José G. Moreno de Alba: Presente y futuro de la lengua española

Transcripción

José G. Moreno de Alba: Presente y futuro de la lengua española
Revista de Estudios Cervantinos
No. 1
Junio-Julio 2007
www.estudioscervantinos.org
PRESENTE Y FUTURO DE LA LENGUA ESPAÑOLA
José G. Moreno de Alba
Originalmente publicado en: Guanajuato en la geografía del Quijote. Primer Coloquio
Cervantino Internacional. Gobierno del Estado, Guanajuato, 1988, pp. 93-101
José G. Moreno de Alba es doctor en Lingüística Hispánica por la Universidad Nacional Autónoma de México, en la cual ha sido director de
la Facultad de Filosofía y Letras, así como del Instituto de Investigaciones Bibliográficas. En 2005 fue nombrado Investigador Emérito de
esa misma institución. Actualmente es director de la Academia Mexicana de la Lengua y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
Ha sido profesor invitado en las universidades de Leyden, Tubinga, Munich, Montreal, Quebec y en la Patricio Lumumba de Moscú, entre otras.
Trabaja especialmente en la morfosintaxis y en la dialectología. Entre sus
obras publicadas destacan: Morfología derivativa nominal en el español de
México, Minucias del lenguaje, Valores de las formas verbales en el español de México, El español en América y La pronunciación del español en
México. Es autor de numerosos artículos y ensayos sobre su especialidad.
PRESENTE Y FUTURO DE LA LENGUA ESPAÑOLA
R
AMÓN MENÉNDEZ PIDAL en un discurso sobre «La
unidad del idioma», que varios años después el propio filólogo consideraría entre sus mejores páginas, hace un inteligente resumen de la polémica que, a fines del siglo pasado y principios de éste sostuvieron dos escritores, a su juicio
«los más eminentes de su tiempo», don Rufino José Cuervo
y don Juan Valera, «sobre si en el paso del latín a lenguas romances sucedió o no algo que no sucediese en América».
Cuervo opinaba que tarde o temprano el español americano sufriría una irreversible fragmentación que conduciría al establecimiento de diversas lenguas «nacionales», de manera análoga
a lo que pasó en la Romania, cuando los latines provinciales
se transformaron en diversas lenguas. A juicio de Valera, para
que ello sucediera sería preciso que sobreviviera algo parecido a la invasión de los bárbaros. Ciertamente el interés mayor
de la polémica se debe a la pluma del lingüista más que a la
del literato, como asienta Menéndez Pidal. Las argumentaciones de Cuervo deberían ser rebatidas por un filólogo. Treinta años después, Menéndez Pidal, con convincentes razonamientos y abundantísima erudición, concede la razón a las
intuiciones, poco técnicamente formuladas, de don Juan Valera.
En primer lugar, las lenguas no son, como pensaban los positivistas y darwinistas, organismos regidos por fatales leyes naturales,
que nacen, crecen, se desarrollan y mueren, sino un hecho social:
«una lengua –escribe Menéndez Pidal– puede vivir indefinida95
mente, como la porción de humanidad que habla dicha lengua, y
puede morir sustituida por otra, si le falta la entrañable adhesión
de la sociedad que la habla».
En segundo lugar, existe una abismal diferencia entre el proceso histórico de la generación de las lenguas románicas y el establecimiento del español americano. Por una parte, es fácilmente
comprobable que el latín literario no tuvo una continuidad que
partiera de Cicerón y Séneca y llegara hasta Cervantes. Hubo un
brusco descenso, ubicable entre los siglos VI y VII cuando, debido, tanto a la insalvable distancia que se daba entre latín escrito y latín hablado, que hizo que los escritores se esforzaran
por dar a éste la categoría de una nueva lengua literaria, cuanto
a la gravísima escasez de la escritura, motivada por el alto costo
del pergamino y la falta del papiro, cuando los árabes conquistan Egipto. Precisamente todo lo contrario sucede en los procesos históricos de la conquista y colonización de América y de la
emancipación de los, pueblos del continente hasta nuestros días.
No sólo no puede hablarse de aislamiento y de poco cultivo de
la lengua literaria sino que se da el fenómeno inverso: el progreso de las comunicaciones es cada día más asombroso y el florecimiento de la literatura es hoy, más que nunca, reconocido por
propios y extraños. Véase por tanto que el análisis de las circunstancias que propiciaron la fragmentación del latín permite asegurar que son totalmente diversas de las que actualmente privan
en el mundo hispánico y por ello puede deducirse que, con base
en esa oposición, puede esperarse que en el futuro se produzca,
en América, lo contrario de lo que sucedió en la Romania, es decir, que el español tienda más a la unidad que a la diversidad.
Rodolfo Lenz señala también una diferencia importante entre el
latín y el español americano:
El latín ya había alcanzado el punto máximo de su perfección literaria cuando se realizó la verdadera romanización de la mayoría de
las provincias […]. En cambio, para toda la América española, el
principal periodo de colonización empieza ya en el segundo cuarto del siglo XVI, mientras la lengua literaria clásica de España, si
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bien ya estaba en plena sazón en cuanto a sus posibilidades, no había alcanzado todavía la perfecta realización; suponiendo que, como es corriente, se considere representantes
del español literario a Cervantes, Lope de Vega y Calderón.
La hipótesis de la tendencia a la unidad del idioma en América se
ve apoyada por otros varios factores, además de los ya analizados.
Es innegable la recíproca influencia que se ejerce entre lengua y
nación, y el español ha jugado un papel decisivo en la consolidación de los estados americanos. Puede pensarse además, que entre
todas las agrupaciones de los seres humanos, quizá la lingüística sea la que se concibe siempre como la más sólida. Ciertamente hay, en el extenso territorio de América, las obvias
diferencias nacionales y regionales, sin embargo existe asimismo y tal vez más notable que ellas, una fundamental unidad de cultura y de historia. Habría que recordar, en este sentido, la claridad de pensamiento de los intelectuales mexicanos
de las primeras décadas de este siglo, como Antonio Caso,
José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, Diego Rivera y, predominantemente, el ilustre dominicano Pedro Henríquez Ureña, quienes siempre defendieron la originalidad y la unidad esencial de la cultura hispanoamericana.
En la historia reciente del problema, o mejor, de la discusión sobre la tendencia del español general hacia su unidad o
hacia su diferenciación, destaca la cauta posición de Dámaso Alonso, quien en varias ocasiones llama la atención sobre
los que él considera verdaderos riesgos de fragmentación.
No ve ciertamente Alonso peligros graves para una escisión pronta del español en lo que él llama «futuro histórico»,
aunque reconoce que su desaparición debe entenderse como
inevitable en la post-historia, lo que podría suceder probablemente por una evolución diversificadora. La misión de
los intelectuales, de los estudiosos, de los cultos, consistirá, a su juicio, en alejar lo más posible ese periodo. Para ello
es menester contar con un ánimo previsor que extreme quizá el pesimismo y que haga huir de un inocente optimismo que sin reflexión seria hace creer que nada puede pasar97
le a la lengua porque las modernas circunstancias (medios de
comunicación, enseñanza, viajes) impiden su fragmentación. En
su opinión no pueden sin más rechazarse las comparaciones que
filó- logos respetables han formulado entre el latín y el español.
Hay, sin embargo, un tipo de voces, una clase de vocabulario
que está produciendo cotidianamente serias diversificaciones en
muchos países: el léxico de nueva creación y los extranjerismos.
Estamos en una era de inventos y por ello la sedimentación del
léxico reciente debe ser considerada como un asunto importante. Muchos vocablos son enteramente técnicos. Hay que detenerse en los que efectivamente penetran en el uso general, cuyo
número es muy alto y que lo hacen por los nuevos espacios técnicos que forman ya parte indisoluble de nuestra vida diaria: el
teléfono, la electricidad, el automovilismo, la aviación, la televisión, la computación, entre muchos otros. El mundo del deporte
facilita igualmente, por su difusión entre las masas, el ingreso de
centenares de voces nuevas.
Ahora bien, si esa sedimentación es distinta en la diversa geografía del mundo hispanohablante ocurrirá necesariamente que un
sector del léxico más común, más usual en la vida de todos los días,
será diverso a lo largo y ancho del mundo hispánico. La diversificación del vocabulario contemporáneo, a juicio de Dámaso Alonso, es generalmente consecuencia de la vía por medio de la cual
el nuevo invento penetró (Francia, Inglaterra, Estados Unidos).
Debe reconocerse que la cultura española en general, ha participado muy poco en la creación innovadora de las ciencias y las
técnicas del mundo moderno. Es innegable que el anglicismo se
extiende hoy por todas partes y tiene cabida en todas las lenguas,
que a veces lo adaptan, a veces lo traducen con diverso grado
de propiedad. Ciertamente su influencia es casi exclusivamente
léxica, pero abundantísima y generalizada.
No hay lengua, afirma Gili Gaya, que se desnaturalice por el hecho de incorporar léxico ajeno. Hay que tener en cuenta empero
que los barbarismos no tienen igual extensión a lo largo y ancho
del mundo hispanohablante. Si esa divergencia llega a consolidarse será entonces un probable estorbo para la comprensión.
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En otras palabras, no serían precisamente los anglicismos, sino su
diversa distribución entre los dialectos hispánicos la que favorezca
la diversidad, la falta de unidad y la probable falta de comprensión.
De lo hasta aquí expuesto puede concluirse que el español en
general, a pesar de conservar una notable unidad en lo esencial,
esto es, en fonología y gramática, manifiesta heterogeneidad en
lo que respecta a la fonética y, quizá más peligroso en lo tocante a las dificultades de intercomunicación, al vocabulario,
especialmente en lo que tiene que ver con el léxico técnico o especializado. Se corre el riesgo de que diferentes regiones hispanohablantes adopten cada una diversos términos científicos, por
ejemplo, y que además puedan ser éstos adaptados o traducidos
de diferente forma.
Evidentemente resulta imposible predecir con ciertos márgenes de seguridad o certeza qué pueda suceder con la lengua española en general y americana en particular, en el futuro. Es sin
embargo, conveniente reflexionar sobre el futuro de la lengua si
para ello nos apoyamos tanto en la historia misma de los pueblos
y de sus idiomas, como en las direcciones que en el presente se
vislumbran para lo venidero.
Ciertas designaciones del español contemporáneo pueden hacernos pensar que la lengua va a la zaga de las innovaciones, descubrimientos e inventos. Vocablos como «pluma», «carretera»,
«carro» nos llevarían a juzgar que las cosas cambian y las palabras
permanecen, lo que llevó a Ortega y Gasset a decir que «nuestras
lenguas son instrumentos anacrónicos», que «al hablar somos
humildes rehenes del pasado». Hay empero múltiples ejemplos
que demostrarían lo contrario, que la lengua, que las palabras,
vienen a ser un fiel reflejo de la transformación de nuestro mundo: radar, neutrón, fanatismo, litro, burócrata y muchísimas voces más son, a juicio de Rosenblat, «increíblemente jóvenes».
Para algunos –el soviético Marr especialmente—la lengua es un
producto de las diversas clases sociales y se modifica cuando cambia la sociedad y la ideología. Para otros, como Marcuse sea por
caso, el lenguaje es un vehículo funcional que se subordina a los
imperativos de la sociedad, es antihistórico. En realidad, dice Rosenblat, en todos los tiempos –no sólo ahora— las palabras se han
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utilizado como criadas para todo servicio, aunque también debe
reconocerse que pueden derribarse monarquías y repúblicas, así
como modificar los fundamentos mismos de la sociedad y la economía y, a pesar de ello, la lengua suele mantenerse casi invulnerable.
Son otras las más importantes causas de los cambios lingüísticos: el juego de sus fuerzas internas, siempre en inestable
equilibrio; el contacto de una lengua con otra; la necesidad de
expresar la impresionante revolución científica y técnica. Hay
también otras razones. Se pregunta Rosenblat si, por ejemplo,
la irrupción ininterrumpida de campesinos que se instalan en las
afueras de las grandes ciudades no producirá una especie de ruralización de las hablas urbanas, aunque debe reconocerse que,
como contrapeso, se da también una importante urbanización
de la vida del campo. Por otra parte, es obvio que si se produce
un repentino ascenso de un sector social, puede suceder que su
forma de hablar adquiera también rápidamente un prestigio que
le permita imponerse sobre otros.
Con referencia en concreto al futuro de la lengua española debemos considerar que, aunque la alta calidad de su literatura clásica y contemporánea, peninsular o americana, garantizaría sin
duda su fortalecimiento, no puede negarse que hoy el centro de
gravedad de la cultura parece desplazarse de manera clara y quizá, como escribe Rosenblat, alarmantemente, hacia la ciencia. Y
debe aceptarse que, en ese terreno, padecemos indudablemente
un evidente déficit. Es legítimo asimismo formularse la siguiente interrogante ante el gran desequilibrio demográfico entre los
hispanohablantes españoles y americanos, ¿se moverá el centro de gravedad del español? Además puede ponerse también
en discusión la verdadera unidad lingüística entre las distintas
regiones de América.
En todo este ejercicio de reflexión sobre el futuro de la lengua,
una pieza clave es la comunicación entre los hablantes. Ciertamente el llamado tiempo histórico parece ser ahora y más lo será
en el futuro, mucho más vertiginoso que antes, pues en cincuenta
años de este siglo puede modificarse la vida del hombre y la sociedad más que en cientos de años del primer milenio. Sin embargo
resulta quizá aún más vertiginoso el avance de las comunicaciones.
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En relación con lo que podría designarse como futuro próximo,
contra todos los augurios negativos y los numerosos factores
que favorecen la desintegración, puede asegurarse que la unidad
de la lengua, particularmente la llamada culta, es indudablemente hoy mayor que antes. Es previsible que esto se acentúe en un
futuro no remoto. Ahora, por lo que respecta al futuro lejano,
quizá convenga no pensar demasiado en ello porque, ante todo,
no parece nada fácil predecir algo sobre él. Por otra parte, si
sucede lo que parece inevitable en ese futuro remoto, esto es, la
desintegración del español en otras muchas lenguas, vale la pena
detenerse un poco a pensar si el latín, sea por caso, perdió o ganó
cuando, de su aparente muerte, nacieron muchas otras lenguas
que no son sino latín transformado.
Quizá sea buena forma de concluir mi intervención el aplicar
para nuestros días una de las conclusiones que en 1962 se formularon sobre el presente y futuro de la lengua española que a
letra dice:
Se ha comprobado un optimismo prácticamente unánime con
respecto a la unidad esencial de la lengua española en el mundo hispánico. Tal unidad no se ve amenazada por serios peligros de fragmentación actualmente. Todo lo contrario: en las últimas décadas
se ha estado percibiendo una tendencia general a la unificación del habla culta y existen las premisas para esperar que esa tendencia continúe y se afiance cada vez más.
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