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Maita Ángeles Cordero - Pautas que facilitan mi labor
en el aula
Maita Ángeles Cordero - Maestra de infantil y Primaria, Formadora de la formación permanente del
profesorado del Ministerio de Educación y de la Conserjería de Educación de la Comunidad de Madrid en
proyectos de formación docente. Formación en constelaciones familiares y pedagogía sistémica, en
psicología Transpersonal, en bioenergética, en programación Neurolingüística y en terapia regresiva.
Terapeuta reconocida por AEBH. Autora de más de 50 cuentos.
Vivimos en un momento cultural en el que los valores están en claro proceso de cambio y evolución.
Los adultos nos enfrentamos cada día a la incertidumbre de un mundo en el que no sabemos cada
mañana con que suceso, generalmente dramático, nos van a sorprender los medios de comunicación.
Nuestra vida emocional, también se ve impregnada de esa sensación de posible cambio, en un grado
impensable para nuestros padres y no digamos para nuestros abuelos, a los que les cuesta mucho
entender que hoy en día la ruptura de los matrimonios en los 10 años siguientes a la boda es algo tan
cotidiano como traumático para todos los miembros que forman la familia.
En medio de este panorama de inseguridad los enseñantes pretendemos con toda
nuestra voluntad,
que los alumnos se sientan motivados por los contenidos académicos, que mantengan una actitud segura
y disciplinada y que sus relaciones sociales sean gratificantes y múltiples. Es una tarea demasiado
ambiciosa ¡No es de extrañar que estemos agotados!
Sin embargo en nuestra realidad individual, cada día afrontamos con más o menos energía el manejo de
un aula con unos niños o con unos adolescentes que vienen impregnados de esa misma incertidumbre,
que si a los mayores nos llena de inquietud a ellos les
desborda y les deja sin expectativas de un futuro seguro y confortable.
Los maestros y profesores, como responsables de que los alumnos obtengan unos resultados escolares
satisfactorios en medio de esta realidad social, nos vemos en la obligación de buscar estrategias…
metodologías… actitudes… que favorezcan el éxito en nuestros objetivos. Por eso aquí trato de explicar
algunas de las pautas que deben considerarse antes de pensar en procedimientos o estrategias concretas:
1ª PAUTA
Desde un planteamiento sistémico, la primera pauta, para que un profesor esté a gusto en el aula es:
Aceptar a los padres tal cual son. Entender que los hijos pertenecen a ese sistema y no intentar
cambiarlo
Nuestros alumnos están inmersos en una realidad familiar que les influye y modela más allá de cualquier
otro contexto. Cuando un niño o una niña tiene una mamá con depresión o un papá desvalorizado por su
comportamiento en la separación o con un proceso de angustia los resultados académicos pasan a estar
en un lugar muy secundario, su mirada interior esta puesta en intentar mediar, solucionar, compensar a sus
padres, a esos seres tan importantes para él y con los que tiene una relación mucho más fuerte de lo que
podamos imaginar.
La pedagogía sistémica parte de esta premisa:
Todos pertenecemos a una familia y los vínculos generalmente inconscientes que nos unen a ella están por
encima de cualquier otra cosa que tengamos en nuestra realidad, hasta tal extremo es primordial que por
lealtad a esos vínculos, somos capaces de reproducir comportamientos que incluso pueden atentar contra
nuestra vida.
En sistémica, a esto se le llama “amor ciego”. No tiene nada que ver con los comportamientos cotidianos
de rebeldía o protesta, es algo mucho más profundo que nos lleva a repetir determinadas actitudes
generación tras generación: agresiones y autoagresiones, accidentes, depresiones, drogadicciones, abusos,
suicidios, parejas desdichadas, fracasos profesionales, etc.
La lealtad de nuestros alumnos y de nosotros mismos a nuestro sistema familiar, es algo que hasta ahora
no se había tenido en cuenta, pero que se ha hecho más evidente con la incorporación de estudiantes de
otras culturas y que podemos constatar cada día.
A un niño de origen musulmán, por mucha afinidad que tenga con su maestra, nunca la considerará una
autoridad porque en su cultura de origen, un varón siempre está por encima de una mujer, tenga la edad
que tenga. Cualquier otro comportamiento significaría no ser leal a los suyos con el consabido sentimiento
de culpa que esto provoca. A una niña que ha dejado en Suramérica a sus abuelos y primos en unas
condiciones económicas muy inferiores a las que disfruta aquí, o que siente la nostalgia de su madre, no se
le puede pedir demasiada atención, pues su mirada esta con ellos.
Yo misma he tenido la experiencia, en varios casos, de preguntar aquí a niños de 8 años en donde vivían y
contestarme que en Ecuador. Su cabeza esta aquí, pero su corazón sigue con los suyos, difícilmente va a
obtener unos resultados escolares satisfactorios.
¿Y que podemos hacer nosotros como educadores ante esta realidad?
Simplemente aceptarla. Y tratar de verla de forma más global.
Cuando miremos a nuestros alumnos podemos ver a sus padres detrás de ellos como son, no para que nos
juzguen o controlen, eso tampoco les corresponde a ellos, sino como parte de la realidad que conforma a
los niños y niñas que tenemos ante nosotros.
Lo más que podemos hacer, en el caso de encontrarnos con formas culturales diferentes a las nuestras es
hablar con los padres para que permitan que su hijo acepte las reglas que rigen la Institución Escolar del
país en el que están viviendo. Entonces los chicos no se sentirán amenazados ni distintos, con la consabida
agresividad que esto comporta, por el contrario, sabrán que se pueden comportar de distinta manera
dentro y fuera de su familia sin ser desleal a su sistema.
Cuando un niño o niña siente que su maestro respeta realmente a sus padres, se siente más seguro, con
más dignidad, lo que le permite confiar en el proceso educativo.
Por ejemplo, si un niño vive el comportamiento inadecuado que su padre tiene con su madre o el
abandono al que le tiene sometido a él mismo, por un lado siente rechazo y rabia, pero por otro lado lo
quiere y añora profundamente; al ser hombre como él, incluso para sentirse vinculado internamente,
puede repetir sus comportamientos, es una especie de venganza para los que hablan mal de su padre o
para el propio padre, al fin de cuentas es como si hablaran mal de él mismo.
Comentarios sencillos por parte del maestro, como: “Uhmm…tu padre debe ser un buen atleta sino tu no
podrías jugar al fútbol tan bien” o “Crees que a tu padre le gustaría este comportamiento” o “Tu padre se
sentiría orgulloso de ti “…. harán que el chico sienta que su padre, sea como sea, tiene un lugar en el
corazón de su maestro y eso además de tranquilizarlo le permite sentirse seguro y digno ante el mismo y
ante sus compañeros.
2ª PAUTA
Otra pauta importante para sentirnos bien en el aula es, tener claro que es un trabajo, una actividad
laboral que podemos realizar con el mayor esmero dedicación, alegría….etc. pero que es solo eso:
una actividad laboral .
No es bueno sentirse prepotentes ni intentar compensar con ese trabajo la vida privada, ni esperar
de la escuela la solución a los conflictos personales, ni a los conflictos de toda una sociedad.
En los años que llevo trabajando con maestros he observado ciertas actitudes vitales, que se repiten con
asiduidad y que son, en un tanto por ciento alto, la causa de la mayor parte de los síntomas físicos que
provocan bajas laborales. Las puedo agrupar en:
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Aquellos que compensan en el aula una carencia de vida propia o una existencia poco satisfactoria. Esto
puede llevar a estados de autoexigencia, de competitividad o a estados depresivos.
Los que se creen mejores que los padres y cargan con la responsabilidad de darles un modelo propio que
según su punto de vista puede ser mejor que el familiar. Estos educadores cargan con más de lo que les
corresponde. Eso suele provocar agotamiento, grandes dosis de frustración, somatizaciones: migrañas,
tensión cervical, lumbalgias….
Los maestros que no aceptan como son sus alumnos y tampoco aceptan como son sus padres. Eso suele
provocar el síndrome “del maestro quemado”.
3ª PAUTA
Tiene que ver con aceptar nuestro lugar dentro de la Jerarquía académica en la que trabajamos.
Aceptar el lugar que cada uno tiene en el claustro y responsabilizarse de el.
Admitir la responsabilidad de los cargos superiores y si hay discrepancias con ellos tratarlas abiertamente
sin generar subgrupos críticos sino constructivos.
Cuando no se está de acuerdo con leyes de educación, normativas…etc. hay ámbitos para debatirlo, pero el
aula y el trabajo diario con los chicos y chicas no puede estar teñido de ese malestar. El profesor emite
todo lo que lleva dentro, una postura de no aceptación se trasmitirá a los niños como una incongruencia
que generará rebeldía.
Reconocer y aceptar el lugar que a cada uno nos corresponde en los distintos sistemas a los que
pertenecemos nos da la seguridad necesaria para conectar con nuestra propia fuerza interior.
Una buena colaboración con el equipo directivo, con los compañeros de ciclo o departamento, etc. Evita
perder energías y tiempo, pudiéndose convertir en una fuente importante de intercambio personal y
profesional, lo que nos dará seguridad y nos hace creíbles ante los alumnos, además de mejorar nuestra
autoestima como docentes.

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