Del Objeto De La Angustia Al Objeto Del Fantasma: Observaciones

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Del Objeto De La Angustia Al Objeto Del Fantasma: Observaciones
"Del Objeto De La Angustia Al Objeto Del Fantasma: Observaciones Sobre
El Abordaje Clínico Del Ataque De Pánico."
(*) Reunión Lacanoamericana De Psicoanálisis. Buenos Aires. 2013.-
Eduardo Urbaj
Hace ya unos cuantos años llegó a mi consultorio una mujer que se presentó de un modo para
mi inédito por entonces. Venía por recomendación de un neurólogo que le estaba haciendo
estudios de alta complejidad que ella confiaba iban a demostrar que padecía de alguna
enfermedad que causaba la variedad de síntomas que estaba sufriendo desde hacía varios
meses: palpitaciones, sudoración, temblores, ahogo, sensación de atragantarse, malestar
torácico, náuseas, inestabilidad, mareos, escalofríos, sofocaciones…Cuando sufría estos
ataques tenía la certeza de que se estaba muriendo y entraba en pánico. Llevaba varios
meses visitando médicos de diversas especialidades y ninguno le había encontrado nada. El
neurólogo le sugiere que mientras espera los resultados de los estudios consulte a un
psicólogo porque cabía la posibilidad de que sus síntomas fueran producidos por causas
psíquicas. Ella rechaza de plano esa posibilidad, convencida de que en su vida estaba todo
bien, que no tenía ningún problema: estaba felizmente casada, tenía un hijo pequeño al que
adoraba y una profesión en la que había desplegado una muy exitosa carrera. Todo esto se le
había complicado a partir de la irrupción de estos síntomas que desde que comenzaron vivía
con miedo de que se repitan, cosa que efectivamente acontecía con bastante frecuencia.
Cuando a las pocas semanas de iniciar las entrevistas recibe los estudios neurológicos y el
resultado es negativo se deprime profundamente y manifiesta su perplejidad: ¿entonces qué?
¿acaso se volvió loca? Como vivía en un estado de expectación angustiosa permanente y de
lo único que hablaba era de los síntomas decido hacer una interconsulta psiquiátrica y dosis
racionales de clonazepan le brindan un poco de tranquilidad y abren para mi la posibilidad de
interrogar qué pasaba en su vida aparte de padecer estos ataques. Por entonces –buscando
orientarme sobre como intervenir- ya había vuelto a releer el texto de Freud sobre las
neurastenias y las neurosis de angustia. Sabemos que es desde la psiquiatría que en los 80
se nombran estos cuadros como ataques de pánico y que su descripción coincide en general
con la que Freud había establecido para las neurósis de angustia a fines del siglo XIX. Abrí el
libro sin muchas expectativas, con el prejuicio de que era un texto prehistórico en donde toda
la neurosis era puesta a cuenta de desordenes de alcoba, y para mi sorpresa me encontré
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allí con indicaciones muy valiosas.
Freud plantea por entonces que las neurosis de angustia carecen de mecanismo psíquico y
por lo tanto no son tratables por el psicoanálisis porque no hay algo reprimido y por ende no
hay una representación interpretable. Recordemos que eran tiempos fundacionales en los
que Freud estaba delimitando el campo de incumbencia del psicoanálisis. Entonces deja
fuera de su campo todo lo que tiene que ver con las neurosis actuales. Pero aún así nos deja
todas las enseñanzas necesarias para su abordaje. El texto de 1895 es un clásico de
absoluta actualidad si se lo sabe leer con las claves adecuadas para traducirlo.
Dice allí Freud que hay una acumulación de excitación sexual que va directo al cuerpo. Y
pone como causa principal de esta sobrecarga la abstinencia sexual y el coitus interruptus, lo
cual es coherente con que a fines del siglo XIX no existían métodos anticonceptivos eficaces,
y los condones de la época eran o de tripa de chancho o de un caucho grueso y oloroso
fabricado por Good Year. Frente a las preocupaciones que esto generaba hay que tener en
cuenta que además hablar de sexo era tabú. No había recursos simbólicos para que una
persona pudiera ligar un ataque de angustia con lo que Freud llama perturbaciones e
influencias nocivas provenientes de la vida sexual. Por eso no es raro que se encontrara en su
casuística con que lo que estaba a la orden del día en 1895 para provocar el aumento de la
excitación, que no encontraba ni vías de descarga ni de enlace psíquico, era la problemática
de la insatisfacción sexual. Con esto presente creo que podemos pasar a escuchar cualquier
caso que nos llegue con un fenómeno de pánico sabiendo que no necesariamente se trata de
una etiología sexual, que puede también haberla, pero que actualmente eso se ha
desplazado a otras fuentes que también comprometen la economía libidinal: problemas
económicos, laborales, afectivos, etc. Lo que se repite idéntico es que nos encontramos con
sujetos que hasta la aparición de estos síntomas a nivel de lo que podríamos llamar el cuerpo
no simbolizado no tienen ningún registro de problema alguno. Eso es lo primero que me
había llamado la atención al escuchar a esta mujer a la que con fines prácticos voy a llamar
Gloria: su falta total y absoluta de registro o reconocimiento de que en su vida fuera posible
que algo no anduviera bien. También encontré en el texto de Freud una indicación clínica
fundamental: dice que toda la terapia reposa en la posibilidad de hacer descender por debajo
del límite intolerable el nivel de la carga que gravita sobre el síntoma nervioso, y que esto se
logra a través de diversas influencias ejercidas sobre la mezcla etiológica. Quiere decir que
hay que actuar sobre la ecuación etiológica para tratar de hacer bajar estas cargas.
La urgencia y la rigidez de la demanda con la que Gloria se presentaba no dejaban dudas
acerca de que pretender poner en juego nuestras herramientas clásicas (atención flotante,
asociación libre) iba a ser una torpeza de resultados estériles. Lo que ella demandaba era
un diagnóstico y una solución rápida y definitiva de su problema para poder seguir con su vida
tal cual, y lo primero era establecer que esto era imposible. Es así que dediqué durante un
tiempo todo mi empeño en ayudarla a entender la lógica del fenómeno que estaba
padeciendo. Ella se agarraba del único recurso que tenía a mano para dar cuenta de eso que
sentía, y ese recurso era el discurso médico desde el cual interpretaba que sufría ataques
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neurológicos o cardíacos. Era la manera que encontraba de explicarse el fenómeno que la
invadía. Esto me puso sobre la pista de que lo primero que tenía que hacer era todo lo
contrario de lo que los analistas acostumbramos hacer. Estos pacientes están confundidos y
asustados por la incomprensión de lo que están sufriendo. Demandan desesperadamente
explicaciones; pues bien, hay que dárselas. Cuando nos movemos en el marco del dispositivo
analítico procuramos no taponar la hiancia del inconciente. Como decía el maestro “los
efectos solo andan bien en ausencia de la causa”.
Pero para poder vaciar el lugar de la causa ese lugar tiene que estar al menos parcialmente
ocupado y en estos casos está completamente vacío porque están rotos los nexos causales.
Por más engañosa que sea la relación causa-efecto, ésta nos permite ordenar
fantasmáticamente la escena del mundo que habitamos. Coincido en esto plenamente con
Victor Iunger que así lo afirma en su texto sobre el pánico que encontré en la biblioteca de la
EFBA.
Las experiencias posteriores que fui haciendo con otros pacientes que atendí con
problemáticas similares me fueron confirmando que este abordaje era -con más o menos
matices de acuerdo a la gravedad del cuadro y las cualidades estructurales en las que se
presentaba - siempre el adecuado.
Estos pacientes ni se dan cuenta que están haciendo cosas que no quieren hacer. O que
dicen que sí cuando querrían decir que no. Puede ser en una relación de amistad, de pareja,
de trabajo, en cualquier ámbito.
Entonces hay que comenzar por dar sentido o sea recrear los nexos causales. La función de
las explicaciones que tenemos que dar es la de resituar al sujeto en los parámetros
simbólicos, es decir: hay causas para lo que les pasa. No es algo inmotivado. No hay otra
manera de iniciar un tratamiento que empezar a armar hipótesis, explicarles de algún modo la
lógica de lo que les pasa y producir la resignificación de los ataques como síntomas de un
desarreglo enigmático a develar y cuyas claves irán apareciendo en el despliegue de su
historia personal. Iunger plantea que el ataque de pánico está determinado por el colapso de
la función del Nombre del Padre y que eso implica que la trama fantasmática que ordena la
experiencia habitual del sujeto también ha quedado transitoriamente abolida.
Su hipótesis me pareció muy interesante y me llevó a interrogarme de que modo podría
pensarse este colapso a nivel del nudo borromeo teniendo en cuenta que para Lacan el
anudamiento borromeo mismo es el nombre del padre.
Si bien el ataque de pánico irrumpe sin ninguna causa a la vista que lo justifique hay que
decir que el pánico es aparentemente inmotivado. Carecer de una trama discursiva que le
permita entender como llegó en su vida a un punto tal en el cual esta absolutamente
desbordado es justamente lo que le hace estallar la estructura. No sabe nada del desarreglo
fundamental en el que está implicado. Entonces algo falla en el funcionamiento del aparato
psíquico. Yo me pregunto: ¿Dónde quedó la angustia que debía señalizar ese peligro…?
Abramos un paréntesis parra contextuar la pregunta: si Real Simbólico e Imaginario están
enlazados por un nudo borromeo, ahí donde uno puede quedar tomado como objeto de goce
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del Otro aparece una señal de alarma que señaliza que allí hay un peligro y aparece la
angustia. La angustia es lo que va a parar el avance del goce del Otro sobre el cuerpo. Lacan
nos enseñó que tanto la angustia como la inhibición y el síntoma son Nombres del Padre.
Son suplementos que cumplen la función de restaurar la función del Nombre del Padre allí
donde la metáfora paterna no alcanza para mantener estabilizada la estructura. Digamos que
cuanto mejor está estructurado un sujeto neurótico, allí donde la vida lo ponga frente a un
momento de irrupción de goce del Otro responderá con angustia, y si puede hará un síntoma,
o en su defecto una inhibición. Si ninguna de las dos tiene ocasión, aún nos queda la angustia
como último refugio del psiquismo. En la angustia el sujeto está todavía anudado y su
presencia amenazante indica que el agujero real de lo imaginario donde se aloja (-phi), corre
peligro de ser taponado. Cuando falta la falta, si el nudo responde, aparece la angustia y su
llamado imperioso a un acto resolutivo o algún suplemento del nombre del padre que inscriba
la falta. Los analistas sabemos que hay que ser muy cautelosos antes de levantar un síntoma
o empujar a un paciente al acto allí donde hay una inhibición. No nos apresuramos a levantar
ese síntoma o esa inhibición sin haber visto antes cual es la función que esa inhibición, ese
síntoma o esa angustia está cumpliendo para ese sujeto.
Cerremos el paréntesis y volvamos a la pregunta donde nos detuvimos: Si el sujeto no tiene
idea – no del desorden en el que está implicado como le pasa a cualquier neurótico cuando
consulta- sino que -si no fuera por los ataques de pánico- ni siquiera estaría advertido de que
tiene algún problema… ¿Dónde quedó la angustia que debía señalizar ese peligro…? Acá nos
encontramos con una falla en la estructura. El pánico ataca la estructura, pero ésta ya tenía
un problema en su constitución: carecía del recurso de la angustia como señal de alarma.
El ataque de pánico no es un ataque de angustia -esto ya lo decía Freud- es un equivalente
de la angustia, su correlato somático, el ataque de pánico va al lugar de la angustia que no
está. Y la angustia que no está ha quedado abolida para estos sujetos como último refugio
del psiquismo.
Al no contar con el recurso de la angustia, frente a la subida de tensión, el nudo se tensa y su
agujero central se estrecha y desfallece por estrangulamiento y entonces se desencadena el
ataque de pánico que no responde a una situación de peligro real exterior, sino a una
situación previa creada por una invisible irrupción de goce masivo que el aparato psíquico no
pudo tramitar discursivamente. El pánico es la respuesta de lo Real del cuerpo, allí donde
quedó taponado el agujero real de la cuerda imaginaria, y no advino la angustia como
respuesta. El goce del Otro invade el aparato de un modo masivo sin la presencia del marco
fálico que le haga un borde con lo cual se pierde también la noción más elemental de la
realidad como escena habitable en el campo del Otro.
En todos los casos de pacientes que me tocó atender que llegaban con estos síntomas me
encontré con sujetos que padecieron situaciones de angustia extrema por vivencias
traumáticas durante lapsos prolongados de su infancia. Experiencias que para ellos habían
quedado atrás, aparentemente superadas y olvidadas y a las que el sujeto ya no les daba
importancia, y que dejaron esta marca que se articula con la ferocidad superyoica y el
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sentimiento inconciente de culpa configurándose un rasgo de carácter de enorme exigencia,
omnipotencia, sobre adaptación o pretendida autosuficiencia. De esas experiencias tempranas
marcadas por la angustia traumática efecto de vivencias de desvalimiento o desamparo
psíquico en tiempos constituyentes, derivan estos rasgos de carácter que han hecho del dolor
y la angustia que llegaron a niveles extremos, historias antiguas que ya no interesan. Esto
ocasiona que frente a una situación externa que los somete a una presión extrema no se
angustien ni registren como especialmente perturbador lo que están viviendo. Esto es un
terreno fértil para que cualquier gota pueda hacer rebalzar un vaso que el sujeto no advierte
lo sobrecargado que está. Y esa gota, quizá un acontecimiento fortuito no demasiado
relevante en sí mismo, puede ser el factor desencadenante para la aparición de los ataques.
Si el ataque va al lugar de la angustia que no está, paradójicamente va a producir -a
posteriori- anudamiento –vía inhibición- a partir del temor de que el ataque se repita. Freud
decía que la espera angustiosa era el síntoma nodular de la neurosis de angustia. Es lo que
la psiquiatría denomina trastornos del pánico. Un sujeto omnipotente que no se daba por
enterado de nada, sin registro de la opresión a la que estaba sometido, se encuentra al fin con
un límite: el miedo a que el ataque se repita funciona de borde fálico, es la barrera que ya no
puede atravesar. Ha encontrado una medida que toma valor de inhibición. Como
estabilización es precaria porque las condiciones etiológicas no han cambiado en lo esencial,
y las inhibiciones también generan frustraciones y culpa. Gloria vivía reprochándose la
debilidad, inadmisible para ella, de haber sucumbido a esta enfermedad que la rebajaba a
habitar el simple mundo de los mortales. Ella que consideraba que -salvo resucitar a un
muerto- no había nada imposible y que hacía de la eficacia un valor supremo. Cuando se
proponía algo era –según sus palabras- una topadora.
Cuando empezó a contar su historia me encontré con que no había en lo esencial nada
reprimido en sentido estricto. Todo estaba allí en sus recuerdos, pero lo que predominaba era
el aislamiento de las representaciones que al no establecer puentes verbales eran enunciados
que ella pronunciaba sin darles la menor importancia. Como su relato de cuando su padre se
fue lejos y no volvió por varios años y ella se quedaba sola con 8-9 años a cargo de su
hermanito de 4 durante todo el día mientras la madre se iba a trabajar y todos los días le
recordaba qué era lo que tenia que hacer en caso de que nunca volviera. Fue necesario
horrorizarme con su relato para que al fin apareciera de su lado la angustia que no estaba. Y
que cuando apareció por fin ligada a estos recuerdos devino en un llanto sobrecogedor.
En todos los casos que posteriormente me tocó atender fui verificando que la dirección de la
cura en estos casos pasaba necesariamente por una fase preliminar de re-producción del
objeto de la angustia como paso previo a hacer entrar en juego el objeto del fantasma. En
otras palabras, hacer entrar al sujeto en el discurso con la correspondiente re-producción del
objeto de la angustia que había quedado borrado del nudo.
La compleja trama en la que Gloria había quedado atrapada fue necesario construirla
pacientemente y su despliegue excede el tiempo y el espacio de esta presentación. Sólo
menciono que lo que desencadenó los ataques fue una escena en la que estaba entregando
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sumisamente –y sin ningún registro de que esto la afectara- nada menos que a su hijo. Su
hermano –el que ella cuidaba de pequeño- había fallecido ya adulto de muerte súbita. Su
madre enloquece más de lo que estaba, y arma una trama maquiavélica en la que aleja a
Gloria de su marido y rebautiza a su nieto con el nombre de su hijo muerto, apropiándoselo.
Gloria siente que es su deber entregárselo y sin pensarlo demasiado accede a la demanda.
Lo deja viviendo con su madre y se va tranquilamente a trabajar. Tenía muchas tareas
pendientes. En esos días le aparece – de la nada – su primer ataque de pánico.
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