El proceso secular de una etnia: el caso de Tuxpan, Jalisco

Transcripción

El proceso secular de una etnia: el caso de Tuxpan, Jalisco
EL PROCESO SECULAR DE UNA ETNIA.
EL CASO DE TUXPAN, JALISCO*
José Lameiras
El Colegio de Michoacán
En el poblado de Tuxpan, un muy antiguo asentam iento nahuap u rh épech a del occidente medio mexicano, habitan actualm ente cerca
de 25,000 gentes, una población casi triplicada respecto a la que ahí vi­
vía antes de que un terrem o to sucedido en 1941 provocara la m u erte y la
emigración de mucha de su gente. Actualmente, el poblado está mejor
urbanizado qu e muchas ciudades que lo quintuplican en población
gracias a la distinción que tuvo d u ra n te el sexenio que corrió en tre ] 970
y 1976. Como resultado de ello en Tuxpan los espacios urbanos están
formalizados y d e b id a m e n te amoblados, los servicios pí'ihl icos alcan­
zan a buen n úm ero de la población y ella participa, diferenciadam ente,
en muchos de los q ue son escasos en poblaciones de mayor categoría:
clubes sociales, restaurantes, cines, campos deportivos, bares y zonas de
tolerancia.
Campesinos cultivadores de maíz en las laderas de los cerros, agri­
cultores y p lan tad o res que en lo plano producen sorgo y caña de azúcar
p re feren tem en te; operadores de aserraderos, caleras y cementeras, fá­
bricas de papel e ingenios azucareros; trabajadores y artesanos, p ro d u c ­
tores y constructores de bienes domésticos; comerciantes instalados y
am bulantes; burócratas y empleados del magisterio y varias otras cate­
gorías laborales constituyen el m uestrario social que en diferentes p ro ­
porciones d eb u ta cotidianam ente en Tuxpan y al que la m entalidad de
sus habitantes conviene en clasificar, dicotónicamente y según el con­
texto, como “ricos y pobres”, “campesinos y trabajadores”, “patrones y
em pleados”, “los del gobierno y los del p u eb lo ”, “los de T uxpan y los
fuereños”, “la gente de razón y los indios”, “la plebe y la gente d ecente”
y en muchas formas más.
* E s t e t r a b a j o f u e p r e s e n t a d o en el X IV C o n g r e s o L a t i n o a m e r i c a n o d e S ociología, San
J u a n , P u e r t o Rico, o c t u b r e , 1981.
La llamada burguesía, relativamente m inoritaria nu m éric am en ­
te, parece d om inar el escenario social, económico y político a través de
su control de bienes, relaciones con el exterior, intervención en los
asuntos públicos, posic iones laborales, opinión y dramatización de su
presencia vía la exhibición o el escándalo, lina p arte de ella la constitu­
ye la llamada “aristocracia o b re ra ” de la papelera de Atenquique, a 13
kilómetros del poblado, cuyos trabajadores perciben altos salarios
mensuales como privilegio de pertenecer a una “industria descentrali­
zada”. Los “burgueses”, de una o de otra lorma se ligan con la estructura
política oficial en sus dimensiones locales, regionales, estatales y nacio­
nales. Unos cuantos de sus miembros, los encaramados en la cúspide eli­
tista, participan tam bién en las “relaciones burguesas internacionales”
como premio a su electividad en los niveles anteriores.
Con estos contenidos, resulta insospechable, a no ser por rep arar
en las varias ancianas que circulan en la calle ataviadas con gruesos en ­
redos talares de obscura lana y albas prendas de algodón, el que en Tuxpan exista una “com unidad indígena”. De cualquier calle o p u erta de
una casa puede emerger un “indígena”; no tienen locación precisa en el
poblado. Nadie los distingue por su lengua, todos hablan castellano. No
tienen tierra alguna poseída con distingo comunal, tampoco dom inan
un oficio con carácter exclusivo. En muchos usos y costum bres no son ni
más ni menos diferentes que los “mestizos” tuxpanecos. T u x p an es el
único pueblo en la región al que se considera indígena, pero no lo es
si sólo se piensa en térm inos cuantitativos. P or todo esto la oficiali­
dad censal, varios científicos sociales y las instituciones estatales p ro ­
tectoras de los indios han convenido la desaparición de los indios tux­
panecos.
Sin embargo, los “indígenas” de T uxpan se m anifiestan an u a l­
mente en las fiestas de mayo del poblado, rigurosamente organizados
en grupos de danzantes, estrictam ente presentados con su i n d u m e n ta ­
ria; hacen distinciones en tre ellos de pertenencia barrial y un tanto de
posición social, pero participan por igual en faenas de trabajo, en p a­
trocinios de mayordomías, altares, escenarios, comida, cohetes y casti­
llos. F ren te a ellos, tam bién en la ocasión, se manifiestan los no indios,
cada quien y cada cual acentuando diferencias e igualdades y defen ­
diendo sus respectivas y convenidas exclusividades. F u era de esta rela­
ción anual, cada quien sigue su existencia en forma ap a re n te m e n te in• dependiente: los indígenas de fiesta en fiesta en tre los suyos, los mesti­
zos d en tro de las rutinas de los de su condición.
No obstante, las relaciones am paradas en la etnicidad y la confor­
mación de etnias van más allá de la semana que d u ra n las fiestas del
pueblo. Para una relación tan efím era y limitada a u n q u e tan formali­
zada y regularizada, no haría falta sostener y actualizar m em b re te o ca­
tegorías sociales como la de “naturales”, respecto a los indígenas, y
“quixtianos”, asociada a los mestizos. Tam poco se com pren d ería la estigmatización de lo indio cuando se trata de evitar un m atrim onio, una
cam aradería de escuela, favorecer el triu n fo de un equipo de fútbol,
conceder una plaza de trabajo, limitar una posición social o re p rim ir la
formación de un grupo con intenciones de acción política.
P o r otro lado, el simple “ser indígena” o “ser mestizo” no forma a
los grupos po r el hecho mismo de la diferenciación, sólo p erm ite el d e ­
lim itar a quienes p u ed e n conformarlos con cualquier finalidad que se
convenga. P o r ello, las preguntas p ertin e n te s parecen ser, en este senti­
do, ¿cuál o cuáles son las finalidades preferentes del agrupam iento?,
¿cómo y d eb id o a q u é motivo varían los individuos agrupados?, ¿qué si­
tuaciones sociales y q u é contenidos culturales e idológicos transm itidos
fiduciariam ente condicionan las formas y objetivos del agrupamiento?,
¿qué elementos p erm iten o conllevan a la flexibilidad de la integración
grupal y aseguran la persistencia de esa posibilidad?
En el fondo del interés p o r hallar respuesta a las preguntas a n te ­
riores y a otras más, se e nc uen tra la im portancia de tratar de co m p re n ­
der los procesos por los q u e una etnia se m antiene como tal en virtud de
su relación con el sistema cam biante en el que se desarrolla. Si acepta­
mos el que cualquier ag ru p am ien to social está condicionado por la rea­
lidad objetiva en la qu e vive, y que si esa realidad le es adversa para su
existencia puede organizarse, generar las condiciones de su propio cam­
bio y m anejar su situación, tam bién con ello podemos e n te n d e r que la
existencia del agru p am ien to étnico, como fenómeno social, no se debe
al aislamiento o al conservadurismo sino a la abierta relación y a la ca­
pacidad fie innovación y reorganización de los elementos que lo apoyan.
El o los procesos de transformación de los grupos étnicos tienen,
como tales, una dimensión histórica, en el sentido de que esos agrupamientos son producto de una id en tid a d que deriva de una situación
tem poral de opresión y lucha (Bock, 1977). Histórica tam bién en cuanto
a su calidad dinámica, a sus contenidos (culturales, ideológicos, genera­
cionales, etc.) elaborados y transm itidos, y a qu e esa dim ensión otorga
significación sustancial a los hechos de ella derivados.
Lo que presentam os adelante es un estudio del caso con las lim ita­
ciones que ello implica para la generalización. La propia metodología
revela esas limitantes: los datos com parables del presente con frecuen­
cia son irrescatables en cuanto se avanza al pasado. F re n te a esto, el uso
privilegiado de los datos contem poráneos poco ayuda a co m p re n der a
los grupos étnicos actualm ente en relación; como tampoco lo hace el
que ciertas conformaciones históricas sean consideradas re p rese n ta ti­
vas de todo tiem po y lugar. Esto últim o p u ed e prejuiciar, como de h e­
cho sucede, la interpretación de las condiciones contem poráneas de las
etnias y la diversidad de la etnicidad.
La originalidad no es cualidad de este ensayo, pero estamos segu­
ros de que la descripción y algunas interpretaciones, po r más ap resu ra­
das que éstas sean, ilustran menos subjetivam ente el po r qu é el consi­
derado y llamado por muchos “problem a indígena”, no es un p ro b lem a
de “ in te g ra c ió n ” a la vida nacio n al, al p ro g reso , a la c u l t u r a o a la
modernización de los países que lo viven. Más bien, los agrupam ientos
étnicos, e n tre los que se co m p ren den los de los indígenas mexicanos,
entre otros, son una forma particular de organización social acorde de
alguna m anera con el sistema en el que se encuentran. En estos té rm i­
nos los grupos indígenas se p u ed e n explicar m ejor p o r lo qu e algunos
pregonan, como el que “. . . la etnicidad debe ser considerada como una
dim ensión de las clases sociales o, si se quiere, como un nivel de las mis­
mas” (Díaz Polanco, 1980: 14) y que “lo étnico. . . no es un elem ento ex­
traño a (o incom patible con) lo clasista. .. así los grupos étnicos no p ie r­
den por ser tales su carácter y raíz de clase” (I b i d , 16). Los a g ru pam ien ­
tos sociales en térm inos étnicos resultan de la conformación dada por
los elementos de esa naturaleza (indígenas, en este caso) a la identidad
como condición de integración.1 Pero esa iden tid ad p ued e incluir, co­
mo de hecho lo hace, elementos de carácter político o económico d eri­
vados de la posición social de los agrupam ientos en dicotomía.
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(1523-1821)
Las bases de la dom inación y la etnicidad indígena
Desde el segundo decenio del siglo XVI, cuando se inició la inva­
sión hispana del territorio continental americano, la población ab o ri­
gen comenzó a experim entar la dominación violenta, tanto a cargo de
las acciones armadas, como a causa de su indefensión frente a las ep i­
demias que progresivamente la fueron diezmando.
Ciertamente, la imposición a la población nativa de nuevas for­
mas de organización política, económica, y social puede sustraerse muy
relatix ám ente del calificativo de violenta, pero al gestarse lenta y p ro ­
gresa ám ente se apartó relativamente en ciertos casos, ante la conside­
ración de los dominados, de su carácter de sojuzgamiento. Esta do m i­
nación cambió sustancialm cnte a las com unidades aborígenes'y consti­
tuyó para ellas la esencia (Je su identidad.
En el poblado nahua-purhépecha de T u x p an,2 la dominac ión se
realizó como en decenas de otros poblados en su región y no muy dife­
re n te m en te del resto del territo rio mesoamericano: tan p ro n to fue re­
ducida la población por la presencia militar, fue visitada en 1523 por
frailes franciscanos y oc upada por ellos desde 1530. Siguiendo una es­
trategia generalizada se asignaron tierras al poblado para su f u n d o , se
dividió éste en 10 parcialidades —barrios— y fue encontrándose en
ellos a la propia poblac ión original, la ele otros pequeños poblados re­
gionales y la sobreviviente de las grandes epidemias. La erección ele ca­
pillas, la asignac ión ele uno o varios santos patronos a cada una, la orga­
nización de cargos, festividades, grupos formales participantes por u n i­
dad de barrios y la organización de un calendario anual festivo y laboral
en el qu e las distintas unidades p articiparon regular y exclusivamente,
p ro n to se convirtió en em blem a de la id en tid ad y del contraste étnico
(Lameiras, 1983 b).
La población indígena iu e sujeta de inm ediato a la tributación.
Al mismo tiempo, fue organizada básicamente para la producción, el
trabajo, la distribuc ión y el intercam bio con criterios coloniales. A m e­
dio siglo de ocupada, la población recibió sus tierras ejidales, fu ndó sus
prim eras cofradías asignándoles sus bienes y trabajo, y comenzó a prac­
ticar oficios al est ilo de sus organizadores europeos. Entonces, de la p o­
blación prehispánic a de alred ed o r de 30 000 gentes, asentada en una d o ­
cena de m edianos “p u eb los—señorío”, los sobrevivientes llegaban a es­
casos 5 000 (Gerhard. 1972).
R eproduciendo en parle la estructura política preexistente, frai­
les y funcionarios coloniales colocaron a caciques e indígenas ancianos
— los llamados Tlayavanquv y T v h u v h u v y o — a la cabeza de los respect i­
vos barrios y como alcaldes de la “República de indios”.
La organización y la im plem entación de todo tipo de trabajo, el
rep arto de las parcelas comunales e ntre las unidades familiares, el con­
trol de los recursos do la com unidad, la recaudación de tributos, la \ igilancia del orden social en sus aspectos \ ¡tales, el cum plim iento de las
obligaciones en las festividades y el ceremonial, el m an ten im ien to de
las capillas barriales y la iglesia princ ipal, y la asistenc ia a los frailes en
la em presa de socialización y doctrinación estuvo, desde el principio,
en manos de los cargos de Tlayavanquv y T v h u v h u v y o , asistidos por
otros más de origen prehispánico. M ediante su adaptación a las cam
biantes condiciones de un proceso, ese tipo de funcionarios llegarían a
fungir como autoridades en Tuxpan hasta los años del conflicto IglesiaEstado, concluido en la región en tre 1929 y 1935.
Al planear racionalmente las funciones y la organización en térm i­
nos burocráticos, reestru ctu rar social y políticam ente a los indígenas,
articular las autoridades a las com unidades españolas y darlo a conocer
a los dominados específica, factual e ideológicamente, los dom inadores
organizaron fo rm a lm en te a las comunidades. Esa integración forzada
sentó las bases para su hom ogeneidad cultural y política colonial.
Las bases del control de las relaciones interétnicas
La demarcación de territorios de población, producción, jurisdic­
ciones parroquiales, centros de culto e indoctrinación; más la integra­
ción político-administrativa de v ¡sitas, pueblos y \ illas en torno a cabe­
ceras, constituveron la organización regional necesaria para el control
requerido por las audiencias, las g u b ernatu ras y los obispados.
En los inicios de la dominación, el interés del \ irreinato por el es­
tablecimiento de colonos y su entont es papel de p ro m o to r dinámico de
una política económica (Brading, 1974). le llevó a otorgar numerosas
concesiones expresadas en mercedaciones v facilidades otorgadas para
la adquisición de tierras por em presarios agric ultores, plantadores y
ganaderos. Los mineros y los comerciantes o b t u \ ie r o n , por su parte, di\ersos priv ilegios otorgados en no m b re de los necesitados re n d im ien ­
tos económico* derivables de la organización colonial. En manos de los
colonos empresarios se desarrollaron formas de producción y tecnolo­
gías contrastanles y combinadas con las de los indígenas, pero en rela­
ción frecuente con su participación laboral; de los primeros, tanto co­
mo de los segundos llegaban a los mercados productos exclusivos y co­
munes.
Los asentamientos de colonos españoles se con\ irtieron p ro n to en
centros regionales caracterizados por su activ idad comercial, pero tam ­
bién se establecieron en haciendas ) ranchos y, con el tiempo, en el in te­
rior de pueblos indígenas de importancia, como en el caso de Tuxpan.
Los valles irrigados, las extensiones planas cultivables en época de llu­
vias, las laderas v las m ontañas fueron ocupadas por aquellos para esta­
blecer plantaciones de caña, siembras de cereales, ganados y explotacio­
nes madereras y mineras. A esas acliv idades fueron asoc iados distintos
grupos étnicos v “castas”: negros y mulatos, indígenas y españoles, crio­
llos y mestizos respectivamente. T am bién en térm inos étnicos, las dis­
tintas economías se com plem entaban, los tipos de productos se divi-
dían y los tiempos laborales del año se combinaban. La expansión de al­
gunas empresas, sin embargo, fue asimilando tierras, poblados y etnias,
tal sucedió en el caso de las plantaciones de caña y las haciendas ganaderas.
El comercio y el mercado no exclusivamente en tendido como un
lugar físico y periódico para su celebración, constituían puntos de con­
fluencia y base de relaciones interétnicas. Dentro de la arriería, los indíge­
nas ocuparon un papel diferenciado cualitativa y cuantitativamente.
F ren te a ese comercio itinerante ejercido por españoles y mestizos, los
indios tenían sus propias rutas y productos; generalm ente las que reco­
rrían desde antes de la dominación, pero ahora con productos elabora­
dos al estilo europeo, propios o elaborados por otros, cargados a lomo
de bu rro o de millas, según el caso.
Los indígenas contaban con 1111 conjunto de leyes protectoras de
sus derechos al usufructo de tierras, instituciones particulares y exclu­
sividad de asentamiento. Pero la extensión de los territorios oc upados
p o r los grupos autóctonos, lo reducido de la burocracia virreinal inicial,
la corrupción de muchos funcionarios y la política colonial de gobierno
llevaba a la concesión de privilegios y delegac iones jurisdiccionales a
cuerpos locales a los qu e en esa forma oponía y equilibraba el virreina­
to (Leal, 1974: 701). P o r ello la organización de las com unidades no dejó
de ser p e r tu r b a d a desde sus inicios; el despojo o la invasión de tierras y
el som etim iento de sus miembros a tratos hum illantes fueron las causas
más frecuentes de esas alteraciones. T am bién por ello, donde no exis­
tiera otro p oder que el de los*particulares y propietarios, la opción de
los indígenas ante el peligro de que su status legal fuera perdido fue el
pleitismo y la denuncia ante el Estado, una forma de relación política y
de conflic to interétnico que se inició casi a la par de la colonización y
persistió después de ella.
Mas el sistema legal protectivo inhibió, o al menos mediatizó, muchas
de las posibles relaciones interétnicas. Los funcionarios virreinales, ausen­
tes y con frecuencia mal informados sobre la vida y los problemas de las co­
m unidades, con poca au to rid ad reconocida por éstas, delegaron m u ­
chas de sus funciones en la iglesia para qu e ésta vigilara, controlara y a r­
bitrara las relaciones de los indígenas e n tre sí y con otros.3 Sumada esta
au torid ad a la religiosa y debido a qu e la iglesia constituía otro poder,
los religiosos y seglares se convirtieron en jueces de la conducta de las
com unidades y asentam ientos de colonos constituyéndose paralela­
m ente en interm ediarios de las relaciones sociales.
E 11 el caso particular del clero rural del sur de Jalisco, éste llegó a
convertirse en el principal, en el casi único conductor y líder de las co­
m unidades y, en buena m edida también, en tre los grupos de origen
criollo y mestizo. A él se acudía con preferencia a la autoridad de los al­
caldes y demás funcionarios civiles, pues ahí d onde el po d er público del
Estado prácticam ente no existía “ la iglesia, como sistema d ec o n tro l so­
cial, era más eficiente que la magistratura secular. . .” (Brading: 628).
Las condiciones de la colonización term inal
en la comunicación interétnica
Para tra ta r de caracterizar a las com unidades indígenas en su ca­
rácter de elnias y las relaciones interétnicas d u ra n te la colonia, vale la
pena m encionar algunos cambios que, hacia el final de la colonia en el
periodo borbónico, parecen haber sido de significación para el sistema
en el que se realizaron esas relaciones.
La política ilustrada dio origen a un proceso de racionalización de
las conductas económicas. Este se expresó en la intervención de los m o­
nopolios regionales de comercio y en su control por el Estado. C on ju n ­
tam ente, de varios ilustrados d en tro y fuera del Estado, p artie ro n las
proposiciones de liberar las tierras tenidas po r la iglesia y las co m u n i­
dades indígenas con carácter de p atrim o n io s de corporación. T am b ién
se sugirió que se evitara la acumulación de tierras advertida en los
grandes propietarios. Todo ello so pretexto de alentar la formación de
medianos y prósperos propietarios. E n la región sureña de Jalisco, ám ­
bito de la existencia de la com unidad de Tuxpan, la pro sperid ad econó­
mica originada en la formación de un mercado interno (De la Peña, 1980)
se basó en el despojo de tierras a varias com unidades que entonces co­
menzaron a desintegrarse. La de Tuxpan, po r un lado o rientad a a una
horticultura especializada, una agricultura prebcrvable de ecuaro y de
calmil. una producción artesanal e intenso comercio y sin la presencia
de plantíos de caña, parecía librarse de las invasiones y de la asimilación.4
La racionalización del gobierno supuso, a su vez, mayor control y
cambios en las autoridades civiles. En Jos antiguos pueblos indígenas se
intervino igualmente en el control de sus autoridades religiosas; cons­
tituidas éstas por los regulares hubieran de dejar el puesto a sacerdotes,
seglares de obediencia insospechada hacia sus obispos. El aum en to re­
lativo de la burocracia estatal y la milicia alteró en general los sistemas
sociales regionales, en los que la mano d u ra y tenaz de la ad m in is tra ­
ción borbónica se sintió, como en el caso de Jalisco, desde que se creó la
Capitanía General en 1708; cuando ese sistema se sustituyó p o r el de
“In ten d e n cia” en 1786 y aún más cuando, en 1795, la estru ctu ra eclesiás­
tica fue encabezada po r el obispado de Guadalajara. Toda esta reorga-
nización incorporó con efectividad política, m ilitar y judicial al sur de
Jalisco a su capital Guadalajara. Sin embargo, la oligarquía sureña en ­
frentó tenazm ente el aten tad o a una autonomía que incluía, entre otros
el control de las comunidades indígenas y los bienes a ella ligados.
El proceso de secularización, originado tanto po r cambios in te r­
nos en la organización religiosa y eclesiástica,5 como po r las tran sfo rm a­
ciones en el exterior (incidencia de la racionalización de la economía, el
gobierno, la ciencia y la enseñanza) hizo dism inuir la im portancia de la
religión en la vida social en general y favoreció el regateo del Estado al
m onopolio del p o d er político, principalm ente en el medio rural (Wil­
son 1969: 47). Ante esta situación, el clero reorientó su táctica política:
de su posición de juez o árb itro de la conducta social fue convirtiéndose,
subrayadam ente en el occidente mexicano, en p ro m o to r y o rien ta d o r
de la opinión pública.6
Finalm ente, como reacción a la política borbónica, se desató un
e n frentam ien to a los dom inadores peninsulares que enfocó su carácter
de extranjeros, no de clase. Con ello, se inició la conciencia política na­
cional en la región, entonces con bases amplias populares, no asumida y
prom ovida desde el Estado, como después o curriría.7 El liderazgo de
los clérigos y párrocos no tuvo en ello un papel secundario, como lo d e­
muestra el encabezamiento de la insurgencia en su p rim er momento.
Para las com unidades indígenas ello supuso, al menos en el Bajío y el
occidente nacional, la extensión de su identidad política y la restricción
de su exclusividad e identidad étnica: participaron, fugazmente, del
mismo ideal integrados a criollos, mulatos y mestizos. En síntesis, e in­
d ep e n d ie n te m e n te de los elementos o de los sectores estructurales que
de la organización autóctona preexistente se valió la dominación colo­
nial para organizar a la com unidad indígena de Tuxpan, ésta fue u n
producto nuevo, ju stam en te un p ro d u cto colonial. De la colonización
recibieron el n o m b re y las condiciones para su relación con “los otros”;
un n o m b re y un status general de indios y dom inados que, no obstante,
tuvieron calidad particular: un origen común por su situación de d o m i­
nados qu e relegó su diversidad de procedencia: u n a identidad por con­
traste y por com unidad de intereses y una hom ogeneidad de gobierno y
d epen den cia sum ada a una hom ogeneidad cultural e ideológica deriva­
da de una indoctrinación exclusiva. Todo ello favoreció la progresión
de un proceso de comunización y etnicidad; es decir, el desarrollo de la
continu id ad del grupo y de su ideología basados en com ponentes de ca­
rácter histórico, cultural, lingüístico y político en tre otros.
Aun cuando los indígenas de Tuxpan fueron m antenidos d iferen ­
cialm ente en la estru ctu ra colonial, ello no significó su pasividad como
dominados; d en tro de los límites de la dominación, la coninnidad gene­
ró mecanismos que le p erm itiero n mayores relaciones horizontales y le
ayudaron en varias ocasiones a enfrentarla. A través de esos mecanis­
mos se fue gestando una id en tida d política que significó para la com u­
nidad un elemento de cohesión y sobrevivencia después del periodo co­
lonial. La propia organización colonial de la producción y el interc am ­
bio especificó y limitó las posibilidades de las relaciones interétnicas.
En tanto, la débil presencia directa del Estado condujo a una m eno r
interm ediación de esas relaciones y actuó en favor de la dominación
eclesiástica en esos mismos términos.
E l L a p s o d e l L i b e r a l i s m o y d e l a O r g a n i z a c i ó n N a c i o n a l 0 8 2 1 -1914)
La etnicidad en una nueva substancia
A p a rtir de la guerra de insurgencia nacional y d u ra n te casi cin­
cuenta años después de ella, se abatió la producción y se desarticuló
económicamente la mayor p arte de lo que entonces comenzó a consti­
tuir el te rrito rio nacional. La inestabilidad política general causada
por el en fren tam ien to inicial de facciones postulantes de fórmulas di­
versas de gobierno, por el increm ento del peso social de los m ilitares
contendientes, por la intervención frecuente de los intereses extranje­
ros y por m últiples causas más, fue significativa para el desarrollo y la
integración de varios grupos locales y regionales de poder.
En la región sureña de Jalisco, como en otras-muchas, la migración
fue un fenómeno frec uente; originado tanto en los ac ontecim ientos b é­
licos, como en la pauperización y la desorganización. Las gav illas y las
bandas dirigidas por caudillos regionales proliferaro n en varios p u e ­
blos. Así aparec ió el cac iquismo, muchas vec es apoyado por los t e rr a te ­
nientes y comerc iantes que con ello expresaban su poder (Olveda 1980)
El en fren tam ien to entre los partidarios de un gobierno secular y
democrático y los postulantes de la necesidad de restau rar al Estado
apenado en el sistema corporativo, m a n ten e d o r de privilegios y esta­
mentos. se inic ió en esos años y concluyó hasta que la reform a liberal lo­
gró establec er las bases de un capitalismo, entonces incipiente, que has­
ta finales de siglo lograría consolidarse.
Para las comunidades indígenas el desequilibrio demográfico
causado por las migraciones, más el hecho de hab er perdid o m iem bros
por su participac ión en la guerra supusieron factores adversos para su
supervivencia.8 No obstante, las medidas políticas fueron más severas
en térm inos de la existenc ia de las comunidades originadas en la d o m i­
nación colonial: en p rim e r lugar, en el decreto mismo de la in d ep e n ­
dencia, se derogó el qu e existieran leyes exclusivas para el m antenim ien­
to de las comunidades. P or ello se declararon desaparecidos y desauto­
rizados a sus dirigentes comunales. Luego, desde 1825, se sucedieron
una serie de leyes, decretos y disposiciones gubernam entales que disp u­
sieron, prim ero, la entrega a título particular de sus miem bros de las
tierras de los fu n d o s legales, y después de los ejidos dotados a las com u­
nidades d u ra n te la colonia.
En esa forma los indígenas, frecuentem ente los de más alta posi­
ción, se convirtieron en propietarios; en tanto otros q u eda ron al m a r­
gen de esa posibilidad p o rq u e fueron m anipulados por sus viejas au to ­
ridades; por ignorancia o falta de información sobre esas disposiciones,
o p o rq u e individuos ajenos a la com unidad aprovecharon el interés del
Estado por la colonización y gracias a ello encontraron facilidades para
a d q u irir tierras antes p erten ecien tes a los indios.
Las extensiones controladas por la com unidad civil de los indíge­
nas no bastaron; así, las leyes de desamortización de bienes de manos
m uertas —Leyes de R efo rm a— dispusieron la venta de las tierras del
clero y de las adjudicadas a los santos y al gasto de las festividades en tre
los indígenas. Para la región sureña de Jalisco, esta disposición y su aca­
tam iento supuso la circulación de un considerable volumen de tierras y
la dinamización de la producción en manos de medianos y grandes p ro ­
pietarios. Los prim ero s lograron co n trib u ir con ello al m ercado regio­
nal y los segundos diferir su producción y formar un capital. Esta m ed i­
da favoreció tam b ién la inmigración, tanto de comerciantes en busca de
fortuna, como de brazos en busca de trabajo y de empresarios en busca
de inversión.
Estos nuevos empresarios, constituidos en una élite notable, re o r­
ganizaron todo un te rrito rio y capitanearon un desarrollo agrícola, in­
dustrial y comercial apoyados por relac iones múltiples extra-regionales.
Por esta condición llegaron a controlar políticam ente la región y a d e­
ten tar un po der indiscutible en tanto se mantuvo, como factor fu n d a­
mental del posible c rec imiento regional, la ausencia de integración na­
cional en los ámbitos económico y político (De la Peña 1980).
Paradójicam ente, d en tro de esta reorganización, las antiguas tie­
rras indígenas en circulación —fuera del control de sus com unidades—
fueron la base de la producc ión agrícola expandida y, al mismo tiempo,
cuando las retuvieron, la garantía de la existenc ia de los subsistemas so­
cio-culturales indígenas, integrados en parte del sistema regional: su
sobrevivencia d ependió de que siguieron ten ien d o un lugar en el m er­
cado a través de sus productos (étnicamente) exclusivos y al que las con­
diciones de distinción étnica se volvieron a convenir sin la intervención
de intereses extra-regionales. Aquel mercado se integraba mayoritariam ente a la región y, sólo de manera parcial con la nación y fuera de ella,
mientras los “conflictos interétnicos” se podían d irim ir d en tro de una
relación 110 controlable hasta entonces por el Estado.
Hacia la condición política de la id en tid a d
Para la población indígena de Tuxpan, la eventual p érd id a de sus
tierras de cofradía fue una especial señal de alerta ante el riesgo de sufri
un nuevo resquebrajo en su vida comunal. T an to sus viejas autoridades
como sus guías, los teh u e h u eyo , los párrocos* se movilizaron para el res­
cate de ese bien corporativo entonces significativo para negociar p o líti­
camente a nivel local y regional.
M antenidos en sus límites étnicos, vía la producción y el mercado,
los indígenas, integrados por otras m últiples vías comunitarias, o rie n ­
taban políticam ente en el pleito sus esfuerzos para que les fueran d e­
vueltas sus últimas tierras de comunidad: las de cofradía del “Corpus”.
La instigación de sus autoridades relgiosas que señalaban en el Estado
tendencias al en fren tam ien to con la Iglesia; el celo creciente en el m e­
dio rural ante la presencia de credos protestantes, la agresiva expansión
de las haciendas y los propios efectos de las leyes de desamortización su­
mergieron a varias com unidades en la v iolencia, de la cual participaron
tam bién los rancheros mestizos y la p o b re ría en general.
Con protestas ante el gobierno comenzó la agitación en T ux p an en
1860; ocho años después presentaba la com unidad a las autoridades una
dem anda formalizada por la ocupación de sus tierras, años atrás a r re n r
dadas a los mestizos para p oder así sustraerlas de la venta. E n tre 1872 y
1876 el pleito tomó caracteres sangrientos y pretextos no faltaron: inva­
sión de tierras, sustracción de recursos de agua y bosques, constitucionalización de las leyes de Reforma, “ateísm o” o laicismo del Estado. La
novedad entonces fue la unión de varias ex-comunidades que en su cali­
dad de “indígenas” se en fren taro n a los hacendados con las armas. Esti*¿>
se integraron al movimiento entonces llamado de “los religioneros”,
luego considerado como “la p rim era Cristiada” y se alzaron como u n i­
dad independiente. Un contingente indígena de T u xp an se declaró en
rebelión; de ello persiste la m em oria con la nom inación actual de un
grupo de danzantes: el de “Los P ro n u nciado s”. Sólo la d ictad ura porfirista fue capaz de controlar a esos sublevados y p o sponer la violencia.
Entonces se suspendieron los ataques a la iglesia y el cuestionamiento
del Estado. El estilo de p rotesta se trasladó al terren o epistolar y en esa
forma continuó hasta 1914 cuando ya el destinatario de las peticiones,
el p re sid e nte de la República, había dejado el país desde hacía casi tres
años.
Las comunicaciones m odernas abrie ro n en muchas regiones la ca­
ja de Pan do ra, tal fue el caso del sur de Jalisco. Hacia 1900 las vías del fe­
rrocarril qu e la comunicaría con G uadalajara y la costa del Pacífico se
p re sen taro n en su periferia. Tres años después las cuadrillas de t r a b a ­
jadores n orteñ o s —rudos y recios cual gente de desierto— llegaron al
área de Tu x pan d o n d e las p ro fu nd as barrancas de las faldas del volcán
de Colima y sus macizos pétreos re q u eriría n de siete años de trabajo p a ­
ra el ten d id o de p u en te s y la perforación de túneles. Tuxpan, en el con­
fín de las tierras planas del trazo hacia la costa de Colima, fue converti­
do en term in al de la ruta. Se le usó como cam pam ento de trabajadores
y se enganchó a m ucha de su gente, indígenas de preferencia, p ara m ú l­
tiples labores de construcción, en esas condiciones la vida del p ueblo se
activó; se llenó de forasteros, de comercios, de nuevos oficios, de burdeles, de saloncitos con músicos jazzistas y de mercancías “de lujo”. Una
nueva élite se formó, lá de los comerciantes enriquecidos p o r la ocasión
que se a u to id en tifica b an como “innovadores y progresistas”. Los in d í­
genas, mestizos y hacendados tuxpanecos los ten ían p o r fuereños y po r
intrusos; difícilm ente en te n d ía n los térm inos del progreso, no obstante
fueron testigos presenciales del ir y venir de varios “agentes de cambio”.
P ara los indígenas comenzaron entonces los años fatales. Decenas
de sus hom bres jóvenes m u rie ro n en las obras del ferrocarril, muchos
los aprovecharon p ara em igrar hacia Guadalajara, otros más huyeron
de espanto a sitios apartados. E n los hogares indígenas se conoció con
intensidad la infidelidad, la prostitución y la violación de sus.mujeres;
en muchos de ellos se inició el encierro de las hijas, qu e p e r d u ra r ía en
varios casos hasta diez años. La exclusividad de oficios y de producción
se escapó en esos tiem pos para los indios: entonces resultaba muy p r o ­
ductivo fabricar mezcal y adueñarse de ámbitos comerciales* tradicio­
n alm en te indígenas.
Las auto rid ad es del pueblo se declararon en favor del cambio, es­
tigmatizaron el uso de las pren das indígenas de vestir y favorecieron el
progreso tal como lo e n te n d ía n los fuereños. Los hacendados y los vie­
jos ricos creyeron m o m en tán e am en te en el beneficio de las innovacio­
nes aú n cuando em pezaron a sentir la competencia dé los productos lle­
gados p o r el tre n y a recibir menos dinero p o r sus granos y sus reses. El
único apoyo q u e aú n ten ían los indígenas eran sus viejas autoridades y
su párroco. E n el últim o año de su dictadura Porfirio inauguró el ferro ­
carril, se presentó en T uxpan como parte del evento y todavía escuchó
u n discurso en nahuatl que una m u jer principal le dirigió y tradujo.
Quizá fue esta la últim a ocasión oficial en esos tiempos en la qu e la len­
gua indígena se usó. Con la revolución ya en puerta, “la lengua se p e r­
dió”, tal cual ahora lo refieren los indios viejos.
Condiciones étnicas y relaciones interétnicas novedosas
Al practicarse po r costum bre y luego derogarse legalm ente a p a r ­
tir de la independencia, el trato político-económico exclusivo de la co­
m u n id ad indígena de Tuxpan; sobresalientem ente, al suprim irse el
control sobre sus tierras, sobre el trabajo y la movilidad social de sus miembrs, la com unidad se relacionó con la sociedad regional-nacional, e n ­
tonces emergente, en base a los nuevos modos operantes. G ra d u a lm e n ­
te, la supervivencia de ésta estribó en el ajuste de sus relaciones d e n tro
de una estructura que fue favoreciendo la división en clases sociales y el
control diferenciado de los bienes en los mismos términos. El nuevo o r­
den social se expresó en un asentam iento de las diferencias sociales al
interior de la población y la prop ia “c o m u n id ad ”, en el relajam iento de
su estructura política, en la m engua de la corporatividad del grupo y en
la adopción de nuevos patro n es de relación in terétn ica como el de la in­
termediación en los litigios en tre el Estado, la co m un id ad y los p a r tic u ­
lares. En tanto, perseveraron viejas formas de tecnología y producción,
disminuyeron las diferencias étnicas en los ám bitos de trabajo. E n ge­
neral, las relaciones sociales, económicas y políticas se am p liaro n pero
siguieron, en el caso de Tuxpan, m an ten ié n d o se en los elem entos étn i­
cos originados en la colonia.
La identidad política se reforzó ante el cambio del sistema; el p r o ­
ducido por la desproporción demográfica derivada de los efectos de las
guerras y la migración y los causados p o r la acentuación de la in terv e n ­
ción eclesiástica/en la m anipulación de la op in ió n pública y la d ife re n ­
ciación “clasista” de las dem andas al Estado. E n estos últim os térm ino s
comenzaron a aparecer relaciones e identidades étnicas perm ead as p o r
identidades y relaciones de clase. A diferencia de la colonia, las relacio­
nes interétnicas decimonónicas no supusieron la intervención tan acen­
tu ad a del Estado como conciliador y protector; más bien se caracteriza­
ron p o r la ausencia de su intervención a cambio de u n a relación “lib re”
entre los “indígenas” y “los otros”. Al ajustarse a las nuevas condiciones,
paradójicam ente, el indio siguió siendo indio y su categoría social fue
tan peculiar en el México republicano como lo había sido en la colonia.
Para Tuxpan, como para la región en su conjunto, la revolución
comenzó en 1915 y concluyó en 1930, por más qu e en el decenio que si­
guió no dejó de h ab er violencia. Ese lapso supuso cambios para la po­
blación indígena y la no indígena. La lucha armada, las epidemias y la
inanición m odificaron drásticam ente el panoram a demográfico. Eli
crecimiento natural de la población se abatió n o tab lem e n te y el fenó­
meno de la migración se encargó de alterar nuevam ente las prop o rcio ­
nes poblacionales de T uxpan en térm inos étnicos.9
P qt su lado, la urbanización del pueblo, en térm inos de ocupacio­
nes diferenciadas de la agricultura, de las nuevas obras de com unica­
ción para vehículos autom otores, la presencia de nuevos sectores p ob la­
cionales y del increm ento del m ovimiento comercial, establecieron
otras condiciones más para las relaciones interétnicas.
P or casi 25 años, desde 1910, la inestabilidad social im p eran te en
el poblado afectó el ritm o de socialización de su sector indígena al p e r­
tu rb a r en general a la totalidad. El n ah u a tuxpaneco p au la tin a m e n te
dejó de ser hablado, las generaciones crecidas en esos años sólo lo usa­
ron en relación al mercadeo, mientras la indumentaria masculina adoptó
las p rendas usadas por los mestizos. La actividad religiosa-ceremonial y
el ritual social indígena —referido al ciclo de vida y a la pro d ucció n —
fueron creciendo en irregularidad. E n tre 1927 y 1929 se suspendieron
los cultos católicos en todo el país y la relativa endogamia, m an ten ida
hasta entonces e n tre los indígenas tuxpanecas, dejó entonces de ser
practicada impositivamente.
Los cambios generales de las posiciones sociales y de po d er co n tri­
buyeron de m anera im p o rta n te a la modificación de las de los indíge­
nas. La afiliación a la revolución de un sector del pueblo había p e rm a ­
necido en forma latente desde 1911 al interior de “clubs” políticos inte­
grados por fuereños, comerciantes, empleados y alguno que otro m e­
diano propietario. E n ellos se excluía a los “n atu rales” como grupo. Los
grandes propietarios, poco integrados a la vida del poblado; los indíge­
nas p udientes y con prestigio en la com unidad, la mayoría de los com er­
ciantes y m edianos propietarios y la masa, constituida por “la indiada”
y “la p eo n a d a”, perm anecían tanto indiferentes como expectantes ante
los acontecimientos. No habían mostrado ni inconform idad por el de­
rru m b e del porfirismo, ni identificación con alguna de las nuevas fac­
ciones en el poder; puede decirse que no tenían “proyecto político” alguno.
La llegada de la violencia, a p a rtir <^e fuertes encuentros en tre villistas y carrancistas en las inmediaciones de Tuxpan, dio concreción y
expresión a las diversas facciones. Unos, “los políticos”, se integraron al
carrancismo y otros, por lo general rancheros pobres y campesinos, al
villismo y al zapatismo. El grupo hasta entonces en el p o d e r —p o r lo co­
m ún propietarios o comerciantes ad inerad o s— proclamó su adhesión,
prim ero al antiguo orden, y luego a cualquiera qu e en fre n ta ra al “go­
bierno ladrón de tierras, ateo y asesino”. La masa permaneció indiferente.
Los partidarios de los gobiernos revolucionarios com enzaron a t e ­
ner p oder p o r esos hechos. E n tre ellos se en co n trab an los “innovado­
res” llegados a T uxpan d u ra n te el porfiriato. Varios estaban e m p a re n ­
tados con familias tuxpanecas y ya poco se les tachaba de fuereños e n tre
los de su grupo. Sólo los antiguos propietarios, los “p atro n e s”, y los in­
dígenas los seguían considerando ajenos. E nriq u ecid o s varios de ellos
como acaparadores y prestamistas estaban urgidos de invertir en tie­
rras y de ten e r influencia sobre la población.
Los afiliados al gobierno p ro n to controlaron la m u n icip alid ad y
apoyados en la política carrancista de entregar tierras a los campesinos
organizaron de inm ediato una cam paña de adhesión a ella. La “co m u n i­
dad indígena” aún no lograba contestación a^u d em a n d a de restitución
de sus antiguas tierras, m ientras sus dirigentes tlayacanque o p ta ro n
por aceptar de “los políticos” el ofrecim iento de guiarlos y apoyarlos en
su cometido. Los gobiernistas elab o raro n interm in ab les listás de p e ti­
cionarios: indígenas, mestizos, comerciantes, artesanos, peq ueñ o s p r o ­
pietarios, peones, e individuos ya fallecidos o emigrados del pueblo. Lo
im p o rtan te era lograr un a clientela y presio n ar con ella.
Las p rim eras afectaciones anunciadas iniciaron la in q u ie tu d y la
agitación entre todo tipo de propietarios. La política carrancista de
controlar la religión y la educación provocó la co rresp o n dien te alerta y
la reacción de la iglesia. Los viejos terraten ien te s d en u n c iaro n Ja in te ­
gración viciada de las listas, en tan to el clero amenazó con la excomu­
nión a qu ien p idiera y aceptara tierras expropiadas a sus legítimos d u e ­
ños. “Los políticos” tuvieron que d e p u r a r las listas, pero la am enaza de
la iglesia logró que la mayoría ren u n ciara a la petición de tierras.
Las autoridades indígenas tam b ién decidieron cjesvincular a la
“c o m u n id ad” y renunciar al patrocinio de “los políticos” p ara reclam ar
el “Corpus* p o r esa vía. La “co m u n id ad ” se escindió: la necesidad de tie­
rras era más fuerte que la a u to rid a d de sus tlayacanques y sus ancianos y
aún más que las amenazas del cura. Unos 824 varones fo rm a ro n así el
grupo de solicitantes de restitución p atrocinado y dirigido p or “los p o ­
líticos”. A aquellos, estigmatizados p o r el pueblo, el cura y su co m u n i­
dad, se les agregó el apellido de “agraristas” al acostumbrado n om bre de
“indios”. F u ero n excuidos de toda actividad ceremonial de su comuni-
dad y el p u eblo los empezó a perseguir como a un nuevo tipo de “bandido”
Los “indios agraristas” conform aron desde entonces lo que hoy se
conoce en el p ueblo de T uxpan como “la com unidad indígena”, “la vieja
co m u n id ad ” o, simplem ente, “la c o m u n id ad ”. Su p rim e r cambio sensi­
ble fue su reestructuración. A través de la elección pública por aclama­
ción en la plaza del pueblo, ante ú n gestor autorizado por la pre sid e n ­
cia municipal, surgieron de entre ellos los encargados de la presidencia y la
vicepresidencia, secretarios, tesoreros y vocales del Comisariado Ejidal; car­
gos contrastantes con los ocupados “por costumbre*” entre los indígenas. La
nueva estructuración también incluyó una nueva indumentaria: se les dotó
de pantalón de dril y de chama ra de mezclóla. No en balde los indígenas
que de ello ahora se recuerdan, refieren que entonces “los políticos” los or­
ganizaron al estilo “quixtiano”.
Lá zozobra existente e n tre los propietarios, al ocuparse las tierras,
y la estigmatización de los agraristas indígenas qu e les im pedía o b ten e r
semillas, aperos y crédito, hicieron que muchas tierras dejaran de sem­
brarse. Los que lo hacían eran grandes propietarios custodiados por
peones armados. La carestía, el monopolio y el alza de los granos se p r e ­
sentaron ju n to con el h a m b re y ju n to ta m b ién con los inicios violentos
de u n nuevo y trascendente conflicto iglesia-estado, u n mayor nú m ero
de expropiaciones y las prim eras posesiones formales de tierra en tre los
indígenas.
En 1925 el patronazgo de los agraristas indígenas pasó a manos m i­
litares; se les organizó en pelotones y se les sacó del pueblo para asistir al
ejército regular como “defensa civil”. Cuando se inició el e n fre n ta m ie n ­
to arm ado de los cristeros, se trató de m ultiplicar la leva con más agrar
ristas de los sumados al reparto; pero esta m edida y la p ropia guerra só­
lo lograron d ism in u ir las filas de los aspirantes a la tie rr a .10
Las condiciones de una nueva etnicidad
Veinticinco años de revolución (1915-1940) significaron la desin te­
gración de la “com u n id ad indígena” de Tuxpan “al estilo antiguo”. No
obstante, en térm in os políticos, lograron establecerse nuevos mecanis­
mos de integración, a saber:
—El patrocinio estatal del agrarismo, en u n principio exclusivo
para el grupo indígena, si bien desarticuló a la co m u nid ad al sustraerse
de ella u n b u e n n ú m e ro de cabezas de familia, reorganizó a los indíge­
nas ejidatarios im poniéndoles una nueva estructura y ligándolos a agen­
cias del Estado como centrales nacionales, confederaciones campesinas
y al propio p artid o oficial, organizado en 1928.
—P o r vía de la tradicional au to rid a d de la Iglesia y u n a vez resueL
to el conflicto religioso, se volvieron a regularizar los mecanismos integrativos a través del culto, el ceremonial público y el ritual social del ci­
clo de vida. Como caso especial, en Tuxpan tomó el cargo parro q u ial un
cura que se dirigía en nahuatl a la feligresía indígena, apoyaba el uso fe­
menino de la indum entaria, escribía sobre la historia y la lengua de los
indígenas y postulaba positivamente los valores culturales autóctonos y
los de la modernización en térm inos de mejoramiento. Este cura asu­
mió el papel de interm ediario de los indígenas ante los mestizos y las
autoridades políticas del pueblo y de él salió la iniciativa para reincor­
porar a “los indios agraristas” al ceremonial de la “com u n id ad ”. En la
actualidad, a 20 años de fallecido, los indígenas lo utilizan como un sím­
bolo del apoyo de la iglesia a sus festividades y organización.
—Los comisariados ejidales indígenas comenzaron a incorporar a
su investidura burocrática el papel de mayordomos. En el local del Comisariado Ejidal y en la representación indígena ante la Central Nacio­
nal Campesina aparecieron estandartes, santos y prácticas del antiguo
ceremonial indígena. La autoridad representada por esos cargos tra d i­
cionales reforzó la relativa a la representación ejidal, la solidaridad del
grupo y las posibilidades de negociación con el Estado.
—Sin la posesión de bien alguno de carácter material, las relacio­
nes al interior de la “co m u n id ad ” parecen alentar relativam ente desde
entonces la misma comunalización. Invocando su pasado, su “ser dife­
re n te” y “sus costum bres”, los indígenas se agrupan para d efen d er lo
que consideran exclusivo en el campo de sus relaciones con los “no in d í­
genas”. Sin embargo, desde los años cuarenta el propio desarrollo n a ­
cional que incidió en la región de Tuxpan, estableció otras condiciones
para los agrupam ientos de carácter étnico.
—El rep arto ejidal, p rim ero rechazado, fue gradualm entettceptado y acelerado sobre todo en el sexenio de 1934 a 1940. El control de la
tierra por el Estado y la burocratizacióil llevaron p ro n to al alq u iler de
tierras ejidales y al control de ellas por esa vía; este alq u iler significaba
en los años sesenta la mitad de la extensión de los ejidos.
—Las comunicaciones-carreteras fueron au m e n ta n d o regional­
m ente desde los años cincuenta. Las que apoyan la radiodifusión, la te ­
levisión, el cinematógrafo y muchos otros medios comenzaron a ser un
hecho en Tuxpan desde los inicios de la industrialización local, hacia
esos mismos años.
—El neolatifundism o —empresas agrícolas e industriales qu e
controlan la producción y el trabajo sin controlar la t i e r r a — apareció
en la región como en el resto del país. En su variedad “financiera” co­
menzó a acaparar, m ed ian te com pra adelantad a o m onopolio de cana­
les mercantiles, productos regionales como el maíz, o a desplazarlo im ­
p o n ien d o cultivos comerciales como el sorgo. P or su parte, el llamado
“latifundism o agro-industrial” (De la Peña, op. cit.: 1980) establecido a
base del control m edian te concesiones legales o sanciones negativas del
uso del territo rio , tam bién intervino en la producción procesándola d i­
rectam ente en sus empresas. P ara Tuxpan esto últim o significó la ab ­
sorción de la casi totalidad de las p ropiedades y tierras ejidales de sus
alrededores. La em presa papelera de A ten q u iq u e a 13 kms. del pueblo,
es concesionaria de los bosques a través de su filial, la Unión Forestal, y
el ingenio azucarero de Tamazula, a 30 kms. de distancia, sin poseer un a
sola hectárea de tierra se encarga de re te n e r toda la caña de azúcar que
se planta. Otras empresas —caleras, fábricas de cemento, explotaciones
mineras y fundiciones—, tam b ién abarcan tierras y recursos p o r conce­
siones estatales o p o r su pro p ia presión.
—La d em a n d a sobre tierras ha expulsado a muchos campesinos
hacia las laderes d o n d e cultivan maíz en “ecuaros” y “coamiles” con
muy bajos rencimientos. Esa misma dem an da ha llevadlo a varios e m ­
presarios a adueñarse de terrenos d onde antes sólo la tecnología y el
“estilo” de la tecnología indígena los hacía aprovechables: los “calmi­
les” del p u eb lo y sus alrededores; las playas del río, cambiantes an u a l­
mente, y las laderas erosionadas plantables con agaves nyezcaleros.
—La migración es u n hecho p erm a n en te y desarticulador de todo
tipo de vida comunal. No obstante, los mecanismos qu e o p eran la vida
ceremonial de varios pueblos de la región, s obresalientem ente en el de
Tuxpan, logran m a n te n e r el contacto, la ayuda y, con frecuencia, los re ­
tornos cíclicos de los llamados “hijos ausentes” de los pueblos.
—El sistema educativo nacional se ha expandido y ha alcanzado a
incorporar a poblados muy alejados. El contenido de valnres implícitos
y explícitos en él se suma a los que cada día pregona la ideología capitalista
y sus agentes y significa, en nuestro caso, la contradicción de los valores,
la cultura, las costum bres y las ideologías locales. Como expresión de la
intervención del Estado, sin embargo, las normas, la educación tra d i­
cional —formal e in fo rm a l— la religiosidad y la simbología cultural re ­
gional, indígena y no indígena, parecen ser los elementos que se o p o ­
nen, racional o irracionalm ente, a la operación de este sistema y al de
otros.
—El desarrollo del sistema político nacional qu e controla al p o ­
blado, a la región y al estado de Jalisco a través de sus instituciones,
agencias e interm ed iario s ha represen tado u n cambio p ara T uxpan en
donde, hasta el final de la revolución, la constitución de los ay u n ta­
mientos se pactaba circunstancial y convencionalm ente e n tre “natura-
les” y “mestizos”. Su operación ha enajenado en b u en a p arte la vida p o ­
lítica colectiva y ha fom entado, p aralelam ente, nuevos mecanismos de
control local.
Esbozo de las actuales relaciones indígenas - no indígenas
E n teoría, en la actualidad, ningún individuo integrado a la etnia
indígena de T uxpan tie n e vedado, p o r ese hecho, el ingreso a alguna
fuente de trabajo. Tampoco los indígenas son excluidos del acceso al sis­
tema escolar o a cualquier actividad del com ún del p¡uetblo. No o b s tan ­
te, como referimos al principio, existen ac tu alm en te categorizaciones
exclusivizantes y estigmatizantes qu e no sólo se refieren a los indígenas;
su uso es frecuente en tre campesinos, obreros, inm igrantes y gente sin
trabajo; e n tre el “p u e b lo ” o, si se quiere, e n tre el “p ro le ta ria d o ”. La
burguesía las utiliza con menos frecuencia, precisam ente p o rq u e con
ello a c e n tú a su condición social: su p o d ero so p r e d o m i n i o basado
en el control de bienes y poder, la hace m a n ip u la r menos distinciones
que le aseguren un a participación exclusiva de los bienes o que lim ite n
sus relaciones laborales.
E n la vida cotidiana, p o r o tro lado, son “operativos” los estereoti­
pos, lemas y m em b retes que en T uxpan d e te rm in a n como “perezosos”,
“sucios”, “ignorantes”; sim p lem ente como “indios”, o “n atu ra les” a los
q u e integran, real o sup u estam en te a la etn ia de origen nahua. T a m ­
bién lo son los qu e califican a los “serranos” como “m ato n es”, “violado­
res” y “rateros”; o los que clasifican a los obreros de la fábrica de papel y
los de la colonia de trab ajado res de los ingenios de la población vecina
de Tecalitlán “creídos”, “au to ritarios”, “b orrachos”, “p an d illero s”, etc,
Son operativos, p o rq u e logran establecer lím ites para la p articipación
en el trabajo, la p ro p ied a d y la acción política, las o p o rtu n id a d e s de
educación y muchas otras actividades. En los aserraderos, u n “serran o ”
es preferido a un “n a tu ra l” po r sus supuestas habilidades en el rajeo o
en el estibam iento de madera. E n los “tlachiques”, 11 son p referid o s los
“n atu ralito s” p o rq u e se les p u ed e pagar m enos salario y se cuenta con
que no delatarán los lugares d on d e están las cuevas en las que se fabrica.
Los indígenas evaden cualquier tra to con los “serranos”, con “los
de A ten q u iq u e” o con los de la “colonia del ingenio” an te su^convencimiento de que ston “peligrosos”. Pero tam b ién lim itan a sus “iguales” el
patrocinio de sus fiestas, la participación en la danza y la posesión de los
“santos de los naturales”. Nadie que aspire a u n a plaza de trabajo e n los
aserraderos se va a o stentar como indígena; nadie q u e in ten te ocupar el
puesto de P residente Municipal va a revelar su origen indígena o serra­
no —salvo como estrategia política especial—, ni nadie que aspire a los
beneficios qu e supone la posesión de u n santo m anifestará su simpatía
p o r ‘i o s serranos”, ‘i o s de A ten q u iq u e”, o “los de la colina” de los cañe­
ros de Tecalitlán. Los que se “saben” y “sienten” indígenas dan p re fe­
rencia a las relaciones laborales o patronales con sus “iguales” y así suce­
de m ayoritariam ente con “los otros”.
El populista sexenio 1970-76 declaró su abierta simpatía po r los in ­
dígenas de T uxpan al grado de favorecer el reingreso al ayuntam iento
de algunos individuos considerados como de la “com unidad indígena”.
En ese mismo lapso político se distinguió a los niños indígenas exten­
diendo especialmente para ellos los desayunos escolares patrocinados
por una agencia estatal, e incluso se organizó un nuevo conjunto de d a n ­
za. La iglesia ha intervenido constantem ente desde hace años para des­
prestigiar las fiestas de los indios, calificándolas de “anticuadas”, “dege­
nerantes” y “d errochadoras”. E n el p rim e r caso la com unidad amenazó
con boicotear las fiestas anuales con su abstención de participar, de no
cejar el “gobierno de a te n ta r contra su p ro p ie d a d ” organizando otra
danza. El comercio organizado los apoyó: ~si no participan los indios con
sus cohetes y sus danzas, ¿quién va a venir a Tu x p an ?”. E n el segundo,
una comisión de “n atu rales” visitó al obispo para manifestarle su r e p u ­
dio al sacerdote que “se opone a la costum bre p o rq u e es comunista y p o ­
lítico”. El obispo, apa ren te m e n te, no intervino y los “naturales” invita­
ron al presid ente m unicipal a respaldarlos sin o b ten e r de él u n a posi­
ción muy definida. Los “n atu rales” acordaron entregar sus limosnas en
una población vecina y en vísperas de las fiestas de mayo de 1981 se abs­
tuvieron de trab a jar g ra tu itam e n te en el adorno de la iglesia. El cura
los llamó y les p ro m etió no oponerse a ’i a s fiestas de costum bre”. Los
indígenas volvieron entonces n o rm alm en te a su labor.
El ceremonial de las fiestas de mayo incluye u n desfile de carros
alegóricos en que se rep resen tan escenas de la historia sagrada y del
nuevo testam ento. Los “naturales” p articipan en él diferenciadam ente:
caminan y danzan en tre los carros, encabezan y concluyen el desfile con
tam b o r y chirimía. E n uno de los últim os desfiles, en mayo de 1981, ap a­
reció p o r p rim e ra vez u n carro patrocinado p o r la “c o m u n id ad ”. En él
se re p rese n ta b a al cura M elquíades Ruvalcaba, párroco de Tux p an e n ­
tre 1930 y 1963, enseñando historia y letras a u n conjunto de m ujeres y
niños indígenas. La justificación de este hecho no p ued o ser expresada
razo n adam en te p o r n inguno de los organizadores, los p atrocinadores y
lo8 participantes; tam poco ios mestizos, antes patrocinadores exclusivos,
de los carros, acertaron a entenderlo. El símbolo de R ubalcaba para los
“naturales” tuxpanecos, no obstante, p u ed e decir muchas cosas en t é r ­
minos del proceso secular de una etnia y una etnicidad.
NOTAS
1.
2.
3.
Nos referimos a la identidad cuando existe en cierto sentido una unidad de sustancia entre
los individuos que se identifican a sí mismos o son identificados desde el exterior por otros.
Esta unidad acepta de hecho una variedad de principios o de convenciones que comparten
los que se identifican como iguales o como pertenecientes a una entidad determinada. El ca­
rácter eventual de la identidad puede inducir, como de hecho sucede, caracteres o cualida­
des asociadas, por ejemplo, indígena — hablante de una lengua vernácula— danzante, etc.
t i carácter de identidad, como igualdad, es relativo, pues al interior del grupo pueden existir
diferencias convenidas y sensibles. La igualdad más bien se establece en la interacción en tre
conjuntos diferentes que se identifican para la relación entre desiguales. De cualquier for­
ma la identidad resulta una convención establecida de acuerdo a criterios convenidos a los
que hay que referirse cuando se trata de perfilar los límites de la identificación. Se com pr en­
derá, pues, que en términos de un proceso temporal — que equivale al de cambios en los sis­
temas de los que participan los grupos de identidad— las convenciones y los criterios bási­
cos para la identificación resultan igualmente variables.
Los contenidos étnicos principales de Tuxpan en el periodo anterior a la colonia eran de ori­
gen nahua y purhépecha (Tarasco). La relación del siglo XVI menciona además otras len­
guas como el tiam y el cochin que pueden suponer otras distinciones étnicas de carácter mi­
noritario.
En este plan, se distinguieron etnias, se establecieron relaciones interétnicas y se consolida­
ron grupos étnicos. Se entiende una etnia como un agrupamiento social que comparte una
praxis tradicional desde sus quehaceres materiales hasta sus aspectos ideológicos y simbóli­
cos. La identidad, concientizada o no, que comparte el grupo le confiere una unidad históri­
ca y apreciable en su interacción con otros.
En el conjunto de las relaciones sociales más amplias, las que rebasan el ámbito de la
comunidad étnica y su territorio local, el grupo étnico llega a constituir un segmento social
dentro de una sociedad estratificada. En el caso de Tuxpan y de otros pueblos de la región
sureña jalisciense resulta relevante tal consideración y a pesar de la segmentación cultural
que puede encontrarse a través del tiempo, la concepción de una es tructura poliétnica re­
gional a la que se han impuesto sucesivamente superestructuras políticas comunes ayuda
a comprender múltiples relaciones sociales interdependientes en términos étnicos.
Los e q u a ro s corresponden a cultivos de ladera realizados con coa o con bastón plantador;
por lo común son tierras de temporal. Los c alm iles son pequeñas porciones de terrenos
sembradas en la inmediación del lugar de habitación. Son abonados con los desperdicios del
hogar y cuentan a veces con algún riego; pueden presentar múltiples cultivos: cereales,
hortalizas, huertas, herbolarios, etc. La agricultura practicada en los playones de los ríos
que aún se observa hoy en Tuxp an, constituía otra fuente de subsistencia alimenticia.
A principios del siglo XIX la exclusividad del ceremonial indígena en las fiestas de Tuxpan
se vio cuestionada al permitirse la participación de sectores sociales no indígenas en el pa­
trocinio v la organizac ión de las festividades. El calendario de fiestas fue cambiado, se prefi­
rieron las celebraciones de santos no tradicionales y se inició, a propósito de un fuerte sismo
ocurrido en 1806, la devoción del Señor del Perdón cuya tradición perdura en nuestros días.
6.
7.
8.
A partir de entonces probablemente, los identificados como indígenas han mantenido a los
viejos santos, festividades y ritual de origen colonial como una propiedad de su etnia.
Este "r egateo” fue relativo, toda vez que (*1 clero no contaba plenamente como una fuerza
política v él mismo había de adecuarse a las nuevas condiciones establecidas por el Estado.
Al considerársele simultáneamente como una imagen del antiguo orden, como abanderado
inicial de la liberación y como censor autorizado de la sociedad v del Estado tuvo que tratar
de adecuar y actualizar su política lo que históricamente parece no haber logrado ante el pe­
so de un Estado liberal moderno más dinámico que la voluntad de algunos sectores de la iglesia.
Me refiero a lo que se pued e llamar "e n a je n a c ió n del n acio n alis m o ” qlie ocurrió des
pues de la guerra de intervención f rancesa y luego tras las guerras cristeras y el sinarquismo.
En esas ocasiones el Estado —comprensiblemente— despojó a las masas, en su beneficio,
de cualquier bandera que no representara sus intereses más amplios.
En la región del sur de Jalisco la población creció de 86 452 habitantes, en 1824, a 1 10 278
en 1843 (Cfr. López Cotilla, Manuel, 1843; De la Peña G., 1980). Supuestamente, este a u ­
mento se debió a la inmigración de norteños y montañeses criollos y mestizos de las regiones
vecrtias que se suscitó desde la independencia. Estos inmigrantes aprovecharían las Leyes
de Reforma para hacerse de tierras donde establecer haciendas v ranchos.
9.
El crecimiento natural de la población descendió en promedio de 650, en el decenio 1900-1909,
a 395 en el de 1910-1919 y a 443 en el de 1920-1929. En los quinquenios 1915-19 y 1925-29
sólo se registraron 98 y 164 nacimientos de una población que establecen los censos en
5 659 (1920) y 10 406 (1930) respectivamente para Tuxpan (Archivo Municipal v Par ro ­
quial de Tuxpan, Jal. Censos nacionales de 1930).
10.
Entre 1920 y 1932 murie ron 151 agraristas indígenas de Tuxpan, 68 emigraron, 539 aban­
donaron sus tierras y sólo 66 permanecieron en el ejido. A ellos se sumaron únicamente 61
ejidatarios descendientes de los fallecidos. (Informe sobre el Estado de Jalisco. Banco Na­
cional de Crédito Agrícola, México 1933).
Fábricas clandestinas de mezcal. La palabra t l a c h i q u e proviene del nahua e indica al oficial
encargado de raspar el maguey y preparar el pulque.
11.
B ib l io g r a fía
Archivo de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, Guadalajara, Jal.
Archivo del D.A.A.C. (hoy SRA) México, D.F.
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