinados culturalmente, y no las diferencias biológicas, las que ejercen
incuestionablemente una influencia más destructiva sobre el crecimiento
del individuo y las relaciones entre los sexos. En realidad, el género se
desarrolla a lo largo de un continuum. Al hablar de hombres «masculinos»
(verdaderos hombres) o mujeres «femeninas» (verdaderas mujeres), o incluso de mujeres «masculinas» y de hombres «femeninos», estamos refiriéndonos al grado con el que muestran características que nuestra cultura
ha asignado a uno u otro género, a través de la institución de la paternidad
y la maternidad, y de la propaganda. Como confirmará cualquier
investigación superficial, entre los miembros del mismo sexo existe una
amplia gama de características de todo tipo y no sólo de las designadas
como específicas del género. El espectro de características designadas por
el género dentro de los componentes del mismo sexo no es más amplio o
más estrecho que la gama de, por ejemplo, la inteligencia o el peso.
Los roles de sexo o los estereotipos sexuales rígidos son nocivos para el
individuo porque refuerzan el mantenimiento cultural de los sí mismos
perdido y negado. La adhesión sumisa a las expectativas de rol necesita
eliminar de nuestro repertorio cualquier clase de emociones o
comportamientos que se consideren como incorrectos para el género
concreto. Los roles nos indican cómo comportarnos, qué partes de
nosotros mismos debemos cambiar o encubrir si deseamos atraer a alguien
del sexo opuesto; influyen incluso sobre cómo nos presentamos a nosotros
mismos. Con el transcurso del tiempo, estas ideas sobre el género,
dictadas socialmente, se convierten en parte de nuestra Imago, colorean la
imagen de nuestra pareja perfecta e imponen limitaciones y expectativas a
las personas del género opuesto con las que salimos. Así, buscamos
parejas potenciales no sólo desde nuestras diferentes perspectivas
biológicas, sino también a través de los cristales de la cultura y de los
estereotipos impuestos culturalmente. La representación de rol es
destructiva tanto para el individuo como para las relaciones.
Puesto que en la historia reciente las mujeres han dado grandes pasos para
romper con los roles estereotipados, ya no se identifican tan fuertemente
con ser «mujeres» con roles o comportamientos específicos. Como
mujeres, han pasado a desempeñar roles tradicionalmente «masculinos»,
han asumido responsabilidades «masculinas» y han añadido habilidades
consideradas como masculinas a las suyas propias. En consecuencia,
suelen sentirse más cómodas en un papel definido de modo más fluido,
pues han aprendido que el rol que representan no define quienes son. (Esto
no quiere decir que no se hallen sometidas a enormes presiones culturales,
e incluso a actitudes de desaprobación, cuando se «salen» de su papel, o
que sus cambios de papel no se produzcan sin culpabilidad o dudas
personales.) La situación no suele ser la misma en el caso de los hombres.
Nuestra cultura patriarcal ha codificado tanto los papeles de los hombres
que muchos de ellos tienen dificultades particulares para distinguir las
funciones que se les han prescrito de la «masculinidad» misma. A los
hombres a quienes se les pide que realicen el rol que ellos consideran
como «femenino» se sienten a menudo mutilados e inseguros acerca de
quiénes son. Al hallarse tan identificados con su rol, están menos en
contacto con su verdadero sí mismo y se sienten incompletos con la
estructura que ese rol les impone. En resumen, sufren una crisis de
identidad. Mientras que las mujeres pueden pasar de cambiar pañales a
dirigir una empresa, sin sentirse como si hubieran perdido su «calidad de
mujeres» (aunque, como ya he indicado antes, no lo hacen necesariamente
sin desaprobación o culpabilidad), los hombres piensan: «Si cambio un
pañal, ya no soy un hombre».
La crisis de identidad masculina está destinada a intensificarse en la
medida en que continúe el surgimiento femenino. Los hombres tendrán
que afrontar la necesidad de aceptar sus naturalezas femeninas a través de
la aceptación de la igualdad de aquellas sobre las que ahora proyectan su
energía femenina recesiva y negada, es decir, sobre las mujeres, sus
compañeras. Se trata, sin embargo, de una crisis que puede conducir a la
reintegración... o a la desintegración y a un incremento de la antipatía
hombre-mujer.
La diferencia entre la capacidad de un sexo y de otro sexo para funcionar
fuera de sus papeles, quizá esté relacionada con el hecho de que las mujeres se han visto obligadas por fuerzas sociales y económicas a entrar en
el mundo «del hombre», y han tenido que adaptarse a esa situación. Quizá
tenga que ver con el hecho de que las habilidades «del hombre»,
desarrolladas por las mujeres, son valoradas y deseadas en nuestra
sociedad, mientras que no lo son las habilidades «de la mujer», evitadas
por los hombres (educar a los hijos, expresar emociones). O quizá tenga
que ver con el hecho de que los papeles de las mujeres las han mantenido
tradicionalmente sumisas (por lo que quieren salir de esa situación),
mientras que los papeles de los hombres les han proporcionado poder, y
tienen por lo tanto un interés concreto en mantener el status quo. Los roles
han entronizado a los hombres y el poder de sus papeles, antes que tratarse
de una supremacía personal, ha actuado como elemento forzoso. Es difícil
abandonar el trono, aun cuando éste separa al poderoso del menos
poderoso en formas que son por lo menos tan psíquicamente destructivas
para quienes están en el poder como para aquellos sobre los que se ejerce
la autoridad.
Históricamente, los hombres y las mujeres se han «anexionado» la energía
contrasexual que necesitaban para ser enteros, puesto que en la mayoría de
las culturas occidentales hubo pocos modelos y poca aprobación para
quienes desarrollaron sus aspectos polares. Las figuras del Don Juan y de
la mujer fatal se emparejan, del mismo modo que el hombre dominante y
la mujer sumisa, el que gana el pan y el ama de casa. Pero como eran
extraños psíquicos el uno para el otro, y como dependían el uno del otro
para obtener lo que había desaparecido en sí mismos, tales
emparejamientos simbióticos terminaban por conducir al conflicto, la
alienación y la crítica por lo que le faltaba al otro. Hay una gran diferencia
entre un matrimonio estable en el que las polaridades se compensan de
algún modo para cada uno de los dos miembros de la pareja, y una unión
de dos personas enteras en las que ninguna de las dos tiene que soportar
las partes subdesarrolladas o no reconocidas del otro, sino que sólo llevan
su propia naturaleza completa y se relacionan mutuamente a partir de esa
experiencia de totalidad. Dos personas enteras pueden experimentar
empatía con la experiencia del otro; la experiencia de una pareja
polarizada y simbiótica, en cambio, es un conflicto continuo.
Aprópiese de su sí mismo contrasexual: nadar contra corriente
Si confía en romper esta pauta y sentirse completo dentro y fuera de sí
mismo, tiene que apropiarse y aceptar su propio sí mismo contrasexual. Y
al observar el mundo en busca de una pareja debe dejar de buscar
imágenes definidas culturalmente. Pero, salvo que en nuestra cultura se
produzcan cambios de la noche a la mañana, o quizá cambios
consecuentes en nuestra biología, ¿cómo van a vivir en paz los hombres y
las mujeres, que a veces parecen especies fundamentalmente diferentes,
criados en culturas aparentemente dispares? 1) Siendo conscientes tanto
de las diferencias genéticas como de los prejuicios culturales que separan
al hombre y a la mujer.
2) Haciendo honor al valor igual de las energías masculina y femenina. 3)
Desarrollando sus propias energías contrasexuales, de modo que no
dependan de sus parejas para obtener lo que les falta a sí mismos.
¡SU PAREJA NO ES USTED!
Aceptar al «otro» parece sencillo e inofensivo. No obstante, y según mi
experiencia, la gente tiene dificultades para aceptar las diferencias en sus
parejas sin efectuar juicios de valor acerca de esas divergencias. Hay algo
equivocado con la diferencia, algo que necesita cambiarse. «¿Quieres
decir que no te gusta la ópera?», «¿Que no te gusta el sexo oral?», «¿Qué
quieres decir con eso de que nunca comes ostras?», «¿Te parece que eso es
divertido?» Se menosprecian hasta las diferencias más sencillas relativas a
gustos, y mucho más cuando se trata de discrepancias fundamentales
relativas al temperamento o el punto de vista.
Resulta difícil reconocer que los demás también viven en sus propios
mundos idiosincrásicos, y que su forma de ver las cosas tiene su propia integridad y legitimidad, tanto si estamos de acuerdo como si no. Esta visión
perceptiva que parece limitada por anteojeras conducen al juicio de valor
y a la acusación que socavan la comunicación y la intimidad. Si espera
tener éxito en su matrimonio, lo primero que debe hacer y lo más
fundamental es aceptar una realidad conmocionante: su pareja no es usted.
Ella o él es un «otro» igualmente válido y digno. Y una de las razones
principales por las que el otro no es usted, por las que él o ella ven,
interpretan e interactúan con el mundo desde una perspectiva diferente
pero igual, es pura y simplemente porque él o ella es un hombre, o una
mujer, y usted no lo es.
Superficialmente, esto parece tan evidente que suena hasta estúpido. Pero
la cuestión es la siguiente: todos nosotros tenemos nuestro propio mundo
interior, nuestra forma idiosincrática de ver las cosas, nuestra historia
particular que nos hace singulares. La mayoría de nosotros, sin embargo,
no tiene esto muy en cuenta cuando se trata de aplicarlo a los demás.
Asumimos que los otros piensan de la misma manera que nosotros.
Cuando no lo hacen así, suponemos que están equivocados. Una mujer
joven a la que conozco quedó impresionada al darse cuenta de que las
opiniones de su novio diferían con frecuencia radicalmente de las suyas.
Llegó a decirme, con toda sinceridad: «Creía que cuando yo imaginaba
algo, eso significaba que todos los demás también lo veían del mismo
modo». Pero no existe esa clase de «objetividad». Todos estamos
impregnados en nuestras percepciones, que son una función de nuestra
propia experiencia y de las creencias que surgen a partir de esa experiencia
singular. Todos tenemos prejuicios; lo máximo que podemos hacer es
buscar una «convalidación consensuada». No obstante, en una relación es
esencial cruzar el abismo de experiencias separadas. Los hombres y las
mujeres experimentan el mundo de modo diferente. Para comprender al
otro tiene usted que avanzar hacia él y convalidar su punto de vista. Tiene
que aceptar la lógica del otro como algo que tiene igual valor a la suya.
Al explicarle este punto a Oliver, se mostró iracundo por el hecho de que
cuestionara su observación de que su amiga, Alexandra, era demasiado
emocional y se implicaba demasiado en su trabajo. Convalidé la realidad
de las percepciones de Oliver, pero señalé que éstas sólo representaban su
punto de vista singular, que no sólo eran opiniones personales, sino juicios
de valor. No describían la experiencia de Alexandra. Oliver se mostraba
todavía iracundo, e insistió en que Alexandra era frígida porque sólo
quería mantener relaciones sexuales dos veces a la semana, y pasó a
exponer su teoría de que las mujeres eran demasiado emocionales,
sexualmente reprimidas, proclives a la exageración y poco fiables.
Durante el transcurso de varias visitas pudo admitir finalmente que con
esas opiniones no hacía sino describir su experiencia con su madre y las
actitudes con las que él había crecido, antes que su verdadera experiencia
personal. Necesitó meses para aceptar verdaderamente que Alexandra era
una persona diferente a su madre y a él mismo, que vivía en un cuerpo y
una mente diferentes, y que él tenía que aceptar la igual validez de la
realidad de Alexandra si ambos querían hacer progresos hacia una
relación consciente y equitativa.
Esta clase de pensamiento excluyente constituye la base, claro está, no
sólo para las guerras de género, sino también para el fanatismo, el
nacionalismo y la clase de fervor religioso que conduce a la guerra. Es un
provincialismo de mentalidad estrecha. Incapaces de trascender
estereotipos debilitadores, nos echamos la culpa los unos a los otros por
tener la osadía de ser diferentes. A partir del temor y la incomodidad con
aquello que es extraño en nosotros, construimos barreras contra la
intimidad.
El hecho es que somos criaturas egocéntricas, cada una encerrada en su
propio mundo idiosincrático. La mente es autorreferencial; nos vemos a
nosotros mismos situados en el centro del universo. Reconocer el valor
igual de otro supone abandonar nuestro egocentrismo y compartir el
centro.
DIÁLOGO ES LO ÚNICO QUE PODEMOS TENER
Entablar amistad con el sexo opuesto y aprender de él es un medio fundamental para entrar en contacto con nuestra energía contrasexual. Del
mismo modo que la ciencia y la teología sólo tienen un acceso parcial a la
verdad, así sucede con los hombres y las mujeres. Nuestras relaciones con
el sexo opuesto nos sirven como terreno de entrenamiento para el
autodescubrimiento y el crecimiento, siempre y cuando estemos abiertos a
la otroridad del otro y a la perspectiva diferente que aporta al mundo en el
que también habitamos nosotros. Al explorar la otroridad, no sólo
aumentamos la reserva de información de la que podemos servirnos, como
si se tratara de un ordenador, sino que nos enriquecemos a nosotros
mismos. Expandimos nuestros horizontes. Al entablar amistad con el sexo
opuesto, lo hacemos con nuestro lado de sombra, pues la otroridad de los
demás es un espejo de los aspectos desconocidos, no desarrollados y
rechazados de nosotros mismos.
El diálogo es la herramienta más poderosa de que disponemos para establecer esa conexión, y quizá la única verdadera. A través del diálogo con
el otro, que es diferente, obtenemos acceso a una verdad más amplia a la
que podemos acceder por nosotros mismos o a través de las relaciones con
personas del mismo sexo. El diálogo le dice al otro: respeto tu otroridad,
deseo aprender de ella y quiero enseñarte la mía. El diálogo asume la
igualdad, y la igualdad exige el diálogo.
El objetivo del diálogo no es la conversión del ignorante, o el abrumar al
otro con la verdad del propio punto de vista superior. Su objetivo es la
comprensión. Imagínese como un aventurero que se adentra en un país
nuevo y extraño, en el que el sexo opuesto (las personas con las que sale y
se empareja) ha vivido durante toda su vida. Para el otro es un país
ordinario, pero para usted encierra misterios desconocidos. «Muéstrame
cómo es el mundo para ti», solicita el diálogo. «Háblame de lo que piensas
sobre esa película, ¿por qué te hizo llorar?», «¿Te preocupas alguna vez
por la muerte?», «¿Cómo te sientes cuando un amigo te crítica?», «¿Qué
haces cuando tienes miedo?», «Permíteme penetrar en tus secretos».
Permanezca alerta, preste atención a los detalles, a los matices. Recuerdo
cierta ocasión en que me fui a pescar con mi cuñado, un hombre con tres
títulos y una habilidad mágica para la pesca. La circunferencia de una
onda sobre el agua, el sonido exacto que producía, le transmitían
volúmenes de información: significaba que un róbalo de kilo y medio
acababa de atrapar a un saltamontes sobre la superficie del agua y
regresaría trazando un círculo en aproximadamente veinte segundos. Yo,
sentado a su lado, utilizaba su cebo y aparejaba, observaba cómo se movía
él, cómo respiraba, cómo movía las manos de una determinada forma,
pero nada sucedía. Lo único que me dijo directamente fue: «No mantienes
la boca cerrada».
Para ver cómo la observación y el diálogo disuelven las diferencias, regresemos a nuestra historia de George y Andrea (página 209). Si George
hubiera tratado de sonsacarle sus secretos a Andrea, habría tenido una mejor comprensión de lo femenino. Habría reconocido que Andrea sólo trataba de conectar con él cuando le hablaba de sus trabajos. Si no se hubiera
sentido culpabilizado, como si ella esperara que él hiciera algo, quizás
habría podido aprender a ofrecerle una atención comprensiva y el apoyo
que Andrea necesitaba antes de ponerse a leer el periódico. Quizá se habría dado cuenta entonces de que ella se sentiría amada y respetada si él le
informaba de los acontecimientos inconsecuentes que le habían ocurrido
durante el día.
Y si Andrea hubiera tratado de penetrar en los misterios de la orientación
masculina de George, se habría dado cuenta de que él imaginaba que ella
necesitaba su ayuda, y que nunca se molestaría en hablar con ella acerca
de un problema que ya había resuelto por sí misma. Habría comprendido
que él no trataba de hacerla callar poniéndose a leer el periódico, y que se
sentía desorientado cuando se encontraba con interrupciones. Quizá habría podido aprender a disfrutar de la clase diferente de intimidad que
supone estar sentados y leyendo juntos, sin hablar.
Al hacerlo así, se habrían aceptado el uno al otro en sus propios términos,
sin juzgar el comportamiento del otro como inadecuado o tratar de
cambiarlo, en lugar de aplicar sus propios estándares. Con el tiempo, es
probable que George deseara confiar naturalmente más en Andrea, y ella
experimentaría una mayor sensación de intimidad por el simple hecho de
estar sentada tranquilamente junto a George por las noches.
Los participantes en el verdadero diálogo no acaban por sentirse ni victoriosos ni derrotados, sino enriquecidos, con una mejor comprensión
tanto del otro como de sí mismos. El proceso tiene una simetría de apoyo:
la mayor conciencia del otro conduce a una mayor empatia por el otro.
Nuestra pareja del sexo opuesto proporciona el polo para la integración de
nuestro propio sí mismo dividido. El diálogo contribuye a estrechar la
separación entre los dos, a reducir nuestro temor, a atemperar nuestra
actitud adversaria. A través del diálogo nos acercamos el uno al otro y nos
curamos mutuamente. (En la página 282 encontrará un ejercicio para
mejorar las habilidades para el diálogo.)
Desarrollar el «otro» en usted
El diálogo le enseña cosas sobre el sexo opuesto y le permite sentirse más
cómodo con lo que es diferente. Pero también es importante para las
relaciones el reconocer y desarrollar el «otro» que hay en usted, es decir,
permitir que hable la «masculinidad» o la «feminidad» reprimida que se
ha frustrado para usted durante el proceso de socialización, y que ahora
trata de recuperar a través de una relación con un miembro del sexo
opuesto.
Esto es más fácil de decir que de hacer, pues los tabúes que la sociedad ha
impuesto son fuertes y nuestro nivel de incomodidad es elevado cuando
tratamos de sortear la marejada. Entrar en contacto con nuestro sí mismo
contrasexual reprimido exige que actuemos de una forma
conscientemente transcultural, que nos neguemos a aceptar los
estereotipos que nos impone la sociedad como hombres y mujeres. Nos
hallamos tan bloqueados con respecto a la energía contrasexual que hay en
nosotros, como predispuestos contra ella fuera de nosotros mismos. No
minimizo la fortaleza de carácter y la convicción que se requieren para
decir no a los roles de sexo estereotipados, como tampoco subestimo el
poder que ejerce nuestra cultura sobre nuestras vidas. Los hombres y
mujeres que contravienen la norma cultural lo hacen enfrentándose a una
temible desaprobación y presión para ajustarse a ella. El comportamiento
aprobado e incluso admirado en un hombre o en una mujer es criticado a
menudo cuando lo exhibe el otro. Todos hemos oído calificar a una mujer
de «zorra» cuando se muestra afirmativa y sin pelos en la lengua, o a un
hombre de «afeminado» cuando se muestra emocional.
Para comportarse de un modo transcultural tenemos que intercambiar de
puesto con el «otro», probar con ese nuevo comportamiento que
percibimos como extraño, y tratar de apropiarnos de las diferentes
habilidades y percepciones del sexo opuesto. Eso significa aprender a
separar lo que es el rol de lo que es el género. La recompensa es que, a
medida que despierte y ejercite su inestable energía contrasexual,
obtendrá un mayor equilibrio y se sentirá atraído hacia personas cuyas
energías no estén tan polarizadas.
Ir contra corriente supone hacer lo que no resulta natural, superar la resistencia, la ansiedad y la incomodidad. Para un hombre, eso puede
significar hacerse vulnerable ante el otro, hablar de algo que ha mantenido
hasta entonces para sí mismo, escribir un poema, realizar un trabajo
voluntario con niños. Una mujer puede hacer un esfuerzo por ser valerosa,
por escalar sola una montaña o descender en balsa por un río. Puede
superar su terror a los números y aprender a cuadrar su cuenta bancaria, o
hablar en un grupo en el que hasta entonces había permanecido en
silencio. (Es interesante observar que, a pesar del estereotipo según el cual
«las mujeres hablan mucho», son los hombres los que lo hacen con mayor
frecuencia y durante períodos de tiempo más prolongados en público.)12 Si
sale con alguien a quien le gusta el fútbol, procure aprender algo sobre sus
reglas y su estrategia. Haga un sincero intento por ver su atractivo, en
lugar de arrugar la nariz o retroceder ante la violencia. Procure ver el
culebrón que le gusta a su amiga, redactar notas de agradecimiento o
comprar los regalos de Navidad. De este modo, despierta sus energías
dormidas y se vivifica a sí mismo. (Un ejercicio que encontrará al final de
este capítulo le ayudará a ver cómo se hallan distribuidas sus energías de
género y qué necesita desarrollar.)
Experimentar con las energías y comportamientos del sexo opuesto, con
las que no está familiarizado, no significa identificarse con ellas. Siempre
se identificará a sí mismo como un hombre o una mujer, pero ampliará sus
horizontes y se extenderá hacia su totalidad original. Cuando las mujeres
trataron de poner por primera vez el pie en el mundo empresarial
estadounidense (lo que no resultó una tarea fácil), la estrategia consistió en
enterrar su feminidad, su vulnerabilidad y vivir tras una máscara, incluso
hasta el punto de ponerse ropas de hombre, trajes chaqueta con blusas a
medida y «corbatas» de encaje. A medida que las mujeres lograron una
mayor seguridad en sus propias capacidades, y que su posición se hizo
cada vez más fuerte, aprendieron que no tenían por qué imitar a los
hombres y que sus propias fortalezas (la intuición y la cooperación), en
combinación con su recién encontrada afirmación y sabiduría en los
negocios, resultaban doblemente poderosas y atractivas.
COMPARTIR EL CUIDADO DEL OTRO
Quiero abordar ahora un tema fundamental, delicado y volátil entre los
hombres y las mujeres. Uno de los ámbitos en los que el atrincheramiento
en el rol respectivo se halla muy necesitado de cambio, es el del cuidado y
alimentación de las relaciones. Aunque tanto los hombres como las
mujeres necesitan de los cuidados que no recibieron en la infancia, son
éstas últimas las que han sido entrenadas para proporcionarlo.
Insuficientemente nutridas como adultos, las mujeres transforman
típicamente su necesidad de ser nutridas en una necesidad de nutrir al otro.
No es por tanto ninguna sorpresa que los hombres casados muestren
índices de supervivencia significativamente más elevados y se sientan
más satisfechos que los solteros, mientras que no puede decirse lo mismo
de las mujeres casadas, en contraposición con las solteras.13 El verdadero
amor no es posible en una relación tan desequilibrada. Para corregir esta
disparidad, los hombres tienen que trabajar intencionada y
conscientemente en el desarrollo de su habilidad para nutrir al otro, y las
mujeres tienen que dejar un espacio para que se produzca ese desarrollo,
sin apresurarse a rellenar los huecos.
La necesidad de paridad conlleva compartir las responsabilidades del
hogar, especialmente en aquellas relaciones en que ambos trabajan. Cada
estudio reciente que se ha hecho sobre las parejas, revela que este es
actualmente un gran tema de conflicto entre hombres y mujeres, y la
frustración y la cólera se filtra inevitablemente hasta todos los demás
aspectos de la asociación entre ambos.14 Incluso aquellos hombres que se
consideran a sí mismos «útiles» en las tareas del hogar suelen ignorar la
naturaleza y la amplitud de las exigencias que se les plantean a las madres
que trabajan. Aunque a veces se trata de una ignorancia fingida o tramada,
en ocasiones es el resultado de una verdadera falta de conciencia.
Recientemente, los padres que tuvieron que quedarse al cuidado de sus
hijos mientras sus esposas servían en las fuerzas armadas durante la guerra
del Golfo Pérsico (¡una notable inversión de los papeles!), dijeron que no
habían sido conscientes hasta entonces de la desigualdad con la que
habían estado divididas las tareas de la educación de los niños, y que se
sintieron abrumados por lo duro que resultaba trabajar y dirigir un hogar al
mismo tiempo. Uno de ellos llegó a confesar que lo primero que haría en
cuanto su esposa regresara a casa sería darle las gracias.15
Aparte de la adhesión a las estructuras tradicionales de poder, no hay razón alguna por la que las mujeres deban ser las amas de casa y las cuidadoras fundamentales del hogar, y por qué la palabra «esposa» debe ser
sinónimo de la aportación de esos servicios. Una amiga mía que durante
varios años se esforzó denodadamente por educar a tres niños pequeños y
realizar un trabajo a tiempo completo, con una mínima participación de su
esposo, que a menudo trabajaba hasta muy tarde o tenía que viajar, me
contó una historia sobre su hijo más pequeño que resulta particularmente
reveladora. Una noche, después de haber alimentado, bañado, leído y
arropado a sus hijos en la cama, estaba ella limpiando la cocina, lavando la
ropa y realizando otras tareas del hogar, como solía hacer por la noche.
Mientras doblaba la ropa sobre su cama, se quedó dormida y se despertó
varias horas más tarde, para encontrarse con que el niño de cinco años
estaba de pie junto a la cama. Se había despertado para ir al baño y, al ver
la luz todavía encendida, entró en su dormitorio y la encontró dormida,
vestida, en medio de un montón de ropa limpia por guardar.
«¿Qué ocurre, mamá?», le preguntó el niño, preocupado.
«Oh, nada, cariño. Estaba cansada y me quedé dormida, eso es todo.»
El niño se sentó junto a ella y puso la pequeña mano sobre la suya.
«Necesitas una esposa -le dijo-. Deberías conseguirte una.»
Curiosa ante lo que el niño quería dar a entender, le preguntó: «¿Qué es
una esposa?».
«Oh, ya sabes -contestó el niño-. Alguien capaz de hacer todo este trabajo
por ti..., ¡y que le guste hacerlo!»
¡Y eso surgido de boca de una criatura! Lo cierto es que todo el mundo
desea tener una esposa en su vida. Es un rol, no un género y, en una relación curativa, las dos partes van a tener que turnarse para asumir ese papel.
Los hombres solteros tendrán que abandonar las prerrogativas de la base
de poder que les ha concedido la sociedad. Y las mujeres tienen que estar
dispuestas a arriesgarse a insistir en compartir las responsabilidades.
Necesitan enseñar a sus parejas cómo ayudar en el cuidado del hogar, y
luego ser capaces de retroceder un paso y permitir que sus compañeros
realicen la parte que les corresponde.
Cuando abordo esta cuestión en mis talleres para solteros, siempre hay
alguno que otro que se levanta iracundo y pregunta: «¿De qué me sirve eso
a mí?». En realidad, está preguntando: ¿qué clase de mujer es la que no se
ocupa de atender al hombre? ¿Por qué voy a salir con una de esas mujeres
liberadas que esperan que yo me dedique a cocinar y a ocuparme de la
ropa sucia? ¡Puedo encontrar a muchas mujeres que me cuidarán
adecuadamente!
Resulta comprensible que muchos hombres se enojan ante las nuevas reglas y expectativas, sobre todo si han mantenido relaciones tradicionales.
En primer lugar, indico que esas relaciones no han funcionado, y esa es
precisamente la razón por la que ahora asisten a mis talleres. La mayoría
de las veces admiten que hubo muchas peleas, una corriente subterránea y
continua de resentimiento sobre la desigualdad del cuidado del hogar. Lo
que les digo a esos hombres es que ellos resultan heridos por sus propios
papeles dominantes, igual que las mujeres, aunque de formas menos
evidentes. Les digo que no hay curación, ni esperanza posible de encontrar
la totalidad en una relación desigual, y que tendrán que ver por sí mismos
el mundo que se abre ante ellos, tanto en respuesta a sus parejas como
dentro de sí mismos, cuando dan al mismo tiempo que reciben esa clase de
nutrición.
Las mujeres tienen a menudo problemas para abandonar su comportamiento basado en el rol que representan, pues también ellas han sido
educadas para creer que ellas son más fuertes, que están singularmente
calificados para dirigir, y que las mujeres deberían ser las que cuiden y
eduquen a los hijos. El sentido del valor de más de una mujer empieza y
termina con aquello que hace o con lo que contribuye para cuidar de los
demás. Aunque anhele recibir cuidados ella misma (o experimente
resentimiento por los cuidados que ofrece), puede mostrarse reacia a
abandonar su posición como proveedora de servicios de atención a los
demás, temerosa de que sólo se la quiera por su función instrumental.
Abandonar el cuidado del otro es algo que asusta, pero, en ocasiones, la
única forma de descubrir si se nos ama por nosotros mismos consiste en
decir basta.
Como estamos viendo ahora en Rusia y en la Europa oriental, muchas
personas se muestran escépticas cuando se les ofrece su libertad; se
aferran al viejo modo de hacer las cosas. Temerosas de la independencia
que no han aprendido a manejar, continúan deseando que el Estado se
cuide de ellas, que les diga lo que tienen que hacer, que puedan seguir
viviendo de acuerdo con reglas y guías estrictas. La enmienda sobre la
Igualdad de Derechos no fue aprobada debido en parte a que muchas
mujeres se asustaron ante la asunción de la libertad que implicaba. El libro
de Marabel Morgan Mujer total se vendió como rosquillas durante el
período más vociferante del movimiento feminista porque tranquilizaba a
las mujeres que no sabían cómo sobrevivir y ser amadas si no acudían a
recibir a su pareja a la puerta del hogar, vestidas con un negligée y
llevando un Martini frío y seco en la mano.
AVANCE HACIA LA ANDROGINIA
Trascender los estereotipos culturales para experimentar nuestros sí
mismos enteros nos hace avanzar hacia la androginia. Somos inherentemente criaturas andróginas, que personificamos energía tanto masculina
como femenina, pero la división en nuestra cultura es profunda y hay
partes de nosotros mismos que están subalimentadas. Androginia se ha
convertido en una palabra sobrecargada de significado, a menudo mal
entendida, de modo que trataré de clarificar mis términos. No significa
asexual, bisexual o hermafrodita, y ciertamente no es ni antimasculina ni
antifemenina. La androginia es nuestro estado natural. Se refiere a un
equilibrio interno y a la totalidad que nos permite ser fuertes o suaves,
lógicos o emocionales, según se necesite, porque nos sentimos cómodos
con una amplia gama de modos de ser. Una persona andrógina es un
hombre lo bastante seguro de su masculinidad como para permitir que
afloren los aspectos femeninos de su personalidad, o una mujer lo bastante
segura de su feminidad como para permitir que florezcan los aspectos
masculinos de su personalidad. Al afrontar y mantener nuestras energías
contrasexuales (sin identificarnos con ellas) nos hacemos más integrados
y quedan erosionados los estereotipos debilitadores. Una mujer que se
identifica con lo femenino y que puede acceder a su energía masculina es
muy poderosa. Y hay algo increíblemente atractivo en un hombre
masculino pero suave.16
Avanzar hacia la androginia permitirá que los hombres y las mujeres
vuelvan a reunirse en un terreno común. Para lograrlo dentro del contexto
cultural en el que hemos sido socializados y en el que vivimos, se necesita
ser conscientes e intencionales acerca de quiénes somos y cómo nos
comportamos, que es precisamente de lo que trata este libro. Al practicar
nuevos comportamientos con el transcurso del tiempo, somos conscientes
de la evolución que se produce en nosotros mismos y que nos conducirá a
asociaciones enteras con el otro. Las nuevas experiencias crearán nuevas
imágenes internas del otro, lo que producirá a su vez nuevas tentativas que
profundizarán aún más en la intimidad y en nuestro impulso hacia la
totalidad. Por difícil que sea nadar contra corriente, es esencial para el
crecimiento personal. Tiene usted que elegir ser un pionero y encontrarse
en la vanguardia del cambio. Según se dice, si usted no forma parte de la
solución, forma parte del problema. El siguiente capítulo describe la
relación consciente/andrógina. Pero antes quiero discutir cómo se llevan
los papeles y estereotipos de género al ámbito de la sexualidad y sabotean
la intimidad sexual.
Sexualidad: Yo, Tarzán; tú, Jane
Nuestra sexualidad es un aspecto muy personal y central de nuestra
identidad, y juega un papel sin paralelo en nuestras relaciones. Nos gusta
pensar que el sexo y nuestra sexualidad son tan «naturales» que ni siquiera
tenemos que pensar en ello o trabajar por ello. Pero, de hecho, la sexualidad, como el género, es en buena medida un constructo cultural. Lo que
creemos y hacemos sexualmente es aquello que se nos ha enseñado a creer
y se nos ha permitido hacer. Lo que hacemos en la cama, y hasta el mismo
hecho de hacerlo en la cama, es aprendido. El placer sexual puro y bruto o,
en realidad, cualquier emoción pura y bruta, es imposible excepto en unos
pocos momentos fugaces que nos pillan desprevenidos, de tan aferrados
como estamos a nuestras ideas sobre el comportamiento sexual. Tal como
observa Jamake Highwater en Mito y sexualidad, hasta lo que sentimos
sobre el sexo está determinado culturalmente.17
La casuística de los efectos sobre las relaciones de nuestra cultura negativa del sexo y el placer, llenaría otro libro. Las influencias más fuertes sobre nuestras actitudes hacia la sexualidad nos han sido transmitidas a
través de la épica bíblica y de la teoría del pecado original, atribuida a San
Agustín. En lugar de ver la naturaleza humana como esencialmente buena,
y el sexo como algo que contribuye a afirmar la vida (como sucede en
algunas culturas orientales), nuestras actitudes hacia el sexo (los males de
la carne) se basan en la premisa de que la naturaleza humana es
esencialmente mala y que el sexo es el acto depravado de un ser maligno.
Hasta el producto de la relación sexual, el niño, es nacido «del pecado».18
Así pues, en nuestra historia cultural han predominado las prácticas
religiosas que prohiben el sexo, como el celibato y la proscripción del
sexo excepto por razones de procreación. Más sutilmente, tenemos el
temor, la vergüenza, la culpabilidad, la «representación» sexual por otros
medios y otras ramificaciones psicológicas y políticas de estos valores
transmitidos culturalmente, que se han superimpuesto a nuestra
sexualidad innata.
Probablemente, era inevitable que nuestras rígidas estructuras sexuales
terminaran por explotar en forma de la llamada revolución sexual y la
liberación sexual. Pero las revoluciones también son destructivas. La
naturaleza tiene su propio horario, su propio ritmo; los huracanes y los
volcanes crean el caos. Ciertamente, el sexo ha salido del armario en la
historia reciente: los adolescentes experimentan a una edad cada vez más
temprana, la educación sexual se halla cada vez más difundida, el control
de la natalidad es más aceptado y fácilmente accesible, y el sexo
prematrimonial es más una norma que una excepción. Algunos indican la
difusión de la pornografía como indicativo de nuestra liberación de la
represión sexual. La pornografía, sin embargo, refleja represión; las
actitudes obscenas son la otra cara de la moneda del puritanismo. Cuando
se ve bloqueada una vía normal para la auto-expresión, esa expresión
aflora a menudo de un modo exagerado y distorsionado, en un esfuerzo
por restaurar el equilibrio. Eso es disfuncional, puesto que no hace más
que reforzar las actitudes negativas; a pesar de todo, permite la expresión
de algo que ha sido reprimido de otro modo. Pero las orgías y las
maratones sexuales no son más liberadas que la práctica del sexo en la
posición del misionero y con las luces apagadas. Hasta las novelas
románticas más aparentemente inocuas a las que son adictas muchas
mujeres, en las que hombres miserables obligan a las mujeres a satisfacer
sus deseos, o en las que aparecen atractivos príncipes que las sacan de sus
horribles vidas, no son más que distorsiones culturales de la expresión
sexual. Constituyen una subcategoría de la pornografía.
Una cultura que niega el placer alimenta su expresión en formas distorsionadas, a través, por ejemplo, del extendido abuso de drogas y alcohol,
así como de la violencia. La violación, en particular, no tiene nada que ver
con el placer y todo que ver con la falta o la negativa del placer. La
despersonalización del otro que se produce en la violación es una
expresión de un sí mismo dividido, es un intento desesperado por conectar
con lo opuesto y odiado que hay en uno mismo. Un violador sufre de
privación sensorial, de la represión del eros, de un profundo odio hacia sí
mismo que dirige hacia un objeto odiado, lo que constituye la fórmula
perfecta para la violencia. Las culturas sexualmente permisivas son
típicamente no violentas.19
Un indicador significativo de la programación sexual negativa tan difundida en nuestra cultura actual, y que ha aumentado precisamente cuando
se supone que nos hemos hecho más «liberados», es la incidencia del
deseo sexual inhibido (ISD). El ISD es una queja acerca de la que yo y
otros terapeutas oímos hablar con demasiada frecuencia. Ahora que se nos
permite tener placer sexual, parece ser que muchas personas tienen más
sexo, pero lo disfrutan menos. El placer se ha convertido en un deber.
Decirle a la gente que ha crecido bajo las viejas reglas según las cuales les
debe encantar el sexo, que deberían sentirse «libres» y «encendidos», es
como decirle a un pasajero que tiene que aterrizar el avión. Al no contar
con años de entrenamiento, eso produce una tremenda ansiedad por el
rendimiento.
No es nada extraño que el placer sexual sea tan elusivo. ¿Cómo disfrutar
del sexo, que no es nada si no es privado e idiosincrático, si nuestras expectativas y las de nuestra pareja son una función del prejuicio social? El
sexo debería ser relajado y jugoso, duro y capaz de asombrarnos, toda una
experiencia sensual. Pero ¿cómo podemos disfrutar del sexo cuando se
nos ha dicho que el placer es pecaminoso, que tenemos que ocultar
nuestros cuerpos, o que debemos adaptarnos a una estrecha interpretación
de la per-misibilidad? No podemos sacudirnos tan fácilmente las cadenas
de la represión. En nuestra cultura, el sexo es un medio para conseguir
muchos fines (liberación física, diversión, poder, humillación, control,
conexión), pero el objetivo raras veces es placer puramente sexual y
físico.
EL INTERCAMBIO DE SEXO POR AMOR
Los roles de sexo y los estereotipos sexuales culturalmente impuestos que
hemos estado analizando en relación con el género, son particularmente
devastadores en el ámbito sexual. La represión sexual de los hombres y las
mujeres sigue caminos muy diferentes. En nuestra cultura, a las mujeres se
las aparta de disfrutar del placer físico del sexo, mientras que a los
hombres se les aparta de disfrutar del placer emocional del sexo.
Supuestamente, las mujeres «conceden» sus favores sexuales, y los
hombres «toman» su placer. En esencia, las mujeres se encuentran
apartadas del sexo y los hombres de la sexualidad.
Todos hemos oído hablar de estereotipos: los hombres sólo quieren sexo,
las mujeres sólo quieren amor (o afecto). Los hombres disfrutan del sexo,
las mujeres no. Además, los hombres sólo deberían desear el sexo
(únicamente los débiles se enamoran y permiten que una mujer los
controle); las mujeres sólo deberían desear amor (las que disfrutan del
sexo son ninfómanas o prostitutas). A los chicos se les educa para ver el
sexo como una conquista, a las chicas para verlo como algo que hacen
para conseguir amor. La ignorancia emocional adquirida dificulta a
algunos hombres el experimentar el sexo como un vehículo para sentir y
como expresión de una variedad de sentimientos y necesidades.
Socializados para no experimentar plenamente sus sentimientos y
emociones, esos sentimientos acaban por ser localizados en los genitales.
Pero existe un gran trecho entre una eyaculación y un orgasmo pleno.
A las mujeres, por su parte, se les ha negado el placer orgásmico mediante
la insistencia en que no tienen orgasmos o en que no deberían disfrutar de
ellos. Fisiológicamente, las mujeres son multiorgásmicas, pero aquellas
que expresan abiertamente (o buscan activamente) su placer sexual se ven
a menudo degradadas y calificadas en términos despreciativos como
«ramera» o «fulana». A pesar de la pornografía y la promoción que hacen
los medios de comunicación sobre la mujer sexualmente afirmativa, y del
hecho de que muchos hombres dicen que desean que sus compañeras sean
más agresivas en la cama, la mayoría de las mujeres que toman la
iniciativa sexual se encuentran enfrentadas con la desaprobación o la
impotencia. Como quiera que el sexo ha sido un instrumento de poder para
los hombres, el ejercicio del mismo por parte de las mujeres les parece
amenazador.
Para las mujeres, en particular, la sexualidad es otro de los ámbitos en los
que se han infiltrado las desigualdades culturales que lo han socavado.
Buena parte del lenguaje y de las prácticas sexuales imperantes en nuestra
cultura son degradantes para las mujeres. El sexo se ha convertido en una
expresión de conquista y control sobre las mujeres, e incluso de hostilidad
y violencia hacia ellas, antes que en la expresión de la intimidad y la conexión que buscan. (Tal como contestó Gloria Steinem cuando se le
preguntó por qué no se casaba: «No puedo emparejarme en cautividad».)
Es difícil sentir consuelo, y mucho menos placer en un ambiente de
subyugación y objetivación, en el que el sexo se utiliza como un arma.
Una vez más, el conflicto entre hombres y mujeres en el ámbito sexual no
es un producto secundario «natural» de la biología o la naturaleza, sino el
reflejo del poder patriarcal. La subyugación de las mujeres no es
intercultural, y en aquellas culturas donde existe una mayor igualdad entre
hombres y mujeres, hay menos tensión sexual. La intimidad sexual, como
toda clase de intimidad, exige igualdad.
RECLAMAR EL PLACER SEXUAL
Para ser lo que se supone debemos ser sexualmente, tenemos que convertirnos en lo que no somos. ¿Y qué somos, sexualmente hablando? Somos seres sexuales, y nuestra sexualidad forma parte de la energía
pulsante de la vida, que expresamos a través de la mente, el cuerpo y la
psique. Nuestro anhelo de unión sexual es una manifestación fundamental
de nuestro impulso por lograr la conexión con el universo a través del otro.
La verdadera sexualidad es «natural», y nuestro objetivo consiste en
regresar a la más pura percepción y experiencia de la misma, a sus alegrías
y placeres. La sexualidad es el centro espiritual de la asociación del
hombre y la mujer, y el fundamento sobre el que descansa la confianza y el
compromiso. Según escribe Andrew Greeley, un teólogo católico y
novelista:
Si un hombre y su esposa no se divierten el uno con el otro en la cama, no
tendrán ni la motivación ni el valor para afrontar los problemas más
complejos en un conflicto de personalidades... Cuando dos personas tratan
de crecer en sus actos amorosos mutuos, se desarrolla en su relación un
tono psicológico que intensifica mucho el atractivo que sienten el uno por
el otro... La familiaridad alimenta el desprecio sólo para aquellos que han
dejado de crecer. Para los amantes fieles, alimenta tanto la intensificación
del placer como un misterio cada vez más elevado. 20
Por citar a D. H. Lawrence: «El instinto de la fidelidad es quizá el más
profundo en el gran complejo que llamamos sexo. Allí donde hay verdadero sexo, existe una pasión subyacente por la fidelidad».
Volvemos a captar nuestra sexualidad de la misma forma en que rompimos las barreras de los roles y estereotipos de género: siendo conscientes
y transculturales. Se trata de una búsqueda ética y política, así como
personal. La verdadera revolución sexual es la que busca la justicia sexual
entre los sexos, la que procura legitimar el placer sexual para las mujeres y
la expresión emocional para los hombres. Puesto que nuestras actitudes
hacia el sexo son sociológicas, antes que biológicas, se pueden trascender.
Para participar en la verdadera revolución sexual, tenemos que convertirnos en lo que John Stoltenberg llama «traidores eróticos», creando una
nueva identidad sexual mediante cómo decidimos actuar. 21 La identidad
se crea mediante el comportamiento, no a la inversa. Si los hombres
solteros ven el sexo como una conquista, y las mujeres solteras lo ven
como una forma de conseguir a un hombre, se niegan a sí mismos la
conexión espiritual y la plena vitalidad que supone la verdadera
sexualidad. Una relación en la que un hombre no pueda ser tierno y una
mujer no pueda ser agresiva, es una relación con problemas, una
asociación limitada. Nuestro objetivo es ser socios plenos en asociaciones
plenas.
¿Qué puede hacer usted mientras es soltero para descubrir su propia sexualidad innata, y para aumentar el potencial para la intimidad sexual? Ya
hemos hablado de uno de los grandes pasos que puede dar: desarrollar su
sí mismo contrasexual. También es importante que sea consciente de su
historia sexual, que revise sus relaciones pasadas y sus amoríos para ver
qué le revelan. (Al final de este capítulo encontrará un ejercicio que le
ayudará a hacerlo.) Tiene que ser consciente del impacto de los mitos y
estereotipos sexuales sobre su comportamiento y sus sentimientos, para
luego negarse a comportarse de acuerdo con esos estereotipos. Para los
hombres, eso significa expresar la necesidad de ternura y mostrarse
abiertos al placer emocional del sexo. Para las mujeres, significa expresar
la necesidad de gratificación sexual y mostrarse abiertas al placer físico
del sexo. Lo importante no son la técnica, la resistencia y las acrobacias
sexuales. Significa encontrar pautas con las que se sienta seguro, con las
que pueda exponer sus vulnerabilidades, deseos y fantasías; significa
encontrar parejas con las que pueda dar y recibir. Significa invertir los
papeles, probar lo que no le resulte familiar o incluso le sea incómodo:
quizá ser agresiva como mujer; permitirse a sí mismo ser pasivo y
receptor, como hombre. Y, ciertamente, significa poseer un sentido del
humor y del juego y no tomárselo todo tan seriamente. La imaginación
también ayuda. Significa permitir el placer, incluido el placer de
expandirse hacia la conciencia del otro.
Y significa diálogo. La comunicación con su pareja sexual es la clave para
conocer, para penetrar en el misterio del otro, que es diferente a usted. Las
parejas tienen que hablar sobre el sexo, decir exactamente lo que desean,
lo que les gusta y lo que no. Este diálogo sirve para un propósito dual:
expresa sus propias necesidades y deseos, y le permite y le exige
considerar las necesidades y deseos del otro. La charla sexual es en sí
misma erótica, y alimenta la intimidad. Tal como se ha comentado antes,
el diálogo presupone igualdad; exige reconocimiento y respeto por los
sentimientos y preferencias idiosincráticas del otro.
Todo esto se reduce a sexo seguro, a un sexo que sea verdaderamente
consensuado entre dos. Nadie debería participar en una relación sexual a
menos que fuera mutuamente placentera. Tenemos que aprender a decir
no al sexo que se percibe como conquista y sumisión, al sexo que expresa
hostilidad o cólera, o que es manipulador. El sexo puede transformar lo
ordinario, ir mucho más allá del simple encuentro de dos cuerpos, de la
liberación de la tensión. Por citar de nuevo a Andrew Greeley:
Cuando un hombre y una mujer practican sus ardides mutuos con el otro,
están imitando la forma en que Dios actúa sobre nosotros..., están
cooperando literalmente con las suaves seducciones de Dios... Es
deshonroso para los seguidores [de Dios] emparejarse unos con otros
excepto de la forma más ferviente y erótica. Cuanto mayor sea el placer
que el hombre y la mujer se proporcionan mutuamente, tanto en la cama
como en cualquier otra dimensión de su relación, tanto mayor es la
presencia de Dios con ellos.22
Nuestra sexualidad puede alimentar el núcleo espiritual de nuestras relaciones. Con clara intención podemos descartar etiquetas como
«masculinidad» y «feminidad» y hablar en su lugar de «humanidad».
EJERCICIO HA
Su equilibrio de energía de género
El propósito de este ejercicio es obtener una impresión del equilibrio (o
desequilibrio) de sus energías masculinas y femeninas. A continuación, en
una lista de dos columnas, se incluyen rasgos que tienen un elevado nivel
de aceptación en nuestra cultura como típicamente masculinos o femeninos. Se halla difundida la idea de que cualquier rasgo incluido en la lista
podría describir una característica en cualquiera de los dos sexos, pero los
que se encuentran en la columna de la izquierda suelen adscribirse como
dominantes en los hombres, mientras que los de la derecha son recesivos
en los hombres. Lo mismo puede decirse por lo que respecta a las mujeres:
los rasgos de la columna de la derecha tienden a ser dominantes en las mujeres, y los de la izquierda son recesivos. En una persona andrógina, los
rasgos se encontrarán más o menos en equilibrio, de modo que podrá
entrar y salir de cualquier rasgo de «género» a voluntad, sin conflicto o
temor de perder su identidad.
Califique cada rasgo en una escala de 1 a 5, en la que el 5 indica el grado
más elevado con el que percibe poseer ese rasgo concreto. Puede introducir dos clasificaciones en cada línea, lo que daría a entender que posee
usted ambos rasgos en una cierta medida. A cualquier rasgo que, en su
opinión, no le describa a usted, debe darle un cero.
Para determinar su puntuación «masculina» sume el total de sus respuestas a la izquierda del cero. Para conocer su puntuación «femenina»
sume sus respuestas a la derecha del cero. Puede hacerse una idea del
equilibrio de sus energías de género viendo la diferencia que existe entre
ambas. En una persona andrógina habrá poca diferencia entre las dos
puntuaciones. Si las puntuaciones aparecen muy escoradas en cualquiera
de las dos direcciones, es un indicativo de que necesita trabajar para
despertar sus energías contrasexuales. Observe específicamente qué
rasgos sería deseable que desarrollara. En el capítulo 15 tendrá la
oportunidad de volver a considerar este ejercicio para ayudarle a
introducir cambios de comportamiento que alterarán su cociente
andrógino. (Nota: Puede ser ilustrativo para usted tener a un par de amigos
o personas íntimas que le evalúen del mismo modo; la retroinformación de
los demás puede ser muy valiosa.)
5 4 3 2 1 0 0 1 2 3 4 5
agresivo
pasivo
independiente
interdependiente
racional
emocional
objetivo
subjetivo
dominante
sumiso
competitivo
cooperativo
lógico
intuitivo
aventurero
precavido
decisivo
ambivalente
ambicioso
orientado a
seguridad
mundano
doméstico
líder
seguidor
afirmativo
diplomático
analítico
integrador
fuerte
tierno
sexual
sensual
filosófico
práctico
pensamiento
sentimiento
la
bueno
en
matemáticas
bueno
artes
bueno
ciencias
en
bueno
literatura
sí
consulta
demás
seguro
mismo
de
en
las
en
a
los
individualista
interpersonal
orientado hacia
objetivos
orientado
procesos
exclusivo
inclusivo
instrumental
expresivo
disciplinado
cuidador
se complace a
sí mismo
complace a los
demás
toma
iniciativa
receptivo
la
hacia
le gusta estar
solo
le gusta estar con
los demás
ve las partes
ve el todo
masculino
femenino
rebelde
conformista
teológico
religioso
separador
afiliativo
EJERCICIO II
B
Su sí mismo sexual
PARTE I: PRIMERAS EXPERIENCIAS SEXUALES
Utilizando una hoja de papel dividida en cuatro columnas, haga una lista
de sus primeras experiencias sexuales desde la infancia hasta la edad de
doce años. Estas pueden incluir la masturbación, el jugar a médicos u
otros juegos, observar apareamientos de animales, clase de educación
sexual u otros mensajes sobre el sexo, juego sexual con los compañeros
del mismo sexo o del sexo opuesto, experiencias incestuosas, violación.
Incluya en la lista su experiencia, el sentimiento que tuvo durante la
experiencia, la reacción que tuvo en su comportamiento y la decisión que
tomó como resultado de esa experiencia. Utilice como modelo los
ejemplos y el cuadro que se indica a continuación.
EXPERIENCIA: Tuve una erección mientras tomaba un baño a los
cinco años.
SENTIMIENTO: Entusiasmo.
REACCIÓN: Mi madre se enfadó así que supe estaba mal
DECISIÓN: Mantuve mis que sentimientos en secreto.
EXPERIENCIA : Me oculté y me abracé bajo las sábanas con mi
prima Sally, contando historias de terror.
SENTIMIENTO: Cálido, cariñoso, feliz.
REACCION:
Busqué afecto no sexual en las mujeres
DECISION: Es bueno tener a mujeres como amigas.
EXPERIENCIA: Me masturbé con mi mejor amigo nuestra «casa
club».
SENTIMIENTO: Entusiasmado, asustado.
REACCION: Vergüenza porque lo que hacía estaba prohibido.
DECISION: Que no me pillaran.
Marque con un signo más (+) las experiencias que considere positivas y
con un signo menos (-) las que considere negativas. A continuación,
rellene los espacios en blanco en las siguientes frases:
1. Como consecuencia de mis primeras experiencias sexuales, mis
sentimientos sobre el sexo son (sintetice los sentimientos
positivos
antes
indicados)
——————————————————————————
pero debido a mis experiencias sexuales negativas, también me
sentí ________
2. En ocasiones, eso me influye para reaccionar en situaciones
sexuales (sintetice las reacciones positivas antes indicadas)
__________
y en otras ocasiones reacciono (sintetice las reacciones negativas antes
indicadas) ________________________________
3. Como resultado de mis primeras experiencias sexuales decidí que el
sexo era (sintetice las decisiones antes indicadas).
PARTE II: EXPERIENCIAS SEXUALES DE ADOLESCENTE/ADULTO
Haga ahora una lista de sus experiencias sexuales memorables, tanto positivas como negativas, desde la adolescencia hasta la edad adulta,
seguidas por los sentimientos generados por cada experiencia, cómo se
comportó en reacción a ella y qué decisión tomó o cómo se vio reforzado
por la experiencia. A continuación se ofrece como modelo un cuadro y
unos pocos ejemplos.
EXPERIENCIA
DECISIÓN
SENTIMIENTO
Escarceos
Deseé
llegar Interrumpí
sexuales con hasta el final. escarceos
Amy
en
el
propósito.
asiento
posterior
del
coche
de
Chuck.
REACCIÓN
los El sexo
a poderoso
peligroso.
es
y
En el lavabo de Lo
rechacé, Actué como un Los
un
bar
de asqueado.
macho ofendido. homosexuales
hombres,
un
son
tipo se me
repugnantes.
insinuó.
Impotencia en Vergüenza,
Evité el
la
primera temor a que durante
relación sexual. fuera gay.
años.
sexo Soy
dos sexualmente
inadecuado; no
soy
un
verdadero
hombre.
Lynn me dijo Aliviado,
Me
hice
que era muy entusiasmado. sexualmente
«caliente» en la
promiscuo.
cama.
El sexo es
divertido. Soy
un
gran
amante.
Una vez más, marque las experiencias positivas con un signo más (+) y
las experiencias negativas con un signo menos (-). Luego rellene los
espacios en blanco de las frases siguientes.
1. Como consecuencia de mis experiencias sexuales positivas, mis sentimientos sobre el sexo son (sintetice los sentimientos positivos antes indicados) ————————————
pero mis experiencias negativas hicieron que me sintiera (sintetice los
sentimientos
negativos
antes
indicados)
————————————————
2. Como resultado, a veces reacciono en las situaciones sexuales como
(sintetice
las
reacciones
positivas)
———————————————————— mientras que en otras
ocasiones (sintetice las reacciones negativas) —.
3. Debido a estas experiencias, creo que el sexo es
Compare esto con lo que dijo antes acerca de sus experiencias sexuales de
la infancia.
Luego complete la frase que se indica a continuación:
Las similitudes entre mis experiencias sexuales de la infancia y mis
frustraciones
sexuales
de
adulto
son
————————————————————————
Las diferencias principales incluyen______________________________
El
aspecto
más
importante
que
ha
cambiado
es________________________
PARTE III: VISIÓN DE LA RELACIÓN
SEXUAL
Ha llegado el momento de pensar en sus deseos sexuales. Se divertirá un
poco con estos ejercicios. Sea cual fuere el trauma, las situaciones embarazosas, el temor o la vergüenza que hayamos experimentado, todos
tenemos sueños, fantasías y esperanzas para nuestra satisfacción sexual.
Escriba esa visión abajo, en forma de una lista, con tanto detalle como le
sea posible. Para ello puede basarse en diversas fuentes: los ejercicios
realizados anteriormente, sus sueños y fantasías secretas, sus frustraciones
y placeres con ex parejas, y las de éstas con usted. A continuación se
indican varios ejemplos. En el capítulo 15 tendrá la oportunidad de
convertir esos deseos en acción.
• «Me gustaría sentir que no tengo que ser tan agresivo en la cama.»
• «Me gustaría hacer el amor a escondidas en un sitio público, sin que me
pillaran.»
• «Me gustaría poder decirle a mi amante lo que siento mientras hacemos
el amor.»
• «Me gustaría sentirme libre para hacer ruido mientras hacemos el amor.»
• «Me gustaría que mi amante jugara con mis pies.»
• «Me gustaría hacer el amor en la ducha.»
• «Me gustaría hacer el amor durante un prolongado período de tiempo y
no sentir que tengo que tener un orgasmo.»
• «Me gustaría experimentar con el sexo tántrico.»
• «Me gustaría tener un cuadro erótico en mi dormitorio.»
• «Me gustaría vivir en alguna parte donde pudiera salir desnudo al exterior.»
• «Me gustaría poder hablar con mi amante acerca de mi temor a la
impotencia.»
• «Me gustaría sentir menos timidez acerca de lo velludo que es mi
cuerpo.»
• «Me gustaría ver a mi amante masturbándose.»
• «Me gustaría que mi amante me contara sus fantasías.»
• «Me gustaría que mi amante fuera agresivo, me sedujera y me dejara ser
pasivo.»
Complete ahora la siguiente frase:
1. Si pudiera satisfacer todos mis deseos sexuales, entonces me sentiría
__________
2. y respondería en las situaciones sexuales haciendo _______________
3. Porque mi temor a/de_________ desaparecería.
4. Entonces pensaría en el sexo como
y tendría la sensación de haberme convertido en un ser sexual completo.
NOTA: Quizá sea interesante comparar su respuesta al punto 4 con sus
creencias acerca del sexo, extraídas del ejercicio 9B, página 181. ¿Existen
similitudes?
Notas
1. Daniel Goleman, «Study Defines Major Sources of Conflict Between
Sexes», The New York Times, 3 de junio de 1989, página C1.
2. Gabriel Trip, «Cali of the Wildmen», The New York Times Magazine,
14 de octubre de 1990, páginas 37 y ss. Tanto la obra de Bly (Robert Bly,
Iron John: A Book About Men, Addison Wesley Publishing Co., Inc.,
1990), como la de Robert Moore y Douglas Gillette King, Warrior,
Magician, Lover (Harper/San Francisco, 1990), son provocativas, y
revelan las discusiones acerca del precio que han tenido que pagar los
hombres por su aprisionamiento en los papeles patriarcales que se les han
asignado. Sea cual fuere el valor que haya tenido el patriarcado para
establecer el orden, la ciencia y la tecnología, lo ha hecho al precio de la
totalidad tanto de los hombres como de las mujeres. Desde el punto de
vista del autor, el patriarcado es una psicología de «muchacho» que
impide a los hombres alcanzar su plena madurez y autointegración.
Personalmente, veo muy poca distinción entre su descripción del
«masculino profundo» y la integración de lo femenino, que es lo que
propongo. Y no apoyo la redefinición de lo masculino por la vía de un
regreso a los símbolos arcaicos del rey, el guerrero, el mago y el amante,
por muy arquetípicos y convenientes que puedan ser. Los arquetipos son
predisposiciones informadas por la experiencia colectiva y universal del
pasado. Como reflejo de la cultura patriarcal jerárquica, sirven
deficientemente para prever el futuro. El único arquetipo que valoro es el
del amante, que veo como una forma emergente, no arcaica, pero a la que
todavía no hemos llegado. Tenemos que completar este paso a través del
surgimiento de lo individual hasta el desarrollo de la identidad (una
sociedad de personas individualizadas e iguales), y luego desarrollar
competencia con esta nueva identidad, antes de que podamos pasar a una
sociedad de preocupación universal, atención y amor por los demás. A lo
largo del camino, todos los viejos arquetipos mutarán lentamente para
convertirse en representaciones de nuestra psique evolucionada. Mientras
tanto, será mejor que miremos no hacia atrás, sino al futuro más brillante
que imaginamos.
3. «Men vs. Women», U. S. News & World Report, 8 de agosto de 1988,
«Guns and Dolls», Newsweek, 28 de mayo de 1990.
4. «Guns and Dolls», arriba indicado.
5. «Guns and Dolls», «Men vs. Women», arriba indicado.
6. Carol Gilligan, en su maravilloso libro In a Different Volee:
Psychological The-ory and Women's Development (Harvard University
Press, Cambridge, Mass., 1982) distingue clara y patéticamente el modo
femenino de percepción del masculino.
7. «Guns and Dolls», «Men vs. Women», arriba indicado.
8. Gilligan, antes citada; y Deborah Tañen, You Just Don 't Understand,
William Morrow & Company, Nueva York, 1990.
9. Tannen, antes citada, págs. 24-25.
10. Joe Tannenbaum, Male and Female Realities: Understanding the
Opposite Sex, Candle Publishing, Texas, 1989.
11. «Guns and Dolls», arriba indicado.
12. Tannen, arriba indicado.
13. Natalie Angier, «Marriage is Lifesaver for Men añer 45», The New
York Times, 16 de octubre de 1990, pág. Cl.
14. «How to Stay Married in the 90s», Brides, diciembre de 1989-enero de
1990, págs. 126 y ss; «The Way We'll Be: Marriage in the 90s», New
Woman, diciembre de 1989, págs. 36 y ss.; «Back Off, Buddy», Time, 12
de octubre de 1987, págs. 68 y ss.
15. Jane Gross, «New Home Front Developing as Women Hear Cali to
Arms», The New York Times, 18 de septiembre de 1990, pág. 1.
16. June Singer, Androgyny: Toward a New Theory of Sexuality, Anchor
Press/ Doubleday, Carden City, Nueva York, 1976.
17. Jamake Highwater, Myth & Sexuality, New American Library, Nueva
York, 1990.
18. Elaine Pagels, Adam, Eve, and the Serpent, Random House, Nueva
York, 1988: esta posición teológica, que tiene sus raíces en San Agustín,
ha ejercido una influencia perniciosa que ha impregnado toda la cultura
occidental. Contrarresta la visión romántica opuesta de que los niños, en
palabras de Wordsworth, «llegan al mundo trayendo consigo nubes de
gloria». Desde mi perspectiva, los niños no son ni angélicos ni demónicos,
sino haces neutrales de energía con predisposiciones innatas que son
configuradas en el molino cultural.
19. Judith Hooper y Dick Teresi, «Sex and Violence», Penthouse, febrero
de 1987, págs. 41 y ss.
20. Andrew Greeley, Sexual Intimacy: Love and Play, Warner Books,
Nueva York, 1988, págs. 178-179.
21. John Stoltenberg, Refusing to Be a Man: Essays on Sex and Justice,
Meri-dian Books/Penguin, Nueva York, 1990.
22. Greeley, antes citado, págs. 190-191.
Cuarta parte
El viaje de formar una pareja
12. La Imago: Receta para el romanticismo
Pero el amor es ciego, y los amantes no pueden ver las tonterías que
cometen.
WILLIAM SHAKESPEARE
Ahora que ha completado todo este trabajo de detective podemos ver
exactamente cómo influirán sus experiencias de la infancia en su elección
de pareja, y el viaje que emprenderá después de ese fatídico encuentro.
Vamos a desenmascarar su Imago: la imagen inconsciente de la persona
con la que su infancia le programó para enamorarse.
¿Programado para enamorarme? Nos resistimos tenazmente a la idea,
sabiendo muy bien el dolor y la decepción producidos por un romance fracasado. Ahora, sin embargo, disponemos de listas detalladas de las
cualidades que deseamos y no deseamos en el compañero o compañera de
nuestros sueños. Pero la idea de que disponemos de libre elección por lo
que se refiere a la elección de pareja no es más que un espejismo. Las
dolorosas heridas de nuestros primeros años y nuestras débiles
adaptaciones a ellas no desaparecen milagrosamente cuando «crecemos».
Constituyen la «dote» que aportamos a nuestras relaciones adultas. Ante
nuestro horror, esas asociaciones no nos han aportado el amor y la
curación que tan confiadamente buscábamos, sino que más bien han sido
el eco del dolor de nuestro pasado. Es nuestra Imago enterrada la que nos
impulsa a repetirnos, a elegir una y otra vez a la persona colérica, distante,
adicta al trabajo, quejosa o que bebe en secreto, como facsímiles de
nuestros cuidadores. Tenemos que sacar la Imago a la luz y cambiar si
queremos confiar en romper la pauta.
La Imago: destilación de la experiencia infantil
Veamos de nuevo lo que hemos aprendido sobre cómo fuimos educados y
socializados, y revisemos los ingredientes de la Imago.
1. Su pareja Imago se parece a los cuidadores de su infancia. No es
precisamente atractiva la idea de que elegimos estar con alguien parecido
a nuestros padres, y reaccionamos como lo hacíamos de niños, o actuamos
hacia ellos como nuestros progenitores hicieron con nosotros. Esto es es-
pecialmente angustiante cuando hemos hecho todo lo posible por evitar el
repetir los problemas del pasado.
Mis clientes me cuentan historias escalofriantes de decepción y desilusión. Después de varias noches románticas, el hombre con el que había
salido una paciente abandonó precipitadamente un restaurante en cuanto
se produjo el primer atisbo de una discusión, una ominosa reproducción
de la situación en la que el padre de esta mujer se retiraba a su taller del
sótano en cuanto su madre le pedía que hiciera algo. El ex marido de otra
paciente se ponía de muy mal humor cuando bebía, lo mismo que había
hecho su madre. Como respuesta, ella salía a pasear ofendida alrededor de
la casa, reproduciendo así la reacción de su propio padre. El amante de
Mary no empezó a beber (como lo había hecho su padre) hasta que se
casaron. Traumatizada por la forma en que su madre era tratada ante la
menor provocación, Elaine se sintió aliviada al comprobar la actitud
serena y de fácil trato de Cari. Pero el mismo día en que ambos empezaron
a vivir juntos, él «explotó» tres veces. Cambiando del papel de niña
traumatizada al de madre colérica, Amanda rompió enojada con el novio
crítico y sentencioso que le recordaba a su propia madre, sólo para
descubrir que el hombre con el que sale ahora empieza a encontrarle
defectos en la ropa que se pone y en su actitud reacia a encontrar un nuevo
piso.
Una historia que se esperaba olvidar, resulta que se repite. Cuando se
descubra diciendo: «Eres igual que mi madre (padre)», se ha encontrado
con su pareja Imago. Si ésta le compara con uno o sus dos progenitores,
habrá aprendido algo sobre su sí mismo negado.
Aunque la Imago es una imagen de los rasgos tanto positivos como negativos de sus cuidadores, son los negativos los que tienen más peso en su
atracción. Como quiera que los incidentes de descuido, maltrato, crítica o
indiferencia afectan a su supervivencia, se hallan más profundamente
grabados en la plancha de su Imago que sus recuerdos de atención y
cuidados. Son las heridas dolorosas que deseamos curar. Esto es
frustrante, porque conscientemente sólo buscamos los rasgos positivos en
una pareja potencial, de modo que podamos gratificar nuestras
necesidades. Pero lo cierto es que sin los rasgos negativos, ni siquiera nos
sentiríamos atraídos hacia esa persona. Hay en todo esto una lógica
perversa: el cerebro antiguo se asegura de que encontremos lo que
necesitamos para curarnos. Inevitablemente, la persona más apropiada
para curarse es similar a la que le produjo la herida, porque ese es el único
tipo de persona de la que su inconsciente aceptará lo que necesita.
Comprenderá ahora por qué las personas procedentes de hogares
disfuncionales tienen Imagos particularmente poderosas. Se han visto
inundadas por imágenes específicas, repetitivas y negativas, buena parte
de las cuales son tan traumáticas que se encuentran profundamente
enterradas. Se halla descontrolada la compulsión por encontrar la fuente
de la herida y la vergüenza y, lo mismo que un soldado conmocionado por
un bombardeo, responde con exageración a todas las indicaciones.
2. Su pareja Imago posee algunos de sus propios rasgos del sí negado.
Como vimos en el capítulo 10, muchos de los rasgos de nuestro sí mismo
negado son rasgos negativos introyectados de nuestros padres, que no
podemos soportar al reconocer en nuestro propio comportamiento. Así
pues, los rasgos negativos de nuestros cuidadores, que encontramos
replicados en nuestra pareja Imago, pueden ser, adicionalmente, rasgos
que poseemos nosotros mismos.
La cólera cuya expresión le parece tan perturbadora en su pareja, fue elegida inconscientemente por usted sólo porque le recuerda a su propia
madre, pero no puede sustituir la cólera que no admite en sí mismo, y su
percepción de esa cólera es, al menos en parte, una proyección sobre su
pareja de su propia e inadmisible cólera. Al acusar a su pareja de tacañería,
lo que realmente le enfurece es su propia tacañería negada, por muy
generoso que crea ser. Cuando su pareja le acusa de excesiva dependencia,
es muy posible que eso no sea más que una forma de enmascarar sus
propios temores al abandono y la dependencia. Al elegir a una pareja con
sus propios rasgos del sí mismo negado, consigue ser «entero» sin tener
que asumir la responsabilidad por los aspectos de sí mismo que le parecen
desagradables o incómodos.
3. Su pareja Imago posee algunos de los rasgos de su sí mismo perdido.
Aunque la Imago personifica principalmente los rasgos negativos de sus
cuidadores (y por extensión sus propios rasgos negados), también posee
los rasgos positivos que usted necesita para sentirse entero. Esto es el
fragmento de la Imago que dice: «Eres todo lo que yo deseaba». Aunque
nuestro sí mismo falso ocupa el lugar de las partes invalidadas y separadas
de nosotros, la pérdida es inolvidable. Somos incompletos y en nuestro
impulso hacia la totalidad, gravitamos hacia alguien que posee lo que ha
desaparecido en nosotros mismos. Ya vimos en el capítulo 10 cómo Earl
volvió a captar su sensualidad perdida en Christine, mientras que ella se
recuperó de su intelecto enterrado. Buscamos en el otro aquello que ha
sido reprimido y enterrado en nosotros mismos. Considerados de este
modo, nuestras relaciones románticas son una especie de egolatría. Parte
de nuestra Imago, y por lo tanto parte de la persona de la que nos
enamoramos, es nuestro sí mismo perdido.
4. Su Imago posee algunos de los rasgos del sí mismo contrasexual que a
usted le faltan. Puesto que la Imago es una imagen de la pareja del sexo
opuesto, se desprende que sus parejas Imago poseerán los rasgos de
género contrasexual que nuestra sociedad niega en nosotros mismos,
como ya vimos en el capítulo 11. Una vez más, se produce una
superposición en la medida en que nuestros rasgos contrasexuales son en
realidad partes de los sí mismos perdido y negado.
Sintetizando, la Imago es el instrumento que utiliza en la búsqueda de
alguien que sea como sus cuidadores, así como de alguien que posea algunas de las cualidades de su sí mismo desaparecido. Se trata de una imagen
conjuntada a lo largo del tiempo, trozo a trozo, en respuesta a nuestras percepciones de las experiencias de nuestra infancia. Nuestra pareja Imago,
intrincada y sutil mezcla de lo que nuestro inconsciente percibe como la
fuente de curación de nuestras heridas discretas, es en muchos sentidos lo
último que deseamos conscientemente.
¿No hay forma de evitar el enamorarse de una pareja Imago? Me temo que
la respuesta es que no, a menos que su pareja haya sido elegida por el
anciano del pueblo o que se busque una novia o un novio por
correspondencia. Para comprender la Imago y el aparente dominio que
ejerce sobre su voluntad, tenemos que volver de nuevo a nuestra tesis
original: nuestro objetivo en la vida es regresar a ese estado original de
gozo relajado que recordamos de algún modo, sentirnos vivos y enteros.
Para hacerlo así, tenemos que volver al escenario del crimen, al lugar
donde fuimos heridos para poder deshacer el daño y reencontrar lo que se
perdió. Desde la perspectiva de nuestro cerebro antiguo, tenemos que
obtener lo que necesitamos de la persona o personas que deberían
habérnoslo ofrecido en primer lugar o, si no pudiera ser, de un facsímil
razonablemente similar.
Pero la infancia ha quedado atrás; no podemos correr a ver a nuestros padres para obtener lo que nos faltó. Así que encontramos lo mejor que
podemos encontrar: una relación que recapitule en sus aspectos vitales la
pauta compleja e idiosincrásica de nuestra herida y pérdida. La
herramienta que utiliza nuestro inconsciente para realizar esta hazaña es la
Imago.
¿CÓMO FUNCIONA LA IMAGO EN LA ELECCIÓN DE PAREJA?
Es usted una verdadera enciclopedia ambulante de todo aquello que le
sucedió en la infancia. Cada mirada y acto, cada comida y conversación,
cada abrazo o reprimenda queda almacenada en alguna parte de su
memoria. Contiene usted información sobre el ligero desliz de su madre y
el tono bajo y sereno de su voz, sobre los aplastantes abrazos de su
hermano mayor, su forma de andar despacio y su costumbre de mirar por
encima del hombro. Recuerda lo que se dijo durante las discusiones y las
reconciliaciones.
Nunca olvidará el olor singular de su padre y su forma característica de estornudar; su mente puede escuchar la música que se interpretó aquella mañana de Navidad. Esto puede parecerle improbable, puesto que a menudo
ni siquiera podemos recordar lo que desayunamos esta mañana o qué fue
lo que entramos a comprar en una tienda. Pero todo eso está perfectamente
archivado, a la espera de conectar con el estímulo apropiado. (Piense en
cómo un cierto olor, o una escena de una película, puede poner en marcha
el recuerdo de un amigo, o un incidente olvidado desde hacía tiempo.)
Almacenamos cada fragmento de información, cada palabra, hecho o
acción que se ha filtrado hasta el inconsciente. Su cerebro, formador de
pautas, organiza esa miríada de fragmentos de información en una imagen
compleja y sombreada, muy similar a una imagen generada por ordenador
en la que cada diminuto pixel encuentra su lugar. Las impresiones se combinan y se superponen, una sobre otra, para formar una titilante aparición
de «la persona que me hará ser entero».
Ahí fuera, en el mundo, una parte de nosotros escudriña continuamente el
ambiente, a la búsqueda de pareja. Es una tarea importante para nuestra
supervivencia, y el cerebro antiguo se muestra intensamente interesado
por el resultado. Examinamos a cada nueva pareja potencial para ver si
encaja, y computamos casi instantáneamente cómo se adapta a nuestra
imagen compuesta. Las oleadas de información que recibimos se
comparan con la imagen. Cada byte se registra como un «acierto» o un
«fallo», o encuentra un lugar receptor y se adhiere al byte correspondiente
en nuestra rejilla interna, o es descartado. Nuestro escáner funciona como
una pantalla que acepta y descarta: sonrisa sesgada = sí; ceño fruncido =
sí; mirada baja = no; zapatos desgastados = no; cigarrillo = sí; cerveza =
no; ligero nerviosismo = sí; corbata de lazo estrecho = sí. Si es usted como
yo, probablemente se formará una opinión instantánea de la gente con la
que se encuentra en la calle: a esta persona le gustaría conocerla, esta otra
parece muy inteligente, aquella otra no tiene ni idea de lo estúpida que
parece, este otro tiene un trabajo responsable pero sería aburrido, esa
mujer es remilgada con el sexo, ese hombre actúa como si fuera un chico
mayor, esos dos parecen una pareja feliz.
Si hay un número suficiente de esos bytes que encuentran receptores en
nuestra rejilla interna, nos sentimos atraídos. En caso contrario, ni siquiera
se despierta nuestro interés y esa persona, como innumerables miles de
otras, queda descartada como pareja potencial, antes incluso de que
hayamos tenido la oportunidad de saludarla. Quizá empezamos a salir con
alguien que posee muchas cualidades exquisitas, pero si la química no
funciona (es decir, si no podemos encajar suficientes pixels de nuestra
Imago), la relación no irá probablemente más allá de unas pocas citas, y
nos preguntaremos por qué nada nos hizo «tilín».
Cuando yo estaba soltero, después de mi divorcio, busqué
conscientemente a la pareja ideal, pensando estúpidamente que era
inmune a seguir el mismo proceso al que estaban destinados otros a los
que les faltaban mis conocimientos. Hice una lista de las cualidades que
deseaba encontrar: calidez, vitalidad, inteligencia, risa, estabilidad
emocional, sensualidad y sexualidad. Encontré a varias parejas
potenciales que tenían todas esas cualidades, pero nada se agitaba en mi
interior. Todas ellas eran personas interesantes con las que estar, pero yo
me aburría. A cada una de ellas les faltaban los rasgos esenciales que se
correspondieran con la depresión de mi madre; mis temores al abandono
no se veían activados.
Quizá le preocupe que nunca encontró a nadie que encajara con su imagen
de la Imago. Permítame asegurarle que hay muchas parejas potenciales
ahí fuera, que encajarán perfectamente con su Imago. Por muy
intensamente que busquemos, nunca hallaremos una correspondencia
exacta con la imagen interior. Después de todo, nuestros cuidadores y
nuestra situación hogareña son singulares en un sinfín de detalles, que
nosotros hemos convertido en un collage complejo de infinita sutilidad,
basado en nuestras propias percepciones. Y, sin embargo, necesitamos
recrear lo mejor posible esa situación original, para que podamos
comportarnos y responder ante nuestra pareja como lo hicimos con
nuestros cuidadores infantiles, con la esperanza de obtener esta vez la
respuesta deseada.
Afortunadamente, la Imago misma no es más que un facsímil, se parece
más a un cuadro impresionista que a una fotografía del original.
Habitual-mente, nuestra pareja Imago tendrá una tosca semejanza con el
original, personificará al menos unos pocos de los rasgos negativos más
críticos. Pero para conseguir una correspondencia lo bastante buena como
para que nos permita completar lo que tenemos pendiente, reelaboramos
la imagen, exageramos las similitudes y disminuimos las diferencias,
embelleciendo y sintonizando exquisitamente la verdad de nuestras
parejas para lograr la verosimilitud que buscamos.
LA ILUSIÓN DEL AMOR
La Imago, pues, es una imagen no sólo del otro, sino de la totalidad, en la
que se combinan los déficits de nuestra educación y socialización, para
configurar una imagen de nuestro sí mismo desaparecido. Lo que tenemos
aquí, personificado en la correspondencia de la Imago, son todos los
ingredientes para el romance. Cuando oímos cantar pajaritos y sonar
violines, cuando nuestro corazón parece saltarse un latido, y nuestro
cerebro bombea endorfinas a la corriente sanguínea, nuestros poderosos
sensores han singularizado a alguien a quien hemos identificado como una
persona que tiene el potencial singular para restaurarnos la totalidad, una
ausencia potencial en otros a los que hemos visto y rechazado. Aquí está la
persona con la que podemos terminar nuestras cuestiones pendientes de la
infancia y reclamar lo que se perdió.
No es nada extraño que ninguna otra cosa nos haga sentirnos tan bien. Al
enamorarnos, cambiamos, y el mundo cambia. Nos sentimos repentinamente llenos de energía y optimismo, encandilados, entusiasmados,
animados. Si antes estábamos separados y a la defensiva, ahora nos
sentimos verdaderamente conectados e implicados con el mundo. Mis
clientes me cuentan cómo se vio transformado su mundo por el amor.
Después de que Peter conociera a Verónica, le resultó difícil acudir a
trabajar porque lo único que hacía cuando no estaba con ella lo percibía
como irreal. Martha, que apenas se había dado cuenta de la presencia del
mendigo en la esquina de su manzana, descubrió que empezaba a dar
dinero a toda persona sin hogar con la que se encontraba. Algunos clientes
me han dicho que, en brazos del romance, desaparecieron sus migrañas, su
depresión de toda la vida, y se evaporaron sus bloqueos creativos. La
energía de la vida vibra a una frecuencia más elevada. En conjunto, el
mundo parece un lugar más agradable donde estar.
EL LENGUAJE DEL AMOR
Todos los amantes creen haber tenido mucha suerte al haber encontrado a
alguien tan especial. «Nadie ha sentido nunca lo que yo siento -piensan-.
Nadie ha experimentado nunca un amor como este.» En cierto modo, eso
es cierto, pues cada emparejamiento Imago es un ensamblaje intrincado de
las imágenes inconscientes de dos personas. La pareja Imago de un
hombre es el punto muerto de otro, que piensa: «¿Cuándo terminará
esto?». «¿Qué es lo que ella ve en él?», es exactamente la cuestión de la
Imago.
Para demostrar cómo la pareja romántica se hace de hecho eco de la infancia del otro y llena los espacios dejados por los fragmentos perdidos,
sólo tenemos que observar los cuatro fenómenos personificados en lo que
parece ser el lenguaje universal del amor.
El primero de ellos es reconocimiento. Se trata de la extraña sensación que
tienen los amantes, incluso en su primero y segundo encuentros, de que «a
pesar de que acabamos de conocernos, tengo de algún modo la sensación
de que ya te conozco». Este sentido de familiaridad procede de la
semejanza de su nuevo amor con la imagen inconsciente de sus
cuidadores.
Como quiera que Steve creció cuidado por una madre deprimida y
emocionalmente inalcanzable, él se dedicó a buscar a alguien que tuviera
una sonrisa en la cara, a quien le gustara abrazarle. Pero resultó que se
sentía repetidamente atraído hacia un tipo de mujer seria, con una
expresión perdida en su mirada. Entonces, buscaba constantemente en su
rostro las claves que le permitieran captar sus sentimientos, a la espera de
una sonrisa. Cuando ella sonreía, él sentía instantáneamente una aliviada
euforia.
El segundo es la intemporalidad. «No puedo recordar ya cuándo no te
conocía», dice el amante, aunque es posible que sólo lleven unos días o
unas semanas juntos. Sus cerebros antiguos han fusionado la imagen del
amante con la de los cuidadores, vinculando el presente con el pasado.
Vuelven a encontrarse en los brazos cuidadores de su madre de fantasía, y
todo va a ser perfecto.
Recuerdo una cliente que me dijo cómo perdía toda noción del tiempo
cuando se encontraba con su nuevo amor. Las noches que pasaban juntos
parecían envueltas en una sensación de eternidad. Ella permanecía arrullada entre sus brazos durante horas, apretada contra su cuerpo, fusionándose
con sus sentimientos, como si los dos fueran una sola persona, y tenía la
sensación de que sólo habían transcurrido unos minutos.
El tercero es la reunificación. A medida que los amantes pasan más y más
tiempo juntos, se dicen: «Ya no me siento vacío ni solo; contigo me siento
entero y conectado, como si fuera uno solo con las cosas». Han descubierto en el otro lo que había desaparecido en sí mismos. Dos personas
incompletas se han convertido en enteras... temporalmente.
Alice me dijo que nunca se había sentido plenamente ella misma hasta que
no conoció a Alex. «Es un equilibrio perfecto para mí. Cuando vamos de
viaje, nunca sé a dónde vamos, pero Alex lo ha planeado con todo detalle.
Es como mi mano derecha. Es estupendo tener a alguien con quien
sentirse tan compatible. Me faltaba una parte de mí misma antes de que
Alex apareciera. Es como si fuéramos una sola persona».
Finalmente, está el sentimiento de la necesidad. Esta parece ser una experiencia casi universal. Se introduce en la relación una calidad casi
obsesiva y la persona amada se convierte en esencial para los propios
sentimientos de seguridad y supervivencia. «No puedo imaginarme cómo
sería la vida sin Jack -dijo Melissa-. No creo que pudiera vivir o deseara
hacerlo.» Este tema, que constituye uno de los elementos centrales de
innumerables canciones de amor y que aparece en buena parte de la poesía
amorosa de todo el mundo, refleja la conexión inconsciente del amante
con los padres originales, que detentaban el poder sobre la vida y la
muerte. Al haber encontrado de nuevo al cuidador, parece garantizada la
necesitada satisfacción y remite el temor primigenio a la muerte. Ahora,
ambos vivirán; conseguirán lo que necesitan para sobrevivir.
Aunque es posible que las palabras exactas no se expresen de ese modo, lo
que están diciendo los amantes es: «He descubierto lo que siempre he
buscado. Eres todo aquello que faltaba en mi vida. Vas a satisfacer mis necesidades. Me siento de nuevo como yo mismo y ya no estoy solo. Tú
nunca me abandonarás. Me has salvado y no voy a morir».
EL BENEFICIO DE LA ILUSIÓN
Durante un tiempo, todo es maravilloso entre los amantes. De hecho, se
sienten más vivos. Esclavos del amor, pueden abandonar parte de la absorción en sí mismos, son capaces de dejar los hábitos destructivos que
emplearon para compensar su dolor. El hombre deja de fumar y sale de la
oficina todos los días a las seis; la mujer deja de comer bocados entre
comidas, y ya no esquilma su cuenta corriente para pagar maquillajes y
zapatos. En el nido seguro de su nuevo amor, son capaces de extenderse,
de ser más honestos e íntimos que nunca. En la cuna del amor, se funden
las inhibiciones sexuales, el ingenio burbujea hasta la superficie, los
cuerpos antes rígidos se mueven al compás de la música. Como sus
parejas les apoyan y les ofrecen comprensión, son capaces de compartir su
dolor, su culpabilidad, sus temores y esperanzas. Los secretos
vergonzosos y las heridas tiernas se revelan y se aceptan. Los amantes
pasan más y más tiempo juntos. Empiezan a hacer planes para el futuro. Y
entonces... las cosas empiezan a ir mal.
La ilusión del amor romántico es que nos ciega ante los aspectos negativos
de nuestra elección de Imago. Desesperados por mantener nuestro recién
encontrado sentido de la alegría y la salvación, empleamos todas las
tácticas de la negativa para mantener a distancia las malas noticias sobre
nuestra pareja. A medida que, día tras noche, la realidad resquebraja la
pantalla de humo de la negativa, la ilusión se rompe y nos encontramos
frente a frente con el fragmento final y más devastador del rompecabezas
de la Imago. Me ahorraré contar aquí la historia de lo que sucede cuando el
romance se agria, y lo dejaré para la discusión de la relación inconsciente,
en el capítulo 13. Lo que quiero hacer aquí es reenmarcar nuestra imagen
del amor romántico desde la perspectiva de la pareja Imago.
AMOR: LA ANESTESIA DE LA NATURALEZA
En estos tiempos que corren se ha puesto de moda mostrarse cínico acerca
del romanticismo, pero no deseo disminuir o menospreciar en modo
alguno el amor romántico. No sólo hace que uno se sienta
maravillosamente bien, sino que es el catalizador para la curación y el
cambio. La naturaleza no inventaría nada tan grandioso para un propósito
trivial. Al cegarnos ante la realidad, el amor romántico nos presta un
servicio muy valioso. Elegimos sin darnos cuenta a alguien como nuestros
cuidadores, de quien esperamos que nos ame como ellos nunca lo
hicieron. Paradójicamente, la persona querida no puede hacer otra cosa
sino reabrir las viejas heridas. Parece ser una receta para el desastre y el
desgarro; si no fuéramos esclavos del amor, echaríamos a correr en la
dirección opuesta. Hemos elegido, de hecho, a una persona que nos
frustrará lo mismo que lo hicieron nuestros cuidadores. Pero esa persona,
cuando se muestra sensible a nuestros deseos, tiene lo que necesitamos
para curarnos. Y ninguna lo tiene, o al menos ningún otro tipo de persona.
Incluso cuando el amor fracasa, nos proporciona una visión fugaz de
nuestro mejor sí mismo, y es para nosotros un recordatorio de nuestro
potencial para la totalidad. Aunque contiene una promesa prematura, nos
vuelve a conectar, aunque sólo sea brevemente, con ese estado perdido de
gozo relajado que experimentamos de niños, y que hemos anhelado
recuperar desde entonces. Por muy aplastados que nos hayamos sentido
por el amor, la mayoría de nosotros guardamos recuerdos agradables de
los buenos tiempos, y también deseamos sentirnos de nuevo de ese modo.
El amor romántico nos vincula con nuestra pareja Imago de modo que
permaneceremos juntos el tiempo suficiente para ver si podemos hacerlo
funcionar. Eso nos proporciona la fortaleza para una prolongada empresa
de autorreparación y para realizar el arduo trabajo que exige una relación
consciente. Cuando estamos enamorados, tenemos la sensación de que podemos hacer lo que se necesite para que las cosas funcionen. Enamorarnos
nos obliga a salir de nosotros mismos; sin eso elegiríamos permanecer en
la seguridad de nuestra soltería, por poco gratificante que sea, o en un
«arreglo» seguro. El amor romántico es la anestesia de la naturaleza.
NO HAY AMOR EN EL ROMANCE
La idea de que amamos a otra persona por ella misma, tal y como es, con
sus necesidades y manías peculiares, no es más que una ilusión. El amor
romántico no es en modo alguno lo que parece realmente ser. Nos
enamoramos de la proyección de nuestro sí mismo desaparecido y de la
expectativa de lo que la persona amada puede ofrecernos a través de
nuestra asociación con ella.
El vínculo de la Imago crea una totalidad espúrea. Nuestro intento por
conseguir a través de otro aquello que ha desaparecido en nosotros
mismos nunca llega a funcionar, pues ninguna pareja puede llenar el vacío
personal. Si esa fusión pudiera tener éxito estaríamos abortando nuestras
propias posibilidades de afrontar nuestros temas pendientes de
autorrealización.
El amor romántico es una bomba de relojería; lleva consigo las semillas de
su propia destrucción. Está destinado a terminar. Inevitablemente, la
realidad hace crudamente añicos nuestra ilusión. Detesto decirlo, pero no
hay amor en el romance. El verdadero amor es algo completamente
diferente, y mucho mejor, como veremos en los capítulos 13 y 16. Pero
eso sólo les sucede a las parejas que se enfrentan a sus demonios y que
mantienen el rumbo durante la lucha por el poder.
¿POR QUÉ ES IMPORTANTE COMPRENDER Y
MODIFICAR LA IMAGO?
Necesitamos una pareja Imago para crecer y sanar. Paradójicamente, los
temas que tienen que ver con el sí mismo necesitan de unarelación para su
resolución. La asociación con el otro es el proceso mediante el que
reclamamos lo que nos falta. Conscientes del aspecto que tiene nuestra
Imago, sabemos la clase de persona con la que debemos terminar nuestros
asuntos pendientes. Comprendemos los temas que tendremos que
afrontar. Reconocemos lo que nos sucede en nuestra búsqueda de pareja, y
nos reconciliamos con el hecho de que no podemos evitar el afrontar las
viejas heridas de nuestra infancia «eligiendo» a alguien que se
corresponda con algún conjunto de criterios que esperamos nos permitirán
evitar el dolor. Cuando conocemos a una pareja Imago, estamos
preparados para lo que la relación nos tiene reservada.
Una pareja Imago tiene el potencial para herirnos más profundamente, o
para curarnos. No podemos cerrar los ojos ante la Imago. Tenemos que
cooperar y trabajar en concierto con ella, de modo que no nos dejemos
arrastrar. Mientras no nos familiaricemos con la Imago, e incluso
entablemos una buena amistad con ella, nos encontraremos en un estado
de vigilia dormida, condenados a repetir los mismos errores una y otra
vez. Nos libramos de la persona que nos ha causado daño, pero
mantenemos los problemas.
Conocer los detalles de su Imago le indicará con claridad cuáles son los
temas pendientes de su autorrealización. Le aportará claves para comprender qué necesita cambiar o modificar, y le indicará cómo puede lograrlo.
Si es usted capaz de reclamar mientras permanece soltero algunas de las
partes de las que se ha visto separado, no tendrá necesidad de buscarlas en
otro. Si puede empezar a conseguir mientras está soltero algo de la
nutrición y la convalidación que necesita para curar las heridas de su
infancia, ya sea por parte de amigos y colaboradores, del grupo de terapia
o de personas con las que sale casualmente, disminuirá la intensidad y la
gravedad de los rasgos negativos de su Imago. Habrá entonces menos
vacío que rellenar, menos fragmentos desaparecidos que compensar. La
Imago experimentará literalmente una mutación y se convertirá en la
imagen de alguien que, como usted, es más sano y más entero. Se
enamorará entonces de una pareja más sana. Y una pareja más sana se
enamorará de usted.
Desenmascarar la Imago
A estas alturas ya habrá revisado su infancia con un peine de púas finas, y
habrá pensado mucho en cómo funcionó su familia y cómo respondió usted a su ambiente. Ha contemplado ya su pasado y sus relaciones actuales.
Ahora vamos a producir una imagen de su propia Imago, utilizando para
ello las claves que usted mismo recopiló a partir de las respuestas y las
reflexiones que hizo en los ejercicios realizados hasta el momento, y de su
conciencia de los temas actualmente pendientes en su vida.
Quizá se sienta anonadado ante la imagen que surja después de un trabajo
detectivesco tan arduo, desanimado por la intratabilidad aparentemente
repetitiva de sus conflictos y decepciones con su relación. No me cansaré
de resaltar que el conocimiento sobre su Imago es una información
redentora. Tiene el poder para curarle. La Imago es la clave para sus
relaciones y la base para la autointegración. Considérela como un mapa
que le muestra dónde está el tesoro enterrado.
EIERCICIO I2A
Desenmascarar la Imago
La mayor parte de la información que necesita para rellenar los espacios
en blanco en las frases que siguen la encontrará en los ejercicios que ya ha
hecho hasta ahora. Las frases entre paréntesis le indican dónde
encontrarla.
1. Con toda probabilidad, me sentiré atraído por alguien que es
—————
(cualidades positivas de sus cuidadores, ejercicio 9A, número 1, mitad
izquierda del círculo, página 178), así como ______________
——————————————————— (rasgos negativos de sus
cuidadores,
ejercicio 9A, número 1, mitad derecha del círculo, página 178). 2. Es
posible que mi pareja resulte ser también __________
——————————————————————————
(cualidades positivas de cualquier otra persona que haya tenido una fuerte
influencia inicial en su vida, como un hermano, un abuelo o un amante de
su progenitor)
y
—————————————————————————————
—————————————————————————————
—
(cualidades negativas de la persona o personas arriba indicadas). 3. Ya he
visto pruebas de esto en mis relaciones pasadas, que fueron
(rasgos positivos tomados del ejercicio 2B, número 7, página 50, mitad
superior del círculo, que duplican los rasgos incluidos en los números 1 y
2 arriba indicados) y _________________________
250
————————————————————————————
(rasgos negativos del ejercicio 2B, número 7, parte inferior del círculo,
que duplican los rasgos arriba indicados). 4. También debería estar
preparado para que mi pareja fuera —————
(rasgos del sí mismo negado, ejercicio 10C, número 4, cuadrante inferior
derecho del círculo, página 199; estos rasgos pueden duplicar los rasgos
negativos de los progenitores arriba indicados).
5. Lo mismo que yo, mi pareja habrá sido herida en la fase de
——————
(ejercicio
7D,
página
138),
pero
ella/él
será
un
————————————— (minimizador o maximizador, pero en
todo caso lo opuesto de usted), asícomo
(la respuesta de afrontamiento opuesta a la que tuvo usted en la misma
fase. Así pues, si es usted un cuidador herido en la fase de preocupación,
su pareja será probablemente un solitario). Por lo tanto, su desafío de
crecimiento será ____________________________
(busque este dato en la fase pertinente).
6. Mi pareja también poseerá rasgos que a mí me faltan. Así pues, será
probablemente
fuerte
en
los
ámbitos
de
————————————————— (ejercicio 10B, número 3,
página 198, rasgos del sí mismo perdido), y deficiente en los ámbitos de
______________________ (ejercicio 10B, número 3, página 198,
ámbitos en los que usted no fue reprimido; quizá prefiera consultar el
círculo «Cuatro funciones» para su pareja teórica, de modo que termine
con un diagrama similar al de Earl y Christine, en la página 191).
7. Puesto que yo también he elegido a mi pareja para compensar mis
energías contrasexuales enterradas, ella/él será probablemente
——————
(energías de género del sexo opuesto allí donde es usted más débil, ejercicio 11 A, página 229, todavía no mencionadas en el número 5).
Ahora dispone usted de una impresión completa de su Imago, de la imagen interior que tiene del sexo opuesto. Los rasgos positivos serán de
interés para su mente consciente. Los negativos, en cambio, atraerán a su
inconsciente. Se trata de rasgos que se hallan conectados con sus
frustraciones. Aunque la anestesia de la naturaleza le impedirá ver los
rasgos negativos de la pareja elegida, serán esos los rasgos que activarán
sus sentimientos más profundos cuando la conozca, y también serán la
causa de su mayor dificultad en una fase posterior de la relación.
Al conocer los rasgos de su pareja Imago, también podrá deducir la naturaleza de la herida del otro y los temas que actualmente tiene pendientes
de curar. En el capítulo 15 tendrá la oportunidad de realizar algunos ejercicios que le ayudarán a efectuar cambios personales que, con el transcurso
del tiempo, suavizarán los aspectos más duros de la imagen de su Imago, y
le ayudarán a afrontar los conflictos con los que se encuentre.
EJERCICIO I2B Frustraciones de la infancia
Tome una hoja de papel y copie el siguiente diagrama.
A. MADRE
1. Frustraciones
B. PADRE
C. OTRO
__________________________________________________________
2. Sentimientos negativos
____________________________________________________
3. Comportamientos positivos
____________________________________________________
4. Sentimientos positivos
Incluya bajo el encabezamiento «Madre» todos los comportamientos
frustrantes que pueda recordar de su infancia con su principal cuidadora
femenina. En la columna «Padre» incluya todos los comportamientos
frustrantes que pueda recordar de su infancia con su principal cuidador
masculino. En la columna «Otros» incluya todos los comportamientos
frustrantes que haya experimentado con cualquier otra persona o personas
que representaron un papel cuidador con usted. Trace ahora un círculo
alrededor de sus tres frustraciones más profundas. Bajo el encabezamiento
«Sentimientos negativos» anote el peor sentimiento que haya tenido con
cada cuidador. Bajo «Comportamientos positivos» anote todos los
comportamientos de sus cuidadores que consideró como positivos.
Subraye después los tres comportamientos más positivos. Bajo el
encabezamiento «Sentimientos positivos» anote el mejor sentimiento que
tuvo con cada cuidador.
En otra hoja de papel escriba los siguientes fragmentos de frases. Observe
que al final de cada fragmento hay paréntesis con instrucciones acerca de
dónde puede encontrar, en los ejercicios precedentes, la información para
completar las frases. Llene los espacios en blanco con los datos que ya
haya reunido de ese modo. Modifique la información sólo lo suficiente
para que forme una frase legible, pero no cambie el contenido.
EJERCICIO I2C
Su agenda inconsciente déla infancia
1. En mi infancia, viví con cuidadores que fueron (ejercicio 9A, número 1,
mitad izquierda del círculo,—————————————————
2. con los que a menudo me sentí (sentimientos negativos, número 2,
arriba
indicados)
—————————————————————————————
3. porque me frustraron en (frustraciones, número 1, arriba indicadas, en
la
lista
de
frustraciones
rodeadas
por
un
círculo)
—————————————
4. y eso me influyó para convertirme en (rasgos del sí mismo negado que
puede tomar del ejercicio 10C, número 5, cuadrante inferior derecho del
círculo,
página
200
—————————————————————————————
5. y para inhibir o reprimir mi (rasgos del sí mismo perdido, tomados del
ejercicio 10B, número 3, página 198) _________________
6. Si hubiera habido más (ejercicio 9A, número 1, mitad izquierda del
círculo,
página
178)
—————————————————————————:——
7. y se me hubiera dado (aspectos subrayados del número 3, antes indicados) ___________________________________
8. para que hubiera podido sentirme siempre (aspectos del número 4,
arriba indicados)
_____________________________
9. entonces yo sería (cualidades positivas del ejercicio 12A, número 1,
página 250) _______________________________
10. y expresaría mi (cualidades poseídas por la pareja, tomadas del
ejercicio
12A,
número
5,
página
251)
———————————————————.
Esto es una impresión de la agenda inconsciente de la infancia que aportará usted a la relación con el otro. Lo incluyo como forma de compararla
con su relación inconsciente, del ejercicio 2D, de modo que pueda ver
cómo se conecta su situación actual con su infancia pasada.
13. Asociación: el viaje hacia la conciencia
Las oportunidades para nuevas integraciones y adaptaciones se presentan
por sí mismas a lo largo de nuestras vidas.
HARRY STACK SULLÍVAN
Este libro trata acerca de cómo aprovechar la oportunidad que le proporciona su soltería actual para prepararse para el viaje hacia una relación
saludable y sanadora, y para la creación del verdadero amor. En los
capítulos precedentes, hemos visto cómo funciona el proceso de
selección, basado en sus experiencias de la infancia. Descubrimos el tipo
de persona hacia la que se siente atraído, y revisamos los temas que le
planteará su pareja Imago. Ahora quiero centrarme en cómo será
probablemente su viaje en esa relación. El hecho de saber lo que puede
esperar le preparará para los daños que tendrá que afrontar. Saber en qué
puede confiar le inspirará para emprender el viaje.
Ya debería estar claro que no cuenta con muchas alternativas cuando se
trata de seleccionar a su pareja. El matrimonio es, por defecto, el recoge
pelotas para los estragos de la infancia. No debería sorprendernos, por lo
tanto, que, de todas las empresas humanas, ese estado civil exhiba el
contraste más fuerte entre los inicios y los resultados. Sucede con
demasiada frecuencia que la persona a la que idolatramos y de la que
estamos locamente enamorados, se convierte precisamente en aquella que
nos «falla», en la persona de la que al final nos divorciamos amargamente.
Aunque nuestro proceso de selección inconsciente no presagia nada bueno
para el matrimonio como una forma de vida, estoy convencido de que los
rasgos negativos de la Imago de nuestras parejas son el catalizador para la
transformación personal a los niveles más profundos. Una relación
consciente, en la que los dos miembros de la pareja se apoyan mutuamente
para cambiar esos aspectos de sí mismos y, al hacerlo, liberan el potencial
reprimido, es, de hecho, el camino más efectivo para alcanzar la totalidad
psicológica y espiritual. Nuestras otras opciones, como negar las
necesidades insatisfechas de la infancia, tratar de llenarlas por nuestra
propia cuenta o a través de amigos, de relaciones con las que
«convivimos», o de amantes en serie, nunca llegarán a curarnos. El amor
que es esencial para nuestra curación tiene que proceder de una pareja
Imago, y una asociación comprometida, continua, consistente, es el
proceso a través del cual curamos y recuperamos nuestra totalidad original
y nuestro pleno sentido de la vida.
Afortunadamente, tenemos una alternativa acerca de qué clase de matrimonio podemos tener. La mayoría de matrimonios fracasan debido a la
persistencia de los aspectos inconscientes de la relación. Todo asunto
inacabado que tuviéramos con nuestros cuidadores se convierte en una
agenda obsesiva con nuestra pareja. Suele suceder, sin embargo, que los
miembros de la pareja no llegan a ser nunca conscientes de las
necesidades ocultas que impulsan su relación, y nunca llegan a aprender
las habilidades que se requieren para abordar con éxito la satisfacción de
esas necesidades. Como persona soltera, parte de su preparación consiste
en comprender y prepararse para un matrimonio consciente en el que
usted y su futura pareja puedan deshacer el daño sufrido durante la
infancia y recuperar sus verdaderos sí mismos.
La relación inconsciente
Mientras contempla el matrimonio, debería ser consciente de que éste,
como la infancia, tiene una «historia natural»: se desarrolla en fases
identificables que encuentran paralelismo con las de la infancia. La
correlación entre los temas de nuestra niñez y los de nuestras relaciones no
es tan misteriosa como parece, puesto que la relación, lo mismo que la
infancia, procede desde el apego a la independencia, pasa por la identidad
y la competencia para llegar a la preocupación y la intimidad, recreando
inconscientemente los temas que están necesitados de resolución en los
asuntos que tengamos pendientes.
Como sucede con la infancia, cada fase surge a partir de la fase anterior,
pero cada una de ellas permite avanzar en el logro o en el fracaso de la precedente. El amor romántico refleja la fase del apego, en la que los dos
miembros de la pareja establecen el vínculo que les permitirá capear la
tormenta que ha de seguir: la lucha por el poder. Esta lucha por el poder
recapitula los temas y el trabajo duro de las fases de la exploración, la
identidad y la competencia. Si la pareja es consciente de lo que está
sucediendo, cada uno se esfuerza por convertirse en un sí mismo
integrado, y juntos pueden lograr una relación que funcione bien con una
identidad singular, del mismo modo que los niños descubren quiénes son
y se hacen competentes en la gestión de su ambiente. Si este trabajo se
realiza con éxito y la relación pasa más allá de la lucha por el poder, se
convierte en una unión en la que los dos miembros de la pareja pueden
avanzar hacia una genuina preocupación por el bienestar del otro, y hacia
una profunda intimidad que evoluciona hasta transformarse en verdadero
amor, que satisface la promesa pre anunciada en la fase del amor
romántico. Tal unión constituye una entidad poderosa en el mundo,
expande sus límites de cuidados y preocupación, y recapitula el
surgimiento del «cuidado por los demás» en las fases de preocupación e
intimidad.
Las fases de la relación siguen un progreso cíclico, no lineal. Podemos
regresar al romanticismo, a los temas de la lucha por el poder de la
identidad y la competencia, y resurgir cuidados con el otro en muchas
ocasiones, a través de este círculo vital, en respuesta a las circunstancias y
las crisis de cada una de las fases de la vida. Un nuevo ciclo puede
aparecer debido al nacimiento de un hijo, a una grave enfermedad, un
revés financiero o el hecho de que uno de los hijos abandone el hogar. 1
CUANDO MUERE EL ROMANCE: LA TRAYECTORIA DE LA
RELACIÓN INCONSCIENTE
Cuando dejamos por última vez a nuestros amantes del ejemplo, en el
capítulo 10, se hacían cosquillas en la oreja el uno al otro, y decían que no
podían vivir el uno sin el otro. Lamentablemente, el amor romántico es la
culminación de la inconsciencia y sólo se ve sostenido por la idealización
de nuestra pareja y por nuestra expectativa de realización.
El amor romántico puede durar unas pocas semanas o incluso unos pocos
años, pero infaliblemente estalla la burbuja, se levanta el velo de la ilusión
y veremos decepcionados la verdad de nuestra pareja. ¿Cómo sucede
esto? Durante la fase del amor romántico de una relación, animados por la
esperanza y las endorfinas, cada miembro de la pareja proporciona
voluntariamente lo que el otro desea y necesita, de modo que existe en la
realidad una cierta base para la anticipación de que la relación será
gratificante. Pero el compromiso, y a menudo la ceremonia de la boda,
cambia todo eso, y entonces se desata un verdadero infierno. La
anticipación se convierte en expectativa y ambos miembros de la pareja
tienden a retirar algo de lo que han dado incondicionalmente y que
caracterizó el principio de la relación, al mismo tiempo que empiezan a
esperar (o incluso a exigir, o sentirse con derecho a) que se satisfagan sus
propias necesidades. Puesto que han elegido a una persona que tiene los
fallos de sus cuidadores, lo más probable es que esa persona también les
falle y de la misma forma devastadora. Cada uno de ellos está condenado a
decepcionar al otro.
Cada matrimonio se mueve inexorablemente desde la ilusión romántica
hasta la desilusión que anuncia el inicio de la lucha por el poder. Eso sucede tal y como lo ha previsto la naturaleza. Sin embargo, se nos ha hecho
creer que estar enamorado es un indicador de que la persona elegida es la
correcta. Cuando el romance se desvanece, muchos lo toman como un
indicador de que la relación ha seguido su curso. Las personas que asisten
a mis talleres me dicen a veces: «Mi amor ha muerto; simplemente, ya no
estoy enamorado, y ya no me siento el mismo». Parece que mi
desagradable deber consiste en darles la mala noticia. «Se supone que
debe morir», les digo.
Si se queda encallado en la fase del amor romántico, se ha quedado empantanado en la fase del apego; para que la relación progrese y vaya más
allá, tiene que seguir avanzando hacia la fase de la exploración y más allá.
El romance no es más que la plataforma de lanzamiento. Para llegar al verdadero amor, tiene que hincar los codos y ponerse a trabajar en la curación
y la toma de conciencia. Nadie «trabaja» en una relación cuando las
endorfinas se precipitan en nuestro sistema. Eso es una grave
malinterpretación de la naturaleza del amor y del romance que usted,
como persona soltera, haría bien en comprender previamente.
Se supone que el amor romántico debe acabar. Es lo propio de la naturaleza, que reúne a dos personas incompatibles con el propósito de
permitirles su crecimiento mutuo y de sobrevivir a la desilusión de no
haberse casado con la persona perfecta. Aunque el amor romántico es un
anticipo del potencial que existe en la relación, ese potencial sólo puede
alcanzarse a través del valle de la desesperación que es la lucha por el
poder. Si no utilizamos la relación para acabar con las cuestiones
pendientes de nuestra niñez, el matrimonio quedará encallado en los
mismos temas en que nos quedamos cuando fuimos niños. Cuando el
amor romántico muere, despeja el camino para que aparezca el verdadero
amor.
La ilusión del amor romántico se disipa cuando el otro miembro de la pareja no logra ponerse a la altura de nuestras expectativas y empieza a mos-
trar rasgos negativos que nos resultan familiares, precisamente los rasgos
negativos de nuestros cuidadores y de nuestros sí mismos negados, ante
los que estuvimos ciegos al principio. Aunque nuestra pareja personifique
sólo algunos de los rasgos negativos de nuestros cuidadores y sólo en
cierta medida, lo cierto es que proyectamos sobre el otro los que han
desaparecido en nosotros, y especialmente aquellos que hemos negado en
nosotros mismos, y nos comportamos hacia el otro como si fuera una
copia al carbón de nuestros cuidadores. De ese modo, provocamos la
misma respuesta por parte del otro que la que recibimos de nuestros
cuidadores. Empezamos así a representar de nuevo nuestra relación con
nuestros cuidadores principales, pero ahora dentro del contexto de nuestra
relación amorosa principal.
Recuerde que los rasgos negativos de nuestra pareja Imago son a menudo
rasgos negados en nosotros mismos, que son a su vez rasgos introyectados
de nuestros padres. En otras palabras, nosotros mismos poseemos los rasgos negativos de los progenitores, que ahora criticamos en nuestra pareja.
Durante la lucha por el poder, cambiamos desde la posición de niño a la de
padre, y tratamos a nuestra pareja, cuando no satisface nuestras necesidades, tal y como nuestros padres nos trataron a nosotros. Pero la cosa
todavía es peor, ya que tendemos a actuar con la pareja como lo hicimos
con el progenitor con quien experimentamos la mayor dificultad en la
infancia, porque habitualmente vemos a ese progenitor como el más
poderoso. Nos identificamos con él porque, desde la atalaya de nuestro
cerebro antiguo, ese progenitor tuvo el mayor poder para la supervivencia.
Quizá hayamos detestado los lloriqueos y la cobardía de nuestra madre,
pero observamos que eso intimidaba a nuestro padre, que acababa
cediendo. O la cólera del padre pudo habernos parecido brutal y temible,
pero observamos que habitualmente se salía con la suya. Al comportarnos
como nuestro progenitor, trasladamos la percepción de nuestra pareja al
modo infantil. Cuando el otro nos dice que «eres como mi madre (o
padre)», nos sentimos conmocio-nados.
Lo que sucede aquí es que nos identificamos inconscientemente con los
rasgos negativos de nuestros padres, negamos haberlo hecho así,
repudiamos con vehemencia esa acusación, pero representamos
inconscientemente esos mismos y viejos escenarios con nuestra pareja.
En otras ocasiones nos sentimos como un niño con nuestra pareja. Después de todo, vemos en el otro la sombra de nuestros propios padres. No es
nada extraño que respondamos a la cólera de nuestra pareja del mismo
modo que respondimos a la cólera de nuestra madre, por débil que sea la
semejanza entre las dos. Si conseguimos captar la atención de nuestro
padre con una interminable retahíla de historias sobre lo que sucedió en la
escuela, con quién jugamos, qué vimos en la televisión, lo más probable es
que pensemos que tenemos que ser animados y entretenidos para
mantener el interés del otro miembro de la pareja. En cuestión de
segundos, podemos pasar de sentir lo que sentimos de niños, a actuar
como el progenitor que nos gustó menos. Y ese es el núcleo de la lucha por
el poder.
También tenemos que enfrentarnos con la reaparición del sí mismo perdido. Recuerde que hemos elegido a una pareja que llene lo que ha desaparecido en nosotros mismos. Mientras eso funciona, todo marcha bien y
disfrutamos con nuestra totalidad sustitutiva. Pero, tarde o temprano, las
características que al otro le parecieron originalmente atractivas, terminan
por convertirse de pronto en una molestia cuando el sí mismo perdido se
agita sumido en la incomodidad. Lo que un esposo vio, a través de los cristales de color de rosa del romance, como la independencia de su esposa, lo
ve ahora como falta de atención o de compromiso. Lo que su mujer vio en
él como una naturaleza amante de la diversión, lo califica ahora como
exceso. De repente, el otro nos parece demasiado lógico, demasiado
emocional, demasiado sexual, demasiado fácil de tratar. Es entonces
cuando empieza realmente la lucha por el poder.
ESTO TAMBIÉN PASARÁ
La mayoría de matrimonios encallan en la fase de la lucha por el poder,
pero no es eso lo que pretendía la naturaleza. La lucha por el poder, como
el amor romántico, no es más que otra estación en ruta hacia lo real. Se
supone que debe suceder, puesto que es necesario convertir en realidad el
potencial oculto en la fase romántica. Ni siquiera es un indicador negativo,
pero sí una señal segura de que estamos con la persona correcta para
obtener nuestro máximo potencial de crecimiento... siempre y cuando
manejemos la situación correctamente.
Se supone que la lucha por el poder tampoco debe durar. Se trata de un
fenómeno transitorio, de un conducto hacia la creación del sí mismo en
cada miembro de la pareja y de una relación que tenga una identidad
singular, diferente y separada de la de nuestros padres. Quedarse
empantanado en la fase del romanticismo o en la de la lucha por el poder
equivale a abortar el proceso natural de intentar terminar la creación de un
sí mismo al que le importen los demás. Aquí nos encontramos una vez
más con el gran designio de la naturaleza: mientras que el enfoque
centrado en sí mismo puede ser un prerrequisito para la supervivencia
personal, pasar más allá del sí mismo hacia la preocupación y la intimidad
con los demás, es algo esencial para la supervivencia de nuestra especie.
La creación del verdadero amor es la forma que ha encontrado la
naturaleza de repararse y completarse a sí misma... a través de usted. 2
Pero sin conciencia y sin las habilidades para transformar sus relaciones,
la mayoría de las parejas nunca llegan a pasar más allá de los temas de la
identidad y la competencia, para alcanzar el verdadero amor, la alegría y la
totalidad que aporta. La clave es la conciencia.
David y Sarah
Para mostrarle como funciona esta complicada teoría y para ofrecerle una
visión previa del viaje que emprenderá después de casarse, voy a utilizar
el ejemplo de una pareja a la que asesoré. David y Sarah parecían
inextricablemente enzarzados en la lucha por el poder cuando acudieron a
verme por primera vez. Casados desde hacía doce años, tenían tres hijos.
Sarah trabajaba a tiempo parcial en un museo de arte, pero se dedicaba
fundamentalmente al hogar y a la familia. Se mostró vociferante al
quejarse de David: él raras veces estaba en casa, andaba siempre
preocupado por su trabajo, no se comunicaba y era egoísta.
Recientemente, David había dejado un puesto directivo en una empresa de
tamaño medio para iniciar su propio negocio de asesoría de empresas, que
alcanzó un éxito casi inmediato. Parecía abrumado por las quejas y
emociones de Sarah, y aseguraba no comprenderlas. Según me dijo, su
trabajo era muy exigente, pero gracias a él tanto Sarah como sus hijos
estaban bien atendidos económicamente, y llevaba cuidado de no traerse
al hogar los problemas de su empresa. Cuando estaba en casa, procuraba
relajarse, pero Sarah siempre andaba «encima de él», para que hicieran
cosas juntos, o con los niños, para que hablaran. Admitía que ella era una
mujer fiel y cariñosa, pero no se mostraba muy interesada por el sexo, lo
que a él le resultaba frustrante.
No tardamos mucho tiempo en identificar los rasgos que habían convertido a David y Sarah en una pareja Imago el uno para el otro. La madre de
David era una mujer intensa e indulgente, cariñosa pero también sofocante
como madre. David era su hijo más pequeño y el único varón, y él se
sentía particularmente abrumado por la atención que ella le dedicaba a
veces. Su padre estaba con frecuencia en el paro, y aunque era juguetón y
le resultaba divertido estar con él durante buena parte del tiempo, tenía un
temperamento volátil. Durante los largos períodos de desempleo aireaba
su cólera dirigiéndola contra su familia, especialmente los hijos, a los que
criticaba con dureza. David recuerda las explosiones de su padre como
particularmente embarazosas cuando él era adolescente. «Me juré a mí
mismo que nunca sería como él», me confesó. No obstante, y a pesar de
los problemas del padre, los padres de David parecían en general felices el
uno con el otro. Su madre toleraba los lapsus de su padre, y eran
abiertamente físicos el uno con el otro en sus demostraciones de afecto.
Los padres de Sarah se divorciaron cuando ella era bastante joven. Su
padre, un vendedor de éxito, estaba mucho tiempo fuera de casa, incluso
antes del divorcio. Sarah lo recuerda como inteligente y divertido, aunque
no resultaba fácil contar con su atención. Lo había visto a intervalos
infrecuentes durante su adolescencia y en los primeros años de la edad
adulta, y un año después de nuestra primera sesión murió a causa de un
ataque cardíaco. Sarah se sentía muy cerca de su madre, que la educó, a
ella y a sus dos hermanas. Sarah la describía como sacrificada y entregada.
Su madre también se mostró vehementemente colérica y crítica con el
padre de Sarah, por trabajar tanto, por dejarlos, y por haberse vuelto a
casar. La madre de Sarah nunca volvió a salir con un hombre después del
divorcio y desaprobaba intensamente a todas las mujeres con las que salió
el padre de Sarah antes de que se volviera a casar.
Aunque no fue evidente para ellos la primera vez que se encontraron,
David y Sarah se parecían a los cuidadores del otro en una serie de formas.
Sarah es cariñosa, entregada y emocional como la madre de David, y
también es juguetona y abiertamente colérica y crítica como el padre de
David. David es inteligente y divertido, y tiene éxito, como el padre de
Sarah, y también es inaccesible de un modo similar. Lo mismo que la
madre de Sarah, es leal y se ocupa de su familia, pero también un tanto
rígido. Deduje que las heridas primarias de David y Sarah ocurrieron
durante la fase de la exploración, pero de formas complementarias: Sarah
es una perseguidora y maximizadora. David es un aislante y minimizador.
Para cuando acudieron a verme, creían ser como el aceite y el agua, pero
formaban de hecho una pareja casi perfecta.
David y Sarah se conocieron cuando hacían cola para matricularse en la
universidad, donde ella estudiaba arte y él ciencias empresariales, y descubrieron que ambos se iban a matricular en Geología para cumplir con la
asignatura obligatoria de ciencias. Empezaron a verse para estudiar juntos
y ambos se sintieron sorprendidos ante la comunicación inmediata que
establecieron. «Nos llamábamos a nosotros mismos la Unidad Lunar
-reveló David-, porque nos encontrábamos en nuestro propio y pequeño
mundo, a salvo e independientes. A veces sentíamos lástima por nuestros
amigos, que no tenían la clase de amor que nosotros habíamos
encontrado.»
David dice que se sintió atraído por Sarah porque ella era animada y expresiva y le resultaba divertido estar a su lado. Admiraba el hecho de que
se mostrara tan entregada a su madre y a sus hermanas, y de que realizara
trabajos voluntarios con niños subprivilegiados. No recordaba haber
observado señal alguna de su cólera o críticas durante los primeros años
de la relación entre ambos, y creía que Sarah había «cambiado» desde que
nacieron sus hijos. En el momento en que ambos acudieron a verme, ella
también había perdido interés por el sexo.
Sarah recuerda a David en la universidad como un joven tranquilo, fácil de
tratar y divertido. Admiraba su intelecto y lo duramente que trabajaba para
avanzar en sus estudios. Fue muy atento con ella durante todo el período
de noviazgo, sobre todo físicamente y, según lo describió: «Podía sentirme yo misma con él. Me sentía a salvo».
David y Sarah se casaron poco después de terminados los estudios, y
Sarah trabajó durante unos pocos años como profesora de arte, mientras
David seguía estudiando para licenciarse. Aquellos primeros años del
matrimonio fueron relativamente felices. Como sucede con la mayoría de
las parejas que emiten indicios o advertencias de que su romance ha
terminado, ignoraron o rechazaron racionalizadamente toda indicación de
que las cosas no eran como habían esperado. David ignoró las explosiones
emocionales de Sarah cuando éste pasaba mucho tiempo entregado a sus
estudios, o salía con sus amigos en lugar de regresar a casa; él aceptaba las
excusas que ella le planteaba para posponer las relaciones sexuales. Sarah
se convenció a sí misma de que la preocupación de David por su trabajo
disminuiría una vez que obtuviera la licenciatura; confiaba en que
entonces se mostraría más expresivo en su afecto, una vez desaparecida la
presión.
Para ellos, las cosas no empezaron a ponerse difíciles hasta después de la
graduación de David y el nacimiento de su primer hijo. Luego, David se
entregó por completo a su trabajo, de la misma forma con la que lo había
hecho a sus estudios. Sarah se sintió abandonada y empezó a resultar
difícil ignorar su cólera. «Nunca estás en casa -se quejó-. Lo único que te
importa es tu trabajo. Eres egoísta, nunca piensas en mí, excepto cuando
quieres follar.» David, que sin lugar a dudas escuchó en Sarah el eco de la
ira de su padre, se recluyó todavía más en su trabajo, y en sus aficiones de
fin de semana. «Sarah es tan crítica -se quejó ante mí-. Trabajo duro y ella
tiene todo lo que necesita. No sé por qué está tan enojada. Nunca se siente
satisfecha.»
La culpabilidad y la crítica son características de la lucha por el poder en
una relación. Lo que estamos viendo es la otra cara de la moneda del romance: la misma agenda, pero con tácticas diferentes. Ya no tratamos de
engatusar a nuestra pareja para que satisfaga nuestras necesidades y nos
haga enteros; lo que pretendemos es coaccionarla para que lo haga. Por alguna razón (probablemente porque de niños aprendimos que si llorábamos
o nos quejábamos nuestros cuidadores nos atenderían) creemos que
podemos provocar que nuestra pareja nos dé lo que deseamos. Lo que
conseguimos en lugar de eso es conflicto y el creciente temor de que no
vamos a conseguir lo que tan desesperadamente necesitamos.
Lo que sucedía en este caso era que David, en un esfuerzo por no ser como
su padre, negaba su propia cólera y la proyectaba sobre Sarah, provocando
a su vez la de ella. Cierto que Sarah era capaz de expresar cólera, pero no
era la persona colérica que David empezaba a ver en ella. Pero, al ser
fóbico a la cólera, David se retiraba de la ira de Sarah, como había hecho
ante la cólera de su padre y la atención sofocante de su madre.
Sarah, por su parte, que había renunciado a sus propios intereses y ambiciones profesionales, despreciaba y socavaba ahora el éxito de David.
Había visto cómo la ambición de su padre había destruido a su propia
familia y aprendió de su madre a pensar que la ambición era egoísta.
Proyectó esta clase de sentimiento sobre David, que era de hecho un
hombre ambicioso y que trabajaba duro, pero no egoísta.
Mientras que la sexualidad de David había permanecido relativamente
incólume, había sido socializado, como muchos hombres de su
generación, para mantener un férreo control sobre sus emociones,
especialmente por parte de su padre, que criticaba las demostraciones
emocionales y, a veces, llamaba a David «afeminado» cuando lloraba. En
la naturaleza emocional de Sarah, David vio el reflejo de su sí mismo
emocional perdido, lo que le hizo sentirse ansioso e incómodo, otra de las
razones para alejarse fuera del alcance de Sarah. La sexualidad activa y
cómoda de David, que al principio tanto atrajo a Sarah, terminó por agitar
en ella su propio tabú sexual. Al criticar la «obsesión» de David por el
sexo, desviaba la atención de su propio conflicto interno. Empezaron así a
juzgar el uno en el otro lo que habían reprobado y perdido en sí mismos.
Para David, Sarah era «demasiado emocional» y «demasiado exigente»;
para Sarah, él «sólo estaba interesado por el sexo y el dinero».
EL DESENLACE DE LA LUCHA POR EL PODER
¿Qué sucede a continuación? Aunque la mayoría de matrimonios quedan
encallados en una de ellas, la lucha por el poder tiene potencialmente seis
fases predecibles, similares a las fases del dolor por la pérdida de un ser
querido, identificadas por Elisabeth Kübler-Ross en su conocido libro
Sobre la muerte y el morir, conmoción, negativa, cólera, regateo,
desesperación y aceptación.3 Lo que lamentamos es la pérdida de la
ilusión, incrustada en la experiencia del amor romántico, de que estamos
seguros y de que con nuestra persona amada curaremos indolora y
milagrosamente la herida de nuestra niñez y recuperaremos nuestra
vitalidad original.
En primer lugar, y como hemos visto, se produce la conmoción cuando el
velo de la ilusión queda desgarrado por el descubrimiento de las
imperfecciones de nuestra pareja; luego aparece la negativa, cuando
tratamos de ignorar o racionalizar los rasgos negativos del otro; a
continuación viene la cólera cuando esos rasgos persisten, a pesar de
nuestros esfuerzos por vaporizarlos. La existencia de esos rasgos significa
para nosotros que nuestra pareja no va a darnos lo que necesitamos,
porque no puede. En el inconsciente, el cerebro antiguo hace sonar la
alarma cuando estamos en peligro no sólo de ver aplastadas nuestras
mejores esperanzas, sino que se encuentra en peligro hasta nuestra propia
existencia. Preparados durante eones de aprendizaje evolutivo, nuestra
fuerza vital se transmuta en energía negativa y asalta al otro miembro de la
pareja, convertido ahora en la fuente de peligro y, por lo tanto, en el
enemigo, algo que hacemos con agresión abierta, intenso retraimiento u
hostilidad pasiva. Luchar, huir, someternos o quedarnos petrificados:
empleamos la adaptación que hace ya mucho tiempo decidimos haría
mejor el trabajo.
Muchos matrimonios se rompen, o quedan encallados en la fase de la
cólera de la lucha por el poder. A menudo, el matrimonio se sostiene a través de la cólera gracias al regateo, en el que cada miembro de la pareja
trata de obtener lo que desea, negociándolo: si haces tal cosa, yo haré tal
otra. Si regresas antes a casa del trabajo, tendremos más sexo. Si me dejas
ver la televisión toda la noche, sin interrupción, el sábado llevaré a los
niños al parque. Sin quererlo, la terapia matrimonial tradicional no hace
sino prolongar esta fase, enseñando a la pareja habilidades de negociación
y animándola a llegar a acuerdos de comportamiento o contratos, sin
comprender o afrontar la agenda oculta de la infancia. El resultado es lo
que yo llamo el matrimonio del «quid pro quo», y funciona hasta cierto
punto para muchas parejas. Pero, para la mayoría de ellas, el regateo
conduce a la resignación y la desesperación, que constituye la quinta fase
de la lucha por el poder. Permanecen casados y aunque finalmente
abandonan la esperanza de encontrar alguna vez el amor que necesitan, se
instalan en una relación tolerable que parece funcionar... porque no saben
qué otra cosa pueden hacer. Aunque en este punto algunas parejas se
resignan a la infelicidad, otras mantienen términos amistosos, cordiales y
atentos, a pesar de los anhelos no expresados de lo que les falta. Han
llegado así a la fase final de la lucha por el poder: la aceptación. Lo que
han aceptado es un matrimonio insatisfactorio, pero tolerable.
En la fase de la desesperación, muchas otras parejas abandonan el matrimonio y buscan el verdadero amor en otra parte. Desgraciadamente, y
puesto que nunca llegan a ser conscientes de sus heridas de la infancia, y
mucho menos a resolverlas, se libran del cónyuge y mantienen su
problema, llevándolo consigo a la siguiente relación... e iniciando el ciclo
de nuevo.
ROMPER EL IMPASSE : EL FINAL DEL REGATEO
David y Sarah se habían sometido a la terapia matrimonial tradicional
durante varios años antes de que acudieran a verme, y habían desarrollado
las técnicas del regateo con las que habían mantenido su relación a un
nivel de subsistencia tolerable durante la mayor parte de todo ese tiempo.
Su matrimonio descansaba sobre una intrincada estructura de acuerdos a
través de los cuales cada uno de ellos obtenía ostensiblemente lo que
deseaban: Sarah una mayor accesibilidad por parte de David, y éste menos
exigencias y más sexo por parte de Sarah. Permanecían estancados en la
fase de lucha por el poder, pero el conflicto se mantenía en su mayor parte
amortiguado.
Al recordar aquellos años, Sarah me dijo: «Básicamente, los dos cumplíamos nuestros acuerdos, pero eso no parecía hacernos más felices. Yo
seguía pensando: "¿Qué me ocurre? Ya no soy una jovencita. Ya no
debería desear corazones y flores. ¿Por qué me siento tan enojada? Quizá
David tenga razón, tal vez no sea más que una persona colérica"». David,
por su parte, recuerda: «Nos llevábamos bien durante un tiempo y luego el
más pequeño detalle ponía a Sarah por las nubes. Llegaba a casa media
hora más tarde de lo prometido, o me olvidaba de llamarla cuando estaba
fuera de la ciudad y ella estallaba como si yo hubiera estado toda la noche
con otra mujer. Tenía la sensación de verme obligado a superar cada
semana todas esas pruebas si quería tener relaciones sexuales con mi
propia esposa durante el fin de semana».
Para mí era evidente que la relación entre David y Sarah se iba hundiendo
lentamente en la desesperación. Sus acuerdos no sólo despertaban
resentimiento por parte del que «concedía», sino que ni siquiera
satisfacían al «receptor». Los dos mantenían un vigilante registro de lo
que daban y tomaban, pero no obtenían placer alguno de ellos o, en todo
caso, muy poco. «Él sólo viene a cenar porque lo hemos negociado
-afirmó Sarah-, y luego sigue mostrándose preocupado así que, ¿para qué
sirve todo eso?» «Nuestra vida sexual -dijo David con una mueca- es
como la luna llena.
Sale regularmente, según indica el calendario, pero raras veces nos sorprende.»
Para cuando David y Sarah acudieron a verme por recomendación, la tapa
se había abierto y dejado al descubierto la farsa. El nuevo negocio de
David le exigía buena parte de su tiempo y energía, y empezaba a sentirse
más y más impaciente con las exigencias de Sarah. Su hijo menor había
empezado a ir a la escuela y Sarah tuvo así la oportunidad de aumentar su
trabajo en el museo de arte, que pasó a ser de jornada completa, pero se
sintió extrañamente paralizada. Insistió en que la inaccesibilidad de David
le hacían imposible dedicar más tiempo y energía a su propio trabajo, y
temía que los niños sufrieran como consecuencia de su nuevo empleo a
jornada completa. Según David, desde la muerte del padre de Sarah, ella
se había mostrado cada vez más proclive a los estallidos emocionales y los
ataques dirigidos contra él. «No es muy divertido regresar a casa para
encontrarse con esa situación», admitió.
El regateo había prolongado la lucha por el poder y la relación de David y
Sarah, pero no la había resuelto. Seguían sintiéndose frustrados, coléricos
e insatisfechos con su matrimonio, no porque no pudieran llegar a
acuerdos negociados y mantenerlos, sino porque el inconsciente no se
dejaba impresionar particularmente por ellos. Necesita, y sólo se sentirá
satisfecho, con el amor incondicional, por la clase de amor que tuvimos de
niños. David y Sarah quedaron sorprendidos cuando les dije que
dejaríamos de trabajar en forjar nuevos acuerdos y pasaríamos a trabajar
en su «despertar» a lo que estaba sucediendo realmente en su matrimonio,
y en aprender las habilidades que necesitarían para curarse el uno al otro.
Ser consciente: una encrucijada en el viaje
La mayoría de las parejas permanecen inconscientes en sus matrimonios.
Nunca se desarrollan más allá de la lucha por el poder y permanecen
centradas en los temas de la infancia que nunca fueron resueltos. Pasan
por las fases de la conmoción, la negativa, la cólera, el regateo y la
desesperación como si fueran robots en un sueño despierto, y acaban por
divorciarse o por aceptar una relación insatisfactoria. Pero la
desesperación puede ser una encrucijada para las parejas, como era el caso
de David y Sarah. Esta fase puede conducirnos a la aceptación de la
verdad de la Imago y del propósito curativo subyacente de la relación, así
como al compromiso de reestructurar la relación de modo que se puedan
terminar los asuntos pendientes de ambos miembros de la pareja.
Para llegar a la fase del verdadero amor, nuestro objetivo inconsciente
tiene que convertirse en nuestra intención consciente. Tenemos que
recabar la participación de nuestro cerebro «nuevo», nuestras capacidades
cognitivas, para lograr objetivos vitales para nuestro cerebro «antiguo»:
curar las heridas de nuestra niñez y alcanzar la totalidad. Esta es la razón
por la que animo a los solteros a familiarizarse con su Imago y sus temas
inacabados. Al empezar a reclamar los sí mismos perdido y negado, los
solteros aligeran la carga de equipaje que llevarán a sus relaciones, lo que
les conduce a una Imago alterada y a una elección de pareja más sana. Sus
habilidades y conciencia demostrarán ser muy valiosas a la hora de
reconocer y pasar por la inevitable fase de la lucha por el poder de las
futuras relaciones, cuando todavía se verán enfrentados con temas no
resueltos.
Al no haber tenido el beneficio de la conciencia y las habilidades que este
libro tiene la intención de ofrecerle antes del matrimonio, David y Sarah
se atrincheraron en su lucha por el poder. Hasta los esfuerzos
aparentemente conscientes que hicieron por «mejorar» su matrimonio (a
base, sobre todo, de negociaciones y concesiones), se hacían sin
conciencia: sus negociaciones abordaban los síntomas de sus conflictos,
sin comprender o tratar realmente la causa subyacente. Tenían mucho
trabajo que hacer para cambiar su relación inconsciente de modo que
pasara a ser consciente. Y lo primero que tenían que hacer era cambiar
ellos mismos.
Para la mayoría de las parejas, una de las verdades más difíciles de aceptar
sobre las relaciones es que, para ser querido, uno tiene que convertirse
antes en amante. Tiene uno que estar dispuesto a crecer y cambiar, y a
comprometerse el primero en curar al otro. Ser la pareja correcta es mucho
más importante para una buena relación que elegir a la pareja correcta.
Esto es algo mucho más fácil de decir que de hacer. Aunque muchas
personas piensan o dicen que desean hacer lo que sea preciso para
satisfacer las necesidades del otro, en realidad se resisten al cambio.
La sabiduría general sobre la cuestión ha sido: «La gente no cambia, se la
tiene que aceptar tal como es». Se trata de una sabiduría popular que la
gente ni siquiera se cuestiona. Pero es equivocada, aunque se trate de una
defensa segura y reconfortante contra el temor y la ansiedad que provoca
el cambio.
La dura verdad de la cuestión es que para tener un matrimonio curativo,
tenemos que cambiar y convertirnos en la clase de persona que necesita el
otro miembro de la pareja para curarse él mismo. La clase de persona que
su pareja precisará para terminar los asuntos inacabados de su niñez es
algo diferente a la de sus padres. Tendrá usted que tratar al niño interior
que lleva escondido su pareja de una forma como no lo hicieron sus
progenitores. En otras palabras, tiene usted que convertirse en el padre que
no fueron los padres de su pareja. Eso exigirá cambiar la parte de usted
mismo que es similar a los rasgos negativos de los padres de su pareja.
Es una tarea imponente. No es la simple obstinación lo que paraliza los
matrimonios, aunque a menudo se perciba como tal. Tememos ver finalmente satisfechas nuestras necesidades insatisfechas durante tanto tiempo,
esas mismas necesidades que aprendimos a negar o despreciar. Tenemos
miedo de entrar en contacto con nuestro sí mismo perdido, con los rasgos
que, según se nos enseñó, eran inaceptables. Tememos poseer los rasgos
negados que sentimos como «malos» o no aceptables para los demás. Nos
resistimos al cambio porque cambiar significa afrontar el odio
interiorizado contra nosotros mismos, y aceptar la responsabilidad de
sentirnos no queridos. El cambio se percibe como algo peligroso. Nuestros
sí mismos perdido y negado son mecanismos de supervivencia; tememos
que, si reclamamos lo que fue inaceptable, moriremos. Para rematar
nuestro temor, nos vemos obstaculizados por la ausencia de habilidades
para relacionarnos y mantener intimidad.
Los cambios que se nos exigen para ser miembros curativos para el otro
miembro de la pareja son a menudo aquellos que resultan más difíciles de
efectuar. Si recuerda las cuatro funciones del círculo de la socialización
verá que nuestra pareja pedirá inevitablemente aquello que hay reprimido
en nosotros, lo mismo que David deseaba más sexualidad de Sarah y ella
quería más estabilidad emocional de él. La paradoja es que cuando
ofrecemos al otro lo que necesita para curar sus heridas, tenemos que
activar en nosotros mismos aquellas partes que han sido reprimidas. Al
forzar los límites del comportamiento al que estamos habituados, con el
objetivo de curar al otro, nos curamos a nosotros mismos, ya que
reactivamos nuestra propia evolución hacia la totalidad. La parte más
maravillosa de la cuestión es que cuando satisfacemos la necesidad del
otro, descubrimos que también nosotros tenemos esa misma necesidad,
pues fuimos heridos de modo similar. Los regalos que le hacemos al otro,
los recibe el cerebro antiguo como regalos para sí mismo. Para ofrecerle a
Sarah lo que ella necesitaba, David tenía que volver a entrar en contacto
con sus emociones y admitir su cólera negada, mientras que Sarah tenía
que volver a entrar en contacto con su sexualidad reprimida y apropiarse
de su ambición. Existe una hermosa simetría en esta curación a dos
bandas.
POSEER sus PROPIAS PROYECCIONES
La conciencia puede ser dolorosa. Significa que tiene que ser consciente
de aquello de lo que no desea ser consciente, y tiene que abandonar un sí
mismo automatizado para comportarse de formas que le parecerán
antinaturales. Pero, para ser entero, debemos ser conscientes del sí mismo
desaparecido y descartar el falso barniz que presentamos ante el mundo.
Tenemos que confesar, ante nosotros mismos y ante nuestra pareja, los
detalles desagradables de nuestro sí mismo negado, de esos aspectos
negativos de nosotros mismos que rechazamos, e integrarlos en el
concepto que tenemos de nosotros mismos.
El otro miembro de la pareja es el espejo en el que vemos reflejadas esas
partes de nosotros mismos que desaprobamos. Se reflejan en las críticas
del otro acerca de las formas negativas en que lo tratamos, en lo que nos
reservamos ante el otro, y en lo que el otro reclama de nosotros y que
afirmamos que no existe. Sus necesidades apelan a nuestro sí mismo
perdido, para que vuelva a ser. Su dolor nos desafía para fundir las partes
congeladas de nuestras adaptaciones del carácter, de modo que podamos
recuperar nuestro sí mismo original, es decir, lo que éramos antes de
adaptarnos para convertirnos en aquello que nuestros padres aprobaron.
En nuestra relación inconsciente, proyectamos nuestro sí mismo negado
sobre el otro miembro de la pareja, que habitualmente exhibe hasta cierto
punto el rasgo indeseable, y que nosotros provocamos y criticamos.
Negamos las acusaciones de que también somos coléricos, o perezosos, o
tacaños, o ambiciosos. En el caso de David y Sarah, él era el ambicioso y
ella la colérica. «David también es colérico. Desaparece y me castiga con
su silencio», afirmó Sarah, mientras que él lo negaba vigorosamente.
«Sarah se resiente de mi éxito -dijo David-. Le habría gustado más ser la
conservadora del museo de arte pero, en lugar de eso, ahora no es más que
una ayudante administrativa a tiempo parcial.» «Eso es ridículo», fue la
respuesta de Sarah.
Sin embargo, a medida que nuestra pareja cambia, nos resulta más y más
difícil mantener nuestras proyecciones pues no existe realidad en la que
anclarlas. Puesto que el otro ya no llevará o expresará nuestro sí mismo
negado, nos vemos obligados a apropiárnoslo y expresarlo por nosotros
mismos. Y eso hace que nos sintamos muy incómodos. «Ahora que David
está más en casa, no me siento tan enfadada con él porque esté enfrascado
en su trabajo», me dijo Sarah después de que se trasladaron a una casa más
grande, de modo que David pudiera dirigir su empresa de asesoría desde
un despacho montado en el hogar. «¡Pero es él quien está más enojado! Si
yo me tengo que quedar un poco más tarde en el museo para atender una
exposición, ¡me arma la gorda!» Sarah parecía más divertida que enojada
por esto, y David admitió que era cierto. «Se me ocurre pensar que estoy
actuando como mi padre», dijo él sumisamente. A medida que la cólera de
Sarah disminuyó, a David le resultó más difícil proyectar su propia ira
sobre ella. Además, Sarah empleó una habilidad crucial en la que
trabajamos juntos (y que aprenderá usted en la página 308). Aprendió a
«contener» las proyecciones de la cólera de David. Cuando David la
acusaba, por ejemplo, de estar enfadada, ella aprendió a escuchar lo que él
le estaba diciendo, sin enfadarse ante sus acusaciones infundadas. Se
limitaba a reflejar lo que él le estaba diciendo, a convalidar su punto de
vista y a mostrar empatia por sus sentimientos. En lugar de su habitual
exasperación o sarcasmo, aprendió a decir algo como: «Sientes que estoy
furiosa, que expreso mi enojo al no haber pasado por la lavandería a
recoger tu ropa. Comprendo que puedas pensar eso de mí, dado mi
comportamiento en el pasado. Tiene sentido, y comprendo lo alterado que
te sientes. Debe de ser horrible pensar que vives con una persona colérica
y vengativa».
Esta clase de respuesta presenta el comportamiento opuesto al del padre
irritado que el propio David estaba proyectando. Con el transcurso del
tiempo, las proyecciones de David no encontraron ninguna pantalla sobre
la que representarse. Necesitó un tiempo para reconocer que utilizaba a
Sarah para reflejar su propia cólera, y que no toda expresión de este
sentimiento es «mala». Sin embargo, una vez que hubo confesado su
cólera, una vez que se la hubo apropiado en lugar de proyectarla sobre
Sarah, pudo abandonar su pose de serena imperturbabilidad y expresar
apropiadamente su rabia de formas no destructivas.
El proceso de reclamar nuestro sí mismo perdido y recuperar e integrar
nuestro sí mismo negado puede ser desorientador, y a veces aterrador.
Vernos totalmente desnudos, sin nuestras defensas habituales, ante los
ojos de la persona con la que contamos para la supervivencia y la
felicidad, es algo capaz de asustar a cualquiera. Incluso aquellos clientes
que saben racionalmente que los cambios que ellos y sus parejas están
efectuando son curativos, hacen a menudo cosas increíbles y
sorprendentes para mantener el status quo. Los viejos conflictos son
desagradables, pero resultan al menos reconfortantemente familiares.
Después de todo, son lo que reconocemos como amor.
Cuando la crítica colérica de Sarah ante la preocupación de David por su
trabajo quedó disipada en buena medida gracias al hecho de que trabajara
en casa, él descubrió que casi echaba de menos las explosiones de cólera
de su esposa. «A veces llegaba a ponerme a trabajar a la hora de cenar sólo
para sacarla de quicio -admitió-. Me ponía nervioso observar que ya no se
quejaba. Me sentía casi como si no me quisiera tanto como cuando solía
alterarse conmigo con mayor frecuencia. Y no sólo eso. Una parte de mí
tenía miedo de que ella fuera cada vez más "sana" mientras que yo me
quedaba todavía estancado en mis viejas pautas. Deseaba mantenerla a mi
nivel, para que yo no tuviera que crecer.»
Su estratagema, sin embargo, no solía funcionar. Sarah, que había afirmado e integrado su propia ambición negada hasta entonces, pasaba cada
vez más horas extras en el museo de arte. Ahora que satisfacía sus propias
ambiciones, se mostraba más comprensiva con las exigencias del trabajo
de David, y no pensaba necesariamente que él la estuviera evitando
deliberadamente si de vez en cuando tenía que trabajar durante la hora de
la cena. Una vez que David se dio cuenta de que sólo intentaba provocar el
viejo conflicto debido a su propia incomodidad con el cambio, abandonó
esa actitud.
ASUMIR EL COMPROMISO DE CURARSE
El viaje de David y Sarah no fue ni breve ni siempre fácil y agradable.
Hubo mucha incomodidad, e incluso dolor, y ambos experimentaron casi
tantos reveses como triunfos. Resulta difícil transformar una relación inconsciente una vez que se ha llegado a la fase de la desesperación; el compromiso con la conciencia debería hacerse antes de que la desesperación y
la mala voluntad agoten la energía que se requiere para realizar el trabajo
necesario que eso conlleva. Esa es la razón por la que a las personas
solteras que hayan leído y aprendido de este libro antes de casarse les
resultará más fácil esforzarse para llevarlo a la práctica. Pero no hay forma
de evitar la realidad de un matrimonio con éxito: para ello se necesita
trabajo, mucho trabajo. La fantasía de un matrimonio bueno visto como
algo «natural» no es más que eso: una fantasía.
Para David y Sarah, el trabajo se inició con tres compromisos por su parte,
prerrequisitos indispensables para iniciar el proceso de transformar una
relación inconsciente en otra consciente. Acordaron lo siguiente:
1. Eliminar la culpa y la crítica que había impregnado su relación hasta
entonces. En dos palabras: hacer alto. La crítica excesiva del otro
miembro de la pareja no es más que una expresión críptica de nuestras
necesidades. La crítica es la versión adulta del llanto, una señal natural de
angustia con la que llamamos la atención de nuestros padres. En la edad
adulta, trasladamos nuestro llanto agudo, patético e insistente al lenguaje
hablado, infligiendo dolor al otro en un esfuerzo por conseguir que
satisfaga nuestras necesidades. Incrustada en toda crítica existe un deseo
oculto, del mismo modo que hubo una necesidad insatisfecha que
estimuló el llanto de la infancia. En una relación inconsciente, esperamos
que nuestra pareja intuya nuestras necesidades, como hicieron nuestros
padres durante nuestra infancia, y los encontramos defectuosos cuando no
logran satisfacerlas. En las relaciones conscientes, los dos miembros de la
pareja identifican las necesidades ocultas en su crítica y las expresan ante
el otro en forma de deseos, seguidos por una petición de que sean
satisfechos. (El ejercicio 15 de la página 305 le enseñará a hacer esto.)
2. Compromiso con la relación y con el proceso. Esto significa abandonar
lo que yo llamo «salidas», las claraboyas de escape por donde cada
miembro de la pareja solía evitar al otro, así como los conflictos. Para
David, eso significa menos tiempo para trabajar, menos compromisos
empresariales, menos televisión y reducir el tiempo de fin de semana que
se pasa recluido en su taller del sótano. Para Sarah, quiere decir no más
amenazas de marcharse, menos tiempo pegada al teléfono hablando con
sus amigas, y acostar antes a los niños. Para todas las parejas, debe estar
cerrada, al menos, la puerta que conduce a la separación, el divorcio y las
relaciones extramatrimoniales. Las adicciones de todo tipo son también
vías de escape muy nocivas, y resultan difíciles de romper.
3. Aprender nuevas habilidades y cambiar el comportamiento negativo e
improductivo. Véase el capítulo 15.
El matrimonio consciente
Tal como muestra el despliegue de las fases de una relación, primero
idealizamos al otro, luego lo devaluamos y polarizamos; después integramos lo positivo y lo negativo en nosotros mismos y en la relación, en un
emparejamiento que es singular para nosotros; a continuación desarrollamos seguridad en nuestra capacidad para gestionar el proceso de estar
casados y expresamos nuestra capacidad recién encontrada en el cuidado
del otro. El resultado es una relación transformada que fomenta
conscientemente el crecimiento psicológico y espiritual de ambos
miembros de la pareja, y que también ofrece algo al conjunto del mundo,
ya que, en el proceso de esta transformación, creamos y expresamos
verdadero amor.
El verdadero amor también podría denominarse «amor realidad». No se
basa en la ilusión del romance o en la fantasía de que el otro intuirá cada
uno de nuestros deseos. A diferencia del amor romántico, que es creado
por las necesidades infantiles ocultas en los anhelos románticos, el amor
realidad se basa en la conciencia, el respeto y el compromiso. Se trata de
un sentimiento basado en la conciencia de nosotros mismos y del otro, en
el propósito de curación de nuestras relaciones, en el respeto por las
necesidades y deseos del otro, y en el compromiso de curar al otro a través
de una entrega incondicional. Tal amor no da lugar a relaciones, sino que
es creado en la relación.
El amor incondicional o, más exactamente, la entrega incondicional, no ha
estado precisamente de moda en los tiempos recientes. Sucede con demasiada frecuencia que tendemos a pensar en términos de una hoja de cálculo, de ganarnos el amor de alguien, o de conseguir que ese alguien se
gane el nuestro; se trata, por lo tanto, de un modelo económico. El amor
incondicional suena más como la voluntad de amar a alguien al margen de
lo que haga, aunque nos descuide y nos maltrate. «No puedo estar de
acuerdo con eso», pensamos. Pero amar incondicionalmente al otro
significa, sencillamente, comprometerse a darle lo que necesita, sin pedir
nada a cambio, sin presentarle una factura por el servicio prestado. En
lugar de «Regresaré a casa más pronto si mantienes relaciones sexuales
con mayor frecuencia conmigo», decimos: «Regresaré a casa más pronto
porque necesitas que pase más tiempo contigo».
Tal como hemos visto antes, nuestro inconsciente no se siente satisfecho
con una relación de intercambio en la que se ofrece algo a cambio de otra
cosa. Nuestro cerebro antiguo sólo busca amor sin ataduras, de modo muy
similar al que recibieron los recién nacidos de las personas que los cuidaron, y únicamente lo desea de nuestros cuidadores originales imperfectos
o de un facsímil razonable. Sólo los verdaderos regalos son realmente
curativos. Cuando David regresó a casa para cenar porque Sarah se lo
pidió, o porque ella le prometió más sexo si lo hacía así, él no se sintió
«amoroso». Pero cuando decidió por su propia cuenta trasladar su negocio
al hogar, y sentarse cada noche con la familia a cenar, aunque tuviera más
trabajo que hacer después de cenar, se sintió asustado. Su cólera se disipó
y se alivió la lucha por el poder.
«Lo divertido -me dijo David seis meses después del traslado-, es que me
gusta estar en casa para cenar. Algunos días en que estoy realmente ocupado, Sarah se ofrece a traerme algo de comer al despacho, pero me siento
excluido si ceno allí. Hasta fregar los platos con los niños se ha convertido
en un ritual que todos detestamos pero al que le hemos tomado cariño.» Al
satisfacer la necesidad de Sarah, David ha despertado una parte dormida
de sí mismo, su propia necesidad de estar cerca y ser cuidado por sus seres
queridos. No sorprende saber que la vida sexual de David y Sarah también
ha mejorado espectacularmente cuando David comprendió que la
incomodidad de Sarah con su sexualidad formaba parte de su herida de la
infancia, y cuando hacer el amor se convirtió para ella en una forma de
expresar su amor por David, en lugar de un medio de aplacarlo o del
compromiso de una negociación. Con el juguetón estímulo de David,
Sarah reclamó su sí mismo sexual al mismo tiempo que se comprometía a
satisfacer las necesidades de David.
La mayoría de las parejas que, como David y Sarah, se han quedado encalladas en la lucha por el poder y han recurrido al regateo para mantener a
flote su relación, tienen que volver a romantizar conscientemente esa
unión. Eso supone identificar las necesidades del otro y participar en
comportamientos de atención hacia el otro, con el objetivo específico de
satisfacer esos deseos. Todo se inicia fácilmente: quizá David le frota los
pies a Sarah, o le prepara una taza de té, o la llama por teléfono siempre
que tiene que viajar por negocios. Sarah, por su parte, puede hacerse el
propósito de decirle a David algo que le encanta de él, o ponerse el vestido
que más le gusta a su marido.
Pero el grado de dificultad e incomodidad aumenta, puesto que lo que más
necesita el otro es lo que a uno le resulta más difícil de ofrecer. A menudo,
dar al otro lo que desea exige lo que yo llamo «extenderse» hacia
comportamientos que, al principio, son difíciles e incómodos. (Con frecuencia, los hombres tienen que extenderse para ofrecer cuidados, y las
mujeres para recibirlos.) Esos comportamientos de extensión pueden
necesitar un esfuerzo grande y significativo, como el que hizo Sarah al
iniciar la relación sexual de una manera regular, pero tienen que ir
dirigidos específicamente a satisfacer la necesidad del otro, no la propia o
lo que usted cree que debería desear el otro; además, tienen que ser
incondicionales.
Una vez que David y Sarah fueron conscientes de los temas subyacentes y
del propósito de su relación, pudieron desarrollar las habilidades y realizar
los cambios necesarios para que su matrimonio avanzara desde la lucha
por el poder hasta el amor consciente y verdadero. Con el transcurso del
tiempo, pudieron ofrecerse mutuamente un nuevo conjunto de
experiencias que contradecían sus sistemas de creencias infantiles y,
finalmente, sus espesos cerebros antiguos comprendieron de qué se
trataba. Pudieron transformar así su relación inconsciente en otra
consciente y, en el transcurso del proceso, curarse a sí mismos.
Los frutos del trabajo de David y Sarah por transformar su relación fueron
claramente evidentes para mí cuando abandonaron el asesoramiento. No
sólo habían sacado a la luz y superado sus propios dolores, sino que
también eran conscientes de que en su conexión existía un propósito superior, y abandonaron buena parte de su egocentrismo en favor de un
cuidado genuino del bienestar del otro. Cuando fundaron una
organización para ayudar a adolescentes disfuncionales a encontrar
trabajos veraniegos, supe que extendían sus sensores hacia el mundo y que
su amor tendría un impacto más allá de las puertas de su hogar. En su
totalidad y seguridad tan duramente ganada, tenían ahora la energía y el
amor sobrantes necesarios para dedicarlos a la comunidad.
CARACTERÍSTICAS DE UNA RELACIÓN CONSCIENTE
.¿Qué aspecto tiene una relación basada en el verdadero amor, es decir,
una relación consciente? Ya hemos visto lo que es una relación
inconsciente, por la que probablemente habrán pasado la mayoría de
ustedes; en ella, los dos miembros de la pareja ignoran las necesidades e
impulsos que alimentan sus conflictos. Una relación consciente difiere de
la inconsciente en formas innumerables y significativas, pero sus
características fundamentales son las siguientes:
1. La pareja que mantiene una relación consciente reconoce que el propósito de ésta es curar sus heridas de la infancia. Se comprometen a identificar los impulsos y directrices de su inconsciente y a diseñar su relación
para cooperar con ellos. Reconocen que las necesidades del otro son como
una especie de plano para su propio crecimiento personal. Se dan cuenta
de que seguir ese mapa supondrá un trabajo arduo, y se comprometen con
el proceso. El principio básico de una relación consciente es la intencionalidad.
2. En una relación consciente, la pareja se educa mutuamente acerca de
sus heridas infantiles respectivas. Identifican las necesidades y deseos del
otro y se comprometen a satisfacerlos. Se inspiran para ello en la fase del
amor romántico de su relación, y ofrecen al otro un amor incondicional.
Es decir, dirigen específicamente su comportamiento hacia la satisfacción
de las necesidades del otro y para curar sus heridas, sin pedir nada a
cambio. En una relación consciente, los dos miembros de la pareja
intercambian regalos incondicionales.
3. La pareja que mantiene una relación consciente acepta la separación
absoluta del otro, su forma singular de percibir la realidad, la esencia
sagrada del mundo interior del otro, y se consideran como iguales.
Exploran y se reflejan los mundos del otro, convalidan la experiencia del
otro y experimentan empatía por los sentimientos del otro. En una relación
consciente, los dos miembros de la pareja son separados pero iguales. El
diálogo es el núcleo de la comunicación.
4. En una relación consciente la pareja mantiene toda la energía que
pertenece a la relación dentro de sus propios límites. Cuando se sienten incómodos o cuando no ven satisfechos sus deseos, plantean sus preocupaciones al otro, en lugar de retirarse de la relación o satisfacer esas
necesidades fuera de ésta. En lugar de representar, transmiten sus
sentimientos en una comunicación constructiva. En una relación
consciente no hay salidas.
5. Los miembros de la pareja de una relación consciente se comunican
mutuamente sus necesidades y deseos en formas constructivas. No
critican o culpabilizan al otro, y no utilizan la provocación o la coacción
para tratar de que el otro satisfaga esas necesidades y deseos. En una
relación consciente no hay crítica.
6. La pareja que mantiene una relación consciente, acepta todos los
sentimientos del otro, especialmente la cólera. Se dan cuenta de que se trata de una expresión de dolor y de que eso suele tener sus raíces en la infancia. Las parejas conscientes nunca expresan ira o frustración de modo espontáneo, pues saben que «arrojar» sentimientos negativos sobre el otro es
destructivo. Aprenden formas constructivas de contener y expresar la
rabia y otras emociones negativas, y ayudan al otro a hacerlo también así,
sin emitir juicios. Expresar la cólera de un modo contenido conduce a su
conversión en pasión y en un vínculo más profundo. En una relación
consciente, este sentimiento se expresa sólo mediante cita previa, por así
decirlo.
7. En una relación consciente, la pareja aprende a apropiarse de sus
propios rasgos negativos (su sí mismo negado), en lugar de proyectarlos
sobre el otro, provocándolo. Aceptan responsabilidad por aquellas partes
de sí mismos de las que no se sienten precisamente orgullosos, y aprenden
a gestionarlas e integrarlas. En una relación consciente, los dos miembros
de la pareja son responsables de todos los aspectos de sí mismos.
8. Los dos miembros de la pareja que mantiene una relación consciente
desarrollan sus propias fortalezas y habilidades perdidas, en lugar de
confiar en que sea el otro el que compense lo que ha desaparecido y se ha
perdido en sí mismos. Son por lo tanto más enteros y fomentan la totalidad
del otro. En una relación consciente, cada miembro de la pareja anima al
otro a alcanzar su totalidad.
9. Los miembros de la pareja que mantienen una relación consciente
desarrollan su propia energía contrasexual y estimulan el desarrollo de la
energía contrasexual del otro. No se comportan o esperan que el otro se
comporte de acuerdo con los estereotipos de género o sexuales.
Comparten las responsabilidades a las que se enfrentan, así como las
responsabilidades del hogar, de las tareas a realizar, del cuidado de los
niños, de acuerdo con los intereses, capacidades y programas de cada
miembro de la pareja, en lugar de hacerlo en consonancia con un código
de expectativas sociales. En una relación consciente, cada miembro de la
pareja se esfuerza por alcanzar la androginia.
10. Los dos miembros de la pareja que mantienen una relación consciente
son enteros, están equilibrados y permanecen en contacto con su sentido
de la unicidad con el mundo. Lo mismo que los niños que han logrado
dominar las fases del desarrollo, son poderosos, competentes, cuidadosos
con los demás, y aptos para la intimidad. Por eso, son capaces y están
dispuestos a dirigir las energías que les sobran hacia el mundo exterior a
su relación. Son más altruistas, y se convierten en miembros contributivos
de la sociedad. En una relación consciente, los dos miembros de la pareja
cuidan de los demás y al mundo.
Una relación consciente es un viaje en continua evolución, no un destino.
El matrimonio de David y Sarah es ahora un matrimonio consciente,
aunque eso no quiere decir que no surjan conflictos, o que siempre los
manejen con facilidad o apropiadamente. «Todavía tenemos mucho que
aprender -dice Sarah-. Pero ahora contamos con las herramientas con las
que trabajar, y nunca cuestionamos nuestro compromiso con el trabajo o
del uno con el otro. Es muy reconfortante saber que hay una persona con la
que se puede ser una misma y que siempre estará ahí para una.»
«De repente -añade David-, los votos que asumimos en nuestra boda
cobran sentido. Ya no son meras palabras vacías de sentido.»
Desgraciadamente, el «Hasta que la muerte nos separe» no son más que
palabras para muchas parejas actuales. Confían en que su matrimonio
durará siempre, pero saben que si se encuentran con problemas siempre
pueden divorciarse, y se encuentran con problemas con demasiada
frecuencia. Abrigo la esperanza y la intención de convencer a los solteros
de que hay que respetar los votos asumidos en la boda, y no por razones
morales, sino por su propio bienestar emocional, su salud física y su
evolución espiritual. (Ahora ya está bastante bien documentado que las
personas casadas viven más tiempo y son más felices.) Se trata de una
visión revolucionaria del
matrimonio: en lugar de dejarlo para descubrirse a sí mismo, se descubre
uno a sí mismo a través del matrimonio. Éste, en sí mismo, es en esencia
una terapia, y las necesidades de su pareja le indican cuál es el camino a
seguir para alcanzar la totalidad psicológica y espiritual.
Notas
1. El nacimiento de un niño puede detener la fase romántica, sólo para
sustituirla con una nueva lucha por el poder alrededor de los temas
relacionados con la paternidad, la maternidad, la nutrición y el cuidado del
bebé. Eso contribuye al desarrollo de una nueva identidad, que exige
nuevas competencias que da a la relación un poder añadido y conduce a la
expresión del cuidado por el recién nacido y por otros. Otros ciclos de la
vida que reinventan el proceso aparecen cuando los niños llegan a la
adolescencia, en la crisis que se produce a mitad de la vida, en el
envejecimiento, etcétera. No existe punto final, sino una serie de ciclos
que se mueven en una dirección lineal.
2. He llegado a creer que la naturaleza tiene un propósito implacable:
curarse y completarse a sí misma. Su objetivo es una unidad grandiosa en
la que todas sus partes diversas quedan conectadas en un todo pulsante.
Veo este propósito recapitulado en el viaje del desarrollo humano, en el
que el organismo individual pasa desde el cuidado de sí mismo (la
supervivencia) al de los demás. Antes de que el organismo pueda pasar a
cuidar de los otros, tiene que desarrollar el ego. Eso se puede ver en el
cambio de la preocupación del ego que anuncia el fracaso edípico hacia
los seis años de edad, para pasar a la implicación y la preocupación con y
por los compañeros, la relación amorosa con el «compinche» hacia los
ocho o nueve años, y la obsesión adolescente por el sexo opuesto. Este
proceso parece ser no sólo una visión previa, sino también una
preparación para el surgimiento del amor adulto, que sigue hacia el
matrimonio, el cuidado de los hijos y, finalmente, un cuidado altruista de
los otros situados más allá de la familia nuclear.
Todas las tareas del desarrollo parecen estar presentes en el neonato; en
consecuencia, el verdadero amor surge a partir de nuestro potencial innato
para cuidar (la adaptación nutritiva de nuestro viaje evolutivo), a la edad
apropiada y en el medio ambiente adecuado. El surgimiento del cuidado a
la edad aproximada de siete años tiene que ser un precursor de la
evolución del amor en las fases posteriores de la vida, pues seguramente
en la naturaleza no puede evolucionar nada que no haya existido
previamente. En consecuencia, el amor debe verse como un potencial
indígena en la psique humana que podría crear una estructura política en la
que alojarse (y quizá termine por hacerlo así). Nos encontramos todavía
muy lejos de llegar a eso, pero estoy convencido de que el proceso de crear
estructuras políticas en las que la psique pueda alojarse en su estado actual
de desarrollo es una explicación de las estructuras políticas previas. La
monarquía, por ejemplo, es decir, el gobierno de muchos por parte de uno
solo, recapitula la fase de dependencia de la relación padre-hijo. El
surgimiento de la democracia en Estados Unidos durante el siglo xix
(imaginada previamente por los griegos y los hebreos) es la rebelión de los
muchos (los hijos) contra el padre (el monarca), un producto de la
evolución psíquica en la dirección de la autonomía y la libertad
individuales que retoma la fase exploratoria y diferenciadora de la psique.
Todavía tenemos que pasar por varias fases más, pero la dirección parece
ser la de dirigirnos hacia una igualdad, cuidado y amor universales.
Nuestra esencia, sin embargo, no es el amor; éste es nuestro potencial.
Nuestra esencia es energía pulsante que funciona bajo la directriz
primigenia de la supervivencia y la plena vitalidad. Para responder a esa
directriz, la energía, al verse amenazada, puede adoptar otras formas para
protegerse a sí misma, formas que son opresivas y que llamamos
malignas. Tales mutaciones de la fuerza vital seguirán agobiándonos hasta
que hayamos creado la seguridad, la igualdad y el respeto universales.
Estoy convencido de que nos movemos espasmódicamente en esa
dirección, pero tenemos que cooperar con nuestra propia evolución.
Desde mi perspectiva, la estructura nuclear a través de la cual se expresa
este impulso en la naturaleza son las relaciones íntimas y comprometidas.
La curación de cada psique cura el dolor en la naturaleza, y el continuado
desarrollo de cada persona facilita la evolución de la naturaleza hacia su
autoculminación. Más allá de eso, sólo en un ambiente seguro y lleno de
amor podrán nacer niños capaces de conservar su totalidad innata. Esos niños serán aquellos a los que seleccione la naturaleza para completar su
proyecto de curación y armonía universal.
3. Elisabeth Kübler-Ross, On Death and Dying, The Macmillan
Company, Co-llier-Macmillan Ltd., Londres, 1969.
Quinta parte
Convertirse en un soltero consciente
Desde la comprensión a la integración: estrategias básicas
para el cambio
La mentalidad inflexible sigue siendo el mayor obstáculo para el cambio.
MlJAIL GORBACHEV
En los capítulos precedentes hemos analizado el propósito inconsciente de
las relaciones, la oportunidad que le proporciona su soltería actual para
convertirse en un «soltero consciente», la necesidad de una relación para
su propio crecimiento personal, y algunos métodos para ser consciente de
sus desafíos de crecimiento. Ha realizado un largo viaje en su
pensamiento, desde obtener una comprensión de sus orígenes cósmicos,
de su legado evolutivo tal y como se aplica a las relaciones, hasta echar un
vistazo en profundidad a los factores psicológicos y sociales que le han
configurado para convertirlo en la persona que es ahora. Ha tenido la
oportunidad de profundizar en su conocimiento de sí mismo y de obtener
una visión de su Imago, una visión previa del tipo de persona hacia el que
se sentirá atraído para mantener una relación íntima.
A estas alturas, ya es usted bastante consciente de las raíces de los infortunios experimentados en sus relaciones. Pero aunque esta clase de comprensiones son valiosas, no suponen una cura, no son por sí mismas una
transformación. Le indican, únicamente, cuánto trabajo tiene que hacer.
Para que el cambio se produzca, la comprensión tiene que trasladarse al
terreno de la acción. Todo aquello creado por la experiencia tiene que
corregirse mediante la experiencia, en lugar del mero análisis. Para
integrar nuestras comprensiones, tenemos que colocarnos en nuevas
situaciones y aprender y practicar nuevos comportamientos que, con el
transcurso del tiempo y a través de la repetición, puedan cambiar
efectivamente nuestro comportamiento y nuestras creencias del pasado.
Esta parte del libro trata sobre ese proceso de cambio. En el capítulo
siguiente aprenderá habilidades para el diálogo y métodos para cambiar el
comportamiento improductivo. Pero antes quiero hablar sobre algunas
estrategias básicas y sobre el mismo proceso de cambio.
EMPIECE AHORA
El momento para emprender la acción es ahora, cuando todavía está
soltero. Considere que se está entrenando para mantener una relación
duradera. Sus años de soltero constituyen una oportunidad para probar
nuevas habilidades y comportamientos en un ambiente de relativo bajo
riesgo, antes de que surja esa relación tan importante. Al practicar
comportamientos que le resultarán incómodos con los amigos o las
personas con las que salga informalmente, no correrá el riesgo de
enajenarse a alguien que realmente le importe diciendo algo equivocado, o
mostrando un comportamiento contrario a lo esperado. Y, lo más
importante, todo lo que haga ahora para ser más entero, para despertar su
sentido del estar vivo, modificará las aristas más duras de su Imago y eso
tendrá a su vez un efecto correspondiente sobre el tipo de persona al que
atraiga. Automáticamente, mejorará la calidad de sus parejas potenciales.
No quiero exagerar, sin embargo, lo que puede usted confiar en lograr al
margen de una relación íntima. Como ya sabe, creo que la idea de
autoayuda o autocuración es, en cierto modo, un concepto erróneo; hay
límites para lo que puede hacer usted por su propia cuenta. Pero también
deseo dejar bien claro que no sugiero con ello que espere a ser «perfecto»
antes de instalarse en una relación a largo plazo. En modo alguno. El
crecimiento y el cambio más profundos sólo ocurrirán en la relación
misma, ya que, en último análisis, una relación consciente, continua y
atenta es la única cura verdaderamente efectiva.
Algunos de sus problemas habrán sido sin duda aparentes en sus relaciones: la tardanza crónica, las actitudes defensivas, el hábito de presentar
una imagen alegre, la ligereza cuando se trata de exponer críticas. Pero sus
heridas más profundas sólo se reabrirán en la intimidad forzada de una
relación prolongada. Sencillamente, no existe sustituto para la clase de
crecimiento que se puede poner en marcha en el marco de la interacción
cotidiana de dos personas que se relacionan íntimamente, en esa especie
de constante frotamiento de dos piedras. Nadie ve realmente la verdad
sobre sí mismo, y nadie se la dirá tampoco, fuera de la intimidad de su
asociación con otro.
Pero lo que sí puede hacer es iniciar ahora el proceso de la
autointegración, equipado para ello con el conocimiento que ha ido
acumulando hasta ahora. Puede identificar los cambios que desea
introducir, empezar a practicar los nuevos comportamientos y las
habilidades del diálogo en la pareja. Si logra empezar bien y afrontar los
temas pendientes de su propio sí mismo, tendrá muchas menos cosas que a
las que enfrentarse en su relación futura.
¿A QUÉ VIENE TANTA PRISA?
Quizá se entusiasme con la idea de efectuar algunos de los cambios que le
parezcan necesarios para atraer a la clase de pareja que desea. Pero le
prevengo contra esperar o provocar un cambio repentino. En nuestra
cultura, en la que todo se trata de arreglar con rapidez, somos adictos a
lograr resultados rápidos y espectaculares, especialmente si nos sentimos
frustrados y desanimados ante nuestra situación actual. Pero el cambio
tiene que ser gradual y debe producirse en el momento adecuado. Se trata
de un proceso natural, con su propio horario, y usted forma parte de la
naturaleza. Demasiado, o muy rápido es destructivo, como un volcán en
erupción. Precipitarse hacia adelante en una remodelación espectacular
puede causar tremendas alteraciones en las relaciones con los amigos, los
amantes o la familia, como he tenido oportunidad de ver con demasiada
frecuencia con mis clientes que, en una explosión frenética de
conocimiento recién encontrado y de entusiasmo, asaltan con nuevos
trucos a sus parejas, que no saben lo que sucede, produciendo resultados
drásticos y desestabilizadores.
Además, el cerebro antiguo sólo puede asimilar las cosas lentamente. El
cambio precipitado no «agarrará» en él; el inconsciente no lo procesará.
Cuando fuerza un nuevo comportamiento sobre una psique que todavía no
está preparada, no hace sino efectuar los movimientos. A veces
conmociona observar lo denso que es el inconsciente cuando se trata del
cambio. Mis clientes se lamentan a menudo de la repetición de viejas
pautas, de la aparente intratabilidad de los temas que ya creían haber
cambiado. Típicamente, la historia que me cuentan es que han salido de
una mala relación, han sufrido el dolor y la pérdida que eso les ha causado,
se han sometido a años de terapia, han hecho grandes esfuerzos por
comprender lo que salió mal y por aprender de su experiencia. Luego,
salen informalmente con otras personas, quizá durante años, y parecen
haber dejado atrás algunos de sus problemas, hasta que vuelven a
mantener relaciones «serias». Entonces, se precipitan de cabeza hacia los
mismos conflictos.
Andy, un abatido instructor universitario, se sintió desanimado y enojado
consigo mismo por su aparentemente inconmovible habilidad para
terminar por relacionarse con mujeres deprimidas. Dos años antes había
dado por concluido un matrimonio de ocho años, decidido a no implicarse
otra vez con una mujer como su ex esposa. Por su propia cuenta y a través
de la terapia, había llegado a comprender la historia familiar que hacía que
tales mujeres le resultaran tan atractivas. Sin embargo, las mujeres alegres
y animosas con las que se hizo el propósito de salir, nunca despertaban y
mantenían su interés por mucho tiempo. Y las mujeres que al principio
parecían animadas y positivas resultaba que, conforme avanzaba la
relación, se sentían en realidad deprimidas. Entonces, se enfurecía consigo
mismo por repetir la pauta. Con el transcurso del tiempo, a medida que
trabajaba sobre sus propios temas, sobre su propia necesidad y atracción
hacia mujeres deprimidas, y al revisar esa atracción a lo largo de varios
años de salir informalmente con otras personas, esa clase de mujeres
empezó a serle menos seductora. Cuando volvió a entablar relaciones
serias, lo hizo con una mujer que ya había efectuado grandes cambios en
su historia de depresión, y aunque él toleraba su trastorno y la apoyaba en
sus intentos por cambiarla, ya no la necesitaba, ni la deseaba para
mantener su atracción.
Tiene usted que aprender a tolerar el proceso lento. Recuerde la moratoria
que se ha impuesto a sí mismo. El comportamiento y las pautas que trata
de cambiar tardaron toda una vida en acumularse; no puede cambiarlas
ahora de la noche a la mañana. La evolución es mucho más efectiva que la
revolución.
DESPERTAR ES ALGO DURO DE HACER
Aunque la descripción de cómo lograr el cambio y la integración es en
realidad bastante sencilla, el proceso en sí mismo es duro. No es como perder peso o aprender a hablar en las fiestas. Exige una clara intención, una
atención sostenida y una práctica consciente cotidiana de nuevas
habilidades y de un comportamiento con el que no está familiarizado y
que, además, le resulta incómodo.
No hay forma, sin embargo, de evitar este proceso. Las necesidades que
tiene el inconsciente de totalidad y de sentirse vivo, no son negociables.
La psique está comprometida con su propia culminación. Cada ser vivo
desea alcanzar su más pleno potencial, ya se trate de un árbol que se
esfuerza y se retuerce abriéndose camino hacia el cielo, por entre las rocas
y la arena del desierto, como de un hombre que trata de sobrevivir a una
relación dolorosa. Cualquiera que trate de sortear el trabajo duro de la
autointegración estará conduciendo cuesta abajo por un túnel sin salida. A
mí me parece evidente que las drogas, el deslizamiento en paracaídas, las
sesiones espirituales de fin de semana, los coches rápidos o las relaciones
en serie no constituyen el truco, a pesar de que son muchas las personas
que continúan buscando el nirvana en esa clase de atajos mágicos. 1
La resistencia es natural; cambiar las resistencias de nuestro carácter y el
comportamiento al que nos hemos habituado, puede ser aterrador. Nos
hemos identificado con nuestro personaje y con nuestro comportamiento
petrificado, aunque eso se interponga en el camino hacia nuestra felicidad.
Es importante recordar que las pautas a las que se ha habituado, no son usted. Sólo son sus defensas.
Si realmente desea cambiar, tiene que trabajar duro para conseguirlo y
mantenerlo. Sólo al afrontar las partes negativas de nosotros mismos, de
apropiárnoslas y de integrarlas, podemos ser enteros y sentirnos
plenamente vivos. Tratar de soslayar el trabajo duro del
autodescubrimiento y del cambio de comportamiento, es una forma de
automutilación.
La mayoría de nosotros vivimos la vida sumidos en una especie de vigilia
adormilada, ignorantes de nuestras vidas interiores, haciendo lo que parezca ser necesario para alimentarnos, vestirnos y no sufrir dolor. Pero
para sentirse vivo y entero, tenemos que despertar. El despertar, sin
embargo, es algo duro de hacer cuando hemos sido drogados y andamos
medio sonámbulos, sin estar en contacto con aquellas partes de nuestra
mente que impulsan nuestro comportamiento mientras permanecemos
físicamente despiertos. Despertar a la realidad es algo que percibimos
como amenazador. Nuestro cerebro antiguo piensa que es peligroso ser
nosotros mismos, que es la razón por la que enterramos las partes de
nosotros mismos que ahora pretendemos recuperar. El proceso de
socialización funciona como una prisión, como una restricción más
poderosa que nuestro impulso interno hacia la totalidad. Al despertar,
volvemos a contactar con el sí mismo perdido y los deseos y las
necesidades que encerramos en el armario. Despertar nos pone en
contacto con nuestro dolor enterrado. Y con el dolor aparece el temor: el
temor a tener nuestra totalidad, el temor a ver satisfechos esos mismos
deseos que pensamos que nos matarían. Esas partes enterradas de nosotros
mismos tratan de regresar al ser durante toda nuestra vida, pero las
bloqueamos porque apropiárnoslas supone amenazar el status quo... y
nuestra supervivencia. Nos mostramos reacios, nos resistimos de formas
sutiles. Hemos llegado a creer que para existir no tenemos que satisfacer
todas nuestras necesidades, y hemos aprendido a convivir con nuestras
pérdidas; ¿por qué agitar entonces la barca?
RENDIRSE PARA CAMBIAR
El primer paso crucial consiste en rendirse al proceso, en reunir el valor y
comprometernos con el autocambio. En lugar de resistirnos, tenemos que
cooperar con nuestro impulso inconsciente por ser enteros, por ser verdaderamente nosotros mismos, por sentirnos plenamente vivos.
Nunca me gustó el concepto de la rendición, ni siquiera cuando era un
joven ministro religioso. Me parecía dogmático, una racionalización
autoritaria del sometimiento, en la infancia, a los dictados de las reglas y a
una realidad que no me gustaba y acerca de la que no podía hacer nada. La
entrega me parecía como una especie de muerte. De niños, nos
construimos defensas contra la rendición ante lo que parece nuestra
aniquilación inevitable, ante la desaparición del sí mismo.
Pero ahora comprendo la verdad psicológica subyacente de estos viejos
dictados religiosos. Ahora soy consciente de que la liturgia es más sabia
que yo. Reconocer lo que hay de terrible en nosotros, admitir nuestras
debilidades y fallos, y apropiarnos de nuestras partes negadas y separadas
es el primer paso ineludible para la curación, para llegar a ser
completamente nosotros mismos. Habremos dado un paso importante al
dejar de proyectar nuestros rasgos negativos sobre los demás, y al
apropiarnos de lo que negamos y rechazamos.
El moderno concepto psicológico de apropiación no es más que una
nueva palabra para designar lo que antes se llamaba confesión. Forma
parte del proceso de curación (de salvación). Si no nos apropiamos de la
verdad sobre nosotros mismos, sin la confesión, no puede haber cambio.
Del mismo modo que en la teoría carcelaria reformadora es axiomático
que el recluso tiene que sentir remordimiento para que pueda ser
rehabilitado, lo mismo sucede con nosotros. (El arrepentimiento es otro
concepto religioso descartado que ahora cobra sentido psicológico.) En el
capítulo 8 hablé de una mujer cuyo esposo tuvo una relación con su mejor
amiga cuando él no pareció poder conseguir su amor de otro modo.
Lamentó profundamente lo ocurrido y pidió disculpas, pero como quiera
que ella no pudo apropiarse del papel que ella misma había jugado en la
situación, no experimentó remordimiento alguno. Por lo que a ella se
refería, no había nada que confesar. Se encontraba encallada y su relación
había llegado a un punto muerto.
El cambio no era posible.
La confesión está libre de culpabilidad o juicio. Es puramente un reconocimiento de la verdad sobre nosotros mismos. Nuestras partes heridas,
negativas y distorsionadas tienen que brotar al nivel de la conciencia
propia y de la conciencia de otro, sin que se establezca juicio alguno, para
que podamos curarnos. Tiene que confiar en que estará bien, en que
seguirá siendo amado y aceptado una vez que se haya revelado todo lo que
hay en usted. Afrontar las partes negativas de nosotros mismos, desvelar
lo que hay de erróneo en nosotros, puede parecer un acto contrario a la
sabiduría psicológica convencional en estos tiempos de «consideración
positiva incondicional». Pero permítame explicar mis términos. Hay que
decir primero que el reconocimiento y la convalidación de las partes
positivas de nosotros mismos es necesario para la totalidad. Son muchas
las personas que se desprecian implacablemente a sí mismas. Quizá como
respuesta a eso, también es muy habitual abordar la curación personal sólo
desde el lado positivo, con afirmación y amor por uno mismo, dejando de
lado los aspectos negativos, demasiado difíciles de afrontar. Eso es
potencialmente peligroso, pues la negación de nuestro lado en sombras
estimula una profundización de la división interna.
No podemos reconstruirnos a nosotros mismos mientras despejemos el
inestable fundamento del odio y la negativa contra nosotros mismos.
Pintar sobre los aspectos negativos negados y no reconocidos, con una
animosa capa de barniz de autoestima no hace sino aumentar nuestra
ansiedad. Tenemos que ver lo negativo y lo positivo, uno junto a lo otro,
para ser enteros.
Del mismo modo que la confesión o la apropiación se halla implicada en
el proceso de la rendición, también lo está el concepto de expiación. Una
vez más, la implicación religiosa ha sido la de castigo, o la de pagar por los
errores del pasado, pero su verdadero significado es el de la restauración
de nuestra totalidad, el conectar con nosotros mismos. Esa conexión es el
resultado natural del reconocimiento, la aceptación y la apropiación de
todo lo que hay en nosotros mismos.
ODIO CONTRA sí MISMO: EL MAYOR OBSTÁCULO
Todo lo anterior es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Antes me asombraba el por qué era tan fuerte la resistencia al cambio y a la curación, por
qué a tantas personas les resultaba tan difícil abandonar sus defensas mal
adaptadoras. Tenían demasiados problemas para aceptar que sus propias
parejas les amaban realmente, se mostraban demasiado recelosos ante mi
preocupación por ellos. (Recuerdo que uno llegó a decirme: «Se preocupa
usted demasiado».)
La explicación no deja de conmocionarnos, pero revela la dura verdad.
Nos odiamos a nosotros mismos por tener necesidades que se nos calificaron como excesivas o inapropiadas, y por tener rasgos que fueron detestados por quienes nos cuidaron. Aborrecemos todo aquello que fue desaprobado: nuestras necesidades, nuestra sexualidad, nuestros sentimientos,
nuestra vulnerabilidad, nuestra competitividad. Debido a este odio
dirigido contra nosotros mismos, no podemos creer que seamos dignos de
ser amados. Lo que nos lleva a otra verdad todavía más dura: si el odio
contra sí mismo le imposibilita creer que es digno de ser amado, es
imposible que el amor de una pareja cure sus heridas.
Para permitir la llegada del amor, debe tener compasión por sí mismo.
Debe comprender que el odio contra sí mismo sólo sirvió para su
autocon-servación, para protegerle de un destino peor, el asesinato de su
alma por parte de sus padres o de la sociedad. El odio y la repulsión que
experimenta están en el interior, no en el exterior.
El odio contra uno mismo está por detrás de todas las defensas. Su fuente
es la presencia, dentro de nuestras mentes, de un objeto «malo», la
interiorización del progenitor negativo que rechaza. Experimentamos a un
tiempo temor y lealtad hacia ese progenitor «malo». Si aceptamos las
partes de nosotros mismos que ellos rechazaron, o si permitimos que otros
nos amen como ellos no nos amaron, nos sentimos desleales. Al mismo
tiempo, cambiar, permitir la llegada del amor, despierta nuestro temor a su
continuo rechazo, por detrás del cual acecha el espectro ominoso de la
muerte. ¿Cómo puede extrañarnos que nos resistamos a los mismos
cambios que necesitamos hacer? Hete aquí que, en ese esfuerzo,
encontraremos la misma resistencia en nuestras parejas futuras.
Nos defendemos del amor porque tememos la reactivación de las voces
punitivas del pasado que nos dijeron que desestimáramos partes de nosotros mismos. Ya odiamos nuestros aspectos rechazados, tal como hicieron
nuestros padres y la sociedad. Volver a conectar con esos rasgos
despreciados nos expone a la amenaza original de la muerte implícita en el
rechazo de nuestros padres. Detestarnos a nosotros mismos precede a
nuestro temor de que nos detesten los demás. Para mantener el amor de
nuestros padres en la infancia, o el amor de nuestra pareja ahora, tenemos
que dejar intacto el odio contra nosotros mismos. Es una paradoja
autodestructiva.
Para permitir la llegada del amor, tenemos que amarnos a nosotros mismos, lo que significa que tenemos que amar aquellas partes de nosotros
mismos que fueron rechazadas, primero por parte de quienes nos cuidaron
y de otras personas significativas de nuestros primeros años, y después por
parte de nosotros mismos. Como solteros, la mejor forma de completar
esta tarea consiste en aprender a amar en otros (incluida la pareja) las
partes que detestamos en nosotros mismos y que proyectamos sobre ellos.
El amor por uno mismo sólo es posible si aceptamos y amamos las partes
proyectadas de nosotros mismos.2 Amar lo que detestamos en otros es una
forma de amor por uno mismo, porque el ingenuo cerebro antiguo acepta
el amor que ofrecemos a los demás como amor por uno mismo. El muro
que impide el amor es el odio por uno mismo; para permitir la llegada del
amor, tenemos que derribar ese muro.
Crear un ambiente para el cambio
Establecer un ambiente de apoyo en el que pueda producirse la curación,
es una tarea importante para toda persona soltera que siga el proceso del
cambio. Este sistema de apoyo puede estar compuesto por miembros de la
familia, amigos, colaboradores, parejas románticas actuales, un grupo de
apoyo de doce pasos, un grupo de psicoterapia o un terapeuta privado.
Cada uno de esos contextos supone un grado diferente de riesgo, de
vergüenza, exposición, ridículo, temor. Quizá no se sienta cómodo
confiando en un colaborador, o se muestre reacio a probar un nuevo
comportamiento con una persona con la que sale y que, presumiblemente,
se ha sentido atraída hacia usted por comportarse de una determinada
forma. El vínculo puede ser demasiado frágil, la relación demasiado
instrumental, la historia del pasado demasiado dolorosa o plagada de
conflictos. Es posible que se sienta vulnerable al revelar sus deficiencias,
incluso ante su mejor amigo.
El cambio puede resultarle extraño; la gente que nos rodea suele sentirse
incómoda cuando nos comportamos de una manera que no parece corresponder a nuestro carácter, cuando abandonamos nuestro papel o traspasamos los límites de la conversación amable. También está el problema de la
reciprocidad: tendrá que aprender a practicar nuevas habilidades de
diálogo y ejercicios de cambio de una manera unilateral, en algunos casos
sin permitir siquiera que su compañero o amante sepa lo que pretende, sin
implicarlo directamente. Sin embargo, no es posible efectuar esos
cambios en la intimidad de nuestro hogar. Se trata de habilidades de
relación, y tienen que aprenderse en un contexto en el que participen otros.
LOS BENEFICIOS DE LA TERAPIA DE GRUPO
Como quiera que el proceso de la confesión y el cambio se halla tan plagado de ansiedad, recomiendo especialmente una terapia de grupo para
solteros. Eso le sitúa en un ambiente de apoyo, rodeado por un grupo de
iguales, con intereses mutuos y recíprocos a lo largo del tiempo. (Si existe
un líder, su función suele ser únicamente la de facilitador.) Es un fórum
ideal para el cambio y el apoyo para ese cambio, sin correr el riesgo de
perder a un amigo o un amante en el proceso. Al no tener ninguna historia
con los otros miembros del grupo, éstos le verán con ojos frescos, sin el
prejuicio de sus pasadas convicciones o conflictos. Obtendrá nueva
retroinformación sobre su vida y su comportamiento, un nuevo punto de
vista, y surgirá entonces una nueva imagen de sí mismo.
En un grupo de apoyo «probará» activamente nuevos comportamientos
con los que no está familiarizado y que le resultan incómodos, y verá
cómo responden los demás. Puede ser una persona diferente. Aunque
habrá ansiedad, no tendrá la intensidad que tiene en la «vida real».
Con el transcurso del tiempo, a medida que establece un vínculo con el
grupo, éste se convertirá en una especie de familia nueva sustitutiva en la
que se verá a sí mismo de nuevo, y de la que obtendrá amor y apoyo a lo
largo del camino. Cuando se evoquen los temas que tiene usted
pendientes, el grupo responderá con apoyo, en lugar de ponerse a la
defensiva. Puesto que han acudido para cuidar de usted, serán conscientes
de su respuesta. A medida que cambie bajo la mirada segura pero crítica
del grupo, obtendrá mayor seguridad en sí mismo, así como una mayor
comprensión. Y no será rechazado porque haya cambiado, del mismo
modo que tampoco tendrá que representar el papel que habitualmente se
espera de usted. Al empezar a creer en las respuestas del grupo y a ajustar
en consecuencia su autoimagen, dejará de representar lentamente lo que le
dicen sus sistemas de creencias, antes que la experiencia de primera mano.
La terapia de grupo es, en este sentido, una experiencia de resocialización.
Si no hubiera grupos de terapia en su zona, le sugiero la terapia individual.
Su terapeuta se convertirá, con el tiempo, en un «buen» objeto al que verá
como una figura paterna, y sobre el que proyectará su sí mismo negado. A
eso se le conoce como transferencia. Puesto que el buen especialista
permanecerá neutral, sin emitir juicios y mostrándole apoyo, al margen de
lo que usted sienta, haga o diga, terminará usted por descubrir que el
«malo» que hay en usted y el objeto «malo» se encuentran en realidad en
su interior, antes que en el exterior, y podrá amar entonces a las partes
desprendidas de sí mismo que no «encajan» en el terapeuta, y afrontar cara
a cara «todo su ser». No podrá curar las heridas de la infancia con el
terapeuta, puesto que su personalidad no es la figura Imago para usted, de
modo que no catalizará las capas más profundas de su herida, pero podrá
comprender bastante bien el proyecto que llevará a su relación futura con
otra persona.
EL SALIR UTILITARIAMENTE CON OTRO
Denomino «salir utilitariamente con otro» a hacer uso de sus relaciones
actuales o de las personas con las que sale informalmente, como una oportunidad para practicar nuevas habilidades y comportamientos. Quizá el
término pueda parecerle cínico y distanciado, y difícilmente cariñoso y
honesto. Pero sospecho que, en ocasiones, existe una motivación utilitaria
por detrás de sus intentos por salir con otra persona: desea estar con
alguien para no pasarse el sábado por la noche a solas, en su casa. Confía
en que conocerá a gente nueva si acude a una fiesta acompañado de
alguien de quien no está locamente enamorado. No tiene dinero, de modo
que se siente feliz de permitir que otro pague la cena. O no ha mantenido
relaciones sexuales con nadie desde hace seis meses.
No obstante, al hablar de salir utilitariamente con otro, me refiero a algo
un poco diferente. Propongo un nuevo modelo de relación informal en el
que usted utiliza activamente situaciones de relación no comprometida
como un campo de ejercicios para su futura relación y asociación serias.
Hablo de practicar las habilidades de las relaciones y los nuevos
comportamientos que ha identificado como ausentes en su repertorio, y
hacerlo con alguien del sexo opuesto de quien no esté locamente
enamorado y a quien no tenga miedo de perder.
Veamos cómo puede funcionar esto. Un ámbito evidente para empezar
son los temas relativos al género, de los que ya hemos hablado en el
capítulo 11. En lugar de quedarse encallado en su papel definido por el
género, aquí tiene la oportunidad para descubrir cómo vive la otra mitad.
Pregunte al otro: «¿Cómo es la vida para ti? ¿Qué sentiste ante esa
película, fiesta, partido o chiste?». Pruebe a hablar directa y francamente
sobre el sexo, qué se siente, cuáles son sus esperanzas, inseguridades,
expectativas, fantasías. Esta no es una situación de conseguirlo o romper
con el otro. Haga preguntas íntimas. Conteste preguntas íntimas. Escuche
para aprender, sin juzgar.
Atrévase a salir del papel que representa. Rompa con el molde. Considere
lo que está haciendo como si se tratara de una aventura. Si es usted una
mujer que nunca ha llamado antes a un hombre para salir con él, hágalo,
sabiendo que si es rechazada, el mundo no se acaba ahí. No le prepare la
cena, si no es lo que hace habitualmente. Pruebe a no vestirse elegante-
mente o maquillarse a cada minuto. No tenga miedo de decir que es capaz
de cambiar la rueda de un coche.
Si es usted un hombre que se siente incómodo cuando una mujer desea
pagar la cena, relájese y disfrute. Pruebe a representar el papel pasivo en la
cama. Prepare el desayuno. No tenga miedo a decir que no es capaz de
cambiar la rueda de un coche, que detesta el fútbol, o que siempre ha
echado a correr en cuanto había una pelea a puñetazos.
Alison, hija de un amigo mío y fotógrafa itinerante, con la que hablé de
estas ideas, me escribió:
Este pasado otoño tuve una oportunidad ideal para probar sus ideas sobre
salir utilitariamente con otro. Me encontraba en Minneapolis para realizar
un trabajo temporal de tres meses, y casi inmediatamente conocí a Joel
que, como yo, se había divorciado hacía dos años. Nos sentimos atraídos
el uno hacia el otro, y aunque no había una fuerte energía Imago entre
nosotros, era evidente que deseábamos la compañía del otro mientras
durara este proyecto, pero también era evidente que cada cual seguiría su
camino una vez terminado nuestro proyecto. Así que ya en nuestra
primera cita decidí que haría un esfuerzo concertado para aprender de la
relación.
Al principio todo fue un tanto fortuito. Me hice el propósito de practicar el
reflejo en nuestras relaciones, utilizar el «yo» en nuestras conversaciones
y afirmar mis opiniones con claridad, lo que me resultó difícil porque mi
actitud habitual es la de tratar de agradar y dejar que fueran los demás
quienes tomaran la iniciativa. También me di cuenta de que fue un
auténtico esfuerzo escuchar verdaderamente las opiniones de Joel,
preguntarle cuáles eran sus sentimientos y aprender de ellos, en lugar de
juzgarlos o devaluarlos. Teníamos, por ejemplo, visiones muy diferentes
de la guerra del Golfo, pero pude comprender su punto de vista, mientras
que en el pasado me habría limitado a juzgarle como equivocado. Me
introdujo en el mundo de la ciencia ficción, una de sus grandes aficiones, y
me sorprendí a mí misma disfrutándolo. Nos fuimos de camping cuando a
mí me encanta el servicio de habitaciones de un buen hotel. Empecé a ser
más afirmativa sexualmente y a decirle exactamente qué hacía que me
sintiera bien. Joel consiguió incluso que me pusiera ropa interior
exquisita, lo que a mí me producía una verdadera tortura, tanto personal
como «políticamente». Como nos mostramos tanto apoyo el uno al otro,
me sentí bien, a pesar de que no dejé de percibir cierto nerviosismo e
incomodidad al principio. Joel y yo nos hicimos muy buenos amigos.
A medida que aumentó mi seguridad en mí misma, me tomé más en serio
mi «programa». Hice una lista de cambios de comportamiento sobre los
que deseaba trabajar: no cambiar mis planes para complacerle a él si me
llamaba para salir, no «interrogarle» acerca de dónde había estado, decirle
cosas sobre mí misma que jamás le había dicho a nadie. Luego, empecé a
probar esos nuevos comportamientos uno tras otro.
Al cabo de aproximadamente un mes, le hablé a Joel, con cierta vacilación, acerca de los talleres que usted dirige. Se sintió intrigado (ya lo había
visto funcionar), y a partir de entonces realizamos juntos algunos de los
ejercicios, y practicamos todo lo relacionado con el diálogo. Acudimos
incluso a un par de talleres en una iglesia local. Obtuve una muy valiosa
educación sobre mí misma, y sobre los hombres, en general. Aprendí, finalmente, cómo revelarme a mí misma sin sentirme como si eso me fuera
a causar algún daño, y pude cambiar algunos de los comportamientos a los
que me «aferraba». Y, al cambiar mi comportamiento, y al mismo tiempo
terminé por cambiar yo misma.
Pruebe y cambie la dinámica del tira y afloja de sus relaciones informales.
Si su actitud habitual es echar a correr ante situaciones de intimidad, haga
un esfuerzo por permanecer sentado y quieto cuando la conversación o el
escarceo amoroso empiecen a ser intensos. Si sabe que se siente dema-
siado necesitado, pruebe a poner más distancia, más espacio. Si es la persona que siempre está dando a los demás, pruebe a recibir, y viceversa. Si
está acostumbrado a sentirse asustado ante una determinada situación,
pruebe a ser usted el que la afronte, para variar. Si tiene una lengua muy
afilada, contenga sus críticas. Si nunca sale a defender lo que piensa,
exponga rápidamente algunas de sus opiniones. En lugar de «Oh, no sé,
¿qué quieres hacer?», pruebe a decir: «Me gustaría ir a ese nuevo
restaurante indio». Y aténgase a ello. Si está acostumbrado a dar órdenes
(«Te voy a llevar a Jamaica para las Navidades»), pruebe a permitir que
sea otro el que haga los planes y tome la decisión. Lo importante es hacer
todo aquello que le resulte antinatural, con lo que se sienta incómodo, y
seguir haciéndolo, a pesar de las dudas y de la ansiedad, hasta que se
sienta bien.
Puede practicar por su propia cuenta el salir utilitariamente con otro, pero
no tiene por qué guardarlo en secreto. En realidad, le propongo que lo convierta en un esfuerzo de colaboración cuando sea apropiado. Al hacerlo
así, aumentará automáticamente la intimidad de la relación y conseguirá
que alguien más conspire con usted. De ese modo, el crecimiento será
mutuo. Algunos solteros que han asistido a mis talleres han establecido
acuerdos para trabajar recípocramente en sus temas pendientes con las
relaciones informales que mantienen, relaciones que, debido a su
honestidad y actitud abierta, algunos llegaron a transformar en algo más
serio.
Para mostrarle lo que quiero decir al hablar de ser honesto acerca de sus
intenciones cuando se trata de salir utilitariamente con otro, le contaré la
historia de Douglas quien, después de haber roto con su esposa, asistió a
uno de mis fines de semana con solteros. Recientemente, había puesto un
anuncio personal y se vio inundado de respuestas, con fotografías
incluidas, de docenas de mujeres aparentemente fabulosas, y empezó a
salir con las incluidas en la lista.
El problema fue que muchas de esas mujeres estaban interesadas en entablar relaciones serias, y no en alguien que acababa de romper su
matrimonio y sólo pretendía explorar un poco el terreno. Douglas se sentía
un poco vergonzoso porque para él, en esos momentos, el sexo y la
compañía de una mujer eran sus principales objetivos. Y, de hecho, según
me explicó, a juzgar por la forma evasiva con la que redactó el anuncio, y
por la forma en que desvió las preguntas de las mujeres con las que salió
acerca de un posible compromiso, estaba adoptando cuando menos una
actitud que inducía a error, si es que no era abiertamente explotadora.
Le animé a que les dijera a las mujeres con las que salía cuáles eran sus
propósitos. Decirles que sólo buscaba cariño, compañía y sexo pero que,
desde luego, no buscaba ningún compromiso en aquellos momentos.
Según me dijo, un par de mujeres se mostraron sorprendidas ante su
ingenuidad, pero la mayoría parecieron respetar su honestidad y eso
permitió que se abriera entre ellos una actitud más abierta y una mayor
comprensión por ambas partes. Al establecer una pauta de salidas con un
par de estas mujeres, pudo hablarles de su trabajo, y de lo que estaba
tratando de hacer.
Una mujer se sintió particularmente interesada y aunque la relación entre
ambos nunca traspasó los límites de una profunda amistad, hicieron un
continuo uso el uno del otro como un fórum y terreno de ejercicios para
sus nuevas habilidades. Según me dijo el propio Douglas: «Enfocar mi
vida de soltero de este modo hizo que todas mis relaciones fueran más
íntimas y cómodas para mí. Tenía la sensación de estar conociéndome a
mí mismo, de ser yo mismo, y de conocer mucho mejor a las mujeres. Y,
finalmente, aprendí a tener a mujeres como amigas».
CUANDO SE ENAMORA...
Después de haber hablado acerca de cómo puede aprender y crecer en las
relaciones informales «utilitarias», quiero sintetizar brevemente lo que
puede hacer cuando encuentre a su pareja Imago y se enamore. Para ello
debo recordarle que aun cuando puede efectuar ahora cambios que
afectarán a la relación que elija y el curso posterior de su viaje, ningún
conocimiento o cambio, por importantes que sean, le librarán de la lucha
con su pareja una vez que haya entablado la relación. La burbuja del amor
romántico estallará y se encontrará entonces enzarzado en una lucha por el
poder. Pero ahora tiene la ventaja de conocerse a sí mismo y sabe qué
puede esperar que suceda. Está preparado para lo que se avecina, y cuenta
con nuevas habilidades para afrontarlo.
Permítame indicarle unas pocas guías para las primeras fases de su relación:
1. Sea cauteloso a la hora de aceptar compromisos con alguien que no sea
consciente de sus propios temas pendientes, y que no esté dispuesto a
crecer y cambiar. Como ya sabe usted ahora, no tiene mucha elección en
cuanto a la persona hacia la que se sentirá atraído, pero sí puede elegir
entablar una relación con alguien que desee y valore lo que supone un
matrimonio consciente. Eso es algo difícil de determinar en las primeras
fases de una relación, cuando nos sentimos cegados por el amor. En algún
momento, cuando su cabeza no esté envuelta entre las nubes, tiene que
valorar el deseo y la capacidad de su pareja potencial para ser consciente.
No quiero decir con ello que sea imposible una relación en la que sólo una
persona esté dispuesta a trabajar y ser consciente, y resulta difícil ser
racional y práctico cuando se está enamorado. Recuerde que las defensas
del carácter de su pareja impedirán que usted se cure mientras el otro no
cambie, del mismo modo que sus propias defensas tendrán que cambiar
para curar la herida de su pareja. Todo es mucho más duro cuando sólo
uno de los dos miembros de la pareja está dispuesto a realizar el trabajo, y
es posible que no logre la totalidad y la intimidad con la que sueña.
2. Aplique el conocimiento y las habilidades que ha aprendido en cada
situación posible. Ya es bastante consciente de sus heridas, y tiene
también una idea de cuáles pueden ser las heridas de su pareja futura.
Ahora está sintonizado con los temas que surgirán inevitablemente, y
puede responder a ellos con el cerebro nuevo, en lugar de hacerlo con el
antiguo.
Por ejemplo, ahora sabe que nuestra tendencia es negar o ignorar las primeras señales de los rasgos negativos del otro, hasta que nos sentimos
coléricos y desilusionados. En lugar de dejarse pillar por sorpresa, y
reaccionar criticando al otro o retirándose, ahora no experimentará pánico.
Habrá anticipado los rasgos negativos de su pareja, sabrá qué temas se ven
activados en sí mismo y podrá utilizar el proceso del diálogo intencional
(capítulo 15) para hablar con el otro acerca de cómo afrontar las cosas.
Reconocerá las proyecciones de su pareja y podrá «contenerlas» hasta que
se disipen.
3. Presente este libro a su pareja, de modo que ambos estén preparados
para cuando decidan casarse. Una vez que hayan realizado los ejercicios
de autoconocimiento, pueden iniciar juntos el viaje de la asociación.
Procuren conocerse mutuamente todo lo que puedan. Compartan la
historia de su vida en el hogar durante su infancia y de los matrimonios de
sus padres respectivos. Hablen acerca de cómo fueron heridos, exploren
sus sistemas de creencias y sus esperanzas para alcanzar la totalidad y la
curación en el matrimonio. Empiecen a utilizar las habilidades que están
aprendiendo en su vida cotidiana.
2. La capacidad de una pareja para comunicarse y solucionar los
problemas antes del matrimonio o al principio de éste, es el mejor
elemento para predecir su éxito eventual. Le recomiendo asistir a
talleres o seminarios para solteros, y que busque el asesoramiento
prematrimonial si se encuentra con conflictos que no parece poder
resolver por su propia cuenta. Mi libro anterior, Conseguir e/
amor de su vida, una guía para parejas, le indicará más acerca de
lo que puede esperar del matrimonio, y le enseñará algunas
habilidades útiles para su relación. También encontrará una serie
de ejercicios destinados a las parejas.
«¡Dios mío, cómo has cambiado!»
Cambiar pautas establecidas desde hace tiempo puede ser difícil y frustrante, y los resultados de todo ese esfuerzo e incomodidad no serán aparentes inmediatamente; no es como comprar un traje nuevo, o cambiar
radicalmente su estilo de peinado. De hecho, es difícil controlar el cambio
en uno mismo cuando éste se produce a base de incrementos lentos y
cotidianos. Desde nuestro punto de vista personal, a menudo parece como
si el mundo exterior hubiera cambiado, y no nosotros mismos. Nos
sentimos extrañados ante el aparente cambio de nuestro jefe hacia
nosotros, y especulamos al pensar que ello se debe quizá a que se siente
más feliz en su hogar, o a que ha conseguido un aumento de sueldo,
cuando en realidad puede ser nuestra propia actitud positiva hacia el
trabajo, o nuestras habilidades recién adquiridas acerca de la
comunicación directa las que han supuesto toda la diferencia. Recuerdo
que en cierta ocasión regresé con un amigo a la casa donde había crecido y
quedé impresionado por lo pequeña que era. Rodeé toda la casa para
asegurarme de que no hubiera en la parte posterior un ala que no hubiese
podido ver. De niño, la casa me había parecido grande y espaciosa, el
patio se había extendido toda la distancia que yo deseaba o necesitaba
recorrer. Ahora, en cambio, me parecía diminuta, casi una cabana, y
situada en un trozo de terreno todavía más pequeño. Naturalmente, no
había cambiado lo más mínimo. Era yo el que había cambiado.
Los efectos del cambio son acumulativos. Cuanto más logre, tanto más
rápido será el proceso, tanta más energía y recursos tendrá para seguir
hasta el siguiente paso. Y sólo tiene que hacer el 51 por ciento del trabajo:
en un determinado momento llegará a la cresta de la montaña y luego el
cambio se producirá a un ritmo todavía más rápido. Otros observarán ese
cambio antes que usted mismo, y quizá lo observe usted antes en sus
actitudes y acciones hacia usted. Cuando se dé cuenta de que sus esfuerzos
le están dando resultado, y que efectivamente ha cambiado, va a sentirse
muy bien consigo mismo.
Lo que sucederá mientras realiza progresos es que la energía que ahora
está vinculada con sus defensas y adaptaciones, y que emplea en
protegerse a sí mismo de ser herido, empezará a encontrarse a su
disposición para regresar al universo, hacia las corrientes energéticas del
mundo, hacia el eras, y entonces atraerá a una pareja curativa sin ningún
esfuerzo, de modo natural.
Notas
1. No pretendo dar a entender con ello que no haya beneficios en muchas
de las ofertas de la Nueva Era o en las de autoayuda (talleres del niño
natural, retiros para hombres y mujeres, balnearios, ranchos de ejercicios,
etcétera). Yo mismo ofrezco seminarios de fin de semana, aunque
persiguen claramente la intención de ser introducciones a procesos de
cambio que duren toda la vida y que sólo pueden producirse en un
determinado contexto. Lo que me consterna es la persistencia de todos
esos programas de «hágalo usted mismo», con su glorificación del
individualismo, de la autonomía y de la independencia, como si no
viviéramos en un contexto determinado. El hecho de que la mayoría de las
ofertas de autoayuda sean procesos de grupo, en el que existe un líder,
contradice este «individualismo».
La imaginería guiada, la visualización y la meditación con la imaginación
son formas valiosas de entrenamiento mental, que practico y recomiendo.
Pero los cambios en la imaginería primordial, la reactividad instintiva y
las defensas del carácter (que hemos abordado aquí) tienen que enraizarse
en la experiencia concreta. Lo que la mayoría de la gente evita al
convertirse en obsesos del cambio, saltando de un seminario a un taller
para pasar luego a un retiro, es afrontar el cambio necesario de la
estructura del carácter, enfrentarse con su propia sombra, el sí mismo
perdido y el sí mismo negado. La felicidad surge a partir de la totalidad y
la paz mental llega con la integración de los aspectos conflictivos del sí
mismo, y eso sólo es posible, en último término, dentro de una relación
comprometida.
El niño natural renace en una relación, no al regresar a la naturaleza, o al
cantar canciones, o al ejercitar la imaginación. No me opongo a toda esa
clase de actividades; de hecho, las disfruto. La participación masiva en
esas actividades refleja nuestro anhelo de reconexión con algo primigenio.
A lo que sí me opongo es a la idea de que aquello que deseamos pueda
recuperarse en una «experiencia». El resultado que buscamos se produce
de modo natural cuando se curan las heridas de la infancia, y eso es lo que
ocurre en la lucha que se entabla en una relación.
2. Jeffrey Seinfeld, The Bad Object: Handling the Negative Therapeutic
Reac-tion in Psychotherapy, Jason Aronson, Inc., Northwale, New Jersey,
1990; Jerold J. Kriesman y Hal Straus, IHate You, Don't Leave Me:
Understanding the Bórdenme Personality, The Body Press, Los Ángeles,
1989.
3. Conseguir el amor de su vida. Ediciones Obelisco. Barcelona, 1997.
15.
Nuevas
habilidades,
nuevo
comportamiento: pasos hacia la
autointegración
Un viaje de mil pasos empieza con un solo paso.
ANTIGUO PROVERBIO CHINO
Este capítulo se compone de una serie de ejercicios que le ayudarán a
conjuntar todo lo que ha aprendido hasta el momento, para formar así un
plan de trabajo destinado a cambiarse a sí mismo. Deseo empezar explicándole cómo se va a desarrollar el capítulo.
En primer lugar, retrocederemos a lo que ha aprendido sobre sí mismo en
los ejercicios anteriores, para identificar aquello que usted necesita cambiar. Luego aprenderá meditación de imágenes guiadas, que le será de una
utilidad continua a medida que enfoque esos cambios. A continuación van
una serie de ejercicios destinados a restaurar sus sentimientos de estar
vivo, seguidos por un ejercicio para alterar las defensas de su carácter
mediante el cambio del comportamiento negativo e improductivo. En los
tres últimos ejercicios aprenderá valiosas habilidades para relacionarse: el
diálogo intencional, el contener las proyecciones y las peticiones de
cambio de comportamiento.
Permítame perfilarle cómo creo que debería realizar este trabajo. Le sugiero que realice el primer ejercicio de la página 299, en el que se
identifica lo que hay que cambiar, y luego lea el resto de este capítulo.
Como verá, estará tratando de conseguir, básicamente, tres cosas: animar
su núcleo interior, cambiar las defensas de su carácter y aprender valiosas
habilidades para relacionarse. Si trata de hacerlo todo al mismo tiempo, se
sentirá abrumado. Confuso, aburrido y frustrado, terminará por conseguir
muy poco. Así pues, necesita prepararse un plan y un programa. Estos
deberían ser flexibles y realistas, basados en una evaluación de lo que
espera conseguir y del tiempo que puede conceder a este proyecto de una
forma realista.
Al hacer los ejercicios preparará listas de todo aquello en lo que quiera
trabajar, y clasificará las tareas según su dificultad. Le sugiero que
aborden juntos la actividad de animación, un cambio del comportamiento
y una habilidad para las relaciones, empezando siempre por la más fácil de
cada categoría, dentro de un marco temporal previamente fijado. Por
ejemplo, el plan para la primera semana podría ser: «Haré cada noche el
ejercicio de la risa con el vientre (animación), saludaré a la gente que me
encuentre en la parada del autobús por la mañana (cambio de
comportamiento) y, siempre que sea apropiado, reflejaré lo que se me diga
(habilidad para la relación)».
Sea consciente de sus reacciones ante lo que está haciendo. ¿Se siente
incómodo, tenso, temeroso? ¿Se siente entusiasmado, ligero, cómodo? Al
final de la semana, evalúe de nuevo lo que haya estado haciendo. Si tiene
la impresión de que sería mejor continuar trabajando en ese tema durante
un período de tiempo más prolongado, hasta que lo haya fundamentado
bien, integrándolo y sintiéndose cómodo, hágalo así. No hay prisa, y
demasiado cambio, introducido demasiado rápidamente, puede ser
perturbador. No pase o añada ningún otro cambio nuevo hasta que se
sienta realmente cómodo con el que está introduciendo actualmente, hasta
que le resulte natural. Después, pase a la siguiente fase, a los cambios
siguientes.
A lo largo del camino, busque oportunidades para hacer entrar a otras
personas en el proceso, para compartir sus pensamientos, confesar sus temores y deficiencias, para expiar. La idea consiste en probar sus nuevas
habilidades y comportamiento en pequeñas dosis, en situaciones cada vez
más «arriesgadas». Al principio quizá pueda probarlas con un amigo que
le ofrezca apoyo, o en su grupo de terapia. A medida que aumente la seguridad en sí mismo, pase a situaciones en las que perciba un riesgo mayor,
con los colaboradores, y luego con las personas con las que sale
informalmente.
Cuanto más pueda invitar a otros a participar, tanto más enriquecedora
será su experiencia, más rápido su crecimiento y más experiencia
relacional acumulará. Aproveche el «salir utilitariamente con otro», ya
que esa es la situación de pareja más cercana a la «vida real» con la que
podrá encontrarse sin entablar una relación comprometida. Aprovéchelo
al máximo que pueda. Tenga en cuenta que comportarse de un modo falso
en las relaciones amorosas es precisamente la razón por las que éstas
fallan. Cuanto más cómodo se sienta con los nuevos comportamientos en
ámbitos de bajo riesgo, tanto más podrá ser usted mismo cuando aparezca
el verdadero amor.
Durante este proceso, quizá le resulte útil llevar un diario de sus sentimientos, reacciones y progresos. Procure concederse el crédito debido por
sus ganancias; cuanto más sea consciente del cambio, tanto más combustible y ánimo tendrá para seguir adelante. Volverse hacia sus sueños
también puede ofrecerle una comprensión valiosa durante este proceso. El
trabajo a realizar con los sueños queda fuera del ámbito de nuestros
propósitos aquí, pero encontrará muchos libros para trabajar con sus
sueños.1
El secreto para el éxito en este proceso es su diligencia e intencionalidad.
El cambio no se produce de la noche a la mañana, sino que se logra con esfuerzo y a lo largo del tiempo. Los problemas que ahora trata de remediar
necesitaron de mucho tiempo para alojarse en la estructura de su carácter,
y no se evaporarán sencillamente. Tiene que abordar cada cambio de un
modo consciente y diligente, repetirlo una y otra vez, en situaciones de
creciente dificultad y amenazadoras para usted. Pero cada pequeño
incremento de cambio estimula y apoya el siguiente. Y cada cambio de su
Imago será para mejor, y vitalizará su núcleo energético hasta ahora
estancado. Cada uno de ellos le permitirá acercarse más a su sí mismo
entero y real y a una relación sana y curativa.
EJERCICIO ISA
Mi agenda de la totalidad
Ahora vamos a concretar las tareas que necesita hacer para progresar hacia
la totalidad, y para aumentar su sensación de estar vivo. Complete las
siguientes frases, utilizando para ello la información que ya ha acumulado
hasta ahora.
1.- Por lo que he aprendido de mi infancia, soy
——————————————(minimizador/maximizador),
cuya
principal herida ocurrió en la fase de ____________, y mi herida consiste
en _________________________ .
También tengo temas pendientes relacionados con las fases de ____,
lo que supone que mi herida también incluye un temor a__________
En consecuencia, mi desafío para el crecimiento es____________
2. Al observar el sí mismo perdido, me doy cuenta de que mi energía se
halla
restringida
en
los
ámbitos
de
—————————————————————
y
de
____________________________________ .
Eso ha quedado confirmado por las quejas que mis parejas íntimas me han
expresado, según las cuales yo …………………..
3. También aprendí que mis energías de género están desequilibradas y
que necesito desarrollar mi lado__________________________
(femenino, masculino); los rasgos que me gustaría desarrollar específicamente son _______________________________. En el ejercicio 1 IB,
de la página 231, descubrí que para tener una vida sexual más plena y
entusiasta, me gustaría ______________.
4. Al realizar el ejercicio del sí mismo negado, reconozco que soy ____
y ahora soy consciente de que los otros me ven como _____
________________________
Al realizar los siguientes ejercicios tendrá la oportunidad de reestructurar
los temas anteriores como comportamientos positivos que puede practicar. Lo que haya identificado como disfuncional y como un obstáculo para
sentirse plenamente vivo cae dentro de dos categorías básicas:
«Comportamiento que deseo cambiar» y «Ámbitos en los que deseo sentir
más vitalidad». Antes de continuar, sin embargo, deseo introducir el
ejercicio del «Puerto seguro», que constituirá una valiosa herramienta
para que trabaje en producir estos cambios.
EJERCICIO I5B
Crearse un puerto seguro
A estas alturas ya es usted muy consciente de que la estructura de su carácter es su adaptación a la vida, antes que su verdadero sí mismo. Y, sin
embargo, identifica ese edificio agrietado como «yo». Aunque define su
forma habitual de pensar y hacer las cosas, es en realidad una prisión de su
pasado que le impide experimentar la plena vitalidad y que le aleja del
auténtico núcleo del sí mismo. Lo que le impide cambiar, incluso cuando
experimenta dolor, es el temor.
Para acallar al cerebro antiguo, necesita aprender a crear una sensación de
seguridad interna. Eso le exigirá practicar algún entrenamiento mental,
como meditación, relajación o imaginería guiada. Es posible que ya haya
aprendido tales prácticas. Tanto si es así como si no, el ejercicio de
imaginería guiada del «Puerto seguro», que se indica a continuación, le
ayudará a relajar su cerebro antiguo. La práctica repetida de este ejercicio
fomentará una sensación de seguridad tanto en su mundo interior como en
el mundo exterior. Cuando su temor remita, será más capaz de examinar y
desmantelar las defensas de su carácter, de modo que pueda surgir su
auténtico sí mismo.
Necesita una música relajante y un lugar tranquilo; póngase ropas cómodas. Puesto que utilizará este ejercicio en repetidas ocasiones, quizá desee
grabar las instrucciones (mientras suena la música de fondo). Si elige hacerlo así, grabe las siguientes instrucciones con una voz serena y suave,
haciendo pausas en los momentos apropiados, de modo que disponga del
tiempo suficiente para seguir la imaginería. También puede pedirle a un
amigo que le lea estas instrucciones; es igualmente efectivo realizar este
ejercicio en un ambiente de grupo.
Cierre los ojos... Respire profunda y calmadamente... Relájese... Deje que
la música y su respiración sean todo aquello de lo que es consciente...
Respire profundamente, llenándose el diafragma y luego el pecho... Contenga la respiración hasta contar cuatro... Expire lentamente mientras
cuenta hasta ocho... Repita esta respiración profunda otras tres veces...
Deje que la música llene su conciencia... Sea la música misma... Ahora,
deje que la palabra «seguro» entre en su mente. Repítala... Seguro...
Seguro... Permita que le conduzca hasta un lugar que sea un puerto seguro
para usted... Quizá sea un lugar de su niñez... Un lugar idílico procedente
de un sueño... O una fotografía... Imagine un lugar en el que se sienta
protegido y en casa... Experimente este puerto seguro con todos sus
sentidos... Respire el aire, la fragancia de la seguridad... Escuche sus
sonidos... Vea sus colores y sus formas... Palpe las texturas y las
temperaturas de la seguridad... Permanezca un rato, absorbiéndolo todo
plenamente... Deje que le llene de paz y comodidad... Respire el aire de la
seguridad... Deje que le relaje por completo...
Sea ahora consciente de que una luz desciende sobre usted desde lo alto,
llenando el espacio y envolviéndole en un cálido resplandor dorado. Se
derrama sobre su cabeza y su nuca, relajándole... Se mueve a través de sus
hombros, relajándole... Baje los brazos y relaje las muñecas y los dedos...
La cálida luz dorada penetra en su pecho, relajándole... Cruza a través de
su estómago y su pelvis, relajándole... Su relajación se hace más profunda
mientras la luz se mueve a través de su pelvis hacia sus muslos...
Desciende por las rodillas, relajándole... Sus pantorrillas se relajan y luego
los tobillos, envueltos por la cálida luz dorada... Llega hasta sus pies y los
dedos de los pies, relajándole... Está usted completamente relajado... El
calor pulsante de la luz se corresponde con los latidos de su corazón... Está
profundamente relajado... Seguro...
Ahora, dentro de este puerto seguro, traiga a su madre... Véala con la
visión de rayos X de un niño... Recuerde cada detalle de su vestido, de su
expresión... Cuéntele la herida más profunda que experimentó con ella...
Ella le está escuchando... Ahora, háblele del momento más brillante que
experimentó con usted... Ahora, haga entrar a su padre en este lugar...
Puede verlo muy claramente... Háblele de cómo le hirió... Él le está escuchando... Háblele del mejor recuerdo que guarda de él... [Si hubo alguna
otra figura o figuras significativas en su infancia, haga lo mismo con ellas,
introduciéndolas aquí.]
Dígales ahora que ha decidido completar su infancia y crear una relación
en la que sus heridas puedan ser curadas... Despídase de cada uno de ellos.
[Quizá quiera eliminar las instrucciones de este párrafo de su cinta, puesto
que no repetirá esta parte del ejercicio en cada ocasión.]
Ahora se encuentra descendiendo por un camino a través de un prado...
Llega ante una corriente... Se sienta en la orilla para descansar... Aparece
un animal a su lado... Y le habla... Guarda usted estos mensajes en la memoria... Se levanta y cruza la corriente, que no es profunda... Y continúa
por el camino... que conduce a un bosque... El terreno es blando y el aroma
fragante... Los pájaros cantan... Hay un leve agitar de hojas... Internado ya
en lo más profundo del bosque, llega a un claro... Hay alguien sentado en
el centro... Al acercarse, percibe que es una persona sabia... Le hace una
pregunta... Y recibe una respuesta... Guarda la respuesta en la memoria...
Y continúa a lo largo del camino, atravesando el bosque... hasta la luz
situada más allá... Y se encuentra de regreso en su puerto seguro... [En este
punto, puede hacer entrar a quien desee en este lugar seguro y mantener
una conversación..., ya sea su amante, jefe, amigo, hermana.]
Relájese de nuevo por un momento... Reflexione sobre su viaje... Cuando
esté preparado, sea consciente de la música de fondo que sigue sonando...
Mueva las manos y los pies lentamente... Cuente despacio hacia atrás:
diez... nueve... ocho... siete... seis... cinco... cuatro... tres... dos... uno...
Abra los ojos.
Si practica este ejercicio diariamente durante tres meses, experimentará
una paz profunda en su interior. Guiado por su sabiduría animal instintiva
y por la de su naturaleza superior, tendrá una mayor capacidad para
efecruar los cambios que necesita para ser entero y mejorar su elección de
pareja. Quizá quiera llevar un diario de estas meditaciones. A medida que
siga adelante con los ejercicios, recuerde utilizar esta meditación como
una forma de relajarse y como un lugar en el que visualizar y practicar los
cambios que está efectuando.
Recuperar su sensación de estar vivo
Cada día se refiere usted mediante docenas de formas a su sensación de
estar vivo. «Me siento bien», declara quizá, o «Últimamente me siento
agotado», «Tengo la depresión de los lunes por la mañana», «Ese orgasmo
me ha hecho salir de mí mismo», «Ahora me siento totalmente despierto»,
«Siento el cuerpo como si fuera de plomo», «Estoy entusiasmado con...»,
o «Me he quedado sin vapor». Estas observaciones son un comentario
corriente sobre su continua experiencia de la vivacidad.
Nuestra necesidad de sentir y expresar plenamente la vitalidad sólo se ve
superada por nuestro impulso por sobrevivir. El propósito del siguiente
grupo de ejercicios consiste en volver a encender las ascuas de su núcleo
energético, agitar la débil pulsación de su energía innata. Suponen la ampliación e intensificación de la conciencia de su propia vitalidad. El objetivo no es alcanzar el éxtasis, o «experiencias cumbre», sino permitir el
libre flujo del eros, su energía vital natural. Al hacer estos ejercicios
disminuye la rigidez de la estructura defensiva que rodea su núcleo
energético, el «Muro de Berlín» que usted mismo erigió en la infancia y
que probablemente reforzó en sus relaciones íntimas, que mantiene
aprisionada su energía nuclear y que impide la entrada de energías
exteriores.
Estos ejercicios son la parte más importante del proceso de su viaje hacia
la totalidad como soltero. Pero le prevengo que bien pueden ser la parte
más difícil del trabajo que se le pedirá hacer aquí. ¿Por qué? Como
resultado de la opresión del eros en la infancia, la mayoría de nosotros
tememos nuestra propia energía vital. Se nos dijo que era peligroso, e
incluso maligno, correr, cantar, gritar, tocar nuestros cuerpos, actuar
estúpidamente. En la terapia con las parejas nada es más difícil que
conseguir que se diviertan. Trabajarán contentos sobre su patología y
pagarán por ello, pero la mayoría se resisten a la amplificación del placer.
Así que no se desanime si también se resiste a este trabajo, o si descubre
que le provoca ansiedad. Continúe haciéndolo. Es su propia fuerza vital lo
que intenta liberar de la jaula en la que se encuentra. Nunca se sentirá
plenamente vivo hasta que no rompa y cruce sus rígidas defensas para
llegar a su pulsante núcleo interior.
Vamos a empezar este proceso con una valoración de su cociente de vitalidad, y echaremos un vistazo a sus «estimulantes» de vitalidad. Después
de eso, encontrará una sección de actividades «vitalizadoras», tras lo cual
creará una agenda de vitalización, en la que se conjuntarán una lista personal de actividades destinadas a intensificar su sensación de estar vivo.
EJERCICIO 15C
Su cociente de vitalidad
Aquí realizará un «diagnóstico» de sus actuales sensaciones de vitalidad:
¿hasta qué punto se siente bien ahora? Califique los comentarios que se
indican a continuación en una escala de uno a cinco, en la que el cinco es
la calificación más alta.
Me despierto sintiéndome descansado
Me siento alerta y despierto
Estoy contento
La vida me entusiasma
Disfruto de una buena comida
Río mucho
Soy consciente de la energía pulsante de mi cuerpo
Me siento alegre
Me siento feliz la mayor parte del tiempo
1
2
3
4
5
A veces, canto espontáneamente
Experimento orgasmos intensos
Veo los colores vivamente
Saboreo lo que me llevo a la boca
Me siento relajado
Disfruto bailando
Disfruto moviendo el cuerpo
Experimento todos mis sentimientos con intensidad
Me siento vitalmente vivo
Tengo ¡deas creativas
Tengo una buena memoria
Vivo en el presente
La música me entusiasma
A veces, me siento extasiado
Mi vida sexual es satisfactoria
Son muchas las cosas que me interesan
Sume todos los números de sus respuestas. Su máxima puntuación es de
100. Si ha obtenido entre 75 y 100 puntos, tiene un elevado cociente de
vitalidad. Si ha puntuado entre 40 y 75 tiene un cociente de vitalidad medio. Una puntuación inferior a 40 significa que tiene una baja puntuación
de vitalidad y que mantiene constreñida su energía vital.
EJERCICIO I5D
Fuentes de vivacidad
En este ejercicio se le pide que identifique las fuentes de su vitalidad, los
estimulantes que le hacen «sentirse bien» o que lo animan mucho. En la
columna de la izquierda encontrará una lista de estimulantes utilizados por
muchos para animar su vitalidad, para sentirse bien. Añada a la lista
cualquier otro que pueda usted utilizar. En la segunda columna indique la
frecuencia (diaria, dos veces a la semana, mensualmente) con la que
recurre a esta fuente de estimulación. La tercera columna le pide que
clasifique la intensidad de la sensación de vitalidad que obtiene de esta
actividad (cinco es la puntuación más alta). En la cuarta columna anote el
«resultado» («Me siento muy animado», «Termino asqueado conmigo
mismo», «Me proporciona energía para todo el día», «Hace que me sienta
querido»). A continuación, en la quinta columna califique la actividad
según que la considere «sana (S)» (natural, afirmadora de la vida,
beneficiosa) o «insana (I)» (artificial, nociva, negadora de la vida).
Vuelva a revisar sus respuestas. ¿Cuáles de sus «estimulantes» son insanos o le dejan la impresión de sentirse mal o agotado? ¿Cuáles son sanos
y le dejan la impresión de sentirse vitalizado y lleno de energía? ¿Cuáles
amplifican los cuatro ámbitos de la vitalidad (pensamiento, sentimiento,
actuación, percepción) y cuáles los agotan? ¿Qué ámbitos están poco
vitalizados? ¿Qué estimulantes debería evitar o reducir, y cuáles otros
debería aumentar en su vida?
Estimulante
Frecuenci Intensidad
a
1 2 3 4 5
Cafeína
Azúcar
Alcohol
Cocaína
Marihuana
Otras drogas
Correr
Sexo
Gente
Pornografía/sexo telefónico
Chistes/comedia
Deportes de
(paracaidismo,
coches, etc.)
Jugar con niños
Ejercicio
Bailar
Reír
Leer
Trabajar
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Resultad S 1
o
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Viajar
Deportes (golf, bolos, pesca,
etc.)
Aficiones (fotografía, trabajo
en madera, etc.)
Otros
EJERCICIO I5C
Actividades vitalizadotas
Recuperar sus sensaciones de vitalidad suele ser, simplemente, cuestión
de expresar sentimientos que han permanecido rígidos, y despertar
sentidos que ha mantenido embotados. Lo que sigue es una lista de
algunas de las cosas que actúan directamente sobre su energía nuclear.
Muchas de ellas son sencillas, y otras resultan frivolas, pero esa es la
cuestión. Los placeres sencillos, frivolos y sensuales nos hacen sentir
vivos, y a menudo brillan por su ausencia en nuestras vidas ocupadas y
entregadas al deber. Dependiendo de los temas sobre los que trabaje,
puede elegir el incorporar algunas de estas actividades a su agenda de
vitalización
DIVERTIRSE
Las siguientes actividades están destinadas, puramente, a la diversión; no
hay reglas, no se necesitan habilidades especiales, no puede hacerlas
«equivocadamente».
1. Reírse moviendo el vientre. Póngase de pie, con los pies paralelos y ligeramente separados, y las rodillas dobladas levemente. Empiece por
sacudirse saltando suavemente arriba y abajo, utilizando las piernas como
trampolines. Abra la boca y exclame: «¡Ja!» con cada rebote. Incremente
el movimiento de rebote hasta que su «¡Ja, ja!» aumente de velocidad y se
encuentre riendo. Continúe así durante todo un minuto. Haga esto una vez
al día. (Esto es todavía más tonto y provocador si se hace en pareja, uno
delante del otro.)
2. Sitúese delante del espejo y hágase carantoñas a sí mismo hasta que se
eche a reír.
3. Aprenda varios chistes o historias divertidas y cuéntelas cada vez que se
le presente la oportunidad.
4. Hable en un guirigay, balbuceando sin sentido. Hágalo delante de otros,
si tiene la oportunidad; a los niños pequeños, especialmente, les encanta
esto.
5. Vea películas cómicas, teatro cómico, series cómicas de televisión. Ría
con fuerza, incluso aunque esté en el cine o el teatro.
6. Gire sobre sí mismo como un derviche hasta que se sienta mareado.
Incluso mejor, hágalo con su pareja. Sostenga las manos de su pareja, coloque los pies juntos y gire en círculo con toda la rapidez que pueda.
7. Vaya a bailar. Mueva su cuerpo. Ría.
8. Participe en juegos con los niños. Únase a sus risas, corra con ellos.
9. Escuche una cinta cómica y ríase.
JUEGOS CON LA PAREJA
10. Libre una batalla con una pistola de agua o con la crema de afeitar.
Póngase un traje de baño o hágalo desnudo.
11. Mantenga un forcejeo de broma con su pareja. Hágalo desnudo, impregnándose el uno al otro con aceite infantil. Forcejeen hasta que los dos
se sientan agotados.
12. Jueguen al escondite. Persíganse el uno al otro hasta que queden agotados.
PROFUNDICE su EXPERIENCIA SENSUAL
1. Tome un baño prolongado con un aceite fragante.
2. Procure que le den un masaje o que su amante se lo haga.
3. Disfrute de una comida con todos sus alimentos favoritos. Sírvala en
platos bonitos. Coma con las manos, si eso le apetece.
4. Tome una ducha prolongada y vivificante. Cante.
5. Ponga música cuando esté a solas, en casa.
6. Tenga en casa aceites fragantes o un potpourri.
7. Encienda velas en el baño, el dormitorio y durante la cena. Conviértalo
en una experiencia cotidiana.
8. Póngase prendas de seda o de terciopelo que entren en contacto directo
con la piel.
EXPRESE su CÓLERA
La cólera es la fuerza vital, el eros, convertida en energía negativa. Algunas personas no experimentan su vitalidad porque contienen su cólera
en los músculos; otras contienen su ira en las emociones y no la
experimentan en sus cuerpos. Para muchas personas, las descargas de
adrenalina que reciben a causa de su rabia es la única vivacidad que
experimentan. Los cuatro primeros ejercicios que siguen le ayudarán a
convertir en emociones la cólera contenida en su cuerpo. El ejercicio final
le ayudará a transferir las emociones que hay en su cuerpo. Antes de
realizar estos ejercicios, debería tomar la decisión de no causarse daño a sí
mismo o a nadie, o de no destruir ninguna propiedad.
A. Necesitará una raqueta de tenis, un pequeño bate de béisbol o una
ba-taka (un bate de espuma hecho especialmente para este propósito) y
una cama o cualquier otra superficie grande y suave. Sitúese cerca de la
cama y tome firmemente la raqueta o el bate con las dos manos. Abra la
boca, respire profundamente y levante los brazos sobre la cabeza. Imagine
a la persona o el objeto con el que se siente enojado, y golpee la cama con
dureza y repetidamente al tiempo que, al establecer contacto, exclama un
grito de «¡ Ahhhh!». Continúe golpeando la cama hasta que se sienta
exhausto o rompa a llorar. Si le sucede esto último, no se contenga y llore.
B. Sitúese de pie sobre un suelo cubierto por una alfombra, con zapatillas
de tenis o cualquier otro calzado de suelas blandas. Imagine a la persona o
el tema que le causa la cólera y golpee fuerte el suelo con los pies, hasta
que se sienta agotado o rompa a llorar. Si le sucede esto último, no se
contenga y llore.
C. Póngase prendas de ropa sueltas y túmbese en una cama grande. Cierre
las manos con fuerza, convertidas en puños. Levante el puño derecho y el
pie izquierdo al mismo tiempo y luego golpee la cama con ellos; a continuación, haga lo mismo con el puño izquierdo y el pie derecho, y continúe
golpeando de ese modo. Abra la boca y emita un sonido, permitiendo
después que éste aumente de intensidad a medida que acelera los
golpeteos. Quizá quiera experimentar con gritar palabras como «¡No, no,
no!», o «¡Te odio, te odio, te odio!». Continúe así hasta que se sienta
agotado o rompa a llorar. Si le sucede esto último, no se contenga y llore.
D. Coloque frente a usted una silla acolchada o tapizada. Asegúrese de
que sea blanda en cualquier caso. Imagine a la persona con la que está enojada, sentada en la silla, delante de usted. Empiece a hablar con esa
persona acerca de cómo le ha herido y lo colérico que se siente por ello.
Déjese llevar, levante la voz, grite, grite más alto. Si experimenta el
impulso de hacerlo así, empiece a golpear la silla (a la persona imaginaria)
hasta que se sienta agotado. Si rompe a llorar, no se contenga y llore.
E. Si tiende a expresar verbalmente su cólera, sintiéndola sólo en la
garganta y en la boca, haga lo siguiente. Vea mentalmente a la persona con
la que se siente colérico. Recuerde la escena en que se sintió así. A continuación, respire y exhale profundamente varias veces, sin expresar la
cólera en voz alta. Continúe realizando este ejercicio, hasta que pueda
sentir la cólera en cada parte de su cuerpo. Luego, deje que la escena
desaparezca de su mente y experimente las sensaciones de vitalidad de su
cuerpo.
(Nota: los ejercicios activos A-D también le ayudarán a sentir la cólera en
su cuerpo, pero si tiende a vocalizar, debe contenerse de hacerlo así durante el proceso. Puede emitir, sin embargo, sonidos que no tengan sentido
alguno. Respire siempre profundamente.)
EXPRESE su TRISTEZA
Algunas personas no sienten su vitalidad porque no han lamentado las
pérdidas. Para comprobar si esto se aplica en su caso, retroceda hasta su
infancia, a través de la adolescencia y su vida de persona adulta, y haga
una lista de las pérdidas que ha soportado en su vida. En ellas puede
incluirse a un amigo que se ha trasladado a otra parte, un animal de
compañía que murió, un romance fracasado, un despido del puesto de
trabajo, enterarse de que sus padres se divorciaban, haber perdido una
oportunidad de viajar o abandonado un trabajo para educar a los hijos.
Tome dos sillas; coloque una delante de usted y siéntese en la otra. Sitúe la
«pérdida» en la silla e imagine que está ahí. Empiece a hablar de la pérdida
y exprese con palabras sus sentimientos al respecto. Incluya todas las
cosas positivas que significó para usted, cómo se vio afectada su vida por
su ausencia, y cómo se sintió dolido por la desaparición. Exprese
cualquier cólera que pueda sentir y que no fuera expresada cuando la
sintió, o que sienta ahora por el hecho de la pérdida misma. Déjese llevar
por las lágrimas y lamente la pérdida. Una vez que haya terminado,
imagine que se encuentra en un cementerio y va a decir ahora las últimas
palabras de despedida. De la forma que elija, entierre a la persona o el
objeto. Imagínese todo el proceso. Por ejemplo, vea a la persona cuya
pérdida lamenta en el ataúd; vea cómo bajan el ataúd y lo cubren de tierra;
visualice las flores y el tiempo que hace. Luego, abandone la escena en su
imaginación.
Todas las cóleras del pasado y pérdidas no lamentadas le acompañarán a
cualquier relación. Cuanto más plenamente complete cualquier experiencia pasada, menos emoción inconsciente y arcaica brotará durante su
búsqueda e iniciación de una relación.
EJERCICIO 15F
Mi agenda vitalizadota
La tarea a realizar ahora consiste en preparar un plan para despertar sus
energías dormidas.
1. Revise su respuesta al número 2 del ejercicio 15A, en el que hizo una
lista de los ámbitos en los que sus energías se veían amortiguadas. Quizá
desee regresar también al ejercicio 10B, para recordar mensajes
específicos que se le transmitieron en cada ámbito. Consulte también el
número 3 del ejercicio 15A, en el que se le pidió que viera dónde se
hallaban desequilibradas sus energías de género y qué desea para
mantener una vida sexual satisfactoria. Una vez más, quizá desee
consultar el ejercicio 11 A, y el ejercicio 1 IB, en busca de datos concretos.
1. En lo alto de una hoja de papel en blanco, anote «Agenda de
vitalidad». Utilizando las fuentes anteriormente indicadas, haga
una lista de todas las formas que se le ocurran para
incrementar/estimular sus sentimientos de vitalidad en los
ámbitos en los que se ha visto privado. No puedo ofrecerle aquí
mucha guía específica, puesto que el programa que desarrolle será
muy individualizado y responderá a sus necesidades
idiosincrásicas. Tenga en cuenta, sin embargo, que si es usted un
minimizador, querrá hacer cosas para expandir su energía y sus
límites; si es un maximizador, debería procurar contener su
energía, manteniéndola en su cuerpo y experimentando profundamente las sensaciones. No se preocupe ahora si tiene los
nervios o los medios para hacer estas cosas. De momento, limítese
a anotarlas. Primero, en lo alto de la hoja de papel escriba: «Me
doy permiso a mí mismo para sentirme plenamente vivo haciendo
todas las cosas agradables y vitalizadoras que he anotado en esta
lista». Sea específico y detallado. No diga: «Haré más cosas que
me ayuden a pensar», o «Haré más ejercicio», o «Expresaré mi
cólera con mayor frecuencia».
He aquí algunos ejemplos específicos:
«Voy a matricularme en un curso básico de reparación de automóviles.»
«Voy a aprender a utilizar un ordenador.»
«Voy a unirme al equipo de voléibol de la empresa.»
«Me tomaré tiempo para ir a un museo o a un espectáculo dos veces al
mes.»
«Nunca lamenté haber tenido que abandonar la facultad de Medicina
cuando nació Max. Deseo hacer ese ejercicio para expresar mi tristeza.»
«Voy a conseguirme un gran cuenco de salvia y eucaliptus para mi
habitación.»
«Voy a hablar en el trabajo en contra del nuevo código en el vestir.»
«Voy a comprarme unos pantalones cortos de encaje de seda.»
«Voy a permitirme decirle a mi jefe lo enfadado que me siento por no
haber sido ascendido.»
«Voy a hablar en mi grupo de terapia acerca de...»
«Voy a imaginar una forma de equilibrar mi cuenta corriente.»
«La próxima vez que Alice y yo hagamos el amor, voy a decirle que
quiero que haga...»
«Este año me voy a asegurar de comprar cangrejos cuando llegue la
temporada.»
«Voy a realizar una larga excursión yo solo para ver las flores
silvestres.»
«Voy a planificar las cosas para preparar una cena para Marión el día
de su cumpleaños.»
«Voy a hacer cada día el ejercicio de la risa con el vientre; quizá
intente hacerlo con Andy/Susan.»
«Voy a realizar el ejercicio de expresar mi cólera en relación con...»
«Voy a gritar fuerte cuando tenga ganas de hacerlo.»
«Voy a cantar en voz alta.»
«Voy a hacer la terapia de movimientos durante el fin de semana.»
3. Califique todas las afirmaciones que haya incluido en su lista según lo
fácil que le resulten; la más fácil de todas debe ser la primera.
4. Empiece a practicar el comportamiento número 1 de su lista. Hágalo
con tanta frecuencia como le sea posible o práctico. Es natural que se sienta temeroso, ansioso e incómodo al principio. Algunas tareas le serán
difíciles, como pedir lo que desea sexualmente, o abordar al jefe. Otras le
supondrán una gran cantidad de planificación y un esfuerzo adicional,
como ofrecer una cena a los amigos o aprender a utilizar un ordenador.
Pruebe e insista a pesar de la incomodidad que sienta; cuanto más lo
practique, tanto más natural le parecerá. Utilice el ejercicio del puerto
seguro (página 300) cuando se sienta encallado. Visualice a una persona
imaginaria representando el nuevo comportamiento. Cuando la imagen
sea clara y le resulte cómoda, ocupe usted el lugar de esa persona
imaginaria. Véase a sí mismo haciéndolo. Continúe su viaje y vea qué
tienen que decir el animal junto a la corriente y el sabio en el claro del
bosque.
5. Siga practicando este comportamiento durante todo el tiempo que sea
necesario para sentirse cómodo con él, y para tener la sensación de que
forma parte integral de usted. Luego, pase al siguiente comportamiento
más difícil, el número 2 de la lista, y continúe del mismo modo.
6. Recuerde solicitar la ayuda y el apoyo de los amigos y amantes siempre
que le sea posible.
EJERCICIO 15G
Apropiarse
cambiarlos
de
los
comportamientos
negativos
y
En este ejercicio, vamos a tomar los rasgos negativos que ha identificado
en el ejercicio 15A, para convertirlos en comportamientos positivos que
pueda usted practicar.
1. Divida una hoja de papel en blanco en tres columnas verticales. Etiquete la columna de la izquierda como «Rasgos negativos»; la columna
central como «Rasgos positivos», y la columna de la derecha como «Comportamientos positivos». En la columna de la izquierda haga una lista de
todos los rasgos negativos tomados del ejercicio 15A, número 4, página
300. En la columna puede decir, por ejemplo: «tacañería», «altivez»,
«cinismo», «terquedad».
Regrese ahora al número 1 del mismo ejercicio, página 299 y vea su desafío de crecimiento. ¿Hay aquí algunos comportamientos negativos que
no hayan sido anotados antes? Por ejemplo, si es usted un controlador, su
desafío de crecimiento sugiere que quizá sea «rígido» e «insensible».
Añada entonces estos rasgos.
2. Pregúntese ahora cuál podría ser el rasgo positivo opuesto a cada uno de
los rasgos, y anótelo en la columna del centro. Los rasgos anteriores
pueden transformarse así en «generosidad», «calidez», «fe en los demás»,
«mentalidad abierta», «flexibilidad» y «sensibilidad».
3. En la tercera columna incluya los comportamientos que pueda probar y
que demuestren en acción esos mismos rasgos positivos. Pruebe a pensar
en varios comportamientos para cada rasgo negativo. Por ejemplo, para
«generosidad» puede incluir en la lista: «Daré dinero a los mendigos que
me encuentre por la calle», «Apartaré tanto dinero al mes para obras de
cari-dad»,«Reservaré más dinero para regalos de Navidad, y no utilizaré la
excusa de que no tengo dinero para no hacer regalos», «Le regalaré a
Elinor el broche de plata que tanto le gusta», «Seré más tolerante con los
despilfarres de Jane». Al lado de «calidez» puede incluir en la lista:
«Saludaré a la gente que encuentre por la mañana en la parada del
autobús», «Hablaré con la camarera de la cafetería», «Almorzaré dos
veces a la semana en la cafetería de la facultad, en lugar de hacerlo en mi
despacho», «Participaré en el grupo de discusión literaria de la biblioteca
los jueves por la noche», «Llamaré a un amigo por lo menos una vez a la
semana, aunque sólo sea para charlar», «Hablaré con mi amigo Jake
acerca de lo que nos sucedió a mí y a Vera el pasado verano», «Me
ofreceré voluntario para realizar trabajos con los boy scouts», «Le diré a
mi hermana Anne lo mucho que la quiero».
4. Califique ahora todos los comportamientos nuevos, de acuerdo con lo
difíciles que le resulten; el comportamiento más fácil debería ser el
número 1.
5. Empiece a practicar el comportamiento número 1 de su lista. Hágalo
con tanta frecuencia como le sea posible o práctico. Es natural que se
sienta temeroso, ansioso e incómodo al principio. Procure seguir
practicándolo a pesar de la incomodidad que le produzca; cuanto más lo
practique, más natural le parecerá. Utilice el ejercicio del puerto seguro
cuando note que se queda encallado. Visualice a una persona imaginaria
realizando ese nuevo comportamiento. Una vez que la imagen sea clara y
le resulte cómoda, sitúese usted mismo en lugar de esa persona
imaginaria. Véase a sí mismo realizando ese comportamiento. Continúe
con su viaje y vea qué tienen que decir el animal junto a la corriente y el
sabio del claro del bosque.
6. Siga practicando este comportamiento durante tanto tiempo como le sea
necesario para sentirse cómodo haciéndolo, y para sentir que ha pasado a
formar parte integral de sí mismo. Después, pase al siguiente comportamiento, el número 2 de la lista, y así sucesivamente.
7. Recuerde que cuanto más consiga hacer participar a los demás, especialmente a las personas íntimas, tanto más rápido y profundo será el
cambio. Muéstrese abierto a la retroinformación procedente de los demás,
e incluso estimúlela. Al «confesar» y aceptar como parte de sí mismo
estos rasgos indeseables que, probablemente, su confidente conoce de
todos modos, y al darse cuenta de que al otro le preocupa lo que le atañe a
usted, llegará a comprender que puede ser usted mismo, incluidas las
verrugas, y ser querido por los demás a pesar de todo. Experimentará
entonces menos tendencia a distanciarse de estos rasgos y proyectarlos
sobre sus amigos, familia y pareja, lo que no es sino una fuente de
conflicto.
EJERCICIO 15H
El arte del diálogo intencional
El diálogo nos separa de otras especies, que se hallan encerradas en pautas
inconmovibles de estímulo/respuesta del cerebro antiguo ante el peligro y
el conflicto. Se trata de una habilidad crucial de relación con los demás.
Sin ella no podría relacionarse con la realidad interna de otra persona; sólo
se relacionaría con su versión de la misma, es decir, se relacionaría
consigo mismo. Sin diálogo, puede tener la seguridad de que se
producirán distorsiones y se generarán conflictos. Con diálogo se puede
afrontar y resolver cualquier problema. A menudo, cuando el diálogo se
utiliza bien, el problema o la cuestión se disuelven en ese mismo proceso.
El diálogo es también un proceso de crecimiento. Se trata del proceso de
suspender transitoriamente la propia conciencia y permitir que la realidad
de la mente de otra persona entre en la suya sin evaluarla. Esta extensión
de su mente, mediante la que incluye la subjetividad del otro, le abre a
nueva información que es esencial para su propio crecimiento. Si quiere
relacionarse con éxito con cualquier persona, o evolucionar
personalmente, el diálogo es esencial. Puesto que exige una respuesta
intencional, antes que reactiva, ante la comunicación de la otra persona,
creo que es transinstintiva, y por tanto no defensiva. Eso es lo que hace
que sea tan difícil.
El diálogo intencional, por tanto, es, simplemente, comunicación consciente, es decir, una comunicación que clarifica, confirma y desarrolla el
aprecio, el respeto por el otro, y la aceptación de los mundos internos de
los demás. Se compone de tres partes: reflejo, convalidación y empatía. A
continuación se indica una demostración. Recuerde que, en la mayoría de
los casos, no dispondrá de una pareja consciente con la que practicar estas
habilidades (aunque le animo a solicitar la ayuda de un amigo o pareja
para aprender a practicar este proceso). Pero también puede practicar por
su propia cuenta, reflejando o convalidando lo que se le ha dicho, tanto si
la persona con la que habla es consciente de lo que está haciendo, como si
no.
1. Reflejar. Reflejar es un proceso reflexivo que reasegura al otro que
hemos escuchado el verdadero contenido del mensaje que nos ha enviado.
Una metáfora útil es la de imaginarse a sí mismo como un espejo plano, ni
convexo ni cóncavo. El primero refleja una imagen exacta, mientras que
los otros dos la distorsionan. La comunicación distorsionada es
interpretación, antes que reflejo. Puesto que una interpretación es aquello
que usted comprende o lo que piensa, antes que lo que ha querido decir el
otro, a menudo tiene como resultado el conflicto y el juicio de valor.
Así es como se produce el reflejo:
Emisor: «Creía que teníamos una cita para el viernes por la noche, pero no
apareciste ni me llamaste. Eso es algo que detesto. No sé qué pensar. ¿Se
te había olvidado? ¿Lo entendí yo mal? Me pone furioso que me dejen
plantado. Me siento abandonado, y no me gusta.».
Respuesta refleja: «Si te ha escuchado con exactitud, creíste que teníamos
una cita el viernes y cuando no te llamé ni acudí, te sentiste confusa acerca
de nuestros planes y te sentiste abandonada y enfadada».
El emisor evalúa entonces la exactitud de la comunicación y responde:
«Sí, así es; también me sentí confusa, y detesto que me dejen plantada».
(La persona emisora tiene que estar segura de que toda la comunicación ha
sido escuchada con exactitud por el otro. El proceso del reflejo debería
repetirse hasta que el emisor admite que es plenamente correcto.)
Respuesta no refleja: (con tono crítico) «Siempre te enfadas por pequeñas
cosas. Y siempre andas echándome la culpa a mí». O bien (a la defensiva,
negándolo): «¿Qué quieres decir? No teníamos ninguna cita», o bien con
una actitud racionalizadora y explicativa: «Sí, está bien, tuve que trabajar
hasta muy tarde, de modo que cuando terminé me marché a casa. De todos
modos, no creía que hubiéramos acordado una cita definitiva». O con una
actitud distorsionadora: «Pues lo entendiste todo mal (distorsiona usted la
realidad). No sé cómo se te ocurrió pensar eso (estás loco)». Todos estos
comentarios devalúan la experiencia de la otra persona, y comunican
indirectamente que el otro está equivocado.
2. Convalidación. La convalidación es el reconocimiento de que la experiencia interna de la persona con la que está hablando tiene sentido desde
la perspectiva del otro, de que lo que dice es «cierto» para el otro y tiene su
propia lógica. Convalidar a otra persona significa que se coloca usted en
su lugar, por detrás de sus ojos, por decirlo así, y contempla la situación
desde el punto de vista del otro. Se trata, esencialmente, de un acto de
autotras-cendencia. Así es como funcionaría la convalidación en la
conversación antes indicada:
Convalidador: «Bueno, comprendo lo que estás diciendo. Desde tu punto
de vista, teníamos una cita y yo no aparecí ni llamé. Comprendo por qué te
sentiste confusa y enfadada. Eso tiene sentido».
Una respuesta que invalida (después de haber ofrecido una respuesta refleja), sería: «No comprendo por qué te sientes tan enfadada» (no tienes
derecho a tus propios sentimientos; no son válidos). O bien: «Siempre lo
conviertes todo en una montaña» (eres una histérica; devaluación del
otro).
La convalidación no significa que esté usted de acuerdo con la otra persona. No tiene que rendir su propia experiencia o punto de vista. Quiere
decir, simplemente, que reconoce y acepta que la otra persona también ha
tenido una experiencia y que su punto de vista, aunque sea diferente al de
usted, también tiene validez. Recuerde que los otros no son usted.
Mientras no haya aprendido esto, no podrá relacionarse con los demás;
sólo podrá hacerlo consigo mismo. El proceso del diálogo establece el
hecho de la existencia del otro y crea igualdad en la relación.
3. Empatía. Hay diferentes niveles de empatía. La empatía de primer nivel
consiste en comunicar a la otra persona que usted escucha y comprende
sus emociones, y que éstas tienen sentido. La empatía de segundo nivel
consiste en comunicar que usted escucha los sentimientos del otro, que
esos sentimientos tienen sentido y que experimenta usted esas emociones
dentro de sí mismo. Este segundo nivel exige una trascendencia del sí
mismo que a la mayoría de nosotros nos resulta difícil. Le recomiendo que
se esfuerce por alcanzar el primer nivel de empatía para empezar; eso ya
es lo bastante difícil. Una vez que haya dominado el primero, puede
intentar el segundo nivel. Se trata de un proceso curativo más profundo.
Así es como funciona:
El que muestra empatía: «Comprendo lo que estás diciendo e imagino que
el hecho de que yo no te llamara o acudiera hizo que te sintieras abandonada y enfadada».
La respuesta no empática, en la que habitualmente no hay reconocimiento
o sentimientos o, en el caso de que sean reconocidos, se los devalúa, sería:
«No comprendo por qué razón ibas a sentirte abandonada simplemente
por no haber recibido una llamada telefónica, o por qué ibas a enfadarte
por eso (tus sentimientos no son racionales o justificables). Yo, en tu
lugar, me habría limitado a hacer lo que tuviera que hacer (la forma en la
que yo respondo es la única correcta)».
4. Conjuntarlo todo. Estos tres procesos, el reflejo, la convalidación y la
empatía, se suman para configurar una respuesta completa: «Si te he
escuchado correctamente, tuviste la impresión de que teníamos una cita el
viernes, y cuando yo no te llamé ni aparecí te sentiste confundida,
abandonada y enfadada. ¿Lo he comprendido correctamente? Bueno,
teniendo en cuenta tu visión de la situación, comprendo por qué te sentiste
confundida y enfadada. Eso tiene sentido y entiendo que te sintieras
enojada y abandonada (y, con una empatía de nivel profundo), y percibo
lo asustada y furiosa que debes de sentirte ahora. Es un sentimiento
horrible».
Puede usted practicar este tipo de respuesta con alguien, tanto si el otro es
consciente de lo que está haciendo como si no. Una vez que haya terminado el tercer paso, el de la empatía, puede comunicar su respuesta al
mensaje original que se le ha enviado. Entonces, si el emisor está
familiarizado con el proceso de diálogo, se convierte en la parte receptora
de la comunicación y responde aplicando los tres procesos. El diálogo
continúa, alternándose uno y otro, hasta que el tema queda resuelto. Le
sugiero que pruebe usted esta técnica en una variedad de contextos.
Si su experiencia se corresponde con la de otros a quienes he enseñado
este proceso, se estará quejando a estas alturas de lo lento y difícil que es
de aplicar. Su frustración es válida. Es difícil y hace la conversación más
lenta. Tiene sentido que usted no desee practicarlo. Pero, créame, este
proceso tedioso es mucho más rápido que el tiempo que empleamos la
mayoría de nosotros para abrirnos paso por entre los fallos de nuestras
comunicaciones distorsionadas, y elimina el dolor ocasionado por las
malas interpretaciones, las incomprensiones y los juicios. Con la práctica,
el diálogo intencional se convierte en algo habitual y se deja de percibir
como algo afectado. Pronto se acostumbrará a él y experimentará tanto su
eficiencia como la intimidad que crea. Después de todo, tratar a los demás
de este modo no es más que una forma de comportarse decentemente.
Le sugiero que practique el diálogo intencional a cada oportunidad que le
parezca apropiada, especialmente en aquellas situaciones en las que haya
conflicto, confusión, frustración o cólera.
EJERCICIO 151
Contener las proyecciones
Proyectar supone asignar a otra persona un aspecto negativo negado de sí
mismo, para luego responder a esa persona como si ese rasgo perteneciera
al otro. Por ejemplo, si está enfadado o es tacaño, pero el concepto que
tiene usted de sí mismo no incluye el estar enfadado o ser tacaño, verá la
cólera y la tacañería en los demás, y habitualmente se relacionará con ellas
críticamente, como si fuera el otro el que poseyera esa característica. Es
como ver una película. Tiene la impresión de que las imágenes las ve en
una pantalla, pero en realidad están dentro de usted, el proyector.
Naturalmente, la proyección es un proceso inconsciente, de modo que no
se da cuenta de lo que está haciendo. Por lo que a usted se refiere, sus
críticas y el culpabilizar al otro no son más que percepciones.
En las relaciones entre las personas, las proyecciones son las culpables en
muchos conflictos. Afrontarlas constituye un verdadero desafío, ya que
son engañosas. El hecho es que, en la mayoría de las ocasiones, cuando alguien proyecta sus rasgos negados sobre usted, posee usted efectivamente
ese rasgo, aunque quizá no en la misma medida de intensidad con la que lo
ve el proyector, que se corresponde con el mismo grado de intensidad en
que él posee ese rasgo negativo. En este caso, desaparece la metáfora del
proyector, ya que la imagen del proyector también está sobre la pantalla.
Pero, puesto que esos rasgos son inaceptables para usted, por esa misma
razón son también inaceptables para la otra persona, de modo que usted
los niega y suele responder con un rechazo o una contraacusación.
Y ese es precisamente el núcleo del problema. La forma de responder
usted a la proyección confirma al proyector que es cierta: ofrece usted
pruebas de ser lo que el otro afirma. Es natural enfadarse cuando alguien
le acusa de estar enojado o de mostrarse retraído si le acusa de ser así. En
este caso, la proyección se vea atraída por una percepción válida.
En otras ocasiones, la metáfora del proyector es exacta. La imagen está
sólo en el proyector y se ve atraída por algo que hay en usted y que es
percibido incorrectamente. Fruncir el ceño, por ejemplo, puede significar
que está usted pensando, pero el otro puede percibirlo como una expresión
de enojo. La interpretación, sin embargo, despierta enojo en usted, algo
que no estaba ahí cuando fue acusado de ello. Al verse atacado, confirma
la proyección al comportarse de la forma de actuar de la que se le ha
acusado. A esta dinámica se le llama identificación proyectiva. Se
identifica usted con la proyección y se convierte en ella.
Hay dos formas de afrontar cualquiera de estas dos situaciones. Una es
típica, pero inefectiva; la otra es insólita, pero muy efectiva. La primera
consiste en negar la proyección y reasignarla al proyector: «¿Qué quieres
decir con eso de que soy tacaño? ¡Tú eres el tacaño!». La respuesta
efectiva, aunque la encontramos en raras ocasiones, consiste en contener
la proyección sin reflejarla de vuelta sobre la otra persona. Eso se hace a
través del diálogo intencional. En lugar de negar la acusación o de
identificarse con ella, la refleja, convalida la experiencia de la otra persona
y expresa empatia por sus sentimientos. Ni se muestra de acuerdo con ella
ni la rechaza. Al hacerlo así, la proyección no se ve confirmada; no queda
entonces nada a lo que agarrarse y no se puede mantener. Finalmente, si
continúa usted conteniendo y aceptando la proyección, no hay pantalla
sobre la que desplegarla. Al no corroborar la proyección del otro, eso la
invalida y la otra persona se ve obligada a abandonarla, reexaminarla o
retirarla. Así pues, la energía se diluye.
He aquí la forma que puede tener esta clase de comunicación:
Ejemplo 1:
Emisor: «Me siento muy sola. Tú no estás para mí. No quieres estar conmigo. No me escuchas. Creo que pretendes que yo no me sienta cuidada».
Receptor (reflejando): «Eso quiere decir que en estos momentos te sientes
sola, como si yo no estuviera aquí para ti, y como si no te escuchara. Y
piensas que no te cuido y que no quiero que te sientas cuidada.
(Convalidando): »Comprendo cómo debes de sentirse. Y lo comprendo
porque me doy cuenta de que a veces no te escucho con toda mi atención o
no actúo contigo con una actitud cariñosa.
(Mostrando empatia): »Imagino que eso hará que te sientas terriblemente
mal. Debes de sentirse enfadada y temerosa.»
Emisor: «¿Por qué te enojas siempre conmigo? Puedo verlo en esa expresión de tu cara. Parece como si no te gustara estar conmigo. No sé qué
he podido hacer para merecer tu enfado.»
Receptor (reflejando): «Si te he escuchado correctamente, me estás diciendo que siempre parezco enfadado contigo, que no me gustas y que eso
es algo que no te mereces. ¿Es así?
(Convalidando): »Bueno, te he escuchado con claridad y, teniendo en
cuenta el hecho de que me enojo ante lo que no me parece tener
importancia, comprendo que digas ahora que no te lo mereces.
(Mostrando empatia): »Y supongo que debes de sentirte realmente enojada».
He aquí lo que sucedería si el receptor se identificara con la proyección y
no fuera capaz de contenerla: «¿Qué quieres decir con eso de que siempre
estoy enfadado (grito con cólera)? Siempre haces lo mismo (globalizar al
emisor para quitarle poder). Ni siquiera puedo mirarte sin que pienses que
estoy enfadado. Eres tú la que está enfadada (proyectando la cólera
despertada de nuevo hacia el emisor)».
Como puede ver, la respuesta de contener la proyección del otro, sin criticarlo, retirarse o enojarse, es en sí misma una demostración de que el
otro le importa, y de que está usted en efecto presente y disponible. Al
contener la proyección a través del diálogo y no ponerse a la defensiva ni
contraatacar, la energía de la proyección se disipa con el tiempo y permite
al otro retirar la acusación y contemplar la posibilidad de que la cólera
proceda de sí mismo. Si se defiende usted, la proyección permanecerá
como pegada, y el emisor podrá seguir mostrándose como alguien que no
acepta el papel que juega en la creación del problema. Pruebe a practicar
esto la próxima vez que alguien se enoje con usted. Se asombrará al
comprobar lo constructivo que puede ser este proceso.
EJERCICIO 15)
Peticiones de cambio de comportamiento
La crítica es la reacción más común a la frustración en una relación y es
también la más destructiva, en un intento perverso y contraproducente de
satisfacer las propias necesidades o de corregir una situación incómoda.
La falsa premisa de la que parte es que si infligimos dolor a otra persona,
podemos conseguir que el otro alivie nuestro propio dolor, lamente el
daño que ha causado o bien obligarlo a concedernos el placer o la atención
que nos niega. La crítica es el grito congelado de la infancia, expresado
ahora con palabras; no funciona, pero nuestro embotado cerebro antiguo
persiste en utilizarla.
Hay una alternativa a la crítica que es muy simple y efectiva, y que se
aprende con facilidad. Puesto que cada crítica es un deseo expresado con
energía negativa, la estrategia más efectiva consiste en identificar el deseo
y expresarlo directamente, para luego concretar el deseo describiendo el
comportamiento que quiere que sustituya al que está recibiendo.
El ejemplo que se indica a continuación ilustra la distinción entre frustraciones, críticas y deseos, y describe una forma efectiva de responder a
las frustraciones que experimentan los demás con usted. También sugiere
cómo reestructurar sus críticas positivamente cuando se siente frustrado.
Una vez más, eso supone, esencialmente, utilizar el proceso del diálogo
intencional en aquellos contextos en que se desea un cambio en respuesta
a la frustración, la cólera y la crítica. Tanto si la otra persona es consciente
del proceso como si no, lo que conseguirá usted será reducir la intensidad
de las emociones, mientras que el otro aprenderá de la forma en que usted
lo utilice con él.
El ejemplo que sigue expresa una frustración típica. Se ha descompuesto
en el sentimiento conectado con la frustración, el temor que hay por detrás
de ésta y la forma crítica que suele adoptar, el deseo incluido en ella y el
cambio de comportamiento deseado.
Frustración: «No me llamaste para decirme que ibas a llegar tarde. Me
siento frustrada porque estaba preparada para salir a las siete y ahora
vamos a llegar tarde al teatro. Me fastidia mucho llegar tarde y tener que
molestar a todo el mundo para sentarnos en nuestras butacas».
Sentimiento: Enojo y fastidio.
Temor: Abandono por parte del otro; sentirse avergonzada delante de los
demás.
Crítica: «Siempre llegas tarde. No muestras ninguna consideración hacia
mis sentimientos. Estás tan enfrascado en tu trabajo que yo no importo.
No puedo contar contigo».
Deseo: «Necesito poder contar contigo y que hagas lo que dices que vas a
hacer».
Cambio deseado del comportamiento: «En el futuro, cuando veas que vas
a llegar tarde, te ruego que me llames treinta minutos antes, de modo que
pueda hacer planes alternativos. Quizá podría haberme reunido contigo en
el teatro».
La anterior afirmación de frustración es una comunicación inefectiva.
Veamos un ejemplo de frustración convertida en una comunicación
efectiva: «Cuando llegas tarde me siento enojada porque temo que te haya
ocurrido algo o que no quieras estar conmigo, y me fastidia la idea de
llegar tarde al teatro. Necesito poder contar contigo. En el futuro, cuando
veas que vas a llegar tarde, te ruego que me llames por lo menos treinta
minutos antes para decirme cuándo llegarás, de modo que podamos
establecer planes alternativos».
Observe que se afirma el comportamiento (llegar tarde), seguido por el
sentimiento (enfado) y el temor (algo ha ocurrido o no quieres estar
conmigo, y el fastidio anticipado ante la situación). A continuación se
expresa el deseo y el comportamiento deseado.
Una respuesta efectiva a esta comunicación puede ser la siguiente: «Si te
he escuchado correctamente, cuando llego tarde te preocupas que no vaya
a venir o que, si lo hago, llegaremos tarde al teatro y te sentirás fastidiada.
De modo que cuando vaya a llegar tarde, quieres que te llame treinta
minutos antes de nuestra cita para confirmarte que estaré allí y para hacer
planes alternativos. ¿Te he comprendido correctamente?».
Emisor: «Sí, así es. Gracias por escucharme».
Respuesta de convalidación: «Bueno, comprendo tu punto de vista y para
mí tiene sentido que quieras que llegue a tiempo o que puedas reestructurar las cosas cuando vaya a llegar tarde».
Respuesta con empatia: «Y supongo que cuando no lo hago así te enfadas
y te asustas y, en este caso, te sientes amenazada por el fastidio. Percibo lo
terrible que debe de ser eso para ti».
El proceso de cambio de comportamiento funciona en dos sentidos.
Cuando usted se siente frustrado con alguien, le sugiero que se olvide por
completo de la crítica. En lugar de eso, identifique su frustración y
comuníquela, junto con el deseo que conlleva, seguido por la petición para
que el otro le muestre la actitud que usted desea. Una vez que sea eficiente
haciendo esto, puede omitir la comunicación de la frustración. Limítese
entonces a describir el comportamiento frustrante, afirme su deseo y luego
afirme su petición de cambio de actitud. Le asombrará lo eficiente de este
proceso y sus amigos y amantes se sentirán más seguros con usted.
Por otro lado, cuando alguien se sienta frustrado con usted y/o lo critique,
en lugar de reaccionar con una contrafrustración o una contracrítica, como
todos solemos hacer, responda mediante el reflejo, la convalidación y la
demostración de empatia. Este proceder obra maravillas para desintoxicar
la situación. Luego, pídale al otro que afirme su deseo y el comportamiento que quiere. Eso puede hacerse de la siguiente manera:
Respuesta de reflejo: «De modo que me dices que te sientes frustrado
cuando yo _________________________________ (describa el
comportamiento que frustra al otro)».
Respuesta de convalidación: «Eso tiene sentido para mí. Comprendo que
te sientas frustrada con eso».
Respuesta con empatia: «Y puedo imaginar que te sientes______ ».
Petición del deseo anhelado: «¿Estarías dispuesto a decirme qué es lo que
deseas realmente, en lugar de lo que hice?».
Petición del comportamiento deseado: «Está bien. Comprendo lo que
deseas. Ahora, ¿quiere decirme qué es lo que deseas que haga?». (Pídale a
su pareja/amigo/colaborador/hijo que sea específico y positivo, y que
cuantifique el cuánto, el cuándo y el dónde. Eso le ayudará a desarrollar
una respuesta objetivo que satisfará con exactitud la necesidad del otro.)
Si experimenta con este proceso en sus relaciones actuales, ya sean íntimas o de otro tipo, habrá avanzado mucho para dominar una habilidad
esencial que logre que sus relaciones futuras funcionen correctamente. Le
aseguro que, sin esa habilidad, sus nuevas relaciones no serán más que un
reflejo de las antiguas.
Una última nota: en mi estudio de las críticas de las parejas, he descubierto
que una frustración o crítica no sólo contiene un deseo; también contiene
una descripción exacta de un rasgo negado del sí mismo, o de un aspecto
del sí mismo perdido. En otras palabras, cuando otros se sienten frustrados
con nosotros o nos critican, nos están hablando de una parte de nosotros
mismos que no deseamos reconocer. El principal indicador de la exactitud
de la conjunción de una critica y una parte que no reconocemos como de
nosotros mismos, es el grado de respuesta emocional negativa que ofrece
ante esa crítica. También he descubierto que su juicio con respecto a los
otros, y especialmente si lleva una carga emocional, suele ser una proyección de los rasgos del sí mismo negado que hay en usted, es decir, en
quien emite la crítica. En consecuencia, las opiniones que le dirijan los demás y las que usted les dirija a ellos contienen una valiosa información
que, si la escucha y altera en consonancia a su comportamiento, le
facilitarán el progreso hacia la totalidad. Quizá desee hacer una lista de
críticas, las que hace a los demás y las que ellos le dirigen a usted, para
compararlas con los rasgos de su sí mismo negado (ejercicio 10C, página
199), y de su sí mismo perdido (ejercicio 10B, página 197). Cuando
cambia su comportamiento en respuesta a las peticiones de los demás,
empieza a cambiar aspectos ocultos de su carácter.
Ahora que ya ha hecho todo este duro trabajo, le presentaré el premio que
puede conseguir en sus relaciones futuras cuando sea eficiente en todas
estas habilidades: el verdadero amor.
Notas
1. Un libro de ensueño que recomiendo es Night and Day: Use the Power
of Your Dreams to Transform Your Life, de Jack Maguire, Fireside Books,
Nueva York, 1989.
16. Verdadero amor: el paraíso recuperado
Sin embargo, hay algunos que, mediante los pasos adecuados, aspiran a
poner sus justas manos sobre esa llave dorada que abre el palacio de la
eternidad.
JOHN MILTON
Tras haber viajado desde el amor romántico a través del laberinto de la
autoconfrontación y recorrido el terreno caracteriológico que se tiene que
reestructurar, hemos llegado al núcleo de la cuestión: el verdadero amor.
A lo largo de los capítulos precedentes, me he referido a este sentimiento
sin llegar a definirlo, pero nos encontramos ahora en posición de
contemplar el premio que nos espera al final del camino. Deseo describir
sus características principales, de modo que pueda usted saber lo que les
espera si así lo eligen.
En cierto modo, hemos cerrado el círculo. Pero no nos encontramos, sin
embargo, en el mismo lugar donde empezamos. El paraíso recuperado es,
simultáneamente, la misma realidad y no obstante diferente al paraíso
perdido en la lucha por el poder. Así pues, lo que veremos ahora es tanto
familiar como nuevo, pues mientras que el verdadero amor refleja el
ambiente del amor romántico, sus cualidades, tonos y sensaciones, existe
una profunda diferencia. La sustancia ha sustituido a lo fofo, la superficie
ha dado paso a la profundidad y la transición se ha visto sustituida por la
estabilidad.
El amor romántico llega con relativa facilidad, pero es efímero, y sólo se
trata del regalo de la naturaleza, que nos hace el inconsciente, para
atraernos a realizar el viaje hacia nuestro pleno potencial. Es un estado
creado por las fuerzas profundas de la psique. El verdadero amor, sin
embargo, es un logro de la conciencia y de la intencionalidad, una forma
de ser, un premio duramente ganado que sólo se concede a los que
perseveran. El proceso para transformar el amor romántico en verdadero
amor se puede comparar con el viaje de un niño que ha heredado una gran
riqueza y que la malgasta tontamente. Para regresar al hogar y recuperar lo
que es su derecho de nacimiento, tiene que ensuciarse las manos en el
mundo del trabajo, aprender su oficio, desarrollar disciplina, evitar la
grasa que se adquiere con la opulencia y desprenderse de la ilusión de
tener ese derecho sin esfuerzo alguno. Sólo entonces, con las recién
adquiridas habilidades y su potencial inherente bien desarrollado, puede
mantener su riqueza y disfrutar de los frutos de su propio trabajo.
El amor romántico es la visión previa de lo posible. Sólo es una ilusión en
la medida en que es inestable; dada la persona que es usted ahora, no
puede conservarlo. La naturaleza sabe que tiene que atraernos hacia el
éxtasis, hacia el romance, hacia las puertas de la transformación. Pero la
naturaleza no nos deja con los sedimentos de la desilusión, del romance
fracasado, ni tiene interés alguno en causarnos dolor y sufrimiento. Esas
cosas no son más que productos secundarios del viaje. La euforia del amor
romántico, el sentido de la totalidad, los sentimientos de conexión y
comunión, pueden convertirse en elementos constantes de su relación;
tales cualidades constituyen el tono prevaleciente del verdadero amor.
Pero sólo pueden alcanzarse al llegar al otro lado del valle del conflicto y
el temor.
El conflicto, endémico de todas las relaciones íntimas, es la sopa
alquímica que transforma la emoción y el instinto en bruto en oro puro. Es
la química del crecimiento, condición previa para entrar en el paraíso del
verdadero amor. Tienen que producirse cambios profundos, pero entre
ellos no se incluye el convertirse en otra persona, porque, en realidad,
usted ya no es usted mismo. Hace años que sacrificó su sí mismo en el
altar del temor. Ahora tiene que hacer otro sacrificio, pero esta vez en el
altar del amor. Tiene que desprenderse de su temor a ser usted mismo y
sacrificar el sí mismo falso que se construyó para sustituir a su auténtico sí
mismo. Si continúa hasta el final del viaje, redescubrirá al extraño que hay
en usted mismo y entablará amistad con él, convirtiéndose de ese modo en
un ser entero.
Lo mismo que sucede con el amor romántico, se supone que la lucha por el
poder tiene que acabar. ¿Qué obtiene una vez que ha hecho sus deberes?
Aquellos que pasan a través de la lucha por el poder surgen de ella con el
trofeo del verdadero amor, de una amistad apasionada. La pasión, esa
química que hace que el romanticismo entusiasme tanto, es la
característica más notable del verdadero amor. A esa pasión, los griegos la
llamaban eros. Se refiere a nuestra fuerza vital, a una energía pulsante que,
bajo condiciones de seguridad, no viéndose perturbada por el temor, se
experimenta como una sensación de estar «plenamente vivos». Liberado
de su prisión, que lo encierra tras los muros de las rígidas defensas del
carácter, y del temor que mantiene la necesidad de erigir esos muros, el
eros recorre los canales del sí mismo herido, curando los lugares heridos,
restaurado el cuerpo de manera que disponga de su plena capacidad para
la experiencia sensata, suavizando los músculos, enriqueciendo los
sentimientos y estimulando la creatividad del pensamiento y la acción. La
experiencia no es de éxtasis, aunque hay muchos momentos extasiados,
sino que se trata más bien de una inmensa sensación de bienestar, de un
«gozo relajado», otro don del verdadero amor. El mundo es entonces un
lugar mucho mejor en el que vivir. La búsqueda compulsiva de
significado, un anhelo que parece ser una compensación por la ausencia de
una vitalidad vibrante, se ve sustituida por una experiencia casi mística.
Recuerdo el comentario de Cari Jung, el gran psicoanalista que fundó la
psicología analítica y que, al preguntársele si creía en Dios, contestó: «No
es que crea, es que lo sé». O Santo Tomás de Aquino que, después de su
experiencia de iluminación mística, calificó de «paja» todos sus
voluminosos escritos anteriores sobre la naturaleza de Dios. Tal es la
certidumbre y el poder transformador de la transición del amor romántico
al verdadero amor. La experiencia vivida sustituye a la búsqueda pero, a
diferencia del conocimiento místico, que a menudo es efímero, el
verdadero amor perdura. Se halla construido sobre la roca del cambio de
carácter, que hace posible mantener la experiencia cuando llega la
tormenta. El temor es el enemigo del amor.
LA SEGURIDAD ES LO PRIMERO
El secreto para entrar en este paraíso terrenal es desprenderse del temor.
Pero no sólo tiene que hacerlo de su propio temor, sino que también tiene
que dejar de ser un objeto de temor para su pareja, y crear un ambiente de
seguridad. Para lograrlo, debe redirigir el eros, su fuerza vital, lejos de sí
mismo y de su autoconservación, hacia el bienestar emocional, físico y espiritual de la pareja. Este acto transinstintivo cambia el eros en ágape, una
preocupación incondicional por el otro que eleva el bienestar emocional y
espiritual de la pareja a una condición de absoluta prioridad, garantizando
así la seguridad del otro y, paradójicamente, también la propia. (Por lo visto, la seguridad es la precondición necesaria para una vida óptima en toda
la naturaleza.) En una relación, la seguridad significa el final de la crítica y
de todas las otras formas de abuso.
Aquí nos encontramos con una paradoja: el compromiso con la evolución
del otro miembro de la pareja hacia la totalidad agita la química de su
propia evolución. El atender inquebrantablemente las necesidades del
otro, el centrar la atención en la curación de sus heridas, el extenderse más
allá de los cómodos límites de su autoconcepto y de los modos en que está
acostumbrado a hacer las cosas, la activación de comportamientos que se
sienten como extraños para el sí mismo que se defiende, y el compartir los
pensamientos, sentimientos y deseos más íntimos, todo ello adaptado a las
necesidades del otro miembro de la pareja, agita la química de su propia
evolución. El regalo que nos hace esta paradoja es que, al dirigir el eros
hacia el otro, en lugar de contener la energía vital para sí mismo
(centrándose sólo en las propias necesidades y en la propia seguridad), se
recuperan partes de sí mismo que quedaron atrofiadas en la infancia. Es
una curación que tiene dos vías: usted se hace entero en el proceso de
curar a su pareja. Las necesidades enterradas desde hace tiempo, similares
a las que tiene que satisfacer en su pareja, afloran cuando colma los deseos
del otro. Se reintroduce así en las partes ocultas de sí mismo.
Pero mantener la calma en la vorágine del cambio que conllevan estos
actos transinstintivos, exige compromiso. Sin embargo, ningún viaje se
realiza si no se continúa hasta el final, si no se centra uno en la tarea a
realizar, si no se soporta el dolor y se mantiene el curso, a pesar de los
vientos cambiantes que nos azoten, evitando la tentación de saltar del
barco para desembarcar en la isla más cercana.
Lo que nos aporta otra llave para abrir las puertas del paraíso: la
autointegración. Tiene que dar la bienvenida a todos los aspectos de su sí
mismo perdido y restaurarlos en su lugar original, dentro de la casa del sí
mismo. No es una idea muy romántica o exótica y, ciertamente, tampoco
es nueva, pero nuestra resistencia a la misma se halla atrincherada en
nuestras instituciones. Malgastamos nuestra energía vital buscando fuera
de nosotros mismos aquello que anhelamos, al mismo tiempo que
mantenemos oculto para la conciencia nuestro sí mismo desaparecido,
mientras que nuestro conocimiento de la verdad se encuentra desvelado en
cada mitología, desde la búsqueda del grial hasta el conejo aterciopelado.
Aquello que necesitamos, y que buscamos, se encuentra dentro de todos
nosotros, pero su despertar exige de la atención de otro.
Lo nuevo es el concepto de que las partes que más necesitamos, el aplacamiento de nuestra sed de totalidad, se nos muestran inevitablemente
reflejadas por parte de una pareja comprometida, y que sólo podemos
recuperar esas partes satisfaciendo las necesidades reflejadas a su vez por
la pareja. Una vez reunidas todas las partes desaparecidas, podemos
vernos libres del conflicto, descansar de nuestra búsqueda y cesar en
nuestro anhelo. Arriesgar el sí mismo al servicio del otro supone salvar el
sí mismo.
NO HAY LAZOS QUE ATEN
No obstante, esto debe ser un regalo recíproco e incondicional para que los
dos miembros de la pareja se conviertan en amigos apasionados. Al inconsciente no le interesa el regateo. El amor incondicional por el otro
resulta ser la forma más elevada de autointerés y la llave para el bienestar
personal. Pero lo cierto es que si lo hace por alcanzar el resultado, el
paraíso le eludirá. Tiene que hacerlo porque debe hacerse, porque el otro
miembro de la pareja lo necesita. Sólo entonces se le abrirán las puertas
del paraíso.
El término ágape, que equiparo con el proceso de «extensión» para satisfacer las necesidades del otro, fue creado por los griegos para
diferenciar entre formas de amor. (Nosotros utilizamos adjetivos para
analizar el significado del amor.). Ágape se refiere al acto
autotransformador de cuidar absoluta e incondicionalmente del otro, de la
forma exacta en que el otro necesita que lo cuiden. Quiero elaborar un
poco más la fascinante etimología de ágape, ya que se trata de un
concepto tan ingenioso como instructivo.
Cuando recientemente regresé a mi estudio del griego para buscar los
orígenes del concepto de ágape, quedé asombrado al descubrir que la idea
parece que se originó durante el período de las guerras tribales griegas que
precedieron a la época dorada de Pericles. Por lo que he podido averiguar
tras consultar un diccionario etimológico, el concepto de ágape surgió en
una época en que los griegos meditaban acerca de la mejor forma de
acabar con los conflictos tribales. Al reflexionar sobre este dilema eterno
de cómo terminar la guerra, llegaron a la conclusión de que la lucha era
una función de la percepción del «otro», es decir, del «enemigo», como
una «no persona», o como alguien que no es humano. Tal percepción
justificaba el matar a hombres, violar a mujeres y apoderarse de ellas y de
sus hijos para convertirlos en esclavos, destruir sus pueblos e incendiar
sus campos. Un ejemplo clásico de destrucción racionalizada cuando se
deshumaniza al enemigo fue la venganza que Roma se tomó contra
Cartago. Después de saquear la ciudad, los romanos vertieron sal sobre la
tierra, para que nada pudiera volver a crecer. Hay paralelismos con la
reciente guerra contra Irak, y con las prácticas actuales de la tribu dani, un
pueblo caníbal de Irían Jayah, que visité hace unos pocos años. Al hablar a
través de intérpretes con los ancianos de una de las tribus guerreras,
supimos que se comían a sus enemigos para digerir su fortaleza, pero ese
ritual sólo era posible porque percibían a su enemigo como «no humano».
Pues bien, los generales griegos, tan filosóficamente orientados como lo
estaban hacia la guerra, desarrollaron la idea de que podían prevenir el
conflicto si reconceptuaban al enemigo como humano, es decir, «como
nosotros». Además, argumentaron que el «otro», que era el enemigo,
debía ser redefinido como «afín», lo que le convertía en «uno de
nosotros». Este concepto ampliado exigía que los privilegios de la
afinidad se extendieran también al enemigo. ¿Y cuáles eran esos
privilegios? La garantía de que no sería atacado sin razón. Su existencia
no sería considerada como una amenaza. Además, a los antiguos
enemigos, que ahora eran afines, se les debía permitir «cruzar nuestras
tierras» sin pagar por ello un «peaje». Y «mientras estén en nuestras
tierras, serán protegidos de nuestra agresión y de la de otros». A este
nuevo código de comportamiento internacional le dieron la palabra ágape,
que significaba por lo tanto una aceptación incondicional del otro que es
ahora «uno de nosotros», en un compromiso «sin ataduras» acerca de su
bienestar. Este parece ser el origen de la idea de «incondicionalidad» en la
concesión de un privilegio o la entrega de un regalo. Ágape no es un
regateo económico o un «acuerdo comercial» en la que una o las dos
partes compensan déficits en el intercambio de bienes. Se trata más bien
de un intercambio recíproco, en el que nadie sale ganando más que el otro.
A la relación resultante entre los griegos y sus antiguos enemigos se le
llamó philia, o cuidado y amor del otro como «amigo». Más tarde, a las
permutaciones del amor se añadió una palabra de origen latino, caritas. Se
trata de la extensión del cuidado y la amabilidad, así como del
compromiso con el bienestar de aquellos que «no son afines». A partir de
esta reconstrucción histórica de la comprensión griega (y romana) del
amor, la relación más práctica que se puede tener con otro es la de
ofrecerle un «ágape». Eso crea philia, o amistad perdurable. El resultado
es que el «otro» no te atacará; la garantía de seguridad del otro es la mejor
garantía para la propia seguridad.1
Observo el surgimiento de esta clase de amor cuando las parejas completan su trabajo. Al principio, el eros se mantiene o se dirige en forma de
cólera hacia el otro. Finalmente, ambos trascienden sus defensas, se
preocupan por el otro, demuestran empatia por las heridas del otro, y
participan activamente en comportamientos curativos. Esta
transformación del eros en ágape transforma su relación en philia,
convirtiéndolos así en amigos apasionados. Y esto último se transforma a
su vez en caritas, una preocupación por el mundo más amplio de los males
sociales.
Que los humanos hayamos tenido que aprender a lo largo de siglos que el
cuidado del otro redunda en nuestro mejor interés propio viene sugerido
por Helen Fisher en su maravilloso libro El contrato sexual.2 La autora
sugiere que los orígenes del amor se encuentran en una reconstrucción
imaginativa del descubrimiento del valor de «compartir» en los tiempos
prehistóricos. Nuestros antepasados prehumanos, que aprendieron a
compartir, sobrevivieron y florecieron, y transmitieron este conocimiento
práctico a su progenie. Pero hasta el aprendizaje de un compartir
elemental exigió una trascendencia momentánea del impulso de
supervivencia, del temor al otro, y la reestructuración del otro, que pasó a
ser considerado como aliado. La naturaleza seleccionó a quienes
«compartían» y les facilitó la supervivencia, pero el instinto de compartir
tiene que competir con otros muchos y muy poderosos existentes en el
código genético.3
Lo que obtengo del concepto griego de ágape y del libro de Fisher, es que
el amor es algo que se tiene que aprender; no se trata de un legado genético
de la raza. Nuestra energía, como parte y parcela del cosmos, es neutral.
Nos convertimos en altruistas o egoístas en respuesta a la calidad de
nuestra experiencia durante nuestro viaje de desarrollo y socialización. Si
nos vemos privados de nuestra esencia, nos revolvemos contra nosotros
mismos y contra los demás. Pero lo que estamos aprendiendo, lo que
siempre han reconocido la religión, la filosofía y la mitología, es que el
egoísmo obsesivo es un destructor del sí mismo. El cuidado de los demás
sirve a nuestra propia directriz de supervivencia.4 Cuando en el proceso de
desarrollo pasamos del desarrollo del ego al interés por los demás, ese
interés redunda en servicio a la directriz de la propia supervivencia. Si
sobrevivimos a ese paso sin heridas y sin temor, nuestro interés natural por
los otros surge como altruista; pero si no lo hacemos así, nuestro interés
por los demás viene motivado por el dolor y el temor, y nos comportamos
en consecuencia.
En mi trabajo con las parejas, observo que la historia griega de los orígenes de ágape es eminentemente aplicable a las relaciones amorosas
íntimas. Cuando se desvanece la ilusión romántica, el otro miembro de la
pareja se convierte en un extraño y puede llegar a asumir el papel del
enemigo. ¡Pregunte si no a cualquier pareja que se halle enfrascada en
pleno conflicto! El verdadero amor es tanto un proceso como un objetivo.
Nace en medio de la batalla, cuando uno de los dos miembros de la pareja
decide considerar la importancia del bienestar del otro como equivalente a
la suya propia. Entonces, el comportamiento ofensor del otro se ve como
algo que surge de sus propios temores y heridas; aquel que ha sido herido
necesita de curación. Esta reestructuración del otro hace posible extender
el socorro, la empatia, el cuidado y finalmente el amor, lo que exige una
curación de la propia percepción del otro. La mejor garantía para uno
mismo es que el otro esté siempre a salvo en nuestra presencia. Así, el otro
puede «vivir en nuestro territorio» sin temor a recibir daño alguno por
nuestra parte. Si surgen desacuerdos, conflictos o necesidades, se
expresarán como deseos de que se produzcan ciertos cambios de
comportamiento, y no como críticas inducidas por la creencia mágica de
que si se castiga al otro (como si fuera el enemigo), éste se ocupará de
satisfacer las propias necesidades.
BUENAS INTENCIONES
Más allá de las puertas del paraíso está la tierra prometida que anhela la
psique. Pero sólo le estará esperando si persevera a lo largo del camino. El
verdadero amor es tanto una causa como una consecuencia de sus
intenciones, tanto una acción como un estado del ser, un logro que se
convierte en un regalo. Ese regalo de la gracia es el fruto de la disciplina.
No es algo que se pueda crear, pero le pertenecerá si satisface las
condiciones. La pasión, que es su carácter, es el resultado de crear
seguridad para el otro, algo que se hace satisfaciendo las necesidades
infantiles del otro miembro de la pareja.
Al trabajo que es la condición previa para alcanzar la gracia lo llamo reciprocidad intencional. Cada miembro de la pareja tiene la intención de
conseguir el resultado que desea, y actúa en consecuencia para que se produzca. Eso exige la extinción de la reactividad inconsciente, un legado de
la evolución que reside en el cerebro antiguo, y su sustitución por la
intencionalidad consciente, un potencial que se alberga en el cerebelo del
córtex. Se trata de la parte del cerebro que se observa a sí misma y que
puede redirigir el antiguo programa de supervivencia. Se necesitará
tiempo para conseguirlo. Aprendemos lentamente y cambiamos todavía
con mayor lentitud. Sólo cuando el programa revisado del cerebro nuevo
procura la seguridad del organismo, desactiva el cerebro antiguo su
alarma y se desprende de su antigua estrategia protectora. El tiempo que
dure ese proceso dependerá del grado de heridas infantiles y del continuo
compromiso de ambos miembros de la pareja en el proceso curativo. Para
algunas, eso exige de seis meses a un año; otras no pueden esperar llegar a
su destino en menos de dos a cinco años. A Helen y a mí nos costó siete
años.
Pero hay buenas noticias. Sólo se tiene que recorrer algo más de la mitad
de la distancia. Kurt Lewin, el gran científico social ya fallecido, descubrió al estudiar los sistemas sociales que cuando cambia el 51 por ciento
de las variables de cualquier sistema, el resto se reorganiza a un nivel
superior de funcionamiento. Llega entonces la gracia, pero sólo si se
cambia la mayoría de los rasgos del carácter y se sale al encuentro del otro
más allá de la mitad del camino. Entonces, la naturaleza le recompensa
con un regalo, y todo lo demás encaja en su lugar.
Sabrá que se encuentra casi a las puertas del paraíso cuando tenga la sensación de que está cayendo hacia los pozos del infierno. Los demonios,
esas voces del pasado, llegan a aterrorizarle tanto que le apartan del
premio. Sus defensas se desmoronan, la estructura del carácter cambia, los
peores temores surgen a la superficie al violar las suposiciones asumidas
en la infancia. Los temas pendientes entre usted y su pareja se hacen más
intensos y la relación parece entrar en un período de caos. Aparece la
desesperación. Se lamenta por haberse embarcado en el viaje y se trata de
desandar el camino recorrido o, mejor aún, apartarse por completo del
camino y librarse del otro, como hacen muchas parejas. O se despide al
terapeuta, si es que se consulta con uno. Pero las puertas están cerradas. La
psique se reorganiza a sí misma, regresa a su totalidad original, y resulta
difícil invertir el proceso una vez que se ha probado el néctar de su sí
mismo original. La ruptura es un avance. No es ahora el momento para
tomar ninguna decisión; tiene que continuar el viaje, continuar con el
proceso. A partir de esas cenizas resurgirá el ave fénix del paraíso.
Puedo atestiguar lo que nos sucedió a Helen y a mí. Durante el transcurso
de nuestros ocho años de matrimonio, hemos visto cómo los grilletes de la
armadura de nuestros caracteres se han fundido bajo nuestro compromiso
mutuo, y gracias al proceso de curación mutua de las heridas de nuestra
infancia. Hemos pasado por la desesperación, nos hemos llegado a
detestar el uno al otro en este proceso. Antes de que pudiéramos llegar
muy lejos, pensé con arrogancia que, puesto que había reflexionado sobre
el proceso y lo había enseñado a miles de personas, yo mismo podía ser
inmune a las exigencias y consecuencias del cambio. Pero me equivoqué.
Nuestra única esperanza y salvación una vez que llegamos a los rápidos,
consiste en saber lo que nos espera. A pesar de lo terrible que nos pareció,
continuamos esforzándonos con todas nuestras fuerzas. Las recompensas
han sido incalculables y todavía no han terminado. Tenemos que integrar
nuestra experiencia, acostumbrarnos a esta nueva realidad y crecer hacia
la plenitud de nuestro potencial. Encontraremos otros obstáculos a lo largo
del camino, pero permaneceremos unidos en nuestro esfuerzo. Se trata de
un proceso que dura toda la vida, pero las puertas se han abierto. Puedo
añadir a nuestra propia experiencia el testimonio de cientos de parejas, y
también puedo aducir el lamentable destino de quienes se negaron a
iniciar o completar el viaje.
La vida después de esta fusión es bastante milagrosa. Se produce un
cambio, que yo denomino oscilación espontánea. Lo que antes fue un
esfuerzo, se convierte ahora en un deseo. Los comportamientos
espontáneos sustituyen a los esfuerzos intencionados. No es necesario
recordar lo que necesita el otro, porque está uno motivado por la alegría de
expresar el cuidado por el otro en comportamientos específicos. Y lo más
notable de todo esto es que entonces se disuelven los temas nucleares. Las
necesidades del otro se disipan, junto con las propias, y se encuentra uno
en una relación que se percibe como el cuerno de la abundancia. La risa es
abundante, la monótona cotidianeidad de la vida asume un significado
más profundo, las conversaciones de almohada se hacen más íntimas, y
los orgasmos más fáciles y plenos. Ya no hay necesidad de comportarse
como si se caminara sobre huevos, porque la casa se siente finalmente
como el verdadero hogar. Se siente como debería y como puede sentirse,
como una vitalidad plena. Las expectativas de placer dan paso a la
experiencia del placer, y el tiempo parece hacerse ahora eterno. Vivir en el
momento sustituye al aprisionamiento en el pasado y a las preocupaciones
por las visiones de un futuro esperado. El futuro ya ha llegado y con él
termina el anhelo y, por lo tanto, el esfuerzo. A este fenómeno lo llamo
valorar sin deseo. El otro ya no tiene valor únicamente porque satisface
sus deseos; es deseable porque se le valora por sí mismo. De hecho, en la
realidad paradójica del verdadero amor, el otro no tiene ningún valor y, sin
embargo, se le valora absolutamente. Un estado de animación natural se
alterna entonces con mesetas de placer, y hay pocos descensos hacia el
valle del temor a la muerte. A lo largo del viaje hacia la totalidad, las
compulsiones dejan paso a las preferencias, disminuyen los anhelos... y
nada se hecha en falta. Se tiene uno a sí mismo y ese es el final del viaje,
pues se ha recuperado el paraíso.
EL GRAN DESIGNIO DE LA NATURALEZA
Aquí está sucediendo algo maravilloso que es más grande que nuestra
propia curación personal y nuestra totalidad. A través de nuestra curación
y crecimiento, la naturaleza se completa a sí misma. Somos entonces
como un nudo de conciencia en un campo de conciencia, el tapiz del ser.
Lo que suceda con un nudo afecta al conjunto. Cuando sentimos dolor,
nuestra herida la siente toda la naturaleza. Cuando nos curamos, se aplaca
el dolor de
la naturaleza.
Pero la naturaleza no descansa. El dolor colectivo de la especie humana se
exterioriza en todas las formas vivas, humanas y no humanas, e incluso en
el propio planeta. Todas las formas de la vida, peces y aves, los animales
del bosque, los mismos bosques, las tierras, los mares, el aire que
respiramos y la remota capa de ozono, son víctimas de nuestra
insensibilidad y falta de empatia nacida del dolor. Somos las víctimas de
siglos de cuidados paternos y maternos fracasados, de matrimonios en los
que no existía el amor. Heridos nosotros mismos, herimos por naturaleza.
Si no invertimos esa tendencia, seremos las víctimas de la naturaleza.
Si no introducimos cambios en nuestra aflicción por el planeta, los científicos optimistas nos conceden otros cien años (los pesimistas apenas
cincuenta) antes de que la Tierra se libre de nosotros para salvarse a sí
misma. El mismo instinto de supervivencia que se expresa en nosotros es
propio de la naturaleza, pero a una escala global. Ésta siempre ha
eliminado a cualquier especie que no pudiera adaptarse a sus cambios,
pero nosotros parecemos esperar que sea el planeta el que se adapte a
nosotros. No lo hará; la vida puede prescindir de nosotros.
Creo que tenemos esperanza, pero no disponemos de mucho tiempo.
Nuestra esperanza se encuentra en el hecho de que no somos únicamente
un hilo en el tapiz de la naturaleza, sino que somos el ápice de ésta. Como
quiera que la naturaleza nos ha equipado con un lóbulo frontal y con ello
nos ha dotado de capacidad para tener conciencia y conocimiento de nosotros mismos, también tenemos el potencial para la autocorrección.
Formamos esa parte de la naturaleza que se conoce a sí misma, que se
puede estudiar y arreglarse a sí misma. Pero tenemos que utilizar nuestra
capacidad de conocimiento y autocorrección para cooperar
conscientemente con el impulso de autorreparación y autoplenitud de la
naturaleza. A través de su conciencia reflexiva (la ciencia, la psicología, la
sociología, la teología y otras disciplinas), la naturaleza revela las
lágrimas que han configurado el tapiz del ser, y busca el contar con
nuestra participación en la curación de nuestra especie y del propio
planeta. Cooperar con este fantástico proyecto significa participar en la
curación del universo.
No hay otro camino hacia la salvación excepto el del amor. No está en
buscarlo o encontrarlo, sino en amar, donde se aplacará el dolor de la naturaleza y podremos sobrevivir. Esa es la lección que nos enseña la
evolución y la historia. Y tenemos que aprenderla bien, porque no la
hemos asimilado todavía. Estoy convencido de que el amor entre los dos
miembros de la pareja es el intento que hace la naturaleza por curarse a sí
misma. El crecimiento exigido para ello, la terminación de nuestro propio
viaje de desarrollo, es el intento de la naturaleza por completarse a sí
misma. La conciencia que se necesita para ello es el intento de la
naturaleza por ser autoconsciente a través de nosotros.
Cuando se encuentra con una pareja incompatible, la naturaleza ha dispuesto que se produzca una reacción bioquímica que transmuta la química
de la atracción en la química del crecimiento. A través del conocimiento
adquirido por las ciencias humanas recientes, contamos ahora con algunas
de las instrucciones necesarias para cooperar con el proceso. Así pues,
déjese guiar por su corazón. Acepte la elección de pareja que le presenta
su inconsciente, a esa persona de la que se enamorará. Es más sabio que su
mente consciente y sus propósitos son más grandiosos que su necesidad de
evitar incomodidades. Extiéndase para satisfacer los deseos de su pareja,
no para ofrecerle el amor que usted quiere ofrecer, sino el amor que
necesita el otro para curarse. A la naturaleza no le importa que usted se
sienta cómodo, sino que sólo le importa que usted evolucione. Una parte
de su trabajo radica en su ausencia de culminación. Las defensas de la
persona interrumpen su pulsación y bloquean parcialmente el flujo de
energía en el universo. Aprender a amar es el desafío que se nos plantea.
Cuando, a través del amor, llegamos a ser enteros, la naturaleza nos
recompensará con el fin de los anhelos. Ya no se sentirá presa de los
atractivos amenazadores para la vida que nos presenta la sociedad, porque
habrá reconectado usted con los elixires vitales de la naturaleza.
Si después de leer este libro y realizar los ejercicios decide casarse y emprender el viaje hacia la totalidad con su pareja, no sólo contribuirá a que
la naturaleza se cure a sí misma, sino que también contribuirá a prevenir
sus futuras heridas, especialmente si tiene hijos. Alguien dijo que la edad
adulta se compone de intentos por superar la infancia. Así parece ser para
la mayoría de nosotros. Pero los niños nacidos de una pareja que ha
aprendido a amarse, sufren menos heridas. Interiorizan un modelo de ser
que no les exige separarse de partes de sí mismos, o amortiguar sus
sensibilidades al medio ambiente. Desarrollan empatia por todos los seres
vivos. Comprenden que el cuidado por sí mismos incluye el cuidado del
planeta. La naturaleza no se convierte en su víctima, ni al contrario.
La mía es una visión idealizada, claro. Pero sólo imagínesela. Esos niños,
no obstaculizados por el temor, con sus instintos de cuidado por los demás
intactos, se convierten en adultos que cuidarán de los demás y del planeta.
Los pocos programas sociales que existirán estarán destinados a aquellos
que hayan sido víctimas de circunstancias que no tengan nada que ver con
las deficiencias de los padres, ya que eso habrá quedado eliminado por la
proliferación de matrimonios saludables y cariñosos. El personal médico
podría reducirse en un 80 por ciento y ocuparse únicamente de las
anomalías de la naturaleza. Las enfermedades relacionadas con el estrés
serían desconocidas, y no existirían programas de reducción de estrés
porque no habría clientes. No habría guerra contra la droga, porque las
drogas no existirían.
La gente se «animaría» sintiendo su vitalidad en lo más profundo. La
guerra quedaría eliminada porque no habría deshumanización del «otro».
El planeta sería alimentado porque todo el mundo se sentiría conectado
con él y se daría cuenta y experimentaría conscientemente la
interconexión entre todas las cosas. Habría surgido así una sociedad en la
que todo el mundo conservaría su totalidad original y su gozo relajado,
pulsando al mismo ritmo de la naturaleza.
Estoy convencido de que ese es nuestro potencial y nuestro derecho de
nacimiento. La naturaleza ha revelado el secreto: el amor cura todas las
heridas y hace entero al amante. Es muy sencillo, aunque el proceso sea
arduo; es posible que se tarden miles de años en realizarlo. Hay un antiguo
proverbio que dice: «Todo viaje de mil kilómetros empieza con el primer
paso». Se puede ayudar al proceso curando la herida de la naturaleza que
soporta su pareja actual o futura y recuperar a su vez la propia totalidad y
sentido de la unicidad consigo mismo y con todas las cosas. Eso le convertirá en un aliado del grandioso proyecto de autorreparación y culminación
de la naturaleza. ¡Y habremos recuperado así el paraíso!
Notas
1. Esto nos recuerda la promesa del Antiguo Testamento de que «si arrojas
tu pan sobre las aguas, no regresará a ti vacío», y su dictum: «Haz el bien a
tu enemigo, y devuelve amor a quienes te odian». Más tarde, estas
palabras, y especialmente ágape y philia, se convirtieron en la base del
lenguaje religioso y se elevaron al nivel de descripciones del
comportamiento y la actitud de Dios hacia los humanos. Sólo Dios podía
expresar el ágape. Pero hay una visión opuesta en el mismo contexto.
Algunos autores citan a Jesús diciendo: «Dios es amor, y quienes aman
moran en Dios y Dios mora en ellos», lo que hace que el ágape regrese a la
esfera humana.
2. Helen E. Fisher, The Sex Contract: The Evolution of Human Behavior,
Quill Books, Nueva York, 1983.
3. El impulso por el cuidado y la vinculación aparece en la evolución del
desarrollo de cada individuo, pero está relacionado con la supervivencia.
Cada individuo tiene que aprender en la vida que la probabilidad de
nuestra supervivencia aumenta con la trascendencia de la directriz de
supervivencia expresada como preocupación altruista por el otro. Ese
resultado práctico es el canon y el objetivo de la mayoría de las enseñan/as
religiosas.
4. El mismo mensaje procede ahora de los estudios sobre la interacción
entre
mente
y
cerebro,
la
nueva
disciplina
llamada
psiconeuroinmunología. Los informes consistentes aportados por esta
materia emergente son que el cuidar a los demás relaja el sistema nervioso
y mejora el sistema inmunológico. Cuando se piensa en el bienestar de los
otros, se los reestructura como objetos que se cuidan, antes que como
fuentes de peligro. Eso produce endorfinas, con la consiguiente relajación,
en lugar de adrenalina, que activa los mecanismos de defensa evolutivos.
(Para más información, véase Ornstein y Sobel, The Healing Brain; James
Lynch, The Broken Heart, Basic Books, Nueva York, 1977.)
índice
Agradecimiento especial a Laura Torbet
............... 9
Agradecimientos
............................ 11
Introducción ............................... 13
PRIMERA PARTE: Ser humano, ser soltero ............... 19
1. ¿Qué hay de malo en estar soltero? ................. 21
2. ¿Qué ocurre realmente en sus relaciones? ............. 37
3. El viaje humano
........................... 56
SEGUNDA PARTE: La miago.
Rompecabezas I: Educación en la infancia .............. 71
4. Dolores crecientes: Desvelar las heridas de la infancia ...... 73
5. Apego y exploración: Conectarse con seguridad
......... 85
6. Identidad y competencia: ser uno mismo
............. 109
7. Preocupación e intimidad: salir al mundo ............. 125
8. Relaciones traumatizadas: legado de la familia disfuncional
. . 140
TERCERA PARTE: Laimago.
Rompecabezas II: Socialización infantil
............... 161
9. «Por tu propio bien» ........................ 163
10. Recuperar el sí mismo perdido: la agenda del amor ....... 183
11. Género y sexualidad: haz el amor, no la guerra
......... 201
CUARTA PARTE: El viaje de formar una pareja ............ 237
12. La Imago: Receta para el romanticismo ............. 239
13. Asociación: el viaje hacia la conciencia
............. 255
QUINTA PARTE: Convertirse en un soltero consciente
........
279
14. Desde la comprensión a la integración: estrategias básicas para el
cambio ......
15. Nuevas habilidades, nuevo comportamiento: pasos hacia la
autointegración ........
16. Verdadero amor: el paraíso recuperado . . .

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