`Arzanor` - Franco Lanzillotta

Transcripción

`Arzanor` - Franco Lanzillotta
Arzanor
Nací en una familia llena de poder y riquezas. Hija de Eetes, rey de Cólquida,
y la ninfa Idía. Aprendí los principios de hechicería junto a la diosa Hécate. Era
sabido en el reino que mi padre mantenía relaciones íntimas con ella y por esta
razón muchos creían que yo era su hija. Pero la realidad era otra y nunca nadie
lo pudo saber.
Poco tiempo después de que cumpliera las cinco años, mi madre me confesó
en secreto que había descubierto las infidelidades de mi padre con Hécate, y
que incluso ellos esperaban un hijo, Arzanor. Sin embargo, me dijo que ya le
había comunicado a mi padre que apenas naciera ese niño, lo sacrificarían en
represalia por la infidelidad cometida. La idea de tener un hermano que
seguramente no iría a conocer, ya que apenas naciera lo matarían, me
perturbaba demasiado.
La noche siguiente, mientras intentaba conciliar el sueño, Hécate hizo su
aparición en mi habitación. Me dijo que estaba a punto de parir y que
necesitaba de mi ayuda para salvar a Arzanor. Me escapé con ella por la
ventana de mi cuarto y la acompañé a una pequeña cabaña donde se había
instalado durante su visita en la Tierra. Una vez que llegamos allí, me dijo que
mi padre le había encomendado un dragón para custodiar el vellocino de oro, la
piel del cordero en el que dos días atrás había llegado montado Frixo, el ahora
esposo de mi hermana Calcíope. Al instante entendí su plan.
La asistí para que pudiera dar a luz, y en pocos minutos tuve a mi hermano
en brazos. Sabiendo el destino que le esperaría, le pedí a Hécate que me
permitiera hacerlo dormir para que descansara al menos una vez en toda su
vida. Lo arrullé durante un rato hasta que el sueño lo terminó venciendo.
Al día siguiente regresé con ella hacia el castillo para que le entregase a mi
padre el dragón. Inmediatamente mi madre le pidió que entregara a Arzanor ya
que sería sacrificado a mitad del día. Hécate afirmó que el bebé había fallecido
en el parto y que su cadáver ya había sido sepultado. Por supuesto Idía no le
creyó, pero al poco tiempo tuvo que aceptar sus palabras ya que le fue
imposible conocer el paradero del niño.
Diez años después, Jason llegó junto a los argonautas, se presentó ante mi
padre y reclamó para sí el vellocino, con el argumento de que éste pertenecía
originalmente a los griegos. Eetes pactó con él que se lo entregaría si Jason
era capaz de superar una prueba: tenía que arar un campo con dos toros
bravos, de pies de bronce y que echaban fuego por la boca. Debía ponerles el
yugo, abrir surcos y echar en ellos dientes de un dragón. De cada uno saldría
un temible guerrero a los que tendría que derrotar. Jason aceptó sin dudar. Al
instante supe que ese hombre sería quien me acompañaría el resto de mi vida.
Mi hermana me pidió que ayudase a los argonautas y a sus hijos que habían
venido con ellos. Por supuesto no dudé en aceptar, ya que me encontraba
perdidamente enamorada de Jason. Gracias a mis dotes de hechicera, preparé
un ungüento mágico para que untara con él su lanza, su espada, su escudo y
su propio cuerpo. Gracias a este ungüento, Jason podría dominar fácilmente a
los bueyes. También le expliqué que si arrojaba una piedra, los guerreros se
pelearían hasta matarse entre sí.
Con mi ayuda, Jason superó la prueba fácilmente, pero esa noche oí a mi
padre reunido con sus consejeros, tramando la venganza. Inmediatamente
corrí en busca de Jason para informarle lo que había escuchado y le aconsejé
que robara el vellocino esa misma noche. Juntos fuimos hacia el bosque
sagrado, donde después de tantos años me reencontraría con mi hermano. En
un primer instante intentó atacarnos como se le ordenó que hiciera para cuidar
el tesoro, pero luego de que me reconoció, se calmó, y entonces lo volví a
arrullar como lo había hecho el día en que nació. Con esto entornó por primera
vez sus párpados después de tantos años, y al tocarlo con una rama de
enebro, rompí el hechizo que lo mantenía despierto, por lo que Arzanor cayó
profundamente dormido.
Así, Jason se apoderó del vellocino y ambos huimos embarcados en la nave
Argos rumbo a Grecia.
Franco Lanzillotta.

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