Quinta del cincuenta y siete (X)

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Quinta del cincuenta y siete (X)
CREACIÓN LITERARIA
ALJARANDA, 57, JUNIO 2005,
Quinta del cincuenta y siete (X)
José Araújo Balongo
uando terminaron las clases de teórica co­
sear o discurrir por el centro urbano de la muy mili­
menzaron las prácticas, de las que tan sólo
tarizada ciudad para un soldado sin graduación sig­
habíamos hecho las de tiro al blanco y que fueron nificaba un acto que rozaba la osadía o, cuando
cuatro contando la última, en la que también nos
menos, la imprudencia. Un soldado raso estaba obli­
ejercitamos en el lanzamiento de granadas de mano
gado a saludar militarmente desde un cabo de pri­
y en la colocación de minas unipersonales. Las últi­
mera hasta el mando de más alta graduación, que
mas prácticas consistían en realizar toda clase de
en este caso y en aquel tiempo era un General de
nudos marineros y aprender a remar en botes de
División llamado don Ramón Gotarredona Prats,
seis remos -u n o por cada tripulante y un instructor
Comandante Militar de la Plaza y máxima autori­
al timón, que daba las órdenes- y en chinchorros,
dad, no sólo en lo militar sino, de hecho, también en
pequeñas embarcaciones de dos remos, sin timón,
lo civil. Había otros dos Generales de Brigada cu­
tripulada por un marinero remando a dos manos y
yos nombres no recuerdo. De General para abajo,
maniobrando a la ciaboga.
entre coroneles, tenientes coroneles, comandantes,
Creo y decido llegada la hora de hacer una
capitanes, tenientes, alféreces, brigadas, sargentos
somera descripción de la ciudad de Melilla. Se trata
y cabos de primera, formaban tal multitud de man­
de una plaza de soberanía española en el Norte de
dos que habría que contarlos por miles y no exage­
África y se corresponde con la antigua ciudad feni­
ro. Téngase en cuenta que a menor graduación
cia de Russadir. Fue ocupada por los musulmanes
mayor número. Recuerdo unas maniobras en las que
en el siglo VIII y conquistada por el duque de Medinanos cruzamos con una formación de cabos de pri­
Sidonia en 1496. Según los libros de historia, des­
mera aspirantes a sargentos en las que calculé una
empeñó un importante papel en las guerras de Áfri­
cifra superior a trescientos.
ca a mediados del XIX y principios del siglo XX, En
En ocasiones, cuando disponía de algún di­
ella, junto a restos de murallas, se conserva una
nerillo, me aventuraba a ir a la calle Real, arteria
necrópolis púnico-romana. El núcleo urbano primiti­
principal de la ciudad moderna, encaminando mis
pasos a la Cafetería California donde ponían un café
vo era una fortaleza construida sobre un montículo
buenísimo. Yo lo tomaba entonces solo, corto y bien
de unos treinta metros de altura desde el que se
cargado. Tenía fama de ser la mejor cafetería de
dominaba el territorio por el que se ha extendido la
Melilla, claro que también costaba un duro la tacita
ciudad moderna.
de café mientras en otras menos céntricas y lujosas
La Melilla que yo conocí en 1958 era una ciu­
salía por diez reales. Aquel capricho mío no era por
dad llena de contrastes. A los pies de la fortaleza
presumir, ni mucho menos, sino porque lo del buen
medieval, conocida como Melilla la Vieja, fue ensan­
chándose durante siglos una urbe señorial con
café significaba el mayor deleite para mi paladar,
notabilísimos edificios modernistas, y, a un mismo
quizá por las pocas veces que me lo podía permitir.
tiempo, también nacieron en los arrabales de su
Además, la clientela de aquel establecimiento, en
exiguo territorio los barrios populares, donde la mi­
su mayoría, la formaban oficiales del Ejército y uno
tenía que guardar las normas militares reglamenta­
seria campaba por sus respetos y la delincuencia
rias en local cerrado y público.
encontraba su caldo de cultivo y su acomodo. Eran
El lugar más frecuentado por los soldados de
barrios en los que los militares teníamos prohibido
reemplazo era sin duda Melilla la Vieja. Por allí no
el acceso y donde la vigilancia de cuerpo -todavía
solían estar ni pasar los mandos y la soldadesca
no existía la policía m ilitar- se encargaba de que se
nos encontrábamos más libres y a gusto en las ta­
cumpliera de modo estricto la prohibición.
En el tiempo que estuve en Melilla la verdad
bernas y en las casas de comida barata. Mi lugar
preferido lo llamábamos Casa "El Manco", así coes que salí más bien poco en horas de paseo. Pa­
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nocido porque al dueño le faltaba el brazo izquier­
do, un hombre de una habilidad asombrosa para
valerse en su negocio con un brazo de menos. Él no
salía de detrás del mostrador y se encargaba de
llenar botellas abriendo y cerrando las canillas de
los tres barriles que había, y, por si fuera poco, en
dos sartenes sobre dos infernillos que estaban a la
vista, freía en uno papas y en el otro huevos, con
una rapidez impropia dada su manquera.
El local era chlquitillo, las mesas rectangula­
res y bajas, de madera sin barnizar, tenían -com o
la m entira- las patas cortas, las banquetas (no ha­
bía sillas) a juego con las mesas y más bajas que
éstas.
Encontrar un lugar libre
dentro resultaba difícil por no
decir imposible, pero eso im­
portaba poco porque fuera del
local nunca faltaban ni espa­
cio ni mobiliario; la amplia ca­
lle era nuestra y cada cual se
acomodaba como podía. Lo
malo era poder equilibrar las
mesas sobre aquel pavimen­
to de irregular empedrado.
Atendían el servicio las dos
hijas de "El Manco", rubia la
una y morena la otra, jóvenes
y de buen ver, simpáticas y
tetonas ambas. A la hora de
servir no cabía equivocación
por ser único el menú: un hue­
vo frito con papas, un chusco,
un vaso grande de vino blan­
co, tinto o rosado y un puña­
do de dátiles como postre,
todo ello por diez pesetas;
menú servido, pago al canto y
control innecesario.
Así funcionaba aquel negocio que, al recor­
darlo ahora lo hago con especial afecto; un lugar
donde nos reuníamos toda clase de tropa: soldados
de infantería -d e Regimiento, de Bandera de La
Legión o deTabor de Regulares-, artilleros, sanita­
rios, nosotros los marineros y otros más de algunas
unidades especiales. Allí nos dábamos cita paisa­
nos con destinos distintos en la misma ciudad y cam­
biábamos impresiones, experiencias y noticias de
toda clase, alguna tan dramática como el suicidio
de un recluta de nuestra quinta que se colgó por el
cuello enlazado a una viga en su Cuartel. Este tipo
de noticias no trascendían, es decir, no se publica­
ban en "El Telegrama", periódico local, ni al fallecido
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se le rendían honores religiosos o militares. Trasla­
daban el cadáver a su lugar de origen, lo entrega­
ban a la familia y asunto cerrado.
A mí me gustaba mucho el cine y en algunas
ocasiones frecuenté los cines de barrio, nunca los
del centro por lo elevado del precio de las entradas
y en evitación de tener que estar saludando cada
dos por tres. Los cines baratos tenían la ventaja de
ser sesiones de programa doble, dos películas con
un intermedio de veinte minutos entre una y otra
para estirar las piernas, fumar un cigarrillo, orinar si
se tenía ganas y comprar alguna bebida o chuche­
ría si se tenía dinero. Eran casi cuatro horas fuera
de la calle y de los inevitables
saludos. Aquellas sesiones de
cine estaban calculadas para
que finalizaran como una me­
dia hora antes de que los mili­
tares nos tuviéramos que in­
corporar a los cuarteles para
pasar lista.
Después de las venta­
jas debo escribir algo sobre los
inconvenientes. Las localida­
des no estaban numeradas, la
asistencia numerosa, y, en su
inmensa mayoría, éramos mi­
litares; las salas olían mal (el
clásico olor a rancho y sudor
del soldado desaseado) y, lo
peor de todo, las tremendas
trifulcas que a veces se forma­
ban en aquellas salas de cine
donde, más de una vez, tenían
que interrumpir la proyección,
encender las luces y el aco­
modador (por llamarle de al­
guna manera) salíá a calzón
quitado en busca de la vigilan­
cia militar y de los guardias municipales -siem pre
habían algunas patrullas cercanas a las aglomera­
ciones- para que intentaran restablecer el orden.
Tuve fortuna y nunca me detuvieron, aunque no me
libré en más de una ocasión, sin comerlo ni beberlo,
de empujones y porrazos.
En mayo juramos bandera; así lo certifica mi
cartilla militar que en su página 7 dice: "Prestó jura­
mento de fidelidad a la Bandera el 2 de Mayo de
1958. Firma del Tte. Coronel Mayor (ilegible)". Hay
un sello estampillado circular donde pone: "Regi­
miento Infantería Melilla, ns 52. Mayoría". A este
Regimiento estaba agregada la Compañía de Mar.
La fecha de la jura de bandera en la muy patriótica
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ciudad mataba dos pájaros de un tiro, pues a un
mismo tiempo se conmemoraba el heroico levanta­
miento del pueblo de Madrid contra la invasión
napoleónica en 1808. Así que la Melilla militar y civil
se engalanaba y los militares celebraban diversos
actos donde lucir fajines, sables, cruces y medallas.
El acto nuestro, el de la jura, se celebró en la
explanada terriza del Campo de Rostro Gordo acon­
dicionada al efecto. Tres tribunas se alzaban en lu­
gar preferente. La central y más grande para los
militares de más alta graduación, presidida por el
General de División Comandante Jefe con Mando
en Plaza; la de la derecha para las autoridades civi­
les, que presidía el alcalde de la Ciudad; y la terce­
ra, a la izquierda y la más chica, estaba destinada a
los familiares de los que íbamos a juramentar, pero
como asistieron tan pocos -apenas una docena-,
para que no se vieran los claros, permitieron a algu­
nos de los curiosos de los muchos concentrados allí,
que ocuparan los asientos vacíos hasta completar
el aforo, con la condición, eso sí, de que los ocasio­
nales ocupantes fueran hom bres tra je ad o s y
encorbatados.
La ceremonia estaba prevista para las doce
del mediodía, y a dicha hora, con militar puntuali­
dad, comenzó. Nosotros, los de la Compañía de Mar,
fuimos casi de los últimos en llegar y eran las once
cuando ya estábamos formados y dispuestos en el
sitio asignado, es decir, con una hora de antelación.
Luego nos enteramos que los primeros en llegar
(¿quiénes iban a ser?) fueron los de La Legión. Des­
pués, compañeros de otros Cuerpos y Unidades,
en distintas tandas y horarios completaron el Cam­
po, cada cual en su marca prevista de antemano,
donde los quintos del cincuenta y siete, cuando ter­
minara el acto, pasaríamos de recluta a soldado ar­
mado con licencia para matar, llegado el caso.
En la gran explanada de Rostro Gordo caía
un sol de justicia sobre los miles de hombres que a
pie firme o en posición de descanso esperábamos
el comienzo de la jura, su transcurso y finalización,
tres actos en uno, como en el teatro. Hacía mucho
calor y hubo más de un desmayo; los sanitarios tra­
bajaron a conciencia en la recuperación de las víc­
timas del solazo. El acto dio comienzo con una pe­
rorata de más de media hora de exaltación patrióti­
ca que nos endilgó el Coronel que había de tomar­
nos el juramento, finalizando su actuación con más
o menos estas palabras:
"Soldados:
¿Juráis por vuestra conciencia y honor de­
fender la Bandera que vais a besar, símbolo glorio­
so de nuestra Patria, la España Una, Grande y Li­
bre, derramando si fuera preciso hasta la última gota
de vuestra sangre?"
Y nosotros todos a una:
"Sí, juramos".
El Coronel cedió el sitio frente al micrófono al
Capellán Militar, que nos dijo:
"Si así lo hacéis, que Dios os lo premie, y si
no que os castigue como indignos hijos de Él".
Después vino lo del beso, el desfile y toda la
demás parafernalia. Nosotros los de la Compañía
de Mar, sudorosos, cansados, hambrientos, llega­
mos a nuestro Cuartel a las dos y media de la tarde.
A quel día, com o e x tra o rd in a rio , com im os la
españolísima paella, con carne de gallina moruna y
hasta gambas (tres por plato)... Ah; se me olvidaba.
Y media botella de vino para dos, regalo de una
afamada bodega jerezana. De postre, en vez de seis
como otras veces, doce dátiles.
(continuará)
ALJARANDA está abierta y al mismo tiempo solicita colaboración a
todos cuantos autores e investigadores tienen como objeto de estudio la
Ciudad y Campo de Tarifa, en sus más diversas especialidades (Historia,
Geografía, Ciencia, Patrimonio, Arte, Tradiciones), sin olvidarnos de la
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Amor de Dios, nQ3
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