Tema 7. Creo que Jesucristo padeció, murió y resucitó

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Tema 7. Creo que Jesucristo padeció, murió y resucitó
¡Venga tu Reino!
TEMA: CREO QUE JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO, FUE
CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO, DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS, AL TERCER DÍA
RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS
La muerte violenta de Jesús no fue por las circunstancias, fue la voluntad de Dios, para que
nosotros tuviéramos vida. Dios introdujo, en nuestro mundo de muerte, a su Hijo Jesucristo,
dispuesto y deseoso de asumir sobre sí mismo, por amor al hombre, su encarnación, pasión
y muerte. Desde que Cristo murió por nosotros podemos cambiar nuestra muerte por su vida.
¿POR QUÉ TUVO QUE SER ASÍ?
La Cruz, en la que Jesús inocente fue ajusticiado cruelmente, es el lugar de la máxima
humillación y abandono. Todos, cuando pecamos, somos realmente causa e instrumento de
los sufrimientos del Redentor. Cristo, nuestro Redentor, eligió la cruz para cargar con el
pecado del hombre y establecer una nueva alianza. De este modo, mediante su amor
perfecto, conduce a los hombres a Dios.
UN DON DE DIOS
Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios. Ante todo
es un don de Dios: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con Él. Al mismo
tiempo, es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor, ofrece su vida
a su Padre por medio del Espíritu Santo para reparar nuestra desobediencia y así
devolvernos la vida. El sacrificio pascual de Cristo nos rescata, por tanto, de modo único,
perfecto y definitivo, y nos abre a la comunión con Dios.
UN EVENTO HISTÓRICO, VERIFICADO Y ATESTIGUADO
Jesús murió realmente en la Cruz; su cuerpo fue enterrado. Esto lo atestiguan todas las
fuentes, es un evento histórico, verificado y atestiguado. Su cuerpo resucitado es el mismo
que fue crucificado, pero ahora participa de la vida divina.
La Escritura llama infiernos a la morada de los muertos. La expresión «Jesús
descendió a los infiernos», en el Credo, confiesa que Jesús, después de su muerte,
descendió a la morada de los muertos y liberó a los justos que lo esperaban.
LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR ES EL FUNDAMENTO DE NUESTRA FE.
No se puede ser cristiano sin creer en la resurrección. ¿Por qué? Porque ya no todo termina
con la muerte. La alegría y la esperanza han entrado en el mundo porque después de que la
muerte ya no tiene dominio sobre Jesús, no tiene ya tampoco poder sobre nosotros, que
pertenecemos a Jesús. Jesucristo vive: ésta es la gran alegría de todos los cristianos.
«La omnipotencia del amor no es la del poder del mundo, sino es aquella del don total, y Jesús, el
Hijo de Dios, revela al mundo la verdadera omnipotencia del Padre dando su vida por nosotros
pecadores. Este es el verdadero, auténtico y perfecto poder divino: Entonces el mal es en verdad
vencido porque es lavado por el amor de Dios; entonces la muerte es definitivamente derrotada
porque es transformada en don de la vida. Dios Padre resucita al Hijo: la muerte, el gran enemigo, es
engullida y privada de su veneno, y nosotros, liberados del pecado, podemos acceder a nuestra
realidad de hijos de Dios» (Benedicto XVI, 31 enero 2013).
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APLICACIONES A MI VIDA DEL YO CREO EN QUE CRISTO MURIÓ Y RESUCITÓ:
Perdonar por amor, imitando a Cristo, a quienes me ofenden o lastiman.
Meditar en la pasión de Jesucristo para que nunca llegue a decir: «Dios no sabe lo
que yo sufro».
No buscar el dolor, pero cuando éste se presenta y no se pueda evitar, que tenga
sentido al unirlo al dolor de Cristo, «que padeció por mí», así se hace uno con el
amor redentor de Cristo y se hace parte de la fuerza divina que transforma el mundo
hacia el bien porque «Dios no ha venido a impedir el dolor. Ni siquiera ha venido
para explicarlo, sino que ha venido para llenarlo con su presencia».
«Quien conoce la Pascua no puede desesperar».
NO REPLEGARME EN MI PROPIO BIENESTAR PARA UNIRME A CRISTO, COMO SU
DISCÍPULO Y MISIONERO, Y ASÍ, GUIAR A LA PUERTA DE LA FE A TANTOS QUE BUSCAN
LA VERDAD.
CONSIGNA:
La pasión, muerte y resurrección de Cristo es una llamada apremiante a corresponder a su
gran amor por cada uno de nosotros. Si queremos imitar a Jesús, si deseamos que nuestra
vida sea reflejo de la suya, debemos preguntarnos en nuestra oración de cada día si
sabemos unirnos al ofrecimiento de Jesús al Padre, con la aceptación de la voluntad de Dios,
diariamente, en cada momento, en las alegrías y en las contrariedades.
Quien anuncia a Cristo tendrá que acostumbrarse a ser impopular en ocasiones, a no
tener «éxito» en sentido humano, a ir contra corriente al no ocultar los aspectos de la
doctrina de Cristo que resultan más exigentes y que la cultura actual tiende a rechazar:
sentido de la mortificación, honestidad en los negocios, castidad y pureza, valor de la
virginidad, etc. Los miembros del Regnum Christi tienen la hermosa misión de esforzarse
para que por su testimonio y su labor apostólica el mensaje de Cristo llegue a conocerse y
aceptarse en su familia y en su entorno social.
REFLEXIÓN PERSONAL
 ¿Me desanimo o desespero ante las contrariedades, o lucho y me levanto para dar
testimonio del amor de Dios?
 ¿Hago penitencia, soporto las contrariedades con alegría, aunque me cuesten?
¿Entiendo que son para agradar a Dios?
 ¿Conozco y reflexiono continuamente en la grandeza del amor de Dios y su misericordia?
 ¿Participo en la nueva evangelización, convencido de que es el mejor camino para
corresponder al inmenso amor que Dios me tiene?
SUGERENCIAS PARA LA REVISIÓN DE VIDA (HECHO DE VIDA) O UNA REFLEXIÓN EN EQUIPO
1. Cristo está vivo. Juan Pablo II nos recuerda que no basta un Cristo implícito. El centro
del cristianismo es un Cristo vivo. ¿Qué tiene que ver esta verdad con nuestra vida?
2. ¿Por qué la cruz? Símbolo cristiano que progresivamente desaparece de nuestro
entorno. Ocho reflexiones sobre el sentido y significado cristiano de la cruz.
3. Dios es la fuente de la verdadera alegría. La alegría es signo de la presencia y acción
de Cristo en nosotros. No. 2 del Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud.
4. ¡Ha resucitado! ¿Podemos o no definir la resurrección de Cristo como un evento
histórico, en el sentido común del término, esto es, «realmente ocurrido» Raneiro
Cantalamessa lo comenta.
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¡Venga tu Reino!
Cristo está vivo
«El cristianismo no puede ser reducido a doctrina, ni a simples principios». Juan Pablo II sorprendió a
muchas personas con una imagen anquilosada de la vida cristiana, durante el tradicional encuentro
dominical que tiene con peregrinos de todo el mundo.
De hecho, añadió, «Cristo, centro del cristianismo, está vivo y su presencia constituye el
acontecimiento que renueva constantemente a las criaturas humanas y al cosmos».
«La Iglesia ha comprendido cada vez más claramente, tras los acontecimientos de las décadas pasadas,
en ocasiones dramáticos, que su tarea es la de atender y responsabilizarse del hombre; pero no un
hombre "abstracto", sino real, "concreto" e "histórico", al que debe ofrecer incesantemente a Cristo
como su único Redentor».
«De hecho, sólo en Cristo --y no se cansa de repetirlo, especialmente durante este año Jubilar-- el ser
humano puede experimentar el sentido auténtico y pleno de su existencia --añadió el obispo de Roma--.
El cristianismo, por tanto, no puede ser reducido a doctrina, ni a simples principios, pues Cristo, centro
del cristianismo, está vivo y su presencia constituye el acontecimiento que renueva constantemente a
las criaturas humanas y al cosmos. Esta verdad de Cristo hoy tiene que ser proclamada con vigor, tal y
como ha sido defendida valientemente en el siglo XX por tantos testigos de la fe e por ilustres
pensadores cristianos, entre los cuales quiero recordar a Vladimir Sergueyevich Soloviev, de quien se
cumplen en estos días el centenario de la muerte».
Fuente: Servicio Zenit ZS00073002, 30 de julio 2007 (ZENIT.org).(Regresar al índice)
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¿Por qué la cruz?
"Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre" (Mt 24,30). La cruz es el símbolo del
cristiano, que nos enseña cuál es nuestra auténtica vocación como seres humanos.
Hoy parecemos asistir a la desaparición progresiva del símbolo de la cruz. Desaparece de las casas de
los vivos y de las tumbas de los muertos, y desaparece sobre todo del corazón de muchos hombres y
mujeres a quienes molesta contemplar a un hombre clavado en la cruz. Esto no nos debe extrañar, pues
ya desde el inicio del cristianismo san Pablo hablaba de falsos hermanos que querían abolir la cruz:
"Porque son muchos y ahora os lo digo con lágrimas, que son enemigos de la cruz de Cristo" (Flp 3,
18).
Unos afirman que es un símbolo maldito; otros que no hubo tal cruz, sino que era un palo; para
muchos el Cristo de la cruz es un Cristo impotente; hay quien enseña que Cristo no murió en la cruz.
La cruz es símbolo de humillación, derrota y muerte para todos aquellos que ignoran el poder de Cristo
para cambiar la humillación en exaltación, la derrota en victoria, la muerte en vida y la cruz en camino
hacia la luz.
Jesús, sabiendo el rechazo que iba producir la predicación de la cruz, "comenzó a manifestar a
sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho...ser matado y resucitar al tercer día. Pedro le
tomó aparte y se puso a reprenderle: ’¡Lejos de ti, Señor, de ningún modo te sucederá eso!’ Pero Él dijo
a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡...porque tus pensamientos no son de Dios, sino de los
hombres!" (Mt 16, 21-23).
Pedro ignoraba el poder de Cristo y no tenía fe en la resurrección, por eso quiso apartarlo del
camino que lleva a la cruz, pero Cristo le enseña que el que se opone a la cruz se pone de lado de
Satanás.
Satanás el orgulloso y soberbio odia la cruz porque Jesucristo, humilde y obediente, lo venció
en ella "humillándose a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz", y así transformo la
cruz en victoria: "...por lo cual Dios le ensalzó y le dio un nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2,
8-9).
Algunas personas, para confundirnos, nos preguntan: ¿Adorarías tú el cuchillo con que mataron
a tu padre? ¡Por supuesto que no!
1º. Porque mi padre no tiene poder para convertir un símbolo de derrota en símbolo de victoria; pero
Cristo sí tiene poder. ¿O tú no crees en el poder de la sangre de Cristo? Si la tierra que pisó Jesús es
Tierra Santa, la cruz bañada con la sangre de Cristo, con más razón, es Santa Cruz.
2º. No fue la cruz la que mató a Jesús sino nuestros pecados. "Él ha sido herido por nuestras rebeldías y
molido por nuestros pecados, el castigo que nos devuelve la paz calló sobre Él y por sus llagas hemos
sido curados". (Is 53, 5). ¿Cómo puede ser la cruz signo maldito, si nos cura y nos devuelve la paz?
3º. La historia de Jesús no termina en la muerte. Cuando recordamos la cruz de Cristo, nuestra fe y
esperanza se centran en el resucitado. Por eso para San Pablo la cruz era motivo de gloria (Gál 6, 14).
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Nos enseña quiénes somos
La cruz, con sus dos maderos, nos enseña quiénes somos y cuál es nuestra dignidad: el madero
horizontal nos muestra el sentido de nuestro caminar, al que Jesucristo se ha unido haciéndose igual a
nosotros en todo, excepto en el pecado. ¡Somos hermanos del Señor Jesús, hijos de un mismo Padre en
el Espíritu! El madero que soportó los brazos abiertos del Señor nos enseña a amar a nuestros hermanos
como a nosotros mismos. Y el madero vertical nos enseña cuál es nuestro destino eterno. No tenemos
morada acá en la tierra, caminamos hacia la vida eterna. Todos tenemos un mismo origen: la Trinidad
que nos ha creado por amor. Y un destino común: el cielo, la vida eterna. La cruz nos enseña cuál es
nuestra real identidad.
Nos recuerda el Amor Divino
"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca sino
que tenga vida eterna". (Jn 3, 16). Pero ¿cómo lo entregó? ¿No fue acaso en la cruz? La cruz es el
recuerdo de tanto amor del Padre hacia nosotros y del amor mayor de Cristo, quien dio la vida por sus
amigos (Jn 15, 13). El demonio odia la cruz, porque nos recuerda el amor infinito de Jesús. Lee:
Gálatas 2, 20.
Signo de nuestra reconciliación
La cruz es signo de reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con los humanos y con todo el
orden de la creación en medio de un mundo marcado por la ruptura y la falta de comunión.
La señal del cristiano
Cristo, tiene muchos falsos seguidores que lo buscan sólo por sus milagros. Pero Él no se deja engañar,
(Jn 6, 64); por eso advirtió: "El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí" (Mt 7, 13).
Objeción: La Biblia dice: "Maldito el que cuelga del madero...".
Respuesta: Los malditos que merecíamos la cruz por nuestros pecados éramos nosotros, pero Cristo, el
Bendito, al bañar con su sangre la cruz, la convirtió en camino de salvación.
El ver la cruz con fe nos salva
Jesús dijo: "como Moisés levantó a la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado (en la cruz) el
Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna" (Jn 3, 14-15). Al ver la serpiente,
los heridos de veneno mortal quedaban curados. Al ver al crucificado, el centurión pagano se hizo
creyente; Juan, el apóstol que lo vio, se convirtió en testigo. Lee: Juan 19, 35-37.
Fuerza de Dios
"Porque la predicación de la cruz es locura para los que se pierden... pero es fuerza de Dios para los que
se salvan" (1 Cor 1, 18), como el centurión que reconoció el poder de Cristo crucificado. Él ve la cruz y
confiesa un trono; ve una corona de espinas y reconoce a un rey; ve a un hombre clavado de pies y
manos e invoca a un salvador. Por eso el Señor resucitado no borró de su cuerpo las llagas de la cruz,
sino las mostró como señal de su victoria. Lee: Juan 20, 24-29.
Síntesis del Evangelio
San Pablo resumía el Evangelio como la predicación de la cruz (1 Cor 1,17-18). Por eso el Santo Padre
y los grandes misioneros han predicado el Evangelio con el crucifijo en la mano: "Así mientras los
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judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado:
escándalo para los judíos (porque para ellos era un símbolo maldito) necedad para los gentiles (porque
para ellos era señal de fracaso), mas para los llamados un Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Díos"
(1Cor 23-24).
Hoy hay muchos católicos que, como los discípulos de Emaús, se van de la Iglesia porque creen
que la cruz es derrota. A todos ellos Jesús les sale al encuentro y les dice: ¿No era necesario que el
Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Lee: Lucas 24, 25-26. La cruz es pues el camino a la
gloria, el camino a la luz. El que rechaza la cruz no sigue a Jesús. Lee: Mateo 16, 24
Nuestra razón, dirá Juan Pablo II, nunca va a poder vaciar el misterio de amor que la cruz
representa, pero la cruz sí nos puede dar la respuesta última que todos los seres humanos buscamos:
«No es la sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría lo que San Pablo pone como criterio
de verdad, y a la vez, de salvación» (JP II, Fides et ratio, 23).
Fuente: aci digital. Autor: P. Guillermo Juan Morado, Doctor en Teología por la Pontificia
Universidad Gregoriana de Roma.
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Dios es la fuente de la verdadera alegría
En realidad, todas las alegrías auténticas, ya sean las pequeñas del día a día o las grandes de la vida,
tienen su origen en Dios, aunque no lo parezca a primera vista, porque Dios es comunión de amor
eterno, es alegría infinita que no se encierra en sí misma, sino que se difunde en aquellos que Él ama y
que le aman. Dios nos ha creado a su imagen por amor y para derramar sobre nosotros su amor, para
colmarnos de su presencia y su gracia. Dios quiere hacernos partícipes de su alegría, divina y eterna,
haciendo que descubramos que el valor y el sentido profundo de nuestra vida está en el ser aceptados,
acogidos y amados por Él, y no con una acogida frágil como puede ser la humana, sino con una
acogida incondicional como lo es la divina: yo soy amado, tengo un puesto en el mundo y en la
historia, soy amado personalmente por Dios. Y si Dios me acepta, me ama y estoy seguro de ello,
entonces sabré con claridad y certeza que es bueno que yo sea, que exista.
Este amor infinito de Dios para con cada uno de nosotros se manifiesta de modo pleno en
Jesucristo. En Él se encuentra la alegría que buscamos. En el Evangelio vemos cómo los hechos que
marcan el inicio de la vida de Jesús se caracterizan por la alegría. Cuando el arcángel Gabriel anuncia a
la Virgen María que será madre del Salvador, comienza con esta palabra: «¡Alégrate!» (Lc 1,28). En el
nacimiento de Jesús, el Ángel del Señor dice a los pastores: «Os anuncio una buena noticia que será de
gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el
Señor» (Lc 2,11). Y los Magos que buscaban al niño, «al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría»
(Mt 2,10). El motivo de esta alegría es, por lo tanto, la cercanía de Dios, que se ha hecho uno de
nosotros. Esto es lo que san Pablo quiso decir cuando escribía a los cristianos de Filipos: «Alegraos
siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está
cerca» (Flp 4,4-5). La primera causa de nuestra alegría es la cercanía del Señor, que me acoge y me
ama.
En efecto, el encuentro con Jesús produce siempre una gran alegría interior. Lo podemos ver en
muchos episodios de los Evangelios. Recordemos la visita de Jesús a Zaqueo, un recaudador de
impuestos deshonesto, un pecador público, a quien Jesús dice: «Es necesario que hoy me quede en tu
casa». Y san Lucas dice que Zaqueo «lo recibió muy contento» (Lc19,5-6). Es la alegría del encuentro
con el Señor; es sentir el amor de Dios que puede transformar toda la existencia y traer la salvación.
Zaqueo decide cambiar de vida y dar la mitad de sus bienes a los pobres.
En la hora de la pasión de Jesús, este amor se manifiesta con toda su fuerza. Él, en los últimos
momentos de su vida terrena, en la cena con sus amigos, dice: «Como el Padre me ha amado, así os he
amado yo; permaneced en mi amor… Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y
vuestra alegría llegue a plenitud» (Jn 15,9.11). Jesús quiere introducir a sus discípulos y a cada uno de
nosotros en la alegría plena, la que Él comparte con el Padre, para que el amor con que el Padre le ama
esté en nosotros (cf. Jn 17,26). La alegría cristiana es abrirse a este amor de Dios y pertenecer a Él.
Los Evangelios relatan que María Magdalena y otras mujeres fueron a visitar el sepulcro donde
habían puesto a Jesús después de su muerte y recibieron de un Ángel una noticia desconcertante, la de
su resurrección. Entonces, así escribe el Evangelista, abandonaron el sepulcro a toda prisa, «llenas de
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miedo y de alegría», y corrieron a anunciar la feliz noticia a los discípulos. Jesús salió a su encuentro y
dijo: «Alegraos» (Mt 28,8-9). Es la alegría de la salvación que se les ofrece: Cristo es el viviente, es el
que ha vencido el mal, el pecado y la muerte. Él está presente en medio de nosotros como el
Resucitado, hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28,21). El mal no tiene la última palabra sobre nuestra
vida, sino que la fe en Cristo Salvador nos dice que el amor de Dios es el que vence.
Esta profunda alegría es fruto del Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios, capaces de vivir y
gustar su bondad, de dirigirnos a Él con la expresión «Abba», Padre (cf. Rm 8,15). La alegría es signo
de su presencia y su acción en nosotros.
Fuente: vatican.va, No. 2 del Mensaje de Benedicto XVI para la XXVII Jornada Mundial de la
Juventud.
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¡Ha resucitado!
Domingo de Pascua: Hechos 10, 34a. 37-43; Colosenses 3, 1-4; Juan 20, 1-9
Hay hombres --lo vemos en el fenómeno de los terroristas suicidas-- que mueren por una causa
equivocada o incluso inicua, considerando sin razón que es buena. Por sí misma, la muerte de Cristo no
testimonia la verdad de su causa, sino sólo el hecho de que Él creía en la verdad de ella. La muerte de
Cristo es testimonio supremo de su caridad, pero no de su verdad. Ésta es testimoniada adecuadamente
sólo por la resurrección. «La fe de los cristianos -dice San Agustín- es la resurrección de Cristo. No es
gran cosa creer que Jesús ha muerto; esto lo creen también los paganos; todos lo creen. Lo
verdaderamente grande es creer que ha resucitado».
Ateniéndonos al objetivo que nos ha guiado hasta aquí, estamos obligados a dejar de lado, de
momento, la fe, para atenernos a la historia. Desearíamos buscar respuesta al interrogante: ¿podemos o
no definir la resurrección de Cristo como un evento histórico, en el sentido común del término, esto es,
«realmente ocurrido»?
Lo que se ofrece a la consideración del historiador y le permite hablar de la resurrección son
dos hechos: primero, la imprevista e inexplicable fe de los discípulos, una fe tan tenaz como para
resistir hasta la prueba del martirio; segundo, la explicación que, de tal fe, nos han dejado los
interesados, esto es, los discípulos. En el momento decisivo, cuando Jesús fue prendido y ajusticiado,
los discípulos no alimentaban esperanza alguna de una resurrección. Huyeron y dieron por acabado el
caso de Jesús.
Entonces tuvo que intervenir algo que en poco tiempo no sólo provocó el cambio radical de su
estado de ánimo, sino que les llevó también a una actividad del todo nueva y a la fundación de la
Iglesia. Este «algo» es el núcleo histórico de la fe de Pascua.
El testimonio más antiguo de la resurrección es el de Pablo, y dice así: «Os he transmitido, en
primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que
fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce.
Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que la mayor parte viven todavía, si
bien algunos han muerto. Luego se apareció a Santiago, y más tarde a todos los apóstoles. Y después de
todos se me apareció a mí, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara» (1 Corintios 15, 3-8). La
fecha en la que se escribieron estas palabras es el 56 o 57 d.C. El núcleo central del texto, sin embargo,
está constituido por un credo anterior que San Pablo dice haber recibido él mismo de otros. Teniendo
en cuenta que Pablo conoció tales fórmulas inmediatamente después de su conversión, podemos
situarlas en torno al año 35 d.C., eso es, unos cinco o seis años después de la muerte de Cristo.
Testimonio, por lo tanto, de raro valor histórico.
Los relatos de los evangelistas se escribieron algunas décadas más tarde y reflejan una fase
ulterior de la reflexión de la Iglesia. El núcleo central del testimonio, sin embargo, permanece intacto:
el Señor ha resucitado y se ha aparecido vivo. A ello se añade un elemento nuevo, tal vez determinado
por preocupación apologética y por ello de menor valor histórico: la insistencia sobre el hecho del
sepulcro vacío. Para los Evangelios el hecho decisivo siguen siendo las apariciones del Resucitado.
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Las apariciones, además, testimonian también la nueva dimensión del Resucitado, su modo de ser
«según el Espíritu», que es nuevo y diferente respecto al modo de existir anterior, «según la carne». Él,
por ejemplo, puede ser reconocido no por cualquiera que le vea, sino sólo por aquél a quien Él mismo
se dé a conocer. Su corporeidad es diferente de la de antes. Está libre de las leyes físicas: entra y sale
con las puertas cerradas; aparece y desaparece.
Una explicación diferente de la resurrección, aquella que presentó Rudolf Bultmann, todavía la
proponen algunos, y es que se trató de visiones psicógenas, esto es, de fenómenos subjetivos del tipo de
las alucinaciones. Pero esto, si fuera verdad, constituiría al final un milagro no inferior que el que se
quiere evitar admitir. Supone de hecho que personas distintas, en situaciones y lugares diferentes,
tuvieron todas la misma impresión o alucinación.
Los discípulos no pudieron engañarse: eran gente concreta, pescadores, lo contrario de personas
dadas a las visiones. En un primer momento no creen; Jesús debe casi vencer su resistencia: «¡tardos de
corazón en creer!». Tampoco pudieron querer engañar a los demás. Todos sus intereses se oponían a
ello; habrían sido los primeros en sentirse engañados por Jesús. Si Él no hubiera resucitado, ¿para qué
afrontar las persecuciones y la muerte por Él? ¿Qué provecho material podían sacar?
Negado el carácter histórico, esto es, el carácter objetivo y no sólo el subjetivo, de la
resurrección, el nacimiento de la Iglesia y de la fe se convierte en un misterio más inexplicable que la
resurrección misma. Se ha observado justamente: «La idea de que el imponente edificio de la historia
del cristianismo sea como una enorme pirámide puesta en vilo sobre un hecho insignificante es
ciertamente menos creíble que la afirmación de que todo el evento –o sea, el dato de hecho más el
significado inherente a él- realmente haya ocupado un lugar en la historia comparable al que le atribuye
el Nuevo Testamento».
¿Cuál es entonces el punto de llegada de la investigación histórica a propósito de la
resurrección? Podemos percibirlo en las palabras de los discípulos de Emaús: algunos discípulos, la
mañana de Pascua, fueron al sepulcro de Jesús y encontraron que las cosas estaban como habían
referido las mujeres, quienes habían acudido antes que ellos, «pero a Él no le vieron». También la
historia se acerca al sepulcro de Jesús y debe constatar que las cosas están como los testigos dijeron.
Pero a Él, al resucitado, no lo ve. No basta constatar históricamente, es necesario ver al
Resucitado, y esto no lo puede dar la historia, sino sólo la fe. El ángel que se apareció a las mujeres, la
mañana de Pascua, les dijo: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» (Lucas 24, 5). Os
confieso que al término de estas reflexiones siento este reproche como si se dirigiera también a mí.
Como si el ángel me dijera: «¿Por qué te empeñas a buscar entre los muertos argumentos humanos de
la historia, al que está vivo y actúa en la Iglesia y en el mundo? Ve mejor y di a tus hermanos que Él ha
resucitado».
Si de mí dependiera, querría hacer sólo eso. Hace treinta años que dejé la enseñanza de la Historia de
los Orígenes Cristianos para dedicarme al anuncio del Reino de Dios, pero en estos últimos tiempos,
ante las negaciones radicales e infundadas de la verdad de los Evangelios, me he sentido obligado a
volver a tomar las herramientas de trabajo. De aquí la decisión de emplear estos comentarios a los
evangelios dominicales para contrarrestar una tendencia frecuentemente sugerida por intereses
comerciales, y para dar a quien tal vez los lea la posibilidad de formarse una opinión sobre Jesús menos
influenciada por el clamor publicitario.
Fuente: Raniero Cantalamessa , ofmcap, sábado, 7 abril 2007 (ZENIT.org).- ZS07040701
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