Comentarios Todo es cancha
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Comentarios Todo es cancha
Todo es cancha, algunas reflexiones Camila van Diest “Todo es cancha” configura un gran crisol donde se mezcla critica, humor, representaciones locales, discursos disonantes que se enfrentan, carencias e impedimentos varios. Lo esencial de la obra, parece jugarse en la puesta en escena, y específicamente su presentación en espacios públicos, en las canchas mismas. Ello retoma un rasgo de las obras de Teatro La Peste que estaba presente desde sus inicios: especialmente hace recordar Desarmados y Noto que exhalas, donde ya se entrecruzaba realidad y ficción tomando como punto de partida el contexto y la textura local de Valparaíso, y que en aquellos años representaba al mismo tiempo una opción y una necesidad ante las falencias materiales propias de la creación teatral en la ciudad. La dramaturgia de Danilo Llanos está así pensada para la escena, no se pretende independente de ésta. La obra se apoya particularmente sobre la construcción y caracterización de los personajes y el desarrollo “imposible” y dificultoso del popular certamen. Al mismo tiempo que hay un fuerte recurso al humor, estos iluminan discursos y visiones circulantes sobre la realidad nacional-local actual (la manera de ver y concebir el fútbol, pareciera desde aquí metaforizar también un modo de entender la sociedad), lo que permite que se trate de un trabajo opinante, con una postura crítica clara. A ratos esta disposición opinante pueda tornarse un tanto dicotómica, por ejemplo, en el pasaje en que el ‘neonazi’ ensalza Chile y el himno nacional y los otros le responden contradiciéndolo…esto resulta dicotómico en la medida que la postura del neonazi es de hecho extensible a una serie de sujetos sociales reales que se presentan en la escena pública como ‘democráticos’, como políticamente correctos: el nazi que se declara nazi es por definición políticamente incorrecto, y esto tiende a dicotomizar los discursos haciéndonos pensar que se trata de una excepción. Pero, por otra parte, lo dicotómico o esterotípico se entiende al tener presente un afán por conectar con el público a través del humor y la empatía con el discurso crítico que sostienen los personajes. Es asimismo interesante que lo anterior- los discursos opinantes, las declaraciones de posturas- también se quiebra en diversas ocasiones desde la performance misma, lo que hace que esta “discursividad” sobre lo social se vuelva menos monolítica, más flexible, más sutil. Así por ejemplo, un momento cumbre de la obra me parece el momento en que el personaje “actor” lleva a los futbolistas a bailar en escena (interesante es aquí el cruce danza-fútbol, que a primera vista parece improbable- pienso que sobre todo porque va en contra de los estereotipos de género que nos dicen que el fútbol es masculino y la danza femenina, lo que flota aun sin duda en el imaginario local dominante de la división de las prácticas artísticas y los deportes por género). O bien el momento en que el “carabinero”, buscando “poner orden” hace a cada uno presentarse, y quienes se presentan no son los personajes sino los mismos actores, su proveniencia, razón de praticipación en este espectáculo, y su relación “real” con el fútbol, que no es siempre de pasión o cercanía. La intervención de los propios personajes con sus rasgos “típicos” agujerea así la representación-ficción, dando paso a una presentación, en que la realidad misma de los cuerpos en escena, y las historias de las que son portadores, se hace tangible y cercana. Este quiebre también lo veíamos en “I love Valpo” hacia el final de la obra, cuando se convoca la participación directa del público, quien deberá intervenir en el mapa de la ciudad en escena. Pero lo anterior parece tanto más destacable aquí por la relación con el espacio público específico esta vez ocupado. La cancha de barrio conjuga participación y espectáculo en un sentido fuerte y evidentemente extrateatral (pero no por ello menos performático: absulutamente performático!), lo que lo diferencia de por ejemplo las calles y pasajes en que se desarrollaba Desarmados o la esquina del cerro Monjas, en torno a una vieja casa abandonada, donde Noto que exhalas tomaba lugar. Se trata de un lugar donde el espectáculo es participación-implicación de un modo que, de hecho, sobrepasa con creces al teatro y su puesta en escena en sala (donde rara vez se da la relación de compenetración del hincha con su equipo) lo que sugiere por cierto una relación diferente entre la escena y el espectador. Ello hace además presuponer que los públicos-hinchas asiduos de las canchas porteñas han sido al mismo tiempo espectadores de la obra (… no sé si efectivamente ha sido así, es una posibilidad interesante e, imagino, bastante probable). Resulta importante destactar entonces que el emplazamiento de la obra es doblemente no convencional: no sólo por tratarse de canchas de barrio, sino también por lo excéntricos que estos barrios, en ocasiones, pueden resultar respecto al perímetro geográfico habitual de las actividades “culturales” en la región: pienso ilustrativamente a la función a la que asistí, en Placilla, totalmente desconocida para mí hasta ese entonces, gesto de desplazamiento que contribuye a descentralizar los movimientos de los espectadores, a la vez que incorpora sectores específicos que han permanecido por lo general borrados del repertorio del conocimiento local de los porteños /visitantes. Por otro lado, Todo es cancha contribuye también a una re-significación del lugar “cancha” (de barrio y de las otras) como un territorio en que todo lo que se transa no es sólo el “deporte por el deporte” sino algo que lo sobrepasa: ese “rebalse”, sugiere este trabajo, es para bien o para mal: intereses privados, patrioterismo, negociados, juegos de poder, pero también sentido de pertenencia, amistad, sueños y construcción de una localidad desde el reconocimiento de una historia propia que quisiera defenderse, o en otras palabras, resguardarse como libre de esas tramas: “al club de mi esquina usted país de chile no entra”, dice así el “actor” hacia el final de la obra. La frase, junto a otras como “el fútbol de barrio no se toca”, “a la cancha de tierra no se entra”, parece condensar la propuesta de la obra. Simultáneamente, esa deseada pureza, parece también revelar justamente su opuesto: país-chile, con todo su barro, entra se quiera o no, por múltiples vías, en ese territorio barrial también. La obra nos hace percibir así que el deporte, al igual que el teatro, debe negociar indefectiblemente con lo político, lo económico, lo social de la realidad en que se instala, al mismo tiempo que contiene y canaliza sus dilemas. Se trata de una consigna que ha estado recorriendo la apuesta de la compañía La Peste, fundadora de un encuentro de Teatro independiente que desarrollan autogestionadamente hace ya 8 años en Valparaíso. Mayo 2011