11. Aridez

Transcripción

11. Aridez
ARIDEZ
1. La aridez o «sequedad de espíritu» es cierta incapacidad o desgana en la vida espiritual y, más
concretamente, en la oración. Esta incapacidad es a veces tan grande que vuelve difícil la oración y todo
trato con Dios. La forma más desoladora, descrita por muchos santos, es aquella en la que parece que
Dios se ha retirado del alma.
2. La aridez espiritual se puede deber a muchas y diferentes causas. En ocasiones, puede estar
producida por el mal estado de salud, o el cansancio; en otras, es un síntoma claro de tibieza. En este
estado, el alma tibia deja la imaginación suelta, la oración es vaga y difusa y frecuentemente se
abandona. Otras veces la aridez puede ser consecuencia de culpas anteriores no zanjadas, o de una
prueba saludable que Dios permite y de la que el alma sale purificada y fortalecida. En este último
estado de aridez radicalmente diferente de los anteriores, sobre todo del producido por la tibieza --,
aunque no se sienta nada y parezca trabajoso el trato con Dios, permanece la verdadera devoción,
aunque sin consuelos ni sentimientos. Esa devoción, que Santo Tomás define como «voluntad decidida
para entregarse a todo lo que pertenece al servicio de Dios» (Suma Teológica, 22, q. 82, a. 1), purifica el
alma y la hace más dócil al Espíritu Santo. La persona que hace oración en este estado se encuentra
como quien saca agua de un pozo, cubo a cubo (una jaculatoria, un acto de desagravio...); es una oración
trabajosa, pero eficaz. Es frecuente que, a través de este estado, Dios esté preparando al alma para una
mayor entrega y un amor a Dios más puro y perfecto.
3. San Francisco de Sales da algunos remedios para sacar provecho del estado de aridez y para salir de
él, si es voluntad de Dios. En primer lugar es necesario hacer examen sobre las posibles causas que han
llevado al alma a ese estado: «si hallamos la raíz en nosotros mismos, demos gracias a Dios, porque
podemos considerar que el mal está casi vencido cuando se ha descubierto su causa. Si, en cambio, no
descubres nada de particular que pueda parecerte motivo de esta sequedad, no te detengas en
investigación más detallada; con la mayor sencillez, sin parar mientes en particularidades, pon en
práctica cuanto voy ahora a decirte.
«Humíllate profundamente delante de Dios en el conocimiento de tu nada y miseria, diciendo: ¿Qué soy
yo, Señor, abandonada a mi misma? No otra cosa que tierra seca, agrietada por todas partes, señal
evidente de la necesidad que tiene de la lluvia del cielo, reducida entretanto a polvo por el viento que la
azota.
»Invoca a Dios y pídele que te dé su alegría.
»Preséntate a tu confesor; ábrele de par en par las puertas del corazón; muéstrale todos los pliegues de
tu alma, recibe los consejos que te dé con sencillez y humildad; Dios, que ama infinitamente la
obediencia, hace fructificar los consejos que se reciben de labios de otro, y sobre todo si provienen de
los directores espirituales, aunque por otra parte estos consejos sean de poca apariencia, como hizo a
Naamán provechosas las aguas del Jordán, en las cuales Eliseo, sin razón alguna humana, le ordenó que
se bañase (4 Rey 5, 14).
»Nada es tan útil ni provechoso en casos de sequedad como el no aficionarse y apegarse al deseo de ser
liberado de este mal. No me atrevería a decir que no se muestren deseos de verse libre de semejantes
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pruebas, pero sí aconsejo que, en vez de demostrar un vehemente afán de conseguirlo, es mejor
entregarse en manos de la Providencia, resignándose a soportar el dolor de las espinas y la sequedad del
desierto mientras su voluntad lo determine [...].
»En medio de nuestras arideces, no nos desanimemos; al contrario, esperemos con paciencia la vuelta
de los consuelos y sigamos nuestro tenor de vida; no dejemos por eso ningún ejercicio de devoción; al
contrario, si es posible, aumentémoslos, y si no podemos presentar a nuestro Esposo confituras
almibaradas, ofrezcámosle frutos secos, pues es lo mismo, con tal que el corazón que los ofrece esté
resuelto a permanecer en su amor» (S. FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, IV, 14).
SELECCIÓN DE TEXTOS
En que consiste la verdadera devoción
418 Porque no es devoción aquella ternura de corazón o consolación que sienten algunas veces los que
oran, sino esta prontitud y aliento para bien obrar, de donde muchas veces acaece hallarse lo uno sin lo
otro, cuando el Señor quiere probar a los suyos (SAN PEDRO DE ALCANTARA, Trat. de la oración y
meditación, 2, 1).
419 Tienes una pobre idea de tu camino, cuando, al sentirte frío, crees que lo has perdido: es la hora de
la prueba; por eso te han quitado los consuelos sensibles (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 996).
420 No has de ser como muchos ignorantes que piensan de Dios superficialmente y creen que, cuando
no lo entienden o no lo gustan ni sienten, Dios está más lejos y más escondido (SAN JUAN DE LA CRUZ,
Cántico espiritual, I, 12).
421 Debes comportarte como te he indicado [...] en el tiempo de las consolaciones; pero esto no durará
mucho, pues a veces te sentirás tan privada y destituida de sentimiento y devoción que te parecerá que
tu alma es una tierra desierta, infructuosa, estéril, donde no se abre camino ni sendero alguno para
encontrar a Dios, ni se encuentra el agua de la gracia que la pueda regar, a causa de la sequía que, a tu
manera de ver, la convertirá en un desierto. ¡ Oh, cuán digna de lástima es el alma que se ve en
semejante estado y, sobre todo, cuando su mal es vehemente! Porque entonces, a semejanza de David,
se derrite en lágrimas día y noche (Ps 62, 3), mientras que el enemigo, mediante mil sugerencias para
sumirla en la desesperación, se mofa de ella diciéndole: ¡Ah, pobrecilla!, ¿Dónde está tu Dios? (Ps 61, 3)
(SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, IV, 14)
422 El que quisiere ver cuánto ha aprovechado en este camino de Dios, mire cuánto crece cada día en
humildad interior y exterior. ¿Cómo sufre las injusticias de los otros? ¿Cómo sabe dar pasada a las
flaquezas ajenas? ¿Cómo acude a las necesidades de sus prójimos? ¿Cómo se compadece y no se indigna
contra los defectos ajenos? ¿Cómo sabe esperar en Dios en el tiempo de la tribulación? ¿Cómo rige su
lengua? ¿Cómo guarda su corazón? ¿Cómo trae domada su carne con todos sus apetitos y sentidos?
¿Cómo se sabe valer en las prosperidades y adversidades? ¿Cómo se repara y provee en todas las cosas
con gravedad y discreción? Y, sobre todo esto, mire si está muerto el amor de la honra, y del regalo, y
del mundo, y según lo que en esto hubiere aprovechado, así se juzgue, y no según lo que siente o no
siente de Dios (SAN PEDRO DE ALCANTARA, Trat. de la oración y meditación, 2, 5).
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423 [...] porque de razón de tibieza es no se le dar mucho, ni tener solicitud interior por las cosas de Dios
[...] Lo que es sólo sequedad purgativa tiene consigo ordinaria solicitud con cuidado y pena, como digo,
de que no sirve a Dios [...]. (SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, I, 9).
424 En lo que está la suma perfección claro está que no es en regalos interiores ni en grandes
arrobamientos [...], sino en estar nuestra voluntad tan conforme a la voluntad de Dios, que ninguna cosa
entendamos que quiere, que no la queramos con toda nuestra voluntad (SANTA TERESA, Fundaciones, 5,
10).
La oración «con sequedad»
425 «¿Qué me pasa? Estoy decaída, nada me puede ya contentar, todo me disgusta; ¡me siento tan
confundida!» Mas, ¿por qué? Hay dos clases de confusión: la una lleva a la humildad de la vida; la otra, a
la desesperación y, en consecuencia, a la muerte. «Os aseguro que estoy tan turbada --dice ella--que casi
me falta el aliento y renuncio a aspirar a la perfección». ¡Dios mío, qué debilidad! Faltan los consuelos y,
en consecuencia, viene a menos el valor. No conviene obrar así, sino que cuanto más nos priva Dios de
sus consuelos, tanto más debemos esforzarnos en testimoniarle nuestra fidelidad. Un solo acto
practicado durante esta aridez vale más que muchos otros hechos durante el tiempo de consolación,
porque, como ya he dicho hablando de Job, se practica con amor mucho más fuerte que el otro, tierno y
sensible. Así, pues, cuanto más me quiten, más daré (SAN FRANCISCO DE SALES, Conversaciones
espirituales, 17, 3).
426 Para el que ama a Jesús, la oración, aun la oración con sequedad, es la dulzura que pone siempre fin
a las penas: se va a la oración con el ansia con que el niño va al azúcar, después de tomar la pócima
amarga (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 889).
427 Que, por cuanto aquí purga Dios al alma..., conviene que sea puesta en vacío y pobreza y desamparo
de todas estas partes (potencias interiores y exteriores), dejándola seca, vacía y en tinieblas (SAN JUAN
DE LA CRUZ, Noche oscura, 2, 6, 4).
428 Y así se determine, aunque para toda la vida le dure esta sequedad, no dejar a Cristo caer con la
cruz. Tiempo vendrá que se lo pague por junto; no haya miedo que se pierda el trabajo; a buen amo
sirve; mirándole está (SANTA TERESA, Vida, 11, 3).
429 Hasta tal punto conocía el santo rey David la utilidad que supone para nosotros este alejamiento y,
por decirlo así, esta ausencia de Dios, que no quiso pedirle le privara de una prueba semejante. Sabía de
sobra que el sufrir alguna vez estas desolaciones era de provecho a él y a los demás hombres, cualquiera
que fuese el grado de perfección a que hubieren llegado (CASIANO, Colaciones, 4, 6).
No disminuir la oración a causa de la aridez
430 Cuando vayas a orar, que sea éste un firme propósito: ni más tiempo por consolación, ni menos por
aridez (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 99).
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431 Si acaso te sucede no hallar gusto ni consuelo en la meditación, te encargo que no por esto te
turbes, sino que unas veces recurras a la oración vocal, quejándote de ti misma a Nuestro Señor,
confesando tu indignidad, pidiéndole que te ayude, besando devotamente su imagen, si la tienes, y
diciendo las palabras de Jacob: Señor, no es dejaré hasta que me hayáis dado vuestra bendición [...].
Otras veces toma un libro y lee con atención, hasta que se despierte tu espíritu y vuelvas a entrar en ti
(SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 2, 9).
432. Más estima Dios en ti el inclinarte a la sequedad y al padecer por su amor, que todas las
consolaciones, visiones y meditaciones que puedas tener (SAN JUAN DE LA CRUZ, Dichos de luz y amor,
14).
Dios no abandona
433 Antes da de muchas maneras a beber a los que le quieren seguir, para que ninguno vaya
desconsolado ni muera de sed; porque de esta fuente caudalosa salen arroyos, unos grandes y otros
pequeños, y algunas veces charquitos para niños, que aquéllos les basta y más sería espantarlos ver
mucha agua; éstos son los que están en los principios. Ansí que, hermanas, no hayáis miedo que muráis
de sed en este camino; nunca falta agua de consolación (SANTA TERESA, Camino de perfección, 20, 2).
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