CALIDAD PRESENCIAL - Fundación San Valero

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CALIDAD PRESENCIAL - Fundación San Valero
CALIDAD PRESENCIAL
-REFLEXIONES SOBRE NUESTRO “MODO DE ESTAR” EN LA ESCUELAEntonces un pedagogo dijo: Háblanos del enseñar. Y el respondió:
Nadie puede descubrinos más de lo que descansa dormido a medias en el
amanecer de nuestro conocimiento. El pedagogo que camina a la sombra del
templo, en medio de sus discípulos, no les ofrece sabiduría sino, más bien, su
fe y su afecto. Si él es sabio de verdad, no os pedirá que entréis en la casa de
si sabiduría, sino que os guiará hasta el umbral de vuestro propio espíritu (1)
-Khail Gibran-
En PROYECTO del pasado Octubre, nuestro amigo Ángel Miranda firmaba un
sugerente y provocador Editorial titulado “Calidad educativa..., ¿aventura imposible?”
(2). En él nos lanzaba un desafío –ya propuesto en las Jornadas de Septiembre- para
nuestra tarea pedagógica: La calidad total. Y al final del artículo, nos invitaba a
comprobar lo que hacemos y lo que pensamos al respecto, Recogiendo esa iniciativa y
desde esta palestra común, hoy me ha dado por pensar en voz alta.
Dejo a los especialitas de turno que hablen de calidades técnicas, didácticas,
metodológicas o industriales: Al menos, me gustaría que lo hicieran. Por mi parte,
quisiera plantear algunas cosas sobre nuestra calidad presencial entre los jóvenes en
el ámbito escolar; reflexionar un poco sobre “nuestro modo de estar en el mundo”, y
por tanto “en la Escuela”. Ese “modo de estar” que mediatiza el estilo de nuestra
presencia y que está entretejido por nuestras propias actitudes frente a la cultura, las
personas y la vida.
Pues lo cualitativo pedagógico va desde los pequeños detalles estéticos que hacen la
convivencia más amable –lo recordaba Luis Lostao, nuestro Director, en el slogan
“Mejorar la Escuela cada día” (3)- hasta todo el conglomerado de funciones, criterios,
departamentos, áreas, etc., que nuestra tarea profesional engloba. Pero si hay algo
que se despliega como música de fondo, a lo largo y a lo ancho de todas esas
responsabilidades, es nuestro “modo de estar”. Es lo primero que detectan –y lo último
que olvidan- las chicas y los chicos con quienes nos toca convivir año tras año. Tal vez
porque en sus ojos, recién estrenados al regalo del ser, llevan en su retina la urgencia
inconsciente de pautas y de espejos. Y no es que anden a la caza de modelos. (Eso
ya no se estila demasiado entre los jóvenes). Es que -por mucho que se oculte- su
afán confuso de ver y comprobar apunta hacia la búsqueda de sentido: Motivo
suficiente para bosquejar estos reglones.
Para empezar, yo diría que en nuestro Centro –como en cualquier otro- la calidad de
nuestra presencia se enfrenta hoy a un doble reto, formulado por una doble lógica de
la realidad que nos rodea: La del “curso escolar” y la del “clima ambiental”:
- La lógica del curso escolar nos conduce al reto de superar la monotonía. Porque
nuestro “modo de estar” se repite con insistencia en el rodaje de los horarios
desgranados –una y otra vez- en las aulas, los recreos, las reuniones... Y por si esto
fuera poco, los viejos handicaps didácticos recargan su peso en “lo de siempre”:
clases a preparar, programaciones a rehacer, evaluaciones a realizar, ejercicios a
corregir... Y en esa reiteración existe un peligro: Que la costumbre se convierta en
rutina y la usanza se trueque en vacío. Es entonces cuando el tajo diario se nos llena
de prisas y la Escuela se nos antoja cuesta arriba.
- La lógica del clima ambiental nos presenta el reto de afrontar toda una patología
social, nacida de una concepción hedonista de la existencia y que cuestiona –día a
día- nuestra presencia como educadores. Porque sobre nuestros jóvenes clientes
presiona una cultura narcisista, fruto de lo que llaman postmodernidad: Un esquema
de vida insolidario, una moral individualista y caprichosa, la obsesión por llenar el
presente, un fuerte rechazo de las instituciones y un largo etcétera que dan, como
resultado, una sociedad fragmentada, empapada de puro consumismo, y un hombre
ensimismado, ocupado en tener, dominar y gozar.
Y no menciono todo esto para dramatizar nuestra labor educativa. Lo recuerdo para
constatar situaciones. Digámoslo sin ambages: Nuestra presencia estre las gentes
jóvenes resulta muchas veces gratificante, pero en ciertas ocasiones también se
manifiesta en toda su dureza. Nada tiene de extraño: Es la Ley que perfila el agridulce
de nuestra humana ambigüedad.
A partir de ahí, prefiero quemar el tiempo en el propósito de articular esbozos de
respuesta, antes que perderlo en diseñar lamentaciones y condenas. Pues desde el
mundo adulto –sin limitarlo a la esfera escolar- ya se derraman sobradas y amargas
críticas sobre la juventud contemporánea. Y, por esos tristes caminos, nuestra relación
con las nuevas generaciones podría incurrir en aquella premonición tan bellamente
expresada por el poeta: “Si lloráis por haber perdido el Sol, las lagrimas os impedirán
ver las estrellas” (4). Por eso creo firmemente que, en el difícil arte de ayudar a crecer,
sobran inquisidores y hacen falta testigos.
Testigo es aquel cuya presencia despierta la alegría de ser y el gusto por la vida,
porque sabe inventar los gestos precisos para ofertar un mensaje esperanzado.
Testigo es quél cuyo “modo de estar” engendra posibilidades de estrenar lo
inesperado, porque hace presentir perspectivas libres y liberadoras, que no catalogan
nada ni clasifican a nadie en el casillero de lo perdido. Testigo es aquél cuya actitud
infunde deseos de ensayar la comunión, porque logra sembrar en su entorno signos
vivos de encuentro solidario, de lealtad y de perdón.
En definitiva, y con referencia a los chicos y chicas que frecuentan nuestras aulas,
testigo es quien consigue auscultar el acto educativo en clave de esperanza;
porque procura, tanto en las luces como en las sombras, estar disponible por encima
de las limitaciones propias y ajenas (que haberlas, las habrá), e intenta discernir los
signos de los tiempos, con su mirada puesta en las aspiraciones e inquietudes de los
hombres y mujeres de nuestro “aquí y ahora”. Esa disposición y ese discernimiento
piden al educador la suficiente madurez para que, en virtud de su propia experiencia
adulta, sea capaz de “asumir” y de “acoger” la realidad que le rodea:
-Asumir el dato cultural, desde lo semejante y pese a lo diferente, para rexpresar los
valores morales y recrear el significado del mundo y de la historia. Las mismas
connotaciones postmodernas aportan también elementos muy válidos para ellos: El
interés por lo concreto, la relativización de las ideologías, la afirmación de lo simbólico,
el enfoque de la ciudad como lugar del hombre ético y del hombre lúdico..., nos
brindan pistas actualizadas para un “modo de estar” que pueda hacer ofertas de
sentido.
- Acoger a los jóvenes, sin arrogancia ni paternalismo, para reciclar –con y junto a
ellos- la experiencia de entablar relaciones auténticas, de tomar opciones
comprometidas, de valorar la ciencia, el arte y la técnica en su justa medida, y de
abrirse con libertad a lo trascendente. Todo esto implica, como asegura Juan Pablo II
(5), el esfuerzo por mantener en el Centro “un espíritu de familia” encarnado “en
ambientes serenos, llenos de alegría y estimulantes”. En donde nuestra presencia
promueva participación y deseos de vivir.
Asumir y acoger son actividades existenciales que elevan y potencian: Abocan a
revisar y a rectificar la propia conducta desde lo experimentado. Asimilan en canon
positivo y activo el quehacer pedagógico. Perforan el barniz de la simple anécdota,
tantas veces engañosa en su primer impacto. Exigen de nuestra presencia una
intuición delicada y valiente, exenta de todo fanatismo. Facilitan una comprensión que
purifica de prejuicios y ejercita en la confianza y la cercanía. Evidencian –por su
extensión vital- la conveniencia del trabajo en equipo. Y aminoran –por cuanto incluyen
de creativo- la monótona fatiga de lo rutinario.
Y tomando esta premisa –la clave de la esperanza- como propuesta fundamental para
forjar un “modo de estar en la Escuela” testimonial y fecundo, yo la relanzaría –a
quienes tengan oídos para oír- en una dimensión renovada y más honda: Se trata de
auscultar el acto educativo en clave de Utopía; cuando el término “Utopía” no significa
ambición imposible y meta inalcanzable, sino progreso indefinido hacia la libertad y la
resurrección. Pues es, precisamente, en la resurrección de Jesucristo, sentido de la
vida y centro de la historia (6), donde lo imposible se transforma en posible y lo
inalcanzable cristaliza en viable.
Es una propuesta que brota del mensaje pascual –paso de la muerte a la vida, de lo
egoísta a lo solidario- e ilumina el misterio del hombre como “ser para los demás”.
Requiere asumir la promoción humana de la juventud como anuncio y anticipo de la
Buena Noticia que “ya” nos está dando alcance. Y permite acoger en los otros su
vocación más intima para sublimarla, y hasta sus aspectos más ambiguos y opacos
para hacerlos resplandecer. Porque nos insta a superar el mero hecho de estar
disponibles, para revelarnos que sería preciso hacerse don.
Es una propuesta que nos remite al manantial de las Bienaventuranzas (7), cuando no
las recitamos cual papagayos y nos interpelan y empujan a discernir en gratuidad.
Porque los que eligen ser pobres, quienes optan por la paz y la justicia, y aquellos que
tienen un corazón limpio son –a pesar de los pesares- los más veraces testigos del
Absoluto. Y su presencia esparce –sobre esta tierra parda que nos vio nacer- un
torrente de Bien dichoso y joven, capaz de hacer nuevos todos los ambientes y todas
las culturas (8). Pero ese “modo de estar en el mundo” no nos habla de “hacer”, sino
de “ser”. Y su calidad ya no es Ley, sino evangelio.
JESUS Mª GONZALEZ
NOTAS
1- k. Gibran : El profeta
2- A. Miranda: Proyecto, nº 75
3- L. Lostao: Proyecto, nº 74
4- R. Tagore: Pájaros perdidos.
5- Juan Pablo II: Juventud Patris, 12
6- Cf: Flp2, 9-11
7- Cf: Mt 5, 1-12
8- Cf, : Ap 21, 1-4.

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