La Tonteria- Jean Louis Sous

Transcripción

La Tonteria- Jean Louis Sous
La tontería
Jean-Louis Sous
Traducción del francés por Silvia Pasternac
Supongamos por un instante que en este año 2005 usted hace una cita, para su
hijo, con un eminente profesor considerado como una lumbrera en su disciplina y
que, al final de esa entrevista preliminar, él le declara, así como así, que lo que
pescó su chiquillo es nada menos que una tontería. ¿Sería el colmo de la impostura? Y sin embargo, en la década de 1900, esto tuvo un célebre precedente. A pesar
de este argumento que podría constituir jurisprudencia, usted no está en absoluto, en verdad nada preparado para rendirse a la evidencia de esta respuesta. Usted es
más que reservado y muy, pero muy prudente sobre lo que hará con eso… O bien,
considera que ha caído con un vulgar charlatán y que el psicoanálisis no es más
que un engañabobos: usted esperaba, con todo, que este profesor hablara de otro
modo, y que le diera al síntoma de su chiquillo un título más francamente analítico, que hablara de neurosis, de fobia, de regresión enurética o, maquillando un
poco las cosas, de crisis edípica, o vaya a saber qué más. En ese caso, usted toma la
cosa como una verdadera cachetada y ofuscado, incluso escandalizado (¡de verdad, qué falta de ética!), agarra sus tiliches y le azota la puerta en la cara, jurando
nunca volver a poner un pie en su consultorio. O bien, una vez pasado el efecto
apabullante de la sorpresa, esa palabra, como un caramelo, comienza a perder su
gusto acidulado e incluso francamente ácido, mientras va caminando por la calle,
con su chiquillo de la mano… Él dijo “tontería”, se atrevió a decirle a mi retoño que
era una tontería, que no era más que una tontería, una cuestión de tontería…
Entonces, ¿toda esta historia por una tontería, todo esto no será verdaderamente
más que una bagatela? Pues después de todo, a lo mejor no es tan tonto lo que dijo
ese señor… Sí, está bien, pero, como dice mi hijo Hubert, ¿qué es una tontería? Con
seguridad hay algo impropio en el cariz que tomó este calificativo: ¿a quién le
pertenece? ¿A quién atribuírsela? En lugar de rechazar precipitadamente esta impropiedad, se tratará más bien de hacerla jugar, girar, resonar en todo el alcance
de su indeterminación: tontería… una tontería… la tontería, ¿pero quién pescó la
tontería? ¿Quién hizo la tontería? ¿Qué es lo que abraza, cubre y recubre semejante acepción? Después de todo, ¿sabía verdaderamente lo que estaba diciendo este
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LA
TONTERÍA
querido, queridísimo profesor? ¿O a lo mejor él no sabía hasta qué punto lo que
decía era cierto?
La caída del caballo
Ahora necesitamos buscar precisamente en qué contexto y en qué circunstancias
el profesor Freud se atrevió a introducir ese término al resaltar que el miedo a ese
gran bicho llamado Pferd no era ni más ni menos que una tontería. También hay
que decir que esa historia de caballo relatada en el célebre caso llamado del Pequeño Hans proviene de cierto desbocamiento. Si ustedes vuelven a sumergirse en el
relato del acontecimiento, se darán cuenta de que este calificativo de “tontería”
interviene muy al comienzo, en un movimiento de caída muy particular: inicialmente, la demanda de Freud era expresamente (habla de pedido o de incitación)
que el padre recopilara observaciones, material explícito de su hijo, transmitido
bajo la forma de notas estenográficas, para probar, verificar, rellenar las teorías
sexuales infantiles propuestas por la doctrina psicoanalítica en gestación. Incluso
si él supone que los padres que forman parte del círculo cercano a sus adherentes
(de esas personas de quienes se puede decir que desposan la causa analítica) tienen una actitud educativa abierta, tolerante, sin ejercicio de constricciones o intimidación, el profesor Freud, sin embargo, los “intima” a entregarse a este ejercicio
mientras que él convierte al niño —tomado en esta depredación, esta búsqueda y
estas citas montadas unas sobre las otras— en el niño sabedor de su concepción
analítica. Notarán que, en este periodo, el sistema de fechado que se ha utilizado
sigue el orden de un tiempo genético de acuerdo con la edad del niño (3 años, 3
años y medio, 3 años y 9 meses, 4 años, 4 años y 3 meses, 4 años y medio), como si
se tratara de describir los estadios del desarrollo de la sexualidad infantil.
Sólo que aquí nos tenemos que detener: este negocio camuflado, organizado
sin conocimiento del niño, esta bonita disposición va a ser seriamente hipotecada,
trastornada de manera completamente inesperada por los instigadores del dispositivo. Este tierno niño que parecía presentar todas las pruebas de la docilidad,
prestarse ingenuamente a las hipótesis doctrinales y al buen funcionamiento del
protocolo, se va a poner de repente a cocear, a dar respingos al declarar la citada
fobia del caballo. Tras la serie de las observaciones, les provoca unas cuantas complicaciones: él, que para el psicoanálisis y por el psicoanálisis, supuestamente encerraba el saber (hupokeimenon) sobre lo sexual, invierte las posiciones al plantearle al psicoanálisis el enigma del “Pferd” y al suponerle al profesor Freud, por
intermedio de su padre, el saber sobre ese síntoma que le cayó encima
(hippokeimenon). En ese momento, todo se vuelve sujeto a caución… y el padre no
se engaña al respecto cuando, en un párrafo que es reportado bajo la forma de
carta [lettre] por Freud, no oculta sus preocupaciones frente a los nuevos trastor-
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nos presentados por su hijo; dice estar picado porque su “pícaro” comience tan
pronto a proponerles enigmas, y se permite pedirle al querido profesor tan sólo
una entrevista… ¡Con todo, me molesta lo que tiene el pequeño! Ya no se trata,
desgraciadamente, de observaciones, sino de la historia de un síntoma. A partir de
ahí, la escritura del caso, en su ordenamiento cronológico, cambia de aspecto: los
acontecimientos se precipitan, hay un “precipitado” de las anotaciones, que se
vuelven diarias y registran con precisión incluso el momento del día (el 13 de marzo por la mañana, durante la noche del 27 al 28, el lunes 30 de marzo, la tarde en
que ocurre la famosa visita, el 2 de abril, el 3 de abril…).
¿Cómo reacciona Freud ante esta complicación, ante esta molestia, esta nueva
apuesta que propone el niño a la hipótesis psicoanalítica? No recibe inmediatamente al niño (sólo habrá una consulta), y por lo tanto todavía no le habla directamente, sino que hace que se le diga, por mediación de su padre (camino oblicuo
del inter-prestador) que “esa historia de caballos era una tontería y nada más” (Ich
verabredete mit dem Vater, dass er dem Knaben sagen solle, das mit den Pferden
sei eine Dummheit, weiter nichts).
Hay un debate entre un exceso de excitación sexual mantenida por la madre o,
al contrario, una represión inducida por la condena culpabilizante de una práctica
masturbatoria (es una cochinada). Freud resuelve el litigio al privilegiar la versión
del onanismo: si tocas con tu mano tu hace-pipí, como cuando pasas los dedos por
el caballo, serás mordido. Ante lo cual, cuando el padre le endosa la interpretación
más que sugerida por Freud, el pequeño Hans le contesta con una agudeza maliciosa, con lo que vuelve a poner en movimiento el problema: ¿Por qué hay que
pasar por el rodeo, la “sustitución” caballo como agente de represalias? En el fondo, no es nada más que una vulgar tontería a la que se dedica el niño, un pecadillo
nada dañino y que pasará con los años. Vemos entonces que esta primera interpretación produce cierta aversión irónica en Hans, y resulta, a fin de cuentas, un poco
tontita. En cambio, la tontería como significante, el significante “tontería” prende,
el niño “muerde” el anzuelo: el padre nos dice que a partir de ese momento, comienza a llamar a su fobia con el nombre de tontería, y apela al profesor Freud
como a alguien que lo podría desembarazar de ella. Por otro lado, cuando el interrogatorio apremiante del padre lo conduce a hablar de la causa, del origen y del
desencadenamiento de la cuestión, el hijo hace de la tontería algo que habría
pescado como reacción al miedo provocado por el alboroto (agitación) de un caballo con sus pies. De tal modo que la inyección hecha por Freud del significado
“tontería” (unas cuantas ideas tontitas que trotan en la cabeza y que al final acabarán por pasar) no tiene consecuencias, mientras que la resonancia equívoca de
atrapador de tonterías da en el blanco en cuanto a la puesta en escena de los móviles (en el sentido de los montajes de Calder) de la citada fobia. En el punto en que
nos encontramos, es decir, al colocarnos sólo desde el punto de vista de un lector
que leería el caso en el momento en que fue publicado en 1909, tal cual, con sus
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TONTERÍA
pseudo nominaciones y sus procedimientos de disfrazamiento, ¿podríamos, en
nuestro enfoque, ir un poco más allá de nuestra insistente interrogación sobre
esta extraña nominación de tontería?
¿Será que el matrimonio es una estupidez?
Nos veríamos llevados a buscar las apariciones de dicho término en este periodo y
en otras obras contemporáneas que habrían podido suscitar el interés y la curiosidad de Freud. Hay que confesar que es una posición utópica, por lo difícil que es
hacer abstracción de las capas y de las sedimentaciones sucesivas que se han depositado como comentarios del caso y que no dejan de orientar y de inducir nuestra búsqueda como lectores del año 2004. ¿Pero acaso estamos forzando la nota al
pedirles a ustedes que jueguen con nosotros el juego de esta ficción heurística?
Entonces, algunas reminiscencias de lecturas podrían efectivamente transportarlos al universo de la Gradiva, ese cuento de Jensen llamado fantasía [fantaisie]
pompeyana, donde un tal Norbert H. hace un viaje a Pompeya, sin encontrar verdaderamente en dicho viaje la paz que está buscando, incomodado por el comportamiento de esas parejas de jóvenes recién casados, sin duda en su viaje de bodas,
que se otorgan tiernos calificativos tontificadores —mi Auguste querido, mi dulce
Grete— y a quienes él confunde pronto con esos enjambres de moscas que zumban alrededor de él y que son igual de inoportunas. Verdaderamente son, nos dice
Freud en su comentario publicado en 1907, “dos tipos de espíritus malignos que
se funden según él en una sola especie y que encarnan, en su opinión, la inutilidad
y el mal absoluto”. Pero escuchemos, de primera mano, a través del texto de Jensen,
las fantasías [fantaisies] de Norbert H.:
Verdaderamente no había manera de poner en comparación al sexo femenino contemporáneo con la sublime hermosura de las artes antiguas. […] Se puso a reflexionar
así durante horas, sobre el extraño comportamiento de los humanos y llegó a la conclusión de que, entre todas sus locuras, ciertamente era el matrimonio, como la más
grande y la más inconcebible, la que detentaba el primer lugar, y que sus insensatos
viajes de luna de miel a Italia se llevaban de alguna manera la palma de la estupidez.1
1
Sigmund Freud, Le délire et les rêves dans la Gradiva de W. Jensen (1907 [1906]),
Gallimard, París, 1986, p. 51. [Sigmund Freud, “El delirio y los sueños en la ‘Gradiva’ de
W. Jensen” (1907 [1906]), Obras completas, trad. José Luis Etcheverry, t. IX, Amorrortu,
Buenos Aires, 1999, 2ª ed., 5ª reimp., p. 14.] Hemos optado por traducir directamente
del francés las citas de Freud, tomando en cuenta la crítica que Jean-Louis Sous hace de
esas versiones que él está utilizando. [N. de la T.]
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Por otro lado, Freud relata, a propósito de dicha noción de fantasía [fantaisie],
esta cita de un filósofo que le escribe:
También comencé a tomar nota de casos de errores sorprendentes, de actos realizados sin pensarlos, que me han ocurrido a mí mismo y por los cuales uno se busca
motivos con posterioridad (¡de manera muy irracional!). Es aterrador, aunque típico,
constatar la suma de tonterías que sale entonces a la luz.
Seguimos sin saber lo que el profesor Freud le quiso decir al niño… o más
exactamente, lo que le hizo saber por intermedio del padre cuando habló de “tontería”, pero podemos simplemente conjeturar que la incongruencia de ese término
podría coincidir, en la vida, con la estupidez de la alianza matrimonial por comparación con la belleza sublime del arte, y cruzarse igualmente con la noción de
motivos tontitos que nos trotan en la cabeza y pueden arrastrarnos a realizar
actos sin consideración. Entonces ustedes estarán en su derecho de objetar que se
trata aquí de significantes tomados de la obra de Jensen, y que no conciernen
directamente a Freud. Pues bien, podemos contestarles que están hablando demasiado apresuradamente… Recuerden ese artículo publicado en 19082 o, si no les
ha dejado recuerdos perennes, vuelvan a sumergirse en su lectura: en efecto, en la
coyuntura de la época, el profesor se interroga sobre la institución del matrimonio, su hipocresía, la doble moral sexual y llega incluso hasta implicarse personalmente en cuanto a los consejos prodigados… ¡Pero a menudo resulta que quienes
dan consejos no los siguen! Además, quedarían ustedes completamente sorprendidos al constatar que Freud, dentro de lo que se atreverá a formular en lo concerniente a la teoría sádica del coito,3 le otorgará un lugar importante a lo que a
2
3
Sigmund Freud, La morale sexuelle et la maladie nerveuse des temps modernes (1908),
PUF, París, 1969: “En las condiciones culturales de hoy, el matrimonio ha cesado desde
hace mucho tiempo de ser la panacea contra los trastornos nerviosos de la mujer; y si
bien nosotros, los médicos, lo seguimos recomendando en esos casos, sabemos bien
que es necesario, por el contrario, que una muchacha joven esté en muy buen estado de
salud para ‘soportar’ el matrimonio, y desaconsejamos expresamente a los clientes masculinos desposar a una joven aquejada de trastornos nerviosos. El remedio para la enfermedad nerviosa proveniente del matrimonio sería más bien la infidelidad conyugal”.
[Sigmund Freud, “La moral sexual ‘cultural’ y la nerviosidad moderna” (1908), Obras
completas, op. cit., t. IX, p. 174.]
Sigmund Freud, Les théories sexuelles infantiles (1908), PUF, París, 1969: “La teoría sádica
del coito […] adivina en parte la esencia del acto sexual y la ‘lucha de clases’ que la
antecede […] De hecho, en muchas parejas, a la mujer le repugna generalmente el
abrazo conyugal, que no le ofrece ningún placer, sino solamente el peligro de un nuevo
embarazo, y es posible, de este modo, que la madre le dé al niño que supuestamente
duerme (o que finge dormir) una impresión que verdaderamente no puede ser interpretada más que como una acción de defensa contra un acto de violencia. También, otras
veces, es el conjunto del matrimonio el que le ofrece al atento niño el espectáculo de
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TONTERÍA
menudo consideramos como trivialidad y que tratamos por supuesto con desdén,
la “realidad”, sí, la realidad de las relaciones conyugales en la trivialidad de lo
cotidiano: son restos diurnos (huellas vistas o fragmentos escuchados de voces)
que pueden, para el niño, interferir con su concepción de las relaciones sexuales
nocturnas parentales…
Uno pesca la tontería como pesca un hijo4
¿Podemos avanzar en nuestro seguimiento de la tontería? Nos podemos preguntar, desplazándonos en el tiempo, pero permaneciendo, stricto sensu, dentro del
espacio textual y literal del análisis del caso, si, en su seminario sobre el Pequeño
Hans, que tuvo lugar de marzo de 1957 a julio de 1957, Lacan le otorga una atención particular a este significante de “tontería”. Si se remiten a la sesión del 8 de
mayo de 1957,5 se verán, quizás, atrapados (pescados), al ver que él se entrega a
4
5
una lucha permanente que se manifiesta en gritos o gestos hostiles. […] Si el niño
descubre manchas de sangre en la cama o en la ropa interior de su madre, ve una nueva confirmación de su concepción. Es para él una prueba de que por la noche el padre
ha cometido una nueva agresión contra la madre… […] Las opiniones infantiles sobre la
naturaleza del matrimonio, que a menudo son conservadas por la memoria consciente,
tienen una gran importancia para la sintomatología de una afección neurótica posterior.
Tienen primero una expresión en los juegos de los niños, en los cuales hacen con otro
lo que constituye condición de estar casado y más tarde el deseo de estar casado puede
adoptar la forma de expresión infantil, para aparecer en una fobia que primero no será
reconocible en un síntoma correspondiente”. [Sigmund Freud, “Sobre las teorías sexuales infantiles” (1908), Obras completas, op. cit., t. IX, p. 197.]
“Attraper un enfant” [“atrapar un hijo”] es una manera popular de decir que hubo un
embarazo no deseado. [N. de la T.]
[La traducción del alemán: Ich hab’ die Dummheit gekriegt, sería: “me dio la tontería” (como decir “me dio un resfriado”). En español se puede decir igualmente: “me dio
un resfriado”, “pesqué un resfriado”, o “me atrapé un resfriado”. Hemos optado por
utilizar, alternativamente, la traducción “pescar” (una tontería), o bien “atraparse” (una
tontería), con base en el uso de las expresiones coloquiales que en nuestra lengua corresponderían a aquellas con las cuales el autor teje su texto. De aquí también: “pescar un
hijo”, que aunque no sea una expresión habitual en español, da el sentido. N. del E.]
Jacques Lacan, La relation d’objet (1956-1957), sesión del 8 de mayo de 1957: “Precisamente en el momento mismo en que él articula esto a propósito del caballo, el propio
Hans dice: ahí es donde pesqué la tontería, da hab’ ich die Dummheit gekriegt. El verbo
kriegen, atrapar, que sirve todo el tiempo a propósito de la tontería, se dice a propósito de
atrapar hijos, como se dice literalmente que una mujer atrapa un hijo”. [Jacques Lacan,
La relación de objeto (1956-1957), trad. Enric Berenguer, Paidós, Barcelona, 1994, p. 317.]
[El verbo kriegen no se puede traducir al castellano por atrapar como se hace al francés
por attraper. La traducción del alemán: Ein Kind kriegen es tener un hijo. En la traducción de E. Berenguer el verbo kriegen se traduce como pillar. N. del E.]
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una asociación insólita, pues propone una alianza de palabras, inesperada, entre
atrapar y atrapar hijos… Se trata a menudo de párrafos en Lacan que, en el momento, introducen una disonancia en el hilo asociativo de la lectura, atraen la
atención, pero luego no son retomados, son dejados en suspenso o son recubiertos
por el curso axial de la demostración.
Pesqué la tontería a causa del caballo
De aquí se deriva que este famoso: “pesqué la tontería a causa del caballo”, ese
“wegen dem Pferd und wegen dem Pferd”,6 acentúa la cuestión de la causa como
una ronda a la que jugarían unos niños, “tarareando” [“freudonant”]7 su melodía,
retomando su estribillo hasta la saciedad como ellos saben hacerlo (eso horripila,
exaspera a los padres y los niños llegan a exagerarlo para duplicar la irritación). Es
como si giraran, caracolearan alrededor de ese agujero de la causa, jugando con
las palabras como chistes de doble sentido y alusión, hasta el agotamiento, pero
sin agotar el misterio de esta causa: ¿Pero quién es ese “yo” [“je”]? ¿Pero qué tontería? ¿Y por qué? ¿Y quién es ese caballo? Antes,8 Lacan había leído el calificativo
freudiano de “tontería” como una maniobra interpretativa sobre la culpabilidad.
En este punto de nuestro avance, podríamos entonces conjeturar, según la posición asociativa de Lacan, que no es imposible que uno pesque una tontería como
pesca un niño [un embarazo no previsto] o, permutando el ordenamiento de los
términos, que es probable que se pueda pescar un niño como una tontería… En
todo caso, lo que se plantea es todo el problema del asentimiento a la concepción
de un niño: ¿quién es el que decide? ¿Y cuál es el papel de cada uno(a) en ese
“acto”? Si nuestra hipótesis se sostiene (¿quizás ese término de tontería hipotecaría la concepción misma del Pequeño Hans?) necesitamos suponer que el texto
freudiano lleva algunas huellas de dicha problemática… Intenten recuperar los
recuerdos que conserven alrededor de esta cuestión, recuerden… Remítanse primero a ese párrafo en el que Hans se pregunta con insistencia… interroga al padre
para saber verdaderamente quién quiere que surja un bebé y “carga” a la mamá:
6
7
8
François Dachet, “Presentación”, en Max Graf, L’atelier intérieur du musicien, trad. del
alemán al francés François Dachet y Marc Dorner, Cahiers de L’Unebévue, Buchet/ChastelEPEL, París, 1999, pp. 11-16.
Juego de palabras intraducible entre “fredonner”, “tararear”, y “Freud”. [N. de la T.]
Jacques Lacan, La relation d’objet (1956-1957), op. cit., sesión del 10 de abril de 1957:
“Esto llega lejos, pues tenemos de entrada una maniobra directa sobre la culpabilidad.
Dicha maniobra consiste, por una parte, en quitar la culpabilidad diciéndole al niño que
éstas son cosas naturales y muy simples que sencillamente hay que ordenar y dominar
un poco, pero, por otra parte, en acentuar el elemento de prohibición, al menos relativa,
sobre las satisfacciones masturbatorias”.
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¿es la madre, es Dios o la alianza de ambos? ¿Y el padre qué quiere? ¿Forma parte de la yunta? Pero sobre todo no olviden volver a leer esa pequeña maravilla
de nota (en francés en el texto) agregada por el Buen Profesor Freud en persona, de
quien el niño nos dice, por otro lado, que con seguridad debe hablar con el Buen
Dios para así saberlo todo de antemano…
Lo que mujer quiere, Dios lo quiere.
Sin embargo Hans, con su sentido aguzado, nuevamente ha puesto el dedo
sobre un problema muy grave.
Que una mujer pueda quedar “grávida”, quedar “encinta”, ésa es la cuestión, ésa
es la gravedad de la cuestión que Freud subraya pero sólo sugiere en esta nota.9
¿Se trata de una trivial cuestión de información, de nominación sexual que rompería la creencia en el mito de la cigüeña al enunciar las zonas corporales que están
en juego en la concepción de un niño? ¿O, de manera más decisiva, de la parte de
deseo en juego en la relación sexual entre ese llamado hombre y esa llamada mujer
y del deseo de hijo que puede hacer advenir ese voto de ser padre y madre? En
otros términos, nos pueden sorprender, en el relato del caso, las tergiversaciones
del padre para nombrar su lugar sexuado en la concepción: ¿es del orden de un
velo púdico sobre su postura erótica, o más bien del velamiento de una paternidad
advenida lo quiera o no? Entonces, ¿podemos ir un poco más lejos que esta suspensión y esta sugestión en las cuales nos ha dejado Freud? ¿Podemos quitar el
suspenso?
Agitación o alboroto
Uno de los móviles de la aparición de la tontería utilizado por el propio pequeño
Hans reside en la escena en que él vio, al salir con su madre, a un caballo que se
cayó e hizo alboroto con sus pies. Aquí, tenemos que apegarnos a esta designación
de móvil fóbico en la medida en que la conjunción sensorial del movimiento y del
ruido (ese estrépito, esa agitación) en su valor cinético, en su sensación cenestésica,
es la que suscita la aprehensión y la detención sobre la imagen. Esta dimensión
9
Anthony Grafton, “Une histoire de la note en bas de page”, Les Origines tragiques de
l’érudition, Seuil, París, 1998: “Más de un crítico reciente ha hecho notar que la nota al
pie de la página rompe el relato. Las referencias incluidas en ella disipan la ilusión de
veracidad y de inmediatez que Ranke y tantos otros historiadores del siglo XIX apuntaban a producir; en efecto, perturban continuamente el relato de un único narrador
omnisciente (John Barrymore realiza esta misma constatación en unos términos contundentes cuando dice que leer una nota al pie de la página es como bajar a abrir la
puerta de la casa en mitad del impulso amoroso)”.
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polifóbica, esta resonancia polifónica fue, esta vez, aplastada por el valor exclusivamente significante, sustitutivo del caballo como metáfora paterna. Y además,
cuando el padre sugiere a su hijo que se trata seguramente de un deseo de muerte
disfrazado sobre su persona y que efectivamente es a él, al padre, a quien él quisiera ver caer y morir, Hans se burla de este supuesto saber y replica inmediatamente
por el arte de la burla a la que recurre a menudo frente a la inducción interpretativa paterna. Posición insostenible para este hombre situado en falso entre una postura paterna que no puede ocupar y un lugar de sujeto supuesto saber hipotecado
por su enganchamiento con Freud y su requerimiento demostrativo.10
Yo:
Hans:
Yo:
Hans:
Yo:
Hans:
¿Estaba muerto el caballo cuando cayó?
Sí.
¿Y cómo lo sabes?
Porque lo vi (se ríe). No, no estaba muerto.
¿A lo mejor pensaste que estaba muerto?
No, seguro. Lo dije nada más en broma.
¿Cuál será el destino, en la escritura del caso, del significante alboroto traducido por el padre de la boca de su hijo y retomado por Freud? Krawall, ese famoso
Krawall sobre el cual Lacan, en su comentario,11 nos dice que puede, en lengua
austriaca, adquirir el sentido de tumulto, motín, barullo, escándalo. En todo caso,
el padre se apresura a preguntarle a Freud qué será lo que le recuerdan a Hans las
patadas de ese caballo que cae y… esta vez quizás se vean ustedes muy atrapados al
seguir el motivo asociativo que se va a desprender de ello. Regresemos entonces a
este método de preguntas y respuestas entre el padre y el hijo:
Yo:
¿Sabes? Cuando los caballos de ómnibus se cayeron, el coche se parece a la
cesta de la cigüeña, y cuando el caballo negro se cayó parecía…
Hans: (completando)… que es como cuando alguien va a tener un bebé.
Yo:
¿Y qué pensaste cuando hizo alboroto con sus pies?
Hans: Ahí, cuando no me quiero sentar en la bacinica y prefiero jugar, entonces
hago eso, alboroto con mis pies. (Golpea con los pies).
Y justamente después de esto, interviene un comentario que se le puede suponer al padre, puesto que es presentado por Freud entre comillas:
10
11
Martine Gauthron, “Max Graf, go-between entre Freud et Hans”, Revue du Littoral,
Nº 34-35, EPEL, París, abril de 1992. La autora hace notar que en la transcripción efectuada por Freud aparecen diferentes menciones que lo designan como “el padre”, “un
cercano adherente”, “un alumno”, “un analista principiante”.
Jacques Lacan, La relation d’objet (1956-1957), op. cit., sesión del 10 de abril de 1957.
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Por eso el interés de Hans en esa pregunta; ¿se quiere o no se quiere tener hijos?
La construcción interpretativa se funda sobre la analogía entre el movimiento
de los pies del caballo, el pataleo de los pies de Hans cuando no tiene ganas de
interrumpir su juego para ir a la bacinica y… las ganas de tener hijos. El alboroto
objeta a las ganas. Pero el comentario del padre deja indeterminada la cuestión de
estas ganas: se queda en lo indefinido de un “se”… ¿Acaso el padre se engloba en
ese “se” y sabe algo sobre eso? Si ustedes leen ahora la tercera parte de ese caso
que se puede traducir como “Epicrisis”, podrán constatar que Freud regresa, en su
comentario, sobre esta línea asociativa y confiesa humildemente que no pudo dar
cuenta totalmente del aspecto de “alboroto” en esta neurosis. Por otro lado, como
el padre no confirmó la sospecha freudiana de que Hans había podido observar
una relación sexual de sus padres en su cuarto, él no podía extraer la interpretación de ese lado. Sin embargo agrega un detalle, quitando el anonimato del comentario paterno, puesto que coloca ese elemento de la neurosis en relación con el siguiente problema: ¿Mamá tiene hijos porque le gusta o porque se ve forzada a ello?
Observación sorprendente que nos lleva a preguntarnos desde qué lugar puede él
enunciar ese saber. Así, a través del “móvil” del alboroto, regresa la cuestión de lo
que “engancha” a esa madre y a ese padre en la concepción de un niño. Y, por lo demás, el comentario lacaniano12 subraya que otro móvil de la fobia de ese niño reside, a través del miedo de que los coches se desenganchen, en la angustia de que
“toda la casa se vaya, y de que todo se vaya al demonio”. ¡Y cuando el Pequeño
Hans le comunica al padre que su mamá pudo haber dicho un día que se iba a ir,
éste le responde, nos dice Lacan, para calafatear el abismo, que ella había dicho eso
porque él era malo! Respuesta que tapona la cuestión de la consistencia de ese
enganchamiento conyugal o del abismo que los separa ya. Así que habría indicios,
en el texto freudiano, destacados por el comentario lacaniano, pero no desarrollados verdaderamente, dejados en líneas punteadas, en estado de puntos suspensivos… unos indicios alrededor de esta alianza o falta de alianza parental, esta
equivocación y, por lo tanto, esta tontería que dejaría abierta la cuestión de lo que
representó este niño para esta mujer y este hombre, para esta madre y este padre
(sabemos, simplemente, en el epílogo, que terminaron por separarse). Así que habría que escuchar que su relación sexual provocó agitación, que por lo menos fue
escandalosa hasta el punto de dejar la huella de una tontería… Así, la interpretación de tipo forzamiento edípico sólo vendría aquí para calafatear, como dice Lacan,
el abismo de su equivocación. Y cuando Lacan no deja de machacar y de exhortar
a ese padre suplicándole que se coja [foutre] a la madre, tal es precisamente la
cuestión que está planteada sobre este hombre en relación con esta mujer (¿qué me
importan ella o él? [est-ce que j’en ai quelque chose à foutre d’elle ou de lui?]), pero
12
Ibid., sesión del 15 de mayo de 1957.
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que el Edipo aplasta en su función normativante de padre y madre ideales. El gran
drama de la teoría edípica reside en el hecho de suponer arregladas de antemano
la diferencia hombre/mujer y la relación padre/madre, cuando justamente es ahí
donde hay no saber para el niño: ¿Pero quién es mi padre? ¿Pero quién es mi
madre? ¿Quiénes son el uno para el otro en este cruzamiento de cartas/letras de la
que salí yo? Más bien, el niño se ve confrontado muy temprano al enigma de la relación sexual parental y a la puesta en abismo de su engendramiento.
En ese sentido, reencontramos aquí lo no sabido, la une-bévue de la tragedia
antigua antes de que sea abatida sobre la versión freudiana del amor de la madre
y del asesinato del padre, “supuestamente conocidos”. A partir de esto, ¿cómo, en
el punto de nuestra lectura en que nos encontramos, sobredeterminar estas hipótesis? Yo no sé si, en su recorrido del caso de Freud, ustedes han “pescado” el uso
de ese término de “alboroto”.13 Ha resultado que, pescado en la organización de
esta conjetura, ha consonado extrañamente: es un ritual colectivo (una parodia,
una burla) que produce, con la ayuda de objetos escogidos en función de sus
connotaciones sexuales (tubos de hojalata, regaderas, coladeras) un estruendo
ensordecedor, un tumulto reprobador respecto a uniones mal combinadas, disonantes, de hombres y mujeres, o que puede dirigirse también a nacimientos ilegítimos. En Europa central, el caballo o la yegua sostenían la figura del animal, alborotador, seductor de mujeres. ¡Podemos preguntarnos legítimamente si el padre y
Freud, que conservaron esa palabra de niño, ignoraban verdaderamente la acepción de ese término y el tipo de prácticas que recubría! Así, entonces, si nos hubiéramos atenido a esta lectura literal del caso freudiano y al comentario textual
lacaniano, no habríamos hecho más que proferir hipótesis y dejar muchos puntos
suspensivos…
En dúplex con la Sociedad Psicoanalítica de Viena
La publicación de las Mémoires d’un homme invisible (febrero de 1972),14 donde
Herbert Graf habla de su práctica de director y revela que él fue el Pequeño Hans,
hijo de Max Graf, el padre de la observación freudiana, le da al caso otra visibilidad, otra legibilidad. Lo que se tramaba, lo que se fomentaba15 tras bambalinas
13
14
15
Henri Rey-Flaud, Le Charivari, Les rituels fondamentaux de la sexualité, Payot, París,
1985.
Herbert Graf, Mémoires d’un homme invisible (1972), traducción y presentación de
François Dachet, Suplemento del Nº 3 de L’Unebévue, EPEL, París, verano de 1993. [Herbert
Graf, Memoirs of an invisible man, transcripción de una entrevista de Francis Rizzo a
Herbert Graf, Opera News, Nueva York, 1972.]
Es la palabra que utiliza Lacan a propósito del Pequeño Hans cuando habla de
“fomentación mítica de la fobia”. Es un curioso término y vale la pena ponerle atención
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LA
TONTERÍA
(¿quién está moviendo los hilos?) sin que lo sepa ese niño, puede a partir de esto
aparecer bajo una nueva luz. Los decorados y los bastidores del escenario se van a
desplazar y a cambiar de lugar. Esta identificación del parentesco, esta filiación
nombrada hacen que el caso salga del régimen del pseudo, de una lógica del
camuflaje y, por esto mismo, podrá provenir más bien de una versión que está
emparentada con unas relaciones peligrosas. A partir de esto, se abre al público
otro practicable del caso… [praticable du cas]. De esta restitución de los nombres
propios y de los apellidos de los protagonistas de la historia, se desprende una
consecuencia inmediata: si este famoso padre es Max Graf, es posible fechar y
localizar su presencia en las no menos famosas reuniones de los miércoles. El
contenido de estas sesiones fue consignado por el secretario de la época, Otto
Rank, en Las minutas de la Sociedad psicoanalítica de Viena. Es otro dispositivo de
enunciación, otra organización de lectura que puede advenir en una dimensión
sincrónica del caso: el acceso a esta otra escena, a este otro sitio de referencia
permite escuchar lo que dicen el padre y Freud cuando la historia del caso, en su
sincronía, se está escribiendo. A partir de esto, se opera un desenganche en relación con una línea diacrónica del caso que permitiría suponer una evolución y un
cierre perfectamente lineales. Así es que podemos efectuar ese montaje sincrónico
y ubicar que después de la famosa visita de la tarde del lunes 30 de marzo de
1908, cuando el profesor Freud declaró proféticamente, pero no sin confesada
presunción, que, en todo tiempo, por siempre jamás, y antes de que llegara al
mundo, había sabido que ese niño amaría tanto a su madre que experimentaría
por ello una total aversión por su padre, que, entonces, una semana después de
haber recibido el oráculo, Max Graf hizo por su parte esta declaración, en el marco
de las sesiones de trabajo con Freud, el miércoles 8 de abril de 1908, cuando a
cada miembro se le solicita que hable de un caso:
Graf cita un ejemplo de la determinación en la elección de los nombres de pila. Su
hijo se llama Herbert; su hija, Hanna. Cuando era estudiante, Graf estaba enamorado
de una prima llamada Hedwig; los nombres de sus dos hijos comienzan con H, la
letra [lettre] que, cuando era estudiante, escribía por todos lados, orgulloso de la hermosa caligrafía con que la trazaba (también había pensado en llamar a su hijo Harry
o Hans).
Graf relata luego dos casos de telepatía que le ocurrieron personalmente. Después de su matrimonio, pensó un día en su amor de juventud, su prima, con mucha
intensidad, y creyó varias veces verla en la calle. […] El segundo caso se produjo con
su mujer; un día, durante su noviazgo, rompió con ella repentinamente y ya no
a la definición: del latín fomentare, aplicar un medicamento externo y local (tópico)
caliente, como una cataplasma o compresas —suscitar, mantener en secreto algunos
trastornos. ¿Pero de qué remedio de caballo se trataba?
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JEAN-LOUIS SOUS
escucharon hablar el uno del otro durante cuatro semanas. Al final de ese periodo,
cuando se encontraba en una alegre fiesta, sintió de repente nostalgia de su mujer y
le escribió. Al día siguiente, recibió una carta [lettre] de ella: sus cartas se habían
cruzado.
Es, si nos atenemos lo más posible a lo literal, una cuestión de sustitución de
mujeres y de suposición de hijos, una historia de cruces de cartas/letras: H, señuelo de la pre-nominación de un hijo y de una hija, que recuerda una carta de amor,
la cual se dirige a una mujer distinta de su madre (Olga Koenig) y cuyo recuerdo,
incluso después de su matrimonio, viene a invadir su espíritu. También podemos
anotar que, brutalmente, Max Graf coceó, se desunció, galopó, al romper el compromiso de matrimonio. Esta nueva alianza con la que padeció visiblemente, la
vuelve a sellar por telepatía… Curiosa modalidad de la decisión… ¿pero qué es lo
que pudo decidir sobre todo esto, sobre un matrimonio, sobre una paternidad?
Por la banda
Ocurre que otra publicación16 nos va a permitir quitar el suspenso y ceñir lo más
posible lo que se pudo fabricar efectivamente a través de la presentación de este
caso. Una última banda sonora, reencontrada, nos da la posibilidad de acceder a
una grabación que da cuenta de una entrevista que tuvo Max Graf con Kurt Eissler,
el 16 de diciembre de 1952 (unos seis años antes del deceso del padre del llamado
Pequeño Hans). La lectura de ese texto nos da la impresión de que Kurt Eissler, por
la precipitación, el costado inductor de sus preguntas en el límite de la sugestión
—a pesar de un trato respetuoso superficial, combinado con precauciones oratorias obsequiosas— se coloca en una situación de urgencia, recupera el tiempo perdido, como si quisiera, antes de que este anciano muera, arrancar valiosos secretos concernientes a la historia de este caso. Él tiene que establecer rápidamente la
anamnesia de la historia familiar, pues no ha sido informada en su totalidad por
Freud. Se extraerá aquí un párrafo (sintomático del tono) que podría venir a cerrar
la serie de las hipótesis sostenidas en esta lectura del caso.
G:
E:
G:
E:
G:
16
Ahora, señor doctor, le suplico, si tiene usted alguna pregunta que hacerme.
Sí, la última vez usted hizo alusiones a su primera esposa.
Sí.
¿No sé si le puede agradar que yo aborde ahora este tema?
¡Sí, por favor! ¿Verdad? Mi primera mujer era —o es— muy interesante, llena de
agudeza y muy hermosa. No hay duda: era una histérica, ¿verdad?, cosa que yo
Le Bloc-Notes de la Psychanalyse , N° 14, Georg Editor, Ginebra, 1996.
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TONTERÍA
no podía juzgar en absoluto, en tanto que hombre joven. En sus momentos de
histeria —se trataba con seguridad de histeria— era para mí igualmente atractiva
e interesante. Sin embargo, esta mujer… Tras un año se… Antes de decidirme a
casarme con ella, fui a ver al profesor Freud, pues ella todavía era su paciente en
esa época. Le pregunté si podía casarme con esa mujer, si su estado permitía que
yo la desposara. A lo cual Freud me contestó: De placer, no experimenté ninguno
pero es posible que fuera yo demasiado joven. […] En pocas palabras, después de
un año, fui a ver al profesor Freud: él estaba muy sorprendido y yo hice un
nuevo intento. Pensé que quizás los hijos iban a cambiar la situación, pero no fue
así. De todos modos aguanté dieciocho años y medio en ese matrimonio, hasta
que los niños hubieran crecido lo suficiente como para que yo me pudiera ir
tranquilamente, sin trastornar demasiado su desarrollo. Me surgió la duda sólo
más tarde, a saber, si no hubiera sido mejor irme antes. No lo sé, ¿verdad?17
Verdaderamente, se nos está contando aquí una curiosa historia de casamentero, y que atañe, podríamos decir, a la enfermedad infantil del psicoanálisis, el
familiarismo, cuya cepa ha podido transmitirse y contaminar cierta concepción
analítica. Cuando Lacan, en su comentario de las posiciones apremiantes, intrusivas del padre y de Freud respecto a ese niño, profiere el término de “cultivo” de la
fobia, como puede hablarse de un “caldo de cultivo” que mantiene microbios o
bacterias, ¡él no sabía que estaba dando en el clavo! En la representación que se
actuó con varias piezas, la figura del profesor Freud aparece ahora manteniéndose
en el cruzamiento, en la cruzada de las cabalgatas que presidieron la concepción
del Pequeño Hans:
— el padre del psicoanálisis autorizó, “bendijo”, selló la alianza Olga Koenig/
Max Graf cuando este hombre se sentía ya ubicado en falso en relación con esa
mujer, perseguido por el recuerdo de una prima, y que estaba igualmente aquejado de una gran perplejidad frente al estado de salud de la que todavía era paciente
de Freud.
— el engendramiento del Pequeño Hans fue una consecuencia de ello… pero
como un hijo compensador (el citado padre pensó que…) que habría podido reparar el fracaso de ese matrimonio.
— luego, el buen profesor cultivó muy preciosamente, activó regularmente,
catalizó ardientemente, como en un protocolo o en una estratagema experimental,
los decires del niño, a quien no dejó de llamar “nuestro pequeño Edipo”, a fin de
convertirlo en el caballo de Troya del psicoanálisis en el parto de una concepción
edípica. En la sesión del 12 de mayo de 1909 relatada en las Minutas, tan solo
cuatro meses después de la publicación del caso, Freud, respecto a las intervencio17
Los fragmentos subrayados en itálicas son realizados a partir de nuestra propia puntuación del texto.
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nes de los otros participantes, recubre la singularidad de esta descendencia, de
lo que pasó en la familia de Olga, de Herbert y de Max Graf, los protege, al destacar
la dimensión universal de la neurosis que la humanidad repite a través de cada
individuo. El destino cubre la circunstancia. El seguimiento de las cartas/letras
que constituyen el traslape, la montadura singular del caso, es aplastado por el
recurso a la simbólica universal del ascendente teórico edípico. Y, por lo demás,
la posición en falso de Max Graf —el edipadre— perdura, pues no se revela de
verdad el secreto del hecho de que interviene en tanto que padre en la historia,
hasta tal punto que uno se pregunta si Freud, en su manera de buscar absolutamente demostrar la universalidad del Edipo (sin importar cuáles sean los diferentes casos ejemplares que haya encontrado en la posición de un hombre y de una
mujer, de un padre y de una madre respecto a un hijo) se dirige a Max Graf como
a un padre, o como a un aprendiz de analista que supuestamente debe recopilar e
interpretar fantasías universales. Y Graf, ¿se dirige a Freud como a un padre que él
no sabría ser? En todo caso, ello no cesa de traslaparse, de montarse y de acentuar
la posición en falso. Si Hans aparece como una suposición de hijo en la relación
psicoanálisis/familia, Herbert también proviene de una imbricación, de una montadura de concepciones. La dimensión significante de esta pre-nominación (nombrado Herbert por el padre y camuflado como Hans por Freud) y el cifrado de esta
letra H (inscripción que recuerda otro goce para Max Graf) realizan ese cruce de
equivocaciones y de curiosas alianzas selladas. Esta letra H podría marcar el límite de toda simbolización congruente, ese borde de real en el sentido en que el niño
se topa con el encubrimiento del Gran Otro. Es una manera de leer de otro modo18
esta infracción: el Edipo miente si se recurre a él para recubrir el desfallecimiento,
el defecto de ese Gran Otro, o para restaurar la transparencia de la relación sexual
parental.
A partir de esto, podemos suponer que cuando el profesor Freud vio llegar a su
consultorio al padre que traía a su muchacho a la consulta, no pudo hacer otra
cosa que ver en ello la traducción de un fuerte soplamocos que se regresaba ahí y
la manifestación de cierta tontería que le pertenecía a él también… la tontería
suya,19 sí, la suya: decididamente, qué tontería la mía de haber tomado el lugar de
18
19
Jacques Lacan, Le moment de conclure (1977-1978), sesión del 10 de enero de 1978: “Lo
que yo he dicho sobre la transferencia y proferí tímidamente como […] el supuesto, el
supuesto saber. ¿Que querrá decir esto? El supuesto saber leer de otro modo. El de otro
modo en cuestión es efectivamente el que también yo escribo de la manera siguiente:
S (A
/) […] De otro modo designa una falta. De lo que se trata es de faltar de otro modo”.
Jacques Lacan, D’un discours qui ne serait pas du semblant (1971), sesión del 13 de
enero de 1971: “Si el significante, el brazo derecho de ustedes, va al territorio de su
vecino a recoger frutas —son cosas que ocurren todo el tiempo— en ese momento,
su vecino agarra su significante brazo derecho y se los avienta por encima de la cosa
medianera. Es lo que ustedes llaman curiosamente proyección. Es una manera de enten-
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LA
TONTERÍA
un consejero conyugal y haber dado mi caución a esta alianza y a esta concepción… ¡Maldición! Este proyecto que yo quise abrazar me ha superado completamente, jugué a ser el aprendiz de brujo. Pero también podemos conjeturar que
rectificó y se repuso muy pronto, al ver ahí la oportunidad de encastrar toda esta
historia (de cubrir el acontecimiento) en una concepción interpretativa edípica. A
partir de aquí, la fobia de este niño, calificada en un primer tiempo como tontería,
esta tontería será calificada nuevamente como Edipo. El nombre de Edipo recubrirá
a partir de ese momento la tontería, Edipo será un nombre de la tontería de Freud,
Edipo será la tontería.
La aversión del caballo freudiano
¿Cómo es que esta multiplicidad sensorial (visual ante la percepción del color negro de la mancha sobre el hocico, auditiva en relación con el miedo del ruido de un
alboroto, cinética en la angustia del desprendimiento de los coches), cómo es que
se hace esta resonancia polifónica del significante “caballo” que soporta a unas
identificaciones permutantes (la madre, Anna, el propio Hans, el padre) conectadas a su vez sobre un montaje pulsional hecho de múltiples intrincamientos (caer/
morder/engancharse/desengancharse) ha sido abatida sobre la exclusiva interpretación de una angustia de castración representada por el valor sustitutivo de este
famoso caballo? Fijarse a estas represalias edípicas (es la maniobra interpretativa
de Freud) supone extraer en toda esta serie la moción pulsional de la mordedura
(¿pero qué es la angustia de ser mordido?) y referirla a la figura paterna privilegiando el aspecto escópico de esa mancha negra alrededor de los ojos que le recuerda los binóculos y los bigotes del padre, sin ver que… quizás, uno mismo,
incluso, podría estar incluido en el cuadro,20 al mismo tiempo en su dimensión
especular como portador de los rasgos, de los mismos rasgos (si el Querido Profesor frecuentaba a la familia, su rostro no era desconocido para Herbert) y como,
por ironía significante, mordiente y burlona, el Profesor Pferd, el Profesor Caballo.
Por otro lado, la llegada al mundo de ese animal en el campo analítico caía en su
punto, o en el punto justo, para el profesor Freud; ese bienvenido caballo le va a
permitir construir el mito de Totem y tabú:
20
derse. Habría que partir de un fenómeno como ése. Si su brazo derecho, en casa de su
vecino, no estuviera enteramente ocupado en recoger manzanas, por ejemplo, si se
hubiera quedado tranquilo, es bastante probable que su vecino lo hubiera adorado, es el
origen del significante amo, un brazo derecho, un cetro. […] El brazo que les es vuelto a
enviar de un territorio al otro, no es forzoso que sea su brazo el que se les regrese,
porque los significantes no son individuales: no se sabe cuál es de quién”.
Colette Mishari, Pierre Thèves, “La visite”, Littoral, Nº 1, pp. 7-20, Erès, París, 1981.
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En el primer volumen del Jahrbuch, publiqué “El análisis de una fobia de un niño de
cinco años”, cuya observación me fue amablemente comunicada por el padre. Se
trataba de un miedo tal a los caballos que el niño vacilaba en mostrarse en la calle.
Temía ver al caballo entrar en su cuarto para morderlo. Se encontró más tarde que él
veía en eso un castigo por la caída (la muerte) que él le deseaba al caballo. Cuando
hubimos calmado el temor que el niño experimentaba frente al padre, nos dimos
cuenta de que había luchado contra el deseo de la ausencia (la partida, la muerte) del
padre. Como lo dio a entender claramente, veía en el padre a un competidor que le
estaba peleando los favores de la madre, hacia la que estaban vagamente dirigidos
sus primeros impulsos sexuales. Se encontraba, por consiguiente, en la situación
típica del niño macho, situación que designamos bajo el nombre de Complejo de
Edipo y en la que vemos el complejo central de los neuróticos en general. El hecho
nuevo que nos reveló el análisis del Pequeño Hans es muy interesante desde el
punto de vista de la historia del totemismo: el niño transfirió específicamente sobre
un animal una parte de los sentimientos que experimentaba por el padre.
La versión freudiana del caballo supone que el Edipo esté en su sitio, pero que
a través del caballo, como sustituto del padre, se manifieste la angustia de estar
castrado. La lectura de la fobia llamada también tontería permanece engastada,
encastrada en la versión del padre edípico.
La versión lacaniana del caballo
El comentario lacaniano resaltó más bien que es porque hay desfallecimiento, carencia del padre en su función de agente de la castración que aparece ese significante
fóbico del caballo, en una lógica de vicariancia:
Freud consideraba la función del elemento fóbico como homogénea de la función
primitiva que había aislado la etnografía de sus tiempos, la del tótem. Esto probablemente ya no se puede sostener a la luz del progreso actual de la antropología estructural, donde el tótem ya no desempeña un papel prevaleciente y axial y será reemplazado por otra cosa. Pero para nosotros, los analistas, en nuestra experiencia práctica
—y por el hecho de que a fin de cuentas no es prácticamente más que sobre el plano
de la fobia que Freud manifestó de una manera clara que el tótem adquiría su significación en la experiencia analítica—, tenemos sin embargo que transponerlo en una
formalización que esté menos sujeta a caución que la relación totémica. Por eso
introduje la última vez lo que yo he llamado la función metafórica del objeto fóbico.
Quiere decir que el objeto fóbico viene a desempeñar el papel que, en razón de
alguna carencia, en razón de una carencia real en el caso del Pequeño Hans, no es
llenado por el personaje del padre. Así, el objeto de la fobia desempeña el mismo
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LA
TONTERÍA
papel metafórico que el que intenté ilustrar para ustedes con esta imagen: su gavilla
[Gerbe] no era avara ni tenía odio.21 Les he mostrado cómo el poeta utilizaba la
metáfora para hacer que apareciera en su originalidad la dimensión paterna a propósito de ese anciano en decadencia, para revitalizarlo con todo el flujo natural de ese
chorro. En esa poesía viviente que es, en este caso, la fobia, el caballo no tiene otra
función.22
Sin embargo, incluso si Lacan se apoya sobre la estructura del mito descrita por
Lévi-Strauss para formalizar las transformaciones y las permutaciones que desembocan en el surgimiento de la metáfora paterna bajo la especie suplente del caballo, no se desprende verdaderamente de cierta ediposidad del célebre mito. Es como
si el significante caballo, pesadamente cargado, saturado y sobresaturado con referencias míticas y sedimentaciones etimológicas (hippos) que cruzan su camino,
hiciera imantación por engarzamiento e incrustación en la lengua griega: así es
como en la sesión del 22 de mayo de 1957, la cuestión de la ausencia/carencia del
padre cristaliza, se escribe literalmente con letras de esa lengua, la sigma minúscula (s) que designa la efectuación de una simbolización de la ausencia del padre
(p°) operada por I, el significante alrededor del cual la fobia ordena su función…
eso se escribe I (s p°) y se puede leer también como una operación que se
anagramatiza en Ip°s (ipos) o hippos, el citado caballo. Por otro lado, el 19 de junio
de 1957, Lacan escribirá el elemento de mediación metafórica que es el caballo:
I con un espíritu rudo que recuerda a la H de toda la descendencia etimológica
griega concerniente al universo del caballo.
¡Flautas! ¡Me casé con ella …y le hice un hijo!
Es precisamente esta observación del Pequeño Hans la que Lacan recuerda para
hablar de la manera en que la madre hace caso de la palabra del padre. Escuchémoslo:
Recuerden al Pequeño Hans del año pasado. El padre es de lo más amable, está de lo
más presente, es de lo más inteligente, es de lo más amistoso con Hans, no me da la
impresión para nada de haber sido un imbécil, le llevó el Pequeño Hans a Freud, cosa
que en esa época equivalía a dar pruebas, con todo, de un espíritu ilustrado. El padre
es sin embargo totalmente inoperante, por el hecho de que hay algo que es comple21
22
Extraído de una poesía de Victor Hugo, “Booz endormi”, comentado por Lacan en la
sesión anterior del mismo seminario. La palabra Gerbe puede significar también “chorro, surtidor”. [N. de la T.]
Jacques Lacan, La relation d’objet (1956-1957), op. cit., sesión del 26 de junio de 1957.
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tamente claro, y es que sin importar cuáles sean las relaciones entre estos dos personajes parentales, lo que dice el padre, es exactamente como si “chiflara” [“flûtait”],
quiero decir en relación con la madre.23
¡Es bastante sabroso escuchar esta “chifladura” [“flûter”], además de la nota
ligeramente desusada y caduca que resuena en su utilización, cuando está dirigida
a ese hombre inmerso en la pasión por la música! “Entonces todo esto, este matrimonio, lo que me dijo Freud, nuestras relaciones sexuales, esta paternidad, todo
esto sólo habrá sido viento [pipeau], por lo soplados [pipés] que ya venían los
dados… ¡Ah! ¡Si yo hubiera sabido! ¿Y qué habrá sido de mi prima?” A partir de
esto, el quebrantamiento del citado padre no se refiere a una posición de prohibición edípica que él no ocuparía o que la madre no le dejaría ocupar, sino más
fundamentalmente sobre el caso que se hizo de una declaración paterna que advino,
podríamos decir, de mala gana,24 o como desquite por una alianza bastarda y mal
parida. Como el niño puede entonces ser ofrecido, librado al capricho de la madre
como reparación de tontería… lo cual, por supuesto, sólo le echa más leña a la
tontería, agrega una tontería más. Si hay engaño alrededor del falo, es porque éste
estuvo, para decir lo menos, mal empeñado o apañado en el escenario erótico
parental. Podríamos decir que Herbert, para bloquear todos los circuitos,25 poner
en jaque y paralizar las piezas del sistema, para decir “¡alto!” y “¡stop!” a lo que se
fomenta en diferentes lugares alrededor de él, jugaría su partida, haría su juego
con el caballo. Es la parada de este niño. Se convertiría en el alborotador de todas
estas diagonales que regulan y desregulan su posición.
23
24
25
Jacques Lacan, Les formations de l’inconscient (1957-1958), sesión del 22 de enero de
1958. [Jacques Lacan, Las formaciones del inconsciente (1957-1958), trad. Enric Berenguer,
Paidós, Buenos Aires, 1999, 1ª ed.]
En su entrevista con Kurt Eissler, Max Graf expresa, con posterioridad, muchos resentimientos respecto a su mujer, calificada de egocéntrica, celosa de sus trabajos como crítico musical (le habría roto en pedazos algunos de ellos), y que presentaba un estado
depresivo cada vez que tenían una relación sexual.
Max Graf sitúa el desencadenamiento de la fobia de su hijo en el instante preciso en que
ambos iban a subirse a un coche tirado por un caballo, que los llevaba a la casa de la
madre del padre. Era una costumbre que fueran allá regularmente, todos los domingos,
sin la madre, que estaba en conflicto abierto con la abuela de Herbert. Es una manera de
decir que ya no se deja llevar en ese carrusel y se retira de la pista. Podemos hacer notar que la salida del caso freudiano se realiza en el momento en que el Pequeño Hans
remite nuevamente al padre a sus queridos estudios edípicos, porque le propone un
negocio: ¡lo promueve a abuelo (casado con la abuela) de un hijo que él podría entonces
hacer con su propia madre! Podemos leerlo como una parodia, una broma suplementaria que le permite desprenderse de estas alianzas bastardas y turbias. Entonces, ¡zas!, el
profesor es remitido, por esto mismo, a su sitio, y el miedo de ese gran bicho puede
resultar ser tontito, superfluo.
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TONTERÍA
Hans relincharía su negativa a esta figura de caballo de batalla y de Troya que
adquirió para el psicoanálisis, a todas esas montaduras, esas imbricaciones que se
muerden unas con otras y devoran su espacio: como es un niño colocado en el
cruce edípico de la teoría, cocea, frente a esta solución sobresaturada, frente a las
mentiras adultas (fábula de la cigüeña) o la inquisición demostrativa26 del padre y
del Profesor. Así, él practicaría, con impertinencia, con desfachatez, el arte consumado de una deliciosa burla.
Otra escenografía
Imaginemos que un buen día, Herbert Graf se decide a dirigirle una carta de ultratumba al profesor Freud, quien se permitió establecer un pronóstico27 sobre su
devenir profesional:
Estimado profesor:
Mi padre pudo transmitirme que usted le había confiado que, más tarde, estaría
yo con toda seguridad interesado en la caballería.28 Pues bien, ¡no fue así! Puedo
26
27
28
Gilles Deleuze y Felix Guattari, Politique et Psychanalyse, Bibliothèque des mots perdus,
Alençon, 1977. Los autores critican este costado monomaníaco de la interpretación, que
aplasta, abate sistemáticamente los enunciados del niño sobre una lectura edípica. El
caballo es visto como la representación sustitutiva de personas (padre, madre…) y no
como el soporte de una circulación de intensidades (caer, galopar, desprenderse…), que
afectan al pequeño Hans. Diríamos más bien que Herbert Graf plantea la pregunta de su
devenir con el móvil del caballo. En ese sentido, no es una simple representación extraída de un libro con ilustraciones lo que acentúa el costado de blasón o de escudo de
armas de cierta lectura que ha prevalecido; habría más bien un síndrome del caballo
que corre en lugares que rodean al niño y concurre para realizar una detención sobre la
imagen de esta organización.
Jacques Lacan, La relation d’objet (1956-1957), op. cit., sesión del 5 de junio de 1957:
Lacan no se quedó a la zaga en lo referente a entregarse también a este delicado ejercicio del pronóstico. Lo hizo en el terreno del devenir sexual del pequeño Hans: “El
pequeño Hans se sitúa en cierta posición pasivizada, y cualquiera que sea la legalidad
heterosexual de su objeto, no podemos considerar que agote la legitimidad de su posición. Se acerca aquí a un tipo que no les parecerá extraño en nuestra época, el de la
generación de cierto estilo que nosotros conocemos, el estilo del año 1945, de esos
encantadores jóvenes que esperan que las empresas vengan del otro lado, que esperan,
para decirlo todo, que les bajen los calzones. Tal es el estilo en el que veo dibujarse el
porvenir de ese encantador pequeño Hans, por más heterosexual que parezca. […] El
pequeño Hans no será otra cosa que un caballero, un caballero más o menos colocado
bajo el régimen de las garantías sociales, pero un caballero a fin de cuentas, y no tendrá
padre. Y no creo que nada nuevo en la experiencia de la existencia, le dé jamás”.
Entrevista del padre del Pequeño Hans, Max Graf con Kurt Eissler.
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comprender fácilmente lo que lo pudo conducir a proferir semejante pronóstico, un
poco caballeresco, pero tengo que decirle que, por lo que se refiere al caballo, ya fue
suficiente, ya pagué mi cuota, y, si me lo permite, eso ya me tiene harto. A pesar del
hecho de que se haya podido considerar a mi alrededor que era una tontería29 (sabe
usted, no me afecta una tontería de más o de menos), he preferido interesarme en la
puesta en escena operística.
No sé cómo tomará o interpretará usted la cosa. ¿Quizás no era tan imprevisible?
Herbert Graf no siguió la vía de los significantes que se le podían predecir, sino
que, en su vida, innovó inventando nuevas formas de puesta en escena. Nos encontraríamos entonces en la siguiente posición: ¡reescribir ese caso equivaldría a
volver a darle la puesta en escena de un typograf que intentaría hacer resaltar ese
texto con el arte de aquél de quien éste habla! No dimos, en las diferentes citas
del caso, referencias precisas para permitir que el lector practique un pasaje de
lenguas, juegue sobre las traducciones entre el Jahrbuch, la Standard Edition, las
traducciones francesas de Marie Bonaparte o de André Bourguignon (Œuvres
Complètes N° IX). En todo caso, nos parece que esos textos aplastan, liman totalmente el dispositivo polifónico de la enunciación al no permitir localizar la organización transferencial: ¿pero quién está hablando? ¿El padre? ¿Freud? De hecho,
cuando ustedes leen, ¿sabrían decir de quién son los comentarios, los dibujos o las
notas?
Un trabajo de reescritura supondría otra armazón, otra puntuación, exigiría
que marcáramos, en un juego de intervalos, esa composición plural de la palabra, que escandiéramos lo que les corresponde a unos y a otros… que distinguiéramos igualmente las diferentes modalidades de esta enunciación: están los pensamientos, las fantasías [fantaisies], los sueños del Pequeño Hans, también hay
letras/cartas, que hacen que el régimen de este caso sólo se pueda declinar bajo el
modo de una partitura. Sería una manera de volver a darle al caso su visibilidad y
establecer en qué la montadura30 de la enunciación, los cruzamientos de enunciados provienen de trampas que están más bien emparentadas con una puesta en
29
30
Herbert Graf, Mémoires d’un homme invisible, op. cit.
Jean Allouch, La psychanalyse, une érotologie de passage, Cahiers de l’Unebévue, París,
1998, pp. 69-84: “Como en Las relaciones peligrosas, las direcciones están marcadas
[pipés]; y entonces se encuentra de entrada igualmente cargada la carta misma con lo
que se dice en ella. […] Esa mezcla, ese enredamiento de las direcciones, ese enmarañamiento de las frases donde algo es dicho a alguien pero para ser informado a otro, con
el fin de obtener en ese otro cierto efecto, incluso cierto acto, al mismo tiempo que se
obtiene también algo de quien sirve como go between, no es solamente isomorfo con lo
que se juega en el plano libidinal, sino que sirve efectivamente a las colocaciones y
descolocaciones libidinales”. [Jean Allouch, El psicoanálisis, una erotología de pasaje,
trad. Silvio Mattoni, Cuadernos de Litoral, Córdoba, Argentina, 1998, p. 76.]
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LA
TONTERÍA
escena de relaciones peligrosas…31 las que Freud practicó con el hogar Graf, en
una mezcla de concepciones, las que el psicoanálisis anudó con la familia y que
cubrió con esa perorata32 edípica, bajo el nombre de Edipo como listo para pensarse [prêt à penser], como compensador de tonterías o cura para tontos [panse bête].
31
32
Pierre Bayard, Le paradoxe du menteur —Sur Laclos—, Minuit, París, 1993: “Así el dominio se viene a ejercer en el lugar mismo del goce, ese punto de división del otro, donde
se revela contradictorio con él mismo. Y consiste, después de haber localizado ese punto, en volverlo tan abierto como sea posible. Dominar a alguien es dividirlo todavía más
de lo que lo está naturalmente. […] Ejercer dominio sobre alguien equivale, si podemos
decirlo, a convertirse en su inconsciente”.
Laïus = Layo; laïus: perorata. [N. de la T.]
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