Andrew Rossl Tiaducción: Raquel Rivas Rojas Ha habido por
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Andrew Rossl Tiaducción: Raquel Rivas Rojas Ha habido por
t Culu,¡alcs 25 (2445): 435'468 Es¡nJi¡rs. R¿ois¡a d¿ hrucririgacir)ncs Literurius DEFENSORES DE LA FE Y LA NUEVA CLASE Andrew Rossl Tiaducción: Raquel Rivas Rojas Nosorros, los alumnos y el alumnado rJe los colegas la ú¡ica presencia permanenie que coftespondc a Ia a¡istocracia en los países más viejos. Ténemos t¡adiciones continuas, como las tienen ellos; nues!¡o lema, también, es somos nobleza ohliga; y, a diferencia de ellos, nos regimor por inrere ses ideales solamente, porque no tenemos un egoísmrr cor, y no ejercemos los poderes de la corrupción. Debemos rener nuestr¡ pr(rpi¡ concrencia de clase. "Los inrelectualesl" qué nombre de club más orguiloso que éste podría haber... (william James, en un discurso dirigido a la Asociación de Alumnos Americanos en cl Radcliffc College, porativo 1907) Lo que muchas veces vemos es que los intelectuales, las clases educadas, son la parce más adoct¡inada, más igno, ¡ante, más estúpida de una població¡, y hay muy buenas razones para eso. Básicamente dos ¡azones. En primer lugar, como la pa¡te letrada de la población, están sujeros a rodo tipo de propaganda. Pero hay una segunda razón más imporiante suril: ellos son los administradores de la ideología. Por lo tan¡o, deben inremalizar la propaganda y y creerla. Y parte de la propaganda que han desarroilado es que ellos son los líderes naturales de las masas. (Noam Chomsky, en la Universidad Cent¡oamericana en Managua, Nicarazua, 1986) Ha habido por mucho tiempo un improbable consenso, y aún lo hay, entre ciertas voces de la izquierda y de la derecha acerca de los intrínsecos males de las nuevas tecnologías y de las mosnuosas culturas masivas que han engen- drado. Para la derecha esta demonología toma la forma de una posesión brutalmente mecánica de los puestos de avanzada de la alta civilización. Para la izquierda, el fantasma del hipercapitalismo es omnipresente y apa¡ece detrás de las formas culturales cretinizantes e inductoras de estupor producidas por un sistema moribundo en los últimos este¡to¡es de una reorganización económica e ideológica. ANDREV Ross Ambas corrientes de pensamiento comparten una visión generalmente pesimista de declive cultural apurado por las fuerzas de la ¡acionalidad o el determinismo tecnológicos. Mientras el reino de la cibernética se instala, y una sociedad de la información se establece como la última respuesta a la crisis de sobre-producción, hay pocos signos de que ese consenso de conservadores y radicales se esté debilitando y, de hecho, todo indica que aún sumará nuevos y más extraños adeptos. Lo que debeía esta¡ claro a estas altu¡as es que este consenso trabaja en contra del tipo de respuesta comp¡ometida o "respetuosa" de los significados populares que este libro, en última instancia, intenta respaldar. De hecho es un consenso que excluye a aquellos que estarían más dispuestos a participar en el aumento de este tipo de respuesta; en primer luga¡ intelectuales cuyo sentido de la persuación y la acción política no es platónicamente discreto y, por lo tanto, no está divorciado de las contradicciones diarías de la vida en una cultura del consumo tecnológicamente avanzada; en segundo luga¡ consumidores públicos de cultura (que también incluiría a los intelectuales) que son activamente conscientes en la búsqueda de opciones populares y creativos en su uso. Hoy, mientras el culto al saber y la experticia prevalece sobre la interna' cionalización de la revolución de la información, y las universidades absorben toda forma de actividad intelectual, queda claro que el manto de la oposición ya no descansa en los hombros de una vanguardia autónoma: ni en la élite de intelectuales metropolitanos que formaron en un tiempo el cuerpo tradicional de gestores del gusto o de hacedores de opiniones; ni en los románticos neobohemios que conformaron la heroica imagen nietzscheana del que disiente sin ataduras, comprometido solamente con la articulación de las verdades sociales; ni en la militancia orgánica de los partidos a la que Lenin dio forma bajo el modelo del "revolucionario profesional". Los movimientos sociales, en la semi-periferia de la economía multinacional, han estado organizando, desde hace tiempo, sus propios esfuerzos para cambiar la historia, y por tanto rechazando el rol tradicional leninista de los dirigentes intelectuales2. En adición a lo ha hecho de la manera más coheesto, se ha argumentado -Foucault rente- que los intelectuales "técnicos" o "específicos", cuyo espacio de acción política está \'inculado a luchas concretas que demandan sus saberes y experticias especfñcas, deben formar cada vez más las bases de la oposición descentralizada, Desde el tiempo de los primeros grupos de presión que se 436 Defouores dc lu lc t la ¡ues.u cLre lirrmaron en la primera postguer¡a, en contra del desarrollo de la bomba de hidrógeno, han sido los intelectuales científicos, más que los humanistas, los que han estado al fiente de este activismo profesional. Pero para los profesionales humanistas, entre los cuales me cuento, y cuyos servicios son más marginales que los de los cíentíficos, [o que está en juego no es menos crucial. Nuestra influencia especializada sobre la formulación del saber ético y la educación del gusto se ha convertido en un área importante de disputa dentro de la academia, el lugar primordial de la legitímación y el credencialismo. Como ¡esultado de los desarrollos en la nueva "historia social", el curriculum humanlstico está cada vez más abierto a las historias populares y Ia cultura popula¡ mientras expande su atención c¡ítica a las formas culturales basadas en la experiencia de las mujeres, de la gente de colo¡ los gays y las lesbianas. Historias pragmáticas de opresión, sobrevivencia y lucha por la legitimación de los grupos marginales, han comenzado a socavar el gran poder cultural que generaban las historias idealistas tradicionales, que ¡ep¡esentan las luchas morales libradas por individuos heroicos, con el fin de salvar a la civilización occidental de sucesivos "barbarismos". La decadencia de esa versión del "idealismo" tradicional humanis¡a significa, por supuesto, que las revueltas estudiantiles de los años sesenta del siglo xx no sucederán otra vez, al menos no de la misma manera. Para muchos de los estudiantes que participaron en la cultura del disenso de los años sesenta, fue e[ alto idealismo de una educación burguesa, humanista ---{on su pregonado desdén por la tecnología, la cultura popular y el materialismo cotidiane lo que directamente inspiró su resistencia a dedicarse a lo que veían como sus roles predeterminados en la tecnoestructura. El balance de la educación humanista ha cambiado a la luz de en gran medida debido a- estos -y acontecimientos de los años sesenta, justo cuando la izquierda ha ganado espacio en las facultades universitarias en todas partes. Lo que alguna vez fue pensado solamente como educación del gusto, ahora se nut¡e de muchas tendencias diferentes de acción ética, no conffguradas por valores humanos "universales" (es deci¡ occidentales), sino por las agendas especlficas de los nuevos movimientos sociales contta el racismo, el sexismo, la homofobia, la polución y el militarismo. C-on demasiada íiecuencia, los logros de esta nueva especialidad han ido en contra del mismo consenso reaccionario, tanto de izquierdas como de de¡echas, cada uno de los cuales se mantiene incondi- 437 / , lil u ll( )s5 cionalmente leal a sus respectivos relatos de declinación: desde las voces aún no reconstruidas de la izquierda se lanzan acusaciones de fragmentación y academicismo post-años sesenta; y desde las Casandras de la derecha se envían advertencias sobre muerte y degeneración morals. Como humanistas y científicos sociales también hemos comenzado a reconocer que el conocimiento, con lrecuencia esotérico, que impartimos es una forma de capital simbólico que rápidamente se convierte en capital social en las nuevas estructuras tecnoc¡áticas de poder. Las diferencias sociales se "explican" y justifican en todas partes a parti¡ de las diferencias en educación. En un mundo socialmente desígual, es decir, clasificado jerárquicamente por categorías de gusto, es el capital cultural acumulado a través de la educación institucional lo que legítima estas categorías y lo que sistemáticamente otorga a este espectro patológico del gusto un poder ineluctable, no muy lejano a aquel conferido a la religión naturala. ¿Qué garantía ¡ealmente disponible tenemos de lograr poner en duda y desafiar este sistema de poderi Una de las respuesta está en desarrollar en el salón de clase una permanente crítica del gusto que trabaje con formas de cultura popula¡ marginales y minoritarias, en formas que hagan estallar los cánones "objetivos" del gusto estético en vez de simplemente reforzarlos y expandirlos por la vía de permitir que se apropien ---{omo una nueva colonia que merece una atención legítima- de un territorio cultural que hasta entonces estaba fuera de sus lfmites: una fuente exótica de textos nuevos para ser sometidos a otra ronda de "lecturas" formalistas inteligentes. Esto significa desafiar la función categorial de los cánones más que simplemente cambiar la naturaleza de sus contenidos. Implica hacer un corte ftansversal en el espectro patológico de los gustos y deseos socialmente codificados, en lugar de simplemente argumentar que hay más espacio dentro de la disciplina para gustos y deseos legitimados recientemente. En resumen, requiere el tipo de intervención que abiertamente exponga el rol que funcionalmente se le otorga al gusto dentro del sistema de producción académica de saber, prestigio y priülegio. Junto a esta necesidad de una crltica del gusto, también debemos reconocer que la tecnología en sí misma se oÍiece hoy al estudiante entusiasta en la forma de una limpia máquina, que no carga consigo la mancha humeante del "negocio" que alguna vez le otorgó el desdén del idealismo burgués y que gobernó el ¿úhos anti-tecnológico de la tradición humanista. Al contrario, el 418 Ddcnsorcs la fu fa ^t Ia ¡¡ttcw clusc nuevo peligro que presenta la cultura cibernética es que sus ap¡endices ven la brillante promesa panglosiana de supremacía tecnológica como su natural campo de poder heredado. Los que dudan de esta promesa lo hacen porque creen que su herencia está en contradícción con las condiciones de su producción, tal vez po¡ su reconocimiento de que se realiza bajo condiciones de trabajo femenino mal pagado en Asia. O es posible que rechacen la sublimación, dentro de la estructura de inteligencia controlada por comando de Ia jerarquía militar corporativa, de un poder que consideran que es el dominio privilegiado de sus propias habilidades y experticia. O reconoce¡án cómo la visión libe¡taria de la información compartida coexiste hoy con el permanente uso integrativo de la nueva tecnología para monitorear y vigilar las actividades y transacciones cotidianas de inmensas poblaciones; en resumen, la capacídad de convertir la información en inteligencia. O se da¡án cuenta de cómo sus cuerpos se contraen y se pliegan, como lo expresó Mcluhan, en una "fídelidad servil y mecánica" a la nueva tecnología. De cualquier manera, la nueva contracultura juvenil ciberpunk es ya una cultura que se está construyendo a partir del/oli<lore de Ia temología y no, como fue en los años sesenta, de Ia teanlogítt dz.I folklore. No desde las fantasías orientalistas y la nostalgia agraria, ni de los guardarropas desteñidos de los trabajadores preindustriales, los gitanos o los campesinos, sino más bien desde los paisajes postpunk de la nueva ciencia ficción, los romances vestigiales de la ética del hacker, y de la vitalidad fluida y provisional de las subculturas del fanTitw y de los anuncios en carteleras electrónicas5. Desde los ritmos callejeros del tecnofunk, generados por los DJs, maestros de la mezcla y el rasgueo, hasta la sublimidad neuroquímica de las inte¡faces cuerpo/máquina, la nueva cultura de la apropiación se alimenta en todas partes de la porosa hegemonía de la tecnología de la información tecnología que siempre debe buscar -una formas de simular prestigio para sus propietarios, porque su arquitectura estructural no reconoce el concepto de propiedad única de la "propiedad elec- t¡ónica". Hoy, un código de activismo intelectual que no esté basado en el dialecto usual de la tecnología de la información y en los discursos e imágenes de la cultura masiva y comercial tendrá tanta incidencia sobre las nuevas nominaciones de los movimientos sociales modernos como la tendrían los hechizos de las brujas medievales o las consultas al I Ching. El riesgo de cualquier reaproxi- 439 ANDRE,iü Ross mación directa a la tecnología y a la cultura popular, por supuesto, es que los intelectuales dejen de preocuparse y aprendan a disf¡utar lo que sea que les lancen la iBM y CBS; un escenario que ya ha sido trabajado en el debate acerca del postmodernismo y que convencionalmente se describe como "lanzar al niño por la ventana junto con el agua del baño". Pero los momentos de cambio y de reinversión de la energía cultural, especialmente aquellos impul-sados por nuevas tecnologías culturales, no siempre son tiempos de repetición, reproducción y posterior dominación. Támbíén son momentos de reforma, cuando existen las oportunidades de disputar, reconstruir y redefinir los términos existentes y las relaciones de pode¡ como parte de la tarea de modernizar la resistencia cultural6. Entrar en este proceso requiete una familiaridad de trabajo, como ha argumentado Donna Haraway en su "Manifiesto para C1borgs", con "la informática de la dominación" que está aho¡a ubicada en todas partes: la casa, el trabajo, el mercado, los medios de masas y el cuerpoT. Entre otras cosas, la política cibemética (clborg\ nos niega la seguridad de una clara división enne el cuerpo orgánico, inalienable y utópico y el régimen opresivamente racionalizador de la tecnología. Más bien de lo que se trata es de una contienda por ese nuevo espacio impuro que no es orgánico ni mecánico, ni manual ni mental. Entonces, el crecimiento de una cultura de la información "inteligente" necesita una política del saber en la cual el punto con Íiecuencia es saber quién ha sido más inteligente y por qué razones. Como siempre, la cultura popular es para muchos la fuente del "sentido común" que ideológicamente absorbe y desmitiffca los discursos de los especialistas que saturan estas nuevas tecnologías del saber. Los intelectuales que ven su labor como la de propiciar y desarrollar ese "sentido común" ---que abriga estructuras de irrespeto y resistencia- íiente a los privilegios y la autoridad, están enfrentados hoy a un nuevo conjunto de contradicciones: al propiciar la resistencia al privilegio de la "inteligencia", se encuentran alineados contra el orden del capital cultural, que es la base de su propia autoridad como contendientes en el mundo social. Aquí es donde el confinamiento histórico a los márgenes polfticos de la tensa relación entre los intelectuales y la cultura popular se mueve ahora al centro de la escena, en un orden social que cada vez más responde a la autoridad del poder y cada vez más es administrado por las castas del saber. 440 Defenxnes la la fe ^r la nucva chsc Aututomítt en dispun Con el fin de representar mejor las bases del activismo intelectual de hoy, la histo¡ia de las distintas tradicioDebido nes intelectuales de occidente. a la falta de espacio, lo que sigue es un esquema condensado de esa historia, focalizado en una ca¡acterización con Íiecuencia cruda de las ideologías que la han sustentado. Para los años sesenta del siglo xx, los liberales de la Guerra Fría que habían limado sus garras políticas en los años treinta fueron acusados de "acomodacionismo" en su rol de legitimadores de la postura anticomunista del Estado de Seguridad Nacional. iCómo podía ser reconciliado este papel legitimador con "la tradición de los intelectuales" de una élite independiente comproes necesario observar, brevemente, algo de metida con la búsqueda desinteresada de las verdades sociales? En una discusión de su famosa noción de una "cultura adversaria", en el prefacio de Más alltl de la cuhura ( 1965), Lionel Tiilling señala algunas de las contradicciones que han surgido a raíz de esta mutación histórica. Al responder a las críticas hechas a su uso del "nosotros", que con Íiecuencia empleaba como su personalidad ensafistica, Tiilling sostuvo que este "nosotros" no se relería exclusivamente a los intelectuales de Nueva York, como se había sugerido, y que tampoco debía tomarse como algo que representaba "el espírítu de la épcrca". Ese "nosotros" reflejaba el gusto y las posiciones asumidas po¡ "un grupo populoso cuyos miembros dan por sentada la idea de una cultura adversaria" que se coloca "más allá" y "en contra" del condicionamiento cultural de la sociedad en general. Si esta posición trascmdanal parece ser juez y parte de la tradición de la autonomía intelectual en occidente, Tiilling sin embargo sugiere que su "grupo populoso", concebido en términos puramente numéricos, podfa ahora tener una estructura social, que es diferente de las élites intelectuales tradicionales que eran poderosas porque careclan de poder. tilling sostiene que este grupo es tan grande que ya es ürtualmente una "clase" con sus propias "confiadicciones intemas". Aunque no utiliza el término, Tiilling de todos modos se está refiriendo a lo que los neoconservadores, en ese tiempo, estaban comenzando a llamar la "nueva clase" que estaba surgiendo en la nueva sociedad del saber basada en la educación universitaria. Desde su propio punto de vista, como un intelectual humanista comprometido con el ideal cítico de la "autonomía de percep- 44t ANr)RLw Ross ción y de juicio", las contradicciones surgen del modo como esta nueva clase se levantó a sí misma por encima de la idea de la autonomía y ahora, como clase en tanto clase, ha desarrollado "respuestas habituales comunes y características". lncluso busca agrandarse a sí misma, por [a vía de perpetuar estas respuestas e intereses característicos compartidos y poner en cuestión la relación de sus miembros individuales con el importante rol jugado por el ideal de autonomía "en la historia de su ídeología"8. Aún cuando el cauteloso Tiilling no estaba dispuesto a llevar más allá el análisis de estas cont¡adicciones, es importante, al menos, que mencione el tema al reconoce¡ los problemas de la masificación que enfrentaba la "cultura adversaria" a mediados de los años sesenta. De hecho, las contradicciones internas del "grupo populoso" que Tiilling menciona pueden ser vistas como el resultado o la confluencia de, por lo menos, tres teorías diferentes o tradiciones de pensar sobre los intelectuales, a las cuales voy a referirme llamándolas, respectivamente, la doctrina de los defensores de la fe, la doctrina de la responsabilidad de los intelectuales y la teoría misma de la nueva clase. Defensores de la fe La primera cuestión con respecto a la autonomía de los criterios socialmente determinados se ¡elaciona con lo que llamaré la doctrina de los "defensores de la fe". Edward Shils, Tálcott Parsons y Regis Debray han descrito, con diferentes fines y énfasis, cómo las funciones sociales del clero medieval están aún presentes de manera vestigial en la idea moderna del intelectuals. En tanto estrato no clasista y relativamente desvinculado (para citar la definición de Karl Mannheim), confinado a las áreas "puras" de [a inteligencia humanística y técnica, y diferenciándose de las áreas "aplicadas", la función casi religiosa de los defensores de la fe es evadir todo vínculo proselitista en nombre de un el Arte, la Ciencia, y compromiso devocional a principios más altos -Dios, otras "instituciones de la verdad". Si su trabajo y su pensamiento dene eventualmente efectos polfticos prácticos, se debe a que es genuinamente profético, y no porque se incline bajo la presión de un patrón institucional, secular. Esto no signiffca que los intelectuales jamás deban plantear sus sentimientos o posiciones políticas, pero sólo deben hacerlo como ciudadanos y no como intelectuales de oficio. 442 Dc[ctuorcs dc la fc y la twcvu ckra La ruptura de este contrato con lo sagrado da como resultado lo que Julien Benda llama la traición de los clérigos, una alta traición que es aún más g¡ave que la cometida contra un país o contra un poder laico. Pero la defínición claramente negativa de Benda de la búsqueda desinreresada del ideal ("mi reino no es de este mundo") es el argumenro débil de la defensa de la fe. El a¡gumento fuerte emerge en los momentos en los que el discurso intelectual está de acue¡do con la f¡anca represión ----como fue el caso del Zhdanovismo, el Macartismo y el Maoismo. Y la doct¡ina comienza a desvanecerse cuando es invocada en debates sobre temas cuasi-instirucionales como la libertad académica, donde la mitología de la libertad intelectual coexiste de manera incómoda con los códigos más terrenales del espíritu de cuerpo profesional. En general, quienes suscriben esta doctrina aceptan que el intelectual no es sólo un "intelectual universal", en el sentido de que actúa como la conciencia desinteresada de la sociedad como un todo, sino también que la existencia del intelectual es universal, es decir, que cada sociedad tiene y, presumiblemente, debe tener intelectuales, sean estos percibidos como actuando en función oracular o clerical o, como Rolf Dahrendorf sugiere, como "tontos" o bufones de la corte, a los que se les permite decir la ve¡dad en una "sociedad de cortesanos sumisos"l0. La descripción hecha por Gramsci de los "intelectuales tradicionales", cuyos orgánicos lazos con una clase en emergencra se han ido deterio¡ando severamente, es una categoría que incluye la mayoría de quienes están en posición de presentarse a sí mismos como defenso¡es de la fe. La pretensión de lealtad desinteresada a un código de verdad más elevado y objetivo es, por supuesto, el disliaz más viejo y más conveniente para servir a los intereses de los poderosos. Lrt respouabiliÁnÁ de los incelecaulzs La noción planteada por Tiilling de una "cultura adversaria" se deriva de la doctrina de la "responsabilidad de los intelectuales", que en muchos sentidos es una versión histórica y políticamente específfca de la defensa de la fe. En un punto específico en la historia, los intelectuales "libres" comenzaron a reconocerse a sí mismos como una colectiüdad auto-consciente ínteli. gmtsía- que reconocía su influencia sob¡e las opiniones pollticas-la y los hechos. La emergencia de este grupo como una élite de oposición formada nece- 443 ANI)litv Ross ción y de juicio", las cont¡adicciones surgen del modo como esta nueva clase se levantó a sí mísma por encima de la idea de la autonomía y ahora, como clase en tanto clase, ha desarrollado "respuestas habituales comunes y características". lncluso busca agrandarse a sí misma, por la vía de perpetuar estas respuestas e intereses característicos compa¡tidos y poner en cuestión la relación de sus miemb¡os individuales con el importante rol jugado por el ideal de autonomía "en la historia de su ideología"8. Aún cuando el cauteloso Tiilling no estaba dispuesto a llevar más allá el análisis de estas contradicciones, es importante, al menos, que mencione el tema al reconocer los problemas de la masificación que enfrentaba la "cultura adversa¡ia" a mediados de los años sesenta. De hecho, las contradicciones internas del "grupo populoso" que Tiilling menciona pueden ser vistas como el resultado o la confluencia de, por lo menos, tres teorías diferentes o tradiciones de pensar sob¡e los intelectuales, a las cuales voy a referirme llamándolas, respectivamente, la doctrina de los defensores de la fe, la doctrina de la ¡esponsabilidad de los intelectuales y la teoía misma de [a nueva clase. Defensores de lt fe La primera cuestión con respecto a la autonomía de los criterios socialmente determinados se relaciona con lo que llamaré la doctrina de los "defensores de la fe". Edward Shils, Tálcott Parsons y Regis Debray han descrito, con diferentes fines y énfasis, cómo las funciones sociales del clero medieval están aún presentes de manera vestigial en la idea moderna del intelectuale. En tanto estrato no clasista y relativamente desvinculado (para citar la definición de Karl Mannheim), confinado a las áreas "puras" de la inteligencia humanística y técnica, y diferenciándose de las áreas "aplicadas", la función casi religiosa de los defensores de la fe es evadir todo vínculo proselitista en nombre de un el Arte, la Ciencia, y compromiso devocional a principios más altos -Dios, otras "instituciones de la verdad". Si su trabajo y su pensamiento tiene eventualmente efectos pollticos prácticos, se debe a que es genuinamente profético, y no porque se incline bajo la presión de un patrón institucional, secular. Esto no signiffca que los intelectuales jamás deban plantear sus sentimientos o posiciones políticas, pero sólo deben hacerlo como ciudadanos y no como intelectuales de oficio. 442 Dcfctrsore: ,Jc ld fc ^r La nucua cklrc La ruptura de este contrato con lo sagrado da como resultado lo que Julien Benda llama la traición de los clérigos, una alta traición que es aún más grave que la cometida contra un país o contra un poder laico. Pero la definición cla¡amente negativa de Benda de la búsqueda desinteresada del ideal ("mi reino no es de este mundo") es el argumento débil de la defensa de la fe. El argumento fuerte emerge en los momentos en los que el discu¡so intelectual está de acuerdo con la Íianca represión fue el caso del Zhdanovismo, -como el Macartismo y el Maoismo. Y la doctrina comienza a desvanecerse cuando es invocada en debates sobre temas cuasi-institucionales como la libertad académica, donde la mitología de la libertad íntelectual coexiste de manera incómoda con los códigos más terrenales del espíitu de cuerpo profesional. En general, quienes suscriben esta docftina aceptan que el intelectual no es sólo un "intelectual universal", en el sentido de que actúa como la conciencia desinteresada de la sociedad como un todo, sino también que la existencia del intelectual es universal, es decit que cada sociedad tiene y, presumiblemente, debe tener intelectuales, sean estos pe¡cibidos como actuando en función oracular o clerical o, como Rolf Dahrendorf sugiere, como "tontos" o bufones de la corte, a los que se les permite decir la verdad en una "sociedad de cortesanos sumisos"lo. La descripción hecha por Gramsci de los "intelectuales tradicionales", cuyos orgánicos lazos con una clase en emergencia se han ido deteriorando severamente, es una categoría que incluye la mayoría de quienes están en posición de presentarse a sí mismos como defensores de la fe. La pretensión de lealtad desinteresada a un código de verdad más elevado y objetivo es, por supuesto, el disíiaz más viejo y más conveniente para servir a los intereses de los poderosos. Itt responsabilild de los intelecunles La noción planteada por tilling de una "cultura adversaria" se deriva de la doctrina de la "responsabilidad de los intelectuales", que en muchos sentidos es una versión histórica y políticamente específica de la defensa de la fe. En un punto específico en la historia, los intelectuales "[ibres" comenzaron a reconocerse a sí mismos como una colectiüdad auto-consciente inteligattsin- que reconocía su influencia sobre las opiniones políticas-la y los hechos. La eme¡gencia de este grupo como una élite de oposición formada nece- 443 A!rtit \,r l{()55 sariamente por disidentes, más notablemente en la inúelignÚs¿ rusa del sigl() xtx (más importante aún para occidente, en el "Manifiesto de los lntelectrrl"r" la.rraio por los defensores del caso Dreyfus)' se sostiene sobre la idea de que un inteiectual debe ser necesariamente opositor o izquierdista' un artículo de fe consagrado más tarde por Sartre en su teoría del artista compro- metido. La "responsabilidad" percibida pot la intehgensra rusa sería muy pronto institucionalizada en la forma de una conciencia ¡evolucionaria de vanguarla élite del día. El libro iQué furcer? de Lenin inició lo que sería la doctrina de partido de ,ranguardia, al llamar a los intelectuales a convertirse en "revolu.io.ru.io, prof"rio.rrl.s" y a entrenarse sistemáticamente a sí mismos para la tarea de fusionar la teoría y el conocimiento con los movimientos obreros espontáneos. Mucho antes' anarquistas como Bakunin habían advertido una nueva acerca de las consecuencias de institucionalizar la inteligentsia como y arrogante despótico, clase dominante; esto produciría "el más aristocrático, nombre gobierna en elitista de todos los regímenes". Porque cuando una clase del saber y de la inteligencia, las mayorías no educadas, pensaba Bakunin' por sufrirán más opresión que nunca antes, un pronóstico repetido y remozado texto su influyente la experienciadel disidente yugoeslavo Milovan Djilas en I-a,*eua cirtrse (1957\. En los aios treinta, los cientfficos soviéticos y los la ingenieros hablan desplazado largarnente la inteligentsia huma-nlstica como a que encontramos y por eso vanguardia del desarrollo postrevolucionario es la expeGor"ky haciendo duros reclamos a sus colegas escritores por no vivir de acerca por y no escribir tecnológicos avances riencia directa de los nuevos Volgadel Canal construcción "los miles de trabajadores comprometidos en la la opinión de Moscú"tt. Cuar.nia años después, Noam Chomsky -siguiendo Alex Nove de que hoy "los trabajadores intelectuales" del Estado soviético se se asemejan tan poco al aparato estalinista como este especimen histórico enpoca diferencia parecía a su pr"d.ceso..et olucionario- encontraba muy ire la burocÁcia centralizada del Estado Soviético y la tecnoestructura domilas nante de la sociedad de los Estados Unidos, que ejerce su poder a t¡avés de universidades, el gobierno, las fundaciones de investigación, la administración y las grandes firmas de abogadoslz' ' que Frie, sin embargo, la idea de una vanguardia no institucionalizada la intede los configuró la historia del pensamiento acerca de la "responsabilidad 444 Dcfcrrsorcs Llc L<t fe t la nucua clasr lectuales" en Occidente, y particularmente en los Estados Unidos. Los cuatro momentos más significativos de esta historia, en el caso de los Estados Unidos, que quisiera considera¡ b¡evemente son: el progresismo de los años de pre y postguerra, el radicalismo de los años treinta, el liberalismo del período de (iuerra Fría, y la nueva izquierda de los años sesenta. El asalto, en los años anteriores a la P¡imera Guerra Mundial, sobre la tradición gentil de los brahmanes de Boston implicó la formación de una inteligentsíl progresista bert Croly, Van Wyck Brooks, Randolph Bourne, Lewís Mumford, -Her\?aldo Frank- alrededor de publicaciones como Neu Republíc, The Seven Arts y The Masses. Bajo la promesa de oponerse a la grandeza del capitalismo monopólico y resistir la lógica de la indusrialización, su línea de cítica cultural de respon- sabilidad independiente estaba basada en una ética orgánica, preindustrial; y con la excepción del inte¡és de Boume en el socialismo y el intemacionalismo- su sentido de un "pasado utilizable" estaba vinculado a las esperanzas de un ¡eviual del nacionalismo cultural que uniía la sensibilidad dividida de lo que Brooks llamaba "cultura" y "comercio". Boume, en particular, golpeó duramente el pragmatismo de los liberales que habían evadido su responsabilidad como intelectuales independientes por la vía de "dlrigir" el apoyo público hacia el esfuezo de la guerra; "han aprendido demasiado literalmente la actitud instrumental con respecto a la vida, y están convirtiéndose en insru. mentos eficientes de las técnicas de guerr¿"l:. Hacia los años treinta, [a tradición de la "responsabilidad intelectual" estaba suficientemente establecida para que su elemento esencial ----cl deseo de promover activamente el cambio histórico- pudiera ser suplementado por un sentido del deber de responder a la causa de una política de oposición. El llamado a iniciatívas socialistas organizadas a través de un amplio espectro de la vida intelectual norteamericana no debe ser desestimado. Un punto alto de esta causa fue la ca¡ta abie¡ta firmada por cincuenta y dos intelectuales -algunos de ellos comunistas, otros socialistas y la mayoría independientes- que anunciaba su intención de votar por los candidatos comunistas, Foster y Ford, en la elección de 1932. Un panfleto escrito de manera rotunda, titulado "La cultura y la crisis", y dirigido a todos los escrito¡es, a¡tistas, intelectuales y profesionales que creían que el sistema político era "conupto sin esperanzas", fue ffrmado, entre otros por Sherwood Anderson, Erskine Caldwell, Malcolm Cowle¡ lewis Core¡ Waldo Frank, Granville Hicks, Sidney Hook, Langston 445 Dcfcnnres de la la t ln nuaua clts¿ lectuales" en Occidente, y pa¡ticularmente en los Estados Unidos. Los cuatro momentos más significativos de esta historia, en el caso de los Estados Unidos, que quisiera considerar brevemente son: el progresismo de los años de pre y postguerra, el radícalismo de los años treinta, el libe¡alismo del período de Guerra Fría, y la nueva izquierda de los años sesenta. El asalto, en los años anteriores a la Primera Gue¡ra Mundial, sobre la tradición gentil de los brahmanes de Boston implicó la formación de rna ínteligensitt progresista bert Croly, Van Wyck Brooks, Randolph Bourne, Lewis Mumford, -HerWaldo F¡ank- alrededor de publicaciones como Neu Repablic, The Seuen Arts y The Masses. Bajo la promesa de oponerse a la grandeza del capitalismo monopólico y resistir la lógica de la industrialización, su línea de crítica cultural de responsabilidad independiente estaba basada en una ética orgánica, preindustrial; y la excepción del interés de Bourne en el socialismo y el internacio- -con nalisme su sentido de un "pasado utilizable" estaba vinculado a las esperan- zas de un reuival del nacionalismo cultural que uniría la sensibilidad dividida de lo que Brooks llamaba "cultura" y "comercio". Boume, en particular, golpeó duramente el pragmatismo de los liberales que habían evadido su responsabilidad como intelectuales independientes por la vía de "dirigir" el apoyo público hacia el esfuezo de la guerra; "han aprendido demasiado literalmente la actitud instrumental con respecto a la vida, y están convirtiéndose en instrumentos eficientes de las técnicas de guerr¿"t;. Hacia los años treinta, la tradición de la "responsabilidad intelectual" estaba suficientemente establecida para que su elemento esencial ----el deseo de promover activamente el cambio histórice pudiera ser suplementado por un sentido del deber de responder a la causa de una política de oposición. El llamado a iniciativas socialistas organizadas a t¡avés de un amplio espectro de la vida intelectual no¡teamedcana no debe ser desestimado. Un punto alto de esta causa fue la carta abierta firmada por cincuenta y dos intelectuales gunos de ellos comunistas, otros socialistas y la mayofa independientes- que anunciaba su intención de votar por los candidatos comunistas, Foster y Ford, -al- en la elección de 1932. Un panfleto escrito de manera rotunda, titulado "La cultura y la crisis", y dirigido a todos los escritores, artistas, intelectuales y profesionales que creían que el sistema político era "corrupto sin esperanzas", fue fi¡mado, entre otros por Sherwood Anderson, Erskine Caldwell, Malcolm Cowley, Lewis Corey, Waldo Frank, Granülle Hicks, Sidney Hook, Langston 445 ANI)RE\ü Ross Hughes, Mattew Josephson, John Dos Passos, James Rorry Lincoln Steffens y Edmund Wilson. El antifascismo, desde 1933, fue un factor de reclutamiento decisivo para los intelectuales que renacían como tropas de choque litera¡ias o como técnicos cultu¡ales del Partido. Para muchos intelectuales clave, sin embargo, el momento de solidaridad con los comunistas duró no más de unos meses y se había desvanecido mucho antes de que la Liga de Escritores Americanos, organizada nacionalmente' reemplazara los clubes locales John Reed en 1935 y los Congresos de Escritores que se convocaron en 1935 y 1937. Mientras las organizaciones del Frente Popular ganaron un amplio apoyo en las clases medias y atrajeron la militancia activa de escritores y profesionales de la indust¡ia cultural y los medios, al final de los años treinta y a lo largo de los años de guerra, la trayectoria más glorificada de los críticos culturales fue la de quienes traiciona¡on sus anteriores ideales o la de quienes se involucra¡on con los distintos grupos y partidos de oposición t¡ostkista y por tanto mostraron una independencia cítica creciente con respecto al centro comunista de los movímientos radicales. La disociación oficial de los críticos de la influyente revista Panis¿n Req,'iec, (Philip Rahv Villiam Phillips, Dwight MacDonald, F.W Dupee, Mary McCarthy, Lionell Iiilling, Sidney Hook, Meyer Shapiro, Clement Greenberg, Harold Rosenberg, Lionel Abel, entre otros) del Partido Comunista en 1937 es considerada la mayoría de las veces como el modelo de los intelectuales responsables, preocupados por su autonomía y por su vocación de mantenerse en oposición, especialmente dentro de la misma izquierda. Lo que es aún más importante es que, la izquierda antiestalinista, y espe' cialmente trostkista, fue el lugar natural para los intelectuales con gustos relacionados con la alta cultura y el cosmopolitismo (el mismo Tiostky era un crítico lite¡ario altamente cultivado y cosmopolita que había sido por largo tiempo escéptico con respecto al potencial de una "cultura proletaria"). En contraste con el respaldo que dieron los intelectuales de Panisan kview al brillante espíritu de la vanguardia europea, la agenda del Frente Popular a favor de una cultura del pueblo podfa parecer parroquiana y mediocre' una versión medianamente intelectual del nacionalismo cultural, que parecía de segundo nivel cuando se colocaba al lado del impresionante panteón de los vanguardistas de primera línea promovidos por la izquierda antiestalinista. Esta mente puesta en la alta cultura por parte de los antiestalinistas fue susten- 446 Dcfetrsarcs Llc h lc th nuaud cluse tada por una profunda sospecha con respecto a la tradición radical local, que hundía sus raíces en un populismo ¡ural y tenía una retórica de valores democráticos que el Partido Comunista "americanizado" estaba intentando cultivar. Du¡ante los años de la guerra el grupo de Partisan Review se vio a sí mismo cada vez más como un aislado grupo elegido, responsable solamente por la preservación del valor cultural, sosteniendo la línea divisoria entre la civilización y la barbarie. Aunque e¡an marxistas teóricos, su código de responsabilidad fue cada vez menos relacionado con una causa política y más con la fuente redentora de la alta t¡adición literaria de occidente en un momenro en que el hogar europeo de esa tradición había ya caído o estaba bajo amenaza de cae¡ frente a la ocupación nazil4. Muchos de quienes fueron desdeñados o atacados por esta élite autocelebratoria (el comentario privado hecho por Philip Rahv era bastante característico: "estamos medio muertos. Casi todo el mundo hoy está medio muerto")15 vio la trayectoria de Partisan Reuleqr-, como la de un reat¡incheramiento (retrenchmant). Sin embargo, claramente fue producto de la contradicción entre las prescripciones vanguardistas del marxismo ortodoxo y la ideología de la libertad intelectual respaldada por los defensores de la fe; entre el modelo ¡evolucionario de liderazgo partidista y el ideal independiente de la devoción al arte, como un paraíso de la autonomía. Hacia finales de los años treinta, la intensa campaña que realizaba el Partido Comunista para capta¡ adeptos entre los intelectuales fue con íiecuencia caricaturizada como una demanda para que los intelectuales se desintelectualizaran y se dedicaran de lleno al servicio del movimiento ¡evoluciona¡io de las masas, un imperativo que parecía ir en cont¡a de los mismos límites de la doctrina de la "responsabilidad" intelectual. Después de la famosa conferencia Waldorf de 1949, probablemente el último intento de revivir el respaldo al comunismo entre los intelectuales norteamerícanos, Irving Howe preguntó: "lCuáles son los impulsos de autodestrucción que pueden llevar a un intelectual serio a respaldar un movimiento cuya victoria solamente puede significar el final de la vida intelectual librel"to El objetivo de Howe es obüo, pero detrás de esta pregunta hay ciertos presupuestos acerca de lo que significa ser un "intelectual libre". Cada vez más, la prueba antiesralinista para la üda del intelectual serio era la capacidad de elegir un camino independiente que trascendiese toda parcialidad ideológica. Esta tendencia iba pareja con el respaldo a la premisa más fuerte de la estética clásica marxista (desde Marx 447 ANDREV Ro-ss hasta Althusser) que sosdene que lo mejor de la más genuina alta cultu¡a crea un espacio que está relativamente libre de ideología, y puede por lo tanto t¡ascende¡ la influencia determinante de las fuerzas sociales que se sienten en las producciones intelectuales menos importantes o inferio¡es. La autonomÍa trascendental se vuelve entonces la única garantía de un arte crítico o negativo, del mismo modo que la independencia intelectual es la única garantía de la integridad crítica cuando se trata de disentir. "Libertad", "independencia" y "autonomía" se convirtieron en los más altos fetiches en la nueva defensa de la fe, mientras eran abandonados los vínculos orgánicos con oüas comunidades sociales y otros movimientos. Consecuentemente,la responsabíIid¿d se redeffnió como la protección de la "libertad" del intelectual a toda costa. Los alcances que esta redefinición tuvo, a los fines de permitir posiciones aún más acomodaticias, se hicieron evidentes en los años de la postguerra, cuando muchas figuras de [a izquierda antiestalinista comenzaron a responder cada vez más a la causa de la Guerra Fría de proteger la "libertad" en occidente. El antiestalinismo mutó en stalinofobia y el anticomunismo de los que alguna vez fueron marxistas revolucionarios sentó las bases de futuras ca¡reras, para muchos, de anticomunistas profesionalest?. En el clima político de la Guena Fía y el Estado de Seguridad Nacional, este cambio de bando ayudó a legitimar la represión local antes y durante los años de McCarthy. En cuanto a la política exterior, el C,ongreso por la Libertad Cultural, fundado por la CIA, y su affliado norteamericano, el Comité Americano por la Libertad Cultural, fueron auspiciados como organizacrones cuasioficiales para que los intelectuales se comprometieran indirectamente en lo que terminó conociéndose como la Guerra Fría Cultural, responsable de proteger a los intelectuales occidentales "libres" del contagio de las ideas sociaMotw6 Preuues, listas. Con órganos publicitarios en muchos países -Der Encounter y Tanpo Presentz- y con una cantidad de publicaciones amigas en casa, que incJ:lrlan Partisan Revíew y Contrnenrary, el Congreso anticomunista enlistó los servicios de muchos de los más conocidos liberales del momento. Aún cuando hubo algunos antiestalinistas como Howe y Macdonald que resistieron el desmantelamiento de la polltica de clases, el ambiente que prevaleció fue tal que la "responsabilidad" doméstica del liberalismo de la Gue¡¡a Fría fue dirigida a cimentar el acuerdo de la póstguena entre capital y trabajo, y a promover el clima de consenso que se sostenía sobre la ideologla del pluralismo liberal. 448 Defensores de la lc t h nucua clasc Se han mencionado muchas razones que justificarían esta movida acomodaticia de parte de los intelectuales liberales: la nueva prosperidad, una tolerancia étnica mayor, los premios y reconocimientos de [a academia, la preservación de las libertades civiles (con la notable excepción de los japoneses-americanos) durante y después de la guerra, una intimidad con el Estado que había comenzado con el Tiust de los Cerebros de Rexford Tirgwell (los "revolucionarios Pi, Beta, Kapa" de la primera administración de Roosevelt), entre otrasls. Más aún, la Guer¡a Fría fue, después de todo, una causa adversarwl, y sín duda esto hizo más fácil el hecho de que se reconociera como una causa intelectual. El vocabulario de la oposición se mantuvo intacto, el sentido de una crítica militante fue preservado, aún cuando su objetivo había sído cambiado del capitalismo al comunismo. Los intelectuales seguían siendo responsables, y el heroísmo electivo de sus propias opciones individuales se sostuvo en la importancia ceremonial a la cual estaban acostumb¡ados. De ahí que las "confesíones" y "traiciones" públicas de los radicales recalcitrantes en la Guerra Fría eran periódicamente reportadas como eventos de gran significación: desde la declaración de Dwight Macdonald diciendo "elijo a occidente", en 1952, hasta la retractación pública de Susan Sontag, en 1982. Sea que uno lo vea como traición o como lucidez, la práctica de escoger entre posíciones mutuamente excluyentes podría ser el componente más celebrado de la clásica doctrina de la responsabilidad y sirvió de manera obüa en la perpetuación de la docnina de la Guerra Fría. De hecho, el énfasis puesto por esta doctrina en el imperativo de hacer tales elecciones y cambios heroicos de compromiso calzaba perfectamente en el molde maniqueo de la Guerra Fría: lrevolución o refo¡ma? iautonomía o compromisol ibueno o malo? /bolchevismo o menchevismo? lnosotros o ellos? llibertad o esclaütudl En ot¡o contexto es lo que podría considerarse como una tradición machista que moviliza la retórica dura de la virilidad, que opone la militancia al sentimentalismo, lo "duro" a lo "blando", el realismo al utopismo conjunto de -un oposiciones en las que capitalismo/comunismo pueden ser colocados en cualquiera de los dos lados, dependiendo del contexto y de quien habla. Uno de los puntos típicos de las memorias de la vieja izquierda es la descripción, como esta de Daniel Bell, de la lucha por los hombres buenos y ¡ror la verdad en los años treinta, cuando todos los aceros estaban en el fuego: "En algunos el acero se volvía frágil, en otros se volvía fuerte; otros abandonaban el acero y aún 449 AN.I)RE\i'ROSS otros más fueron triturados" (el "ace¡o", por supuesto, representa el compromiso con Stalin, el homb¡e de hierro)lr. La mayoría de las veces la Nueva Izquierda se propuso voluntariamente desvincula¡ el radicalismo intelectual de semejantes ritos de pasaje masculinos. Esto, por supuesto, no significó evadir la militancia. De hecho, poner el propitr cuerpo en la fila para el SNCC (Student Nonviolent Coordinating Committee)20 se convirtió en el modelo, para la siguiente década, del compromiso personal con una acción directa en la política de la confrontacíón. Esta táctica, irónicamente, no ga¡antizó ningún refinamiento en el nivel de la política sexual, ya que e[ énfasis creciente en la diferencia generacional signiffcaba que $an parte del activismo de los años sesenta representaba el espectáculo edípico de la política del pardcidio. Sin embargo, los movimientos sociales orgánicos que surgieron al final de los sesenta, organizados alrededor de problemas ecológicos, étnicos, de género y de orientación sexual, fueron di¡ectamente propuestos sobre los valo¡es de la comunidad, la liberación y el fortalecimiento personal, que habían sido aprendidos en las fases iniciales del movimiento por los derechos civiles de la Nueva Izquierda. Esta atención prestada a los valores personales y libertarios fue un elemento importante en la redefiníción de la responsabilidad, bien sea en el sentido de dirigirse directamente al cuerpo o de enlistar la mente como un medio de auto-transformación más que como una herramienta a ser utilizada a favor de causas políticas objetivas. Cuando esta ética fundacional de democracia participativa comenzó más tarde a coexistir con el anarquismo, el sindicalismo estudiantil, el utopismo local, el laborismo leninista "progresista" y todo el arcoiris de cruzadas contraculturales, la Nueva Izquierda no estaba más unificada de lo que la Vieja Izquierda, con su confuso espectro de grupos sectarios y partidos, alguna vez estuvo. Lo que resultó realmente diferente, sin embargo, fue la nueva atención penetración de las opciones políticas y las otorgada a la micropolítica -la decisiones que debían ser tomadas al nivel de la vida cotidiana2l. Una revolución en el estilo, la sexualidad y la expresión personal caracterizó la nueva gramática de la disidencia y los nuevos modos de acción política, en formas Que no apelaban al elevado sentido de la autoridd cuhuraL que había sostenido a los intelectuales de la üeja izquierda. Para las generaciones liberales más üejas, esta nueva ética de la responsabilidad fue una renuncia al comportamiento responsable; e[ nuevo espíritu 454 Dclcnsoras dc lu jc'r It ¡veva clasc de desobediencia civil fue, más que nada, un vulga¡ irrespero, y la "política de lo personal" representó una ausencia de la disciplina necesaria para asumir y hacer inteligible el peso de la historia. Irving Howe proporciona, desde la perspectiva de los mandarines, un esquema de la nueva cultu¡a fundada, como él sostiene, en la "psicología de la necesidad sin restricciones": La nueva sensíbilidad es impaciente con las ideas. Es impaciente con las est¡ucturas literarias de complejidad y coherencia que fueron apenas ayer las palabras clave de nuestra crítica. En su lugar quiere ob¡as literarias -aunque 'literarias' puede ser una palabra equivocada- que sean tan absolutas como el sol, tan indiscutibles como un orgasmo y tan deliciosas como una golosina. Sus esquematismos pretenden eliminar el peso del matiz y de la ambigüedad, legados de la alta concíencia y la sangre cansada. Está harta del hábito de la reflexión, de hace¡ distinciones, de la rigidez de la dialéctica, del oro deslustrado de la sabiduría heredada22 (1970: 255). La caricatura que hace Howe de la irreverencia inconsistente fue una ¡espuesta generacional típica a una cultu¡a conscientemente devota de momen- tos liberado¡es y utópicos, sostenidos en un presente corporal, opuesto a la dura escuela de la madu¡ez cultu¡al basada en la culpa, que estaba siendo equiparada, en el campo de la política juvenil, con atrofia. Sin embargo, y aún más importante, la aparición de una cultura adversaria que no era una cultura de élite ni de una minoría, ünculada a un movimiento que estaba tratando de evadir las estructuras vanguardistas de autoridad política, fue una inmensa paradoja para la vieja élite liberal, que por veinticinco años había vigilado celosamente su adquisición territorial en la tradición contestataria y que había expulsado a cualquier otro competidor en ese campo. Como he sugerido, la doctrina de la "responsabilidad" de los intelectuales es, en muchos sentidos, una expresión más mundana y laica de la docrina de los "defenso¡es de la G"; tiene una historia específfca y está ünculada a una polltica concreta de oposición, mientras se espeta que los defensores no partidistas mantengan universalmente la fe a través de los tiempos. Como estos últimos, sin embargo, los argumentos más fuertes de la doctrina de la "responsabilidad" de los intelectuales emergen en momentos de crisis cuando la misma fe está en riesgo o bajo amenaza, tal vez de manera más visible en el caso 451 A\r)t{[v I{()s\ del tema del apoyo a la causa de la guerra. Randolph Bourne, rompiendo con su mento¡ Dewey y con los progresistas de Neu, Repablic que habían decidido activamente apoyar el esfuerzo bélico, acusó amargamente a sus colegas intelectuales de facilitar la decisión de entrar en una guerra imperialista, "iuna guerra Bourne de manera melodramática- hecha deliberada-proclamó mente por los intelectuales!"2 r. En 1940, A¡chibald Macleish censuró a "los irresponsables" por no apoyar rápida y activamente la causa del antifascista Frente Popular, dando como resultado el sostenimiento de un clima de concesiones hacia Hitle¡z+. El debate acerca de la Guerra Fría cristalizó alrededor de los pecados de McCarthy antiestalinistas resultaron de nuevo culpables -los de hacer concesiones a este inquisidor monstruose- y fue totalmente reactivado por la publicación de las memorias de Lillian Hellman, tituladas Scoundrel Tíme (TiemDo de uílltmos, 1976). Más recientemente, la acusación de que la retórica de la Guerra Fría del anticomunismo liberal fue "responsable" por la intervención norteamericana en Vietnam se ha levantado desde un coro de voces, de las cuales una de las más conspicuas es la de Noam Chomskyzs. Mientras la escena de la responsabilidad ha cambiado de Vietnam a conllictos de baja intensidad en Centroamérica, Chomsky ha permanecido como el abogado más prominente del código de responsabilidad de los intelectuales que, para é1, distingue el verdadero discurso cítico del campo del juicio meramente pragmático. Consecuentemente, él es e[ crftÍco más vociferante del experto y especialista profesional, cuyo saber y opinión están en todas partes comprometidos por sus vínculos con instituciones y fundaciones credencialistas. La suya, por contraste, es la voz del intelectual independiente, de algún modo romántico, incluso anarquista, profundamente moralista y libre de ataluras, que puede sacrificar todos sus vínculos corporales, afiliaciones insdtucionales y de clase, con el ffn de decir la verdad. Cuando el derecho a hablar es una forma de poder negada a la mayoía de la gente, entonces -sostiene Chomsky- "es responsabilidad de los intelectuales decir la verdad y exponer las mentiras". La nueva cktse Mientras se puede decir que la "responsabilidad de los intelectuales" describe la función social de los intelectuales como opuesta a las posiciones insti- 45¿ Deletsotcs de fu le 1 b ¡ucva ckts¿ tucionales, la teoría de la "nueva clase" está dirigida puntualmente hacia la institucionalización del saber como poder. Esta teoría condensa una cantidad de ideologías que compiten entre sí, ya que hay varias versiones, cada una de las cuales toma elementos de una discutida historia de los sectores medios de la sociedad que fueron reclutados y entrenados hacia finales del siglo xlx para administ¡ar la cada vez más tensa relación entre el capital y el trabajo. En el centro de la crítica peyorativa neoconservadora que se hace a la "nueva clase" está el miedo que surgió a partir del espectáculo del radicalismo estudiantil de los años sesenta; el temor de que la cultura adversaria había excedido en mucho su función habitual como un "estimulante" necesario para lo que Joseph Shumpeter llamó "el interés confe¡ido a [a intranquilidad social" por e[ capitalismo2o. La respuesta de Norman Podhoretz al panfleto que circuló ampliamente en los años sesenta denominado The Studatt as Nlgger (El esruditnte como negro) es sintomática: "lEn qué sentido inteligible podrían estos jóvenes herederos de las clases altas americanas ser comparados con un g¡upo que está en el fondo del montón?"2r. La explicación de Podho¡etz del radicalismo estudíantil aceptaba los términos del discurso de la "ansiedad del estatus" que se había convertido en la nueva religión y en un substituto para la política de clases en medio del consenso de historiadores y sociólogos de los años cincuenta. Lejos de haber sido liquidado por la "amabilidad", Podhoretz especula que la desaúliación de los estudiantes fue un resultado directo de una revolución de espectativas emergentes, fomentadas por la promesa postSputni[¡zs de colocar la experticia del capital cultural sobre la norma de la riqueza heredada y de la propiedad. Víctimas de su propio resentimiento, sin embargo, los estudiantes estaban "tratando de decirnos" que se les estaba negando su "participación justa" dentro de este poder prometido y, por lo tanto, se negaban a tomar los roles que les correspondían en la tecnoestruc- tura. Al ofrecer esta explicación, Podhoretz ----como siemp¡e- estaba probablemente diciendo más acerca de su propio resentimiento íiente al modo como se estaba repa¡tiendo el poder que acerca de cualquier otra cosa, pero preffguraba una respuesta que se ha vuelto típica para el neoconse¡vadurismo: la incapacidad de comprender cómo y por qué aquellos que están en posición de ser premiados por un sistema quieran eníientarlo. De hecho, la "pobreza de la vida estudiantil" (una Íiase situacionista) seía teorizada de muchas maneras 45J ANr)t{Ev Ross poco ortodoxas a lo largo de los sesenta, una de estas maneras fue la percepción de que la muhívusi&tl (muhiuersitl) estaba dedicada a la producción en línea de una "nueva clase obrera", o de una clase proletaria de nivel medio, trabajo calificado entrenado para la nueva tecnoest¡uctura. Más allá de las teorías de la proletarización, es difícil que haya resultado una sorpresa pa¡a Podhoretz, como estudiante de tradiciones intelectuales, reconocer que los intelectuales expresan románticamente su sentido de sujeción ideológica (Bourdieu los ve como el sector dominado dentro de la clase dominante) y pobreza espiritual a través de una identificación imaginada con quienes están físicamente dominados y materialmente empobrecidos. Sin embargo, no resulta más útil la comparación de Bell de la identificación de la Nueva Izquierda con los militantes negros con "los rebeldes de la joven clase media de los años treinta que se solidarizaron con el proletariado revoluciona¡io"2e. Bell no nos dice nada acerca de las condiciones especlficas a partir de las cuales la opresión racial se convirtió en un vehículo metafórico privilegiado para el sentimiento de culpa de los blancos liberales fuente -una importante de reformulación del privilegio de clase de parte de la Nueva Izquierda- pero también para otras formas de opresión cultural, como es el caso de un eslogan posterior: "La mujer es el negro del mundo". Estas y otras aliliaciones identificatorias ----como la identificación activa de los hombres gays con las luchas feministas por la vía de disfiaza¡se de mujeres radicales o "peludas"- eran los síntomas de alianzas complejas y cambiantes, de un tipo diferente a las liderizadas por los intelectuales de vanguardia dirigrdas a un movimiento masivo "universal" que había sido el modelo del activismo de los años treinta. De modo que también deben ser leídas como respuestas a la crisis de legitimación de la masculinidad, para la cual la "virilidad" del militante negro y el trasvestismo del gay feminista representan los límites extremos. Además, la diversidad de los movimientos estudiantiles no puede ser comparada productivamente (al menos no hasta los últimos días de la SDS violentamente elitistas y sectarios) con la causa obrera más o menos unificada de los años treinta. Estos moümientos fue¡on una cftica de (al menos) tres áreas diferentes de la injusticia social: primero, en contra de la guerra, el área más t¡adicional de la disidencia, y la agenda que atrajo el apoyo de un número creciente de intelectuales (desde Dwight Macdonald, Mary McCarthy y la comunidad de la revista New York Reuícw of Book, hasta intelectuales policia- 454 Dcfensores de la fa ^t b nuca;t cLrsc les como el senador Fulbright) antes de que alcanzara un apoyo popular más amplio; segundo, los de¡echos civiles, la política más recientemente legitimada y exitosa, y que poco a poco fue perdiendo el apoyo de los intelectuales t¡adicionales blancos a medida que los movimientos milirantes de liberación negros alcanzaron mayor prominencia; y tercero, las políticas de la unive¡sidad, la menos comprendida de todas, porque fue el espacio de una nueva política del saber, llevada a cabo dentro de las instituciones que regulaban la producción del sabe¡. Esta fue una política que conrenía no sólo una crítica estructural del pre-profesionalismo y de [a educación concebida como producción en línea, sino también una crítica más general a los privilegios de la educación, la experticia, el saber y la destreza califfcada, y por tanto fue ésta la crftica que más profundamente desafió la sensibilidad de los intelectuales tradicionales cuya identidad y autoridad cultu¡al se construyó sobre esos privilegios. Para aquellos alineados con la t¡adición liberal, e[ concepto de la "nueva clase" significaba algo diferente tanto de las nuevas clases medias "proletarizadas", espiritualmente empobrecidas, de los "revolucionarios" estudiantiles --{omo los llamó C. Wright Mills- como de la imagen de la conspiración neoconservadora de los medios y de las instituciones educativas infiltrados y dominados por un partido de oposición completamente acreditado. La eficiencia sobrecogedora del capitalismo para reclutar y absorber la inteligentsia (es decir, los yuppies, los partidarios del New Age, los postfeministas) ha encontrado un entusiasta respaldo entre liberales como Bell y Galbraith, quienes describen a la "nueva clase", por contraste, como una tecnocracia benigna con líderes competentemente entrenados e institucionalmente aptos, quienes serían los beneficiarios de una ordenada transferencia de poder al gobierno del capital cultural. En sus versiones de la nueva clase como una élite funcional, que se eleva al poder en la transición que va de una economla orientada en términos de productividad a una economía postindustrial de servicios, la primacía del saber teórico es üsta, al mismo tiempo, como justa y como justificada. Justa, porque una élite técnica entrenada debe ser más racional en su administración del poder que una élite hereditaria; y justiúcada, no sólo porque distribuye de manera más equitativa el acceso al poder sino porque simplemente promueve la effciencia. El reino del profesional o el experto, al menos desde el impulso 455 A^.DR¡V ROSS post-Sputnik de crear una tecnoc¡acia completamente educada, ha cedido sus más altos privilegios a una inreLgents¡¿ técnica. Porque creen que el capitalismo democrático ha logrado ya, en gran parte, su misión de salvaguardar las libertades individuales, y de garantizar un mínimo de bienesta¡ social, los postindusrialistas como Bell tienden a descríbir la nueva clase tecnocrática como una simple respuesta a las benignas necesidades del capitalismo. Un comentado¡ más inclinado a los diagnósticos podría sostener que el gobiemo de los experros mantiene el poder en las manos de quienes tienen acceso al saber esotérico y reduce los "excesos" de la responsabilidad democrática. Cualquier ¡ecuento propiamente histórico de lo que se llama la Nueva Clase o la Clase Profesional-Administrativa (un término más aceptable para la izquierda) levanta dudas con respecto a los reclamos, por parte de sus distintos proponentes, de coherencia en la posición de clase o en la función sociallo. Esa historia revelaría, por ejemplo, una visión común de la planiffcación racional y centralizada, sea ésta en la forma de una "ingenieía del consentimiento" apoyada por el capitalismo clientelar de los primeros administradores de publicidad, comprometidos en allana¡ la vía para un contrato social entre el trabajo y el capital; o en la forma de una "ingenieía de las ideas" adoptada por tecnócratas radicales, dedicados abiertamente a la emancipación socialll. Pe¡o también revelaría los intereses políticos contradicto¡ios de esta "clase", autocimentada en [a autonomía de sus propuestas de planificar y dirigir a través de la razón y la experticia, pero también respondiendo a la necesidad histórica del capitalismo monopólico de mediadores o administradores de los conflictos de clase. Elitistas en su protección de los priülegios gremiales asegurados por el capital cultural, pero también igualitarios en su visión positiva de la emancipación social para todos. Anticapitalistas en su desafío tecnocrático al imperio del capital, pero también desdeñosos de la falta de respeto anti-intelectual y "conservadora" de las clases populares; y finalmente, por supuesto, internamente divididos por antagonismos entre fiacciones administrativas y aquellas alineadas en cierta forma con creencias y los códigos de acción antipragmáticos, regidos por valores y principios, asociados con el humanismo liberal o radical. Cualquier consideración completa de estas contradicciones socavala las proposiciones acerca de la emergencia inevitable y sin contradicciones de la nueva clase que ven el ro| de la íntelígentsia, por un lado, como una función 456 Dcfansns b lu lt: "r la nltctla clll\c administrativa benigna de las necesidades del Estado moderno (Bell, Bazelon, Galbraith) o, por otro, como un vasallaje privado de la burocracia estatal corporativa (Ewen, Chomsky), o, finalmente, como herede¡os tecnocráticos neutrales de acuerdo a la "ley de hierro de la oligarquía" de un alto grado de concentración del poderlz. En The Future of Intellectunls ond the Ríse of the New Cbss (EI futuro de lns intelectualts 1 la emergencia de lt nueua cl¿se), Alvin Gouldne¡ presenta un análisis relativamente claro de los intelectuales como agentes históricos en una lucha con la vieja clase capitalista por la dominación sobre la base del sabe¡ la razón y la expe¡ticia. lTiene la nueva clase cierto parecido con lo que reconoceríamos como una clase dominante? Couldner sostiene que todavía no. Él u. la nueva clase como una "clase universal defectuosa" que está en ascenso y que "tiene una hipoteca en al menos uno de los futuros histó¡icos"ll. Si llega a ser eventualmente una clase dominante, será en el transcurso de siglos, como lo fue el avance histórico de la burguesía. Si, en el presente, es una clase servil, es porque todas las clases lo son antes de llegar al poder. Desde la perspectiva de Gouldner, entonces, el desprecio de Chomsky por el servilis- mo de los intelectuales con respecto a las élites poderosas es un juicio a los intelectuales que está por delante de su tiempo, porque invoca patrones morales que se ubican en el futuro y los cuales será posible que algún día los inte. lectuales reconozcan y obedezcan. Por ahora, su tarea es establecer y legitímar su propia autoridad como grupos que comparten un capítal simbólico, y quienes vigilan las reglas discursivas que salvaguardan el valo¡ de propiedad de su saber-poder. Aún cuando el análisis de Gouldner deja claro que los intereses de esta nueva clase están vinculados a una voluntad de pode¡ tiene mucho menos que decir acerca de las formas de dominación que el saber-poder de los intelectuales ha ejercido sobre aquellos que están en e[ punto más bajo de la jerarquía del saber. Mientras la socíedad de la información avanza rápidamente y la expansión de bases de datos y bancos de memoria lleva adelante, por todos lados, la conversión del saber en mercancla, la preocupación acerca de la polarización en la nueva clase entre "saberes" y "no-saberes" se manifiesta en el modo en que estas nuevas formas de dominación complementan, sí no desplazan, formas capitalistas tradicionales de apropiación y explotación: un tercio de los ciudadanos estadounidenses son analfabetas funcionales. En otras 457 ANr)t{ti'w Ross palabras, la creciente dominación simbólica de los ricos en información sobre los pobres en información no está confinada solamente a producir efectos "simbólicos". Por más de cincuenta años los discursos especíicos sobre dominación simbólica han sido más evidentes en los debates entre los intelectuales sobre cultura popular, o cultura de masas, como es nombrada por los críticos distópicos. Durante la primera parte de ese período, el balance -*que incluye una historia de paternalismo, contención e incluso reacciones alérgicas- no arroja resultados positivos, aún considerándolo en el contexto del antagonismo d tléctico que con seguridad gobierna las relaciones entre lo intelectual y lo popular. Frecuentemente este balance muestra una falta de reconocimiento de lo que está en juego en el llamado "anti-intelectualismo" de la cultura popular, y un rechazo a celebrar el mundo afectivo del gusto popular, a menos que sea a través de la celebración de la inocencia corporal y la exhuberancia de lo popular, pero más probablemente por la vía de ridiculizar públicamente la victimización y estupefacción del público masivo de cara a la lógica comercial. Con el inicio, desde los sesenta, de un panorama más pluralista de la política cultural, la auto¡idad del viejo modelo binario de lucha ha, incluso, retrocedido al tiempo que su poder explicativo se ha dispersado en un grupo desigual de otras oposiciones que no se reducen al concepto de clase. Como resultado de esto, la responsabilidad de los intelectuales universales de hablar de manera paternalista en nombre de lo popular ha sido discutida y desplazada. Pero el ejercicio del gusto cultural, donde sea que se aplique hoy en día, sigue siendo una de las más eficientes garantlas de las relaciones de poder anti-democrático y, cuando es aumentado por los privilegios recientemente estratificados de una sociedad del saber, da lugar a nuevas formas de subordinación. Este ejercicio del poder simbólico ha sido rearticulado en los últimos tiempos a través de la ciencia ficción popular que ha proliferado alrededor de las nuevas tecnologlas de procesamiento de la información y de inteligencia artificial. Esas ficciones muestran claramente cómo y por qué el mismo debate sobre inteligencia artificial es también un relato sobre e[ imaginado gobierno autónomo de la élite del saber. En las nanativas genéricas de estas ffcciones, el antagonismo histórico entre el intelectual y lo popular se ve como objctiuo ya que el gobiemo del saber es ejercido por máquinas más que por seres humanos. Por un lado, máquinas "inteligentes" encaman toda la effciencia racional 458 D¿fcnsoras dc la l':.¡ It nucuu cLasc de la noble tradición tecnoc¡ática imaginada por Saint-Simon y Veblen. Por otro, la notoria "inhumanidad" clínica de las máquinas de inteligencia artificial representa el lado oscuro de la sobe¡anía del cálculo. En las versiones post-apocalípticas de este relato, [a "revuelta de las máquinas" da lugar a un régimen de eficiencia que es más despótico que cualquier forma de dominación humana imaginable. Este panorama de una revolución seguida por una opresión sin alivio condene las dos fobias capitalistas más conocidas históricamente: la revuelta de los esclavos, con la que amenaza el proletariado, y el gobierno de la inteligencia racional, propuesta po¡ la "nueva clase". Pe¡o también enumera y expresa los miedos y el resentimiento profundamente arraigados en las clases populares, cuyo acceso a la cultura de la información está limitado y circunscrito por exclusiones financieras o institucionales, y cuyos saberes y habilidades han sido expropiados por expertos y maquinaria inteligente. En estos relatos, los pobres en informaciírn son úpicamente rep¡esentados como sob¡evivientes -que viven de los resíduos ¡escatados de la basura al margen del centro de la cultura de la alta tecnología- o como holgazanes en una suspensión somnífera de sus vidas -mantenidos emocionales a t¡avés del sueño de la razón, hasta que su espíritu de resistencia es levantado de su hibernación por el ejemplo de un solitario héroe que d! siente. Como los intelectuales, las máquinas están programadas para saber todas las respuestas correctas, y por eso se convierten en objetos de repudio, especialmente cuando se vuelven demasíado inteligentes ---cuando su autoridad se funda en los privilegios del saber autolegitimado y la inteligencia. Son las máquinas las que generan la mayor cantidad de furia y no la imperfecta, decadente, demasiado humana clase capitalista que construye fantasías y que las posee. En estos relatos, entonces, el embrionario deseo de poder de la clase "inteligente" (la humanidad como un banco de memoria y como una máquina de tomar decisiones) inmerso en la ética del servicio público, inexorablemente alimenta una pesadilla tecno-buroc¡ática. Esas ficciones dan por sentado que la alta tecnología ya es la alta cultura de los nuevos amos. l-as nueuos intelectuales Los teóricos de la nueva clase o de la clase gerencial profesional, más allá de la tendencia a supeditar todos los resultados a la benevolencia del capita- 459 ANDRLW Ross lismo liberal (Bell) o a la Histo¡ia (Gouldner), han perjudicado las tradiciones intelectuales que se sostienen en los códigos del disenso alienado o en la desafiliación social. Los humanistas y, especialmente, los críticos sociales siempre han sido propensos a compartir el término "intelectual" con menos genuinos me¡caderes de la palabra, y con nabajadores de los núme¡os. Cada vez más posicionados por los discursos contractuales de sus instituciones y profesiones, los intelectuales han tenido que abandonar las alturas y reconocer las condiciones profesionales que comparten, en su gran mayoría, con millones de otros trabajadores del saber. La pérdida de este lugar de privilegio ha sido lamentada largamente, en especial cuando se la vincula con las narativas románticas de la versión izquierda acerca del "declive del intelecual público", quien -en que, si es como C. blanco heroico hombre clásica de este relato- es un Might Mills, todavía monta su Harley-Davidson para ir a trabajar a la unive¡sidad. Los intelectuales profesionales que no techazan su ptopío papel han venido insistiendo en que es necesario examinar sus afiliaciones institucionales con el ffn de entender y transforma¡ los códigos de poder que pertenecen históricamente a sus discursos disciplinarios. Con respecto a esto, la reciente generación de pensadores postestructuralistas se dedicaron ---tn una forma impensable para la tradición del marxismo clásico- a desar¡ollar el tipo de crítica necesaria para examinar y redefinir la relación de los intelectuales con la insti' tución. Entre los más pertinentes están los comentarios de Foucault ace¡ca de la naturaleza disciplinaria de los "regímenes de verdad", y su llamado a la acción micropolítica en lugar de a la gran tradición del disentimiento autónomo. Del mismo modo, la deconstrucción que lleva a cabo Derrida de la insItución universal/universita¡ia, el desafío de Lacan a la racionalidad de la ciencia y su relación con la institución analítica y los estudios críticos de Bourdieu acerca del capital simbólico, todos pueden ser usados en este contexto. Dentro y fuera de la academia, los intelectuales de los nuevos movimientos sociales han impulsado agendas culturales vinculadas con políticas de género, ¡aza, etnia y orientación sexual. La crítica a las nociones esencialistas de sexualidad y de identidad sexual de parte de feministas, homosexuales y lesbia' nas, y de raza e identidad émica de parte de intelectuales minoritarios, han sido dirigidas principalmente a categorías discursivas o representacionales, pero también con plena conciencia de los efectos que estas categorías tienen sobre los cuerpos reales, perseguidos. 464 Dcfansorcs ,Je b fc ^r Lt nucua clnsa ' Junto al desvanecimiento del intelectual universal, el activismo político de los intelectuales hoy en día está determinado tanto por su posición de intelectuales como por la /uncrián de los intelectuales en general. Pero esto no significa que e[ discurso, por un lado, del intelectual heroico, independiente, que "dice la verdad y expone las mentiras", y por el otro el del intelectual específico que aplica localmente su sabe¡ técnico y su experticia, sean mutuamette exclulenú¿s34. Támpoco significa esto es más importante- que el mísmo individuo -y no pueda invocar cualquiera de estos u ot¡os discursos en diferentes momentos y lugares, ya que esto, con seguridad, es una prerrogativa del "ciudadano" postmodemo. Lo que sí implica, sin embargo, es que la imagen prevaleciente del intelectual inmune al contagio de la racionalidad tecnológica, el bu¡ocratismo, el consumismo y el profesionalismo es una imagen que pertenece a la historia reciente, una imagen que hoy sólo puede ser invocada en medio de muchas otras. Los nuevos intelectuales, de hecho, son pa¡ticipantes desiguales en diferentes fientes. Son propensos a pertenecer a distintos grupos sociales y mantienen lealtades con diferentes movimientos sociales. Poseen dive¡sas habilidades y saberes profesionales u ocupacionales que pueden ser aplicados en las distintas institucionesr pero también en diferentes comunidades y esferas públicas. Su sentido de la estrategia va a cambiar de un contexto a otro, dependiendo de que involucre el uso de un saber especializado en un campo (rcupacional o el uso de una persuación generalizada al hablar a través de los medios masivos; ya sea que implique acción conÍiontacional con la policía o con otros agentes de coerción o que involucre la interacción cotidiana con no intelectuales. De cara a la actual pluralidad desigual de intereses radicales en conflicto, es bastante posible que los nuevos intelectuales sean voceros importantes, seguidores desconffados y ¡eaccionarios, todo a la misma vez ejemplo, -por legitimadores en algunas áreas de la acción y el discurso políticos y adversarios en otras. Su sentido ético de lo personal como esfera liberadora significa que su responsabilidad con causas pollticas "objetivas" estará influenciada expe- riencialmente por una psico-historia profundamente subjetiva. Su relación con la üda cotidiana no será culpablemente dirigida por códigos correccionales de comportamiento político, especialmente en el mercado cultural de opciones y elecciones; será conformada por la matriz de poder, placer y deseo experimentados por todos los demás consumidores. Su sentido de un pasado 46t AN.DRL\\ R(]Ss utilizable incluirá más que las siempte idealízadas narrativas de declive monocaída del Gemeinschaft al Gesellschaft, la pérdida del público burlineal -la gués premoderno, del populismo /olk' de la bohemia' de una política de clase claramente delineada y así sucesivamente- las posibilidades pragmáticas y democratizadoras impulsadas por las nuevas tecnologÍas y por las nuevas culturas masivas en una sociedad capitalista hegemónica. Y su sentido práctico de un mundo mejor no será remoto, utópíco, compensatorio o diferido de manera autoritaria hasta que todas las luchas se hayan terminado' sino que será accesible, aunque sea de una forma impura o complometida, a los ciclos de las micropolíticas cotidianas de los placeres y fantasías vividos -----en otras palab¡as, tendrá que ser articulado a formas de experiencia que no siempre se ven como conducentes a fines y deseos igualitados o p¡ogresistas' Este panorama postmoderno de actividades, lealtades, obligaciones, deseos y ,"rponrrbilidudes múltiples y desiguales, no impide sin embargo el efecto continuado de antagonismos tradicionales, especialmente aquellos por los que he estado más preocupado en este libro, y que he designado informalmente con la ma¡ca del no respeto --el "anti'intelectualismo" popula¡ por un lado' y el "desdén" educado, por el otro. Aún con el renovado interés actual en una cultura común, al mismo tiempo vulgar/pop ulat (denntic\ e informada -una cultura que es indudablemente parte de la agenda postmodernista- el carácter dialéctico de la relación entre los intelectuales y lo popular mantiene su poder organizacional sobre nuestra experiencia cultural cotidiana' De hecho' en una sociedad cada vez más estratificada por niveles y órdenes de saber, es probable que los poderosos antagonismos generados tradicionalmente por las gu"..us d" gusto cultural sean configurados por nuevas formas de irrespeto, incluso mientras se multiplican para reflejar la creación sin fin, flexible y fragmentaria, de nuevas categorías del gusto. iCuál es la ¡elación, en una cultura como ésta, entre estar "en el saber" ("in sentida acerca del uso antidemocrático del saber especializado? Los dos son con seguridad interdependientes. Y la queja, especialmente, es un reclamo que aplica no sólo para eI -u.rdo est¡atiffcado del diálogo público, sino también pala las fticciones experimentadas en la vida cotidiana cuando la gente ordinaria se encuentra the know") y la queja popular profundamente con el privilegio y la arror¡ ,r:,:ia tecnoburocrática (un encuentro más probable en l" uida .otidia.ta que e' i ,i,;ttentro con los dueños del capital o con la lógrca abstracta y pálida del mismo capital)' Delcnsotcs dc Ia fc ^t lu nuevu cLrsa Es una queja que se siente, como todos los efectos de poder, a través del cuerpo, en estructuras de sentimiento que se alimentan de la hostilidad, el resentimiento y la insubordinación tanto como de la deferencia, el consentimiento y el respeto. Y es en muchas de las más exitosas ficciones de la cultura popular, aún a¡ticulada indirectamente y de manera reificada, que esros sentimientos contradictorios ace¡ca de la autoridad y el sabe¡ se transforman en un placer que es, con frecuencia, más inmediatamente satisfactorio de lo que es "políticamente correcto". Es poco probable que los intelectuales ¡econozcan hoy en día, por ejemplo, qué está en juego en las nuevas polídcas d¡lsaber si no son capaces de comprender por qué muchas formas culturales dedicadas al horror y al porno, empapadas de chauvinismo y otras actitudes reprochables, extraen su popularidad de las expresiones de irrespeto por las lecciones del gusto educado. El sexismo, el racismo y el militarismo que prevalecen en estos géneros nunca se expresa en una forma pura (si es que tal cosa existe) sino que se articula a través de resentimientos sociales nacidos de la subordinación y la exclusión. Una política que sólo predique contra el sexismo, el racismo y el militarismo, mientras se niega a rearticular el atractivo popular y resistente del irrespeto, no será una política popular y perderá terreno en cualquier disputa con los lenguajes autorita¡ios populistas que hemos vivido en las épocas de Reagan y Tátcher. Para muchos intelectuales una política de este tipo siempre ha sido y todavía es diúcil de imagina¡ sin mencionar que es diftcil de acepta¡ debido a su compromiso con actitudes agresivamente indife¡entes con respecto a la vida de la mente y los protocolos del saber; porque apela al cuerpo en formas en las que no siempre se puede conffar; y porque negocia con placeres que el entrenamiento en la racionalidad política nos obliga a devaluar. Pero el ¡eto de una política como esta es más grande que nunca porque, en una era en la que los expertos gobiernan, lo popular es tal vez el único campo en el cual los intelectuales son menos propensos a ser expertos. En una e¡a de pluralismo radical, en la que las garantías políticamente uniñcadas de las pasadas t¡adiciones intelectuales ya no se sostienen en el pode¡ nunca ha sido más urgente la necesidad de buscar un ¡enítorio común, aunque sea temporal, desde el cual enfrentar las definiciones existentes de una cultura popular-democrática. 463 ANDREV Ro-ss No¡¿s I Este texto es el capítulo final de: And¡ew Ross (1989) No Rcspecr. lntellectuals I Popular Cubure. London: Routledge , pp. 207 -232. 2 Ver Stanley Aronowitz, "Postmodernism and Politics", en Ross, Andrew ed. (1988) Unú¡ersal Abmdon? I The Politícs of Posunodemism. Minneapolis: University of Minnesota Press. Los dos ejemplos más ¡ecientes son, desde la izquierda, Russell Jacoby (1987) Thc Itst Intellectuals: American Cubure in de Age of Acaiane. New York; Basic Books; y, desde la de¡echa, Allan Bloorn (1987) The Closing of the American Mind. New Yo¡k: Simon & Schuster. 4 Ver Magali Sarfatti La¡son (1984), "The production of Expertise and de Constitution of Expert Powe¡", en'fhe Authoríty of Expens: Srudies rn History and Tfuory, Thomas Haskell, ed. Bloomington: Indiana University Press, pp. 28-83; and Pier¡e Bourdieu (19??) "Cultural Reproduction and Social Reproduction', en Power and ldeobgy ín Educatio¡t, Jerome Karabel y A.H. Halsey, eds. New Yo¡k: Oxford University Press, pp. 487.511. 5 Ve¡ el manifiesto ciberpunk de Bruce Sterling en Sterling, ed. (198ó) Mirrorsi¿l¿s: The Clberpunk Antñolog1. New York: Arbor House. 6 Nicholas Garnham y Raymond Williams hicieron esta distinción ent¡e "replicar" y "¡eforma¡" con el ffn de discuti¡ los análisis sobre "reproducción' cultu¡al realiBourdieu, La pregunta que ellos hacen es importante: "¿La estructura del campo simbólico puede producir cont¡adicciones hasta el punto de que ya no tienda a reproducir el sistema dado de ¡elaciones de clasel" Nicholas Garnham y Raymond Mlliams (1986) "Pierre Bourdieu and the Sociology of Culture", Medía, Culture sn¿. Societl, ed. Richa¡d Collins et al. Beverly Hills: Sage, pp. 11630). Stuart Hall ha insistido en que la respuesta a esa p¡egunta hay que buscarla en Gramsci: zados por Pierre No hay nada más c¡ucial, a este ¡especto, que el ¡econocimiento de Gramsci de que cada c¡isis es también un momento de teconstrucción; que no hay destrucción que no sea al mismo tiempo ¡econst¡ucción; que históricarnente nada se desmantela sin intentar al menos colocar algo nuevo en su lugar; que cada forma de poder no sólo excluye sino que también produce algo. del poder. CuanEsa es una concepción completamente nueva de la crisis -y do la izquierda habla de crisis todo lo que vernos es el capitalismo desintegrándose, y nosotros marchando para hacemos cargo. No comprendemos que la dis¡upción del funcionamiento normal del viejo orden económico, social y cultural proporciona la oportunidad de reorganizarse de nuevas maneras, de 464 Dcfcnx'rr. Jc h fu.t lu rrrcv¡ cl¿¡c reestructu¡aGe y replantea¡se, mode¡nizarse y seguir adelante. Stua¡t Hall (1987) "Gramsci and Us", en Marxúm 'loda1, pp. 19. 7 Donna Haraway (1985) 'A manifesto for Cyborgs: Science, Technology and Socialist Feminism in the 1980s", Soci{¡irs¿ Rseieqr,80: ó5-107. 8 Lionel Tiilling (19ó5) p¡efacio a Be¡trtl Cukure: Essays on Lituature anl Leaming. New York; Harcourt Brace Jovanovich, e Edwa¡d Shils (1972) "The intellectuais and The Powers: Some Perspectives for C.ompara-tive Analyses (sic.) ", en The Intellecmak and the Powers and Othet Essctys, Chicago, Universiry ofChicago Press, pp. l-23; Edward Shils (1982) "lntellectuals and the C-enter of Society in the United States", en The Co¡rstruction of SocietJ. Chicago: Chicago University Ptess, pp. 224-27 4; tlcott Parsons (19ó9) "The intellectual: A Social Role Category", en On Intellectuals, ed. Philip Rieff Garden City, NY Doubleday, pp.3-24. Una de las fuentes clásicas de esta visión puede ser econtrada en Karl Mannheim (1936\ IdeolocJ and Uto¡ia. New York: Harcourt, Brace and Co. Daniel Bell tiene cosas diferentes pero relacionadas que decir con respecro a "lo sagrado" en The Cuhural Contradictir¡ns of Copitalism. New Yo¡k: Basic Books, 1978,pp. 146-171;v en "The Return ofthe Sacred", en The Vlindrng Passager Essays and S ociobgical Jounwls: 1960-1980. New York: Basic Books, 1980. Regis Debray presenta una visión más crítica en su análisis de la trayectoria histó¡ica fiancesa del cle¡o a la nueva celeb¡idad intelectual mediática en ?achers, tX,/riters, Celebrities: The Intellecwals of Mod.ent Frarlce, úans. David Macey. l-ondon: New Left Bcxrks, 1981. t0 Rolf Dah¡endof, "The intellectual and Society: The Social Function of the 'Fool' in the Twentieth-Century", en Rieff, On Intellecruak, op. cit. p.51. 1l Maxim Go¡kv (19ó0) "The Responsibility of Soviet Intellectuals", en The Intellecruals: A Cuttrouersitl Portrait, ed. George B. de Huszar. Glencoe, IL: F¡ee Press, p. 237. lu Noam Chomsky (1982) Totaards aNew Cokl War Essals on the Culrmt Cris M¿ How Ve Got There. New York: Pantheon, p. ó2. Citado po¡ Chomsky en American Power and the New Mandarins, New Yo¡k: Pantheon, 1969, p. 6. 14 De los muchos lib¡os dedicados a los intelectuales que se asociaron con Panisan Review, c¡eo que el que más claramente describe las cont¡adicciones políticas de su gusto cosmopolita en cultu¡a es 'Ibrry Cooney en Tl¡¿ Rise of the New York Intcllecusls: Panisan Revíew ond its Círcla, 1934 1945. Madison: University of Wisconsin Pres, 198ó. 15 Citado por Cooney, Th¿ Rise o/ th¿ New York lntelbctuals... op. cit. p. 200. ró Irving Howe (1982) A Margtn ol Hope: An lntellectutl Aunbiograplry. New Yo¡k: Ha¡cou¡t B¡ace Jovanovich, p. 158. Howe se ¡efe¡ía, particularmente, al crítico lirerario y compañero de viaje, FO. Matthiessen. ll 465 ANr)Rrw Ross l? Alan Waid plantea un argumento convincentc 18 Para una histoda impa¡cial de este período, ve¡ Richard Pells (1985) The Libe¡al Mínd in a Consereative Age: American Intellectuals in the 1940s and i950s. New a favo¡ de la integridad intelectual de la izquierda antiestalinista ante¡ior a la fase de la stalinofobia en The Neu Yo¡l Intellecmals: The Rise a¡d FaII of the An¡i-S¡¿linist lzlr. Chapel Hill: University of No¡th Ca¡olina P¡ess. 198ó. York: Harper & Row. Daniel Bell (19ól) "The Mood of Three Gene¡ations", enThe End of ldcology. New York: Collier, p. 303. 2n Notq deh traduftor¿: El SNCC (Student Nonviolent Coordinating Committee) fue una o¡ganización c¡eada en la Universidad de Shaw, en Raleigh, en abril de l9ó0 por un g¡upo de estudiantes neg¡os, con la linalidad de organizar protestas antiracistas. Este grupo fue el primero en ¡ealizar las famosas sen¡¿d¿s de los años sesenta y fue un factor importante en la escalada de ma¡chas pacíficas que culminó en la gran manifestación de protesta f¡ente a la Casa Blanca en 19ó3. Para más info¡mación sob¡e el grupo, ver www.ibiblio.org/sncc 2l Las historias de los años sesenta recientemente publicadas que enfatizan esta diGrencia de estilo incluyen: Ronald Frase! ed. (1988) l9ó8: A Student Ge¡eratían in Recrolr. New Yo¡k: Panthcon; Todd Girlin (1987) Th¿ Stx¿&s: Years of Hope, Day o! Rage. New York: Bantam; y Lames Mille¡ (1987\ "Denucncl in the Streets": Form Pon Huron to the Siege of Chicago. New Yo¡k: Simon & Schuste¡. 22 Irving Howe (1970) The Decline of the Ner.o. New Yo¡k: Ha¡court, Brace & Co. p. re 255. Randolph Boume (19ó4) tVar and the Intellecmab: Collected Essays I915-1919, ed. Ca¡l Resek. New York: Harper & Row, p. 3-15. 2a A¡chibald Macleish, "The Irresponsibles", en de Husza¡, The lntellcctu¿k, op.cit., 239-246. 25 Algunas de las evidencias más condenatorias fueron proporcionadas por la encuesta realizada por Charles Kadushin sondeando las ¡eacciones de un grupo seleccionado de intelectuales de élite con respecto a la gue¡ra de Viemam. Los resultados mostraron que la mayoría se oponía a la política exte¡io¡ norteame¡icana en el sureste asiático, pero más por razones pragmáticas que por fundamentos mo¡ales. The American Intellectual Elite. Boston: Little, B¡own, 1974. 2ó Joseph Schumpeter (1942) Capinlism, Socioli.vn and Democracl. New York: Harpe¡ p. L45. 2? Norman Podhoretz (198ó) "The Adversary Cultu¡e and The New Class", en The Bkndl Crossroaú: Whzre Ljterature and Poli¿¡cs Meer. New Yo¡k: Simon & Schuster, 2r p. 1ló. 466 Dclensorcs de kt fe r b nucttd clase )8 Notu de la traductora: La época o período post-Sputnik se refierc alperíodo posterior a 1957, momento en que la Unión Soviética logró colocar una nave (Sputnik) en la carre¡a tecnoiógica a los Estados ese el espacio, ganando ----cn Unidos. Citado por Alexande¡ Bloom (1986) Prodigol Soru: The New York lntellecruak and Their \Yoü. New Yo¡k: Oxford University Press, p. 353. l0 B. Bruce-Biggs, ed. (1981) Tl¡e New CL¡s7 (l.Jew York: McG¡aw-Hill) presenta un conjunto de perspectivas básicamente neoconse¡vadt¡ras. Pat Valker, ed. (1979) Betwean lttbor and Cdpirui (Boston: South End Press) incluye el texto de Bárbara y John Ehrenreich, "The P¡ofessional Managerial Class", seguido de una serie de 29 respuestas de izquierda. 3lLa liase "ingeniería del consentimiento" pertenece a Edward Bernays (un sobrino de Freud), quien fue el padre de la ciencia de las relaciones públicas en los años veinte en lib¡os como Crystalliztng Publx Opinbn (1923) y Prop&gand.u ( 1925) cada uno de los cuales postulaba la aplicación del saber sobre la psicología de las masas a los ritmos del mercado. En Ncw Republic de 1932 (23 de Marzo, p 145), Edmund Vilson hizo un llamado a sus colegas intelectuales a converti¡se en "ingenieros de ideas". Vilson se dirigía a una inteligmtsfo vanguardista por formarse, animándolos a trabalar abiertamente para crear una conciencia ¡evolucionaria de masas. El llamado de Bemays a sus colegas era igualmenre vanguardista; su tarea sería crea¡ una conciencia consumista para toda la sociedad. Ambos discursos asumen el proceso de racionalización tecnoburocrático como un acto positivo y necesario, invocando sus virtudes para la ciencia "blanda" de la persuación a t¡avés de la metáfora "dura" de la ingenie¡ía (los métodos de eficiencia del Fordismo y el Táylo- ¡ismo eficientes que el dejar-hacer- han sido ¡econocidos inequívoca. -más mente desde hace tiempo tanto po¡ los planificadores soviéticos como por los soñadores europeos de un estado comunista, como Crramsci). i2 Para una visión liberal, ver David Bazelon (1967) Power i¡ America: The Politics of ¡l¡¿ Nes, C[¡ss. New York: New Ame¡ican Library. Para una pe¡spectiva más ¡adical, ve¡ Stuart Ewen (1976) CaptriiÍs o/ Coruciousness: Aduenisrng and the Socrrl Roots o/ Consr¡me¡. New Yo¡k: Mcc¡aw-Hill. La liase "la ley de hierro de la oligarquía" es de Robe¡t Michel, y es usada para desc¡ibi¡ cómo todas las organizaciones de gran escala deben, por su propia naturaleza, degenerar en oligarquías regidas por unos pocos. Robert Michel (1962) Polítíral Parties: A Sociologrcal Stadl of thz Ohgarchícalkndmcies of Modem Durocr¿c¡. New Yo¡k: The Free Press. Para un conjunto de argumentos que rechazan la p€¡spectiva de Michel ve¡ Robert J. Brym(1980) Intelleclzak and Politüs. London: Allen & Unwin, ,pp35-53. rr Alvin Gouldner (19?9) The Future ol Intellectunk and rhe Rúe o/ rhe Neu., Chss. New York: Seabury Press, p. ó. 467 ANr)REw Ross 14 Paul Bové plantea una oposición relacionada al conparar el tipo intelectual representativo o líder (su ejemplo es Edwa¡d Said) quien, desde su punto de üsta, perpetúa la imagen del intelectual masculino con deseo de poder y competitivo, con el del genealogista escéptico y no-utópico (Michel Foucault) quien niega el de¡echo de los intelectuales a habla¡ a nomb¡e de los otros, por la "verdad" y por los futuros alternativos. Paul Bové (1986\ Intellectuqls in Power: A Genealag¡ ol Critical Humanism. New York: Columbia University Press, p. 209-237. Para una discusión ampliada de Ias implicaciones de este tipo de comparación, ver Jim Merod (1987) The Politícal Resporuibilú1 of the Critic lthaca: Comell Universitv P¡ess. 468