La familia del paco
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La familia del paco
De la cabeza FACUNDO MANES neurologo. neurocientifico. rector de la universidad favaloro Twitter: @ManesF La familia del paco por FACUNDO MANES M e llamo María Rosa, nací y vivo en Ciudad Oculta. Tengo cuatro hijos, una mamá, un hermano. Y una especie de cartel que me cuelga del cuello. Me llaman ‘la madre del paco’. Aunque no estoy de acuerdo. Al paco no lo parí: yo parí un hijo que está en problemas por fumar basura.” Así comienza el relato de Gustavo Nielsen que se publicará próximamente en Al fin amanece, un libro sobre adicciones editado por Intramed. Se trata de casos reales que narran escritores. Y como lamentablemente no es puro cuento, resulta imprescindible sacar a la luz también desde la ciencia la implacable problemática del paco. El paco es la pasta base de la cocaína (PBC), que se produce en el proceso de extracción del alcaloide cocaína de la hoja de coca. En nuestro país su consumo se instala fundamentalmente en el transcurso de la crisis socioeconómica de comienzos de la década pasada. Y, desde entonces, todo cambia. Como tiene bajo costo de síntesis y es de fácil acceso, se ha difundido sobre todo en las zonas socialmente vulnerables. Según las estadísticas, la edad promedio en la que se empieza a consumir son los 16 años. Es altamente adictiva: la mayoría de quie14 v i va 20.09.2015 nes han consumido PBC ha desarrollado algún grado de dependencia. La toxicidad del paco es mayor que la de la cocaína. Se considera que esto, sumado a la temprana edad de inicio en su consumo, provoca daños severos en las regiones subcorticales y frontales del cerebro. Por eso este tipo de lesiones impacta en múltiples funciones cognitivas y sociales. El perfil de los adictos al paco es diferente al de los adictos a otras sustancias ilegales. Entre otros aspectos, se evidencia una persistencia en el tiempo de la conducta adictiva del PBC, que sugiere que se produce una alteración a nivel estructural y funcional en la expresión de ciertos genes. Resulta preocupante la falta de importantes avances en las investigaciones científicas sobre esta adicción. Al día de hoy no hay estudios clínicos concluyentes sobre los mecanismos de acción y sus efectos. Tampoco se ha realizado un perfil psiquiátrico ni neurobiológico de los consumidores de paco. Todo esto lleva a que no existan estrategias terapéuticas específicas y efectivas. Tanto en Europa como en Estados Unidos el consumo del paco no está extendido como aquí; por consiguiente, la investigación, la prevención y el tratamiento de- La pasta base de la cocaína, conocida como paco, se ha difundido sobre todo en las zonas socialmente vulnerables. La edad promedio a la que se empieza a consumir son los 16 años. La mayoría desarrolla algún grado de dependencia. penden exclusivamente de la comunidad académica de nuestra región. Y por lo tanto, debe ser una prioridad para las políticas de investigación científica el estudio de los mecanismos cognitivos, funcionales y estructurales vinculados con el consumo crónico de PBC, cómo se modifica la expresión de los genes por esta adicción y el impacto que puede tener en el desarrollo. Según el Estudio Nacional sobre Consumo de Sustancias Psicoactivas del Sedronar, el consumo de paco se incrementó un 200 % en los últimos años. Se estima que en nuestro país se consumen 400.000 dosis de paco por día. Es tal la gravedad del problema que representa el uso abusivo de esta droga en nuestra sociedad que las próximas investigaciones tienen que ser el punto de partida para comprender sus efectos sobre el cerebro, especialmente sobre el sistema nervioso central. Esto resulta fundamental para el diseño de tratamientos efectivos. Su conocimiento, a la vez, permitirá diseñar estrategias de prevención y contención social. Como en otros crímenes y flagelos de nuestra historia, son las madres las que salen a la calle a enfrentar a sus responsables con una fuerza incomparable. Las madres, siempre las madres. p A Aunque resulta evidente que las emociones forman parte de la naturaleza del ser humano, muchas veces son consideradas como algo ajeno a nosotros, que está fuera de nuestro control. A lo largo de la historia, pensamiento racional y emoción han sido estimados como dos procesos mentales separados y, generalmente, opuestos: la emoción ejercía un efecto negativo sobre el razonamiento y, por lo tanto, debía ser evitada si uno deseaba “pensar claramente”. Pero las emociones ¿no encierran acaso algún valor de verdad, alguna utilidad? ¿Para qué sirven realmente las emociones? ¿Se tratan realmente de algo “ingobernable”? El estudio científico moderno de las emociones solo resultó posible una vez estas se colocaron en un nivel equilibrado y complementario de los demás procesos cognitivos. Desde este punto de vista, representan el marcador más básico, automático y rápido para guiar la aproximación a lo que nos gusta y de alejamiento del peligro, dolor o frustración. Por tal motivo son consideradas como detectores de relevancia de los estímulos y los eventos en términos de su significado para el individuo. Las emociones son episodios de cambios afectivos complejos frente a las diferentes circunstancias de la vida. Estas reacciones complejas integran diversos componentes como la activación neurofisiológica y el sentimiento subjetivo interno. Podemos reconsiderarlas, entonces, como una vía alternativa de procesamiento de información al pensamiento consciente más elaborado que orientan, entre otras áreas, el aprendizaje y la toma de decisiones en circunstancias rápidas. Muy lejos de ser un bosquejo desprolijo, desorganizado y espurio de las decisiones racionales, el sistema emocional es un instrumento adaptativo sin el cual nos sería imposible resolver situaciones que exceden las capacidades de análisis lógico-racional, ya sea por carencia de información más detallada o por la velocidad de las circunstancias para las cuales la decisión racional puede llegar a ser muy lenta. La emoción y la cognición no son sistemas separados, y mucho menos opuestos, ya que pueden actuar de forma concertada. Una pregunta que queda por responder es si las emociones siguen resultando un elemento “incontrolable” de nuestra conducta. Las personas influimos en nuestras emociones en diferentes aspectos, como por ejemplo en qué emociones tenemos, cuándo las tenemos, o cómo las experimentamos y expresamos. Las emociones pueden ser más bien “automáticas” y fijas en su patrón de disparo (cuando se produce regularmente una misma emoción frente a un mismo estímulo) o bien pueden resultar de un proceso “cognitivo” más elaborado. En cualquiera de los casos, sin embargo, las personas somos capaces de “operar” sobre nuestras emociones, aunque más no sea sobre sus resultados finales. En muchos casos no podemos inhibir su disparo, pero podemos intentar torcer su curso para disimularlas o atenuarlas, puesto que las emociones constituyen un proceso dinámico en el tiempo. Las emociones no nos obligan, en la mayoría de los casos, a actuar de un modo específico, sino que vuelven más probable un tipo de respuesta. Con un cierto esfuerzo o preparación es posible bloquear o cambiar la conducta “favorecida” por la emoción disparada. Por el contrario, en la medida que reconocemos las circunstancias que disparan determinadas emociones negativas, podemos aprender a evitar los contextos o situaciones que se asocian a dichas emociones, de modo tal de disminuir la probabilidad de su aparición y regular así el episodio emocional desde su origen. Esta transformación cognitiva de la experiencia emocional se denomina “reevaluación” y consiste en la